Capítulo 15

Colin no pudo contener un momentáneo engreimiento al ver que había dejado a Alexandra totalmente sin habla. Ojalá siempre pudiese resultar tan fácil leer sus pensamientos como en aquel momento.

– ¿Cómo has entrado aquí? -preguntó ella mirándolo como si no estuviese del todo convencida de que era real.

– A través de los ventanales que dan a la terraza y que tú dejaste sin cerrar -respondió Colin.

Separándose del dosel, se acercó lentamente hacia ella, deteniéndose cuando solo los separaban unos centímetros. Estuvo a punto de dejarse dominar por la urgencia de tomarla en sus brazos y devorarla. Era realmente desconcertante aquel voraz apetito que le inspiraba. Había conocido el deseo, pero aquella… aquella salvaje, temeraria y primitiva necesidad de empujarla contra la pared más cercana o tumbarla sobre la silla más próxima y simplemente disfrutar de ella era totalmente nueva. De algún modo, en presencia de Alex, Colin se veía desposeído de las maneras caballerosas que habían definido su vida hasta entonces. Sin hacer nada, lo hacía sentirse inusualmente fuera de control, algo que ninguna otra mujer había conseguido. Maldita sea, ni siquiera la había tocado todavía y ya no podía esperar más.

Simulando una calma que estaba lejos de sentir, alargó la mano y entrelazó sus dedos con los de ella de forma suave.

No se sorprendió lo más mínimo cuando sintió su cuerpo encenderse con aquel ligero contacto.

– Dejar las ventanas sin cerrar es de lo más imprudente murmuró, mientras trazaba círculos en las palmas de las manos de Alex con los dedos pulgares-. Hay hombres muy malos merodeando en la oscuridad.

Ella pareció recomponerse.

– ¿Tú incluido?

Colin le levantó las manos y le acarició el dorso de los dedos con un beso.

– De hecho, me alegro de que las ventanas no estuvieran cerradas con llave ya que eso me ha permitido ganar un par de minutos fundamentales si quería llegar antes que tú.

– Así que por eso me diste indicaciones erróneas para llegar a mi habitación -dijo Alexandra con una mirada que daba a entender que lo había entendido todo.

– Me declaro culpable del delito. Quería prepararte una pequeña sorpresa. Tal como te he dicho, estoy acostumbrado a obtener lo que quiero -dijo Colin avanzando hacia Alexandra hasta que apenas mediaba el espacio de un suspiro entre sus cuerpos.

– Parece que me estés desafiando -dijo Alex suavemente y con la mirada ensombrecida, algo que gustó a Colin.

– Quizá, pero no debería ser así, no puesto que ambos queremos lo mismo.

Bajó la cabeza y tomó su lóbulo entre los dientes.

– Creo que estás intentando que me desvanezca -dijo Alexandra en un suspiro cargado de placer.

– ¿Lo estoy consiguiendo?

– Absolutamente.

– Excelente.

Colin olisqueó la suave piel de detrás de sus orejas y cuando su mente se llenó del delicado, delicioso y dulce aroma a naranjas, lanzó un gemido y se preguntó quién estaba haciendo desvanecerse a quién.

– Mencionaste algo acerca de preparar una sorpresa -preguntó ella-. ¿Qué es?

– ¿Estás impaciente?

Alexandra se apartó y lo miró.

– Sí -dijo en un tono de voz que solo podía describirse como vaporoso-. Ahora mismo estoy muy impaciente, y normalmente no lo soy. Para ser sincera, este estado tan poco habitual es enteramente culpa tuya, y quiero saber qué vas a hacer al respecto, ahora mismo.

Colin la soltó y empezó a desatarle el cordón de la bata. Después de separar el fino algodón, deslizó la prenda por sus brazos y la prenda cayó al suelo con un suave zumbido.

– Pretendo -dijo manteniendo los ojos fijos en los de ella y empezando lentamente a desabrochar la larga fila de botones que cerraba el camisón por la parte delantera- que estés aún más impaciente.

– No estoy segura de que eso sea posible.

– Oh, sí lo es -afirmó Colin y desabrochó el último diminuto botón del camisón pero sin quitárselo.

Así, con la prenda abierta hasta la cintura, introdujo uno de sus dedos por la abertura y le tocó ligeramente la suave hendidura de su cuello.

– Quiero que estés impaciente -susurró, mientras muy despacio hacía descender la yema del dedo por su suavísima piel, entre sus senos, más abajo, hasta rodear con suavidad su ombligo-. Y caliente.

Alexandra entornó los ojos y se meció levemente sobre los pies.

– Pero ya estoy así, siento como si fuese a estallar.

– Bien, pero no es suficiente. Quiero más, quiero que estés más impaciente, más caliente.

Colin no podía aguantar un segundo más sin verla en su plenitud, así que tomó el camisón con las manos y lo aparto despacio, revelando a sus ojos el cuerpo de Alexandra centímetro a centímetro, haciendo descender la prenda por sus brazos hasta que esta cayó al suelo junto al salto de cama.

Alexandra se alzaba en medio de sus prendas de noche como una preciosa flor nocturna, su pálida piel bañada por la luz plateada de la luna que entraba por las ventanas y por el brillo dorado de las últimas brasas de la chimenea. Despacio, Colin siguió con la mirada sus formas y tuvo que apretar los puños para no estrujarla contra él como un muchacho arrebatado en su primera noche.

Contempló sus senos firmes y plenos en cuya cúspide despuntaban unos pequeños pezones rosáceos que parecían llamar a sus manos y labios. La estrechez de la cintura daba paso a la sinuosa curva de las caderas, y Colin detuvo su mirada en el triángulo de oscuros rizos que coronaba el vértice de los muslos antes de seguir descendiendo la vista por las piernas bien formadas y los delgados tobillos.

– Arriesgándome a resultar redundante -dijo en un tono de suave aspereza-, eres exquisita.

Y alargando la mano deshizo el lazo que sujetaba la trenza de Alex y pasó los dedos por los sedosos mechones, separando las lustrosas hebras que se derramaron sobre sus manos emanando un delicado aroma cítrico. Se llevo unos rizos al rostro, respirándolos profundamente, y gimió.

– Dios mío. Tu olor es tan increíblemente delicioso…

– Gracias.

Al notar el ligero temblor de su voz, le preguntó:

– ¿Estás nerviosa?

– Un poco, sí -dijo ella tras una breve vacilación.

– Yo también.

– ¿Por qué? -preguntó ella sorprendida-. Sin duda tienes experiencia en estos asuntos.

– Sí, pero tú no, y yo nunca he hecho el amor con una virgen. Me intimida un poco, sobre todo porque haces que quiera hacerte cosas… de forma que me harían olvidar que debo ir despacio.

Alexandra apoyó sus manos sobre el pecho de Colin y él supo que estaba notando el fuerte y rápido latido de su corazón.

– Es verdad que soy virgen, pero no soy una dama tímida y delicada, una muchacha de porcelana que ha tenido una vida fácil, Colin. Soy perfectamente consciente de lo que va a pasar entre nosotros. Y lo quiero todo.

Colin envolvió su muñeca con un mechón del oloroso cabello de Alex.

– ¿Cómo sabes lo que pasará entre nosotros?

– He visto… cosas.

– ¿Qué tipo de cosas?

– Hombres que se desfogaban con mujeres, mujeres arrodilladas complaciendo a los hombres.

Por la mente de Colin pasó la imagen de Alex arrodillada, con aquellos carnosos labios alrededor de su erección. Notó que la sangre le golpeaba las ingles y que su miembro se hinchaba contra los pantalones que de pronto resultaban estrechos.

– Siempre me he preguntado a qué obedecía tanto jaleo -dijo Alex levantando la barbilla levemente- cuando los trámites en sí siempre me han parecido más bien furtivos y, bueno, rápidos. He logrado obviar mi curiosidad, pero contigo ya no puedo. Lo que me haces sentir… tiene que ser explorado.

Colin apartó la mano dejando caer la sedosa cortina de cabello hasta la cintura de Alex.

– No tengo ninguna intención de acelerar los… trámites, Alexandra. Y desde luego te animo a explorar, del modo que desees.

– Una invitación que no puedo aprovechar, mucho me temo -dijo lanzándole una mirada de arriba abajo-. Por lo menos, en lo que a mí respecta, puesto que tú no estás ahí parado con todas tus… partes al aire.

Colin contuvo la carcajada que le provocó su tono contrariado y se limitó a sonreír.

– ¿Te sentirías más cómoda si mis… partes estuvieran también al aire?

– Desde luego lo consideraría más justo. Al fin y al cabo, yo también quiero que estés tan impaciente como yo.

Colin pensó que si Alexandra tuviera idea de cuan impaciente estaba, de cómo se hallaba al borde de perder por completo el control -sin ni siquiera haberla tocado o que ella lo hubiese tocado- estaría algo más que «un poco» nerviosa.

– Te puedo asegurar que no tienes que preocuparte por eso. De todos modos… -Extendió sus brazos-. Estoy a tu disposición.

En los ojos de Alex hubo un destello de interés e incertidumbre.

– No estoy segura de por dónde empezar exactamente.

– Mi corbata sería probablemente un buen comienzo.

Alexandra dirigió la mirada al complicado nudo de la corbata, dio un paso al frente emergiendo del montón de ropa que yacía a sus pies, y comenzó a deshacerlo. Teniéndola ahí delante, sin otra cosa encima que el gesto de su ceño fruncido, Colin se quedó sin respiración. Intentó no tocarla, y lo consiguió, pero solo durante tres segundos exactos. Después, incapaz de detenerse, la tomó de la cintura.

De pronto, se dio cuenta de que al fin estaba tocando su piel y tuvo que cerrar los ojos. Esa noche, la mujer que había habitado sus sueños durante tanto tiempo sería suya. Abrió los ojos y la miró, sin detener sus dedos que acariciaban con dulzura la flexible cintura y subían y bajaban por la suavidad de su espalda.

– Así no me ayudas a concentrarme -dijo ella mirándolo.

– Ah. -Y atrapando sus senos con las palmas de la mano dijo-: ¿Así está mejor?

Alex dio un respingo ante el destello de placer que aquella caricia le había provocado y agarró la camisa de Colin. Bajó la vista y observó cómo él jugaba con sus pezones con sus largos dedos. Hasta que tuvo que cerrar los ojos.

– ¿Mejor? -preguntó él.

¿Le estaba preguntando algo? ¿Esperaba que le contestase?

– No… no estoy segura. Quizá podrías volver a hacerlo.

La suave risa ahogada de Colin llenó de calidez su piel y en un instante supo que las manos de aquel hombre eran mágicas. Toda ella se encendió con el roce de sus dedos contra sus senos. Después, él se inclinó y con la lengua trazó el contorno de su pecho. Alexandra tuvo que ahogar un grito que se transformó en un largo gemido cuando Colin rodeó uno de sus pezones con la lengua, haciendo círculos, tomándolo erecto dentro de su cálida boca, jugueteando de forma mágica al mismo tiempo con el pezón de su otro seno.

Alexandra dejó caer su cabeza lánguidamente hacia atrás y se arqueó hacia delante, pidiendo más. Cada vez que los labios de Colin se movían embriagadoramente, sentía un profundo calor en su interior. Notaba húmedos y entumecidos los pliegues entre sus piernas y frotó los muslos, pero el movimiento no le alivió lo más mínimo. Ni tampoco Colin, que volvió su atención al otro pecho y le tomó las nalgas con las manos.

Alexandra le agarró los hombros, dejándose llevar por aquella marea de sensaciones, deseosa de hundirse aún más en aquel abismo de placer y luchando al mismo tiempo por escapar de él para poder continuar desvistiendo a Colin. Nunca en su vida se había sentido tan viva, tan consciente de ella misma y de su cuerpo, y tan ansiosa por aprender y experimentar.

– Delicioso -murmuró Colin junto a su pecho-. Terriblemente delicioso.

Antes de que Alex pudiera recuperar el aliento, Colin se inclinó para posar los labios en el centro de su torso, besando y lamiendo su piel, rodeando su ombligo, introduciendo la lengua en él. Todo el cuerpo de Alexandra era un delicioso escalofrío y de su garganta escapó un vibrante gemido de placer.

– Mírame -le susurró Colin con voz rasgada.

Haciendo un esfuerzo, Alex levantó la cabeza y abrió los ojos. Él se arrodilló frente a ella, con los labios a unos milímetros de su abdomen. En sus ojos oscuros y ardientes, se podía adivinar un potente y profundo deseo capaz de cortarle la respiración.

– Separa las piernas para mí, Alexandra.

Sin palabras, con el corazón desbocado, ella obedeció.

– Dices que has visto a mujeres arrodilladas frente a los hombres. ¿Has visto alguna vez a un hombre dar placer así a una mujer?

Ella negó con la cabeza y perdió totalmente la capacidad para emitir palabra alguna cuando él introdujo la mano entre sus muslos y le acarició suavemente sus delicadas terminaciones nerviosas, a un ritmo lento, a un ritmo enloquecedor que resultaba… tan… increíble. Ella se había tocado, en la oscuridad, en las noches en que su cuerpo había gritado pidiendo… algo. Pero aunque tocarse había sido placentero, nunca se había sentido de ese modo.

Colin paseaba perezosamente su otra mano por detrás de los muslos de Alex, alrededor de sus nalgas, siguiendo la línea que las separaba, provocándole ahogados gritos.

– Quiero verte. -Y su voz sonaba como terciopelo ajado-. Toda.

Colin apartó los dedos y Alex estuvo a punto de lanzar un gemido de protesta, pero antes de que llegara a sus labios, con un suave movimiento, la tomó en sus brazos y la llevó hasta el lecho. Con la mirada fija en ella, la sentó en el borde del colchón y le separó las piernas con manos ansiosas, arrodillándose acto seguido entre sus muslos y colocándole las piernas sobre sus hombros. Los ojos de Colin ardían con tal deseo que barrieron la timidez de Alexandra, deshicieron su pudor, dejándolo solo con la curiosidad y el doloroso deseo. Apoyada sobre los codos, vio cómo Colin dirigía la mirada a su expuesta intimidad y gemía.

– Precioso -dijo, separándole más con los dedos y tanteándola con suaves y perfectas caricias-. Tan húmedo, tan sedoso y caliente.

Tomó sus nalgas con las manos y después se inclinó. Alex ahogó un gemido cuando notó por primera vez el tacto increíble de la boca de él contra su entumecida carne. La inesperada sensación de su lengua acariciándola y la visión de su cabello negro sumergido entre sus muslos abiertos era la imagen más erótica y excitante que había visto nunca. Con un largo gemido de placer, se dejó caer sobre el colchón y estrujó la colcha, regodeándose en aquella sensación que hacía que le ardiese la sangre.

Solo existía él. Sus labios, su lengua, sus dedos eran implacables, y tal como él había querido su impaciencia creció aún más. Sin vergüenza alguna, arqueó la espalda empujándose contra su boca, con todos los músculos en tensión. El placer recorría todo su cuerpo, creciente y tumultuoso en la parte baja de su vientre, apretándola, llevándola, empujándola hacia algo que no lograba alcanzar. Hasta que Colin hizo algo… algo mágico concentrando su boca en un lugar exquisitamente sensible…

Apretando los puños contra la colcha, Alex arqueó la espalda y separó aún más las piernas. Durante varios segundos y sin aliento, supo que estaba al borde de un precipicio y entonces sintió que se elevaba por encima de él y un chorro de placer bañó su cuerpo de espasmos hasta que, con demasiada rapidez, las intensas sacudidas se apagaron para dar paso a un suave y hormigueante oleaje que la dejó lánguida y sin fuerzas.

Notó que él se movía y abrió los ojos para ver cómo recorría su cuerpo con suaves besos y, después de un último beso en el cuello, apoyó la parte baja de su cuerpo sobre ella y, aguantando su peso con los antebrazos, la miró. Cuando sus miradas se cruzaron, Alexandra enmudeció ante el ardor en sus ojos.

– Alexandra -murmuró Colin.

Pronunció esa simple palabra con una pasión tan potente que le cortó la respiración. Alex levantó el brazo que yacía lánguido y posó la mano en su mejilla.

– Colin.

Sintió un escalofrío cálido por todo el cuerpo al notar la presión de Colin, totalmente vestido y erecto, contra su suave piel desnuda. Sin desviar la mirada de sus ojos, Colin volvió la cabeza y le besó la mano.

– ¿Estás bien? -le preguntó rozándole los dedos con su cálido aliento.

– Estoy… -Se le apagó la voz. No podía describir ese delicioso estado de languidez-. Sin aliento. Sin palabras.

En los labios de Colin se formó una sonrisa maliciosa.

– Sin aliento y sin palabras. Supongo que eso hace que estés… sin «alienabras».

– Siempre que estoy cerca de ti -dijo ella apartando un grueso mechón de su sedoso cabello del brazo de él.

– Siempre que estoy cerca de ti -repitió él e inclinándose le besó con un beso suave, profundo, lujurioso, íntimo, un beso que sabía a él, a ella, a pasión, un beso que reavivó en Alex la llama que Colin acababa de apagar.

Cuando dejaron de besarse, ella lo miró a los ojos deseando leer su expresión inescrutable.

– Ahora ya sé a qué obedece todo el jaleo -dijo suavemente-. No tenía ni idea de que pudiera sentirme… así.

– El placer ha sido mío.

– Te aseguro que también ha sido mío. Ahora sé qué es derretirse… derretirse de impaciencia.

– Ah, impaciente, así que me he salido con la mía.

– Sí, y ahora quiero salirme yo con la mía.

– Impaciente, exigente, dos cualidades deliciosas en una mujer desnuda. Y respecto a tus deseos, ya te he dicho antes que solo tienes que pedir.

Ella se arqueó debajo de él, apretando su vientre firmemente contra la dura cresta de su erección.

– Quiero que estés impaciente.

– Te aseguro que eso está hecho.

– Más impaciente, y desnudo. Había empezado con tu corbata cuando me has distraído sutilmente.

– Así actuamos los espías, con tácticas sutiles. De todos modos, estoy más que encantado de cumplir con tu petición.

La besó suavemente en los labios y después se puso en pie y la ayudó a ella a hacer lo mismo.

– Quiero darte placer -dijo Alexandra, echando un vistazo a la obvia protuberancia bajo sus pantalones-, pero no estoy segura de qué tengo que hacer.

– No hay ninguna posibilidad de que no me des placer, y respecto a lo que tienes que hacer, te ayudaré. -Y tomando sus manos se las llevó al pecho-. Quítame la camisa.

Alexandra arqueó las cejas y preguntó:

– ¿Me prometes que te estarás quieto y no me distraerás de nuevo?

– No -dijo tomándole el pecho con las manos inmediatamente.

– Bueno, por lo menos eres honesto -replicó ella riendo.

Le tomó el rostro entre las manos y la miró con unos ojos súbitamente serios.

– Sí, lo soy. Debido a la naturaleza de mi anterior trabajo, no siempre lo he sido. Pero contigo…

Alexandra apretó las yemas de sus dedos contra los labios de él para hacerlo callar. Puesto que ella había sido poco honesta en el pasado, le atormentaba oír declaraciones de sinceridad por su parte. Por un loco instante pensó en la posibilidad de contarle su sórdido pasado pero inmediatamente apartó la idea de su mente. Lo suyo juntos iba a ser efímero. No tenía sentido acortarlo aún más con confesiones que, al cabo de muy poco tiempo, no iban a tener importancia.

Apartándose de sus brazos, Alexandra movió la cabeza con un signo negativo.

– Quiero que te estés quieto. ¿De acuerdo?

– Estoy de acuerdo en intentarlo. -Y sus verdes ojos brillaron.

Alexandra arqueó una ceja.

– Si no lo estás, creo que mereces saber que corro muy rápido.

– Yo soy más rápido -replicó él esbozando una lenta sonrisa con sus hermosos labios.

– Lo dudo.

– También estoy vestido. Los lugares a los que podrías correr en tu estado actual -dijo, y su mirada recorrió perezosamente todo su cuerpo desnudo, inflamándole de nuevo- son más bien limitados.

– No vas a estar vestido por mucho tiempo -dijo ella acercándose de nuevo hasta él y ocupándose de su corbata.

Colin permaneció totalmente quieto, intentando atenuar su ardiente ansiedad, pero era terriblemente difícil teniéndola solo a un paso, con el cabello revuelto por sus manos, los labios hinchados y húmedos por sus besos, la piel brillando después del clímax, y los aterciopelados pezones erectos por el efecto de su boca. La fragancia que emitía, a dulces naranjas mezclada con el almizcle femenino, llenaba el espacio que los separaba y tuvo que apretar los dientes para amortiguar el deseo de besarla. Ella no quería que se moviera, y no osaría hacerlo, menos aún cuando estaba tan al borde de perder el control.

Después de lo que pareció una eternidad, Alex acabó de deshacer el nudo de la corbata y Colin tomó nota mentalmente para hacerse un nudo mucho menos complicado la próxima vez. Después, Alexandra le quitó despacio la larga prenda de lino del cuello pero, en lugar de dejarla caer en el suelo, le lanzó una mirada maliciosa y se la colocó alrededor del cuello, como una boa.

Colin miró la larga prenda blanca y, al instante, su imaginación se disparó y vio a Alexandra en su cama, desnuda, con las muñecas atadas…

Pero tuvo que detener su imaginación cuando ella le extrajo la camisa fuera de los pantalones y la suave tela se deslizó por encima de su ansiosa erección. Todo su miembro se estremeció y tuvo que ahogar un grito. Le desabrochó la camisa, abriéndosela y dejándole el pecho al descubierto. Colin tenía los hombros en tensión y se vio forzado a relajarlos para que ella pudiera deslizar la prenda por sus brazos. Esperaba que se limitase a dejar caer la camisa al suelo pero la apretó contra su pecho y hundió el rostro en la tela.

– Todavía tiene el calor de tu cuerpo -susurró. Cerró los ojos y tomó aire con fuerza, dejándolo escapar después en un largo suspiro-. Lleva tu aroma. Nunca pensé que un hombre pudiera oler tan maravillosamente.

Viendo cómo abrazaba su ropa, sintió una oleada de ternura y pasión que lo obligó a apretar los puños. Y Alexandra lo sorprendió de nuevo poniéndose la prenda.

– ¿Qué opinas? -le preguntó dándose la vuelta con una sonrisa juguetona en los labios.

Colin contempló la delgada línea de piel pálida que dejaba entrever la prenda, detuvo la vista en la hendidura de su ombligo y continuó después hacia abajo hasta la encantadora sombra de sus oscuros rizos entre los muslos. Las mangas de la camisa cubrían las manos de Alexandra y los extremos arrugados de la prenda le llegaban hasta la mitad de los muslos. El pulso de Colin, ya desbocado, se le aceleró aún más al contemplarla así, tremendamente erótica, con el pelo desordenado cayéndole sobre los hombros y vistiendo sus ropas masculinas.

Tuvo que aclararse la garganta para poder hablar.

– Creo que te sienta mejor a ti que a mí.

Alex le lanzó una sonrisa y, enrollándose las mangas de la camisa, lo miró fijamente y dijo:

– Creo que te sentaba bien, pero debo decir que estás mejor sin ella.

– Gracias… -contestó Colin y al contacto de las manos de ella sobre su pecho, enmudeció.

Alex descendió con las manos por su cuerpo y él cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, decidido a mantener el control y a saborear cada una de sus caricias. Pero los dedos de Alexandra hacían que todos sus músculos se contrajesen y aquellas caricias, al principio indecisas, se hicieron más audaces. Colin lanzó un grito de placer.

– ¿Te gusta esto? -preguntó ella frotando los dedos contra sus pezones.

– Aaah… No estoy seguro. Hazlo otra vez -respondió Colin y notó el aliento de su risa contra el centro de su pecho antes de apretar los labios contra su piel.

Levantó la cabeza y vio cómo le besaba todo el torso, acariciándole al mismo tiempo los hombros y los brazos. Un temblor recorrió su cuerpo cuando Alexandra se aventuró a pasar la lengua por su pezón, un temblor que supo, por su femenina sonrisa, que ella había sentido.

Maldita sea, apenas lo había tocado y estaba temblando. ¿Cómo iba a sobrevivir a la dulce tortura que lo esperaba?

Ella pasó la lengua por su pezón de nuevo.

– Me ha gustado cuando me lo has hecho a mí. ¿Te gusta?

– Sí, si a ti te gusta algo, hay muchas posibilidades de que a mí también me guste.

– Ya veo -dijo Alex, y pasó un solo dedo por su piel justo por encima del cinturón que le sujetaba los pantalones.

Colin contuvo la respiración.

– Eres muy… masculino -dijo pasándole las manos por el abdomen hasta llegar a los hombros-. Muy musculoso y fuerte.

– En este momento estás poniendo a prueba mi fortaleza, te lo aseguro.

– Bien. ¿Y qué hay de tu paciencia?

– En tensión.

– ¿Cómo puedo tensarla más? -Alexandra sonrió.

– Bésame.

Sin vacilación, ella le puso las manos alrededor del cuello y le hizo bajar la cabeza. Él le dejó tomar la iniciativa y gimió cuando le pasó la lengua por el labio inferior. Alex se puso de puntillas, apretándose contra su cuerpo y la cabeza de Colin dio vueltas. Al contacto de su cálida piel contra su pecho desnudo, sus duros pezones apretándose contra él, su lengua invadiendo su boca, olvidó de forma instantánea que no debía moverse. Metió las manos por la camisa que llevaba ahora ella, y las bajó por la espalda hasta tomarle las nalgas. Un segundo más tarde, Alexandra ya no estaba junto a él.

– Prometiste que tendrías las manos quietas -dijo a unos pasos de distancia, apuntándole con el dedo.

– Prometí intentarlo, y lo he hecho, pero es imposible resistirse.

– Vas a tener que quedarte con las manos atadas -dijo entornando los ojos y con un brillo malicioso-. Y yo creo que podré ayudarte.

– No logro pensar en nada que puedas hacer que consiga que tenga menos ganas de tocarte.

– Puedo.

Y con la mirada fija en él, Alex se quitó lentamente la corbata del cuello.

– Pon las manos en la espalda -dijo.

Colin enarcó las cejas y notó cómo aumentaba su erección.

– ¿Tienes realmente la intención de atarme?

– Sí.

– Créeme, eso no hará que tenga menos ganas de tocarte.

– Pero hará que tengas menos posibilidades de hacerlo.

– ¿Eso crees?

– Soy muy buena haciendo nudos.

– Y yo soy muy bueno deshaciéndolos.

Los ojos de Alexandra brillaron con claro desafío.

– ¿Quieres que comprobemos quién es mejor…? A no ser que tengas miedo.

Manteniéndole la mirada, Colin puso las manos en la espalda despacio.

– Todo lo contrario. Tengo una enorme curiosidad. De todos modos, en favor del juego honesto, considero que es justo que te advierta que una vez me haya liberado, no voy a hacer ningún esfuerzo por no tocarte. Te tocaré cómo y dónde desee.

– Me parece justo. De todos modos, creo que ya me has tocado en todas partes.

– Mi dulce Alexandra, no he empezado en absoluto a tocarte tal como pretendo hacerlo.

Ante sus suaves palabras, Alex lo miró con los ojos llenos de interés y el deseo de Colin se avivó. Podía no tener experiencia, pero era osada, y nada cobarde. Había dicho la verdad cuando había afirmado que no era tímida. Había planeado seducirla y, por el contrario, había sido él el seducido. Nunca antes una mujer había cautivado su mente y su cuerpo de ese modo.

Colin colocó las manos a la espalda y Alexandra se puso detrás de él. Cuando terminó, dijo:

– Esto debería mantenerte bien atado.

Colin movió las muñecas para comprobar los nudos.

– Parece un buen trabajo. -Lo miró por encima del hombro-. No hay duda de que me tienes prácticamente a tu merced.

– No estoy segura de haber oído nunca una afirmación tan provocadora -le replicó Alexandra, y apoyando las manos en sus hombros, las bajó lentamente por su espalda. Se acercó y apretó los labios contra su piel.

Colin cogió aire y apretó los dientes para contenerse y no frotar las manos atadas contra el vientre de Alexandra.

– Creo que estás intentando volverme loco -gruñó.

– ¿Funciona?

– Terriblemente bien.

Alex le acarició lenta y suavemente la espalda y los brazos mientras con sus labios le besaba la columna. Colin cerró los ojos aspirando la suave exploración, rezando para mantener el control y no eyacular en sus malditos pantalones.

Alexandra dio lentamente la vuelta hasta ponerse frente a él y Colin vio cómo deslizaba los dedos por su pecho. Cuando alcanzó los pantalones, se quedó totalmente quieto, agónicamente expectante.

Cerró los ojos y gimió al primer contacto de los dedos de Alex sobre su miembro erecto.

– Otra vez -dijo bruscamente.

Ella así lo hizo, recorriendo la longitud de su miembro despacio y tomándolo después en la palma de la mano. Colin se sintió arder. Maldita sea, quería que siguiera tocándolo, inmediatamente. Levantó la vista y sus miradas se encontraron.

– Desabróchame los pantalones, Alexandra.

Alexandra empezó a desabrocharle los pantalones y Colin apretó la mandíbula para mantenerse quieto. Al fin, después de lo que pareció una eternidad, quedó libre. La expectación ante su caricia era dolorosa de tan intensa, y cuando ella recorrió la longitud de su miembro con el dorso de sus dedos, tomó aire bruscamente y cerró los ojos de golpe.

– ¿Te he hecho daño? -preguntó Alex.

– No, Dios, no, no pares.

Ella lo acarició de nuevo, esta vez con más seguridad, y después de tomar aire profunda y temblorosamente, Colin abrió los ojos y miró hacia abajo, para ver las manos de Alexandra deslizándose sobre él, acariciándolo, tomándolo. Todo él ardía, y sus músculos estaban tensos y temblorosos esforzándose para no empujar.

– Estás tan duro… -dijo Alex.

– Ni te lo imaginas -gruñó él.

– Y tan caliente…

Desde luego, porque sentía que estaba a punto de estallar. Con la yema del dedo, Alex trazó un círculo en la hinchada punta de su erección.

– No puedes imaginar lo increíble que resulta esto -musitó Colin con una voz grave que ni él mismo pudo reconocer.

Alex le rodeó el miembro con los dedos y estiró suavemente, haciendo que sus ingles se tensasen. Emergió una gota perlada y Alexandra humedeció con ella la punta de su pene. Colin ya no pudo aguantarse más y empujó moviendo las caderas hacia delante.

– ¿Estás impaciente? -susurró ella.

– Más que eso -guiñó Colin.

Y haciendo unos movimientos de alguien muy bien entrenado, se liberó las muñecas y la tomó en sus brazos. Alexandra lanzó una exclamación de sorpresa que Colin ahogó con un beso. Poniéndole la mano sobre el cabello, le inmovilizó la cabeza para besarla con un ansia y deseo reprimidos que le estaban desgarrando por dentro. Con la mano libre tomó el muslo de Alex y lo levantó apoyándolo sobre su cadera, abriéndola para sus caricias.

Acarició sus nalgas con la palma de la mano abierta y rozó suavemente con los dedos, desde atrás, sus pliegues femeninos y los sintió sedosos, húmedos, hinchados. Gracias a Dios, porque no creía que pudiera aguantar mucho más.

Colin quería excitarla con premeditada lentitud, ralentizar el ritmo veloz de su corazón, pero ella se retorcía contra él, frotaba el vientre contra su erección, le acariciaba la piel y conseguía todo menos calmarlo. Sabiendo que estaba a punto de perder la batalla, la cogió en sus brazos y la condujo a la cama, dejándola caer sobre la colcha delicadamente. La camisa se abrió y también sus piernas y Colin, durante varios segundos, se quedó de pie hipnotizado ante la visión de Alex desnuda, sonrojada, excitada, brillante, húmeda, para él. La mujer a la que había esperado durante años.

Se negó a esperar un instante más.

Colin no se detuvo ni para acabar de desvestirse. Se acomodó entre las piernas abiertas de ella y, apoyándose en sus fuertes brazos, rozó los rizos y los sedosos pliegues de Alex con la punta de su erección. La miró a los ojos y entró lentamente en ella, embriagado por el recibimiento de su carne húmeda y aterciopelada, deteniéndose cuando alcanzó la barrera de su virginidad.

– No quiero hacerte daño -logró decir.

– Seré yo quien te haga daño si te detienes ahora.

Habría lanzado una carcajada si hubiese podido, pero de lo único que era capaz en aquel momento era de seguir empujando y así entró en Alexandra profundamente y emitió un gemido. ¡Por todos los diablos! Ella estaba tan húmeda y prieta y él tan duro y al límite… Apretó los puños e hizo un esfuerzo por quedarse quieto, por no dejarse llevar por la desesperada necesidad de tomarla a largos, profundos y duros empujones.

Ella lo estaba mirando con los ojos muy abiertos, llenos de sorpresa e indecisión.

– ¿Estás bien? -le preguntó él.

Ella asintió despacio, luego con más convicción.

– Sí, ¿y tú?

Me estoy muriendo, pensó Colin.

– Sí, estoy bien.

– Me siento… llena. Todos los hombres han recibido una… bendición como la tuya.

Dios. Estaba temblando, apenas podía pensar, casi ni respirar, ¿y ella esperaba que le contestase?

– No lo sé, ahora mismo, apostaría que soy el hombre con la mayor de las bendiciones de toda Inglaterra. Y también el más… impaciente.

– Excelente, porque quiero experimentarlo todo. Hay más, ¿verdad?

– Sí, hay más -jadeó Colin.

E incapaz de permanecer quieto ni un instante más, muy despacio salió casi hasta el final, para hundirse de nuevo en su húmedo calor, su cuerpo apretándolo como un puño de seda. Continuó con aquellas penetraciones largas, lentas y profundas y vio cómo la vacilación de Alexandra daba paso a un deseo que la hizo agarrarlo por los hombros, contornearse debajo de él, descompasadamente primero, acompañándolo en cada movimiento después. La respiración de Colin se tornó ruda y entrecortada, y sintió arder sus pulmones con cada nueva bocanada de aire. Invadido por el ansia, aceleró sus movimientos y entonces Alexandra cerró los ojos, le apretó los hombros, arqueó la espalda, y de sus labios abiertos escapó un leve grito. Colin empujó profundamente hasta clavarse en su interior. Después se detuvo y la contempló sintiendo su clímax rodear, apretar, aprisionar su miembro. Y en el instante en que el cuerpo de Alexandra empezó a languidecer, salió de ella, la abrazó y apretó su erección entre sus cuerpos sudorosos. Colin hundió su rostro en la cálida y fragante curva del cuello de Alex y se dejó ir, lanzando un gemido gutural.

Cuando dejó de temblar, levantó la cabeza y vio a Alexandra mirándolo con una expresión aturdida y perpleja. Sospechaba que era la misma expresión que tendría él. Se movió para hacerse a un lado y no aplastarla, pero ella apretó los brazos alrededor de sus hombros y negó con la cabeza.

– No te vayas -susurró.

Lo invadió una cálida ternura, algo que nunca había sentido antes, y le acarició delicadamente la mejilla.

– No me estoy yendo. Simplemente no quiero aplastarte.

– No me aplastas. Tu cuerpo sobre el mío, tu piel contra la mía, tu peso… todo es maravilloso. Siempre tengo frío y ahora, bueno, nunca en mi vida me había sentido tan deliciosamente caliente.

«Siempre tengo frío.» Por su mente pasó la imagen de Alex aterida de frío, hambrienta, sucia, desesperada, y se le encogió el corazón. No estaba seguro de qué decirle; se había quedado sin palabras. Lo único que podía hacer era mirarla fijamente y preguntarse… cómo una mujer sin experiencia sexual podía haber conseguido complacerlo más que ninguna otra con anterioridad. Y alterarle su corazón también como nunca antes nadie lo había hecho.

Antes de que pudiera hablar, ella dijo:

– No creas que no me he dado cuenta de que has sido capaz de deshacer los nudos. Te até muy bien. ¿Cómo lo has conseguido?

– Se trata de un simple truco que aprendí durante mi época de espía.

– Estoy impresionada.

– Soy un tipo impresionante -dijo él con una sonrisa.

Alexandra lanzó un largo y placentero suspiro.

– No seré yo quien te contradiga.

Colin recorrió su rostro con la mirada, deteniéndose en un oscuro rizo que cubría su mejilla. Miró aquel mechón sedoso y luego lo tomó entre sus dedos. Según la sesión de cartas, el peligro que lo acechaba estaba relacionado con una mujer de cabello oscuro, y de pronto se dio cuenta de que la forma en que lo hacía sentir aquella mujer de cabello oscuro podía resultarle peligroso. No del modo en que su instinto le había advertido, pero sí de una manera que sospechaba podía ser igualmente fatal.

Porque podía fácilmente hacer peligrar su corazón.

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