Kovac condujo sin prisas mientras repasaba mentalmente todo lo sucedido en un intento de establecer la cronología de los hechos que había descubierto, rellenando las lagunas con conjeturas más o menos inteligentes. Se esforzaba por no reaccionar de forma emocional, por no sentirse traicionado, por recordarse que tenía razón desde el principio, que era mucho mejor no esperar nada.
El bar de Neil Fallon estaba cerrado y ofrecía un aspecto de abandono. De hecho, todo el lugar parecía una especie de arrabal que incluso los indigentes habían olvidado. Las cabañas toscas, el taller, el cobertizo donde Fallon guardaba las barcas… Todo estaba a oscuras y desprovisto de vida, a excepción de las ratas. La única iluminación procedía de un par de bombillas de seguridad instaladas sobre unos postes y el rótulo de cerveza Coors que emitía su zumbido característico en el ventanuco del bar.
Kovac aparcó a la luz de las bombillas y se apeó. Desenterró la linterna de entre una pila de porquería acumulada en el suelo tras el asiento del conductor, abrió el maletero y rebuscó entre bolsas de papel y kits de pruebas hasta encontrar la barra para cambiar neumáticos.
El viento no había amainado, y la temperatura había descendido. No era la noche más idónea para pasear a la luz de la luna, pero Kovac se dirigió de todos modos hacia el cobertizo de las barcas. Tenía todos los sentidos a flor de piel y percibía con gran intensidad el azote implacable del frío en la nariz y los pulmones, así como el sonido de sus zapatos sobre la nieve. Se detuvo cerca del cobertizo y recorrió con la mirada la orilla.
A la luz de la luna no alcanzó a distinguir en qué punto había atravesado el hielo el 4x4 de Derek Rubel, pero no estaba lejos. De pie entre aquellos edificios vacíos, en medio de la nada, Kovac pensó que aquel era el típico lugar donde un hombre podía desaparecer de una dimensión, sumergirse en otra y no volver a ser visto nunca más.
He aquí un secreto que merecía la pena saber, de modo que Kovac lo archivó para el futuro. Tenía la sensación de que la huida sería una opción estupenda cuando todo aquello terminara.
El arma se disparó con un ruido ensordecedor. Amanda se levantó de un salto, agitando los brazos.
Y entonces despertó.
Estaba sola en el despacho.
Permaneció detrás de la mesa con el corazón desbocado y la respiración entrecortada, como si hubiera corrido dos kilómetros a toda velocidad. Percibía el olor a sudor en su ropa empapada. Las emociones se acumulaban en su interior, sofocándola, aplastándola. De su garganta brotó un sollozo desesperado. Se abalanzó sobre la mesa, derribando la lámpara y barriendo con los brazos cuanto contenía. Golpeó la madera con los puños, llorando, luchando, furiosa, aterrada.
Cuando la adrenalina remitió y el arranque tocó a su fin, volvió a sentarse y se obligó a utilizar la cabeza.
Por mucho que intentara engañarse durante todos aquellos años, siempre había sido una cuestión de tiempo.
Y el tiempo se había acabado.
Abrió el cajón de la mesa y sacó el arma.
Utilizando la barra a guisa de palanca, Kovac forzó el cerrojo de la vieja puerta. El cerrojo, que incluía un candado para mayor segundad, cayó a un lado, y Kovac pudo entrar en el cobertizo. Encendió la linterna para encontrar el interruptor de la luz.
Vio una media docena de embarcaciones guardadas para el invierno. Kovac caminó entre ellas y se fijó en los nombres Hang Time, Miss Peach, Azure II. Eligió una llamada Wiley Trout y subió la escala. Al volver al suelo llevaba una mochila grande y pesada cogida de una correa
– Suéltela, Kovac.
Kovac hizo la mochila a un lado y suspiró.
– ¿Suéltela o qué?
– O lo mato aquí mismo.
– ¿En lugar de matarme más tarde y hacer que parezca un suicidio? No bromeabas al decir que hacías cualquier cosa que necesitara el capitán.
– No, no bromeaba -corroboró Gaines-. Deje la mochila.
– Supongo que contiene algo valioso
– Eso no importa. Suéltela.
– Ah -dijo Kovac, volviendo la cabeza en un intento de ver qué había apuntado Gaines a su espalda-. Porque la verdad es que no contiene nada aparte de un montón de papel viejo. Pero tú me matarás primero y te preocuparás por las pruebas más tarde. Sé que esto te sonará a cliché, pero no te saldrás con la tuya, Gaines. Es demasiado tarde, hay demasiadas personas que saben demasiado.
– No creo -rebatió el ayudante de Wyatt con seguridad-. Usted sospecha, pero no sabe nada. Va dando palos de ciego y está solo. Esto no es una investigación oficial, y no ha mencionado sus sospechas a Leonard. Por el momento, carece de pruebas, y las únicas personas que saben qué investigaba Andy Fallon tienen mucho que perder. Hoy se han presentado cargos contra Neil Fallon por el asesinato de su padre, y el forense no cambiará su dictamen respecto a la muerte de Andy.
– Pareces muy seguro de todo -observó Kovac-. ¿Te ha dicho Wyatt que se encargaría del asunto?
– Wyatt no sabe nada.
– ¿No sabe que mataste por él, que te deshiciste de las personas que podían dar al traste con su imagen ante los espectadores americanos? Qué desinteresado eres, Gavin. Debería subirte el sueldo. ¿O acaso eso viene luego? Una vez haya alcanzado el éxito, cuando el dinero empieza a llegar a espuertas, cuando le muestres las fotos, el vídeo o cualquiera que sea la prueba que has conseguido para demostrarle cuánto le quieres.
– Cierre el pico.
– ¿Y cómo explicarás mi muerte? -inquinó Kovac mientras cambiaba sutilmente de posición, pues aún no distinguía qué llevaba Gaines en las manos-. Porque te advierto que no pienso permitir que parezca un suicidio, colega. No moriré sin luchar.
– Tengo algunas ideas. Deje la mochila.
– Con Andy fue fácil, ¿verdad? -prosiguió Kovac-. Acude a Wyatt para hacerle algunas preguntas inocentes, y te das cuenta de que Ace se pone nervioso, así que decides indagar por tu cuenta para averiguar qué sabe Andy. Puede que ni siquiera supiera lo que tenía en sus manos, así que no se preocupó. Él es un tío guapo, tú eres un tío guapo. Salís un par de veces, y a él no le extraña que te presentes en su casa con una botella de vino…
– No quería matarlo -murmuró Gaines con una extraña mezcla de remordimiento y fruición-. No soy un asesino.
– Sí lo eres -replicó Kovac-. Creías que Andy sabía algo capaz de destruir tu futuro. Lo planeaste todo. Primero lo drogaste, luego lo estrangulaste mientras estaba inconsciente, para que no pudiera resistirse, y por fin lo colgaste de la viga y dejaste que la soga hiciera el resto.
– No quería hacerlo.
– Y apuesto algo a que te quedaste ahí mirando mientras daba patadas y su cuerpo se convulsionaba, pensando en lo rápido que es, ¿verdad?
– Le dije que lo sentía -se justificó Gaines-. Y en verdad lo sentía, pero Andy lo habría estropeado todo. Habría destruido al capitán Wyatt, y yo he trabajado demasiado duro para conseguir esta oportunidad. Ahora la tengo al alcance de la mano, el programa, la televisión nacional, todo. Andy me lo habría arrebatado todo por nada, por algo que sucedió hace más de veinte años, por algo que no puede cambiarse. No podía permitírselo.
– ¿Sabes qué sucedió esa noche? -inquinó Kovac.
– Sé que Mike Fallon lo sabía. Había mantenido la boca cerrada durante todos esos años porque Wyatt le pagaba. Andy lo había descubierto, y si hubiera conseguido hacer hablar a su padre… No podía permitírselo.
– Wyatt debe de sospechar, Gavin. ¿Crees que se quedará contigo si descubre que eres un asesino? Es policía, por el amor de Dios, un policía que tiene un programa de investigación policial. Si es listo te ahorcará y salvará el pellejo. Imagínate qué programa especial tan conjonudo le saldría a tu costa.
– ¡Suelte la puta mochila!
– Eres un asesino -insistió Kovac-. Si Wyatt lo descubre…
– ¡También él lo es! -atajó Gaines-. ¡Suelte la puta mochila de una vez!
Kovac no tuvo tiempo de asimilar la revelación, porque de repente captó el movimiento del brazo de Gaines por el rabillo del ojo y se arrojó al suelo. El martillo le pasó rozando la nuca y le golpeó el hombro con tal fuerza que el dolor fue intensísimo a pesar del grosor del abrigo.
Rodó sobre sí mismo y vio que Gaines intentaba de nuevo golpearlo en la cabeza, aunque solo consiguió clavar la cabeza del martillo en el suelo de tierra.
– ¡Suéltelo, Gaines! -gritó Liska de repente-. ¡Queda detenido!
– ¡Pistola! -exclamó Kovac al ver que Gaines sacaba un arma de debajo del abrigo y echaba a correr.
Kovac rodó sobre un costado y buscó cobijo bajo una barca, pero el objetivo de Gaines era huir y ya estaba corriendo, la mochila en la mano izquierda y la pistola en la derecha. De pronto extendió el brazo hacia atrás y efectuó un disparo, al que Liska respondió. Games siguió corriendo en dirección a la otra puerta del cobertizo.
Liska pasó corriendo junto a Kovac mientras este se incorporaba y desenfundaba el arma. Gaines se agazapó tras la última embarcación y disparó dos veces más. Liska se arrojó hacia la derecha; el segundo disparo hizo añicos la visera de fibra de vidrio tras la que se había cobijado, y la bala pasó a escasos centímetros de su cabeza. Al instante, Gaines salió del cobertizo.
Kovac salió por una puerta lateral y se agachó tras varios barriles de aceite de doscientos cincuenta litros, aguzando el oído para averiguar hacia dónde se dirigía Gaines, pero no oía nada más que el aullido del viento.
– Elwood tiene su coche -jadeó Liska mientras se dejaba caer junto a él-. Tippen ha enviado varios coches patrulla.
Habían tendido la trampa con grandes prisas, sin tiempo ni ganas de avisar a Leonard. Kovac reconocía que no había gran cosa que utilizar como cebo, pero había oído lo suficiente y encajado suficientes piezas del rompecabezas para seguir su instinto. Si mantenían el plan en secreto y nadie picaba el anzuelo, tampoco perdían nada. Si se lo hubieran contado a Leonard y Leonard se lo hubiera prohibido, no habrían tenido posibilidad de ganar nada.
Kovac se quitó un guante, se llevó la mano a la nuca y se miró los dedos ensangrentados. Masculló un juramento entre dientes.
– ¿Por dónde ha ido? Si sale de la finca, tendremos entre manos a otro Rubel, y tú y yo acabaremos haciendo guardias en el vertedero del condado.
– No, acabaremos tirados en el susodicho vertedero, porque Leonard nos mandará asesinar.
Kovac se desplazó hacia el último barril y escudriñó el patio como pudo. No había rastro de Gaines, lo que significaba que podía haberse refugiado en algún edificio de la finca, de forma que aquello podía acabar en tiroteo. De repente, el zumbido penetrante de un motor pequeño surcó el aire, y ya no quedó tiempo para pensar.
La motonieve salió disparada por la puerta trasera del taller de Neil Fallon y se dirigió en línea recta hacia Kovac. Kovac separó los pies, efectuó un disparo que impactó contra el morro del vehículo, se arrojó al suelo, rodó sobre sí mismo y se levantó.
Gaines conducía a toda velocidad en dirección al lago, en concreto hacia la extensión que se abría al este de las cabinas de pesca. La motonieve rebotó sobre los montones de nieve dura que se acumulaban en el camino. Kovac se lanzó en su persecución con la esperanza de no perderlo de vista. Disparó dos veces más, aunque en realidad no esperaba darle a nada.
Al llegar a la orilla, la motonieve dio un salto, y Gaines salió despedido del asiento, aunque sin soltar el manillar. La máquina se inclinó bajo su cuerpo y empezó a caer.
Kovac apretó el paso y vio que Liska se acercaba por la izquierda. La motonieve se estrelló contra el hielo y lo atravesó con un estruendo que recordaba un trueno. Gaines aterrizó junto al vehículo y por un instante permaneció inmóvil.
– ¡Cuidado con el hielo! ¡Cuidado con el hielo! -gritó Liska mientras Kovac corría por el viejo embarcadero.
Gaines ya intentaba incorporarse con la mochila colgada de los hombros. La motonieve empezaba a hundirse a medida que el hielo circundante cedía. Con un último crujido, el vehículo desapareció.
– ¡Ríndete, Gaines! -gritó Kovac-. ¡No tienes adonde ir!
Gaines levantó el arma y disparó. Kovac se arrojó de bruces sobre el embarcadero, pero el grito de Gaines lo indujo a levantar la cabeza.
– ¡Se ha caído al agua! -señaló Liska.
Gaines profirió una exclamación ahogada, agitando un brazo sobre la superficie. Kovac bajó del embarcadero y pisó el hielo con mucho cuidado.
– ¡Aguanta, Gaines! ¡No te muevas!
Pero Gaines era presa del pánico, y su cuerpo aparecía y desaparecía mientras intentaba salir del agua, aunque lo único que conseguía era romper más hielo a su alrededor.
– ¡Estate quieto, Gaines! -ordenó.
Oía los jadeos y gemidos de Gaines. La temperatura del agua no tardaría en producirle un shock, bloqueando sus sistemas vitales. El peso de la ropa mojada tiraría de él hacia abajo como una armadura, y la mochila sería como un yunque atado a su espalda. Los músculos se le agarrotarían, lo que no haría más que intensificar el pánico.
– ¡Déjame cogerte del brazo! -gritó Kovac, alargando la mano mientras percibía que el hielo se agrietaba bajo el peso de su cuerpo.
En lugar de permitir que Kovac lo asiera del brazo. Gaines agito las manos como un loco, pero sin conseguir aferrarse a él. Varios centímetros más de hielo cedieron, y de la garganta del hombre brotó un chillido animal.
– ¡Quieto! ¡Quieto, maldita sea! -se desesperó Kovac. Se concentró en el brazo de Gaines y se lanzó de bruces al tiempo que lo agarraba con fuerza.
El hielo cedió bajo su pecho, y la parte superior de su cuerpo se sumergió en el agua.
Estaba tan fría que fue como chocar contra un ladrillo a toda velocidad. Instintivamente, se puso a darle manotazos como si fuera sólida y pudiera salir de ella dándose impulso. Percibió las manos de Gaines tirando de él en un intento de arrastrarlo al fondo. De pronto, otra fuerza tiró de él desde fuera, asiéndole las piernas.
Kovac levantó la cabeza y la sacó del agua tosiendo mientras intentaba retroceder hacia una capa de hielo más gruesa.
– ¡Sam! -llamó Liska.
Estaba tras él, tendida en el hielo, aferrada a una de sus piernas. Kovac se quedó muy quieto. Ya se le habían entumecido los dedos por el frío. Sin dejar de toser y atragantarse, escudriñó el agujero en el hielo.
Gaines había desaparecido. El agua relucía quieta y negra a la luz de la luna.
Por un instante, Kovac imaginó lo que sería ahogarse, ese brevísimo momento bajo el agua, a ciegas, intentando salir a respirar y sin sentir más que hielo sobre la cabeza.
De inmediato cerró la puerta a esa parte de su mente y se dirigió a gatas hacia el embarcadero.