CAPÍTULO 23

Llevaban discutiendo desde el día anterior sobre el lugar donde se celebraría la boda. Aunque tal vez «discutir» no fuera el término correcto, ya que ambos estaban decididos a ceder a los deseos del otro.

Constantine opinaba que deberían casarse en Copeland Manor, ya que se trataba del hogar de Hannah y era evidente que lo adoraba. Las novias debían salir de su casa el día de la boda.

Tuvo el buen tino de no mencionar Markle en ningún momento.

Hannah opinaba que deberían casarse en Ainsley Park, ya que se trataba del hogar de Constantine y era evidente que lo adoraba. Además, lo más adecuado era que el nuevo conde de Ainsley se casara en su casa solariega.

Al final acordaron que la iglesia de Saint George sería el lugar más conveniente. Estaba situada en Hanover Square, a un tiro de piedra de Dunbarton House. La novia podría llegar andando. La alta sociedad asistiría en pleno. Tal vez incluso lo hiciera el rey. Y era el lugar de moda para contraer matrimonio.

Sin embargo, aunque ninguno de los dos estaba dispuesto a admitirlo, no querían casarse en Saint George.

Tendría que ser en Copeland Manor.

O en Ainsley Park.

O tal vez en la iglesia de Saint George.

– Excelencia, háblenos de la boda -dijo la señorita Winsmore en cuanto estuvieron sentados a la mesa en Merton House-. ¿Cuándo y dónde se celebrará?

– Lo antes posible, para contestar la primera pregunta -respondió Hannah-. Y todavía no hemos decidido el lugar, y eso responde la segunda. -Acababa de tomar aire para añadir que prefería que se celebraba en Ainsley Park, a sabiendas de que la familia de Constantine la respaldaría, pero el conde de Merton se le adelantó.

– Con, debes casarte en Warren Hall -dijo-. Es tu hogar y siempre lo será. Allí es donde naciste y donde creciste. La capilla privada siempre se ha usado para las bodas, los bautizos y los… funerales -añadió en voz más baja.

– ¡Oh, sería precioso! -Exclamó Cassandra mientras les servían el primer plato-. Pero, Stephen, quizá Hannah tenga otras ideas. Al fin y al cabo también es su boda, no solo la de Con. -No obstante, miró a la aludida con expresión suplicante.

– Elliott y yo nos casamos allí -señaló Vanessa-, al igual que Cassandra y Stephen, que lo hicieron el año pasado. Es un sitio precioso para una boda. La capilla está situada en un lugar muy tranquilo de la propiedad, en medio de una arboleda, y es pequeñita, así que con unos cuantos invitados ya parece estar a rebosar. Además, tiene un aura de intimidad familiar única porque está rodeada por el cementerio. Allí está la historia de la familia.

Hannah llegó a la conclusión de que allí estaría enterrado Jon. Y de repente supo que tenían que casarse en Warren Hall. Sintió que era el lugar correcto antes siquiera de mirar al otro lado de la mesa hacia Constantine y ver la expresión tensa y seria de su cara.

– Stephen, te agradezco que estés dispuesto a prestarnos la capilla -lo oyó decir-, pero creo que deberíamos permitirle a Hannah…

– ¿Que elija por sí misma? -suplió ella, interrumpiéndolo-. En ese caso, elijo yo. Gracias. Voy a elegir. -Sabía que la sonrisa de Constantine era forzada y que le estaba costando muchísimo mantenerla-. Elijo Warren Hall -añadió, mirándolo a los ojos, y tuvo la impresión de que se ahogaba en ellos al ver que la sonrisa desaparecía.

– ¿Estás segura? -preguntó él.

– Segurísima -respondió, y era cierto-. Será en Warren Hall. Gracias, lord Merton. Es usted muy amable.

– Creo que de ahora en adelante, será mejor que me llames Stephen y que me tutees -replicó el conde-. Creo que todos deberíamos tutearnos.

Y de repente todos comenzaron a hablar a la vez mientras daban buena cuenta de la cena. Margaret, Vanessa y Katherine habían decorado el enorme salón de baile de Warren Hall, así como la capilla, antes incluso de que retiraran el plato principal. Cassandra había organizado el menú para el banquete de boda antes de que llegara el postre.

– Con, será mejor que te relajes y las dejes decidir -le advirtió Elliott-. Ya has hecho tu trabajo. Le has pedido matrimonio a Hannah y ella ha aceptado. El resto queda en manos de las damas.

Hannah fue informada de que los días previos a la boda se alojaría en Finchley Park, una de las propiedades del duque de Moreland, precisamente en la que creció, que lindaba con Warren Hall. También se alojarían en ella otras personas, incluyendo a Vanessa y a Elliott, a sus hijos, a la madre y a las hermanas de Elliott y a cualquier persona que Hannah quisiera invitar. Vanessa le aseguró que no tenía que preocuparse por la presencia de tanta gente. Le dijo que también estaba la residencia de la viuda, una casa preciosa situada en un lugar aislado a orillas del lago, que fue el sitio donde Elliott y ella pasaron la luna de miel. Y que sería el lugar donde la pasarían ellos. Añadió que no conocía ningún otro sitio más romántico para comenzar la vida matrimonial.

– ¿Te acuerdas de los narcisos? -le preguntó a Elliott.

Y la pregunta hizo que el adusto duque de Moreland le guiñara un ojo delante de todos.

La mirada de Hannah se cruzó con la de Constantine, sentado al otro lado de la mesa, e intercambiaron una sonrisa que tal vez pasara inadvertida para los demás. De camino a la cena, Constantine la había advertido de que sus primas conformaban un trío de armas tomar y de que Cassandra estaba demostrando ser una valiosa adición a sus filas. Según él, si no se andaba con cuidado, le quitarían la boda de las manos y ellas se ocuparían de todo.

Y eso antes de saber que la boda se celebraría en sus dominios, en Warren Hall.

– ¡Ay, por Dios! -Exclamó de repente Katherine, y su tono de voz silenció a todos los comensales-. Ya estamos otra vez. Hannah, crecimos en un pueblecito pequeño, éramos las hijas del vicario. Siempre había cosas que hacer y que organizar. Y siempre éramos nosotras las que nos ofrecíamos a hacerlo. La vida rural puede convertirse en un aburrimiento sin fin a menos que alguien se ocupe de ese tipo de cosas. Sin embargo, aunque hace mucho que dejamos esa vida atrás, no hemos perdido la costumbre de «organizar».

– Es cierto -admitió Margaret con un suspiro-. Hannah, nadie te tiene por una mujer indecisa y desvalida. Supongo que llevas todo este rato riéndote de nosotras en silencio. Posiblemente tengas la boda preparada y no necesites de nuestra ayuda.

Hannah era consciente de que todos los ojos estaban clavados en ella. Los de las damas con tristeza; los de los caballeros con sorna.

– No me estoy riendo -aseguró-. Todo lo contrario más bien. -Y la verdad era que tuvo que parpadear varias veces para no acabar llorando-. Nunca he planeado una boda, tuve una que planearon por mí. Ayer accedí a casarme con Constantine, pero ya veo que también voy a casarme con su familia, y eso me hace tan feliz que no puedo expresarlo con palabras.

El duque le había asegurado que cuando encontrara el amor, encontraría también la sensación de pertenencia que siempre lo acompañaba.


Faltaba poco para que diera comienzo el baile. Los caballeros no siguieron en el comedor cuando las damas lo abandonaron, sino que las acompañaron al salón de baile para esperar la llegada de los primeros invitados.

Hannah sabía que el nuevo título de Constantine se anunciaría en el transcurso del baile. Y también se anunciaría su compromiso. El comienzo de una nueva era. Miró el precioso vestido turquesa que llevaba y se alegró de haberse quitado el blanco, aunque eso la hubiera hecho llegar tarde. Ya no tenía que seguir escondiéndose. No tenía que parapetarse tras una armadura de hielo y diamantes.

Era la duquesa de Dunbarton y pronto se convertiría en la condesa de Ainsley. Pero por encima de todo, era Hannah. Era ella misma tal como la habían moldeado la vida, su personalidad y sus vivencias. Se gustaba. Y estaba enamorada.

Era feliz.

Cuando los invitados comenzaron a llegar, Constantine le cogió la mano y se la colocó en su brazo. Pasearon juntos por el salón de baile, deteniéndose brevemente con algunas amistades. Ambos estaban muy sonrientes.

– ¿Has notado que todo el que entra en el salón te mira dos veces, la primera con franca admiración por tu belleza y la segunda, con asombro cuando te reconocen? -preguntó Constantine.

– Creo que es a ti a quien miran -lo contradijo-. Estás guapísimo cuando sonríes.

– ¿Te alegra celebrar la boda en Warren Hall? -quiso saber Constantine.

– Sí -respondió-. Estarás rodeado por toda tu familia. Jonathan incluido.

– Sí, pero ¿y la tuya?

Lo miró mientras la sonrisa desaparecía de sus labios.

– ¿Estarás rodeada por tu familia? -insistió él.

– Invitaré a Barbara y al señor Newcombe -contestó-. Tal vez les apetezca ponerse otra vez en camino para asistir a mi boda.

– ¿Cuando tú no vas a asistir a la suya? -Señaló Constantine-. ¿Eso es una verdadera amistad?

¿Por qué había sacado el tema a colación en ese momento? El salón de baile comenzaba a llenarse de gente. El ambiente estaba un poco caldeado. Los miembros de la orquesta estaban afinando sus instrumentos.

– Muy bien -claudicó, levantando la barbilla y el abanico, un gesto que la convirtió en la duquesa de Dunbarton-. Invitaré a mi padre, a mi hermana, a mi cuñado y a mis sobrinos. Incluso invitaré a los Leavensworth. E iré a la boda de Barbara. Los dos iremos. ¿Estás satisfecho?

– Lo estoy -respondió él y añadió-: Amor mío. -Y le dio un beso fugaz y discreto, aunque fue todo un escándalo más que nada porque todavía no se había hecho ningún anuncio.

– Tendrá que casarse conmigo después de esto, señor -lo amenazó.

– ¡Maldita sea mi estampa! -Exclamó Constantine con una sonrisa-. No me va a quedar más remedio que hacerlo.

– No vendrá ninguno -le advirtió-. Salvo Barbara, quizá. E incluso ni siquiera ella.

– Amor mío, lo que cuenta es que vas a tenderles la mano -replicó él-. No puedes hacer otra cosa. Es lo máximo que podemos hacer. Vamos a bailar. Y después acataré con gran renuencia todas las reglas y bailaré solo una pieza más contigo. La posterior a la pausa y al anuncio. Será un vals. Tuve que luchar con Stephen e inmovilizarlo contra el suelo hasta que accedió a que fuera un vals.

Se echó a reír al escucharlo.

– ¿Y si ya he prometido esa pieza en concreto? -preguntó.

– Lucharé con tu pareja y lo inmovilizaré contra el suelo hasta que recuerde que lleva zapatos nuevos que le han provocado unas terribles ampollas en los dedos -contestó.

– Qué tontería-replicó Hannah entre carcajadas.


Otro asunto que también llevaban discutiendo desde el día anterior era el lugar donde establecerían su residencia una vez que se casaran. Ese tema había sido mucho más fácil de zanjar.

Con había abandonado Ainsley Park para instalarse en la residencia de la viuda a fin de dejar espacio para nuevos residentes. La residencia de la viuda satisfacía perfectamente sus necesidades de soltero; pero, sin embargo, resultaría pequeña para añadir una esposa y, ojalá sucediera, una familia. Además, si desalojaba sus aposentos, le explicó a Hannah, también podrían utilizarse todas las estancias de la casa. Tal vez como alojamiento para el administrador o para los instructores. Ellos solo necesitarían una suite en la que instalarse durante sus visitas.

Porque pensaba ir a Ainsley Park un par de veces al año, claro. Esas personas eran muy importantes para él, y creía que sus sentimientos eran correspondidos.

Si establecían Copeland Manor como su lugar de residencia, Hannah estaría cerca de El Fin del Mundo y de los ancianos a los que tanto cariño les tenía. Y la propiedad en sí sería su refugio particular. Un lugar precioso, con sus terrenos agrestes y la mansión emplazada en una suave loma desde la que se disfrutaba de unas maravillosas vistas en cualquier dirección. En los años venideros sería el paraíso para cualquier niño. Y estaba cerca de Londres.

Que sería, por supuesto, el lugar donde pasarían la primavera todos los años. Porque al año siguiente Constantine tendría que ocupar su escaño en la Cámara de los Lores. Y se alojarían en la casa que tenía alquilada, aunque no estuviera en la parte más elegante de la capital. Podían prescindir de la ostentación.

De modo que Copeland Manor sería su hogar.

Y se alegraba por ello, pensó Con mientras bailaba y observaba bailar a Hannah. De hecho, se alegraría de vivir incluso en un cuchitril con ella. Aunque tal vez fuera mejor no comprobarlo.

La hora de la pausa llegó en un abrir y cerrar de ojos, y Stephen anunció a la alta sociedad que su primo, Constantina Mutable, sería honrado por Su Majestad el rey con el título de conde de Ainsley antes de que la temporada social llegara a su fin. Y que el nuevo conde de Ainsley convertiría en su condesa a la duquesa de Dunbarton poco después de que eso sucediera, en una ceremonia privada que se celebraría en Warren Hall.

Con intentó contar las semanas que habían pasado desde el día que vio a Hannah en Hyde Park después de dos años, mientras cabalgaba con Monty y con Stephen, y sufrió su rechazo. No eran muchas, pero le costaba recordar la imagen que tenía de ella en aquel entonces. Era sorprendente lo mucho que cambiaban las personas cuando se conocía el interior además del exterior.

Ya en aquel momento estaba planteándose el tema del matrimonio. ¿Quién le iba a decir mientras la observaba aquel día en el parque que acabaría casándose con ella?

Que sería ella.

Su amor verdadero.

El baile tardó en reanudarse. Todos querían felicitarlos y expresarles sus buenos deseos. Muchos hombres juraron que llevarían brazaletes negros en señal de duelo desde el día siguiente. Hannah los golpeó con fuerza con el abanico en el brazo.

Y llegó el momento del vals.

Un baile que a Con le gustaba mucho, siempre y cuando pudiera elegir con quién lo bailaba, por supuesto. Por suerte, los hombres disfrutaban de un mayor control del asunto. Sin embargo, Hannah no parecía contrariada al tener que bailar con él cuando la sacó a la pista de baile.

– ¿Estás contenta? -preguntó mientras le rodeaba la cintura con el brazo derecho y le cogía la mano con la izquierda.

– ¡Sí, lo estoy! -Respondió Hannah con un suspiro-. Aunque no sé si voy a disfrutar mucho con todos los preparativos para la boda. Quizá deberíamos habernos fugado.

– Mis primas jamás nos lo perdonarían -replicó él con una sonrisa.

– Lo sé. Pero lo único que quiero es estar contigo. Por su parte, llevaba todo el tiempo tratando de obviar ese tipo de anhelo.

– ¿Quieres venir a mi casa esta noche, después del baile? -preguntó.

Hannah lo miró a los ojos unos instantes antes de suspirar otra vez.

– No -contestó-. Ya no soy tu amante, Constantine. Soy tu prometida. Hay una gran diferencia.

Su respuesta lo decepcionó… y lo alivió. Porque había una gran diferencia.

– Seremos buenos, pues -repuso-. Y nos consolaremos con la idea de la noche de bodas.

– Sí -convino ella-. Pero no es solo eso. Es que estoy deseando… ¡Ay, no sé cómo decirlo! Estoy deseando ser tu esposa.

La miró con una sonrisa.

– Y acabo de recordar una cosa -añadió Hannah, cuya expresión recobró la alegría-. El duque me enseñó que jamás usara el verbo «desear», porque implica una falta de seguridad en mí misma y es la puerta a la decepción. No deseo ser tu esposa. Lo voy a ser, así que me lanzaré de lleno a ayudar a Margaret y a las demás con los preparativos de la boda para que el tiempo pase más deprisa. ¡Ay, Constantine! Es maravilloso tener una familia que se preocupe por mi boda, aunque en parte preferiría fugarme.

En ese instante comenzó la música.

Y sin dejar de mirarse a los ojos bailaron bajo la luz de las velas de las arañas, entre los arreglos florales y los frondosos helechos, entre el resto de las parejas que conformaban un reluciente remolino de satenes, sedas y joyas de variados colores.

Con comprendió que siempre había vivido en los márgenes de la vida, observando las vidas de los demás, ayudándolos incluso a caminar por ella. La muerte de Jon había supuesto un golpe tan fuerte porque había intentado vivir la vida de su hermano y había acabado descubriendo que era imposible. Jon tenía que morir solo. Y a esas alturas era un hecho que asumía como natural y justo. Jon había vivido su vida, la vivió con intensidad, y murió cuando le llegó la hora.

Y por fin había llegado su turno, reconoció. De repente y por primera vez, se encontraba en el centro de su vida, viviéndola y disfrutándola.

Amando a la mujer que ocupaba dicho centro a su lado.

Amando a Hannah.

Que lo miraba con una sonrisa.

La hizo girar al llegar a uno de los rincones del salón de baile y se la devolvió.

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