Mary se desplomó en la cama y empujó las sábanas y mantas con los pies. Medio dormida, extendió sus piernas intentando enfriarse.
Maldición, tenía el termostato demasiado alto…
Una horrible sospecha la trajo bruscamente a la conciencia, su mente volviendo a la atención en una ola de temor.
Fiebre baja. Ella tenía fiebre baja.
Oh, infiernos…Ella conocía la sensación demasiado bien, el rubor, el calor seco, los dolores generalizados. Y el reloj daba las 4:18 de la madrugada. Lo cual, cuando había estado enferma, era el momento en que a su temperatura le gustaba subir.
Alcanzándola a lo alto, abrió la ventana de detrás de su cama. El frío aire aceptó la invitación y se precipitó hacia adentro, refrescándola, calmándola. La fiebre bajó poco después, un brillo de sudor anunció que se retiraba.
Tal vez solo le iba a venir un resfrío. La gente con su historial médico tenía enfermedades comunes como el resto del mundo. De verdad.
Excepto que de cualquier manera, rhinovirus o recaída, no iba a volver a dormir. Se puso una bata sobre su camiseta y sus boxers y se fue abajo. Caminó hacia la cocina, prendió cada interruptor por dónde pasaba hasta que todas las esquinas oscuras en la casa quedaron iluminadas.
Destino: su cafetera. No había ninguna duda, contestar algún correo electrónico de la oficina y prepararse para el largo fin de semana por el Día de La Hispanidad (12 de octubre), era mejor que estar en la cama y contar el tiempo antes de ir a su cita con la doctora.
Que a propósito era en cinco horas y media.
Dios, odiaba la espera.
Llenó la máquina Krups de agua y fue a la alacena para buscar el café. Estaba casi vacío, entonces sacó el que tenía de reserva y el abrelatas manual y…
Ella no estaba sola.
Mary se inclinó hacia delante, miró por la ventana que había sobre el fregadero. Sin luces externas no podía ver nada, entonces se deslizó a su alrededor y prendió el interruptor que había al lado de la puerta.
¡Por Dios!
Una gran forma negra estaba al otro lado del cristal.
Mary se volvió hacia el teléfono, pero se paró cuando vio los destellos de un cabello rubio.
Hal levantó su mano a modo de saludo.
– ¡Hey! -su voz quedó amortiguada por el cristal.
Mary se abrigó colocando sus brazos alrededor de su estómago- ¿Qué estás haciendo aquí?
Sus amplios hombros de encogieron. -Quería verte.
– ¿Por qué? ¿Y por qué ahora?
Se encogió otra vez. -Me pareció una buena idea.
– ¿Estás trastornado?
– Sí.
Ella casi se rió. Y luego recordó que no tenía vecinos cerca y él era prácticamente del tamaño de su casa.
– ¿Cómo me has encontrado? -Tal vez Bella le había dicho dónde vivía.
– ¿Puedo entrar? ¿O tal vez tú puedes salir, si así te sientes más cómoda?
– Hal, son las cuatro treinta de la mañana.
– Lo se. Pero tú estás despierta y yo también.
Dios, él era muy grande en todo ese cuero negro y con su cara casi toda en la sombra era más amenazador que hermoso.
– ¿Y ella pensaba abrir la puerta? Claramente también estaba trastornada.
– Mira, Hal, no creo que sea una buena idea.
Él la miró a través del cristal. -¿Entonces tal vez podamos hablar tal y como estamos?
Mary lo miró, quedándose sin habla. ¿El tipo estaba dispuesto a perder el tiempo, observando desde fuera de su casa como un criminal, solo para que pudieran hablar?
– Hal, no te ofendas, pero fuera hay cientos de miles de mujeres en esta zona que no solo te dejarían entrar en sus casas, sino que te llevarían a sus camas. ¿Por qué nos vas a buscar a alguna y me dejas sola?
– Ellas no son tú.
La oscuridad que le caía sobre la cara hizo que fuera imposible leerle los ojos. Pero su tono de voz, era malditamente sincero.
En la larga pausa que siguió, ella intentó convencerse para no dejarle pasar dentro.
– Mary, si quisiera hacerte daño, podría hacerlo en un instante. Podrías cerrar cada puerta y cada ventana y yo todavía podría entrar dentro. Lo que quiero es…hablar contigo un poco más.
Ella miró sus anchos hombros. Tenía un buen punto sobre el allanamiento de morada. Y tenía el presentimiento de que si mantenía la puerta cerrada entre ambos, él cogería una de sus sillas de jardín y se sentaría en la terraza.
Destrabó la puerta corrediza, la abrió y se apartó. -Solo explícame algo.
Él rió fuerte cuando entró. -Dispara.
– ¿Por qué no estás con una mujer que te quiera? Hal se estremeció. -Pienso que, aquellas mujeres de esta noche en el restaurante, estaban locas por ti. ¿Por qué no tienes -loco-sexo -caliente- er diversión con una de ellas?
– Prefiero hablar contigo aquí que estar dentro de alguna de aquellas mujeres.
Ella retrocedió un poco ante su candidez y luego comprendió que él no estaba siendo ordinario, solo honestamente sin rodeos.
Bien, al menos tenía razón en una cosa: cuando se había marchado después de aquel suave beso, ella había asumido que era por que no había sentido ningún calor.Claramente ella dio en la tecla. No estaba aquí para tener sexo y se dijo que era bueno que no sintiera lujuria por ella. Casi creyó en ello, también.
– Estaba a punto de hacerme un café ¿quieres?
Él asintió y comenzó a vagar por la sala de estar, observando sus cosas. El contraste de sus muebles blancos y paredes color nata con su ropa negra y pesada constitución era siniestro, pero entonces contempló su cara. Tenía una tonta sonrisa burlona, como si fuera feliz tan solo por el hecho de estar dentro de la casa. El tipo era como un animalito que estaba encadenado en el patio y que finalmente le habían permitido entrar en la casa.
– ¿Quieres quitarte el abrigo? -Dijo ella.
Deslizó el cuero de sus hombros y lo colocó sobre el sofá. La cosa aterrizó con un golpe, aplastando los cojines.
¿Qué llevaba en los bolsillos? Se preguntó.
Pero entonces miró su cuerpo y se olvidó de su estúpido abrigo. Llevaba una camiseta negra que mostraba un poderoso juego de brazos. Su pecho era amplio y bien definido, su estómago bastante apretado por lo que pudo ver sus músculos abdominales marcados incluso a través de la camiseta. Sus piernas eran largas, sus muslos gruesos…
– ¿Te gusta lo que ves? -Le preguntó él en voz baja, tranquila.
Sí, de acuerdo. Ella no iba a contestarle eso.
Se dirigió hacia la cocina. -¿Cómo de fuerte quieres el café?
Recogiendo el abrelatas, abrió la tapa de Hills Bros y comenzó a hacerlo girar como si no hubiese mañana. La tapa cayó dentro y ella la alcanzó para sacarla.
– Te hice una pregunta.-Dijo él, directamente al lado de su oído.
Ella tiró y se cortó el pulgar con el metal abierto. Con un gemido, subió la mano y miró el corte. Era profundo, sangrante.
Hal maldijo. -No quería asustarte.
– Viviré.
Ella abrió el grifo, pero antes de que pudiera poner la mano debajo él le agarró la muñeca.
– Permíteme verlo.-Sin darle la opción de protestar en contra, él se inclinó sobre su dedo.-Esto es malo.
Él puso el pulgar en su boca y lo chupó con cuidado.
Mary jadeó. Caliente, mojada, tirante las sensaciones la paralizaron. Y luego sintió el barrido de su lengua. Cuando la liberó, sólo pudo mirarlo.
– Oh…Mary. -Dijo él tristemente.
Ella se sobresaltó preguntándose sobre su cambio de humor. -No deberías haber hecho eso.
– ¿Por qué?
Por que se sentía bien. -¿Cómo sabes que no tengo el VIH o algo?
Levantó sus hombros. -No importaría si lo tuvieras.
Ella empalideció, pensó que él era positivo y ella acababa de dejarle poner una herida abierta en su boca.
– Y no, Mary, no tengo la enfermedad.
– Entonces por que no lo…
– Sólo quería mejorarlo. ¿Ves? No sangra más.
Ella miró su pulgar. El corte estaba cerrado. Parcialmente curado. Cómo demonios…
– ¿Ahora vas a contestarme? -Dijo Hal, como si deliberadamente cortara las preguntas que ella estaba a punto de hacerle.
Cuando lo miró, notó que sus ojos hacían aquella cosa brillante, el azul cobraba un brillo fuera de este mundo, un brillo hipnótico.
– ¿Cuál era la cuestión?
– ¿Te complace mi cuerpo?
Ella apretó los labios. Hombre, si estaba esperando oír mujeres diciendo que era hermoso, se iría a casa decepcionado.
– ¿Y que harías si no lo hiciera? -Le disparó ella.
– Me cubriría.
– Sí, de acuerdo.
Él ladeó la cabeza, como si lo que había pensado fuera incorrecto. Entonces se dirigió a la sala de estar dónde estaba su abrigo.
¡Por Dios! Iba en serio.
– Hal, vuelve. No tienes que…yo, ah, me gusta tu excelente cuerpo.
Él reía cuando regresó. -Me alegro. Quiero agradarte.
Excelente, dandi, pensó ella. Entonces pierde la camisa, bájate los pantalones de cuero y échate sobre mis baldosas. Nos turnaremos para estar abajo.
Maldiciendo, ella se volvió para hacer el café. Mientras ponía las cucharadas para moler en la máquina, pudo sentir que Hal la estaba observando. Lo oía tomar profundas respiraciones, como si la oliera. Y él iba…acercándose poco a poco.
Los precursores del pánico se colaron por todo su cuerpo. Demasiado grande. También…hermoso. Y el calor y la lujuria que la llamaban eran demasiado poderosos.
Cuando la cafetera estuvo conectada, ella retrocedió.
– ¿Por qué no quieres que te complazca? -Dijo él.
– Deja de usar esa palabra. -Cuando él decía complacer, en todo lo que podía pensar era sexo.
– Mary. -Su voz era profunda, resonante. Penetrante.-Yo quiero…
Ella se cubrió los oídos. De repente hubo demasiado de él en la casa. En su cabeza.
– Esto ha sido una mala idea. Creo que deberías marcharte.
Ella sintió una gran mano sobre sus hombros.
Mary se separó un paso, atragantándose. Él tenía salud, vitalidad, sexo crudo y otras cien cosas más que ella no podía tener. Él estaba totalmente vivo y ella estaba…probablemente muy enferma otra vez.
Mary se acercó a la corrediza y la abrió. -Sal ¿vale? Por favor solo márchate.
– No quiero.
– Márchate. Por favor. -Pero él solo la miró durante un instante. -Cristo, pareces un perro vago del que no puedo deshacerme. ¿Por qué no vas a fastidiar a alguien más?
El poderoso cuerpo de Hal se puso rígido. Por un momento pareció que le iba a decir algo áspero, pero entonces recogió su abrigo. Cuando se puso el cuero alrededor de los hombros y fue hacia la puerta, él no la miró.
Oh, bien. Ahora ella se sentía fatal.
– Hal. Hal, espera. -Ella le cogió la mano.-Lo siento. Hal.
– No me llames así. – Él explotó.
Cuando él se deshizo de su apretón, ella se puso en su camino. Y de verdad deseó no haberlo hecho. Sus ojos eran completamente fríos. Gotitas de cristal transparente.
Sus palabras fueron afiladas. -Siento haberte ofendido. Me imagino que es una maldita carga que alguien quiera llegar a conocerte.
– Hal…
La apartó fácilmente. -Si vuelves a decirlo otra vez, voy a atravesar la pared con el puño.
Caminó a grandes pasos hacia fuera, entrando en el bosque que había en el lado izquierdo de la propiedad.
En un impulso, Mary se puso las zapatillas de deporte, agarró una chaqueta y pasó como un relámpago a través de la corrediza. Ella llegó hasta el césped, llamándolo. Cuando llegó hasta la entrada del bosque, se paró.
No había ramas rotas, ninguna ramita partida, ningún sonido de pasos de un hombre grande. Pero él había ido en esta dirección. ¿No?
– ¿Hal?- Ella le llamó.
Un largo rato después se giró y regresó a dentro.