Mary no fue a trabajar. En lugar de ello condujo hasta su casa, se desnudó, y se metió en la cama. Una rápida llamada a la oficina y tuvo el resto del día así como también la siguiente semana completa. Iba a necesitar el tiempo. Después del largo fin de semana del Día de la Hispanidad le iban a hacer varias pruebas y segundas opiniones, y luego ella y la Dra. Delia Croce se encontrarían y discutirían las diferentes opciones.
Lo más extraño era que, Mary no se había sorprendido. En su corazón siempre lo había sabido, ellos habían obligado a que la enfermedad se retirara, no que se rindiera.
O tal vez ella solo estaba en shock y empezaba sentir la familiar enfermedad.
Cuando pensaba en lo que iba a afrontar, lo que la asustó no era el dolor; era la pérdida de tiempo. ¿Cuánto tiempo hasta que volviera a estar bajo control? ¿Cuánto tiempo duraría el siguiente respiro? ¿Cuándo podría regresar a su vida?
Ella rehusaba pensar que había una alternativa a la remisión. No iba a ir por allí.
Girándose sobre su lado, clavó los ojos en la pared del cuarto y pensó en su madre. Vio a su madre girando un rosario con las puntas de sus dedos, murmurando palabras de devoción mientras yacía en la cama. La combinación de fricción y susurros la habían ayudado a encontrar un alivio más allá de lo que la morfina le podía reportar. Porque de cierta manera, emparejada en medio de su maldición, aun en el apogeo del dolor y del miedo, su madre había creído en los milagros.
Mary había querido preguntarle a su madre si realmente pensaba que se salvaría, y no en el sentido metafórico, pero si de manera práctica. ¿Cissy verdaderamente había creído en que si decía las palabras justas y tenía los objetos correctos a su alrededor, se curaría, caminaría otra vez, viviría otra vez?
Las preguntas nunca fueron planteadas. Tan amable investigación habría sido cruel, y Mary había sabido la respuesta de todas formas. Había sentido que su madre había esperado una redención temporal antes del verdadero final.
Pero entonces, tal vez Mary solo había proyectado lo que había esperado con ilusión. Para ella, salvarse significaba tener una vida como la de una persona normal: tú estarás saludable y fuerte, y el prospecto de la muerte, apenas un hipotético conocimiento lejano. Una deuda pagada completamente en un futuro que no podrías imaginar.
Quizá su madre lo había mirado de otro modo, pero una cosa era segura: el resultado no se había alterado. Las oraciones no la habían salvado.
Mary cerró los ojos, y el excesivo cansancio se la llevó. Como se la tragó del todo, agradeció la temporal vacuidad. Durmió durante horas, entrando y saliendo de la conciencia, desplomada en la cama.
Se despertó a las siete en punto y trató de alcanzar el teléfono, marcando el número que Bella la había dado para comunicarse con Hal. Colgó el teléfono sin dejar ningún mensaje. Debería haberlo cancelado, porque no iba a ser una gran compañía, pero maldición, se sentía egoísta. Quería verle. Hal la hacía sentirse viva, y ahora mismo estaba desesperada por esa excitación.
Después de una rápida ducha, se puso rápidamente una falda y un jersey de cuello alto. En el espejo de cuerpo entero que había en la puerta del cuarto de baño las dos estaban más sueltas de lo que tenían que estar, y pensó en el peso de esa mañana en la consulta de la doctora. Probablemente debería comer como Hal esta noche, porque Dios sabía que no había razón para estar a dieta ahora mismo. Si la orientaban hacia otra ronda de quimioterapia, entonces debería hacer un equipaje en libras.
El pensamiento la congeló en el lugar.
Se pasó las manos por su pelo, retirándolo de su cuello cabelludo, pasándolo a través de sus dedos y dejándolo caer sobre sus hombros. Tan poco notorio todo marrón, pensó ella. Y tan importante en el esquema más grande de las cosas.
La idea de perderlo la hizo querer llorar.
Con una expresión severa, ella junto las puntas, retorciéndolas en un nudo y atándolas en su lugar.
Estaba en la puerta de la calle esperando en el camino de entrada unos minutos más tarde. El frío la golpeó y comprendió que había olvidado ponerse un abrigo. Volvió a dentro, cogió una chaqueta de lana negra y perdió sus llaves en el proceso.
¿Dónde estaban sus llaves? Si hubiera dejado sus llaves en el…
Yup, las llaves estaban en la puerta.
Cerró la casa, girando la cerradura y lanzó el enredo metálico en el bolsillo de su abrigo.
Esperando, ella pensó en Hal.
Suéltate el pelo para mí.
Bien.
Ella abrió el pasador y se peinó con los dedos lo mejor que pudo. Y entonces se sintió tranquila.
La noche era tranquila, pensó ella. Y esto era por que le gustaba vivir en una granja; no tenía ningún vecino excepto Bella.
Entonces la recordó: había pensado llamarla y explicarle lo del día, pero no lo había sentido hasta entonces. Mañana. Se dirigiría a Bella mañana. Y la informaría de las dos citas.
Un sedán giró en la carretera a unos 800 metros de distancia, acelerando con un gruñido bajo que ella escuchó claramente. Si no hubiera sido por los dos focos, habría pensado que una Harley subía por el camino.
Cuando el gran coche violáceo se paró delante de ella, pensó que parecía un GTO de alguna clase. Reluciente, ruidoso, ostentoso…encajaba perfectamente con un hombre al que le gustara la velocidad y se encontrara cómodo con la atención.
Hal salió por el lado del conductor y caminó alrededor del capó. Llevaba un traje, muy a punto negro con una camisa negra abierta en el cuello. Se pelo peinado hacia atrás, cayendo en gruesos, rubios mechones en su nuca. Parecía una fantasía, sexy, poderoso y misterioso.
Exceptuando su expresión que no era material de ensueño. Sus ojos se estrecharon, sus labios y la mandíbula apretados.
De todas formas él sonrió un poco cuando llegó hasta ella. -Te dejaste el pelo suelto.
– Dije que lo haría.
Él levantó su mano como si quisiera tocarla, pero vaciló. -¿Estás preparada para irnos?
– ¿Dónde vamos a ir?
– Hice una reserva en el Excel. -Él dejó caer su brazo y la miró a distancia, silencioso, inmóvil.
Oh…infiernos.
– Hal, ¿estás seguro de que quieres hacer esto? Tú estás claramente manteniendo cierta distancia esta noche. Sinceramente, yo también.
Él se alejó andando y miró fijamente el suelo, apretando la mandíbula.
– Podríamos dejarlo para otro momento. -Dijo ella, calculando que él era un tipo agradable para marcharse con alguna clase de invitación propuesta para otra ocasión. -No es una gran…
Se movió tan rápidamente que ella no pudo verlo. En un momento estuvo a un par de pasos de distancia; se aproximó y la levantó contra su cuerpo. Tomó su cara entre sus manos y puso sus labios sobre los de ella. Cuando sus bocas se juntaron, la miró directamente a los ojos.
No había ninguna pasión en él, sólo una intención severa que convirtió el gesto en una especie de voto.
Cuando la soltó, ella tropezó hacia atrás. Y cayó directamente sobre su culo.
– Ah, maldición, Mary, lo siento.- Él se arrodilló. -¿Estás bien?
Ella asintió incluso cuando no lo estaba. Se sintió torpe y ridícula tumbada sobre la hierba.
– ¿Estás segura de que estás bien?
– Sí. -Ignorando la mano que le ofrecía, se levantó y retiró los restos de hierba que tenía sobre ella. Agradeció a Dios que su falda fuera marrón y la tierra estuviera seca.
– Vamos solo a cenar, Mary. Vamos.
Una gran mano se deslizó alrededor de su nuca, y la condujo hacia el coche, no dejándole ninguna otra opción, solo continuar.
Aunque el concepto de luchar con él no se le ocurría. Se sentía abrumada por muchas cosas, él estaba entre ellas y ella estaba demasiado cansada para presentar alguna resistencia. Además, algo había pasado entre ellos en el instante en que sus bocas se habían encontrado. No tenía ni idea de lo que significaba, pero un lazo afectivo estaba allí.
Hal abrió la puerta del pasajero y la ayudó entrar al interior. Cuando él se deslizó en el asiento del conductor, ella miró alrededor en el prístino interior para evitar ser atrapada por su perfil.
El GTO gruñó cuando él puso la primera y condujo por el pequeño camino parando en la señal de la Ruta 22. Él miró ambos lados del camino y luego aceleró hacia la derecha, el creciente sonido del motor y la caída eran como una respiración cuando puso los cambios una y otra vez mientras viajaban.
– Es un coche espectacular. -Dijo ella.
– Gracias. Mi hermano lo volvió a hacer para mí. A Tohr le gustan los coches.
– ¿Cuántos años tiene tu hermano?
Hal rió fuerte. -Bastante viejo.
– ¿Más viejo que tú?
– Yup.
– ¿Eres el más joven?
– No, no es así. No somos hermanos porque no nacimos de la misma mujer.
Dios, él tenía un extraño modo a veces de reunir las palabras.- ¿Fuisteis adoptados por la misma familia?
Él asintió con la cabeza. -¿Tienes frío?
– Ah, no. – Ella se miró las manos. Estaban profundamente clavadas en su regazo, sus hombros encorvados hacia adelante. Lo cual explicaba por que él pensaba que tenía frío. Intentó aflojarse. -Estoy bien.
Ella miró el parabrisas. La doble línea amarilla en el camino brillaba por los focos. Y el bosque llegaba hasta el borde del asfalto. En la oscuridad, la ilusión de túnel era hipnótica, sintiendo como si la Ruta 22 continuara para siempre.
– ¿Es muy rápido este coche? -Murmuró ella.
– Muy rápido.
– Enséñamelo.
Ella sintió su mirada como un dardo atravesándola en el asiento. Entonces el cambió, aceleró y los puso en órbita.
El motor rugió como un ser vivo, el coche vibraba mientras los árboles parecieron una negra pared. Iban más y más rápido, pero Hal permaneció con absoluto control cuando abrazaron las curvas apretadamente, serpenteándolas por la carretera.
Cuando él comenzó a reducir la velocidad, ella puso su mano sobre su duro muslo. -No pares.
Él vaciló durante un momento. Entonces continuó y conecto el estéreo. “Dream Weaver”, aquel himno de los años setenta, inundó el interior del coche hasta niveles estridentes. Pisó fuerte el acelerador y el coche explotó, llevándolos a gran velocidad por la vacía e interminable carretera.
Mary bajó su ventana, dejando que entrara el aire. La ráfaga enredó su cabello y refrescó sus mejillas y la despertó del entumecimiento en el que la había dejado la doctora. Comenzó a reír y aun cuando podía oír que había un punto de histerismo en su voz, ella no se preocupó. Sacó su cabeza al frío, gritando al viento.
Y permitió al hombre y al coche que se la llevaran.
El Sr. X observó a sus dos nuevos principales escuadrillas cuando entraron en la cabaña para otra reunión. Los cuerpos de los lessers absorbieron el espacio libre encogiendo el tamaño del cuarto y satisfaciéndolo ya que tenían bastantes músculos para cubrir la línea de combate. Les había pedido que volvieran por los motivos de puesta al día habituales, pero también quería ver en persona como ellos habían reaccionado ante las noticias de que el Sr. O era ahora su responsable.
El Sr. O entró el último en el interior, y fue directamente a la entrada del dormitorio, apoyándose contra el marco casualmente, sus brazos cruzados sobre su pecho. Sus ojos eran agudos, pero ahora eran reservados, una reticencia que era mucho más útil de lo que hubiese sido su cólera. Parecía como si un cachorro peligroso hubiera entrado en el salón, y si la tendencia continuaba, ellos tenían suerte. El Sr. X necesitaba un segundo al mando.
Con las últimas pérdidas que habían tenido, tenía que concentrarse en reclutar y ese era un trabajo a jornada completa. Escogiendo a los candidatos correctos, trayéndolos a bordo, rompiéndolos en cada paso del proceso requería concentración y recursos dedicados. Pero mientras él rellenaba las filas de la sociedad, no podía permitir el rapto y la estrategia de persuasión que había presentado para perder ímpetu. Y la anarquía entre los asesinos no era algo que él tolerara.
Sobre muchos niveles, O tenía buenas calificaciones para ser un hombre correcto. Era comedido, despiadado, eficiente, de mente despejada: un agente de poder que motivaba a los otros con el miedo. Si Omega hubiera logrado aspirar su rebelión, estaría cerca de la perfección.
Era tiempo de que comenzara la reunión. -Sr. O, hable a los otros sobre las propiedades.
El lesser comenzó su informe sobre las dos extensiones de terreno que había visitado durante el día. El Sr. X ya había decidido comprar ambos con dinero en efectivo. Y mientras aquellas transacciones se cerraban, él iba a ordenar a las cuadrillas que erigieran un centro de persuasión sobre treinta hectáreas rurales que ya poseía la Sociedad. El Sr. O en última instancia sería el responsable del lugar, pero como el Sr. U había supervisado los proyectos del edificio en Connecticut, él haría un resumen informativo sobre las fases de construcción del centro.
Los objetivos de la asignación incluirían la velocidad y la conveniencia. La Sociedad necesitaba otros lugares para trabajar, sitios aislados, seguros y calibrados para su trabajo. Y ellos los necesitaban ahora.
Cuando el Sr. O se calló, el Sr. X delegó la construcción del nuevo centro en él y les ordenó a los hombres que salieran a las calles durante las tardes.
El Sr. O se retrasó.
– ¿Tenemos algún negocio? -Preguntó el Sr. X -¿Algo más ha fracasado?
Aquellos ojos marrones llamearon, pero el Sr. O no se quebró. Más pruebas de mejoras.
– Quiero construir algunas unidades de almacenaje en la nueva instalación.
– ¿Para qué? Nuestro objetivo no es mantener a los vampiros como animales domésticos.
– Espero tener más de un sujeto a la vez y quiero mantenerlos todo lo que pueda. Pero necesito algo dónde ellos no puedan desmaterializarse y tiene que estar protegido de la luz solar.
– ¿Qué tiene usted en mente?
La solución que el Sr. O detalló no solo era factible, pero era eficiente.
– Hágalo. -Dijo el Sr. X, sonriendo.