Rhage no volvió a la casa principal hasta las cinco de la tarde. Mientras caminaba por el túnel, no hizo ningún ruido. Se había quitado los zapatos porque se le habían empapado y después olvidó dónde los había dejado.
Era un cable vivo, le quemaba un rugido del que no podía deshacerse no importaba lo agotado que estuviera o cuantas pesas levantara o cuanto corriera. En este punto, ni siquiera era de consideración, que no podía imaginarse teniendo sexo con cien mujeres diferentes ya que no lo rebajaría.
No tenía ninguna escapatoria, pero tenía que dirigirse a Mary. Temía decirle que había sido condenado hacía un siglo y no tenía ninguna idea de cómo explicarle que la bestia quería tener sexo con ella. Pero ella tenía que saber por qué se había mantenido alejado.
Se preparó y abrió la puerta del dormitorio. Ella no estaba allí.
Fue abajo y se encontró con Fritz en la cocina.
– ¿Has visto a Mary? – Le preguntó, haciendo todo lo posible por mantener el nivel de su voz.
– Sí, señor. Ha salido.
A Rhage se le heló la sangre. – ¿A dónde iba?
– Ella no lo dijo.
– ¿Se llevó algo con ella? ¿El bolso? ¿Una bolsa de viaje?
– Un libro. Un bollo. Una parka.
Fuera. Rhage corrió por el túnel subterráneo y estuvo en el Pit en medio minuto. Golpeó sobre la puerta.
Vishous se tomó su maldito tiempo para contestar, iba vestido con unos boxer cortos y fijó la cabeza cuando dijo. -Qué el…
– Mary ha salido de la casa. Sola. Necesito encontrarla.
V se frotó los ojos y lo miró intentando concentrarse. Fue hacia su ordenador, viendo cada imagen del exterior que tenía, y la encontró sentada al sol en la puerta de la calle de la mansión. Era astuta. Si algo le pasara, sería capaz de entrar en el vestíbulo en un momento.
Rhage suspiró. -¿Cómo haces para que esta cosa se mueva acercándose más?
– Uso el zoom con el botón de la derecha del ratón.
Rhage centró la imagen. Ella estaba alimentando a un par de gorriones, lanzándoles trocitos del bollo. Cada vez que levantaba la cabeza, miraba a su alrededor. La sonrisa confidencial en su cara, solo una leve elevación de sus labios.
Él tocó la pantalla, acariciando su cara con las yemas de sus dedos. -Sabes, te equivocaste, mi hermano.
– ¿Lo hice?
– Ella es mi destino.
– ¿Dije que no lo fuera?
Rhage lo miró sobre todo el equipo del ordenador, concentrándose en el ojo tatuado de V. -No soy su primer amante. Me dijiste que mi destino era una virgen. Por lo cual te has equivocado.
– Nunca me equivoco.
Rhage frunció el ceño, rechazando de primera mano la idea de que alguna otra mujer significaría o tomaría el lugar de Mary en su corazón.
Hombre, que se joda el destino si iba a intentar que amara a alguien más. Y al diablo con los pronósticos de V.
– Debe de ser agradable saberlo todo. -Refunfuñó él. -O al menos pensar que lo sabes.
Mientras se giraba para dirigirse al túnel, su brazo fue agarrado con fuerza.
Los diamantinos ojos de V, por lo general tan tranquilos, se habían estrechado y se había cabreado. -Cuando digo que no me equivoco, no lo hago por mi ego. Ver el futuro es una maldita maldición, mi hermano. ¿Crees que me gusta saber cuando se va a morir todo el mundo?
Rhage retrocedió y Vishous sonrió con frialdad. -Sí, cómetelo. Y luego comprende que la única cosa que no se es cuando, por lo que no os puedo salvar a ninguno. Ahora, ¿quieres decirme por qué debería fanfarronear sobre mi maldición?
– Oh, Dios…mi hermano. Lo siento…
V sopló su aliento. -De acuerdo. Mira, ¿por que no vas con tu mujer? Ha estado pensando en ti toda la tarde. No te ofendas, pero me canso de oír su en mi cabeza.
Mary se recostó más contra las grandes puertas de cobre y acero y levantó la vista. En lo alto, el cielo era una extensión brillante azul, el aire seco y vigorizante después de la extraordinaria y temprana nevada de la noche anterior. Antes de que el sol se pusiera, quería caminar por las tierras, pero el calor que atravesaba su parka la volvía letárgica. O tal vez solo estaba agotada. No había sido capaz de dormir después de que Rhage abandonara la habitación, había pasado todo el día esperando que volviera.
No tenía ninguna idea de lo que había pasado anoche. No estaba segura de lo que había visto o que pensaba que lo había hecho. Por todos los santos, los tatuajes no se levantaban de la piel de nadie. Y no se movían. Al menos, no en su mundo.
Rhage no había sido la única razón de su insomnio. Era hora de averiguar lo que los doctores iban a hacerle. La cita con la Dra. Delia Croce era mañana y cuando hubiera terminado, sabría lo malos que iban a ser los tratamientos.
Dios…Quería hablar con Rhage sobre todo para lo que tendría que prepararse.
Cuando el sol bajó por debajo de la línea de los árboles, el frío se instaló en ella.
Se levantó, se estiró y luego pasó por el primer juego de puertas hacia el vestíbulo. Cuando se cerraron, ella mostró su cara hacia la cámara y el juego del interior se abrió.
Rhage estaba sentado en el suelo al lado de la entrada. Se levantó despacio. -Hola. He estado esperándote.
Ella sonrió torpemente, cambiando su libro hacia delante y hacia atrás entre sus manos. – Quería decirte dónde estaba. Pero te olvidaste del móvil cuando tú…
– Mary, escucha, sobre anoche…
– Espera, antes de comenzar con eso. -Ella le cogió la mano. Tomó una profunda respiración. -Mañana voy al hospital. Para la consulta de antes de los tratamientos.
Su ceño fruncido se volvió muy profundo, sus cejas se encontraban en medio de su frente. -¿Qué hospital?
– San Francis.
– A qué hora.
– Por la tarde.
– Quiero que alguien vaya contigo.
– ¿Un doggen?
Él negó con la cabeza. -Butch. El poli es bueno con las armas y no quiero que vayas sin protección. Mira, ¿podemos ir arriba?
Ella asintió y él le tomó la mano, conduciéndola hasta el segundo piso. Cuando estuvieron en su dormitorio, é se paseaba sin cesar, mientras ella se sentó sobre la cama.
Cuando ellos hablaron de la cita con el doctor, resultó que la preparación de él era más bien la preparación de ella. Y luego se quedaron en silencio.
– Rhage, explícame qué pasó anoche. -Cuando él vaciló, ella le dijo. -Sea lo que sea, pasaremos por ello. Puedes decírmelo.
Él se paró. Afrontándola. -Soy peligroso.
Ella frunció el ceño. -No, no lo eres.
– ¿Sabes lo que hay por toda mi espalda?
Con frialdad, ella pensó en el movimiento del tatuaje…
Espera, se dijo ella. Eso no había pasado. Él había respirado con fuerza o algo y por eso la cosa parecía que había cambiado de posición.
– Mary, es parte de mí. La bestia. Está dentro de mí. -Él se frotó el pecho y luego los brazos. Ahora los muslos. -Intento controlarlo lo mejor que puedo. Pero esto…no quiero hacerte daño. No se que hacer. Incluso ahora, cerca de ti, soy…Cristo, soy un lío de mierda.
Mientras tendía las manos que le temblaban, se veía totalmente atado.
– Parte de la razón por la que tengo que luchar es por que el combate me rebaja. -Dijo él. -Y también es lo de las mujeres. Las tomaba por que la liberación ayudaba a mantener a la bestia en el compartimento. Pero ahora no puedo tener sexo, estoy inestable. Es por lo que, anoche, casi lo perdí. Dos veces.
– Espera un… ¿De qué estás hablando? Tú me tienes. Haz el amor conmigo.
– No puedo dejar que pase más. -Dijo él con los dientes apretados. – No puedo…tener sexo contigo nunca más.
Atontada, ella lo miró fijamente. -Eso significa, que ¿no estarás más conmigo? ¿Ninguna otra vez?
Él negó con la cabeza. -Nunca.
– ¿Qué diablos? Tú me quieres. – Sus ojos se dirigieron al grueso bulto en sus pantalones. – puedo ver que estás duro. Puedo oler la necesidad que tienes por mí.
De repente sus ojos dejaron de parpadear y brillaron blancos.
– ¿Por qué te cambian los ojos? -Susurró ella.
– Por que ello…está llegando.
Cuando ella se calló, él comenzó a respirar de una manera extraña. Dos embates adentro, una larga exhalación. Dos jadeos cortos, un suspiro lento.
Luchó por agarrarse con fuerza a lo que le decía. Y fracasó, al menos en una parte. Debía significar que tenía una especie de alter ego incondicional, pensó ella.
– Mary, no puedo…estar contigo porque…cuando estoy contigo ello quiere salir. -Dos respiraciones rápidas. -Ello quiere…
– ¿Qué, exactamente?
– Ello te quiere. – Él recostó alejándose de ella. -Mary, ello quiere…estar dentro de ti. ¿Entiendes lo que te digo? Mi otro lado quiere tomarte…tengo que irme ahora.
– ¡Espera! -Él se paró en la puerta. Sus ojos se encontraron. -Entonces permítele tenerme.
La boca de Rhage cayó abierta. -¿Estás loca?
No, no lo estaba. Habían tenido sexo con una desesperación que había lindado la violencia. Había sentido sus duros empujes. Si esa otra personalidad era resistente, calculaba que podría manejarla.
– Solo déjate ir. Está bien.
Dos jadeos cortos. Un largo suspiro. -Mary, no sabes…que joder estás diciendo.
Trató de hacerle ver la luz de ello. -¿Qué vas ha hacer? ¿Comerme?
Cuando él solo la miró con aquellos ojos en blanco, ella se enfrió. Jesús, tal vez él tenía su punto.
Pero ella estaba definitivamente loca.
– Te ataremos. Dijo ella.
Él negó con la cabeza cuando tropezó con sus pies y se agarró al pomo de la puerta. -No quiero arriesgarme.
– ¡Espera! ¿Sabes seguro lo que pasará?
– No. – Él se rascó el cuello y los hombros, tensos.
– ¿Hay allí alguna posibilidad de que vayas a tener la liberación que necesites?
– Tal vez.
– Entonces lo intentaremos. Correré si…bueno, si algo extraño pasa. Rhage, déjame hacer esto por nosotros. Además, ¿cual es la alternativa? ¿Me mudo? ¿No volvemos a vernos el uno al otro? ¿Nunca tendremos sexo otra vez? Piensa, vamos, estás tan ansioso ahora mismo que estás a punto de salirte de tu piel.
El miedo inundó su cara, apretó la boca, ensanchó los ojos. La vergüenza le seguía los talones, un sufrimiento que le retorcía los intestinos que hizo que ella atravesara la habitación. Le tomó las manos, sintiendo la sacudida.
– Odio verte así, Rhage. -Cuando él comenzó a hablar, ella lo cortó. -Mira, sabes con lo que tratamos. Yo no. Haz lo que tengas que hacer para asegurarte y vamos a…ver que pasa.
Él apartó la mirada de ella. Ella quería presionarlo, pero tenía el presentimiento de que solo lo empujaría en dirección contraria.
– Déjame ir a hablar con V. -Dijo finalmente.
– Cadenas.- Repitió Rhage, mientras estaba de pie en medio de la habitación del Pit.
V lo miró por encima de la pantalla de su ordenador. -¿De qué clase?
– Como las que utilizarías para remolcar un coche.
Butch salió de la cocina, una Bud en su mano, en la otra un bocadillo. -Hey, gran hombre. ¿Qué pasa?
– Quiero que los dos me encadenéis a la cama.
– Estrambótico.
– ¿Entonces tenemos algo que podamos usar, V?
Vishous se colocó de nuevo su gorra de los Sox. -El garaje. Creo que hay algunas en el garaje. Pero Rhage, hombre, ¿en qué estás pensando?
– Necesito…estar con Mary. Pero no quiero sufrir el…-Él se paró. Exhaló. -Tengo miedo del cambio. Demasiado jugo.
Los pálidos ojos de V se estrecharon. -Y has dejado a las otras mujeres, ¿verdad?
Rhage asintió. -Solo quiero a Mary. No podría ponerme duro con nadie más en este punto.
– Ah, mierda, hombre.- Dijo Vishous por debajo de su respiración.
– ¿Por qué la monogamia es algo malo? – Preguntó Butch mientras se sentaba y abría como podía la lata de cerveza. -Pienso que es una maldita buena mujer la que conseguiste. Mary es buena gente.
V negó con la cabeza. -¿Recuerdas lo que viste en aquel claro, poli? ¿Te gustaría eso cerca de la mujer que amas?
Butch dejó la Bud sin beber. Sus ojos recorrieron todo el cuerpo de Rhage.
– Vamos a necesitar un cargamento de acero. – Refunfuñó el humano.