Alrededor de las nueve de la mañana de día siguiente, Rhage se estiró en la cama y se sorprendió de cómo se sentía. Nunca se había recuperado tan rápidamente antes y tenía el presentimiento de que era porque no había luchado contra el cambio. Solo lo acompañó.
Mary salió del cuarto de baño con una carga de toallas en sus brazos y se dirigió hacia el armario para dejarlas caer por el tobogán. Se veía cansada, triste. Lo cual tenía sentido. Habían pasado parte de la mañana hablando de Bella y aunque él había hecho todo lo posible por tranquilizarla, ambos sabían que la situación no era buena.
Y luego había otra razón para que estuviera preocupada.
– Quiero ir hoy al doctor contigo. Dijo él.
Ella regresó al cuarto. -Estás despierto.
– Sí. Quiero ir contigo.
Mientras caminaba hacia él, tenía aquella mirada estricta, la que ponía siempre que iba a discutir.
Soltó el arma de fuego sobre la objeción más obvia. -Cambia la cita a la tarde. El sol bajará a las cinco treinta ahora.
– Rhage…
La ansiedad hizo que su voz sonara con fuerza. -Hazlo.
Ella puso las manos sobre sus caderas.-No aprecio que me empujes.
– Déjame decírtelo de otra manera. Cambia la cita, por favor. -Pero él no aligeró el tono en lo más mínimo. Cuando le dieran las noticias, las que fueran, estaría a su lado.
Ella fue hasta el teléfono, todo el tiempo maldiciendo bajo su aliento. Cuando colgó, se quedó sorprendida. – Ah, la Dra. Delia Croce me verá…a…las seis de esta tarde.
– Bueno. Y siento ser un bastardo. Sólo quiero estar contigo cuando te lo digan. Tengo que ser parte de esto todo lo que pueda.
Ella movió la cabeza y se inclinó para recoger una camisa del suelo.-Eres el gamberro más dulce que nunca he conocido.
Cuando miró el movimiento de su cuerpo, sintió como se endurecía.
Dentro, la bestia también cambió, pero era muy curiosa la sensación de tranquilidad. No era nada de la gran energía rápida, solo un lento calor, como si la criatura se pusiera contenta de compartir su cuerpo, no de tomarlo. Una comunión, no una dominación.
Probablemente porque la cosa sabía que el único modo de estar con Mary era a través de Rhage.
Ella continuó moviéndose alrededor de la habitación, ordenándola. -¿Qué estás mirando?
– A ti.
Peinándose el pelo hacia atrás, ella serió. -Así que te ha vuelto la vista.
– Entre otras cosas. Ven aquí, Mary. Quiero besarte.
– Oh, claro. Compensa ser un bravucón ejercitándome con tu cuerpo.
– Usaré cualquier activo que tenga.
Apartó las sábanas y el edredón y se pasó la mano por pecho, sobre su estómago. Más abajo. Sus ojos se ensancharon cuando se cogió la pesada erección con su palma. Mientras se acariciaba, el olor de su excitación floreció como un ramo en el cuarto.
– Ven aquí, Mary. -Él movió las caderas. -No estoy seguro de estar haciéndolo bien. Lo siento mejor cuando tú me tocas.
– Eres incorregible.
– Solo busco algo de instrucción.
– Como si la necesitaras. -Refunfuñó ella, quitándose el suéter.
Hicieron el amor lentamente, de manera gloriosa. Pero luego la abrazó, no podía dormir. Ni podía ella.
Aquella noche Mary intentó respirar normalmente mientras tomaban el ascensor hasta la sexta planta del hospital. El San Francis estaba tranquilo por la tarde, pero todavía lleno de gente.
El recepcionista los dejó entrar y luego salió, poniéndose encima una bata rojo cereza mientras cerraba la puerta tras ella. Cinco minutos más tarde la Dra. Delia Croce entró en la sala de espera.
La mujer se las arregló para esconder su tardía reacción ante Rhage. Incluso aunque iba vestido como un civil, con pantalones y jersey de cuello alto negro, aquella trinchera de cuero era todavía algo para ver la caída de aquellos amplios hombros.
Bien y Rhage era…Rhage. Insoportablemente hermoso.
La doctora sonrió. -Ah, hola, Mary, ¿quieres que pasemos a mi despacho? ¿O estaréis los dos?
– Estaremos los dos. Le presento a Rhage. Mi…
– Compañero. -Dijo él alto y fuerte.
Las cejas de la Dra. Delia Croce se elevaron y Mary tuvo que sonreír a pesar de toda la tensión que tenía acumulada en el cuerpo.
Los tres atravesaron el pasillo, por delante de las puertas de los cuartos de examen, las balanzas en los pequeños huecos y las estaciones de los ordenadores. Ninguna pequeña charla. Ninguno habló, nada de cómo-está-el-tiempo, ¡vaya!-las-vacaciones-están-a-punto-de-llegar, ese tipo de cosas. La doctora sabía que Mary odiaba la charla social.
Alguna cosa que Rhage había recogido en el TGI Friday´s en su primera cita.
Dios, parecía que habían pasado años, pensó Mary. ¿Y quién podría haber previsto que acabarían aquí juntos?
La oficina de la Dra. Delia Croce estaba desordenada con montones de papeles, archivos y libros. Los diplomas de Smith y Harvard colgados en la pared, pero lo que Mary siempre encontraba más alentador era la línea de violetas africanas sobre el alféizar.
Ella y Rhage se sentaron mientras la doctora se dirigía hacia detrás de su escritorio.
Antes de que la mujer estuviera en su silla, Mary dijo. – Entonces ¿que me va a administrar y cuando podré empezar?
La Dra. Delia Croce levantó la mirada de los registros médicos, las plumas, los clips de carpeta y el teléfono de su escritorio.
– Hablé con mis colegas así como con otros dos especialistas. Hemos repasado los registros y los resultados de ayer…
– Estoy segura de que los tiene. Ahora dígame dónde nos encontramos.
La otra mujer se quitó las gafas y respiró profundamente. -Creo que debe poner en orden sus asuntos, Mary. No hay nada que podamos hacer por usted.
A las cuatro treinta de la madrugada, Rhage dejó el hospital en un estado absoluto de desconcierto. Nunca había esperado ir a casa sin Mary.
Se había quedado para una transfusión de sangre y porque claramente aquellas fiebres nocturnas y el agotamiento eran los inicios de una pancreatitis. Si las cosas mejoraban le darían el alta a la mañana siguiente, pero nadie se comprometía.
El cáncer era fuerte: su presencia se había multiplicado en un corto periodo de tiempo entre que ella había tenido su chequeo trimestral hacía una semana y la muestra sanguínea del día anterior. Y la Dra. Delia Croce y los especialistas habían acordado que por los tratamientos que Mary había recibido, no podían administrarle más quimioterapia. Su hígado estaba liquidado y no podía aceptar la carga química.
Dios. Él se había preparado para una lucha infernal. Y una gran parte de sufrimiento, en particular esta parte. Pero nunca la muerte. Y no tan rápida.
Solo tenían unos meses. Hasta la primavera. Tal vez hasta el verano.
Rhage se materializó en el patio de la casa principal y se dirigió al Pit. No podía regresar a su habitación y de Mary solo. No aún.
Pero cuando estuvo de pie ante la puerta de Butch y V, no llamó. En cambio apoyó su hombro sobre la fachada de la casa principal y pensó en Mary alimentando a los pájaros. Se la imaginó allí, sobre las escaleras, con la encantadora sonrisa sobre su cara, la luz del sol sobre su pelo.
Dulce Jesús. ¿Qué iba a hacer sin ella?
Pensó en la fuerza y resolución en sus ojos después de que él se alimentó de otra mujer delante de ella. De la manera que lo amaba aún cuando había visto a la bestia. De su silenciosa, demoledora belleza y su risa y sus ojos grises metalizados.
Sobre todo pensó en la noche que había salido de la casa de Bella, corriendo sobre el frío con los pies desnudos, hacia sus brazos, diciéndole que no estaba bien…finalmente acudiendo hacia él buscando ayuda.
Sintió algo sobre su cara.
Ah, joder ¿Estaba llorando?
Yup
Y no se preocupó de que fuera a ser suave.
Él miró hacia las piedras del camino de acceso y se sintió herido por el absurdo pensamiento de que eran muy blancos como los reflectores. Y tal era la barrera de contención estucada que corría alrededor del patio. Y la fuente en el centro había sido drenada durante el invierno…
Él se congeló. Entonces abrió los ojos.
Se giró despacio hacia la mansión, levantando la vista hasta la ventana de su habitación.
Su objetivo lo incitó y lo condujo hasta el vestíbulo en una carrera mortal.
Mary estaba tendida en la cama del hospital e intentaba sonreírle a Butch, quien estaba sentado en una silla en la esquina con su sombrero y las gafas puestas. Había venido cuando Rhage la había dejado para protegerla y mantenerla segura hasta que cayera la noche.
– No tienes que ser sociable. -Dijo Butch suavemente, como si supiera que luchaba por ser cortés. – Solo haz lo tuyo.
Ella asintió y miró por la ventana. Los intravenosos en su brazo no estaban mal; no le dolía. Entonces otra vez, estaba tan entumecida que podrían haberle martilleado clavos sobre las venas y probablemente no lo habría notado.
Santo infierno. El final había llegado. La ineludible realidad de morir estaba sobre ella. Ninguna salida esta vez. Nada que se pudiera hacer, ninguna batalla que emprender. La muerte no sería un concepto abstracto, sería un acontecimiento muy real, inminente.
Ella no sintió ninguna paz.
No había aceptación. Todo lo que tenía era rabia de…
No quería irse. No quería abandonar al hombre al que amaba. No quería dejar el sucio caos de la vida.
Solo páralo, pensó ella. Que alguien…lo pare.
Cerró los ojos.
Cuando todo se hizo oscuro, vio la cara de Rhage. Y en su mente ella tocó su mejilla con su mano y sintió el calor de su piel, los fuertes huesos debajo. Las palabras comenzaron a marcharse de su cabeza, viniendo de algún lugar que no reconocía, yendo…a ninguna parte, supuso ella.
No permitas que me vaya. No me hagas abandonarlo. Por favor…
Dios, solo déjame quedarme aquí con él y amarlo un poco más. Prometo no desperdiciar los momentos. Lo abrazaré y nunca lo dejaré marchar…Dios, por favor. Sólo páralo…
Mary comenzó a llorar cuando comprendió que rezaba, rezaba con todo lo que había en su interior, abriendo su corazón, suplicando. Cuando llamaba a algo en lo que no creía, una revelación extraña que le llegó en medio de la desesperación.
Entonces esto era por lo que su madre había creído. Cissy no había querido bajarse del paseo de carnaval, no había querido que el carrusel dejara de dar vueltas, no había querido abandonar a Mary…La inminente separación del amor, más que el final de la vida, le había mantenido toda aquella fe viva. Fue la esperanza de tener un poco más de tiempo para amar lo que había hecho a su madre mantener las cruces y contemplar las caras de las estatuas y lanzar las palabras al aire.
¿Y por qué aquellos rezos habían sido dirigidos hacia el cielo? Bien, la cosa tenía sentido, ¿verdad? Incluso cuando no había más opciones para el cuerpo, los deseos del corazón encontraban una salida y como con todo el calor, el amor aumenta. Además, la voluntad de volar estaba en la naturaleza del alma así que su casa tenía que elevarse hacia arriba. Y los regalos realmente llegaban del cielo, como primaveral lluvia y brisa veraniega y la caída del sol y la nieve invernal.
Mary abrió los ojos. Después de parpadear se le aclaró la visión, se concentró en el brillante alba naciente detrás de los edificios de la ciudad.
Por favor…Dios
Déjame quedarme aquí con él.
No hagas que me marche.