John Matthew venía caminando desde lo de Moe, rastreando a las tres cuarenta de la madrugada el control policial. Temía las horas hasta el alba. Sentarse en su apartamento le parecería como estar en una jaula, pero era demasiado tarde para él para estar fuera y en la calle. Todavía…Dios, estaba tan inquieto que podía sentir la agitación en su boca. Y el hecho de que no hubiera nadie con quien hablar le dolía aún más.
De verdad que necesitaba algo de consejo. Después de que Tohrment lo hubiese dejado, había estado dándole vueltas a la cabeza, debatiendo si realmente debería hacerlo. Siguió diciéndose que lo tenía, pero las cuestiones a posteriori no se pararían.
Desearía haber podido encontrarse con Mary. Había ido a su casa la noche anterior, solo la encontró oscura y cerrada. Y ella no había ido al teléfono directo. Era como si hubiera desaparecido y su preocupación por ella era una razón más para estar nervioso.
Cuando se acercó a su edificio, vio un camión aparcado en frente. El fondo estaba lleno de cajas, como si alguien las estuviera moviera.
Qué extraño hacer esto durante la noche, pensó él, mirando la carga.
Cuando vio que no había nadie montando guardia, esperaba que su dueño volviera pronto. De lo contrario, el material iba a desaparecer.
John entró en el edificio y subió las escaleras, no haciendo caso a las colillas, latas de cerveza vacías y bolsas de patatas fritas vacías. Cuando ya casi estaba en el segundo piso, miró con los ojos entre abiertos. Algo estaba derramado por todo el suelo del pasillo. Rojo profundo…
Sangre
Dando marcha atrás hacia el hueco de la escalera, miró fijamente hacia la puerta. Había una salpicadura en el centro, como si alguien se hubiera dado en la cabeza…pero entonces vio la botella verde oscuro. Vino tinto. Solo era vino tinto. La pareja de borrachos que vivían al lado habían vuelto a discutir en el pasillo.
Sus hombros se aflojaron.
– Perdone. -Dijo alguien desde arriba.
Él se movió y levantó la vista.
El cuerpo de John se agarrotó.
El hombre grande que estaba sobre él iba vestido con pantalones de camuflaje negros y una chaqueta de cuero. Su pelo y su piel eran completamente blancos y sus pálidos ojos tenían un brillo misterioso.
Maligno. No muerto.
Enemigo.
Este era un enemigo.
– Algún lío se ha formado en este piso. -Dijo el tipo antes de estrechar su mirada sobre John- ¿Algo va mal?
John con ferocidad sacudió la cabeza y bajó la mirada. Su primer instinto fue correr hacia su apartamento, pero no quería que el tipo supiera dónde vivía.
Hizo una profunda sonrisita. -Pareces un poco pálido, colega.
John salió disparado por las escaleras hacia la calle. Corrió a la esquina, dobló a la izquierda y siguió corriendo. Corrió y corrió, hasta que no pudo más por que se quedó sin aliento. Apoyándose sobre la coyuntura entre el edificio de ladrillos y un basurero, jadeando.
En sus sueños, luchaba contra hombres pálidos. Hombres pálidos con ropa negra cuyos ojos no tenían alma.
Mis enemigos.
Temblaba tanto que no conseguía meter la mano en su bolsillo. Sacando veinticinco centavos, los cogió con tanta fuerza que se los clavó en la palma de su mano. Cuando recuperó el aliento, miró detenidamente arriba y abajo del callejón. No había nadie en los alrededores, ningún sonido de pies golpeando el asfalto.
Su enemigo no lo había reconocido.
John abandonó el refugio del basurero y caminó rápidamente hacia la lejana esquina.
La abollada cabina telefónica estaba recubierta de graffitis, pero sabía que funcionaba por que no hacía demasiado que había llamado a Mary. Puso los centavos en la ranura y marcó el teléfono que Tohrment le había dado.
Después del primer ring, el buzón de voz comenzó a recitar robóticamente los números que había marcado.
John esperó el pitido. Y silbó.