Pensativo, el conde leía la única hoja que le había enviado su amigo lord Morton, del ministerio de guerra. Jack había llevado adelante una eficiente operación, a pesar del control francés en el continente. Leyó otra vez las pocas líneas, después la rompió y observó cómo caían los pedazos sobre los leños del hogar. Encendió un fósforo y vio cómo los pequeños trozos se ennegrecían en los bordes, y luego se convertían en llamas anaranjadas.
Estaba a punto de abandonar la biblioteca cuando se abrió la puerta y entró lady Ann.
– Mi querido Justin, me alegro mucho de que aún no te hayas ido, porque tenía especial interés en hablar contigo.
De inmediato, el conde pensó en Arabella y, al mirar el rostro de su suegra, se puso alerta. Su actitud se volvió formal.
– Si bien es cierto que estaba a punto de ir a Talgarth Hall, me quedan unos minutos aún, Ann. ¿Quiere sentarse, por favor?
Lady Ann se sentó y dio unas palmadas a su lado. Dijo en voz baja:
– No tengo intenciones de traer a colación temas desagradables, de modo que puedes quedarte tranquilo, Justin. De quien quiero hablar es de Elsbeth.
– ¿Elsbeth? Desde luego, cualquier decisión relacionada con ella pertenece a sus dominios, Ann.
Cruzó una pierna sobre la otra y esperó, sin mucha paciencia, a que la mujer hablara.
Ann sabía que no podría seguir fingiendo mucho tiempo.
– De acuerdo, Elsbeth es de mi incumbencia y, para serte sincera, no me importa lo que pienses acerca de ella. -Exhaló un hondo suspiro-. Sé que no tienes muy buena opinión de Gervaise de Trécassis. Y en ese sentido, tanto yo como el doctor Branyon coincidimos contigo. Sencillamente, no confío en él. No me gustan sus actitudes en muchos aspectos. Hay algo que no va bien. Él no es lo que parece ser. No me agrada la actitud de familiaridad que tiene hacia Elsbeth o Arabella. Sé que mi hija lo detesta. Lo que me pregunto es por qué está aquí aún. ¿Por qué no le pides que se marche de Evesham Abbey? No es necesario que lo mates, como el doctor Branyon cree que te gustaría hacer.
Él se quedó mirándola largo tiempo, y a continuación dijo algo que la hizo parpadear.
– ¿Qué la hace pensar que Arabella lo detesta? Es una palabra muy fuerte, Ann.
Y él sólo había pensado en Arabella.
– Sé que es verdad, porque veo que no sólo la repele sino que también la asusta. Pienso que tiene miedo de que te cuente mentiras acerca de ella. ¿Ha sucedido eso?
– No.
– Ah, bueno, Arabella lo cree posible. Pero lo que no entiendo es qué cree mi hija que él podría decirte.
– ¿Ella se lo ha dicho?
– No, en realidad, no. Pero soy su madre, y la comprendo muy bien. Por extraño que parezca, Elsbeth lo aprecia mucho. En varias Ocasiones, cuando Gervaise dijo algo que no era muy preciso, ella lo defendió. ¿No te parece extraño?
– ¿Que Elsbeth defienda a su primo? Tal vez no sea tan extraño. Son primos hermanos, y ella es una muchacha impresionable…
– Puede ser, pero es casi tres años mayor que Arabella.
– Bueno, pero es muy ignorante de las cosas de la vida. Podría ser que lo adore como a un héroe.
– ¿Por qué lo odias, Justin?
Justin se levantó precipitadamente, y fue hasta una mesa lateral. Se sirvió un poco de coñac y lo bebió.
– Déjelo como está, Ann -dijo, al fin-. Déjelo. Usted no lo entiende, y no es algo de lo que pueda hablar con usted.
– Oh, yo entiendo bastante. Y apruebo tu discreción, salvo que en este caso estás muy equivocado. Por alguna razón, te has convencido de que él y Arabella son amantes.
Debería haber sabido lo que se avecinaba, debería haberlo imaginado. Así que Arabella se había quejado ante su madre para que interviniese. Debería haberlo esperado. Con un matiz de desdén, dijo:
– Ah, ¿de modo que su hija le ha hecho confidencias, Ann? ¿Le ha dicho que odiaba tanto la idea de casarse conmigo que lo aceptó a él como amante, incluso antes de que nos casáramos? ¿Ha admitido que nuestro matrimonio es una farsa? ¿Le ha pedido que trate de influir sobre mí?
A Ann le costaba creer el grado de amargura que revelaba la voz de su yerno. Comprendió que debía tener cuidado. Había cosas muy importantes en juego.
– Ahora, escúchame, Justin. Arabella me evita tanto a mí como a ti. Es muy desdichada. También sé que la noche de bodas le hiciste daño. A la mañana siguiente, vi la bata desgarrada y la sangre. Ella no me ha dicho nada, ni una palabra. ¿Acaso crees que me ha rogado que intervenga? ¿Te has vuelto loco? ¿Arabella, rogándole a alguien?
– Lo siento. Por supuesto que eso no sería propio de ella, pero hay otras cosas que sí, Ann. No se ciegue a ellas por tratarse de su hija.
– ¿Qué es lo que sientes? ¿Sientes que me haya enterado de que le hiciste daño a mi hija?
– Lo que lamento es que todo haya sucedido como sucedió.
Jesús, cuánto deseaba salir de allí.
– Escúchame, idiota, yo soy cualquier cosa menos ciega en lo que toca a mi hija. ¿A qué te refieres con que hay otras cosas propias de ella? Dímelo, Justin.
– Está bien. Se merece todo lo que yo le he hecho, Ann. Por favor, déjelo así. Entre nosotros han pasado muchas cosas, y todavía no es suficiente. Usted no puede hacer nada. Baste decir que Arabella es amante de él. Ahora, en cuanto a Gervaise de Trécassis, bueno, ya veremos. Todavía no quiero que se vaya. Paul tiene razón: me encantaría matarlo…, no limpiamente, con una bala, sino con mis propias manos. No, se quedará un tiempo más. Siempre he creído que, si hay una víbora cerca, es prudente no quitarle la vista de encima, y no dejar que se escabulla para después volver y sorprenderlo a uno.
– ¿Con tus propias manos?
– Sí, eso me gustaría, pero todavía no puedo hacerlo.
– ¿Por qué? ¡Y no me contestes con más símbolos de condenadas víboras reptando por ahí!
– Está bien, Ann. Hablaré claro. Antes de actuar, tengo que saber quién y qué es. Tiene mucha razón: no es quien parece ser. No permitiré que mi ira contra Arabella interfiera en mis planes. Sí, Ann, me gustaría mucho matar al hombre que ha seducido a mi esposa. Y me atrevo a decir que a Paul Branyon le gustaría matar a cualquier hombre que la sedujera a usted.
Ann se limitó a sacudir la cabeza.
– Mi hija no aceptó a Gervaise como amante. Espera. ¿Dices que ella no era virgen la noche de bodas?
– Bonita conversación acerca de Elsbeth -dijo, en un tono que reflejaba su acidez estomacal en ese momento, y bebió más coñac. Le quemó hasta las entrañas-. Debí haberlo sabido.
– Sí, debiste haberlo sabido.
– ¿Ha terminado?
– En absoluto. ¿Y bien? ¿Era virgen Arabella, en vuestra noche de bodas?
Justin suspiró:
– Era virgen.
– Entonces, ¿de qué diablos estás hablando? ¿Acaso eres idiota? ¡Ah, creo que debería matarte! -Lady Ann se levantó de un salto. Por un instante, el yerno creyó que lo atacaría, pero se detuvo cerca y le apoyó la mano en la manga-. ¿Qué? -repitió-. Era virgen. Te dijo que ese sujeto no era su amante. ¿Y entonces?
– Ann, usted ha estado casada. Sabe que hay muchas maneras de complacer a un hombre.
Ella lo miró como si fuese a vomitar el almuerzo.
– Oh, no, estoy segura de que Arabella jamás haría algo así. Es horrible. No, con la boca no.
– Ann, esta conversación no es correcta. No quiero seguir hablando. Baste decir que estoy completamente seguro de que Arabella aceptó al conde como amante antes de que nos casáramos. Seguro, ¿me oye? No soy un mentiroso. No lo he inventado, no es especulación ni adivinanza. ¿Siguen viéndose? No lo sé. Por supuesto, ella lo niega. Lo niega todo. ¿Qué esperaba que hiciera?
– Arabella no ha mentido nunca en su vida.
– Qué poco conoce a su hija, Ann.
Lo abofeteó con todas sus fuerzas, y el impulso del golpe le echó la cabeza hacia atrás. La mano de Ann quedó impresa en la mejilla de Justin, que no dijo palabra, sólo se quedó mirándola.
– Estás equivocado. Completamente equivocado -le dijo la mujer, con la espalda recta como una tabla, la barbilla levantada.
Justin se tocó la mejilla; le escocía. Esa mujer era más fuerte de lo que parecía. ¿Qué hacer con Arabella? Su nuevo hogar se había convertido en un campo de batalla. Hasta lady Ann, su encantadora suegra de hablar suave, lo había golpeado. ¿Sería él el único que creía en la culpabilidad de Arabella? Dios, ¿se hablaría de sus asuntos en la cocina?
De repente, la puerta se abrió de par en par y Arabella irrumpió en la biblioteca. Se detuvo de golpe en el umbral, con expresión de profundo abatimiento. Levantó las manos como para mantenerlos alejados de ella.
– Oh, creí que estabas solo, milord. Pero no lo estás, ¿verdad? Nada solo. ¿Por qué creí que lo estarías? ¿Cómo estás, madre?
– Estoy muy bien, Arabella. ¿Has disfrutado del paseo a caballo con Suzanne? No, no contestes esta pregunta tan tonta. No, querida, no huyas, porque yo estaba a punto de irme. Justin, por favor, piensa en lo que te he dicho. Podríamos volver a hablar de ello después.
"Esto es algo inesperado", pensó lady Ann, palmeando la mano de la hija al pasar junto a ella, creyendo que quería estar a solas con su esposo.
De pronto, Arabella aferró la mano de su madre y la sujetó con fuerza. La expresión del conde daba miedo. La sacudió la idea de que la observación de Suzanne con respecto a Elsbeth y a Gervaise podría hacerla parecer más culpable aún a los ojos del conde. Si ella misma no había advertido la intimidad entre su medio hermana y el francés, seguramente Justin tampoco. Quiso retraerse. En ese mismo momento, vio la desconfianza y la condena en los ojos de su esposo. Retrocedió, hasta quedar más cerca de la puerta, detrás de su madre.
– No tenía importancia. Lamento haberos molestado, milord, madre. En realidad, no tengo nada que decir. Nada de importancia. Creo que ahora me iré a mi cuarto. Sí, es un buen lugar a donde in
– Espera, Arabella -dijo el conde con vivacidad, cuando ella se dio la vuelta, dispuesta a huir.
Lady Ann comprendió que su hija estaba usándola como escudo físico entre ella y su esposo. Vio la tensión de su hija cuando el conde se acercó a ella. Justin sacó una llave del bolsillo del chaleco.
– Si quieres ir a la habitación del conde, necesitarás la llave.
Lady Ann había conservado la calma demasiado tiempo. La mano todavía le ardía por el golpe que le dio al yerno.
– Mi querida hija, ante todo, yo estaba yéndome. No nos has interrumpido. En segundo lugar, Justin, ¿por qué has cerrado con llave la habitación?
El aludido se encogió de hombros.
– Encontré unas tablas sueltas en el cuarto, y no quería que ningún criado se hiciera daño. Por eso, hasta que me haya ocupado de las reparaciones, quise mantener cerrada la habitación. Aquí tienes, Arabella.
La muchacha tomó la llave de la mano tendida, se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación.
– Tienes mucho que responder -dijo lady Ann, mirándolo a la cara-. Has embrollado las cosas de manera increíble, Justin.
– Puede ser, pero no lo creo. Y ahora, si me disculpa, realmente tengo que ir a ver a lord Talgarth. Pensaré en lo que me ha dicho.
– Lo dudo. Eres hombre y, según mi experiencia, una vez que aceptas una convicción, eres capaz de morir antes de reconocer que pudiste haberte equivocado. Dios, cómo los odio a todos. -Se dio la vuelta, pero luego giró otra vez hacia él, señalándolo con el dedo-. Arabella no ha tenido miedo nunca en su vida. Y sin embargo, desde que se casó contigo, la he visto convertirse en una muchacha silenciosa, retraída y asustada. No ha intentado decirme qué hacer ni una vez desde que os casasteis, y créeme que eso no es propio de ella, en absoluto. Oh, sí, sujeto despreciable, tienes mucho que responder. Maldito seas.
Esta vez, sí salió de la habitación. Justin se quedó mirando cómo se iba. La gentil, inocente lady Ann se había convertido en una tigresa.
Salió para Talgarth Hall y permaneció allí el resto del día.