– Entonces, ¿te fuiste de inmediato?
Justin asintió.
– ¿Estás tratando de decirme que si me hubiese quedado unos minutos más habría visto a Elsbeth saliendo del cobertizo?
– Sí.
Justin se mesó el cabello.
– ¿Por qué no me lo dijiste?
Lo único que atinó a hacer Arabella fue mirarlo.
Cuando su esposo comprendió lo que le había dicho, meneó la cabeza.
– Sí, me lo dijiste, ¿verdad? Pero no lo referido a Elsbeth.
– Sí, te lo dije una vez que supe de qué estabas convencido, pero tú no quisiste escuchar nada. Me creíste culpable sin la menor prueba.
– Sí, así fue -dijo, remarcando las palabras-. Creí en lo que había visto. No albergaba ninguna duda. Pero… -Se encogió de hombros y la miró-: llegué a convencerme de que no eras del todo culpable de lo que habías hecho. Imaginé que te habías sentido atrapada porque tu padre te obligó a casarte conmigo. Lo único que yo quería era que me dijeras la verdad…, pero tú te negaste, desde luego. ¿Cuándo supiste lo de Elsbeth?
– Cuando estaba cabalgando con Suzanne. Ella había sorprendido las miradas entre los dos, y aludió al tema. Al principio, no pude más que quedarme mirándola. Primero, no podía creerle… ¡caramba,. la tímida Elsbeth, tan dócil, tan aniñada…!
– No es una niña si se entregó a Gervaise.
– No, pero aún así es inocente.
– Ahora la defiendes.
Arabella asintió. Si en ese momento le contaba todo, él descubriría que su padre era un asesino. Eso, se lo llevaría a la tumba. Ahora lo sabía. Justin nunca debería saberlo.
– Es mi medio hermana -dijo, alzando el mentón.
A continuación, Justin se acercó a ella, y la alzó en brazos.
– En este preciso momento, nada de eso importa. Lo único que importa es que me perdones. Dios querido, he rogado que confesaras tu traición y entonces yo, cual magnánimo caballero, te habría perdonado. Merezco ser azotado.
– Sí -repuso la mujer-. Pero no en este momento. Quizá, mañana podría darte unos azotes. O, mejor todavía, esperemos a tener una discusión feroz. ¿Qué opinas?
La besó muy, muy suavemente, tanto que Arabella tuvo ganas de llorar.
– ¿Ahora me crees, realmente? -susurró, con los labios pegados a los de él.
– Sí, te creo. Jamás desconfiaré de ti otra vez. Soy un perro. Soy un perro ciego. Ojalá te hubiese dicho exactamente lo que vi, pero no lo hice. Por favor, patéame.
– No, lo siento, pero ahora no.
Justin le sostuvo la cara entre las manos.
– Eres mi esposa, y si me perdonas, podremos volver a empezar desde el comienzo.
– Eso me gustaría.
– ¿Me perdonas?
– Sí, debo hacerlo. En realidad, no tengo otra alternativa.
– Arabella, esa primera noche que pasamos juntos, tú eras virgen, por completo inocente y estabas dichosa, desbordante de felices expectativas, y yo te violé. No puedo decirte cuánto lamento eso. ¿Me darás otra oportunidad? ¿Ahora me dejarás amarte? Te juro que puedo hacerlo bien.
Arabella recordó la humillación, el dolor, la impotencia de aquella noche.
– Es difícil -dijo, rozando los labios de él con su aliento tibio-. Muy difícil. Pero te amo, y eso es algo que no puedo evitar. Sí, Justin, quisiera que ahora me ames.
La besó otra vez, y otra más, pero en esta ocasión, no fue nada suave.
Y cuando estuvo tendida de espaldas, el camisón en el suelo, junto a la cama, las manos del hombre acariciándole con delicadeza los pechos y el vientre, dijo:
– Nuestro matrimonio no empezó muy bien.
– No, pero desde este momento será tan perfecto como yo pueda hacerlo. -Deslizó más hacia abajo la mano con que la acariciaba. Las caderas de Arabella se arquearon hacia él, y se quedó mirándolo. Justin sonreía, con los ojos grises iluminados de picardía-. Sí -le dijo, besándole los pechos-, tienes la misma expresión en la mirada cuando estás complacida contigo misma.
La hizo llegar a la cumbre del placer antes de penetrarla. No quería que sintiera temores ni vacilaciones. La entrega de Arabella lo estremeció, y el asombro se reflejó claramente en su rostro. En los momentos posteriores al placer, con el corazón todavía golpeando con fuerza, lo miraba asombrada, pues había sido más intenso, más enloquecedor que cuanto hubiese imaginado.
– Eso fue muy bueno, Justin -pudo decir después de un momento.
– Hay más, y espero que lo disfrutes.
Se deslizó dentro de ella, sintiendo cómo se tensaba a su alrededor, cómo los músculos se contraían en espasmos de placer. Penetró más y más hondo, y Arabella no pudo creerlo, no pudo creer lo que le hacía sentir.
– Eres parte de mí -dijo, con la boca contra el cuello de él, y luego lo mordió, y dejó a sus manos vagar a su antojo por la espalda y las caderas del esposo-. Nunca te soltaré.
– No -replicó Justin-, no.
Y se volvió salvaje, empujando y embistiendo hasta que su propio placer lo dominó, lo hizo echar la cabeza atrás, y aullar por la fuerza de las sensaciones.
Supo que estaba halagándola, pero no le importó. Le mordió de nuevo el hombro y luego lo besó una y otra vez.
– Qué bueno fue eso -dijo-. ¿Podríamos hacerlo de nuevo?
Con dificultad, Justin se incorporó sobre los codos y la contempló.
– No puedo -respondió-. No soy más que un hombre, Arabella, un hombre débil, y tú me has agotado.
Se inclinó y le besó la punta de la nariz.
– Dame un momento, y volveré a complacerte. -Se interrumpió, y luego agregó en voz baja y ronca-: ¿Me perdonas por haberte lastimado? ¿Puedes perdonarme por todo eso?
Seguía dentro de ella. Arabella alzó las caderas, haciéndolo gemir.
– Sí -contestó.
Entonces; Justin empezó a penetrarla de nuevo más a fondo, y a ella le encantó, no, lo adoró, y pronto se sintió unida a él.
Arabella se acurrucó en la tibieza de las mantas, se apretó fuerte contra el hombre, y pronto se quedó.dormida.
Se vio transportada, por arte de magia, a la cámara que estaba debajo de la abadía en ruinas. Las piedras se tambaleaban y caían alrededor, y le golpeaban la cabeza, la cara, los hombros. Se echó hacia adelante, intentando desesperadamente eludir las piedras agudas, de bordes desgarrados, agitando los brazos para protegerse. Sus dedos se aferraron a salientes que parecían arañas. Sintió que algo le oprimía la mano con tanta fuerza que salió proyectada hacia adelante, y aunque se debatía en la oscuridad, vio con toda nitidez qué era lo que la sujetaba así. Era la mano de un esqueleto que la aferraba, y los dedos descarnados se le hundían en la muñeca. Oyó un grito quedo, un quejido de odio y de dolor, la sacudida de la muerte inminente. El esqueleto se movió de la posición acostada, y los dientes rotos cayeron de los huecos podridos de la boca. Lentamente, ante los ojos de Arabella, los huesos de las manos comenzaron a convertirse en polvo y cayeron crujiendo al suelo. Oyó gritos demoníacos a su alrededor. Sintió la muerte que se abatía sobre ella, le cerraba la garganta, la envolvía en una mortaja de terror.
Se despertó, tirando de las cobijas con las manos y sintió morir en sus labios el final de un grito.
– ¡Maldición, Arabella, despierta!
El conde encendió una vela y la alzó sobre la cabeza de su esposa. Cuando la luz cayó sobre la cara burlona del esqueleto de La Danza de la Muerte, Arabella se echó atrás, ahogando un grito. En su mente se mezclaron el sueño y la realidad. ¿Era el esqueleto el que había gritado? ¿Pudo ser el llanto de un recién nacido? ¿Los gritos desesperados de una mujer? ¿Había oído a los fantasmas de Evesham Abbey?
– Arabella, despierta. Vamos, amor, vuelve. Has tenido una pesadilla, pero ya terminó.
La acercó a él y empezó a frotarle la espalda con sus manazas.
La joven lanzó un suspiro trémulo.
– Fue ese horrible esqueleto que había en las ruinas. Luego, me pareció oír a nuestros fantasmas, pero ahora pienso si no habrán sido mis propios gritos. Oh, Dios, fue espantoso.
– Yo he oído a los fantasmas. -Contempló La Danza de la Muerte-. Esa cosa no me gusta. ¿Quieres que la quitemos y la guardemos en el desván?
Arabella asintió con lentitud.
– Justin, lo extraño es que la pintura formaba parte del sueño. No lo entiendo. Sí, hagamos que lo lleven al desván. Ya no significa nada para nadie. -Se acurrucó otra vez contra él-. Esta tarde, estuve muy cerca de morir. Habría muerto sin conocer todo de la vida. Habría muerto sin conocerte como esposo. Gracias por haberme salvado.
– Estás temblando. -Le besó la sien mientras le apartaba el cabello de la frente-. Fíjate cómo soy, que trato de evitar hablar sinceramente contigo. Tal vez sea porque soy hombre. No nos gusta hablar de sentimientos tan profundos. No tiene sentido, pero es así. Si hubieses muerto, yo no podría soportarlo. Es así de simple.
– Hoy, Gervaise intentó matarme. No, no muevas la cabeza. Sé que eso fue lo que hizo. El derrumbe de rocas y tierra sólo sucedió en la celda donde yo estaba. Él me pidió que me quedara allí. Dijo que quería ir a explorar. ¿Por qué, Justin? ¿Por qué quiso matarme? He estado pensándolo, pero no puedo encontrar una razón. ¿Por qué lo hizo?
El conde guardó silencio largo rato, pero no aflojó el abrazo, y siguió acariciando suavemente el hombro, la carne blanda del antebrazo de la esposa.
– No quiso matarte -dijo, al fin-. Lo que quería era alejarme a mí de Evesham Abbey. En esta recámara hay algo oculto, algo que él desea, algo de lo que la pobre Josette tal vez tuviese noticia, y por eso la mató. ¿No te extrañó que yo cerrara con llave esta habitación? ¿Que yo diese una excusa tan absurda como que había unas tablas flojas en el suelo, y eso era un peligro? Quería evitar que entrase, hasta que yo descubriera qué es lo que está buscando.
"Arriesgué tu vida porque quería atrapar al pequeño canalla. Hoy me contuve a duras penas de retorcer ese cuello escuálido, Arabella. Pero pronto terminará el juego. No se irá de aquí sin hacer un último intento de entrar en esta habitación y recoger lo que está buscando.
– Sabes que mató a Josette.
– Al parecer, tú ya lo habías adivinado. Es lógico. Fuiste tú la que señaló que no tenía vela con qué alumbrarse. Sí, es lógico. ¿Habría amenazado con descubrirlo? No sé. Podría golpearlo hasta que estuviera muerto o me dijera la verdad acerca del motivo que lo trajo aquí.
"Pero antes de irse, el viernes, lo intentará otra vez. Cuando entró corriendo para decirnos que estabas atrapada en las ruinas de la abadía, yo me lancé de inmediato hacia la puerta principal. Pero me di la vuelta y lo vi subiendo a toda prisa la escalera. Te había atrapado a ti para tenerme a mí fuera del paso, venir a este cuarto y tomar lo que vino a buscar.
– Matémoslo ahora mismo.
Por un instante, la sorpresa lo dejó mudo, con el cerebro aturdido. Esta mujer no se parecía a ninguna otra que hubiese conocido en su vida. Rompió a reír, al mismo tiempo que le daba besos en la oreja.
– Eres deliciosa. No eres de esas muchachas remilgadas que se desmayan, y eso me complace. Lo más probable es que, en el futuro, me ataques con tu lengua más de una vez. Y yo disfrutaré cada una de esas ocasiones. Eres magnífica. Y ahora, dime, ¿cómo mataremos al miserable?
– Me gustaría atarlo y dejarlo en las ruinas de la abadía hasta que nos diga por qué vino aquí.
– Me agrada -dijo, mordisqueándole el lóbulo-. ¿Le daremos agua?
– Agua sí, pero alimentos no. Estará completamente solo. Lo visitarás una vez al día para hacerle una pregunta. Si no responde, lo dejarás otra vez. Yo afirmo que se quebrará en tres días, nada más.
– Lo siento, Bella, pero no creo que podamos hacerlo. Sin embargo, me gusta el modo en que funciona tu mente. Debemos tener en cuenta a Elsbeth. ¿Qué haremos con Elsbeth?
Arabella tragó con dificultad: era hora de decidirse. Pero no pudo, aún no. Se volvió de cara a él:
– Todavía no, todavía no. Ámame otra vez, Justin. Ámame.
Lo hizo, de manera frenética, salvaje, y cuando Arabella oyó que respiraba regularmente, ya dormido, aún no sabía qué hacer.
La vida no era simple. Era muy exasperante, sobre todo desde que había recuperado a su esposo y lo único que quería era que le hiciera el amor hasta quedar inconsciente, cosa que, según imaginaba, llevaría varios años. Ya lo tenía todo para sí, por fin, y era más que espléndido. Quería poseerlo todo, para siempre.
Pero en ese momento la eternidad no se podría medir hasta que transcurriese un largo tiempo.