"Por las llaves de San Pedro," exclamó Susan. "¿Qué pasó? "
"Un pequeño accidente," contestó Elizabeth. Su mentira debería haber sido mejor, porque Susan puso inmediatamente los ojos en blanco y resopló de incredulidad. Lanzar el agua había sido un plan defectuoso, pero ciertamente inspirado. Si no podía conseguir que su pelo tuviera buen aspecto, entonces podía estropearlo del todo. Al menos, entonces nadie sospecharía que su desarreglo era debido a los dedos de James.
La pequeña cabeza rubia de Lucas se giró y contempló el desastre. "Parece como si hubiéramos sido visitados por la gran inundación. "
Elizabeth trató de no fruncir el ceño ante su interferencia. "Estaba preparando un paño mojado para el señor Siddons, que se lastimó el ojo, y entonces volqué el cubo, y – "
"¿Cómo es que el cubo esta en pie todavía? " preguntó él.
"Porque yo lo enderecé," dijo Elizabeth, abruptamente.
Lucas parpadeó, y retrocedió un paso.
"Probablemente debería marcharme," dijo James.
Elizabeth echó un vistazo en su dirección. Él se sacudía el agua de las manos, y parecía notablemente sereno, considerando que ella acababa de empaparlo sin aviso previo.
Susan carraspeó. Elizabeth la ignoró. Susan carraspeó otra vez.
“¿Podría tener primero una toalla? " murmuró James.
"Oh, sí, desde luego. "
Susan carraspeó de nuevo, un enorme y seco sonido que hacia que uno desease tener a mano un doctor, un cirujano, y un hospital limpio y bien alumbrado. Por no mencionar un cuarto de cuarentena.
"¿Qué sucede, Susan? " siseó Elizabeth.
“¿Podrías presentarme? "
"Oh, sí. " Elizabeth sintió que sus mejillas se encendían ante este obvio descuido del protocolo. “Señor Siddons, ¿me permite presentarle a mi hermana menor, la señorita Susan Hotchkiss? Susan, este es – "
"¿Señor Siddons? " jadeó Susan.
Él sonrió e inclinó su cabeza con buenos modales. "Parece como si hubiera oído hablar de mi. "
"Oh, de ninguna manera," contestó Susan, con tal rapidez que cualquier tonto podía ver que mentía. Ella sonrió -demasiado, en opinión de Elizabeth – y luego rápidamente cambió de tema. "¿Elizabeth, le has hecho algo nuevo a tu pelo? "
"Está mojado," le espetó Elizabeth.
"Lo sé, pero aún así, parece – "
"Mojado. "
Susan cerró la boca, pero de alguna manera logró decir, "Lo siento", sin despegar los labios.
"Señor Siddons, debería estar ya de camino," dijo Elizabeth desesperadamente. Dio un paso adelante y lo agarró por el brazo. “Le acompañaré a la puerta. "
"Ha sido un placer conocerla, señorita Hotchkiss," dijo él a Susan por encima de su hombro -no podía haberlo hecho de ninguna otra forma, ya que Elizabeth lo había arrastrado, pasando por delante de los tres Hotchkiss más jóvenes y en ese momento lo empujaba por la puerta al vestíbulo. “Y a usted, también. “¡Lucas! " lo llamó. "¡Debemos ir a pescar un día! "
Lucas gritó con regocijo y entró corriendo en el vestíbulo tras ellos. "Oh, gracias, señor Siddons. ¡Gracias! "
Elizabeth tenía a James prácticamente en los escalones delanteros cuando él de pronto se paró y dijo, “Hay una cosa más que tengo que hacer. "
“¿Qué más le queda por hacer? " exigió ella. Pero él se había soltado ya de su apretón y caminó a zancadas hacia la puerta de la cocina. Cuando pensó que él estaba fuera del alcance del oído, masculló, "me parece que ya hemos hecho de todo hoy. "
Él le sonrió con picardía por encima de su hombro. “De todo no. "
Ella chisporroteó y balbució, tratando de dar con una réplica apropiadamente mordaz, cuando él arruinó completamente el momento derritiendo su corazón.
"Oh, Jane," la llamó, apoyándose en el quicio de la puerta.
Elizabeth no podía ver el interior de la cocina, pero podía imaginar perfectamente la escena, como su hermanita levantaba la cabeza, sus ojos azules oscuros abriéndose asombrados de par en par.
James envió un beso a la cocina. "¡Adiós, dulce Jane!. Lamento verdaderamente que no seas un poco más mayor. "
Elizabeth suspiro beatíficamente y se hundió en una silla. Su hermana soñaría con aquel beso durante el resto de su infancia.
Su discurso estaba sobreensayado, pero el sentimiento era indudablemente sincero. Elizabeth sabía que tenía que enfrentarse a James por su escandaloso comportamiento, y estuvo toda la noche y hasta la mañana siguiente imaginándose la conversación en su cabeza. Aún estaba recitando sus palabras cuando marchó penosamente a través del lodo – había llovido la noche anterior – hacia Danbury House.
Este plan – este raro, extraño e incomprensible plan que, se suponía, iba a depositarla en el altar-necesitaba reglas. Máximas de comportamiento, directrices, ese tipo de cosas. Porque si no tenía alguna idea de lo que podía esperar en compañía de James Siddons, iba a volverse loca.
Por ejemplo, su comportamiento de la tarde anterior era claramente una señal de una mente confundida. En un ataque de pánico se había mojado entera. Por no mencionar su licenciosa respuesta al beso de James.
Tendría que adoptar un mínimo de control. Se negaba a ser un caso de caridad para su entretenimiento. Insistiría en retribuirle por sus servicios, y se acabó.
Además, él no podía cogerla y abrazarla cuando ella no se lo esperaba. Aunque sonase absurdo, sus besos iban a tener que permanecer puramente académicos. Era el único modo en que conseguiría salir de este episodio con el alma intacta.
En cuanto a su corazón, bueno, probablemente era ya una causa perdida.
Pero no importa cuantas veces ensayó el pequeño discurso que había preparado, sonaba mal. Primero demasiado mandón, después demasiado débil. Demasiado estridente, y luego demasiado lisonjero. ¿Pero dónde se supone que podía una mujer buscar consejo?
Tal vez debería echar otro vistazo a Cómo casarse con un Marqués. Si necesitaba reglas y edictos, seguramente los encontraría ahí. Quizás la señora Seeton había incluido algo sobre cómo convencer a un hombre sin insultarlo mortalmente. O cómo conseguir que un hombre hiciera lo que una quería haciéndolo creer que todo había sido idea de él. Elizabeth estaba segura de que había visto algo al respecto en sus lecturas.
Y si no lo había, seguro como que existe el cielo, que debería haberlo.
Elizabeth no podía imaginarse una habilidad más útil. Había sido uno de los pocos consejos femeninos que su madre le había transmitido antes de morir. "Nunca te atribuyas el merito," le había dicho Claire Hotchkiss. "Conseguirás mucho más si le dejas que crea que él es el hombre más listo, más valiente y más poderoso de todo el mundo. "
Y por lo que pudo observar Elizabeth, funcionaba. Su padre había estado total y locamente enamorado de su madre. Anthony Hotchkiss no había sido capaz de ver nada más-ni siquiera a sus hijos- cuando su esposa entraba en una habitación.
Lamentablemente para Elizabeth, cuando su madre le había dado el consejo sobre que hacer con un hombre, nunca vio la necesidad de explicarle cómo llevarlo a cabo.
Tal vez esto era intuitivo para algunas mujeres, pero ciertamente no para Elizabeth. ¡Cielos!, si no le quedó más remedio que consultar una guía para que le indicase que decir a un hombre, como iba a poder hacerle creer que sus ideas eran en realidad de él.
Aun estaba intentando dominar las reglas más básicas del cortejo. Está parecía una técnica muy avanzada.
Elizabeth se sacudió el lodo de sus pies sobre los escalones exteriores de Danbury House, entró por la puerta principal y escabulléndose por el vestíbulo y entrando en la biblioteca. Lady D estaría todavía desayunando y esta parte de la casa estaba en silencio, y ese maldito libro la esperaba…
Anduvo por la elegante alfombra que cubría casi todo el vestíbulo. Algo en el silencio le parecía sagrado -por supuesto puede que tuviera algo que ver con la interminable discusión que tuvo que soportar durante el desayuno cuando Lucas y Jane habían peleado por quién debía limpiar. En el momento en que sus pies tocaron el suelo, sonaron como un terrible estruendo, retumbando por el vestíbulo, y haciendo trizas sus ya crispados nervios.
Corrió hacia la biblioteca, inhalando el olor a madera pulida y libros viejos. Como disfrutaba estos breves momentos de aislamiento. Con un movimiento lento y cuidadoso, ella cerró la puerta tras ella y escudriñó las estanterías. Allí estaba, puesto de lado en la misma estantería donde ella lo había encontrado sólo unos días antes.
Una miradita no haría daño. Sabía que era un libro estúpido, y que la mayoría de las cosas que en él se decían eran tonterías, pero si pudiera encontrar cualquier pequeño consejo que la ayudara con su presente dilema…
Cogió el libro y empezó a hojearlo, sus hábiles dedos pasando las páginas con agilidad mientras ojeaba las palabras de la señora Seeton. Se saltó la parte del vestuario, y las tonterías sobre practicar. Tal vez hacia el final hubiera algo…
"¿Qué está haciendo? "
Levantó la vista, dolorosamente consciente de que su expresión era la de un ciervo mirando hacia el agujero del rifle de un cazador. "¿Nada? "
James cruzó la habitación a zancadas, sus largas piernas llevándolo a justo al lado de ella en sólo cinco pasos. “Está leyendo ese libro otra vez, ¿verdad? "
"No leyéndolo, exactamente," tartamudeó Elizabeth. Era una completa imbécil por sentirse tan avergonzada, pero no podía evitarlo, como si hubiese sido sorprendida haciendo algo muy desagradable. "Estaba más bien echando una ojeada. "
"No estoy interesado en sutilezas semánticas. "
Elizabeth decidió rápidamente que el mejor curso de acción era un cambio de tema. "¿Cómo sabía que yo estaba aquí? "
“Oí sus pasos. La próxima vez que quiera entrar en el juego del subterfugio, camine sobre la alfombra. "
"¡Lo hice! Pero la alfombra tiene un final, como bien sabe. Se han de andar unos pasos sobre el suelo para poder entrar en la biblioteca. "
Sus ojos negros se tornaron de un color extraño, con un brillo casi académico, cuando dijo, "Hay maneras de amortiguar… Oh, no importa. No es el tema en cuestión. " Extendió la mano y le arrebató Cómo casarse con un Marqués. “Creí que habíamos acordado que esto no eran más que tonterías. Una colección de simplezas y burradas diseñadas para convertir a las mujeres en descerebradas y lloriqueantes idiotas. "
“Tenía la impresión de que los hombres ya pensaban que éramos una descerebradas y lloriqueantes idiotas. "
"La mayoría lo son," gruñó él, asintiendo. "Pero usted no tiene que serlo. "
“Bueno, señor Siddons, me sorprende. Creo que eso ha sido un elogio. "
"Y dice que no sabe coquetear," se quejó él.
Elizabeth no podía contener la sonrisa que brotaba de su interior. De todos sus cumplidos, los hechos a regañadientes eran los que más le afectaban.
Él la miró con el ceño fruncido y su expresión se tornó de juvenil petulancia al colocar de golpe el libro sobre la estantería. "Que no la pille otra vez mirando este libro. "
"Sólo estaba buscando algo de consejo," explicó ella.
"Si necesita consejo, yo se lo daré. "
Sus labios se fruncieron durante un breve segundo antes de que ella contestara, "No creo que eso sea lo apropiado en este caso. "
"¿Qué demonios significa eso? "
"Señor Siddons…"
“James.” la interrumpió bruscamente.
“James.” se corrigió ella. “No se lo que lo ha puesto de tan mal humor, pero no aprecio su lenguaje. Ni su tono.”
Dejó salir un largo suspiro, horrorizado por cómo su cuerpo temblaba al hacerlo. Sus entrañas habían permanecido retorcidas en un nudo durante casi veinticuatro horas y todo por culpa de esta chiquilla. Por Dios, si apenas le llegaba al hombro.
Todo empezó con ese beso. No, pensó denodadamente, empezó mucho antes, con la anticipación, el anhelo, el soñar con cómo se sentían sus labios bajo los suyos.
Y desde luego no había sido suficiente. Ni de lejos. La tarde anterior consiguió aparentar despreocupación bastante bien -con la ayuda de su bien apuntado cubo de agua, que, por supuesto, había aplacado su necesidad.
Pero la noche lo había dejado a solas con su imaginación. Y James tenía una imaginación muy activa.
“Estoy furioso,” le contestó, finalmente, evitando mentir totalmente al añadir, “porque anoche dormí mal.”
“Oh.” Estaba asombrada por su sencilla respuesta. Abrió la boca como para seguir interrogándolo, pero la cerró sin decir nada.
Bien por ella, pensó con dureza. Si expresaba, aunque fuera el más mínimo interés en saber porqué no había dormido bien, se juró que se lo diría. Le describiría explícitamente su sueño, hasta el más mínimo detalle.
"Siento que sufra de insomnio," dijo ella, finalmente “pero creo que realmente deberíamos hablar de su oferta de ayudarme a encontrar marido. Estoy segura de que comprenderá que es muy poco convencional."
"Pensé que habíamos decidido que no íbamos a dejar a eso guiara nuestras acciones. "
Ella lo ignoró. “Necesito una cierta estabilidad en mi vida, señor Siddons. "
"James. "
"James." Ella repitió su nombre y la palabra salió como un suspiro. “No puedo estar constantemente en guardia, temiendo que se abalance sobre mi en cualquier momento. "
"¿Abalanzarme?" En la comisura de su boca se insinuó una sonrisa. Le gustó la imagen que la palabra abalanzar había hecho que le viniera a la mente.
“Y seguramente no puede ser beneficioso para nosotros ser tan, ah… "
"¿Íntimos? " le facilitó, solo para enojarla.
Funcionó. La mirada que ella le lanzó podría haber cortado el vidrio. "La cuestión es," dijo ella elevando la voz, como si así pudiera acallar sus intervenciones, "que nuestro objetivo es encontrarme un marido, y… "
"No se preocupe," dijo él, gravemente. "Le encontraremos un marido. " Pero justo mientras decía las palabras, él fue vagamente consciente de un extraño regusto en su boca. Podía imaginar sus lecciones particulares con Elizabeth-imaginar todos y cada uno de los perfectos minutos- pero el pensar en que realmente pudiera conseguir su objetivo de contraer matrimonio, lo hacía sentir enfermo.
"Eso me lleva a otro punto," dijo ella.
James cruzó los brazos. Un punto más y tendría que amordazarla.
“Sobre este plan, y su disposición a ayudarme a encontrar marido -no estoy segura de sentirme cómoda estando en deuda con usted. "
"No lo estará. "
"Sí," dijó Elizabeth, con firmeza, "lo estaré. E insisto en retribuirle. "
La sonrisa que él le dedicó fue tan potentemente masculina que le temblaron las piernas. "¿Y cómo," dijo, arrastrando las palabras, "tiene la intención de retribuirme? "
"Chantaje. "
Él parpadeó sorprendido. Se sintió orgullosa de ello. "¿Chantaje? " repitió.
"Lady Danbury me dijo que la está ayudando a desenmascarar a su chantajista, me gustaría ayudarle."
"No. "
"Pero… "
"He dicho que no. "
Lo fulminó con la mirada, y cuándo él no añadió nada más, ella dijo, “¿Por qué no? "
"Porque podría ser peligroso, por eso. "
"Usted lo hace. "
"Soy un hombre. "
"¡Oh! " exclamó, convirtiendo sus manos en dos puños a sus costados. "¡Es un hipócrita! Todo que dijo ayer sobre respetarme, y pensar que soy más inteligente que la mayoría de las mujeres- era todo una sarta de tonterías para conseguir que confiara en usted así podría… podría… "
"El respeto no tiene nada que ver con esto, Elizabeth. " Se puso las manos sobre las caderas, y ella automáticamente dio un paso atrás al percibir la extraña expresión de sus ojos. Era casi como si se hubiese convertido en otro hombre allí mismo, en cinco segundos -uno que había hecho cosas peligrosas, conocido a gente peligrosa.
"Me marcho," dijo ella. "Puede quedarse aquí, por lo que a mi respecta. "
La cogió por el lazo de su vestido. "No creo que hayamos concluido con esta conversación. "
"No estoy muy segura de desear su compañía. "
Él soltó un largo y frustrado suspiro, "Respeto no significa que esté dispuesto a ponerla en peligro. "
"Encuentro difícil de creer que el chantajista de Lady Danbury sea un individuo peligroso. No es como si la estuviese chantajeando por tener secretos de Estado o algo parecido. "
"¿Cómo puede estar tan segura de eso? "
Lo miró boquiabierta. "¿Lo está? "
"No, por supuesto que no," le espetó él. "Pero eso no lo puede saber, ¿verdad? "
"¡Por supuesto que si! He trabajado para ella durante más de cinco años. ¿Cree realmente que Lady Danbury podría haberse comportado de forma sospechosa sin que yo lo notara? Santo cielo, solamente mire como reaccioné cuando ella comenzó a dormir la siesta. "
Él la fulminó con la mirada y sus ojos oscuros no admitían argumentos. "No se va a unir a la investigación de chantaje, y punto. "
Ella se cruzó de brazos en respuesta y no dijo nada.
"¿Elizabeth? "
Una mujer más cautelosa podría haber prestado atención a la dura advertencia de su voz, pero Elizabeth no se sentía demasiado prudente en aquel momento. "No puede impedirme que trate de ayudar a Lady Danbury. Ella ha sido como una madre para mí, y… " Se atragantó con sus palabras cuando él la empujó contra una mesa, sus manos agarrándola por los brazos con desmesurada intensidad.
"Te amarraré, te amordazaré. Te ataré a un maldito árbol si es lo que hace falta para que no metas la nariz donde no debes. "
Elizabeth tragó aire. Nunca había visto a un hombre tan furioso. Sus ojos chispeaban, su mano temblaba, y su cuello estaba tan tenso que pareció que el roce más diminuto podría separarlo de su torso.
"Bueno, bien" chilló ella, tratando de liberarse. El no parecía tener idea de lo fuertemente que la sujetaba- o ni siquiera de que la estaba sujetando. "No dije que iba a interferir exactamente, solamente que le ayudaría de alguna forma, una forma completamente segura, y… "
"Prométemelo, Elizabeth. " Su voz era baja e intensa, y era casi imposible no derretirse ante la ferocidad del sentimiento contenido en aquella única palabra.
"Yo… ah…" Oh, ¿dónde estaba la señora Seeton cuándo la necesitaba? Elizabeth había tratado de engatusarlo para despejar su furia -estaba casi segura de que eso se mencionaba en el Edicto Número veintiséis pero no había funcionado. James seguía furioso, sus manos aún se cerraban alrededor de sus brazos como tenazas, y que Dios le ayudara, pero Elizabeth no podía apartar sus ojos de la boca de él.
"Prométemelo, Elizabeth," repitió él, y lo único que ella podía hacer era contemplar cómo sus labios formaban las palabras.
Sus manos se apretaron más fuerte alrededor de sus brazos, lo que, combinado con alguna fuerza celestial, la sacó del trance, y movió sus ojos hasta encontrar los de él. "No haré nada sin consultarle primero," susurró.
"Eso no es suficiente. "
"Tendrá que serlo. " Se estremeció. "James, me hace daño. "
Bajó la mirada a sus manos como si fueran objetos extraños, entonces abruptamente la liberó. "Lo siento," dijo distraídamente. "No me di cuenta. "
Ella dio un paso hacia atrás, frotándose los brazos. "Está bien. "
James la miró durante un largo momento antes de jurar por lo bajo y darse la vuelta. Había estado tenso, y se había sentido frustrado antes, pero nunca esperó sentir la violenta inundación de emociones que ella había desatado. La mera idea de Elizabeth en peligro, y se convertía en un idiota farfullante.
La ironía era exquisita. Justamente el año pasado se había reído de su mejor amigo cuando él había estado en una situación similar. Blake Ravenscroft se había vuelto completamente desquiciado cuando su futura esposa había intentado participar en una operación del Ministerio de Defensa, James había encontrado toda la situación inmensamente divertida. Tenia claro que Caroline no corría verdadero peligro, y había pensado que Blake era un asno locamente enamorado por armar tal alboroto.
James podía ver la situación actual con la suficiente objetividad como para saber que Elizabeth corría incluso menos peligro aquí, en Danbury House. Y aún así, su sangre bullía de miedo y furia ante la sola mención de que se involucrara en el asunto del chantaje.
Tenía la sensación de que esto no era buena señal.
Esto tenia que ser alguna clase de obsesión enfermiza. No había hecho otra cosa que pensar en Elizabeth Hotchkiss desde que había llegado a Danbury House a principios de semana. Primero había tenido que investigarla como posible chantajista, y después se había encontrado asumiendo la desafortunada posición de maestro para encontrarle marido.
En realidad, él mismo se había ofrecido para aquel papel, pero decidió no profundizar demasiado en ese punto.
La cuestión era, que era muy natural que temiera por su seguridad. Él se había autonombrado su protector, y ella era una cosita tan diminuta; cualquier hombre se sentiría protector.
Y en cuanto a esa necesidad -esa que roía sus tripas y disparaba su pulso- bueno, él era un hombre, después de todo, y ella una mujer, y estaba aquí, y era realmente muy hermosa, al menos en su opinión, y cuando sonreía le hacía sentir cosas raras en su -
"Maldición," refunfuñó, "voy a tener que besarla. "