Elizabeth refunfuñaba para sí misma cuando entró en Danbury House aquella mañana. La verdad sea dicha, ella había estado refunfuñando para sí misma todo el camino. Había prometido a Susan que intentaría poner en práctica los edictos de la señora Seeton con el nuevo administrador de Lady Danbury, pero ella no veía cómo podría hacer esto sin romper el Edicto el Número dos:
No busque nunca a un hombre. Oblíguelo siempre a venir tras de usted.
Elizabeth supuso que esta era una regla que iba a tener que romper. También se preguntaba como reconciliar los Edictos Tres y Cinco, que eran:
Nunca debe ser grosera. Un caballero necesita una dama que sea el epítome de la gracia, la dignidad y los buenos modales.
Y:
No converse nunca con un caballero durante más de cinco minutos. Si es usted quien finaliza la conversación, él fantaseará con lo que usted podría haber dicho a continuación.
Excúsese y desaparezca, al cuarto de retiro de las damas, si es necesario. Su fascinación por usted aumentará si él piensa que usted tiene otras posibilidades matrimoniales.
Esto era lo que tenía a Elizabeth realmente aturdida. Le pareció que aún si ella se excusara, era bastante grosero finalizar una conversación después de sólo cinco minutos. Y según la señora Seeton, un caballero necesitaba una señora que nunca fuera grosera.
Y esto, sin ni siquiera empezar a considerar todas las otras reglas que Susan le había gritado cuando salió de casa esa mañana. Se encantadora. Se dulce. Deja que sea él quien hable. No deje que note que tú eres más ocurrente que él.
Con todas estas tonterías con las que preocuparse, Elizabeth se planteaba rápidamente la idea de convertirse en la señorita Hotchkiss, una vieja solterona, indefinidamente.
Cuando entró en Danbury House, se encaminó inmediatamente al salón, como era su costumbre. Lady Danbury estaba allí, sentada en su silla favorita, garabateando la correspondencia y refunfuñando para si misma mientras lo hacia. Malcolm estaba tumbado sobre un amplio alféizar. Abrió un ojo, juzgó a Elizabeth indigna de su atención, y volvió a dormirse.
"Buenos días, Lady Danbury," dijo Elizabeth con una inclinación de cabeza. “¿Quiere que haga yo eso por usted? " La señora Danbury sufría de dolor de articulaciones, y Elizabeth con frecuencia escribía la correspondencia para ella.
Pero Lady Danbury tan sólo empujó el papel en un cajón. "No, no, no hace falta. Mis dedos se sienten bastante bien esta mañana." Los dobló y los agito en el aire hacia Elizabeth, como una bruja echando alguna clase de sortilegio ortográfico. "¿Ves? "
"Me alegro de que se encuentre tan bien," contestó Elizabeth vacilante, preguntándose si acababa de ser hechizada:
“Sí, sí, un día muy bueno. Muy bueno en efecto. A condición de que, desde luego, no comiences a leerme la Biblia otra vez. "
"No soñaría con hacerlo. "
"Realmente, hay algo que puedes hacer para mí. "
Elizabeth arqueó sus rubias cejas interrogante.
"Tengo que ver a mi nuevo administrador. Trabaja en una oficina que linda con los establos. ¿Podrías traerlo aquí? "
Elizabeth logró impedir en el ultimo segundo quedarse con la boca abierta. ¡Estupendo! Conseguiría ver al nuevo administrador y no tendría que romper el Edicto el Número dos al hacerlo.
Bien, técnicamente supuso que iba a buscarlo, pero en realidad no contaba ya que le había ordenado hacerlo así su patrona.
"¡Elizabeth! " dijo Lady Danbury en voz alta.
Elizabeth parpadeó. "¿Sí? "
“Presta atención cuando te hablo. Es bastante descortés por tu parte soñar despierta. "
Elizabeth no pudo evitar una mueca ante la ironía. Ella no había fantaseado en cinco años. Una vez había soñado con el amor y el matrimonio, y con ir al teatro, y viajar a Francia. Pero todos estos sueños se detuvieron cuando su padre murió y sus nuevas responsabilidades hicieron obvio que sus pensamientos secretos eran meros sueños imposibles, destinados a no realizarse nunca. "Lo siento terriblemente, milady," dijo.
Los labios de Lady Danbury se fruncieron de tal modo que Elizabeth supo que no estaba realmente enojada. "Simplemente tráelo," dijo Lady D.
"Inmediatamente," dijo Elizabeth afirmando con la cabeza.
“Él tiene el pelo castaño y ojos negros y es bastante alto. Así que ya sabes a quien buscar. "
“Ah, conocí al señor Siddons ayer. Tropecé con él cuando me marchaba a casa. "
"¿Si? " Lady Danbury la miro perpleja. "Él no mencionó nada. "
Elizabeth ladeo la cabeza confundida. “¿Por qué razón debería haberlo hecho? Seguramente no tendrá efecto sobre su empleo aquí. "
"No. No, supongo que no. " Lady Danbury fruncía la boca otra vez, como si estuviera considerando algún enorme e irresoluble problema filosófico. "Ve a por él entonces. Requeriré tu compañía una vez que haya terminado con J…,er, el señor Siddons. Ah, y mientras consulto con él, puedes ir y traerme mi bordado. "
Elizabeth sofocó un gemido. La idea de la señora Danbury de bordar consistía en mirar cómo Elizabeth bordaba y darle copiosas instrucciones mientras supervisaba la labor. Y Elizabeth odiaba bordar. Ella ya tenía costura más que suficiente en casa, con toda la ropa que necesitaba ser zurcida.
"La funda de almohada verde, me parece, no la amarilla," añadió Lady Danbury.
Elizabeth asintió distraídamente y se marcho hacia la puerta. "Se única," susurró para si misma, ", pero no demasiado única. " Sacudió la cabeza. El día que ella entendiera lo que eso significaba sería el día que el hombre caminara por la luna.
En otras palabras, nunca.
Cuando llegó al área de los establos, se había repetido las reglas a si misma al menos diez veces cada una y tenía la cabeza tan enturbiada con todas ellas que de buena gana habría empujado a la señora Seeton por un puente si la señora en cuestión hubiera estado en la zona.
Desde luego no había ningún puente en la zona, de todas formas, pero Elizabeth prefirió pasar por alto aquel punto.
La oficina y el hogar del administrador era una construcción situada directamente a la izquierda de los establos. Era una pequeña casita de campo de tres habitaciones con una pesada chimenea de piedra y un techo cubierto con paja. La puerta de calle se abría a una pequeña sala, con un dormitorio y una oficina en la parte de atrás.
El edificio tenía una apariencia pulcra y ordenada, lo que Elizabeth supuso tenía sentido, ya que una de las obligaciones de los administradores era preocuparse del buen mantenimiento de edificios. Permaneció de pie ante la puerta durante aproximadamente un minuto, respirando profundamente varias veces y recordándose que ella era una joven razonablemente atractiva y bien parecida. No había ninguna razón por la cual este hombre – en quien ella no estaba interesada, en realidad – debiera desdeñarla.
Era gracioso, pensó Elizabeth irónicamente, que ella nunca anteriormente se hubiera sentido inquieta al conocer gente nueva. Todo esto era culpa de esa maldita caza de marido y de ese libro doblemente maldito.
"Podría estrangular a la señora Seeton," refunfuñó ella mientras levantaba la mano para llamar a la puerta. "De hecho, podría hacerlo fácilmente. "
La puerta no estaba cerrada correctamente y se abrió de golpe unos centímetros cuando Elizabeth la golpeó. Llamó en voz alta, “¿Señor Siddons? ¿Está usted ahí? ¿Señor Siddons? "
Ninguna respuesta.
Empujó la puerta que se abrió unos cuantos centímetros más y asomó un poco la cabeza."¿Señor Siddons? "
¿Qué debía hacer ahora? Evidentemente no estaba en casa. Elizabeth suspiró, apoyando el hombro izquierdo contra el marco de la puerta mientras su cabeza se deslizaba por entero en el cuarto. Supuso que iba a tener que ir a buscarlo, y el cielo sabía donde podía estar. Era una propiedad bastante grande, y no se sentía particularmente excitada ante la perspectiva de explorarla por entero buscando al errante señor Siddons, ni siquiera aunque lo necesitara desesperadamente para poner en práctica los edictos de la señora Seeton.
Mientras estaba allí parada, dejó sus ojos vagar sobre el contenido del cuarto. Ella había estado dentro de la pequeña casita de campo antes y sabía qué objetos pertenecían a Lady Danbury. No parecía que el señor Siddons hubiera traído muchas pertenencias con él. Solamente un pequeño bolso de viaje en la esquina, y-
Elizabeth jadeó. Un pequeño libro rojo. Justo allí, sobre la mesa del fondo. ¿Cómo diablos había obtenido el señor Siddons una copia de Cómo casarse con un Marqués? No podía imaginar que esta era la clase de libro que un hombre compraba en una librería. Con la boca abierta de la sorpresa cruzó el cuarto a zancadas y rápidamente agarró el libro.
¿ENSAYOS de Francis Bacon?
Elizabeth cerró los ojos y maldijo. Dios querido, estaba obsesionada. Pensaba que veía ese pequeño libro estúpido detrás de cada esquina. "Estúpido, estúpido, estúpido," refunfuñó ella, volviéndose rápidamente para dejar el libro sobre la mesa. "La señora Seeton no lo sabe todo. ¡Tienes que detener- Ow! "
Aulló cuando su mano derecha choco con la linterna de cobre apoyada sobre la mesa. Asiendo aun el libro con su mano izquierda, sacudió la derecha, tratando de mitigar el punzante dolor. "¡Ah ah ah ah ah! " gruñó. Esto era peor que golpearse un dedo del pie, y el Señor sabía que ella tenía suficiente experiencia en ello.
Cerró los ojos y suspiró. “Soy la muchacha más torpe de toda la Inglaterra, la cabeza de chorlito más grande de toda Gran Bretaña – "
Crujido.
Alzó la cabeza. ¿Qué era eso? Había sonado como un pie pisando guijarros sueltos. Y había guijarros fuera de la casita del administrador.
"¿Quién está ahí? " llamó, con una voz que sonó bastante estridente a sus oídos.
Ninguna respuesta.
Elizabeth se estremeció -mala señal, considerando que había sido un mes inoportunamente cálido. Ella nunca había creído en la intuición, pero definitivamente algo iba mal.
Y Elizabeth temió que seria ella la única que sufriría las consecuencias
James había pasado la mañana montando a caballo por la propiedad. Él la conocía de arriba abajo, desde luego; cuando era un niño él había pasado más tiempo aquí, en Danbury House, que en su propia casa, Riverdale Castle. Pero si debía continuar con su farsa como el nuevo administrador, tenía que inspeccionar las tierras.
Era un día cálido y cuando finalizó su paseo de tres horas, sus cejas estaban mojadas por la transpiración y su camisa de lino se adhería a su piel. Un baño habría sido perfecto, pero en su condición de administrador no tenía derecho a ordenar que los criados de Danbury House le llenaran una tina, así que tendría que conformarse con refrescarse con la palangana de agua que tenía en su dormitorio.
No había esperado encontrar la puerta de su casita de campo abierta de par en par.
Ajustó su paso para hacer sus pisadas tan silenciosas como le fue posible y se acercó a la puerta. Mirando detenidamente dentro, vio la espalda de una mujer. La acompañante de tía Agatha, si su pálido cabello rubio y su pequeña figura servían de indicación.
Él se había sentido intrigado por ella el día anterior. No se había dado cuenta de cuánto hasta este momento, en que la veía inclinada sobre su copia de los ENSAYOS de Francis Bacon.
¿Francis Bacon? Para un ser una ladrona, tenía unos gustos más bien intelectuales en cuanto a lectura.
Mirarla era casi hipnótico. Su rostro estaba de perfil, y su nariz se arrugó de una forma muy divertida mientras ella examinaba el libro. Sedosos zarcillos de su rubísimo cabello habían escapado de su recogido y se rizaban sobre su cuello.
Su piel parecía cálida.
James contuvo el aliento, tratando de no hacer caso del calor que se enroscaba en su vientre.
Se inclinó tanto como pudo sobre el marco de la puerta sin delatarse. ¿Qué demonios estaba diciendo la muchacha? Se obligó a concentrarse en su voz, lo que no era fácil, ya que sus ojos seguían recorriendo la suave curva de sus pechos, y aquel punto en su nuca donde-
James se pellizcó. El dolor generalmente actuaba como un efectivo antídoto contra la necesidad de besar a alguien.
La señorita Hotchkiss murmuraba algo, y sonaba más bien enojada.
"… estúpida… "
James estaba de acuerdo con eso. Registrar su cuarto a plena luz del día no era un movimiento muy inteligente por su parte.
"…señora Seeton… "
¿Quién demonios era esa?
"¡Ow! "
James miró más de cerca. Ella sacudía la mano y fulminaba con la mirada a su lámpara. Tuvo que sonreír. Parecía tan furiosa que él no se hubiera sorprendido si la lámpara hubiera estallado espontáneamente en llamas.
Y dejaba escapar uno pocos gemidos de dolor que causaban extraños espasmos a su estómago.
Su primer instinto fue precipitarse a ayudarla. Seguía siendo un caballero, después de todo, bajo cualquier disfraz que hubiera elegido llevar. Y un caballero siempre acudía a ayudar a una mujer herida. Pero vaciló. Ella no estaba gravemente herida después de todo, y ¿qué demonios hacía ella en su casita de campo, de todos modos?
¿Podría ser ella la chantajista?
Y de ser así, ¿cómo podía haber sabido que él estaba aquí para investigar? Porque si ella no estaba investigándolo a él, ¿por qué registraba sus pertenencias? Las buenas chicas – de la clase que trabajaban como acompañantes de ancianas condesas – no hacían aquel tipo de cosas.
Desde luego ella podía no ser más que una pequeña ladrona, esperando que el nuevo administrador fuera un caballero “venido a menos” con algunas pequeñas reliquias de familia en su poder. Un reloj, una pequeña pieza de joyería de su madre – el tipo de cosa de la que un hombre fuera reacio a separarse, aún si sus circunstancias lo hubieran obligado a buscar empleo.
Ella cerró los ojos y suspiró, girándose mientras lo hacia. "Soy la muchacha más torpe de toda Inglaterra, la cabeza de chorlito más grande de toda Gran Bretaña – "
James se acercó más, arqueando el cuello mientras trataba de captar todas sus palabras.
Crujido.
"Maldición," articuló James silenciosamente, moviéndose rápidamente de modo que su espalda quedara presionada contra la pared exterior de la casita de campo. Hacía años que no daba un paso tan descuidado.
"¿Quién está ahí? " llamó ella.
Él ya no podía verla; se había movido demasiado lejos de la puerta para eso. Pero sonaba llena de pánico. Como si fuera a echar a correr en cualquier momento.
James se escabulló lejos, situándose rápidamente a medio camino entre los establos y la casita de campo. Cuando oyera a la acompañante de tía Agatha salir de la casita comenzaría a caminar hacia la casa, al descubierto, mirando a uno y otro lado como si acababa de llegar.
Unos segundos después, oyó el chasquido de la puerta cerrándose. Unos pasos siguieron al sonido, y James entró en escena.
"Buenos días, señorita Hotchkiss," la saludó en voz alta, sus largas zancadas lo situaron justo enfrente de ella.
"¡Ah! " graznó Elizabeth, dando un salto. "No le vi. "
James sonrió. "Le pido perdón si la he asustado. "
Elizabeth agitó la cabeza, sus mejillas comenzaron a tornarse rosadas.
James presionó un dedo contra su boca para ocultar una triunfante sonrisa. Ella era culpable de algo. Un rubor así no surgía sin motivo.
"No, no, esta bien," tartamudeó ella. "Yo, ah, yo, en realidad debería aprender a mirar por donde voy. "
"¿Qué le trae por aquí? " le preguntó James. "Tenía la impresión de que la mayor parte de sus obligaciones requerían su presencia en la casa. "
"Lo hago. Quiero decir, lo hacen. Pero en realidad me enviaron a buscarle. A Lady Danbury le gustaría hablar con usted. "
Los ojos de James se estrecharon. No dudó de la muchacha; obviamente era demasiado inteligente para mentir sobre algo que podría ser fácilmente comprobado. ¿Pero por qué, entonces, había registrado su casa?
La charla podía revelarle algo. Y por el bien de su tía, él tenía que averiguar qué. Él había tenido que interrogar anteriormente a mujeres, y siempre era capaz de sonsacarles lo que necesitaba saber. De hecho, sus superiores en el Ministerio de Defensa se burlaban a menudo de que había perfeccionado el arte de interrogar a las mujeres.
Las mujeres, había llegado a la conclusión hacía tiempo, eran de naturaleza algo diferente a los hombres. Ellos eran básicamente introvertidos. Todo que uno tenía que hacer era preguntar a una mujer sobre ella misma, y probablemente contaría su vida al completo. Había una o dos excepciones a esta regla, desde luego, Lady Danbury por ejemplo era una, pero-
"¿Va algo mal? " preguntó la señorita Hotchkiss.
"¿Disculpe? "
"Estaba tan callado," indicó ella, mordiéndose luego el labio.
"Simplemente distraído," mintió James. "Confieso que no puedo pensar en por qué Lady Danbury requiere mi presencia. La vi a primera hora esta mañana. "
Elizabeth abrió la boca, pero no tenía ninguna respuesta. “No lo sé," dijo finalmente. "He descubierto que es mejor no preguntarse por los motivos de Lady Danbury. Me agota el cerebro tratar de entender cómo trabaja su mente."
James se rió entre dientes a su pesar. No quería que le gustara esta muchacha, pero ella pareció encarar la vida con extraña gracia y humor. Y seguramente había descubierto el mejor modo de tratar con su tía. Asiente a todo lo que diga y haz lo que tú creas- eso siempre le había funcionado a él.
James extendió el brazo, y se dispuso a encantarla hasta que ella le revelara todos sus secretos."¿Me acompañará a la mansión? Por supuesto, siempre que no tenga nada más que hacer aquí fuera "
"No. "
James elevo las cejas interrogante.
"Quiero decir que no, no tengo nada más que hacer. " Elizabeth sonrió débilmente. "Y sí, estaría encantada de acompañarle. "
"Excelente," dijo James suavemente. "No puedo esperar a profundizar nuestra relación. "
Elizabeth respiró profundamente mientras deslizaba su brazo en el de él. Ella había metido la pata con su última declaración, pero por lo demás, pensó que se había atenido a las reglas de la señora Seeton con admirable diligencia. Incluso se las había arreglado para hacer sonreír al señor Siddons, lo cual tenía que figurar en alguna parte de aquellos edictos. Y si no figuraba, debería hacerlo. Seguramente los hombres apreciaban a una mujer que sabía cómo dar una respuesta ingeniosa.
Elizabeth frunció el ceño. Quizás esto quedaba incluido en la parte de ser única…
"Parece bastante seria," dijo James.
Elizabeth dio un respingo. ¡Maldición!. Tenía que mantener la mente enfocada en este caballero. ¿No decía en alguna parte del libro algo sobre prestar a un caballero completa atención? Tendría que ser durante cinco minutos, antes de que una cortara la conversación, desde luego.
"Casi,"continuó él, "como si estuviera profundamente concentrada en algo.”
Elizabeth casi gimió en voz alta. Era demasiado para que su encanto apareciera con facilidad. Ella no estaba muy segura de como esto se aplicaba a la presente situación, pero estaba bastante segura que una, realmente, no debía dar la impresión de que seguía una guía.
"Desde luego," prosiguió el señor Siddons, obviamente inconsciente de su angustia, "yo siempre he encontrado que las mujeres serias eran las más fascinantes. "
Podía hacerlo. Ella sabía que podría. Era una Hotchkis, caray, y podría hacer cualquier cosa si ponía su empeño en ello. Tenía que encontrar un marido, pero más importante aún, primero tenía que aprender a encontrar marido. Y en cuanto al señor Siddons, pues estaba a mano, y tal vez fuera un poco despiadado usarlo como conejillo de indias, pero una mujer hacia lo que tenía que hacer. Y ella era una mujer desesperada.
Se dio la vuelta, con una brillante sonrisa pegada su cara. Iba a encantar a este hombre hasta que… hasta que… bien, hasta que él estuviera encantado.
Abrió la boca para deslumbrarlo con algún comentario ingenioso y sofisticado, pero antes de que ella pudiera ni siquiera formar un sonido, él se inclinó más cerca, sus ojos cálidos y peligrosos, y dijo, "Me siento insoportablemente curioso sobre esta sonrisa. "
Elizabeth parpadeó. Si no estuviera segura de que era imposible, habría pensado que él trataba de encantarla.
No, pensó ella, con una sacudida mental de cabeza. Era imposible. Él apenas la conocía, y aunque ella no era la muchacha más fea de todo Surrey, tampoco era ninguna sirena.
"Le pido perdón, señor Siddons," dijo ella encantadoramente. "Como usted, soy propensa a perderme en mis propios pensamientos. Y ciertamente no quise ser grosera. "
Él negó con la cabeza. "No ha sido grosera. "
"Pero, usted… " ¿Qué había leído Susan en el libro? Invite siempre a un hombre a hablar de él mismo. Los hombres estaban básicamente abstraídos en si mismos.
"¿Señorita Hotchkiss? "
Ella se aclaró la garganta y estampó otra sonrisa sobre su cara. "Correcto. Bien, verá, yo en realidad me preguntaba sobre usted. "
Hubo una breve pausa, y luego él dijo, "¿Sobre mí? "
"Desde luego. No todos los días tenemos a una persona nueva aquí, en Danbury House. ¿De dónde es usted? "
"De aquí y allí,” contestó James evasivamente. "Últimamente, Londres. "
"Qué excitante," contestó ella, tratando de mantener su voz apropiadamente emocionada. Ella odiaba Londres. Era sucio, maloliente y abarrotado. “¿Y siempre ha sido un administrador de fincas? "
"Nooo," dijo él despacio. "No hay muchas grandes propiedades rurales en Londres."
"Oh, sí," refunfuñó ella. "Desde luego. "
Él inclinó la cabeza y la miró fija y cálidamente. “¿Usted ha vivido siempre aquí? "
Elizabeth asintió. "Mi vida entera. No puedo imaginar vivir en otro sitio. No hay nada, realmente, tan encantador como el campo inglés en primavera. Y uno seguramente no puede – " Ella se detuvo. Ella, se suponía, no debía hablar de si misma.
Los instintos de James saltaron, alerta. ¿Qué había estado a punto de decir?
Ella revoloteó sus pestañas. "Pero usted no quiere saber sobre mí. "
"Ah, pero sí quiero," contestó él, obsequiándola con su más intensa y ardiente mirada. A las mujeres les gustaba que las miraran fijamente.
No a esta mujer, por lo visto. Ella sacudió la cabeza y tosió.
"¿Sucede algo? " preguntó él.
Ella negó con la cabeza rápidamente, pero parecía como si acabara de tragarse una araña. Entonces – y aunque no tenía sentido, él podría jurar que lo vio – ella enderezó sus hombros como si se preparara para enfrentarse a alguna horrible tarea, y dijo con un dulzor imposible, "Estoy segura de que usted ha llevado una vida mucho más interesante que la mía, señor Siddons. "
"Ah, pero estoy seguro que eso no es verdad. "
Elizabeth se aclaró la garganta, tentada de estampar el pie contra el suelo de la frustración. Esto no funcionaba en absoluto. Se suponía que los caballeros preferían hablar de ellos mismos, y todo lo que él hacía era preguntar sobre ella. Elizabeth tenía la rara impresión que él jugaba a algun tipo de juego con ella.
"Señor Siddons," dijo, esperando haber sido capaz de eliminar todo rastro de frustración de su voz, “he vivido en Surrey desde que nací. ¿Cómo podría haber sido mi vida más interesante que la suya? "
Él extendió la mano y le rozó la barbilla. "De alguna manera, señorita Hotchkiss, tengo el presentimiento de que usted podría fascinarme indefinidamente si usted así lo eligiera. "
Elizabeth jadeó y luego dejó totalmente de respirar. Ningún hombre la había tocado nunca de esa forma, y ella era, probablemente, la peor clase de desvergonzada por pensar así, pero había algo casi hipnótico en el calor de su mano.
"¿No cree usted? " susurró él.
Elizabeth se balanceó hacia él durante unos segundos eternos, y luego oyó la voz de la señora Seeton- quién, a propósito, sonaba notablemente como Susan- en su cabeza.
"Si eres tú quien finaliza la conversación," susurró la voz de Susan, “él fantaseará sobre lo que podrías haber dicho después. "
Así que Elizabeth, quién nunca había sentido la embriagadora felicidad de saber a un hombre interesado, volvió a enderezar la columna por segunda vez esa mañana y dijo con notable firmeza, "Realmente debo irme, señor Siddons. "
Él negó con la cabeza despacio, sin apartar nunca sus ojos de su cara. “¿Cuáles son sus intereses, señorita Hotchkiss? " le preguntó. "¿Sus aficiones? ¿Sus inquietudes? Usted me parece una señorita extraordinariamente inteligente. "
Ah, definitivamente estaba engatusándola. No la conocía el tiempo suficiente para haberse formado una opinión sobre su intelecto. Sus ojos se entrecerraron. Queria saber lo que le interesaba, ¿verdad? Bien, entonces, se lo diría.
"Lo que realmente me gusta," dijo ella con los ojos muy abiertos y brillantes, "es cultivar mi huerta. "
"¿Su huerta? " se ahogó él.
"Oh, sí. Nuestra primera cosecha de este año es de nabos. Muchos nabos. ¿Le gustan los nabos? "
"¿Nabos? "repitió él.
Ella asintió enérgicamente con la cabeza. "Nabos. Algunos los encuentran aburridos, bastante insípidos, en realidad, pero es el tubérculo más fascinante que encontrará jamás. "
James miró alternativamente a uno y otro lado buscando una vía de escape. ¿De qué demonios hablaba esta muchacha?
“¿Ha cultivado alguna vez nabos? "
"Ah… no, nunca. "
"Es una pena," dijo ella con gran sentimiento. "Uno puede aprender mucho sobre la vida de los nabos. "
La cabeza de James avanzó un poco con incredulidad. Esto tenía que oírlo. "¿De verdad? ¿Y qué, cuénteme, puede uno aprender? "
"Uh… "
Lo sabía. Ella lo estaba embaucando. ¿Qué estaba tramando? Él sonrió inocentemente. “ ¿Decía usted? "
"¡Diligencia! " exclamó ella. "Uno puede aprender mucho sobre la diligencia. "
“¿De verdad? ¿Y cómo es eso? "
Elizabeth suspiró dramáticamente. “Señor Siddons, si tiene que preguntarlo, entonces, me temo, que no lo entenderá nunca. "
Mientras James trataba de digerir aquella declaración, ella gorjeó, “Oh, mire, ya estamos de vuelta en Danbury House. Por favor diga a Lady Danbury que estaré en la rosaleda por si me necesita. "
Y luego, sin ni siquiera despedirse, escapó.
James permaneció allí, de pie, durante un momento, tratando de encontrarle sentido a lo que tenía que haber sido la conversación más extraña de toda su vida. Y cuando se quiso dar cuenta, la sombra de ella doblaba la esquina del edificio.
La rosaleda, y un carajo. La maldita muchacha estaba al acecho a la vuelta de la esquina, todavía espiándolo. Averiguaría lo que ella tramaba aunque fuera lo último que hiciera.
Diez horas más tarde, Elizabeth arrastró sus cansados pies a través de la puerta de la casita de los Hotchkiss. Susan la esperaba, lo cual era poco sorprendente, sentada sobre el primer escalón de la escalera del fondo, con Cómo casarse con un Marqués todavía asido en su mano.
"¿Qué ha pasado? " exclamó Susan, poniéndose de pie de un salto. "¡Cuéntamelo todo! "
Elizabeth luchó contra el impulso de sufrir un colapso debido a un ataque de mortificante risa. "Oh, Susan," dijo Elizabeth, con un lento asentimiento. "Hemos dominado el Edicto Número Uno. Él, definitivamente, piensa que soy única. "