Capitulo 14

La tarde siguiente encontró a Elizabeth merodeando cerca de la entrada de Danbury House, maldiciéndose primero por su estupidez, luego por su cobardía, y finalmente porque sí.

Ella había seguido el consejo de Susan y había dejado su libro de cuentas- en el que anotaba los gastos de casa – en Danbury House el día anterior. Como el libro era tan esencial para su quehacer diario, era imprescindible que ella lo recuperara durante la recepción al aire libre.

"No hay nada sospechoso en mi presencia aquí," se dijo a si misma. "Olvidé mi libro de cuentas. Necesito mi libro de cuentas. No puedo pasar sin él hasta el lunes. "

Por supuesto esto no explicaba por qué había traído el libro -el cual no había salido nunca antes de la casita de los Hotchkiss – con ella, en primer lugar.

Había esperado hasta casi las cuatro, cuando los invitados, probablemente, estarían disfrutando en el exterior de la cálida luz del sol de la campiña. Lady Danbury había mencionado el tenis y un té sobre el césped del jardín sur. No era precisamente la ruta que Elizabeth tenia que seguir a fin de recuperar su cuaderno, pero no había ninguna razón por la que no pudiera tomar ese camino para buscar a Lady Danbury y preguntarle si había visto su libro de cuentas.

Ninguna razón excepto su orgullo.

Dios, Elizabeth odiaba esto. Se sentía tan desesperada, tan codiciosa. Siempre que el viento soplaba, estaba segura de que eran sus padres desde el cielo, sintiendo nauseas de verla rebajarse. Se sentirían horrorizados de verla así, inventando débiles excusas solamente para asistir a una fiesta a la cual no la habían invitado.

Y todo esto solamente para conocer a un hombre que probablemente caminaba encorvado.

Gimió. Había permanecido de pie ante la verja delantera, con la frente apoyada contra la reja durante veinte minutos. Si se quedaba allí mucho más, acabaría por meter la cabeza entre los barrotes y quedarse encajada, justo como le sucedió a Cedric Danbury en el Palacio de Windsor.

No podía retrasarlo más. Alzando la barbilla y cuadrando los hombros, avanzó, rodeando resueltamente la zona cercana a la vivienda de James. Lo último que necesitaba en ese momento era encontrarse con él.

Se deslizo por la puerta principal de Danbury House, sus oídos atentos a cualquier sonido proveniente de la fiesta, pero todo lo que escuchó fue el silencio. El libro de cuentas estaba en la biblioteca, pero ella fingía que no lo sabía, así que deambuló por la casa hasta las puertas francesas que conducían hacia la terraza de atrás.

Efectivamente, una docena más o menos de señoras elegantemente vestidas y de caballeros estaban desperdigados sobre el césped. Un par de ellos llevaban raquetas de tenis, otros bebían a sorbos ponche, y todos reían y charlaban.

Elizabeth se mordió el labio. Incluso sus voces sonaban elegantes.

Salió a la terraza. Tenía la sensación de que parecía tan tímida como un ratón, pero en realidad no importaba demasiado. Nadie esperaría que la dama de compañía de Lady Danbury se introdujera con descaro en la fiesta.

Lady D presidía la fiesta sentada en el extremo más lejano de la terraza, sentada en un acolchado sillón azul, que Elizabeth reconoció como perteneciente al cuarto azul. La monstruosidad tapizada de terciopelo era la única pieza del mobiliario interior que había sido trasladada a la terraza, y definitivamente se asemejaba a un trono, lo cual, imaginó Elizabeth, había sido la intención de Lady D. Dos señoras y un caballero estaban sentados junto a ella. Las señoras asentían atentamente con la cabeza a cada palabra de ella y los ojos del caballero estaban vidriosos; nadie parecía extrañarse de que Malcolm estuviera tumbado sobre el regazo de Lady D, panza arriba con sus patas extendidas hacia fuera como un X. Pareció un cadáver, pero Lady Danbury le había asegurado a Elizabeth innumerables veces que su espina era increíblemente flexible y que realmente le gustaba esa posición.

Elizabeth se desplazó un poco más cerca, tratando de captar las palabras de Lady D de modo que pudiera interrumpir en el momento menos inoportuno. No era difícil seguir la conversación; era más un monólogo que otra cosa, con Lady Danbury de estrella principal.

Estaba a punto de dar un paso adelante con la intención de llamar la atención de Lady Danbury cuando sintió que alguien la agarraba del codo. Girándose, ella se encontró cara a cara con el hombre más guapo que había visto jamás. Cabello dorado, ojos azul celeste – "guapo" no alcanzaba para describirlo. Este hombre tenía la cara de un ángel.

"Más ponche, por favor," dijo, tendiéndole su taza.

"Oh, no, lo siento, no lo entiende. Yo… "

"Ahora. " Le dio un golpe en el trasero.

Elizabeth notó que se ruborizaba, y le dio un empujón al vaso rechazándolo. "Se confunde. Si me perdona. "

Los ojos del hombre rubio se entrecerraron peligrosamente, y Elizabeth sintió un estremecimiento de cautela recorrer su columna. Este no era un hombre al que contrariar – aunque uno pensara que ni siquiera la más colérica de las personas se enfadara tanto por un vaso de ponche.

Con un pequeño encogimiento de hombros, ella borró el incidente de su mente y se puso en camino hacia Lady Danbury, quien la miró con sorpresa. "¡Elizabeth! " exclamó. "¿ Qué haces tú aquí?"

Elizabeth compuso una expresión que esperaba que resultara encantadora, pidiendo disculpas con una sonrisa. Después de todo, tenía audiencia. "Siento terriblemente molestarla, Lady Danbury. "

"Tonterías. ¿Qué sucede? ¿Tienes algún problema en casa? "

"No, no, no es nada tan terrible. " Echo una miradita al caballero parado junto a Lady Danbury. Su aspecto era parecido a James en cuanto a color de pelo y ojos, y parecían ser de una edad similar, pero sus ojos de alguna forma, se veían muchos años más jóvenes.

James había visto cosas. Cosas terribles. Estaba ahí en sus ojos, cuando él creía que ella no lo miraba.

Pero tenia que dejar de fantasear sobre James. No había nada malo en este caballero. Mirándolo objetivamente, tuvo que confesar que era extraordinariamente hermoso. Y definitivamente no parecía encorvado.

Solamente que no era James.

Elizabeth se reprendió mentalmente. "Temo que olvidé mi libro de cuentas aquí," dijo, mirando de nuevo hacia Lady Danbury. "¿Lo ha visto usted? Es que lo necesito antes del lunes. "

Lady D negó con la cabeza mientras hundía su mano en el abundante pelaje de Malcolm y frotaba su vientre. "No puedo decir que lo haya visto. ¿Estás segura de que lo trajiste? Nunca te he visto traer algo así antes. "

"Estoy segura. " Elizabeth tragó, preguntándose por qué la verdad sonaba como una mentira.

"Lamento no poder ayudarte," dijo Lady Danbury, "pero tengo invitados. Espero que no te importe buscarlo tu misma. No pueden haber más de cinco o seis habitaciones donde pueda estar. Y los criados saben que puedes andar por donde quieras en esta casa. "

Elizabeth se enderezó y asintió. Había sido despedida. "Iré a mirar ahora mismo. "

De repente el hombre que está de pie al lado de Lady Danbury se adelantó de un brinco. "Estaría encantado de ayudarla. "

"Pero no puede marcharse," lloriqueó una de las señoras.

Elizabeth contempló la escena con interés. Estaba claro por qué las señoras parecían tan interesadas en permanecer junto a Lady D.

" Dunford," ladró Lady Danbury, "Estaba a punto de contarte mi audiencia con la Condesa Rusa. "

"Oh, yo ya la conozco," dijo él con una sonrisa maliciosa.

Elizabeth se quedó boquiabierta. Jamás había conocido a nadie que no se sintiera sumisamente intimidado por Lady Danbury. Y esa sonrisa -Dios santo, ella nunca había visto nada semejante. Estaba claro que ese hombre había roto muchísimos corazones.

"Además," continuó él, "me apetece más jugar a la caza del tesoro. "

Lady Danbury frunció el ceño. “Supongo que debería presentarlos, entonces. Señor Dunford, esta es mi dama de compañía, la señorita Hotchkiss. Y estas dos damas son la señorita y la señora Corbishley. "

Dunford rodeó con su brazo el de Elizabeth. "Excelente. Estoy seguro de que encontraremos en poco tiempo el errante libro de cuentas. "

"En realidad no tiene que… "

"Tonterías. No puedo resistirme a una doncella en apuros. "

"Tampoco está en apuros," dijo la señorita Corbishley con voz irritada. "Por el amor de Dios, tan sólo ha extraviado un libro. "

Pero Dunford ya se había llevado a Elizabeth lejos, a través de las puertas de la terraza hacia el interior de la casa.

Lady Danbury frunció el ceño.

La señorita Corbishley fulminó con la mirada las puertas como si ella deseara prender fuego a toda la casa.

La señora Corbishley, quién nunca pensaba que hubiese razón alguna para refrenar su lengua, dijo, "Yo en su lugar despediría a esa mujer. Es demasiado descarada. "

Lady Danbury la miró mordazmente. "¿Y en qué basa esa suposición? "

"Bueno, solamente mire de qué manera… "

"Conozco a la señorita Hotchkiss hace mucho más tiempo de lo que la conozco a usted, señora Corbishley. "

"Sí," contestó ella, con las comisuras de su boca apretadas de forma poco atractiva, "pero yo soy una Corbishley. Usted conoce a mi familia. "

"Sí," dijo bruscamente Lady Danbury, "y nunca me gustó su familia. Déme mi bastón. "

La señora Corbishley estaba demasiado conmocionada para obedecer, pero su hija tuvo la suficiente presencia de ánimo para agarrar el bastón y ponerlo en manos de Lady Danbury.

"¡Bueno, en mi vida…! " balbuceó la señora Corbishley.

¡Golpe! Lady Danbury levantó.

"¿A dónde va? " preguntó la señorita Corbishley.

Cuando Lady Danbury contestó, su voz sonó distraída. “Tengo que hablar con alguien. Tengo que hablar con alguien en seguida. "

Y entonces se alejó con dificultad, aunque moviéndose más rápido de lo que lo había hecho en años.


* * *

"¿Se habrá dado cuenta," dijo el señor Dunford, "de que estaré en deuda con usted hasta el día en que muera? "

"Eso es hacer una promesa muy larga, señor Dunford," contestó Elizabeth, con voz teñida de diversión.

"Simplemente Dunford, si no le importa. No me han llamado señor durante años. "

No podía por menos que sonreír. Había algo extraordinariamente amistoso en este hombre. Según la experiencia de Elizabeth aquellos bendecidos con una belleza extraordinaria solían ser maldecidos con un carácter terrible, pero Dunford pareció ser la excepción que confirmaba la regla. Seria un estupendo marido, decidió, si pudiera conseguir que se lo propusiera.

"Muy bien," dijo. "Solamente Dunford. ¿Y de quién intentaba escapar? ¿De Lady Danbury?"

"Dios bendito, no. Agatha siempre es buena para una velada divertida. "

"¿De la señorita Corbishley? Parecía realmente interesada… "

Dunford se estremeció. "Ni la mitad de interesada que su madre. "

"Oh. "

Él arqueó una ceja. "Deduzco que está familiarizada con el tipo. "

Una pequeña carcajada de espanto se le escapo de los labios. Dios santo, ella era de aquel tipo.

"Daría una guinea por sus pensamientos," dijo Dunford.

Elizabeth sacudió la cabeza, sin estar muy segura de seguir riendo o cavar un agujero… y saltar dentro.

"Mis pensamientos están lejos de valer… " Sacudió la cabeza. ¿Era la cabeza de James la que había visto asomarse desde el cuarto azul?

Dunford siguió su mirada. "¿Sucede algo? "

Ella agitó una mano impaciente. "Un momento, por favor. Me parece que vi… "

"¿Qué?" Sus ojos negros se volvieron agudos. “¿O a quién? "

Ella sacudió la cabeza. “Debo estar confundida. Creí ver al administrador. "

Él la miró sin expresión. "¿Y eso es tan raro? "

Elizabeth movió lentamente la cabeza. De ninguna manera iba a tratar de explicar su situación. "Yo… ah… creo que podría haber dejado el libro en el salón. Es donde Lady Danbury y yo, por lo general, pasamos el día juntas. "

"Guíeme, entonces, señora mía. "

Él la siguió al salón. Elizabeth disimuló abriendo cajones y otras cosas por el estilo. "Puede que algún sirviente lo haya confundido con las cosas de Lady Danbury," explicó ella, "y lo haya guardado."

Dunford se quedó a su lado mientras buscaba, evidentemente demasiado caballero para curiosear en las pertenencias de Lady Danbury. No importaba demasiado si miraba, pensó Elizabeth irónicamente. Lady D guardaba en sitio seguro sus posesiones verdaderamente importantes cerradas lejos, y evidentemente él no iba a encontrar el cuaderno, que estaba escondido en la biblioteca.

"Quizás está en otro cuarto," sugirió Dunford.

"Podría ser, aunque – "

Una discreta llamada en la puerta abierta la interrumpió, y Elizabeth, que no tenía ni idea de como iba a terminar la frase, dio rápida y mudamente las gracias al criado que estaba de pie en la entrada.

"¿Es usted el señor Dunford? " preguntó el lacayo.

“Lo soy. "

"Tengo una nota para usted. "

"¿Una nota? " Dunford extendió la mano y tomó el sobre color crema. Mientras sus ojos leían las palabras, sus labios se fueron fruncido.

"Espero que no sean malas noticias," dijo Elizabeth.

"Debo volver a Londres. "

"¿Inmediatamente? " Elizabeth no fue capaz de ocultar la desilusión de su voz. Él no hacia que su sangre bullese como James, pero Dunford era, sin duda, un buen candidato para el matrimonio.

"Me temo que sí. " Sacudió la cabeza. "Voy a matar a Riverdale. "

"¿A quién? "

"Al Marqués de Riverdale. Un buen amigo mío, pero puede ser tan impreciso. ¡Mire esto! " Agitó la nota en el aire, sin darle ninguna oportunidad de verla. "No puedo saber si es una verdadera emergencia o si simplemente quiere mostrarme su nuevo caballo. "

"Oh. " No parecía haber mucho más que decir.

"Y me gustaría saber cómo me ha encontrado," continuó Dunford. "El hombre desapareció de repente la semana pasada. "

"Parece importante," murmuró Elizabeth.

"Lo va a ser," dijo él, "cuando lo estrangule. "

Ella tomó aire para evitar reírse, lo cual, presintió, sería muy inadecuado.

Él levantó la cabeza, fijando sus ojos en su cara por primera vez en varios minutos. "Confío que pueda continuar sin mí. "

"Oh, por supuesto. " Ella sonrió irónicamente. "Lo he estado haciendo durante más de veinte años. "

Su comentario lo cogió por sorpresa. "Es usted una buena persona, señorita Hotchkiss. Si me disculpa. "

Y se fue. "Una buena persona," lo imitó Elizabeth. "Una buena persona. Una condenada buena persona. " gimió. "Una aburrida buena persona. "

Los hombres no querían casarse con "una buena persona. " Ellos querían belleza y fuego y pasión. Querían, en palabras de la infernal señora Seeton, a una mujer única.

Bueno, no demasiado única.

Elizabeth se preguntó si iría al infierno por maldecir a la Sra. Seeton.

"Elizabeth. "

Levantó la cabeza y vio a James sonriéndole ampliamente desde la puerta.

"¿Qué haces? " le preguntó.

"Reflexionar sobre el más allá," refunfuñó ella.

"Un noble empeño, estoy seguro. "

Lo miró bruscamente. Su voz le sonó demasiado amistosa. ¿Y por qué era que su sonrisa hacia que se le detuviera el corazón, cuándo Dunford -que, objetivamente hablando, era la combinación más explosiva de labios y dientes de toda la creación- solo despertaba en ella el deseo de darle una fraternal palmadita en el brazo?

"Si no abres pronto la boca," dijo James, con tono fastidiosamente suave "vas a convertir tus dientes en polvo. "

"Conocí a tu señor Dunford," dijo ella.

"¿No me digas? " murmuró él

"Lo encontré bastante agradable. "

"Sí, es un tipo muy agradable. "

Sus brazos se convirtieron en dos iracundos y rigidos palos a sus costados. "Me dijiste que era un libertino," lo acusó ella.

"Y lo es. Un agradable libertino. "

Algo no iba bien aquí. Elizabeth estaba segura de ello. James parecia demasiado indiferente ante el hecho de que ella hubiera conocido a Dunford. No estaba segura de qué clase de reacción había esperado, pero una completa falta de emoción no había sido, definitivamente, una de ellas. Estrechando la mirada, le preguntó, "No conocerás al Marqués de Riverdale, ¿verdad? "

James tuvó un ataque de tos.

"¿James? " Se precipitó a su lado.

"Ha sido solo un poco de polvo," jadeó él.

Ella le dio un distraído golpe en la espalda, y luego se cruzó de brazos, demasiado inmersa en sus propias deliberaciones para dedicarle más atención. "Creo que este tipo, Riverdale, es pariente de Lady Danbury. "

"No me digas. "

Ella tamborileó con un dedo sobre su mejilla. "Estoy segura de que ella lo ha mencionado. Quiero decir que es su primo, o tal vez él es un sobrino. Ella tiene un montón de hermanos. "

James obligó a una esquina de su boca a alzarse en una sonrisa, pero dudó que fuera convincente.

“Podría preguntarle sobre él. Probablemente debería preguntarle por él. "

Tenia que cambiar de tema, y rápido.

"Después de todo," continuó Elizabeth, "ella querrá saber por qué Dunford se ha marchado tan repentinamente. "

James lo dudaba. Agatha había sido quién lo había perseguido y le había exigido que mantuviera a aquel libertino sin escrúpulos -así lo había llamado- lejos de Elizabeth.

"Quizás debería ir a buscarla ahora mismo. "

Sin perder un segundo, él comenzó a toser otra vez. La única otra manera de impedirle abandonar el cuarto era agarrarla y seducirla sobre el suelo, y sospechaba que ella no consideraría tal comportamiento apropiado.

Bueno, quizás no era la única otra forma, pero ciertamente era la que el consideraba más atractiva.

"¿James? " preguntó ella, la preocupación ensombrecía sus ojos de zafiro. "¿Estás seguro de que te encuentras bien? "

Él asintió, dejando escapar unas cuantas toses más.

"Pues no suenas bien. " Posó una cálida y suave mano sobre su mejilla.

James contuvo el aliento. Ella estaba cerca de él, demasiado cerca, y pudo sentir que su cuerpo se endurecía.

Ella movió la mano a su frente. "Pareces bastante raro," murmuró ella, "aunque no estás caliente. "

Él dijo, "Estoy bien," pero sonó más como un jadeo.

"Puedo pedir té. "

Negó con la cabeza rápidamente. "No es necesario. Estoy… " Tosió. "Estaré bien. " Sonrió débilmente. "¿Ves? "

"¿Estás seguro? " Ella retiró la mano y lo estudió. Con cada parpadeo, la mirada nublada y desenfocada iba desapareciendo de los ojos de ella, para ser sustituida por un enérgico aire de competencia.

Lástima. Una mirada nublada y desenfocada era el mejor preludio para a un beso.

"¿Estas seguro? " reiteró ella.

James asintió.

"Bien, en ese caso," dijo ella, con una voz que James encontró notablemente carente de preocupación, "me voy a casa. "

“¿Tan pronto? "

Encogió un hombro en un gesto simpático. "No voy a hacer nada más por hoy. El señor Dunford ha sido llamado de vuelta a Londres por ese misterioso marqués, y dudo que vaya a recibir una oferta del Adonis rubio que me confundió con una sirvienta. "

"¿Adonis?" Dios bendito, ¿esa era su voz? No sabía que podía sonar tan malhumorado.

"La cara de ángel," explicó ella. "Los modales de un buey. "

Él asintió, sintiéndose mucho mejor. "Fellport".

"¿Quién? "

"El señor Bertram Fellport. "

"Ah. El que bebe demasiado. "

"Exactamente. "

"¿Cómo es que conoces a esta gente? "

"Ya te lo dije, solía moverme en los círculos más altos. "

"¿Si eres tan amigo de esta gente, no quieres saludarles? "

Esa era una buena pregunta, pero James tenía una buena respuesta. "¿Y dejarles ver lo bajo que he caído? De ninguna manera. "

Elizabeth suspiró. Sabia exactamente como se sentía. Ella había soportado todas las murmuraciones del pueblo, que la señalaran con el dedo y las risas disimuladas. Cada domingo llevaba a su familia a la iglesia, y cada domingo se sentaba en el banco tiesa como una tabla, tratando de actuar como si le gustara vestir a sus hermanos con vestidos anticuados y pantalones peligrosamente desgastados en las rodillas. "Tenemos mucho en común, tú y yo," dijo ella quedamente.

Algo destelló en los ojos de James, algo parecido al dolor, o tal vez a la vergüenza. Elizabeth comprendió que tenía que marcharse, porque lo único que quería hacer era rodear con sus brazos sus hombros y consolarlo – como si una mujer tan pequeña como ella pudiera proteger de alguna manera a este hombre tan grande y fuerte de las miserias del mundo.

Era absurdo, por supuesto. Él no la necesitaba.

Y ella no le necesitaba a él. Las emociones eran un lujo que no podía permitirse en este momento de su vida.

"Me voy," dijo rápidamente, horrorizada por la tangible ronquera de su voz. Pasó apresuradamente por delante de él, estremeciéndose cuando su hombro rozó su brazo. Durante un breve segundo pensó que él extendería la mano y la detendría. Lo sintió vacilar, lo sintió moverse, pero al final él solamente dijo, “¿Te veré el lunes? "

Ella asintió saliendo rápidamente por la puerta.


* * *

James contempló durante varios minutos la entrada vacía. El olor de Elizabeth todavía flotaba en el aire, una vaga mezcla de fresas y jabón. Un aroma inocente, sin duda pero suficiente para que su cuerpo se endureciera y le doliera de anhelar sentirla entre sus brazos.

En sus brazos, y un cuerno. ¿A quién trataba de engañar? La deseaba bajo él, rodeándolo. La deseaba encima de él, a su lado.

Sencillamente la deseaba. Punto.

¿Qué demonios iba a hacer con ella?

Ya había arreglado que se expidiera un cheque bancario para su familia -anónimamente, por supuesto. Si no Elizabeth nunca lo aceptaría. Eso debería ser suficiente parar detener todas esas tonterías sobre casarse con el primer hombre disponible-y adinerado- que se lo propusiera.

Pero eso no solucionaba el lío en el que estaba metido. Cuando su tía lo había buscado esta tarde y le había dicho que Elizabeth se había marchado con Dunford, había sentido una oleada de celos como jamás había imaginado. Le había oprimido el corazón, envenenado su sangre, y lo convirtió en un ser irracional, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera alejar a Dunford de Surrey y hacerlo regresar a Londres.

Londres, y un cuerno. Si hubiese encontrado un modo de enviar a Dunford a Constantinopla lo habría hecho.

Trataba de convencerse de que ella era como cualquier otra mujer. Pero pensar en ella en los brazos de otro hombre lo hacia sentirse físicamente enfermo, y no iba a ser capaz de continuar con esta farsa de encontrarle un marido mucho más tiempo. No, cuando cada vez que la miraba casi lo vencía el deseo de arrastrarla hasta el armario más cercano y hacerle el amor.

James gimió con resignación. Era más evidente cada día que iba a tener que casarse con la chica. Seguramente esta era la única solución que brindaría un poco de paz a su mente y a su cuerpo.

Pero antes de poder casarse con ella, iba a tener que revelarle su verdadera identidad, y no podía hacer eso hasta que él hubiera dejado resuelto todo el asunto del chantaje de Agatha. Se lo debía a su tía. Seguro que podía posponer sus propias necesidades durante una miserable quincena.

Y si no era capaz de solucionar este enigma en dos semanas -bueno, entonces, no sabía que demonios iba a hacer. Sinceramente, dudaba de poder aguantar más de dos semanas en su actual estado de miseria.

Con una fuerte y poco halagadora maldición, dio media vuelta y salió fuera. Necesitaba aire fresco.


* * *

Elizabeth trató de no pensar en James mientras se escabullía por delante de su pequeña y acogedora vivienda. Por supuesto, no tuvo éxito, pero al menos no tuvo que preocuparse de tropezarse con él. Él estaba en el salón, probablemente, riéndose del modo en que ella había huido.

No, tuvo que admitir para si misma, no se estaría riendo de ella. Las cosas serian más fáciles si lo hiciera. Entonces ella podría odiarlo.

Como si el día no estuviera siendo lo bastante malo, Malcolm, por lo visto, había decidido que torturar a Elizabeth era más divertido que escuchar a Lady Danbury sermoneando a las Corbishley, y el inmenso gato trotaba en ese momento junto a ella, bufando con regularidad.

"¿Es esto realmente necesario? " exigió Elizabeth. "¿Seguirme solamente para bufarme? "

La respuesta de Malcolm fue otro bufido.

"Bestia. Nadie se cree que me bufas. Sólo lo haces cuando estamos solos. "

El gato sonrió con satisfacción. Elizabeth lo habría jurado.

Todavía discutía con el maldito gato cuando pasó junto a los establos. Malcolm gruñía y bufaba con total despreocupación, y Elizabeth lo señalaba con el dedo y le exigía que se callara, que fue, probablemente, por lo qué no oyó los pasos que se acercaban.

"Señorita Hotchkiss. "

Levantó la cabeza bruscamente. Sir Bertram Fellport -el Adonis rubio, con cara de ángel – estaba parado justo delante de ella. Demasiado cerca, en su opinión. “Oh, buenos días, sir. " Dio un discreto y, esperó, inocente paso atrás.

Él sonrió, y Elizabeth casi esperó ver aparecer sobre su cabeza un coro de querubines, cantando como los ángeles. "Soy Fellport," dijo él.

Ella hizo una inclinación de cabeza saludándolo. Ya lo sabía, pero no encontró ninguna razón para hacérselo saber. “Encantada de conocerlo. "

"¿Encontró su libro? "

Debió haber escuchando su conversación con Lady Danbury. "No", contestó ella, "no lo encontré. Pero estoy segura de que pronto aparecerá. Estas cosas siempre pasan así. "

"Sí," murmuró él, con sus ojos celestes estudiándola con incomoda intensidad. "¿Lleva mucho tiempo trabajando para Lady Danbury? "

Elizabeth retrocedió lentamente otro pasito. "Cinco años. "

Él extendió la mano y acarició su mejilla. "Debe ser una existencia solitaria. "

"En absoluto," dijo ella, muy tiesa. "Si me disculpa. "

Su mano salió disparada y se cerró sobre su muñeca con dolorosa intensidad. "No la disculpo. "

"¿Sir Bertram," dijo ella, de alguna manera, consiguiendo mantener la voz firme a pesar de lo fuerte que le latía el corazón, "puedo recordarle que es usted un invitado en casa de Lady Danbury? "

Él dio un tirón a su muñeca, obligándola a acercarse. “¿Y puedo recordarle yo que es una empleada de Lady Danbury, y, por lo tanto, está obligado a preocuparse por la comodidad de sus invitados? "

Elizabeth miró directamente aquellos ojos increíblemente azules y vio algo muy feo y frío. Su estómago se retorció, y comprendió que tenia que escaparse ya. El tiraba de ella hacia los establos, y una vez que la tuviera fuera de la vista, no habría escapatoria posible.

Soltó un grito, pero fue acallado por el cruel estrechamiento de su mano sobre su boca. “Vas a hacer lo que te diga," siseó él en su oído, "y después, dirás, ‘Gracias’. "

Elizabeth vio como sus peores temores se hacían realidad cuando sintió que la arrastraba dentro de los establos.

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