Capítulo 21

Mientras James la llevaba hacia la puerta de calle, ella se retorcía como una anguila. Una anguila furiosa. Pero James había sido modesto cuando había descrito sus capacidades como boxeador; su experiencia era bastante amplia, y había tomado bastante más que "unas pocas lecciones. " Cuando estaba en Londres, realizaba excursiones diarias al Establecimiento de Boxeo del Señor Jackson, y cuando estaba fuera de Londres, con frecuencia alarmaba y divertía a sus criados saltando elegantemente sobre uno y otro pie y golpeando balas del heno. Por consiguiente, sus brazos tenían sólidos músculos, su cuerpo era fuerte, y Elizabeth, a pesar de todos sus retorcimientos, no iba a ir a ninguna parte.

"¡Bájame! " chilló ella.

Él no se molestó en contestar.

"¡Milord! " dijo ella, en protesta.

"James," estalló él, alejándose de la casa con largas y resueltas zancadas. "Has usado mi nombre de pila bastante a menudo. "

"Eso fue cuando pensaba que era el señor Siddons," replicó ella. "Y bájeme. "

James siguió andando, su brazo rodeándole las costillas como una banda de acero.

"¡James! "

Él gruñó. "Mucho mejor. "

Elizabeth se retorció un poco más fuerte, obligándolo a rodearla con el otro brazo también. Ella se calmó casi inmediatamente.

“¿Finalmente te has dado cuenta de que la fuga es imposible? " le preguntó James suavemente.

Ella lo miró ceñuda.

"Interpretaré eso como un sí. "

Finalmente, tras otro minuto de silencioso viaje, él la bajó al suelo cerca de un enorme árbol. La espalda de Elizabeth estaba pegada al tronco, y sus pies quedaron encajonados entre las gruesas y nudosas raíces. James permaneció de pie delante de ella, con pose desenfadada y los brazos cruzados.

Elizabeth lo fulminó con la mirada y cruzó sus brazos en correspondencia. La había colocado sobre la tierra elevada que rodeaba el tronco de árbol, así que la diferencia entre sus estaturas no era tan grande como de costumbre.

James cambió su peso ligeramente, pero no dijo nada.

Elizabeth alzó la barbilla y apretó la mandíbula.

James enarcó una ceja.

"Oh, por el amor del cielo! " exclamó Elizabeth. "Solamente di lo que viniste a decir. "

"Ayer," dijo él, "te pedí que te casaras conmigo. "

Ella tragó. "Ayer rehusé. "

"¿Y hoy? "

Tenia en la punta de la lengua contestar, "No me lo ha preguntado hoy," pero las palabras murieron antes de salir de sus labios. Ese era la clase de comentario que ella podría haber hecho al hombre que conocía como James Siddons. Este hombre -el marqués – era alguien completamente distinto, y no tenía ni idea de como actuar frente a él. No es que no estuviera familiarizada con las peculiaridades de la nobleza; había pasado años en compañía de Lady Danbury, después de todo.

Pero se sentía como si estuviera atrapada en alguna pequeña y extraña farsa, y no conociera las reglas. Toda su vida le habían enseñado como comportarse; a toda muchacha inglesa decorosamente educada se le enseñaban tales cosas. Pero nadie le había dicho nunca que hacer cuando una se enamoraba de un hombre que cambiaba de identidad con la misma facilidad que otros cambiaban de botas.

Después de un largo minuto del silencio, ella dijo, "No deberías haber enviado aquel cheque. "

Él hizo una mueca. "¿Llegó? "

"Anoche. "

Él juró entre dientes, murmurando algo sobre "la maldita inoportunidad. "

Elizabeth parpadeó para alejar la humedad que se formaba en sus ojos. "¿Por qué hiciste eso? ¿Pensaste que aceptaría caridad? Que era una patética e indefensa – "

"Pensé," la interrumpió él, enérgicamente, "que era un delito que tuvieras que casarte con algún viejo libidinoso con gota para mantener a tus hermanos. Además, casi me rompe el corazón verte hacer todo lo posible para tratar de cumplir con la idea de la señora Seeton de la feminidad. "

"No quiero su compasión," dijo ella en voz baja.

"No es compasión, Elizabeth. Tú no necesitas esos malditos edictos. Lo único que ellos hicieron fue sofocar tu espíritu. " Se pasó una cansada mano por el pelo. “No podía soportar que perdieras esa chispa que te hace tan especial. Ese fuego reposado en tus ojos o tu sonrisa misteriosa cuando algo te divierte – ella habría borrado eso de ti, y yo no podía consentirlo. "

Ella tragó, incómoda por la amabilidad de sus palabras.

Él se acercó, reduciendo a la mitad la distancia entre ellos. "Lo que hice, fue por amistad. "

"¿Entonces por qué el secreto? " susurró ella

Alzó las cejas mirándola dudoso. "¿Me estás diciendo que habrías aceptado el dinero? " Esperó sólo un segundo antes de agregar, "Pensé que no. Además, todavía se suponía que yo era James Siddons. ¿De dónde iba a sacar un simple administrador tanto dinero? "

"James, ¿tienes la más mínima idea de cuán degradada me sentí anoche? ¿Cuándo llegué a casa, después de todo lo que había pasado, para encontrar una letra bancaria anónima? "

¿"Y cómo," le respondió él, "Cómo te habrías sentido si hubiera llegado dos días antes? Antes de que supieras quién era yo en realidad. Antes de que tuvieras ninguna razón para sospechar que yo podría haberla enviado. "

Ella se mordió el labio. Probablemente habría sentido suspicacia, pero también alegría. Y seguramente habría aceptado el regalo. El orgullo era el orgullo, pero sus hermanos tenían que comer. Y Lucas tenía que ir a la escuela. Y si aceptaba la oferta de James…

“¿Tienes la más mínima idea de lo egoísta que eres? " le exigió él, interrumpiendo, gracias a Dios, sus pensamientos, que la conducían en una dirección muy peligrosa.

"No te atrevas," replicó ella, con voz temblorosa de rabia. "No te atrevas a llamarme eso. Aceptaré otros insultos posiblemente verdaderos, pero ese no.”

"¿Por qué? ¿Por que has pasado los últimos los cinco años trabajando como una esclava para el bienestar de tu familia? ¿Por qué les has brindado cada inesperado golpe de suerte y no has tomado nada para ti? "

Su voz era burlona, y Elizabeth se sentía demasiado furiosa para contestar.

"Oh, has hecho todo eso," dijo él, con gran crueldad, “pero a la primera verdadera posibilidad que tienes de mejorar realmente su situación, la única oportunidad de acabar con sus preocupaciones y darles la vida que sé que piensas que merecen, la rechazas. "

"Tengo mi orgullo," gruñó ella.

James rió ásperamente. "Sí, lo tienes. Y está bastante claro que lo valoras más de lo que valoras el bienestar de tu familia. "

Ella levantó una mano para abofetearlo, pero él la agarró fácilmente. "Incluso aunque no te hubieras casado conmigo," dijo él, tratando ignorar el espasmo de dolor que esa simple frase causó en su pecho. "Incluso aunque no te hubieras casado conmigo, podrías haber aceptado el dinero y haberme echado de tu vida. "

Ella sacudió su cabeza. “Habrías tenido demasiado control sobre mí. "

"¿Cómo? El dinero habría sido tuyo. Un cheque. No tendría modo alguno de echarme atrás."

"Me habrías castigado por aceptarlo," susurró ella. "Por aceptarlo y no casarme contigo."

Él sintió que algo moría en su corazón. "¿Esa es la clase de hombre que crees que soy? "

"¡No sé qué clase de hombre eres! " exclamó ella. "¿Cómo podría saberlo? Ni siquiera sé quien eres. "

“Todo lo que tienes que saber sobre la clase de hombre que soy y el marido que sería, ya lo conoces." Rozó su mejilla, permitiendo que cada emoción, que hasta el último gramo de su amor saliera a la superficie. Había desnudado su alma frente a sus ojos, y lo sabía. "Me conoces mejor que nadie, Elizabeth. "

Vio su vacilación, y en aquel instante, la odió por ello. ¡Le había ofrecido todo, cada fragmento de su corazón, y lo único que hacía era vacilar!

Lanzó una maldición y se dio la vuelta para marcharse. Pero apenas había dado dos pasos cuándo oyó a Elizabeth llamarlo, "¡Espera! "

Despacio, se giró.

"Me casaré contigo," barbotó ella.

Sus ojos se entrecerraron. "¿Por qué? "

"¿Por qué? " repitió ella, siendo deliberadamente obtusa. ¿"Por qué? "

"Me has rechazado repetidamente durante dos días," indicó él. "¿Por qué este cambio de opinión? "

Los labios de Elizabeth se separaron, y ella sintió que la garganta se le cerraba por el pánico. No podía decir una palabra, ni siquiera podía formar un pensamiento. De todas las cosas, lo último que había esperado era que la interrogara sobre los motivos de su aceptación.

Él se acercó, el calor y la fuerza de su cuerpo la abrumaron, aunque no hizo ningún movimiento para tocarla. Elizabeth se encontró aplastada contra el árbol y sin aliento cuando alzó la mirada a sus ojos oscuros, que brillaban con cólera.

"Tú-tú me lo pediste," logró apenas decir. "Tú me lo pediste y digo que sí. ¿No es eso lo que querías? "

Él negó despacio con la cabeza y apoyó sus manos contra el árbol, a ambos lados de su cabeza. “Díme por qué has aceptado. "Elizabeth trató de hundirse más profundamente contra el tronco del árbol. Algo en su calmada y mortífera resolución la aterrorizó. Si le hubiese estado gritando, o reprendiéndola, o cualquier otra cosa podría haber sabido que hacer. Pero esta furia tranquila acobardaba, y la ceñida prisión constituida por sus brazos contra el árbol hizo que le ardiera la sangre en las venas.

Ella sintió que sus ojos se desorbitaban, y sabía que la expresión que él vería allí la señalaría como una cobarde. "Tú-tú me diste algunas razones muy buenas," dijo, tratando de aferrarse a su orgullo – una emoción que él la acusó de permitirse demasiado. "Yo -yo no puedo dar a mis hermanos la vida que merecen, y tú sí, puesto que iba a tener que casarme, de todos modos, bien podría ser con alguien que…"

"Olvídalo," escupió él. "La oferta queda rescindida. "

El aliento abandono su cuerpo en una corta y violenta exhalación. "¿Rescindido? "

"No te tendré de esa forma. "

Se le aflojaron las rodillas, y se agarró al amplio tronco del árbol tras de ella para apoyarse. "No lo entiendo," susurró.

"No me casaré por mi dinero," juró él solemnemente.

"¡Oh! " exclamó ella, sintiendo renacer su energía y su ultraje. “¿Quién es el hipócrita ahora? Primero me das clases particulares para que pueda casarme con algún otro pobre y confiado tonto por su dinero, después me regañas por no usar tu dinero para mantener a mis hermanos. Y ahora… ahora tienes la caradura de rescindir tu oferta de matrimonio-un acto muy descortés por tu parte, podría añadir – porque he sido lo suficientemente honesta para admitir que necesito tu riqueza y tu posición para mi familia. ¡Lo cual,"exclamó mordiendo las palabras, "es exactamente lo que has usando como argumento para tratar de conseguir que me case contigo en primer lugar! "

"¿Has terminado? " preguntó él, con voz insolente.

"No," replicó ella. Estaba enojada y dolida, y quiso que él sufriera, también. "Ibas a acabar casándote por tu dinero finalmente. ¿No es así cómo funcionan las cosas en tu mundo? "

"Sí," dijo él, con calma glacial, " probablemente siempre he estado destinado a un matrimonio de conveniencia. Fue lo que mis padres tuvieron, y mis abuelos, y mis tatarabuelos antes de ellos. Podría tolerar un matrimonio frio, basado en el dinero. He sido criado para ello. " Se inclinó hasta que sus labios quedaron a un milímetro de los de ella. "Pero no podría tolerar algo así contigo. "

"¿Por qué no? " susurró ella, incapaz de apartar los ojos de los de él.

"Porque nosotros tenemos esto. "

Él se movió rápidamente, rodeando con su mano la parte posterior de su cabeza mientras sus labios encontraban los de ella. En el último segundo coherente antes de que él la aplastara contra su cuerpo, Elizabeth pensó que este sería un beso de castigo, un abrazo furioso. Pero aunque sus brazos la sostuvieron fuertemente contra él, su boca se movió contra la suya turbadoramente, derritiéndola con suavidad.

Era la clase de beso por la que una mujer moriría, un beso al que uno no pondría fin ni aunque las llamas del infierno le estuvieran lamiendo los pies. Elizabeth sintió que sus entrañas se contraían, y sus brazos se liberaron de la firme sujeción de James para enroscarse alrededor de su cuerpo. Acarició sus brazos, sus hombros, su cuello, para finalmente enredar las manos en su grueso pelo.

James susurró palabras de amor y deseo a través de su mejilla, hasta que alcanzó su oído. Mordisqueó el lóbulo, murmurando su satisfacción cuando la cabeza Elizabeth cayó hacia atrás, revelando el largo y elegante arco de su garganta. Había algo en el cuello de una mujer, en el modo que el pelo daba paso a la suavidad de la piel, que nunca dejaba de encenderlo.

Pero esta, además, era Elizabeth, era especial, y James estaba completamente perdido. Su pelo era tan rubio que parecia casi invisible donde se encontraba con su piel. Y el olor de ella lo atormentaba, una mezcla suave de jabón y rosas, y algo más- algo que era único de ella.

Arrastró su boca hacia abajo por su cuello, deteniéndose para rendir homenaje a la delicada línea de su clavícula. Los botones superiores de su vestido fueron desabrochados; él no tenía recuerdo alguno de haberlos abierto, pero debió hacerlo, y se deleitó en la pequeña franja de piel que quedó expuesta.

Oía su respiración, la sentía susurrar a través de su pelo cuando se movió hacia delante hasta besar la parte oculta de su barbilla. Ella jadeaba ahora, gimiendo entre suspiros, y el cuerpo de James se tensó aún más ante la evidencia de su deseo. Ella lo deseaba. Lo deseaba más de lo que creía y entendía, pero él sabía la verdad. Era algo que ella no podía ocultar.

De mala gana, se separó, obligándose a poner un paso de distancia entre ellos aunque sus manos descansaran sobre sus hombros. Ambos temblaban, respirando con fuerza, y todavía necesitaban apoyarse el uno en el otro. James no estaba seguro de poder confiar en su propio equilibrio, y ella no parecía mucho mejor.

Sus ojos se arrastraron sobre ella, tomando nota de cada pulgada de su desarreglo. Su pelo había escapado de los límites de su recogido, y cada hebra parecía tentarlo, pidiendo ser dibujada por sus labios. Su cuerpo se había convertido en nudo de tensión, y le costó cada gramo del autocontrol que poseía no estrecharla contra él.

Quería arrancarle la ropa del cuerpo, tumbarla sobre la suave hierba, y reclamarla como suya del modo más primitivo posible. Y luego, cuando lo hubiera hecho, cuando a ella no le quedara duda alguna de que le pertenecía completa e irrevocablemente, quería hacerlo de nuevo, esta vez despacio, explorando cada centímetro de ella con sus manos, y después con sus labios, y entonces, cuando ella estuviera ardiendo y arqueándose de necesidad-

Retiró de golpe las manos de sus hombros. No podía tocarla cuando su mente se adentraba en territorio tan peligroso.

Elizabeth se dejó caer contra el árbol, levantando sus enormes ojos azules para encontrar los de él. Su lengua humedeció sus labios, y James sintió ese pequeño gesto directamente en su ingle.

Se alejó otro paso. Con cada movimiento que ella hacía, con cada diminuto aliento que exhalaba, apenas audible, él perdía otro fragmento de autocontrol. No confiaba en sus manos; le hormigueaban por estirarse y atraparla.

"Cuando admitas que es esto por lo qué me quieres," dijo mordiendo las palabras, con voz ardiente e intensa, "entonces me casaré contigo. "


* * *

Dos días más tarde, el recuerdo de aquel último beso todavía hacia que Elizabeth se estremeciera. Se había quedado apoyada en el árbol, aturdida y atontada, y lo miró alejarse. Entonces había quedado inmóvil en el mismo lugar durante otros diez minutos, sus ojos fijos en el horizonte, mirando sin expresión el último punto donde lo había visto. Y luego, cuando su mente finalmente había despertado de la apasionada conmoción de su contacto, ella se dejó caer y lloró.

Había mentido cuando lucho por convencerlo de que solo quería casarse con él porque era un marqués rico. Era irónico, en realidad. Se había pasado el mes anterior resignándose al destino de casarse por dinero y no por amor; y ahora estaba enamorada, y él era lo bastante rico para dar a su familia una vida mejor, pero todo estaba mal.

Ella lo amaba. O más bien, amaba a un hombre que tenía su mismo aspecto. Elizabeth no creía lo que Lady Danbury y los Ravenscroft le habían dicho; el humilde James Siddons no podía ser, interiormente, el mismo hombre que el encumbrado Marqués de Riverdale. Simplemente no era posible. Cada uno tenía su lugar en la sociedad británica; esto era algo que la gente aprendía desde pequeña, sobre todo gente como Elizabeth, hija de la nobleza menor que pertenecía al extremo más alejado de la alta sociedad.

Parecía como si pudiera solucionar todos sus problemas yendo y diciéndole que lo quería, aunque no por su dinero. Estaría casada con el hombre que amaba, y dispondría de amplios recursos para cuidar de su familia. Pero no podía sacudirse la fastidiosa sospecha de que, en realidad, no lo conocía.

Su vena pragmática le recordó que probablemente no conocería a ningún hombre con el que decidiera casarse, o al menos no lo conocería bien. Los hombres y las mujeres raramente llevaban el noviazgo más allá del nivel superficial.

Pero con James, era diferente. El dijo que no podía soportar una unión de conveniencia con ella, pero Elizabeth no creía que ella pudiera soportar una unión sin confianza. Tal vez con otro, pero no con él.

Elizabeth cerró con fuerza los ojos y se dejó caer de espaldas en la cama. Se había pasado la mayor parte de los dos días anteriores escondida en su cuarto. Después de unas cuantas tentativas, sus hermanos habían desistido de tratar de hablar con ella y se limitaron a dejar bandejas con comida a la puerta de su habitación. Susan había preparado todos los platos favoritos de Elizabeth, pero la mayor parte del alimento había quedado sin tocar. La angustia, por lo visto, no era buena para abrir el apetito.

Un tentativo golpe sonó en la puerta, y Elizabeth giró la cabeza para mirar por la ventana. A juzgar por la posición del sol, debía ser la hora de la cena. Si no hacia caso de la llamada, quizás simplemente dejarían la bandeja y se marcharían.

Pero los golpes persistieron, así que Elizabeth suspiró y se obligó a levantarse. Cruzó el pequeño cuarto en tres pasos y abrió la puerta de golpe, encontrándose con los tres Hotchkis más jóvenes.

"Esto ha llegado para ti," dijo Susan, tendiéndole un sobre color crema. "Es de Lady Danbury. Quiere verte. "

Elizabeth arqueó una ceja. "¿Has leído mi correspondencia? "

"¡Claro que no! El lacayo que ella envió con el sobre me lo ha dicho. "

"Es cierto," interpuso Jane. "Yo estaba allí. "

Elizabeth extendió la mano y tomó el sobre. Miró a sus hermanos. Ellos le devolvieron la mirada.

"¿No vas a leerlo? " dijo Lucas, finalmente.

Jane le dio a su hermano un codazo en las costillas. "Lucas, no seas grosero. " Echó un vistazo a Elizabeth. "¿No vas a hacerlo? "

"¿Ahora quién es el grosero? " respondió Elizabeth.

"Podrías abrirlo," dijo Susan. "Al menos, apartará tu mente- "

"No lo digas," le advirtió Elizabeth.

"Bien, seguramente no puedes revolcarte en la autocompasión para siempre. "

Elizabeth hizo un sonido siseado por encima de un suspiro. "¿No tengo derecho a hacerlo al menos uno o dos días? "

"Desde luego," dijo Susan, conciliadoramente. "Pero incluso así se te está acabando el tiempo. "

Elizabeth gimió y abrió el sobre. Se preguntó cuánto sabrían sus hermanos de su situación. Ella no les había dicho nada, pero se convertían en pequeños hurones cuando se trataba de descubrir secretos, y apostaría a que conocían más de la mitad de la historia por ahora.

"¿No vas a terminar de abrirla? " preguntó Lucas, con excitación.

Elizabeth alzó las cejas y miró a su hermano. Casi brincaba. "No puedo imaginar por qué estás tan excitado por oír lo que Lady Danbury tiene que decir," dijo.

"Yo tampoco puedo imaginármelo," gruñó Susan, dejando caer de golpe una mano sobre el hombro de Lucas para mantenerlo quieto.

Elizabeth solamente sacudió la cabeza. Si los Hotchkis discutían, entonces la vida volvía a la normalidad, y eso tenia que ser algo bueno.

Sin hacer caso de los gruñidos de protesta que Lucas hacía al ser maltratado por su hermana, Elizabeth sacó el papel del sobre y lo desplegó. Le llevó apenas unos segundos para leer las líneas, y un sorprendido "Vaya " escapó de sus labios.

"¿Sucede algo malo? " preguntó Susan.

Elizabeth sacudió la cabeza. "No exactamente. Pero Lady Danbury quiere que vaya a verla."

"Creí que ya no trabajabas para ella," dijo Jane.

"Y no lo hago, aunque imagino que tendré que tragarme el orgullo y volver a pedirle que me contrate. No veo, si no, como vamos a tener bastante dinero para comer. "

Cuando Elizabeth alzó la vista, los tres Hotchkiss más jóvenes se mordían sus labios inferiores, obviamente muriéndose por decir que (A) Elizabeth podría haberse casado con James, ó (B) podría haber aceptado al menos el cheque en vez de romperlo en cuatro pulcros pedazos.

Elizabeth se apoyó sobre sus manos y rodillas para sacar sus botas de debajo de la cama, donde las había mandado de una patada el día anterior. Encontró su bolso al lado de ellas, y lo agarró rápidamente, también.

"¿Te vas ahora mismo? " preguntó Jane.

Elizabeth asintió mientras se sentaba sobre la manta que cubría su cama para ponerse las botas. "No me esperéis," dijo. "No sé cuanto tardaré. Imagino que Lady Danbury hará que un carruaje me traiga a casa. "

"Podrías quedarte incluso a pasar la noche," dijo Lucas.

Jane le pegó fuerte en el hombro. "¿Por qué iba a hacer eso? "

"Podría ser más fácil si se hace de noche," replicó el, encendido "y – "

"De cualquier forma," dijo Elizabeth en voz alta, encontrando la conversación algo extraña, "no debéis esperarme. "

"No lo haremos," le aseguró Susan, cogiendo a Lucas y a Jane y apartándolos de en medio cuando Elizabeth salió al pasillo. La miraron bajar las escaleras velozmente y abrir de golpe la puerta de la calle. "¡Qué lo pases bien! " le gritó Susan.

Elizabeth le lanzó una mirada sarcástica por encima del hombro. "Estoy segura de que no, pero te lo agradezco. "

Cerró la puerta tras de si, dejando a Susan, Jane, y Lucas de pie en lo alto de la escalera. “Oh, puede que te sorprendas, Elizabeth Hotchkiss," dijo Susan con una sonrisa. "Puede que te sorprendas. "


* * *

Los últimos días no figurarían entre los mejores de James Sidwell. Calificar su humor como de perros sería una enorme subestimación, y los criados de Lady Danbury habían comenzado a tomar rutas tortuosas por la casa solamente para evitarlo.

Su primera inclinación había sido coger una buena borrachera, pero ya había hecho eso una vez, la noche que Elizabeth había descubierto su verdadera identidad, y todo lo que esto le había reportado fue una resaca abrasadora. Así que el vaso de whisky que se había servido cuando había regresado de su visita a la casa de Elizabeth todavía estaba sobre el escritorio de la biblioteca, apenas le había dado un par de sorbos. Generalmente, los bien entrenados criados de su tía habrían retirado el vaso medio lleno; nada trastornaba tanto su sensibilidad como un vaso de añejo licor puesto directamente sobre una pulida mesa. Pero la feroz contestación de James la primera vez que alguien se había atrevido a llamar a la puerta cerrada de la biblioteca había asegurado su aislamiento, y ahora su refugio- y su vaso de whisky – eran todo suyos.

Estaba, por supuesto, revolcándose en la autocompasión, pero le pareció que un hombre merecía poder tener uno o dos días de comportamiento antisocial después de lo que había pasado.

Habría sido más fácil si pudiera haberse decidido con quien estaba más furioso: con Elizabeth o con él.

Cogió el vaso de whisky por centésima vez en ese día, lo miró, y lo volvió a dejar sobre la mesa. Al otro lado de la habitación, Cómo casarse con un Marqués estaba posado sobre su anaquel, con su lomo de cuero rojo desafiándolo silenciosamente a echarle un vistazo más. James fulminó con la mirada al libro, suprimiendo apenas el impulso de lanzarle el whisky.

Era una idea… si lo empapaba con el whisky, y después lo acercaba a la chimenea… el infierno resultante seria de lo mas satisfactorio.

Estaba, de hecho, considerando la idea, tratando de calibrar cómo de altas serían las llamas resultantes, cuando sonó un puñetazo en la puerta, éste bastante más poderoso que las débiles tentativas de los criados.

"¡James! Abre esta puerta inmediatamente. "

Gimió. Tía Agatha. Se puso en pie y cruzó el cuarto hasta la puerta. Bien podía acabar con esto. Conocía aquel tono de voz; aporrearía la puerta hasta que le sangrara el puño.

"Agatha," él dijo demasiado dulcemente, "qué encantador verte. "

"Tienes un aspecto infernal," ladró ella, y luego lo empujó para pasar por delante de él e instalarse en uno de los sillones orejeros de la biblioteca.

"Siempre tan discreta," murmuró él, apoyándose contra una mesa.

"¿Estas bebido? "

Él negó con la cabeza e hizo señas hacia el whisky. "Me puse una copa, pero no la he tocado. " Bajó la mirada al liquido ambarino. "Hmmm. La superficie comienza a ponerse polvorienta. "

"No vine aquí a discutir de bebidas alcohólicas," dijo Agatha arrogantemente.

"Has preguntado por mi sobriedad," indicó él.

Ella no hizo caso de su comentario. "No me había percatado de que te habías hecho amigo del joven Lucas Hotchkiss. "

James parpadeó y se irguió. De todas los temas ilógicos que su tía podría haber elegido – y ella era una maestra en cambiar de tema sin advertencia previa- él ciertamente nunca esperó este. "¿Lucas?" repitió. "¿Qué pasa con Lucas? "

Lady Danbury le tendió un pedazo doblado de papel. “Él te envió esta carta. "

James lo tomó, notando la caligrafía infantil del papel. "Supongo que lo has leído," dijo.

"No estaba sellado. "

James decidió no insistir en el tema y desplegó la nota. "Qué raro," murmuró.

"¿Qué quiera verte? No creo que eso sea raro en absoluto. El pobre muchacho no ha tenido un hombre en su vida desde que tenía tres años y su padre murió en aquel accidente de caza. "

James alzó la vista bruscamente. Por lo visto la astucia de Elizabeth había funcionado. Si Agatha no había logrado descubrir la verdad sobre la muerte del señor Hotchkiss, entonces el secreto estaba a salvo.

"Probablemente quiera preguntarte algo," siguió Agatha. "Algo que le da demasiada vergüenza preguntar a sus hermanas. Los chicos son así. Y estoy segura de que está confuso sobre lo que ha pasado estos últimos días. "

James la miró con ojos curiosos. Su tía mostraba una notable sensibilidad frente a la difícil situación del pequeño muchacho.

Y entonces Agatha dijo, suavemente, “Me recuerda a ti cuando tenías su edad. "

James contuvo la respiración.

"Oh, no parezcas tan sorprendido. Él es, desde luego, mucho más feliz de lo que tú eras entonces. " Se agachó y recogió a su gato, que se había deslizado en el cuarto. “Pero tiene esa expresión perdida que ponen los muchachos cuando alcanzan una cierta edad y no tienen un hombre cerca para orientarlos. " Acarició la gruesa piel de Malcolm. "Nosotras las mujeres somos, por supuesto, sumamente capaces y, además, mucho más sabias que los hombres, pero debo confesar que hay algunas cosas que no podemos hacer. "

Mientras James digería el hecho de que su tía había confesado que existía una tarea más allá de sus capacidades, ella añadió, "Iras a verlo, ¿verdad? "

James se sintió insultado de que tuviera que preguntarlo. Sólo un monstruo insensible no haría caso de tal petición. "Desde luego que voy a ir a verlo. Aunque siento bastante curiosidad, sin embargo, sobre su elección de lugar de encuentro. "

"¿El pabellón de caza de Lord Danbury? " Agatha se encogió de hombros. "No es tan raro como crees. Después de que él muriera, nadie lo ha usado. Cedric no es aficionado a la caza, y ya que nunca deja Londres, de todos modos, se lo ofrecí a Elizabeth. Ella se negó, por supuesto. "

"Por supuesto," James murmuró.

"Oh, sé que la crees demasiado orgullosa, pero la verdad es que tiene un contrato de arriendo de cinco años de su casita, así que el traslado no le habría ahorrado nada de dinero. Y no quiso desarraigar a su familia. " Lady Danbury levantó a Malcolm de su permanente posición sobre su regazo y le dejó besarle la nariz. "¿No es el gatito más adorable? "

"Depende de tu definición de ‘adorable’, " dijo James, pero sólo a la nuca de su tía. Le debía al gato eterna gratitud por llevarlo junto a Elizabeth cuando Fellport la había atacado.

Lady D le frunció el ceño. " Como decía, Elizabeth se negó, pero accedió a mudarse allí cuando su alquiler finalizara, así que llevó a toda la familia para una visita. El joven Lucas estaba encantado con el sitio. " Ella frunció el ceño pensativamente. "Creó que fue por los trofeos de caza. A los chicos jóvenes les gustan esa clase de cosas. "

James echó un vistazo a un reloj que era usado como sujetalibros. Tendría que marcharse en aproximadamente un cuarto de hora si queria llegar puntual a la reunión solicitada por Lucas.

Agatha bufó y se puso en pie, dejando a Malcolm sobre un estante para libros vacío. "Te abandonaré a tu propia compañía," dijo, inclinándose sobre su bastón. "Diré a los criados que no te esperen para la cena. "

"Estoy seguro de que esto no me llevará mucho tiempo. "

"Uno nunca sabe, y si el muchacho esta preocupado, podrías tener que pasar algún tiempo con él. Además" – hizo una pausa cuando llegó a la entrada y se giró – "no es como si hubieses adornado la mesa con tu ilustre presencia estos últimos días, de todos modos. "

Una cortante replica estropearía su magnifica salida, así que James solamente sonrió irónicamente y la miró cruzar despacio el vestíbulo, su bastón golpeando suavemente al compás de sus pasos. Había aprendido hace mucho que todos eran más felices si Agatha conseguía tener la última palabra al menos la mitad de las veces.

James volvió despacio a la biblioteca, recogió el vaso de whisky, y tiró el contenido por la ventana abierta. Dejando de nuevo el vaso sobre la mesa, él echó un vistazo alrededor del cuarto, y sus ojos recayeron sobre el pequeño libro rojo que había estado atormentándolo durante días.

Anduvo a zancadas hasta el estante y lo cogió, pasándose el volumen delgado de una mano a otra. No pesaba casi nada, lo cual pareció irónico, dado lo mucho que había cambiado su vida. Y entonces, en una decisión repentina que jamás entendería, lo introdujo en el bolsillo de su chaqueta.

A pesar de lo mucho que detestaba el libro, de alguna manera lo hacía sentirse más cercano a ella.

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