– Ni mucho menos. Pensaba que tal vez le gustaría ser mi heredera -dijo Julius, con una sonrisa perezosa.
Amanda, frustrada después de esquivar durante toda la tarde el ardor poco sutil de Grafton, fue a buscar a Darley inmediatamente después de dejar a Grafton en su casa. Era el tercer brandy, el sol estaba bajo en el horizonte, y Darley le había ofrecido un cheque en blanco para tener a Grafton ocupado toda la semana del Spring Meeting.
– La dama debe de ser espectacular.
Darley se encogió de hombros.
– Simplemente interesante.
– Lo suficientemente interesante como para pagar un dineral para que le ponga los cuernos a su marido. Nada que no le pudiera pasar al hombre más digno -lo miró, entornando los ojos por encima del borde del vaso-. Él es un grosero redomado.
– Entonces mereces una bonificación.
– Merezco una bonificación y toda tu atención esta noche.
– Pon un precio a tu bonificación. Por lo que respecta a lo otro, no puedo.
Amanda sonrió astutamente.
– Así que le ha extenuado. Tal vez tus mejores años quedaron atrás, querido.
Nunca lograría acallar aquel chisme si le contaba a Amanda la verdad… que aquella noche no estaba interesado en sexo ocasional.
– ¿Acaso no lo dije ayer? A todos nos llega el momento.
– No estoy segura de poder creérmelo después de nuestro reciente revolcón -se encogió de hombros-. Pero quizá te creeré, dado que estás dispuesto a ser tan sumamente generoso.
– Sumamente es la palabra clave. Si Grafton recupera el interés por las carreras esta semana.
Amanda gruñó.
– Sabes que no hubiera hecho esto si no tuviera obligaciones tan importantes.
– No deberías jugar con la duquesa de Devonshire. Ella apuesta muy alto. No te lo puedes permitir.
– Ella tampoco.
– Lo mismo pienso yo. Pero yo estoy dispuesto a saldar tus deudas y dudo de que el marido de la duquesa lo haga.
Amanda enarcó las cejas.
– Primero tendría que enterarse el marido.
– Si yo lo sé, él lo sabe. Dime la cantidad que necesitas y añade el coste de un nuevo ropero de tu sastre. Te necesitaré cinco días en total -declaró.
– No puedo creer que estemos manteniendo esta conversación. Nunca has estado enamorado, y no me mires de esa manera. O estás enamorado, Darley, o eres tan ingenuo que una joven virginal te ha hecho perder la cabeza. Lo que pongo seriamente en tela de juicio… la parte de que seas un ingenuo. No es posible que un calavera de tu envergadura caiga tan bajo. Pero dime, ¿qué es lo que tiene? Siento una infinita curiosidad.
Él suspiró.
– Desconozco cuál es su atractivo. Si lo supiera te lo diría. Afortunadamente, no necesito ninguna razón para lo que estoy haciendo. Ninguna más que la que tú necesitas para jugarte el dinero, que no tienes, al faraón.
– De acuerdo. Los dos somos egoístas e impulsivos.
Él hizo caso omiso de su conclusión.
– Dile a mi mayordomo adonde te envía la letra de cambio -dijo, en su lugar, levantando su vaso en reconocimiento-. Y gracias.
– Gracias a ti. ¿He mencionado que Grafton piensa acudir esta noche a la soirée en las salas del Jockey Club?
– ¿Con su esposa? -Darley le sostuvo la mirada mientras enderezaba su postura desgarbada y perezosa.
– No lo concretó.
– Te preguntó si irías.
– Le dije que sí, a pesar de que no tengo ninguna intención de hacerlo si es que él va. Y no merece la pena que me sonrías tan encantadoramente, Darley. Si estoy obligada a soportar todo el día con la funesta compañía de Grafton en las carreras, no hay suma de dinero que consiga que me arruine también las noches.
El tono de Amanda indicaba una determinación firme. No podía pedirle eso a una mujer que se divertía con las veladas amorosas más que nada en el mundo.
– Tal vez me pase por las salas del Jockey Club más tarde -murmuró Julius-. No puede hacer daño alguno que contribuya con mi granito de arena a las arcas del club jugando una partida o dos.
– ¿Y seducir a la amada que tienes entre manos? -inquirió Amanda con timidez.
– No se trata de seducirla -dijo Darley recordando que antes había rechazado las propuestas sexuales de Amanda y optó por una respuesta más prudente en vez de la palabra carnal que tenía en la punta de la lengua-. De alguna manera es un romance, supongo -dijo en su lugar-. Considerando la situación.
– No es que no te haya ocurrido antes -la mirada de Amanda era divertida-. Te has labrado fama de encontrar los lugares más apropiados, o debería decir inapropiados, para fornicar. Dudo que puedas olvidar nunca el episodio entre la duquesa francesa y tú en el baile de máscaras que ofreció Lucinda.
– ¿Acaso tengo yo la culpa de que el pestillo de la puerta no aguantara?
– Querido, ¿cómo se te ocurrió pensar que estabas a salvo en el dormitorio de Lucinda?
Responderle que lo hizo porque no acababa de hacer el amor con Lucinda y sabía que ella había regresado con los invitados no sería demasiado caballeroso. ¿Cómo podía saber que volvería a por su abanico?
– Eso pasó hace mucho tiempo.
– Lucinda todavía no te dirige la palabra. Ni tampoco su marido, por la misma razón.
– Si tienes ganas de rebuscar entre los viejos escándalos -murmuró él-, podría mencionar la vez que tú y Fairfax no tuvisteis suficiente sentido común para…
– Es suficiente -le interrumpió rápidamente-. Lléname el vaso y tracemos nuestro plan para mañana.