Cuando Elspeth entró corriendo en el vestidor, cerró la puerta de un golpe, ya fuera por prisa o, lo más probable pensó Darley, por enojo, eso si él había interpretado correctamente la mirada condenatoria que Elspeth le lanzó cuando pasó a toda prisa.
Pero Darley prefirió despachar al doctor antes de enfrentarse a ella y, con ese propósito, le dio las gracias al hombre por haber venido desde tan lejos, aceptó sus felicitaciones una vez más y lo envió junto a Malcolm para que cobrase sus honorarios.
Después, reprimiendo la amplia sonrisa que se había instalado en su cara, se dirigió al vestidor y abrió la puerta.
– ¡No digas nada! ¡No te atrevas a decir… una… sola… palabra! -Elspeth le dirigió una mirada llena de odio mientras estaba delante del lavabo, sosteniendo un paño mojado.
Él se quedó inmóvil en la puerta, aunque examinó meticulosamente su esbelta figura bajo una nueva luz.
– ¡Y no me mires de esa manera! -le respondió, batiendo contra él el paño mojado.
Darley lo agarró, lo dejó caer al suelo y habló, a pesar de su advertencia.
– Sé que debería decir que lo siento, pero no lo haré. Estoy muy feliz por el niño que viene en camino.
– Es muy fácil para ti -le reprendió-. No serás tú quien vaya a dar a luz. ¡No serás tú quien va a vivir el resto de la vida… sin mencionar la del niño… con el escándalo pisándote los talones! -respiró hondo porque había estado gritando hasta quedarse sin aire, luego habló con un tono menos impetuoso-. Soy consciente de que no tienes toda la culpa. Este embarazo requería dos participantes. -Elspeth hizo una mueca-. Pero no me siento capaz de ser razonable. ¡Quiero culparte! ¡Quiero gritar mi indignación a los cielos! Pero sobre todo -dijo en un suspiro-, me gustaría que todo volviera a ser como antes -se dejó caer sobre una silla cercana y arrugó la nariz-. Aunque es demasiado tarde para eso, ¿verdad?
– Sospecho que sí. Por otro lado, no soy una autoridad en embarazos.
Elspeth lo miró con los ojos entornados.
– Por favor… ¿un hombre de tu libertinaje? ¿Piensas que soy tan estúpida?
– Sin embargo es verdad. No he dejado una prole de hijos ilegítimos a mis espaldas.
– Entonces, te ruego que me digas por qué soy tan afortunada. ¿Debería entender que has cambiado tus hábitos por mí?
– Parece que así ha sido. Contigo todo ha resultado diferente.
– No intentes embaucarme -dijo Elspeth con un resoplido.
– No lo hago. Entiendo tu frustración. Es que…
– Ni siquiera puedes intentar entender mi frustración… -espetó Elspeth, interrumpiéndole-. No tienes ni la más remota idea de lo que siento.
– Al menos, déjame compensarte. Eso sí puedo hacerlo.
– Por si no te habías dado cuenta -respondió bruscamente, frunciendo el ceño-, es demasiado tarde para las compensaciones pertinentes.
– Trato de decirte que podríamos casarnos.
Elspeth le dirigió una mirada acerada.
– Si no fuera porque estoy casada -le dijo, con una voz cargada de sarcasmo-, tu proposición sería encantadora.
Una contracción nerviosa le hizo titilar a Darley la parte superior del pómulo, pero conservó la compostura.
– Podríamos casarnos después del divorcio -le dijo con una templanza exquisita.
– Algo que nunca ocurrirá -la mirada de ella era distante-. No nací ayer. No tienes que representar esa pantomima para mí.
– No es una pantomima. Estoy hablando en serio.
– Tal vez hables en serio ahora, ¿pero qué se puede esperar de un hombre como tú? -elevó las cejas-. Los registros de apuestas no ofrecerían nada por la boda de Lord Darley -bufó Elspeth-, yo tampoco lo haría.
– Lo sabes todo, ¿verdad? -le preguntó, con voz suave.
Ella cerró los ojos por un momento.
– Ya no sé nada -suspiró, exhausta, abrumada.
– Yo sí sé una cosa -le dijo, a punto de pronunciar lo que una semana antes hubiera sido un pensamiento de locos-. Sé que te amo.
– No sabes lo que es el amor. -¿Un hombre como él? No era tan ingenua.
– Sé lo que no es.
Elspeth resopló suavemente.
– Eso es quedarse corto.
Darley estaba sorprendido con su ecuanimidad. Él era el último hombre que se dejaría regañar por una mujer. Si fuera otra, ya habría cogido la puerta y se habría largado.
– Tú podrías reflexionar sobre lo que sientes por mí y si tienes la remota intención de favorecerme con tu afecto, podríamos crear un hogar para el bebé. Piénsalo, por lo menos.
Y esto es lo que dijo un hombre que había sido el solterón de Londres por antonomasia.
– Sí accedes a casarte conmigo, sería una razón de más para dar curso al divorcio.
Elspeth emitió un gruñido, olvidó el terrible problema afrontando la abrumadora perspectiva de la maternidad.
– Puedes estar seguro de que Grafton será muy cruel en todo el proceso.
Sentada en una gran butaca, Elspeth parecía diminuta, y sin esperar más su permiso, cruzó la habitación, la ayudó a levantarse y le dio un abrazo relajado.
– Esto no es una catástrofe -le dijo Darley, animado porque no le había rechazado-. Es maravilloso que vayamos a tener un niño. Quiero a este niño y mucho más… -bajó la cabeza y sus miradas se encontraron- quiero hacerte feliz. Y no tienes por qué preocuparte. No dejaré que nadie te haga daño, ni permitiré que ningún escándalo te afecte, ni a ti ni a nuestro hijo.
Elspeth hizo una pequeña mueca.
– Ojalá el mundo fuera tan benévolo.
– Nadie se atreverá a oponerse -Darley la estrechó contra su cuerpo-. Te doy mi palabra. Ya verás como el divorcio se tramita en un tiempo récord y luego, si quieres, nos casaremos… en una capilla de Windsor.
– ¡Dios mío, no! ¡Nada tan público! -le dijo alarmada.
Darley sonrió abiertamente.
– ¿Eso es un sí?
– Con los problemas con que nos tenemos que enfrentar, incluso si fuera un sí le seguiría probablemente un gran tal vez.
A Darley le gustó cómo dijo nos. Nunca hubiera pensado que una palabra tan pequeña le haría sentir tan triunfal, cuando en el pasado, cualquier insinuación de un «nosotros» le hubiera resultado abominable.
– Aceptaré gustosamente cualquier sí -le dijo Darley, como si toda la vida hubiera sido un romántico empedernido. Como si el otro Lord Darley fuera una criatura de otra galaxia. Como si tener un hijo hubiera sido siempre su deseo más profundo.
Ésa era la naturaleza transformadora del amor.
– Vamos a decírselo a tu hermano -afirmó Darley, ansioso de difundir la noticia a los cuatro vientos. El poder del amor, sumado a su desenfrenada autoindulgencia, era una potente combinación. Tomó su mano y dio un paso hacia la puerta.
Ella dio marcha atrás.
– ¿Tenemos que hacerlo?
La sonrisa de Darley era afable y su estado de ánimo le hacía sentirse en armonía con el mundo entero.
– Querida, tarde o temprano Will se preguntará por qué te crece la barriga.
Elspeth le miró fijamente.
– No creo que sea divertido.
– Déjame expresarlo con otras palabras. Lo sabrá, ya sea por ti o por otra persona -Darley enarcó las cejas-. Ya sabes que los criados siempre hablan, y más con la visita del médico de esta mañana…
Elspeth gruñó.
– No estoy para decisiones, ahora…
– Me encargaré de cualquier problema, no te preocupes por nada. Todo lo que tienes que hacer es comer y dormir, cuídate por nuestro hijo y sonríeme de vez en cuando.
– Estás demasiado risueño con este tema -se quejó ella, malhumorada.
– Debe de ser el amor -le dijo Darley sin cuestionar sus impulsos. Ese vástago de los privilegios nunca lo había hecho. Ni siquiera cuestionó los sentimientos que Elspeth tenía hacia él… arrogancia tal vez, o simplemente el reconocimiento después de años de adulación femenina-. Vamos, se lo diremos a tu hermano y a Malcolm… y a todo el mundo, Henry, Sophie, Charlie. Daremos la noticia de una vez. Puesto que Will ya sabe lo del divorcio, creo que estará encantado con nuestros planes de matrimonio. Y puesto que tienes tendencia a encontrarte mal de vez en cuando, pronto sabrían lo del embarazo de todos modos.
Elspeth no estaba tan segura como Darley de la opinión que el mundo pudiera tener de su relación.
– Díselo tú… yo les veré… pongamos, mañana -masculló ella.
Darley se rió.
– Puedes escoger el mejor de mis caballos si vienes conmigo a dar la noticia.
Elspeth se escandalizó por sus instintos de soborno. La idea de poseer uno de esos veloces potros tan tentadores la ayudó a racionalizar inmediatamente sus temores.
– No puedo -le dijo Elspeth-. De verdad, no puedo -añadió todavía más firme, como si repetirlo reafirmara su virtud.
– Claro que puedes. ¿Qué te parece la yegua negra? Es veloz, tiene una línea impecable y con esos cuartos traseros tendrá una rápida salida. Te va a la medida.
– Me estás tentando mucho -se quejó Elspeth, con las mejillas ruborizadas de la excitación.
– Ésa es mi intención, querida. Ahora escoge uno y luego iremos a despertar a todo el mundo.