Capítulo 17

Decidieron no parar en las posadas que encontraran de camino para que los caballos se refrescaran. En lugar de eso, Charlie había propuesto cargar con la comida para los caballos mientras hablaban de la posibilidad de que les persiguieran, y decidieron que descansarían y alimentarían a la caballería en zonas tranquilas y apartadas del camino. Además, los caballos de Grafton eran muy caros para dejarlos en una de las posadas del camino. En cuanto a las comidas, Charlie compraría toda la comida que necesitaran en los pueblos, mientras ellas se quedarían dentro del carruaje con las cortinas corridas. Puesto que el carruaje no llevaba ningún escudo de armas, se dirigieron hacia el sur con cierto anonimato.

Dos días más tarde, casi con la puesta del sol, llegaron a Londres. Presintiendo que el muelle sería poco seguro al anochecer, encontraron una modesta posada cerca del Tower Bridge. Por la mañana buscarían un pasaje para Tánger.

Ahora tenían que devolver el carruaje y la caballería a Grafton, pero Elspeth y sus acompañantes estaban divididos sobre cuál era la mejor forma de llevar a cabo esa tarea. Charlie era poco entusiasta respecto a contratar a un cochero desconocido, puesto que corrían el riesgo de que éste huyera con los caballos y el carruaje. Y aunque Elspeth comprendía la inquietud de Charlie, se oponía firmemente a la sugerencia de que solicitara consejo a Darley sobre el cochero.

– No me importa que sea la única persona que conozcamos en Londres -replicaba cada vez que surgía el tema-. No acogería mi intrusión con optimismo y no quiero preguntárselo.

– Sólo tiene que preguntarle el nombre de un cochero de fiar -tanto Charlie como Sophie, desde la no implicación, opinaban lo mismo.

Él no lo entendería así, quiso decir Elspeth, consciente de que un hombre como Darley miraría con recelo a una antigua amante aporreando a su puerta.

– Estoy segura de que podemos encontrar una caballeriza de alquiler en una ciudad de esta envergadura.

Pero ni Sophie ni Charlie se mostraron demasiado comprensivos con aquellas objeciones suyas de poca monta a lo que ellos veían como una solución sensata, y Elspeth se encontró con que cada vez le resultaba más difícil sostener su postura.

– Piénselo -le propuso Sophie mientras colocaban sus bolsas en la pequeña habitación de la segunda planta del White Hart-. Ni siquiera hace falta que usted vea a Darley. Nosotras nos quedamos aquí y enviamos a Charlie. Él puede preguntarle el nombre de un cochero. -La posibilidad de que Grafton acusara a su mujer de robarle sus preciosos caballos rondaba la mente de la anciana.

– ¡Por qué no lo dijiste antes! -exclamó Elspeth, acogiendo con alivio balsámico la idea de Sophie. Darley había embarullado tanto su cerebro que ni siquiera se le había ocurrido pensar en algo tan sencillo-. Gracias, Sophie. Qué alivio -añadió, mirando a Charlie, que estaba haciendo un fuego para combatir el frío de la noche que estaba por caer-. Charlie, ¿te importaría preguntarle a Darley…? Aunque tienes que ser discreto y no mencionar mi nombre… si es posible.

– Ni siquiera tengo que decirle que usted está en la ciudad -le dijo, mirándola a los ojos antes de golpear la piedra de lumbre contra la yesca-. Os traeré un cochero, eso es todo.

Elspeth sonrió.

– Maravilloso. Perfecto. Todo está decidido, pues.

– Aunque si el marqués encontrara la manera de dar cobijo a nuestra caballería esta noche, nos ahorraría el problema de tener que encontrar una caballeriza de alquiler -apuntó Charlie.

Elspeth rezongó.

– Me desagrada abusar de su amabilidad. -No es que no fuera normal cuando uno viaja pedir a un conocido del lugar que te guarde el ganado. Quizás estaba reaccionando de manera exagerada a algo muy corriente.

– Muy bien, utiliza tu propio criterio -se rindió Elspeth con un pequeño suspiro.

– No la pondré en ningún aprieto, señora. -La masa de la llama pasó de ser oscilante a avivarse por completo, la miró arder y luego se puso en pie-. Volveré en un abrir y cerrar de ojos con todo bien atado, mi señora.

La tranquilidad habitual de Charlie ejercía una buena influencia en el alocado mundo de Elspeth.

– Te estoy muy agradecida -murmuró ella, intentando no llorar. Demasiadas cosas estaban en juego con la enfermedad de Will de por medio. Intentó sonreír-. ¿Tienes dinero, ahora?

– Sí, señora.

– Y alguna idea de la dirección hacia dónde…

– Todo está bajo control, señora. No se preocupe. Lo encontraré en un periquete.

Las indicaciones del mesonero fueron excelentes. Toda la clase acomodada residía en las inmediaciones de Whitehall y Green Park, y Charlie pronto detuvo el carruaje de Grafton frente a la residencia de Darley en St. James Square. En las calles reinaba todavía el bullicio. Todo el espectro social, desde criados a aristócratas, disfrutaba del aire apacible del verano.

Charlie lanzó las riendas a un golfillo de la calle, se acercó a la puerta verde, levantó la aldaba de latón pulido, la dejó caer y esperó mientras examinaba la fachada de tres pisos de la casa adosada. Las contraventanas estaban recién pintadas, las ventanas relucían de limpias, el ladrillo rojo había adquirido un suave matiz rosado con la luz de la caída de la tarde. Cuando la puerta se abrió, Charlie levantó la vista hacia el rostro arrogante del mayordomo, alto y corpulento, que le miraba por debajo del pico afilado de su nariz, con cierto aire de desdén.

– Las entregas por la puerta trasera. -El mayordomo se dispuso a cerrar la puerta.

Charlie extendió la mano para detener el movimiento de avance de la puerta.

– Estoy aquí para ver al marqués por negocios, así que muévete rápido o tu amo te dará un buen repaso.

– Lord Darley no está en casa -le dijo el mayordomo, lacónico-. Retire la mano de la puerta.

Charlie sacó rápidamente del bolsillo una de las guineas de Grafton y sostuvo la moneda de oro en lo alto-. El paradero de la hermana del marqués también me sirve -Charlie se había enterado por Sophie del encuentro que había tenido lugar entre Elspeth y Betsy.

– Lord Darley no está con ella. -El mayordomo, no obstante, cogió la moneda de la mano de Charlie con un refinamiento adquirido a base de práctica y su expresión de rigidez se suavizó ligeramente-. Lady Worth se encuentra en la Westerlands House, en Portman Square. -Abrió la boca, la cerró, y después de decidir que una guinea, por lo visto, valía un poco más de información, la volvió a abrir y añadió-. Se aloja con sus padres mientras Lord Worth se encuentra en París por negocios gubernamentales.

Charlie sospechó que por otra guinea el mayordomo le habría revelado el paradero exacto del marqués. Sin embargo a Lady Grafton no le gustaría exponerse más de lo necesario, así que tendría que conformarse con la hermana de Darley.

– Muy agradecido -le dijo, y bajó el brazo.

La puerta se cerró bruscamente, cortando cualquier posible especulación más a propósito de las tendencias mercenarias del mayordomo, y Charlie se quedó en el pórtico, frente a su propio reflejo que se proyectaba en la aldaba de latón.


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