Capítulo 6

– ¿Debo suponer que has tenido éxito? -Amanda le obsequiaba con una sonrisa de complicidad mientras rehacían el camino en sentido inverso, a lomos de sus caballos.

– Al principio no.

– Pero no pudo resistirse a tus encantos.

– No estoy tan seguro -se encogió de hombros-. Podría estar dispuesta a tener cualquier aventura. Tiene veintiséis años y nunca la han besado.

– ¡Dios mío! Entonces, es cierto… ¡lo de Grafton y su noche de bodas!

– Eso parece -dijo suavemente, arrastrando las palabras.

– Qué ingenuidad, Julius -Amanda enarcó una ceja-. Puede ser un desastre en la cama.

– Si lo es -dijo esbozando una sonrisa-, no tendrás que mantener a Grafton durante mucho rato en las carreras.

– No te alcanza el dinero para pagar una tarea tan desagradable como ésa -le replicó sacudiendo la cabeza.

– Estoy seguro de que sí.

Los ojos de Amanda destellaron avaricia.

– ¿Su ausencia se vale unos diamantes?

– Lo que tu corazoncito desee.

Amanda entornó los ojos.

– Te lo estás tomando en serio, ¿no?

– Digamos que estoy curiosamente obsesionado.

– Por su virtud. Una novedad, viniendo de ti.

Se quedó un rato pensativo… la virtud de Lady Grafton no era forzosamente un atractivo, su espectacular busto no podía pasarse por alto. Por otra parte, era poco probable que fuera a salirse de su camino acostumbrado sólo por ese motivo.

– Me intriga su valentía para aceptar a Grafton, creo.

– Por favor -dijo Amanda-, ¿desde cuándo eres tan altruista?

Él contempló el campo verde y ondulado como si la respuesta a ese deseo fuera corriente que se encontrara en el paisaje bucólico.

– No eres un hombre de principios, lo sabes.

Su mirada fija se volvió hacia ella.

– ¿Cómo dices?

– No me mires de esa forma. Quiero decir en lo que a seducción se refiere.

– Podría discrepar también en eso. ¿Acaso no soy agradable?

– Cuando te conviene.

Lo mismo podría haber dicho él de ella.

– A decir verdad, no sé cuál es el atractivo de la dama, pero lo tiene -dijo él, sin ganas de discutir sobre principios, de hecho, sin ganas de discutir sobre nada-. Si tuvieras la amabilidad de enviar una nota a Grafton pidiéndole que te acompañe a las carreras, te estaría muy agradecido -le guiñó un ojo-. Pon tú misma el precio, por supuesto.

Amanda hizo un pequeño mohín al pensar en lo repugnante de pasar un rato con Grafton. Por otra parte, aquella carta blanca monetaria que Julius le estaba ofreciendo era imposible de rechazar.

– ¿Cuánto tiempo deberé estar con el viejo demonio…? ¿Las primeras carreras también o sólo las de la tarde? ¿Os habéis puesto de acuerdo tú y la esposa virginal?

– No tuvimos tiempo… -Darley arqueó las cejas mientras respondía de manera juguetona-… inmersos como estábamos en otras… digamos… actividades.

– Cuando entramos pensé que estaba nerviosa.

– Elspeth no tiene experiencia en los devaneos.

– ¿Elspeth? ¿Pronunciado con una voz tan dulce? -Amanda sonrió maliciosamente-. De verdad, Julius, se podría pensar que ese pequeño encanto ha tocado tu depravado corazón.

– Más bien me ha afectado una zona ligeramente por debajo del corazón -le contestó, con aire divertido-. Y si no nos hubieran interrumpido…

– Por lo visto te salvé de la catástrofe. Grafton te hubiera disparado en el acto.

– Por otra parte, si hubieras aparecido diez minutos más tarde, tal vez habría consumado mis deseos carnales y no tendría que esperar hasta mañana.

– No tienes que esperar -murmuró Amanda con una mirada seductora.

Ya había considerado aquella posibilidad y la había descartado. Preso de un repentino desasosiego -nunca antes en su vida había rechazado sexo-, estuvo a punto de aceptar la oferta de Amanda para apaciguar aquella inquietud.

Pero, como si alguna fuerza externa hubiera tomado las riendas de su mente, se oyó a sí mismo decir:

– Tal vez debería guardar energías para mañana.

– Estás bromeando -Darley podía aguantar días enteros.

– La verdad es que últimamente no estoy durmiendo mucho -una justificación verdadera, pero que no dejaba de ser una excusa.

– Si me relegas -dijo Amanda haciendo un mohín-, debería decidirme a pedir algo más que diamantes.

– Lo que gustes, querida -Pensó en ofrecerle a uno de los mozos del establo, pero en realidad no podía rebajarse a hacer las veces de las funciones de alcahuete-. Aunque debo echarte las culpas de mi fatiga -disimuló Julius-. Anoche me dejaste rendido.

Amanda adoptó una expresión engreída.

– ¿Por qué no lo has dicho antes? Eso es otra cosa.

– Ya sabes que eres el pedacito más caliente a este lado del cielo, sin excepción -le dijo, halagando su ego arrogante-. Y tenlo presente: los años no perdonan.

– ¡Tonterías! Sólo tienes treinta y tres, y eres el mejor semental de Inglaterra -le dirigió una mirada de consideración-. Si lo sabré yo.

«Y tanto que lo debes saber bien», pensó, totalmente al corriente de las licenciosas diversiones de Amanda.

– Tal vez quieras uno de mis caballos de carreras como incentivo -le ofreció, resuelto a llegar a casa lo más rápido posible, deseoso de ultimar todos los preparativos para el día siguiente.

Amanda se dio la vuelta para mirarle fijamente. Julius nunca había regalado uno de sus purasangres.

– Te ha cogido fuerte, querido.

– No creas. Elspeth es como rocío fresco, eso es todo.

– Ten cuidado o caerás en sus redes -se burló Amanda.

– Es sexo -respondió-. Nada más.

– Eso dices -murmuró con aire arrogante-. Con todo, permíteme que discr…

– Mi bayo contra tu rucio. Te apuesto cinco contra uno a que gano yo -prefería no discutir acerca de su interés por Lady Grafton. Mañana haría el amor con ella y pondría punto final a la historia.

– La última vez perdiste.

– ¿Tienes miedo de intentarlo?

Amanda fustigó su rucio, y segundos más tarde corrían a toda velocidad en dirección a Newmarket.

La colaboración de Amanda era esencial en sus planes.

No cabía la menor duda de quién ganaría la carrera.

Por otra parte, él también ganaría lo suyo… aunque su premio sería un tesoro de otra clase.


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