Los días que siguieron sólo podrían haber sido más idílicos si la misma Arcadia y sus bucólicos paisajes hubieran formado parte del cargamento del Fair Undine.
Darley se ocupó de todos los antojos de Elspeth con un encanto amable y considerado -ese primer día con el encanto de un eunuco-, sin atreverse a besarla al principio. Ella había hablado de orgullo y dignidad. Y él no era un hombre obtuso. Pero después de ese primer té, Darley no tuvo que prolongar su temor a que a partir de ese momento su destino fuera el celibato. Después de tomar dos botellas del champán de su padre y haber charlado ociosamente de cualquier tema durante una hora más o menos, Elspeth le preguntó:
– ¿Cuánto tiempo más vas a pasarte sentado tan lejos?
– Sólo el necesario -dijo Darley, escurriéndose en la silla y dedicándole una sonrisa desde el otro lado de la mesita de té-. Me dijiste que no me acercara. No estaba seguro.
Elspeth estaba reclinada contra el respaldo de la silla, relajada después del té, agradecida por la distraída conversación con Darley.
– ¿Siempre eres tan solícito?
– Normalmente no. Tú eres un caso especial. Lo estás comprobando -y se señaló el pecho con el dedo-. Estoy aquí contigo, no en Londres.
Ella sonrió.
– ¿A pesar tuyo?
Darley negó con la cabeza.
– A pesar de ciertas costumbres arraigadas… que es muy diferente -expresó Darley con una gran sonrisa-. Infinitamente diferente, diría. La brisa marina me sentará bien. Alejarme de Londres también me sentará bien.
– Preferiría no pensar en Inglaterra, si puedo evitarlo -murmuró Elspeth-, y menos aún en Tánger.
– Puedo ayudarte a olvidar -le dijo, con voz suave.
– Lo sé.
Darley se inclinó hacia delante sin levantarse. Prefería que fuera ella quien decidiera.
– Tenemos tiempo.
– ¿Días?
– Sí… ocho o diez… tal vez más.
– Y estás dispuesto a interpretar el papel de caballero…
– Siempre y cuando tú lo quieras. No tengo prisa.
Ella sonrió.
– Tal vez yo sí.
Darley se rió.
– ¿No me preguntas por qué no me sorprende?
– Entonces, mi señor -se descalzó las zapatillas, le hizo un movimiento con el dedo para que se acercara y le sonrió dulce y provocativamente-. Enséñame ese olvido que me has prometido.
Y así lo hizo. Mientras el Fair Undine navegaba rumbo al sur, el viento soplaba fuerte, el personal y la tripulación pasaban de puntillas por delante del camarote del marqués, cuya puerta permanecía cerrada por regla general… excepto cuando les servían la comida y el vino, o les traían ropa de cama limpia y agua para el baño.
Hasta que la mañana del noveno día, uno de los múltiples vigías que habían estado encaramados en los dos mástiles desde que rebasaron la costa de Portugal, a babor, a estribor, a proa y a popa, gritó:
– ¡Tánger a babor! ¡A cuatro o cinco leguas!
Para cuando embarcó el piloto a bordo y navegaban a través de aguas menos profundas y los guijarros de la gran bahía, Elspeth y Darley estaban vestidos y de pie en la barandilla.
– Es más grande de lo que yo pensaba -le comentó Elspeth, abarcando con la mirada la ciudad que crecía, extendiéndose ante sus ojos como un anfiteatro. Las colinas que se erguían con suavidad estaban cubiertas de construcciones blancas que relucían a la luz del sol-. ¿Cómo encontraremos a Will?
– Primero visitaremos al cónsul. Él debería de tener alguna idea de dónde alojaron a los hombres que estaban enfermos.
– ¿Y si no lo sabe?
– Querida, no te preocupes. Encontraremos a Will -la hubiera abrazado si no estuvieran a la vista de todos. Ella empezaba a exteriorizar su nerviosismo, le estaban temblando las manos.
– ¿Estás seguro?
– Sí -le dijo Darley y, pasando por alto que estaban rodeados, le puso la mano sobre la suya, mientras seguían apoyados contra la barandilla-. Tu hermano es joven y fuerte. Seguro que se encuentra bien -sus temores habían emergido a la superficie con el grito del vigía, agarrándola y sosteniéndola entre sus garras. Su preocupación era comprensible. Hoy Elspeth sabría a ciencia cierta si su hermano todavía seguía con vida, y dejando a un lado las lisonjas de Darley, no había ninguna garantía de que así fuera en ese lugar remoto. Los médicos escaseaban, los buenos médicos, tal vez una palabra carente de sentido, mientras que las condiciones sanitarias podían ser espantosas si la marina había alojado a sus tropas militares con la normal dejadez que empleaban en el trato humanitario-. Venga, mira el lado positivo. Cuando encontremos a tu hermano, volverá contigo a Inglaterra en una o dos semanas -le dio unas palmaditas en la mano-. Te gustará. Y a él probablemente le gustará todavía más -le dijo con una sonrisa.
– Eres demasiado bueno conmigo. -A Elspeth le tembló el labio inferior en el mismo momento en que se reprendió con dureza para no romper a llorar. El capitán estaba a poca distancia de ellos, la tripulación andaba curioseando, puesto que conocían las reglas de Darley acerca de presencia de mujeres en su barco. Elspeth no quería pasar vergüenza ni hacérsela pasar a Darley.
– Al contrario, querida, si hay alguien aquí que es bueno con el otro, ésa eres tú, te lo aseguro. Y si no fuera porque hay tanta gente mirando, te daría un beso bien grande para demostrártelo.
– ¡No lo hagas! -replicó Elspeth rápidamente, olvidando por un momento sus preocupaciones más acuciantes, sus inminentes lágrimas estancadas por un ola de pánico.
– Es sumamente tentador.
Darley le acercó los labios a su oreja. Ella sintió la fragancia de su colonia, familiar y reconfortante, y si hubiera sido posible detener el tiempo, le habría gustado salvar ese momento de cercanía y calidez para la eternidad.
– Puede que más adelante te sientas tentado -dijo Elspeth, agradecida por la distracción que le ofrecía-. El día que yo elija.
– Considéreme a sus órdenes, mi señora -y dibujó una amplia sonrisa-. No recuerdo haber dicho jamás algo semejante. Espero que estés gratamente impresionada.
Elspeth sintió que podía sonreír.
– Lo estoy, y te lo agradezco.
– No hay de qué. Mira, están bajando el bote. En un momento estaremos en tierra.