Capítulo 25

Elspeth se despertó cuando Darley regresaba, como si hubiera sentido su presencia en el mismo momento que había entrado en la habitación.

Ella sonrió.

– Te has despertado temprano.

– Malcolm y yo hemos trazado el itinerario hasta Tánger -le informó Julius mientras se acercaba a la cama.

Un arrebato de pasión le atravesó los sentidos. ¿Acaso podía atreverse a esperar que Darley la acompañara a Marruecos?

– Malcolm te llevará en el Fair Undine. Es extraordinariamente competente. No podrías estar en mejores manos.

Excepto en las tuyas, pensó Elspeth, desterrando con rapidez aquellos sueños fantasiosos. Debía de tener más sentido común.

– Gracias por tu generosidad -le dijo Elspeth en su lugar-. Estoy en deuda.

– En todo caso, soy yo quien está en deuda -murmuró Julius, deteniéndose al pie de la cama-, por todo el placer que me has dado.

No estaba preparada para responder de forma hábil, sus emociones la hacían tambalearse al borde del abismo después de la pasada noche. Pero aquella cortesía relacionada con el ofrecimiento a viajar en su barco eran fácilmente pronunciables.

– Qué amable al ofrecerme el Fair Undine -le dijo Elspeth-. Si puedo recompensarte de alguna manera en el futuro por el uso de tu barco, lo haré.

– No hay resarcimiento que valga. Para mí es un placer ayudarte. -Presa de una inquietud desconocida, Darley echó un vistazo al reloj.

Ella se dio cuenta adonde dirigía la mirada.

– ¿Es la hora?

– Dentro de poco. Me he tomado la libertad de ordenar que te preparasen un baño -Julius sonrió, aunque no con la desenvoltura habitual-. El agua está siempre muy solicitada en alta mar.

Elspeth se levantó, comprendiendo que debía comportarse con dignidad. Darley nunca confundiría el placer amoroso con cualquier otra cosa, ni aceptaría el sentimentalismo sensiblero.

– Sophie debe de estar esperándome -dijo Elspeth, apartando a un lado las sábanas y tratando de alcanzar su ropa.

– Así es. -No podía evitar mirarla, sus ojos se sintieron atraídos por sus exuberantes formas cuando salía de la cama. Pero miró igual de rápido hacia otro lado; su desnudez le suscitaba infinidad de sensaciones no deseadas-. Te traerán el desayuno cuando hayas terminado.

– Piensas en todo -dijo Elspeth con voz traviesa.

Darley enarcó las cejas en reacción a su tono.

– Eso intentamos. -Darley no tenía la intención de mostrar ni atisbo de su genio. La pasada noche había sido memorable. No deseaba que el tiempo que les quedaba para estar juntos se plagara de resentimiento-. Me vestiré mientras tomas el baño y luego volveré con las cartas de navegación para enseñártelas durante el desayuno.

Elspeth se esforzó en seguir las normas de cortesía de manera tan educada como él. Estaba en deuda. No podía estar en desacuerdo con un hombre que le había dado tanto placer sólo porque no la acompañaba a Marruecos.

– Perdóname -se disculpó Elspeth mientras introducía los brazos por la bata-. No pretendía comportarme como una desagradecida.

– No hay nada que perdonar. Eres del todo perfecta -comentó Darley, galantemente, aliviado al ver que cubría sus grandes pechos y su sedoso pubis con la parte delantera de la bata, antes de que perdiera el control-. Puesto que nuestro tiempo es limitado -le dijo con una leve sonrisa-, te sugiero que te des un baño rápido.

Qué delicado era evitando las emociones. Qué experto en la materia. Tomando nota de la afabilidad que le brindaba, Elspeth le devolvió la sonrisa y en respuesta sonrió mientras se ceñía la bata con un nudo.

– Quedo a la espera de ver las cartas de navegación. ¿En veinte minutos?

Darley asintió con la cabeza.

– En veinte minutos.

Elspeth miró atrás antes de entrar en el baño porque no había oído la puerta. Él permanecía de pie, en el mismo sitio donde lo había dejado, con una expresión hermética, agarrando la columna del pie de la cama. La tensión de sus brazos era visible en la disposición tensa de los hombros.

Cuando ella se giró, Darley sonrió precipitadamente y le envió un beso. Después de agacharse para recoger las botas, salió de la habitación dando grandes zancadas.

Qué inflexible parecía allí de pie. Severo, distante. Hasta que esa sonrisa seductora brilló con su maestría habitual. Qué lástima que ella no tuviera fuerzas para resistirse a su glorioso encanto. Pero por otra parte, ¿qué mujer las tenía?

Se dijo en su fuero interno que no iba a llorar ahora que todo había acabado. Llorar era inútil, en cualquier caso. Ni quería darle la oportunidad a Sophie de que le soltara un ya se lo dije.

Enfrentaría su pérdida como una mujer adulta y sensata.

Pero en el mismo momento que entró en el vestidor, se echó a llorar y corrió al encuentro de su anciana niñera.

Sophie la abrazó fuerte, dándole unas palmaditas en la espalda con suavidad, susurrándole en el pelo:

– Tranquila, tranquila, mi niña mimada… pronto se sentirá mejor… todo necesita su tiempo. Deje de llorar, tesoro. Llegarán tiempos mejores. Encontraremos a Will y lo traeremos a casa sano y salvo, y los dos empezarán una vida feliz.

Ojalá fuera cierto. Ojalá Sophie pudiera arreglarlo todo en ese instante como había hecho en el pasado, pensó Elspeth, sollozando en el hombro de su niñera. Pero la vida no era tan sencilla como cuando era niña. Una golosina o una palabra amable, o un paseo en su caballo favorito eran suficientes para hacer desaparecer todas sus penas.

Y no importaba que Sophie le dijera que pronto se sentiría mejor porque su corazón se había roto en mil pedazos.

Y encontrar a Will y traerle a casa sano y salvo era un viaje espantoso y abrumador… sin garantías.

Estaba muerta de cansancio, tenía los nervios de punta, todas sus sensaciones se habían redoblado en intensidad después de la pasada noche. Pero llorar no solucionaría nada. Poco importaban los mares de lágrimas que derramara, no estaba segura del amor de Darley ni del estado en que se encontraba Will.

Debía tranquilizarse. Respiró hondo, se alejó de Sophie.

– Ya he acabado de llorar -le dijo, ofreciéndole un amago de sonrisa-. Pronto estaré bien. Es sólo que he dormido poco.

– Pobre pequeña. Cualquiera puede ver que está cansada. Métase en la tina grande que está allí -le indicó Sophie, desabrochando la bata de Elspeth-, y descanse mientras la baño.

– Nos manda a Marruecos en su barco -una declaración sencilla, informativa, tan falta de emoción como pudo ingeniárselas-. Su secretario se ocupará de nuestro bienestar.

– Eso he oído. -Sophie dejó caer la bata por los brazos de Elspeth-. Todo el mundo corretea escaleras abajo.

– Es muy gentil por su parte dejarnos el Fair Undine -intentaba concentrarse en las cosas positivas, sin permitir que la voz se le quebrara.

– Sí, es muy amable. Espero que sea un barco magnífico. Sus intenciones son buenas -dijo Sophie y frunció el labio superior con desdén cuando le despojó de la bata.

– No te enfades, Sophie. Ni siquiera esperaba eso.

– Con hombres como el marqués, es mejor no esperar demasiado. Sólo piensan en ellos y siempre lo harán. No quiero decir que falten al respeto… eso es todo lo que saben… hacer lo que les place. -Sophie dejó la bata sobre una silla dorada.

– Mientras nosotras no hemos disfrutado de esa ventaja.

– O desventaja, en mi opinión -replicó Sophie, guiando a Elspeth hacia la bañera-. Si uno es demasiado egoísta, se está vendiendo al diablo, así lo veo yo.

– Es posible -aunque Elspeth era renuente a criticar a Darley cuando tantos otros hombres de su clase no eran mejores que él, y muchos, como su marido, eran mucho peores-. En cualquier caso, tenemos que darnos prisa -observó Elspeth, avanzando, con un estado anímico un tanto más alegre. Era útil poner las cosas en la perspectiva adecuada… Darley era un auténtico ángel comparado con Lord Grafton.

Al pensar en su marido arisco y de mal genio, Elspeth casi sintió una oleada de alivio por emprender un viaje que la llevaría fuera de Inglaterra, siempre y cuando encontrara a Will con buena salud… Tocaba madera.

Cuando dejaran atrás Inglaterra, Grafton ya no podría tocarla.

Qué gratificante era pensar en esa libertad.

– Dime que Will se encuentra mejor -dijo Elspeth, poniendo un pie en el agua humeante, necesitando consuelo por las circunstancias inquietantes que rodeaban a su hermano.

– Estará mejor, sin duda -le contestó Sophie.

Elspeth se hundió en aquel calor tranquilizador.

– Y no volveremos a ver a Grafton.

– Se lo pido a Dios y a todos los arcángeles del cielo, que así sea. Ahora sostenga el pelo en alto, preciosa, para que no se le moje. No hay tiempo para secarlo.


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