Capítulo 18

Mientras Charlie emprendía el camino hacia Portman Square, los ocupantes de Westerlands House tomaban el té en la sala de estar. El duque y la duquesa se ponían al corriente de los últimos chismes.

Su hija había asistido a la recepción de la duquesa de Devonshire la noche anterior. Puesto que todas las personas que eran alguien estaban allí, Betsy estaba poniendo al día a sus padres de todos los escándalos.

– Prinny se desvivía por la señorita Fitzherbert, que hacía tiempo que no se dejaba ver en público… por varias y surtidas razones, como ya sabéis.

– Debe de haberle perdonado por su libertinaje en compañía de sus hermanos durante estos meses pasados -observó su madre-. Aunque qué otra opción le queda.

El príncipe de Gales había estado entreteniendo a sus hermanos: el duque de Hanover, que había regresado de Alemania después de una estancia de seis años, y el recientemente proclamado duque de Clarence, que acababa de volver de su segundo periodo de servicio en la mar. Los tres hombres se habían mezclado en toda clase de bacanales y juergas durante varios meses, y los criados lamentaban al unísono las depravaciones del joven príncipe.

Betsy se encogió ligeramente de hombros.

– Ninguna, por supuesto, aunque ella y Prinny parecían bastante encariñados la noche pasada. El príncipe de Gales se había casado hacía dos años en secreto con una plebeya, que había enviudado dos veces, en contra de la ley vigente y el consejo de sus amigos.

– La señora Fitzherbert podría haberse ganado los afectos de Prinny, anoche, pero sospecho que no por demasiado tiempo -apuntó la duquesa-. Los afectos del príncipe son antojadizos como sabe todo el mundo. -Curvó la boca en una pequeña sonrisa-. A propósito de hombres antojadizos, ¿asistió anoche Julius a la fiesta?

– No, ni se le ha visto por ninguna parte, salvo en Langford, desde que volvió de Newmarket.

La duquesa hizo una mueca.

– Debe de estar en compañía de Amanda, sin duda.

– Por supuesto. Cuando se cansa del mundo recurre a ella. Con ella se siente a gusto.

– Será mejor que no se le ocurra casarse con esa niña -masculló el duque desde las profundidades de su butaca, mirando por encima del periódico a su esposa e hija.

– No hay que temer que Julius se case pronto -observó Betsy-. Ni que Amanda sea su elegida cuando se decida a dar el paso decisivo.

– Al menos el chico aún sabe lo que se hace. -El duque hizo un ruido seco al pasar una hoja del periódico y retomó la lectura.

La duquesa contempló a su hija, con una ceja ligeramente enarcada.

– Espero que tengas razón. Si bien deseo con todo mi corazón que Julius encuentre a otra persona para divertirse. Amanda es demasiado intransigente para mi gusto.

– No te preocupes, mamá. Julius se cansa de todo a su debido momento… Amanda incluida. Julius ahora le está dando vueltas a un asunto del corazón y Amanda le sirve de distracción.

– ¿De verdad? ¿Julius? -la duquesa abrió los ojos-. Dios mío, ¿quién es ella?

– Una completa desconocida… una mujer joven casada que conoció en Newmarket. Completamente inelegible, por supuesto. Pero por algunos de sus comentarios, así como su comportamiento desde Newmarket, soy de la opinión de que a Julius le ha dado fuerte con la dama.

– ¿Estás segura? ¿Julius se ha tomado en serio a una mujer?

– En serio tal vez suene muy fuerte, pero que está interesado en ella, sin ninguna duda.

– Tenlo presente, cielo -murmuró su marido detrás del periódico-. Yo no tuve intención de casarme hasta que te conocí.

– ¿Lo ves, mamá? -comentó Betsy dibujando una amplia sonrisa-. Quizá quede esperanza para Julius. -La historia del encuentro accidental de sus padres durante una cacería otoñal era de sobras conocida.

– Es una lástima que nuestro querido hijo no haya encontrado a alguien elegible -suspiró la duquesa-. No creo que su marido sea viejo y débil.

Betsy se encogió de hombros.

– Viejo lo es. En cuanto a la debilidad… por así decirlo, sí y no. Es la esposa del viejo Grafton por la que Julius bebe los vientos.

El duque dejó caer el periódico sobre las rodillas.

– ¿El viejo demonio?

– El mismo que viste y calza.

El duque frunció el ceño con sus pobladas cejas.

– ¿Cuántas esposas ha tenido ese condenado reprobó?

– Con esta joven señorita van tres.

– Tiene que ser alguna ramera astuta para casarse con ese viejo demonio después de que dos de sus esposas hayan acabado en la tumba.

– Al contrario, papá. Es la hija de un vicario que se quedó sin recursos después de la muerte de su padre, con un hermano pequeño que mantener. Sospecho que no fue una elección fácil para ella.

– Me da mala espina… sin recursos o no -se quejó el duque-. Es imposible que el viejo diablo fuera el único hombre disponible al cual recurrir. ¿Qué más sabes de esa mujer? ¿Puede que Julius esté en las garras de una mujer ambiciosa?

Betsy empezó a dar gritos.

– Papá, recuerda el historial legendario de tu hijo en lo que se refiere a mujeres ambiciosas. ¿Acaso alguna de ellas se ha salido remotamente con la suya? -Darley había sido el objetivo de todas las madres que buscaban un buen partido y de astutas mininas desde que había alcanzado la mayoría de edad.

– ¡De acuerdo! -el duque volvió a su periódico.

– Debes explicarme cómo es esa mujer fuera de lo normal. -La duquesa se inclinó hacia delante para dejar la taza de té en la mesa-. ¿Dónde la conociste? ¿Cómo es físicamente? Tiene que ser muy bonita para seducir a Julius.

Y de no ser porque el lacayo entró en la sala de estar, la duquesa habría obtenido una respuesta a su pregunta.

En cambio, el lacayo anunció:

– El cochero de Lady Grafton está esperando en la puerta trasera, pide ver a Lady Worth.

Todos se pusieron firmes, como si fuera al rey a quien habían anunciado.

– Dile que ahora voy -Betsy se levantó rápidamente y les dijo a sus padres-: Tiene que ser algo muy importante para que le haya enviado aquí. Tengo entendido que la dama es tímida por naturaleza.

– Sí, muy tímida -resopló el duque-. Una mujer ambiciosa que ha enviado su tarjeta de vista, en mi opinión.

– Venga, querido, dale al juicio de Julius un poco de crédito -protestó la duquesa.

– ¡Ja! -exclamó el duque, haciendo una concisa excepción puesto que su mujer quitaba importancia con cariño a la libertina vida del hijo-. Su buen juicio se limita únicamente a los purasangres, querida.

– Sí, cielo, estoy segura de que estás en lo cierto -respondió con tacto, diciendo adiós a su hija con la mano-. Date prisa, Betsy. Siento curiosidad sobre la mujer que está asediando a nuestro Julius.


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