Capítulo 38

Los días siguientes fueron de animada actividad, tanto en Londres como en Gibraltar. El duque de Westerlands habló con el rey, que a su vez habló con Pitt. El señor Crighton se reunió con sus colegas e informadores, y puso en marcha la oposición al pleito judicial de Grafton. Los sirvientes de la casa de campo se afanaban en hacer el equipaje, preparándose para una partida inminente, mientras que el capitán del Fair Undine cargaba las provisiones para el viaje de regreso. El general Eliot compartió una agradable velada con la gente de Punta Europa, y una semana después de anunciar el nacimiento de un nuevo miembro de la familia de Darley, el Fair Undine levó anclas y zarpó.

Se dieron las órdenes de recalar en Dover en lugar de Londres. Pretendían evitar cualquier posible escena violenta con Grafton… por el bien de Elspeth… Julius creyó más atinado ir a la capital en carruaje. Además quería proteger a Elspeth de las prerrogativas legales de su marido. El conde podía, con impunidad y al amparo de la ley, llevarse a su esposa, tenerla cautiva, y hacerle cualquier cosa, excepto matarla. El derecho patriarcal a «disciplinar y castigar» a una esposa no se ponía en tela de juicio. En caso afirmativo, el veredicto emitido por un juez en 1782 resolvería la cuestión. Alegó que, en caso de haber una causa justificada, un marido podía legalmente pegar a su esposa mientras la vara no fuera más gruesa de un pulgar.

Cuando Elspeth preguntó la razón por la que desembarcaban en Dover, Darley le echó la culpa a las corrientes. Y puesto que alargaron la cena en la última escala antes de Londres, cuando ella le preguntó por qué se había prolongado tanto la parada, Darley se anduvo con rodeos.

– Pareces cansada -le dijo Darley-. ¿Por qué no descansamos un rato antes de proseguir el viaje?

Sí, estaba cansada. De hecho, últimamente parecía que siempre estaba cansada.

No le hizo más preguntas a Darley. Parecía mejor idea retirarse a uno de los aposentos de arriba, al igual que recibir los cuidados de su consentidor amante. Estaba a punto de aceptar su tolerancia, siempre dispuesta a satisfacer todos sus caprichos, con una ecuanimidad que a veces la inquietaba.

– Me mimas en exceso -diría a menudo, sintiéndose culpable, a lo que Darley le respondería con una encantadora sonrisa.

– Tengo permiso. Voy a ser padre.

Cuando Elspeth se quedó dormida, la dejó descansar. Había retrasado premeditadamente la partida para llegar a la ciudad durante la noche, esperando entrar en la capital sin ser descubiertos. Salieron cuando Elspeth se despertó, y, cerca de las diez de la noche, dos carruajes alquilados y sin distintivos entraron silenciosamente por la callejuela que corría por detrás de la residencia del duque de Westerlands.

– ¿Estás seguro de que seremos bienvenidos? -había preguntado Elspeth más de una vez durante el viaje-. Quiero decir en estas circunstancias.

Darley la reconfortó de todas las formas posibles.

Pero aunque Darley no había previsto la agitación que ocasionaría su llegada, y una vez fue anunciado el embarazo de Elspeth, se desató el entusiasmo y la alegría.

Después de muchos abrazos, besos y felicitaciones entusiastas, los duques y Betsy se llevaron a Elspeth, chasqueaban la lengua desaprobando que Elspeth estuviera en pie a las tantas de la noche, que lo que necesitaba era un vaso de leche caliente y que después de dormir bien podrían empezar a hacer planes en serio para el nuevo bebé de los Westerlands.

Los hombres se retiraron al despacho del duque e intercambiaron, bebiendo brandy, una versión sintética de los hechos acaecidos desde que se fueron de Inglaterra. Después de otra copa, Will y Henry, que todavía no estaban completamente recuperados de su enfermedad, fueron acompañados a sus respectivas habitaciones. Poco después, Malcolm regresó a su cuarto y Darley se quedó a solas con su padre.

– Deduzco que estás muy satisfecho con el giro que han tomado los acontecimientos -comentó el duque, contemplando la sonrisa permanente de su hijo mientras éste se acomodaba en una silla enfrente de él.

Darley contestó con una sonrisa todavía más amplia.

– No pensaba que fuera posible sentirse así de bien.

– Podría recordarte que ya te lo dije, pero no lo haré -le dijo su padre, sus ojos se encendieron-. En lugar de eso, mis mejores deseos por tu hijo -dijo el duque levantando la copa.

– Gracias. -Darley levantó la copa y bebió un trago de brandy-. Pensando en mi futuro hijo -murmuró dejando a un lado la copa-, cuéntame cómo va la demanda de divorcio de Grafton.

– Pitt está llevando el caso en el Parlamento -su padre sonrió-. Hablé de ello al rey. No va a demorarse.

– Supuse que tal vez irías a ver a Su Majestad. ¿Cuándo crees que tardarán en llegar a un arreglo final?

– Un mes más o menos. Tiene que pasar varias lecturas en cada Cámara. Al parecer, hay que observar la legalidad.

Darley hizo una mueca.

– Desafortunadamente, el tiempo va en nuestra contra.

– Lo entiendo. Mañana hablaré con el secretario de Pitt y ejerceré un poco de presión. A propósito, tu madre está organizando un té con la asistencia de los reyes. Una bienvenida para los dos, por así decirlo.

Darley frunció el ceño.

– Me temo que un acto así le resultará un poco violento a Elspeth. No mira el mundo con la misma actitud despreocupada que nosotros. Me pregunto si podríamos aplazar el té. Se puede dar el caso de que se encuentre indispuesta ante los amigos de mamá; Elspeth tiene el estómago bastante revuelto ahora mismo.

– Hablaré con tu madre -el duque se encogió de hombros-. Pero te advierto que tu maman está empecinada en clarificar el puesto de Elspeth como miembro de la familia.

– Tal vez en unas semanas -sugirió Darley, desperezándose, comenzando a sentir los efectos de la hora avanzada y de las copas de brandy-. De todas maneras, no podemos hacer nada hasta mañana. Lo discutiremos luego. Llevamos despiertos desde el amanecer… -sus cejas titilaron-. Elspeth me espera.

Su padre sonrió.

– Si me permites decirlo, es gratificante verte tan feliz. En cuanto al divorcio, yo me encargaré de todo. No tienes que preocuparte. Ahora ve. La madre de tu hijo te está esperando.

Y así quedaron las cosas la primera noche en Londres, el té de la duquesa en el aire, la necesidad de acelerar el proceso de divorcio acordado, padre e hijo contentos por tener a toda la familia intacta una vez más… con la última incorporación, y el posible heredero, que traía a la casa de los Westerlands un nuevo motivo de alegría.


Elspeth se incorporó en la cama cuando Darley entró en el dormitorio. Le estaba esperando, incapaz de conciliar el sueño sin tenerle a su lado. Abrumada por la necesidad, a merced de sus emociones quijotescas y caprichosas, su presencia se había vuelto indispensable.

Un reconocimiento chocante de una mujer acostumbrada a hacerse cargo de su vida. Pero allí estaba.

Un hecho incontestable.

Como el bebé.

– Pareces feliz de volver a casa -le dijo Elspeth, sonriendo.

– Lo estoy. ¿Cómo llevas toda esta algarabía? -Darley sabía que últimamente su estado de ánimo era inestable.

– Soy un manojo de nervios, pero estoy contenta de estar de nuevo en Inglaterra.

– Duerme tranquila, querida -le dijo Darley, sentándose para quitarse las botas-. Tienes a todo un pelotón de Westerlands para cuidar de ti, y mi madre, tal vez, es tu más temible paladín -se descalzó una bota y la dejó en el suelo-. Está organizando un té de bienvenida… los reyes están invitados para frenar cualquier rumor.

– ¡Dios mío, no! -Elspeth agitó la cabeza con los ojos abiertos como platos.

La segunda bota siguió a la primera.

– Es lo mismo que le he dicho a mi padre… sabiendo que no te gustaría participar en ninguna recepción por ahora. Hablaré con mi madre por la mañana. Puede organizado para más tarde.

– Perdóname por ser tan asustadiza, pero en realidad no puedo afrontar un acto público. Sé que tu madre lo hace con buenas intenciones, ¡pero el REY! Me voy a poner muy nerviosa.

– Siempre y cuando no le vomites encima… -bromeó Darley, dejando los calcetines al lado de las botas.

– Seguramente lo haga de todas formas. Por favor, por favor, por favor prométeme que harás cambiar de parecer a tu madre.

– Tal vez podamos mantenerla ocupada comprando ropa para el niño -le respondió Darley, se desanudó el pañuelo del cuello y lo lanzó sobre una silla.

– No estoy segura de que eso sea mucho mejor para evitar un escándalo. ¿Podríamos llevarlo un poco más en privado hasta que consiga el divorcio? -le imploró Elspeth-. Sé que a ti no te preocupan los escándalos, pero yo no tengo la piel tan dura.

– Disuadiré a mi madre, intenta descansar -la tranquilizó Darley-. Le encontraremos otra cosa para que se entretenga.

– Eres demasiado bueno conmigo -Elspeth pudo sentir cómo desaparecía la ansiedad.

– Podría serlo más, si quisieras -le dijo Darley con una gran sonrisa, de pie, desabotonándose su chaleco de seda de color ocre.

– Ah, bien -sonrió Elspeth-. Pensé que estarías muy cansado.

– Eso no es plausible si me estás esperando. -Elspeth estaba más apasionada desde el embarazo, su estado parecía aumentarle el apetito sexual. El viaje de regreso habían sido dos semanas de pasión exuberante e ilimitada.

– Te adoro con toda el alma -deshaciendo el lazo del escote de su vestido de noche, le ofreció una sonrisa cautivadora con sus mejillas rosadas-. Infinitamente, desmedidamente, febrilmente -Elspeth le guiñó un ojo-, impacientemente.

Darley se rió.

– Si continúas con este ánimo apasionado, pronto no tendremos ningún motivo para abandonar la habitación -y se afanó en quitarse la chaqueta y el chaleco.

– No lo puedo remediar. Estoy aterrada -se quitó el vestido y apartó la ropa de cama con brío, sin sentir vergüenza por su deseo.

– No me quejo -se quitó la ropa interior y la camisa por la cabeza y las dejó caer al suelo, tirándose inconscientemente el cabello hacia atrás, como hacía siempre-. Estoy más que contento de cancelar mis compromisos para ser tu semental -Darley sonrió-. De hecho… estoy entusiasmado.

– Qué bien… puesto que apenas puedo apartar las manos de ti. Nadie me había dicho que el embarazo te hacía sentir lujuriosa -le hizo un gesto con el dedo para que se acercara-. Necesito acariciarte. No hemos hecho el amor en todo el día… no durante horas, horas y horas.

Habían estado de tránsito y ella se había quedado dormida en la posada, pero Darley prefirió no molestarla. En lugar de eso, se acercó obsequioso a la cama, desabotonándose los bombachos-. Considéreme ahora a su servicio -dijo con una sonrisa, sacándose los bombachos-. Y en el futuro inmediato.

– Precioso, precioso, precioso -susurró Elspeth, con la mirada fija en su majestuosa erección-. ¿Es para mí? -ronroneó.

– Siempre es para ti -murmuró Darley, el hombre que antes pensaba que la fidelidad era algo inconcebible.

Elspeth se corrió a un lado cuando él se metió en la cama, su rápido movimiento provocó un visible balanceo de sus pechos.

– ¿Todo esto es para mí? -preguntó Darley, haciéndose eco de sus palabras, recorriendo suavemente con la punta del dedo la curva generosa de sus pechos cuando se arrellanó en la cama a su lado.

– Después -le dijo haciendo unos pucheros encantadores y contoneando las nalgas-. Primero te quiero yo a ti.

Darley observó cómo se balanceaban sus pechos enormes cuando se movía, su floreciente tamaño sumamente erógeno. El hecho de llevarse el mérito de su deliciosa y madura fertilidad le excitaba sobremanera.

– Tengo que lamer esto primero. Piensa que es práctica para cuando tengas el bebé -se había puesto de moda entre las damas de la alta sociedad dar el pecho a sus bebés.

– No, no, no -protestó Elspeth, con una pequeña mueca-. Te quiero a ti primero.

– Cuando dices a mí te refieres a esto, ¿verdad? -Darley dio un golpecito a su prominente verga.

– Sí, sí, eso.

– Sólo si me dejas lamerte a mí primero. -Darley no sabía si su fogosidad era más una provocación o la demostración de que su falo la mantenía esclavizada-. No me llevará mucho tiempo -le dijo en voz baja-. Después, puedes tenerme dentro de ti toda la noche.

– ¿Toda la noche? -susurró Elspeth. Aquel tentador pensamiento atravesó todo su cuerpo con un calor febril.

– Te mantendré colmada con mi verga hasta que te desmayes de tanto correrte. Luego -le susurró-. Después de que me dejes lamerlas.

– Sí, sí. -¿Cómo podía negarse? Estaba en celo continuo desde que zarparon de Gibraltar, insaciable, lujuriosa, hambrienta de sexo, como si estuviera presa de un filtro de amor ingerido con el embarazo.

– Siéntate aquí -murmuró Darley, alzándola más alto contra las almohadas-. Cinco minutos -le dijo-. Mírame a los ojos.

Elspeth aparto con esfuerzo los ojos de su miembro duro y erguido.

– ¿Puedes esperar?

– No.

– Tienes que hacerlo. -Doblegar al mundo para complacer sus deseos era un hábito arraigado que ni el amor había domado totalmente.

Elspeth se estremeció, rindiéndose a la promesa de un placer aún más grande.

– Apresúrate.

Sus grandes pechos casi habían doblado de tamaño. Aun siendo la primera etapa del embarazo, sus pezones tenían un tono más profundo, el peso sustancial de cada exuberante globo era considerable. Darley decidió que necesitaría pronto un nuevo vestuario que se ajustara a la nueva talla.

Los impulsos de Darley no eran totalmente egoístas. Si alguien sabía mejor que nadie cómo llevar a una mujer al clímax, el marqués había ostentado ese título en los registros de apuestas del club.

Primero se consagró a un pecho, luego al otro, lamió con una técnica refinada y magistral… fuerte, pero no demasiado, tirando de ellas con dulzura para que todo el placer fluyera hacia abajo, alcanzando a cada nervio trémulo, concentrado en su cometido con un talento natural por la exquisitez. En una rápida sucesión, su antigua prometida fue empujada a una histeria jadeante y frenética y a dos violentos clímax.

Elspeth estaba en plena descarga orgásmica.

A él aún le quedaban dos minutos.

Pero ella sufrió un colapso por la salvaje brutalidad de las contracciones. Cada sensación, cada percepción era aún más intensa, exaltada y exagerada que la anterior, como si su cuerpo fuera un instrumento hipersensible para la pasión sexual.

Darley se tendió a su lado, esperando a que se enfriaran sus febriles sentidos, rezando al dios que le había llevado hasta ese punto. Se sentía agradecido de una forma inconmensurable. Genuinamente feliz.

– ¿Siempre sabes cómo hacerlo? -susurró Elspeth después de una pausa, volviendo la cabeza para sonreírle.

Darley le sonrió en respuesta.

– ¿Por qué siempre olvidas lo bien que sienta?

– Por suerte te tengo a ti para recordármelo.

– Puedes volver a acudir a esa suerte siempre que quieras -dijo Darley con una gran sonrisa-. Estoy a tu disposición para hacer realidad todos tus deseos.

– Dame un minuto, aunque con el ánimo insaciable que tengo, no esperes un respiro muy largo.

– Creo que puedo continuar -le dijo con voz cansina.

Elspeth entrecerró los ojos.

– No creo que me guste esta confianza insolente.

– Quise decir que, desde que te conocí, parece que he ganado un apetito sexual considerable.

– Qué poco sincero, mi señor -murmuró Elspeth, con dulzura-. Sin embargo, no voy a discrepar porque te necesito desesperadamente.

Era una cosa que le gustaba de ella. Era una mujer práctica, y no daba lugar a recatadas disimilaciones como tantas otras mujeres que había conocido.

– Dime simplemente cuándo estará lista nuestra joven madre -le dijo con alborozo.

– Haré que cumplas tu promesa. Dijiste toda la noche.

Darley le regaló una gran sonrisa.

– Nos hemos recuperado, ¿verdad? -se apoyó sobre el codo y dirigió un dedo explorador hacia sus partes íntimas.

– Un poco más arriba -le susurró, cerrando los ojos. El rubor empezó a colorear sus mejillas.

Cuando el dedo se deslizó dentro de su calor húmedo, Elspeth gimió de felicidad.

– Me alegro de estar en casa -dijo Elspeth en voz baja.

Él también lo estaba.

Poco después se situó encima de ella, se colocó entre sus muslos y entró con un ágil movimiento de la cadera, penetrándola con una facilidad libre de fricción. Estaba deslizadizo como la seda, y lo suficientemente ajustado como para permitirles a los dos una emoción intensa e emocionante. En las garras de su nueva ninfomanía, Elspeth estaba siempre demasiado ansiosa e impaciente. Él, por su parte, sabía cómo entrenarse para tan prolongadas lizas amorosas.

Elspeth llegó al orgasmo casi de inmediato, pero como había prometido, él no se movió, y tuvo otro.

Elspeth abrió los ojos poco después, regresando de las lindes bienaventuradas del éxtasis trémulo, y lo contempló con ingenua adoración.

Darley le dirigió una sonrisa, permitiéndose mover ahora que ella volvía poco a poco a la conciencia. Tirando de la cinta de la nuca, arqueó la espalda y recogió el cabello que le había caído en la cara. Forcejeó con sus mechones rebeldes para hacerse una cola improvisada, y consiguió atarlos dándoles unas pocas vueltas.

– ¿Eres mío? -le dijo Elspeth repentinamente, preguntándose cuántas veces y en cuántos tocadores se había recogido el pelo de la cara después de hacer el amor.

Darley se tiró hacia atrás sobre los antebrazos y movió con cuidado la cadera.

– ¿Te parece que soy tuyo? -le susurró.

Elspeth sonrió.

– Pareces tan, tan bueno.

– Y tú pareces la madre de mi hijo -sonrió Darley ampliamente-… y mi futura esposa.

– ¿No sería fantástico? -le dijo en voz baja.

Será fantástico -dijo Darley con absoluta certeza-. Te doy mi palabra.

Aquella confianza absoluta era enormemente erótica, pensó Elspeth, un afrodisíaco, por así decirlo… como un símbolo implacable de masculinidad y poder fálico. O simplemente todo lo referente a Darley siempre era erótico.

Aunque probablemente no era la primera mujer que lo había pensado.

– Dime que siempre me amarás -insistió Elspeth. Tenía el ánimo terriblemente inestable en los últimos días-. Miente, si es preciso.

Darley sonrió abiertamente.

– ¿Sinceramente?

Elspeth le golpeó fuerte.

Darley ni se inmutó. Sonrió todavía más.

– Te amaré, querida mía, para siempre. Te lo juro. ¿Te sientes mejor ahora?

– Sí -contestó ella con una sonrisa de oreja a oreja-. Aunque…

– No lo digas. Lo sé. Te gustaría sentirte un poco mejor.

– Me encanta cuando me lees el pensamiento.

No era el mejor momento para señalar que no era la primera mujer impaciente que había conocido.

– Debe de ser el destino -le dijo en su lugar, con una delicadeza encantadora.

Y así discurrió la noche, Darley con su estado de ánimo más solícito, Elspeth necesitando su amor y consuelo más que nunca, con un deseo ardiente, al rojo vivo.

Los dos se deleitaron con sus apetitos carnales.

Los dos estaban felices de estar en casa.


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