Al rayar el día, Darley se levantó de la cama con sumo cuidado, guardándose de no despertar a Elspeth. De pie, ante la cabecera de la cama, contempló a aquella mujer exuberante y durmiente, que le había hecho redefinir las sensaciones, que había cambiado para siempre su definición de pasión. El reloj de la repisa de la chimenea marcó la hora y, desterrando un sentimiento de remordimiento, recogió los bombachos y salió de la habitación sin hacer ruido.
Unos minutos más tarde estaba zarandeando a su secretario para que se despertara.
– Ahora me levanto, ahora -masculló Malcolm, con los ojos todavía cerrados.
– Tenemos que trazar el rumbo hacia Tánger que seguirá el Fair Undine. Te espero en la biblioteca dentro de cinco minutos.
Los ojos del joven secretario se abrieron de golpe.
– ¿Piensa zarpar hacia Tánger?
– Yo no, pero tú sí. -Darley se giró al llegar a la puerta-. Lady Grafton necesita un acompañante. ¿Quieres té o café?
– Café. ¿Cuándo zarpamos? -Malcolm había saltado de la cama y se estaba metiendo la camisa de noche por dentro de los bombachos.
– Esta mañana… con la marea. No necesitas los zapatos. Venga, trae las cartas de navegación -le ordenó Darley por encima del hombro mientras se alejaba-. Mandaré que te tengan café preparado.
Antes de que los hombres hubieran desenrollado completamente las cartas de navegación, el duque se unió a ellos, impecablemente vestido y afeitado, a diferencia de sus compañeros a medio vestir, que ofrecían un aspecto desaliñado.
– Os he estado esperando a los dos para levantarme -dijo el duque, haciendo un gesto al lacayo que acababa de entrar con la bandeja de café.
– Aún es temprano -respondió Julius-. Y mi yate siempre está listo para zarpar. El tiempo no es problema.
El duque cruzó la mirada con la de su hijo.
– ¿Vas a llevar a Lady Grafton en el Fair Undine?
– No. Lo hará Malcolm.
– ¿Cabe la posibilidad de que cambies de idea?
– No. Nada ha cambiado desde la última vez que hablamos.
– Ya veo. ¿Lo sabe ella?
Julius bajó las pestañas levemente.
– No hablamos de viajes en barco.
Dejaron el tema. El duque lo había entendido. Por lo menos Julius la mandaba de viaje con relativo lujo. El Fair Undine estaba muy por encima de la media de las embarcaciones mercantes.
– Tal vez te gustaría añadir algún cañón adicional -sugirió el duque-. La costa africana es una ruta marítima para los piratas y cada vez se muestran mucho más intrépidos. Un buque mercante de las Indias Orientales fue atacado el mes pasado. Algo muy raro para un barco tan grande.
– Supongo que las riquezas del flete eran un reclamo -dijo Julius-. El Fair Undine será menos apetecible. Y va bien armado. Cualquier peso adicional sólo pondría trabas a la velocidad. -El barco de Darley era una de las embarcaciones más rápidas, los récords de velocidad que ostentaba no habían sido batidos desde el 85, cuando el Fair Undine navegó por primera vez. Esa habilidad para navegar rápido sería de utilidad en la costa de Berbería.
– Tú lo sabes mejor que nadie -comentó su padre. Julius era un marinero aventajado. Desde pequeño había estado enamorado del mar. A medida que se hacía mayor compraba embarcaciones cada vez más grandes y veloces, conquistando los primeros puestos de las competiciones cuando rondaba los veinte años.
Durante la siguiente media hora, mientras Darley y Malcom trazaban el rumbo a Tánger, el duque hizo las veces de mero observador y les sirvió café. También hizo una lista con los productos que debían ser embarcados para el confort de Lady Grafton: una caja de champán, fruta del invernadero, carne roja inglesa de primera calidad, su propia mezcla especial de té. Afortunadamente Julius disponía de un chef a bordo para hacer más llevadero el viaje. Para su entretenimiento añadió a la lista algunos de los libros sobre purasangres de Julius. Elspeth había visto brevemente la colección la noche anterior, pero no habían dispuesto de tiempo para más. Por último, anotó en la lista que se embarcara hielo suficiente para mantener el champán frío.
– ¿Debería enviar más personal, teniendo en cuenta los víveres adicionales que estoy añadiendo? -preguntó el duque, sin estar seguro de si el personal del Fair Undine sería el adecuado para una dama.
Julius alzó la vista.
– Envía a quien quieras.
– ¿Hay sitio?
Julius arqueó una de sus cejas oscuras.
– ¿Qué es lo que estás pensando?
– Enviar unos cuantos criados más para que velen por la comodidad de la dama.
– ¿Unos cuantos?
– Eso es lo que estoy preguntando. ¿Qué camarotes están libres?
El marqués se encogió de hombros.
– Hay sitio. Haz lo que creas oportuno. -Si Malcolm no estuviera presente, hubiera añadido algo más. Su padre se estaba tomando demasiado interés por una de sus amantes.
Malcolm reclamó su atención, señalando la vía de entrada al puerto de Tánger.
– ¿Vamos solos o contrataremos a un piloto?
– Los mapas no son precisos en esta parte de la costa. Contrata a un piloto. -Darley soltó un bostezó y se estiró, la musculatura del tronco se estiraba y contraía en un movimiento suave y continuado-. Creo que es necesario. Dile al capitán Tarleton que tiene libertad para alterar la ruta. Esto es sólo una sugerencia.
– Sí, señor, y necesitaré una carta para el cónsul.
Julius se volvió hacia su padre.
– ¿Escribirías una carta? Tu nombre tendrá más peso. Elspeth necesitará ayuda, ella y su hermano, y los cónsules en lugares remotos como Tánger pueden ser, en algunos casos, pequeños tiranos.
El duque sonrió.
– Desplegaré un adecuado estilo pomposo.
– Podrías mencionar tu amistad con el rey.
– Buena idea. Sin embargo no mencionaré tu amistad con el príncipe de Gales.
Julius sonrió de oreja a oreja.
– Muy sabio -las escapadas libidinosas del príncipe no se eran tenidas en alta estima por los miembros del gobierno-. Aunque tal vez no sea necesaria una nota. La mayoría de cónsules son atentos con todos sus compatriotas.
– Lo consideraremos como un seguro. La tarea de Lady Grafton no será fácil, y si su hermano ha muerto…
– La pobre chica estará desconsolada -terminó la frase la duquesa, cuando entró en la habitación acompañada por el frufrú de la seda lila-. Aunque, ¿qué probabilidades tiene de sobrevivir en ese clima insalubre?
– Es joven -apuntó Julius, enrollando los mapas-. Puede que se sobreponga a las malas condiciones.
– Sólo nos queda rezar -suspiró su madre-. Una lástima, como si Elspeth tuviera la necesidad de viajar tan lejos -y señaló los mapas que Julius llevaba en la mano con una inclinación de cabeza-. Veo que habéis estudiado la ruta.
Darley enrolló una cinta de cuero alrededor del rollo.
– Sí. Sólo estamos esperando la marea.
– ¿Estamos? -la cara de la duquesa se iluminó.
– No es el estamos que estás pensando, maman -le corrigió el marqués, alargando el rollo a su secretario-. Malcolm llevará a Elspeth hasta Tánger. Estará en buenas manos.
La duquesa hizo una pequeña mueca.
– Me decepcionas.
– No puede ser de otra manera.
Su madre suspiró, la probabilidad de presionar a su hijo hacía tiempo que había desaparecido.
– ¿Voy a despertar a Elspeth o ya está despierta?
– Está durmiendo, pero iré a despertarla -Darley, sensible y con los nervios de punta, no estaba de humor para soportar los disparates de su madre.
La duquesa no respondió a su respuesta brusca… o tal vez tuviera motivos ocultos. Quizás esperaba que su hijo se sobrecogiera por el tierno sentimiento de volver a ver a Elspeth y cambiara de opinión.
– ¿Hay tiempo para el desayuno antes de que Elspeth se ponga en camino o la marea no lo permite?
– Haz que le suban el desayuno. Así Elspeth podrá dormir un poco más. Nos reuniremos todos abajo en una hora. Avisa al capitán -añadió Darley con una inclinación de cabeza en dirección a Malcolm-. Todavía tiene tiempo de embarcar suministros suplementarios.
El barco de Darley siempre estaba listo por si el marqués sentía el irrefrenable deseo de viajar al extranjero. Los enredos comprometedores con sus acompañantes femeninas motivaban a menudo estas decisiones, dos semanas o más lejos de Inglaterra eran suficientes para que la cólera de una amante se fuera apaciguando poco a poco. O a veces, cuando sus divertimentos le hastiaban o bien con el paso del tiempo se hacían demasiado frenéticos, se lanzaba a la mar, buscando un respiro del tedio en medio de los vastos confines del océano.