Capítulo 26

Darley estaba sentado a la mesa, frente a la ventana, bebiendo a sorbos su café, cuando ella entró en el dormitorio.

Dejó la taza y se levantó con una sonrisa en los labios.

– Parece que te has refrescado. Este color te sienta bien.

Elspeth llevaba un sencillo vestido largo de seda marrón y cuello y puños de encaje de color crudo. El color sombrío contrastaba con su tez pálida y su cabello dorado.

– Gracias. Me siento como nueva. Gracias por pensar en el baño.

– De nada -le tendió una silla como si fueran conocidos de hacía mucho tiempo, como si a menudo desayunasen juntos-. Espero que estés hambrienta. Maman ha pedido comida suficiente para un regimiento.

– Me muero de hambre -contestó Elspeth, examinando la cantidad imponente de comida mientras se sentaba a la mesa.

– ¿Café o té?-le preguntó y tomó asiento enfrente de ella, indicándole los dos botes-. Té, si no recuerdo mal.

– Sí, por favor.

– La mitad de leche, dos cucharadas de azúcar. ¿Lo recuerdo bien?

– Perfectamente -habían tomado el té la semana que habían pasado en Newmarket.

– No sé que lo te apetece desayunar. Por favor, sírvete.

Él también había tomado un baño, aún tenía el pelo húmedo, no como el suyo, que Sophie no le había dejado mojarse y le había recogido en la nuca con un lazo. Darley llevaba un abrigo azul muy fino, el lino prístino, el pañuelo del cuello impecablemente anudado, el chaleco y los bombachos, ambos color canela y hechos a medida. Apretó las manos y las dejó encima del regazo para luchar contra el impulso de lanzarse en sus brazos y declararle con pasión su amor eterno. Qué vergüenza pasaría si se dejaba llevar por sus emociones.

La mirada de Darley se encontró con la suya como reacción a su silencio repentino.

– ¿Prefieres que te sirva yo?

– Sí, gracias.

Él levantó la mirada al oír el tono de su voz, a punto de coger una loncha de bacón.

– ¿Te encuentras bien?

Elspeth se esforzó en sonreír.

– Sólo estoy un poco cansada. Dormiré cuando estemos a bordo.

– No debería haberte mantenido despierta toda la noche. Mis disculpas.

– Yo te mantuve despierto. No tienes que disculparte.

– En cualquier caso, me hiciste muy feliz.

Ella no podría haber utilizado una palabra más anodina. Para expresar sus sentimientos, habría tenido que recurrir a mil superlativos mucho más electrizantes. Pero así era la alta sociedad. Aquel era Lord Darley, sentado frente a ella… un hombre que sólo se entretenía con las mujeres. Tenía que mostrar unos modales tan buenos como los de él.

– Has conseguido que mi estancia en Londres sea deliciosa. Recordaré la pasada noche con cariño.

¿Por qué le molestaban sus comentarios amanerados?

¿Por qué no estaba contento de que ella se tomara ese adiós con aplomo? ¿Acaso no había sentido siempre aversión por las mujeres que le montaban escenas superfluas al separarse? ¿No le desagradaban los amantes que se reclamaban entre sí? Sí, la respuesta era sí, y con todo… habría deseado que ella sintiera un poco lo mismo que él estaba sintiendo.

Él hubiera preferido que se sintiera tan… buscó la palabra apropiada… y finalmente se decidió por miserable. Tan miserable como él.

Merde.

Ese sentimentalismo nunca funcionaría.

Necesitaba un trago.

Apartándose de la mesa, Darley murmuró:

– Han olvidado mi brandy -caminó hacia la puerta, la abrió y llamó por señas a un lacayo que revoloteaba por allí.

La perspectiva de una bebida le calmó o tal vez desvió el preocupante rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Recuperando un estado anímico más familiar, Darley pudo conversar otra vez acerca de naderías con savoir faire.

Y para cuando llegó el brandy, su susceptibilidad había dado paso a la despreocupada neutralidad que él prefería.

Mientras desayunaban, hablaron de todo y de nada. Darley desenrolló los mapas y le mostró el itinerario con ayuda de un cuchillo, asegurándose de que entendiera que Malcolm la atendería sus necesidades.

– Pídele cualquier cosa. Es un hombre de recursos.

Elspeth supuso que no podía considerarse un deber de Malcolm que cogiera al marqués por la fuerza y lo embarcase a bordo.

– ¿Lleva mucho tiempo a su servicio? -le preguntó Elspeth, en lugar de lo que realmente estaba pensando.

Darley se detuvo a pensar un instante.

– Casi diez años. Vino a buscarme desde Edimburgo, se presentó con las mejores recomendaciones, y ha estado a la altura, e incluso las ha superado con creces. -Era asombroso cómo le había calmado el brandy. Podía mirar a Elspeth y apreciar su belleza y encanto sin querer retenerla en Londres, a su lado.

Cuando pensó en la expresión retenerla a su lado, sintió que le faltaba el aire en la garganta. Santo Dios… nunca, jamás se le había cruzado por la cabeza querer retener a alguien, en Londres o en ninguna otra parte. Todos los tiernos recuerdos de las noches pasadas se ponían a volar en desbandada a la fría luz de la mañana. Siempre había evitado lo permanente como si huyera de la peste. La idea de las relaciones largas le resultaba abominable. Merde, por todos los infiernos. Necesitaba otro brandy. Y quizás un adieu apresurado. Echó un vistazo al reloj.

– ¿Es hora de marcharse? -también Elspeth se estaba esforzando por tener que conversar serenamente cuando no se sentía ni mucho menos así: el hombre al que más quería no la correspondía. Incluso cuando su madre había intentado presionarle la noche anterior se había negado a acompañarla a Marruecos. No una vez, sino dos.

– Tal vez haya llegado la hora -dijo Darley secamente, dejando el vaso.

De repente, Elspeth se puso en pie, como si ella fuera un títere y alguien hubiera tirado de sus hilos.

– Gracias de nuevo por todo. Has sido muy amable.

Él se levantó y habló en un tono igualmente insulso.

– Si a tu regreso necesitas cualquier cosa, no dudes en llamarme. Y mis mejores deseos para tu hermano enfermo.

– Gracias. -Qué más podía decir cuando el aire estaba cargado de tensión. Miró detenidamente la puerta del vestidor-. Quizá debería mandar llamar a Sophie.

– Creo que está abajo. Vamos a buscarla -le tendió el brazo como lo haría un caballero en una fiesta y ella lo tomó como lo haría una dama que no tuviera otra cosa mejor que hacer que dar un paseo con un amigo ocasional.

Y siguiendo las convenciones y, dadas las circunstancias, siguieron interpretando sus respectivos papeles cuando fueron al piso de abajo.

La familia de Darley estaba charlando mientras esperaban en el vestíbulo. Sophie, Charlie y Malcolm aguardaban cerca de la puerta.

La despedida fue breve. El marqués se ocupó de eso, guiando a Elspeth de un miembro de la familia a otro, como si estuvieran en la fila de una recepción.

Elspeth, a un paso de sufrir una crisis nerviosa, agradeció las prisas del momento. Manteniendo la compostura contra su voluntad, y sabiendo que pronto partiría, dio amablemente las gracias a sus anfitriones.

Los duques y Betsy fueron gentiles, ofreciéndole su hospitalidad cuando ésta regresara y dijeron todo lo que era presumible decir en una despedida.

Darley, elegante y cortés hasta el final, la acompañó afuera, donde la esperaba el carruaje negro y reluciente del duque y cuatro criados. Después de acomodarla en el interior del coche, le sujetó los dedos durante un momento prolongado, luego sonrió y retrocedió un paso para que pudiera entrar la servidumbre y Malcolm. Cuando todos tomaron asiento, un lacayo cerró la puerta, se oyó el chasquido de un látigo y el carruaje se puso en marcha.

Elspeth, inclinándose hacia delante, miró a través de la ventana e hizo un gesto de despedida con la mano a la familia, que estaba de pie en el porche.

Luego se reclinó hacia atrás, endureció la expresión con una sangre fría que distaba mucho de sus verdaderos sentimientos. Prometiéndose solemnemente no llorar delante del secretario de Darley, desvió sus pensamientos por la fuerza hacia el viaje que estaba a punto de emprender.

– Tendremos un viento propicio para navegar -observó Malcolm, señalando a la bandera del duque que indicaba que estaba en la residencia. Estaba ondeando con la brisa en la cúspide de la cúpula principal.

– Ya lo veo. Estoy impaciente por iniciar el viaje -dijo Elspeth, como si fuera a embarcar en un crucero de placer.

Como si todas las cosas fueran agradables en su mundo.

– Por lo que me han contado, procede de Edimburgo -le comentó Elspeth-. A menudo iba allí para asistir a las carreras.

– Mi familia no participaba en las carreras, pero he estado en muchas de ellas con el marqués por trabajo, también en las de Edimburgo -respondió Malcolm, compadeciéndose de esa nueva amante de Darley, repudiada por él, y llevando el peso de la conversación durante todo el trayecto hasta el muelle.

Podría ser que se estuviera quitando de encima a Lady Grafton, meditó Malcolm durante ese trayecto, pero el comportamiento del marqués daba a entender que la tenía en alta estima, aunque se había despedido a la francesa. Darley no sólo había dejado que Lady Bloodworth se quedara descansando en Langford, sino que también había partido precipitadamente a Londres cuando apenas había salido del dormitorio durante semanas.

Pero ¿y la oferta de su barco?

Aquello no tenía precedentes.

El marqués nunca había permitido que alguna dama subiera a bordo del Fair Undine. Las damas traían mala suerte en la mar, él siempre lo decía. Era un asunto interesante, aquél. Con el que tendría tiempo más que suficiente de familiarizarse durante los largos días en alta mar.


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