Cinco minutos antes…
– Es una lástima que te hayas casado con mi primo -murmuró Sebastian, mientras alejaba a Olivia de un enorme excremento de caballo que alguien se había olvidado de limpiar-. Creo que eres la mujer perfecta.
Olivia lo miró con una ceja perfectamente arqueada.
– ¿Porque permito que desayunes en mi casa cada día?
– Ah, eso no habrías podido impedirlo -respondió Seb, con una sonrisa torcida-. La costumbre ya estaba demasiado arraigada cuando llegaste a la familia.
– ¿Porque no me he enfadado por las tres docenas de agujeros que me he encontrado en la puerta de la habitación de invitados?
– Todo es culpa de Edward. Yo tengo muy buena puntería.
– Aún así, Sebastian, es una casa alquilada.
– Lo sé, lo sé. Me extraña que os la quedaseis. ¿No te gustaría estar un poco más lejos de tus padres?
Cuando Olivia se había casado con Harry, el primo de Sebastian, se instalaron en casa de él, que estaba puerta con puerta con la casa de sus padres. De hecho, la mitad del cortejo se produjo de ventana a ventana. A Sebastian le parecía una historia encantadora.
– Me gustan mis padres -dijo Olivia.
Sebastian meneó la cabeza.
– Un concepto tan extraño que creo que debe de ser antipatriótico.
Olivia se volvió hacia él con cierta sorpresa.
– Sé que los padres de Harry eran… -Meneó la cabeza ligeramente-. Bueno, da igual. Pero jamás hubiera creído que los tuyos fueran tan horribles.
– Y no lo son. Pero, si por mí fuera, no escogería pasar el tiempo con ellos. -Sebastian se quedó algo pensativo-. Especialmente con mi padre, porque está muerto.
Olivia puso los ojos en blanco.
– Seguro que hay algo en esa frase que te prohíbe la entrada a la iglesia.
– Es demasiado tarde para eso -murmuró Seb.
– Creo que necesitas una esposa -dijo Olivia, que se volvió hacia él con unos ojos estratégicamente entrecerrados.
– Corres peligro de perder tu puesto de mujer perfecta -la advirtió él.
– Nunca me has dicho qué he hecho para ganármelo.
– En primer lugar, y lo más importante, hasta ahora no me habías presionado para que me casara.
– No pienso disculparme.
Él asintió.
– Pero también cuenta tu habilidad para no sorprenderte ante nada de lo que digo.
– Sí que me sorprendo -dijo Olivia-. Pero lo escondo muy bien.
– Es lo mismo -le dijo Seb.
Siguieron andando y ella se lo repitió.
– Deberías casarte, y lo sabes.
– ¿Te he dado alguna pista de que lo esté evitando?
– Bueno -dijo Olivia, muy despacio-, no lo has hecho, así que…
– Únicamente porque no he encontrado a la mujer perfecta. -Le ofreció una insulsa sonrisa-. Por desgracia, Harry te encontró antes que yo.
– Sin mencionar que te iría bien casarte antes de que tu tío tenga otro heredero.
Sebastian se volvió hacia ella con una sorpresa perfectamente fingida.
– Olivia Valentine, ese es un comentario mercenario por tu parte.
– Es verdad.
– Soy un peligro -suspiró Sebastian.
– ¡Exacto! -exclamó Olivia, con tanta emoción que él casi se asustó-. ¡Es lo que eres! Un peligro. Un riesgo. Un…
– Me abrumas con tanto cumplido.
Olivia lo ignoró.
– Créeme cuando te digo que todas las jóvenes te preferirían a ti antes que a tu tío.
– Más cumplidos.
– Pero, si consigue un heredero, tú no consigues nada. ¿Crees que van a arriesgarse? ¿El apuesto granuja que quizás herede el condado o el corpulento conde que ya tiene el título?
– Es quizá la descripción más amable que he oído jamás de mi tío.
– Muchas preferirían pájaro en mano, aunque otras pensarían: «Si espero el momento adecuado, podría tener al apuesto granuja y el título».
– Haces que las de tu género parezcan encantadoras.
Olivia se encogió de hombros.
– No todos pueden casarse por amor. -Y entonces, cuando Sebastian había decidido que aquello debería deprimirlo, Olivia le dio una palmada en el brazo y dijo-: Pero tú sí que deberías hacerlo. Eres demasiado bueno para no hacerlo.
– Y vuelvo a estar convencido -murmuró Seb-. La mujer perfecta.
Olivia le ofreció una sonrisa forzada.
– Y dime -dijo Sebastian, alejándola de otro excremento, esta vez canino-, ¿dónde está el marido perfecto de la mujer perfecta? O, en otras palabras, ¿por qué has solicitado mis servicios en esta preciosa mañana? Aparte de para afilar tus habilidades casamenteras, claro.
– Harry está enfrascado en un proyecto. No saldrá de casa en, al menos, una semana y yo… -Se acarició la tripa, que ya delataba su estado de buena esperanza-. Necesitaba aire fresco.
– ¿Sigue trabajando en las novelas de Sarah Gorely? -preguntó, como si nada.
Olivia abrió la boca para responder, pero, antes de que pudiera decir nada, en el aire resonó el sonido de un disparo.
– ¿Qué demonios ha sido eso? -casi gritó Sebastian. Por Dios, estaban en medio del parque. Miró a su alrededor, consciente de que su cabeza iba de un lado a otro como un muñeco de una caja sorpresa. Pero tenía el corazón acelerado, y ese maldito ruido todavía le resonaba en la cabeza y…
– Sebastian -dijo Olivia, con suavidad. Y luego-. ¡Sebastian!
– ¿Qué?
– Mi brazo -dijo.
Sebastian la vio tragar saliva y bajó la mirada. Le estaba apretando el brazo con mucha fuerza. La soltó de inmediato.
– Lo siento -farfulló-. No me había dado cuenta.
Ella sonrió y se acarició el brazo con la otra mano.
– No ha sido nada.
Sí que había sido algo, pero a Sebastian no le apetecía hablar de ello.
– ¿Quién está disparando en el parque? -preguntó, irritado.
– Creo que es una especie de competición -dijo Olivia-. Edward me ha comentado algo esta mañana.
Sebastian meneó la cabeza. Una competición de tiro en Hyde Park. Justo a la hora en que el parque estaba más concurrido. La estupidez de los hombres nunca dejaba de asombrarlo.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó Olivia.
Él se volvió y se preguntó de qué creía Olivia que estaba hablando.
– El ruido -especificó ella.
– No es nada.
– No es…
– No es nada -la interrumpió él con sequedad. Y entonces, como se sentía como un estúpido por utilizar ese tono, añadió-: Es que me ha cogido por sorpresa.
Y era verdad. Se podría pasar el día oyendo disparos, siempre que supiera que iban a producirse. Es más, seguramente podría quedarse dormido en mitad de la cacofonía, eso teniendo en cuenta que pudiera dormirse, claro. Sólo le pasaba eso cuando no se lo esperaba. Odiaba que lo cogieran por sorpresa.
Ese, se dijo con amargura, había sido su trabajo. El «Señor» Francotirador. Muerte por sorpresa.
«Señor» Francotirador. Hmmm. Quizá debería aprender español.
– ¿Sebastian?
Miró a Olivia, que lo estaba mirando con cierta preocupación. Se preguntó si Harry también tenía ese tipo de reacciones; si el corazón se le aceleraba ante los ruidos inesperados. Harry nunca había dicho nada aunque, claro, Sebastian tampoco.
Era algo estúpido para comentarlo.
– Estoy bien -le dijo a Olivia, y esta vez en un tono más típico en él-. Como te he dicho, sólo ha sido la sorpresa.
En la distancia, se oyó otro disparo, y Seb ni se inmutó.
– ¿Lo ves? -dijo-. No me pasa nada. A ver, ¿de qué estábamos hablando?
– No tengo ni idea -admitió Olivia.
Seb se quedó pensativo unos segundos. Él tampoco se acordaba.
– Ah sí, de los libros de Gorely -exclamó Olivia-. Me habías preguntado por el proyecto de Harry.
– Exacto. -Era curioso que se le hubiera olvidado justo eso-. ¿Cómo le va?
– Bastante bien, creo. -Olivia se encogió de hombros-. Se queja constantemente, pero, en el fondo, creo que los adora.
Sebastian dio un respingo.
– ¿De veras?
– Bueno, quizás adorar es demasiado. Le siguen pareciendo horribles. Pero adora traducirlos. Son mucho más divertidos que los documentos del Departamento de Defensa.
No era el mejor de los apoyos, pero Seb no podía ofenderse.
– Quizá debería traducirlos al francés cuando haya terminado.
Olivia frunció el ceño, pensativa.
– Quizá lo haga. Creo que nunca ha traducido el mismo texto a dos idiomas distintos, pero seguro que le encanta el reto.
– Tiene un cerebro increíblemente matemático -murmuró Sebastian.
– Lo sé. -Olivia meneó la cabeza-. A veces cuesta de creer que tengamos algo de qué hablar. Soy… ¡Oh! No te vuelvas, pero alguien te está señalando.
– Una mujer, espero.
Olivia puso los ojos en blanco.
– Siempre son mujeres, Sebastian. Es… -Entrecerró los ojos-. Creo que es lady Louisa McCann.
– ¿Quién?
– La hija del duque de Fenniwick. Es muy amable.
Sebastian se quedó pensativo.
– ¿La delgada que no habla mucho?
– Tus descripciones no tienen precio.
Seb sonrió muy despacio.
– Gracias.
– No la asustes, Sebastian -le advirtió Olivia.
Él se volvió hacia ella con una sorpresa no enteramente fingida.
– ¿Asustarla? ¿Yo?
– Tu encanto puede ser aterrador.
– Supongo que, así mirado, debo sentirme halagado.
Olivia le ofreció una sonrisa mordaz.
– ¿Puedo volverme? -preguntó, porque eso de fingir que no sabía que lo estaban señalando empezaba a ser pesado.
– ¿Eh? Ah sí, ya la he saludado. Aunque no conozco a la otra chica que va con ella.
Sebastian no estaba de espaldas a las chicas, así que sólo tuvo que dar un cuarto de giro para verlas. Sin embargo, dio gracias de que hubiera girado hacia el otro lado de Olivia, porque cuando vio quién se estaba dirigiendo hacia él…
Le gustaba presumir de saber mantener un rostro imperturbable, pero incluso él tenía sus límites.
– ¿La conoces? -le preguntó Olivia.
Sebastian meneó la cabeza mientras la miraba: era su diosa del pelo ondulado y la deliciosa boca rosada.
– No -murmuró.
– Debe de ser nueva -dijo Olivia con un pequeño encogimiento de hombros. Esperó pacientemente a que las dos jóvenes se les acercaran y luego sonrió-: Ah, lady Louisa, es un placer volver a verla.
Lady Louisa le devolvió el saludo, pero Sebastian no les estaba prestando atención. Estaba mucho más interesado en observar detalladamente a la acompañante, que evitaba a toda costa mantener contacto visual con él.
Él no dejó de mirarla a la cara, para ponérselo un poco más difícil.
– ¿Conoce a mi querido primo, el señor Grey? -preguntó Olivia a lady Louisa.
– Eh, sí, creo que nos han presentado -respondió lady Louisa.
– Soy tonta por preguntarlo -dijo Olivia. Se volvió hacia Sebastian con una mirada ligeramente pícara-. Te han presentado a todo el mundo, ¿verdad, Sebastian?
– Casi -dijo, muy seco.
– Oh, discúlpenme -dijo lady Louisa-. Les presento a mi… eh… -Tosió-. Lo siento. Perdón. Me ha debido entrar polvo en la garganta-. Señaló a la chica que iba a su lado.- Lady Olivia, señor Grey, ésta es la señorita Winslow.
– Señorita Winslow -dijo Olivia-. Es un placer conocerla. ¿Es nueva en la ciudad?
La señorita Winslow ofreció una respetuosa reverencia.
– Sí. Gracias por preguntar.
Sebastian sonrió y murmuró su nombre y entonces, como sabía que le afectaría, le tomó la mano y le dio un beso. En momentos como ese estaba agradecido por su reputación. A Olivia no le extrañaría en absoluto el gesto de cortejo.
En cambio, la señorita Winslow se sonrojó. Y Sebastian se dijo que, a la luz del día, era todavía más atractiva. Tenía los ojos de un precioso color verde grisáceo. Y, combinados con la piel y el pelo, casi parecía española. Y le gustaban las pecas que tenía en el puente de la nariz. Sin ellas, habría resultado demasiado sensual.
También le gustaba el vestido de paseo de color verde esmeralda. Le quedaba mejor que el de color pastel que llevaba la noche anterior.
Sin embargo, no podía permitir que su examen se alargara demasiado. Quizá le delatara y, además, no podía ignorar a su amiga. Se apartó de la señorita Winslow sin fingir que le costaba.
– Lady Louisa -dijo, inclinando la cabeza-. Es un placer volver a verla. Me apena que esta temporada nuestros caminos no se hayan cruzado hasta ahora.
– Este año parece que hay más gente que nunca -dijo Olivia-. ¿Acaso todo el mundo ha decidido instalarse en la ciudad? -Se volvió hacia lady Louisa-. He estado fuera varias semanas, así que estoy muy desubicada.
– ¿Estaba en el país? -preguntó lady Louisa con educación.
– Sí, en Hampshire. Mi marido tenía un trabajo importante y, en la ciudad, le cuesta concentrarse.
– Culpa mía -intervino Sebastian, divertido.
– Fíjate que no te he contradicho -dijo Olivia. Se acercó a él y ladeó la cabeza-. Es una gran distracción.
Sebastian no pudo evitar el comentario.
– Es una de mis principales cualidades.
– No presten atención a nada de lo que diga -dijo Olivia, meneando la cabeza. Se volvió hacia las chicas y empezaron a charlar de cosas, mientras que Sebastian se quedó con una sensación de irritación muy poco habitual. Eran incontables las ocasiones en que Olivia había hecho un comentario parecido a «No presten atención a nada de lo que diga».
Esta vez, sin embargo, era la primera que realmente le había molestado.
– ¿Se lo está pasando bien en Londres, señorita Winslow? -preguntó Olivia.
Sebastian se volvió hacia la señorita Winslow y la observó con una sonrisa insulsa. Estaba más que interesado en su respuesta.
– Eh, sí -tartamudeó la señorita Winslow-. Es muy divertido.
– Divertido -murmuró Sebastian-. Una palabra interesante.
Ella lo miró con alarma en los ojos. Él sólo sonrió.
– ¿Se quedará en la ciudad durante el resto de la temporada, lady Olivia? -preguntó lady Louisa.
– Creo que sí. Aunque todo depende de si mi marido puede concentrarse con tantas distracciones.
– ¿En qué está trabajando sir Harry? -preguntó Sebastian, puesto que Olivia no le había dicho qué novela estaba traduciendo-. Intenté molestarlo un poco esta mañana, pero enseguida me echó. -Miró a la señorita Winslow y a lady Louisa y dijo-: Cualquiera diría que le caigo mal.
Lady Louisa se rió. La señorita Winslow mantuvo la expresión imperturbable.
– Mi marido es traductor -explicó Olivia a las chicas y dedicó unos ojos en blanco a Sebastian-. Ahora está traduciendo una novela al ruso.
– ¿De veras? -preguntó la señorita Winslow, y Sebastian tuvo que admitir que parecía sinceramente interesada-. ¿Cuál?
– La señorita Truesdale y el Silencioso Caballero. La autora es Sarah Gorely. ¿La ha leído?
La señorita Winslow meneó la cabeza, pero lady Louisa prácticamente dio un brinco y exclamó:
– ¡No!
Olivia parpadeó.
– Eh… Sí.
– No, quiero decir que no la he leído todavía -explicó lady Louisa-. He leído todas las anteriores, claro. ¿Cómo habría podido no hacerlo?
– ¿Es una fiel seguidora? -preguntó Sebastian. Le encantaba cuando se producía aquella situación.
– Sí -dijo ella-. Pensaba que las había leído todas. No saben lo emocionada que estoy de saber que ha salido otra.
– Yo debo confesarle que me está costando bastante leerla -dijo Olivia.
– ¿En serio? -preguntó Sebastian.
Olivia dibujó una sonrisa indulgente.
– A Sebastian también le gusta mucho -dijo a las jóvenes.
– ¿La señora Gorely? -preguntó Louisa-. Sus historias son de lo más fascinantes.
– Si le gusta lo inverosímil de vez en cuando -dijo Olivia.
– Pero eso es lo que las hace realmente tan divertidas -respondió Louisa.
– ¿Por qué te está costando La señorita Truesdale? -preguntó Sebastian a Olivia. Sabía que no debería insistir, pero no pudo evitarlo. Había querido que sus libros le gustaran desde el día que dijo que había utilizado la palabra «ámbito» de forma incorrecta.
Aunque ella no sabía que el autor era él.
Además, «ámbito» era una palabra ridícula. Estaba pensando en eliminarla de su vocabulario.
Olivia se encogió de hombros de aquella forma tan elegante propia de ella.
– Es muy lenta -dijo-. Parece que haya una cantidad exagerada de descripciones.
Sebastian asintió pensativo.
– Yo tampoco creo que sea el mejor libro de la señora Gorely. -Nunca estaba plenamente satisfecho con la versión final, pero no creía que mereciera las críticas de Olivia.
¿Que costaba leerla? Bah.
Olivia no reconocería un buen libro ni aunque le cayera en la cabeza.