Capítulo 14

No sentía dolor. Drea pensó que probablemente debería estar sintiendo dolor, pero no era así. Eso estaba bien, porque ella no era una fan del dolor.

Todo parecía distante e irreal. Sabía que debería estar intentando levantarse, que había una razón urgente por la que debería correr, aunque no le apetecía moverse. Moverse no parecía ser una opción, de todos modos. Tal vez al cabo de un rato se levantaría.

No, no, no podía mentirse a sí misma, ni siquiera ahora. Especialmente ahora. Se estaba muriendo. Lo sabía, y no le importaba. Si hubiera tenido alguna opción, sí, lo habría seguido intentando, pero la opción había desaparecido y dejarla ir era casi un alivio. Podía sentir cómo se moría, sentía cada respiración más y más lenta. Los latidos de su corazón; ¿su corazón todavía latía? No lo sentía. Tal vez se hubiese parado. Eso tampoco le importaba porque sólo había continuado latiendo mecánicamente desde que su bebé se había muerto; se habría cansado de fingir.

Su bebé… No le había puesto nombre. Había entrado en coma por la pérdida de sangre, había estado a punto de morirse porque el médico no había sido capaz de frenar la hemorragia, y se habían llevado el diminuto cadáver. Nadie le llevó nunca ningún certificado de nacimiento para rellenar porque él nunca había respirado ni una sola vez. Nacido muerto. Ése era el término para eso. Estaba tan quieto cuando nació, aunque hasta hacía una hora se había estado entreteniendo dando vueltas e intentando dar patadas en sus costillas. Después había venido el repentino y fuerte dolor, y la sangre que empapó su ropa. No tenía coche, ni siquiera tenía carné de conducir porque le faltaba un mes para cumplir dieciséis años y estaba sola en casa. Cuando llegó al hospital, ya era demasiado tarde. Su bebé nunca tuvo un nombre.

Los recuerdos entraban y salían flotando de su cabeza, tan vividos como si estuviera viviendo de nuevo la experiencia, sólo que esta vez cuando vio su pequeño cadáver supo que pronto se reuniría con él en la nada de la muerte. Pronto, cariño, le prometió.

Lo veía todo de una forma rara, nublado y oscuro, pero de repente apareció una cara frente a ella, una cara que conocía. Vio esos oscuros ojos opalescentes que habían sido para ella un sueño hecho realidad y al mismo tiempo una pesadilla, la firme estructura ósea, los labios que ella sabía que eran suaves y tiernos. Le había hecho sentirse aterrorizada, aunque ahora ya no lo estaba. Ahora quería acercarse y posar la mano sobre su mandíbula, sentir el roce de su barba de tres días, la frialdad de su piel sobre el calor de sus músculos, pero los brazos no le respondían. Nada le respondía.

¿Estaba él realmente allí, o lo estaba viendo de la misma manera que había visto a su bebé? Oyó el rumor de un sonido, un extraño eco de la promesa que había hecho hacía sólo un momento. Al mirarlo, también sintió el eco de una emoción que había pensado que nunca más volvería a sentir y quiso decírselo, intentó decírselo, pero su vista se estaba volviendo aún más oscura y la verdad es que ya no lo veía.

Entonces apareció la luz, una luz pura y brillante detrás de él que parecía crecer y crecer hasta que él era sólo una silueta contra ella. Vio algo, algo a la vez hermoso y terrible, y supo que había venido a por ella.

«Ángel», susurró, y se murió.


Se suponía que la muerte no era así. Se suponía que era la nada. Ella parecía estar flotando, mirando hacia abajo, viéndolo sacar algo de su bolso, cogiendo su ordenador, pero ninguna de esas cosas significaba nada. A continuación, una gran fuerza empezó a alejarla de la escena, llevándosela algún otro sitio, pero ella no tenía conciencia de la distancia o de la velocidad, ni siquiera de que se estuviera moviendo realmente. Era más como una transición, como si un instante fuera una cosa y al siguiente otra.

Drea siguió esperando a que las luces se fueran, esperando a perder el conocimiento. Siguió esperando la nada, aunque se preguntaba cómo la reconocería ya que sólo la conciencia podía comprender la falta de conciencia y de uno mismo. Pero sus pensamientos continuaron, su conciencia de sí misma permaneció y todo era muy confuso.

Tal vez la nada no existía, tal vez había algo. Tal vez la muerte era en realidad algo más parecido a una transición que a un final. Bien, si eso fuese verdad, ¿no debería ser ahora otra persona? O siempre sería ella misma, sólo que en algún otro lugar y como otra persona.

En ese caso, se suponía que debería de haber una especie de túnel con una luz brillante al final, y la gente que la había querido y que ya estaba muerta debería estar esperándola para recibirla, ¿no? Había visto una luz brillante, y había visto algo que creyó que era un ángel, pero ella no había visto nunca antes un ángel, así que, ¿cómo iba a saber si ése era uno? Pero no había ningún túnel, ninguna hilera de personas esperándola para darle la bienvenida, y empezó a inquietarse.

– ¿Dónde está todo el mundo? -preguntó enfadada. El sonido era curiosamente plano, como si ella no hubiera hablado realmente y no hubiera oído realmente nada. Eso no tenía sentido. Si ella existía, entonces tenía que existir en algún lugar, y no parecía estar en ningún sitio. No había nada a su alrededor, nada ni nadie.

Si la muerte resultaba ser una falta de ser en vez de una falta de conciencia, bueno, entonces era un asco.

– ¿Dónde estoy? -dijo bruscamente, incapaz de controlar su enfado. Se había pasado años sin mostrar ni pizca de mal genio, pero ahí estaba, muerta hacía apenas unos minutos y ya perdiendo el control.

– Estás aquí -dijo una voz de mujer, y Drea de repente estaba allí, en un lugar real, aunque no tenía idea de dónde estaba ese lugar. Estaba de pie en un llano campo verde, con la suave y fragante hierba bajo sus pies. El aire estaba lleno de los aromas de la primavera, y su temperatura era tan perfecta que no era ni cálido ni fresco, sino casi indescifrable. Podía oír el zumbido de las abejas y ver un brillante caleidoscopio de flores, enormes camas de flores, salpicando el paisaje. Había árboles, y un cielo azul salpicado de nubes blancas, y un sol. Había edificios que brillaban blancos a una distancia indefinible. Vio todo eso, y su absoluta armonía era tan hermosa que casi le dolía mirar alrededor. Lo que no veía, a pesar de la voz que había oído, era al resto de la gente.

– No te veo-dijo.

– Espera un momento. Has venido muy rápido. Dale un segundo al tiempo para ponerse al día.

Entonces, una mujer apareció. Tenía aproximadamente la edad de Drea, delgada y rebosante de salud, su cabello oscuro recogido de una manera tan informal que parecía completamente adorable. Lo desconcertante era la manera en que apareció, porque aunque no había aparecido simplemente de la nada, prácticamente así había sido. Era como si hubiera separado una cortina y hubiera salido a un escenario con Drea, con algunas partes de ella haciéndose visibles antes de que lo hiciera el resto.

Empezaron a aparecer otras personas, también saliendo al escenario, y a cada segundo que pasaba Drea veía a más y más gente, algunos allí con ella, otros paseando y yendo a lo suyo. Nueve personas más se unieron a ella y la mujer, rodeándolas en un amplio círculo. ¿Eran reales o estaba alucinando su cerebro moribundo? No sabía si ella misma continuaba siendo real. Se tocó para comprobar si todavía tenía alguna sustancia o si todo lo que tenía era una especie de memoria celular de lo que había sido. Para su sorpresa, aunque su sentido del tacto parecía extrañamente ausente, ella todavía parecía tener un cuerpo físico.

Otra cosa extraña era la sensación casi física de… de paz; ésa era la única palabra que le venía a la mente. Paz. Empezó a tranquilizarse y a sentirse cómoda, y a salvo.

Gradualmente, fue dándose cuenta de algo sobre el pequeño grupo de personas que la rodeaban. Todas parecían tener su misma edad, alrededor de treinta, todos en forma y saludables, todos ellos atractivos aunque observó que, por lo menos la mitad de ellos, tenían rasgos que antes de morir ella hubiera dicho que no eran atractivos en absoluto. Ahora lo eran. Era así de simple. Sus ojos podían diferenciar entre atractivo y no atractivo, pero su mente no. Pero sus ojos no funcionaban independientemente de su cerebro, ¿no? Su cerebro, entonces, todavía tenía la capacidad de entender la diferencia entre belleza y fealdad. ¿Era su mente, entonces, algo separado de su cerebro? Ella siempre había pensado que la mente y el cerebro eran lo mismo, pero… no lo eran.

Otra cosa. Cuando miraba a esas personas, podía sentir lo que habían sido antes, y eso resultaba realmente confuso porque algunos de ellos no habían tenido el mismo sexo que ahora. La mujer que había hablado en primer lugar era la menos confusa porque su imagen era en cierto modo más sólida, menos borrosa por el revestimiento de una reciente encarnación, como si hubiera pasado mucho tiempo desde que había sido algo más que exactamente lo que era ahora. Drea se concentró en ella, porque eso daba a su mente y a sus ojos un descanso. Estaba cansada, y lidiar con capas contradictorias era más de lo que podía afrontar en ese momento.

– Los ves -dijo la mujer, con un ligero tono de sorpresa, y con «los» no se refería sólo a las otras personas, sino a todas sus otras capas de existencia.

– Sí -dijo Drea. La comunicación allí era realmente rica, con cosas que se sobrentendían más allá de lo que en realidad se decía.

– Tan pronto… Eres muy observadora.

Tenía que serlo para sobrevivir. Toda su vida había observado y estudiado, analizando cuál era la mejor manera de conseguir, en primer lugar, lo que necesitaba para vivir: comida. Más tarde, cuando se hizo mayor, estudiaba a la gente de forma más deliberada para decidir cómo podía manipularlos para conseguir lo que quería.

– ¿Por qué está ella aquí? -preguntó un hombre, no con un tono desagradable pero verdaderamente extrañado-. No debería estar aquí. Mírala.

Drea miró hacia abajo para verse a sí misma, aunque la verdad es que no podría decir lo que llevaba puesto. Ropa, sí, pero los detalles eran tan vagos que sólo sabía que estaba ahí. ¿O es que él estaba viendo las capas de su vida sobre ella de la misma manera en que ella veía sus vidas? Los detalles de su vida acudieron a su mente y los vio como si una película de polvo se superpusiera sobre todo lo que ella había sido y hecho. La ira estalló dentro de ella; se las había arreglado lo mejor que había podido para sobrevivir, y si a él no le gustaba…

Tan repentinamente como había estallado, la ira se esfumó y fue reemplazada por una oleada de vergüenza. Nunca lo había hecho lo mejor que había podido. Había sido muy hábil manipulando a los hombres para conseguir lo que quería, había sido una mentirosa realmente buena, había utilizado el sexo como arma, había mentido, había robado y aunque había sido muy buena en todas esas cosas, ninguna de sus decisiones se había basado en lo mejor de nada, excepto tal vez en la mejor de dos malas elecciones. Estaba claro que nunca había buscado una buena opción.

Miró directamente al hombre, tratando de leerlo. Vio que había sido un empresario de pompas fúnebres; había construido su vida a partir de la muerte, ayudando a las familias en el penoso proceso, guiándolos a través de los pasos tradicionales. Él había visto de todo; había preparado cadáveres de todas las edades, desde bebés hasta ancianos. Se había hecho cargo de gente a la que cientos de personas habían amado y llorado, y de aquellos a los que nadie había llorado. La muerte no tenía ningún secreto para él, y no la temía. La muerte formaba parte del orden natural de las cosas.

Como había visto tantas cosas, hacía tiempo que había perdido cualquier venda que pudiera haber tenido en los ojos.

Veía a la gente tal y como era, no como ellos querían que los vieran.

Él veía lo que ella era, y sabía que no tenía ningún valor. Ningún valor. Sin valor. No tenía excusas ni defensa. Inclinó la cabeza, aceptando que no debería de estar en este lugar de paz. No se lo merecía. Todo lo que había hecho, todo lo que había tocado, estaba envenenado por su falta de consideración hacia nadie que no fuera ella misma.

– Ella está aquí por alguna razón -dijo la mujer, aunque parecía tan sorprendida como el hombre-. ¿Quién la ha traído aquí?

Todos se miraron unos a otros, buscando respuestas, pero no parecía haber ninguna. Eso era… un tribunal de clasificación, pensó Drea, aunque no uno formal. Tal vez la palabra más apropiada era «guardianes». Hoy era su turno en las puertas para guiar a la gente a sus lugares correctos.

Sólo que ése no era el lugar correcto para ella, pensó tristemente. Ella nunca había hecho nada para ganarse este lugar. La ignominia de no ser bien recibida le hizo sentir el dolor de la vergüenza. Ése era el lugar bueno, y ella no pertenecía a él porque no era buena. Aun así, ella no había ido allí a propósito. Tal vez fuera estúpida, pero no sabía cómo había llegado hasta allí y no sabía cómo marcharse.

Llegó a la conclusión de que, si ése era el lugar bueno y ella no pertenecía a él, entonces pertenecía al lugar malo. Tal vez la gran nada que ella se esperaba era el lugar malo, el verdadero fin sin manera alguna de continuar la vida, pero tal vez eso era lo que ella quería creer y había un lugar realmente malo, con fuego y azufre como los predicadores siempre decían que había. Ella no era religiosa, nunca lo había sido. Incluso cuando era niña pensaba «sí, ya», porque su propia vida era la prueba de que ningún espíritu compasivo estaba cuidando de ella.

Y tal vez eso no era el cielo tal y como tradicionalmente se imaginaba, tal vez la forma no era la misma, pero ahí había definitivamente bondad y paz, así que eso era realmente el cielo. O tal vez era la otra vida, y sólo aquellos que habían demostrado que valía la pena tenían que continuar. Para el resto, como ella, no había continuación, no había continuidad para su espíritu, su alma o su mente.

Analizó de nuevo su vida, hizo balance, y se sintió miserable.

– Si me dicen cómo salir de aquí -susurró humillada-, me iré.

– Lo haría -dijo la mujer con cierta lástima-, pero es obvio que alguien te ha traído hasta aquí y necesitamos averiguar…

– He sido yo -dijo un hombre, acercándose a grandes zancadas hasta el grupo y uniéndose al holgado círculo que rodeaba a Drea-. Siento llegar tarde. Todo ha sucedido muy rápido.

El resto se dio la vuelta para mirar hacia él.

– Alban -dijo la mujer.

– Sí, fueron ellos.

Drea se preguntó si Alban era su nombre, o un saludo.

– ¿Hay circunstancias atenuantes?

– Sí, las hay -dijo gravemente, pero le sonrió a Drea con una penetrante dulzura, y sus oscuros y serios ojos buscaron cada detalle de su rostro como asignándolos a un recuerdo, o reafirmando algún viejo recuerdo.

Ella lo miró, consciente de que nunca lo había visto antes, pero había algo tan desgarradoramente familiar en él que sentía que debería conocerlo. Como el resto de las personas que estaban allí, parecía tener unos treinta años, como si la flor de la edad adulta fuera lo más viejo que se podía hacer uno. Buscó esas capas que le contarían algo sobre él, pero al igual que la mujer, él estaba casi liberado de las borrosas capas de las vidas pasadas. De alguna manera la atraía. Quería estar cerca de él, quería tocarlo, aunque no había nada carnal en su deseo. El amor puro la invadió, conmovedor por su simplicidad, e inconscientemente ella extendió la mano hacia él.

Él sonrió y la cogió de la mano, y entonces fue cuando lo entendió. Sin lugar a dudas, sin razón alguna, simplemente lo entendió.

Las lágrimas inundaron sus ojos y rodaron por sus mejillas, pero sonrió entre ellas mientras agarraba la mano de su hijo, la llevaba hasta sus labios y rozaba sus nudillos con un suave beso. Él era su hijo, y se llamaba Alban.

– Ah -dijo la mujer suavemente-, ya lo veo.

Drea no sabía lo que veía la mujer, y en ese momento no le importaba. Después de todos estos años de dolor vacío, estaba dándole la mano a su hijo y mirándolo a los ojos y viendo el espíritu que una vez había residido, aunque brevemente, en su pequeña forma de bebé. Esa forma no era la que su bebé habría tenido, esos rasgos no eran los que él habría tenido de mayor, pero la parte esencial de la persona… sí, era su hijo, que había sobrevivido, sólo que en otra vida.

– Ella me quería -dijo Alban todavía sonriendo con esa sonrisa perfecta y radiante-, podía sentirlo y veis lo puro que era. Cuando la estaba abandonando y volviendo a casa, ella intentó salvarme ofreciendo su vida a cambio.

– Esa mierda nunca funciona -dijo el empresario de pompas fúnebres con el cansado y ligeramente cínico pero compasivo tono de alguien que había visto la misma escena del corazón roto muchas veces, siempre con el mismo resultado.

– ¡Gregory! -dijo la mujer en un tono entre divertido y de reproche, y le explicó a Drea-: Esta vez él no lleva aquí mucho tiempo, así que…

– Todavía recuerda muchas cosas -acabó Drea por ella. No podía evitar sonreír, porque Alban estaba sonriendo y cogiéndola de la mano, y no importaba lo que sucediera ahora que todo estaba bien.

– Ella lo decía en serio -dijo Alban, y ella repitió la acción de hacía un momento, acercando su mano a sus labios y besando ligeramente sus dedos-. Ella misma sólo era una niña, sólo tenía quince años, pero me quería lo suficiente para sacrificarse por mí. Por eso la traje aquí, porque aunque ha habido mucha oscuridad en su vida, también ha habido amor del más puro, y eso merece una segunda oportunidad. Yo soy testigo.

– Yo digo que sí -dijo una mujer rubia, alta y esbelta-. Había amor, todavía lo lleva. Yo soy testigo.

– Y yo -dijo un hombre. Sus capas decían que se había endurecido mucho, que su anterior cuerpo había sufrido una dolorosa deformidad que lo había confinado a una silla de ruedas durante casi toda su vida, pero ahí estaba, alto, fuerte y claro-. Yo soy testigo.

De las once personas que la rodeaban, tres de ellas pensaban que no tenía sentido darle una segunda oportunidad, pero incluso esas tres carecían de cualquier sentimiento de malicia. Ella no se lo reprochó, porque allí no había cabida para el resentimiento aunque obviamente sí había cabida para el desacuerdo.

La mujer permaneció allí de pie durante un momento con la cabeza ligeramente elevada hacia el cielo, los ojos entrecerrados como si estuviera escuchando alguna canción que sólo ella fuera capaz de oír. Entonces sonrió y se volvió hacia Drea.

– Tu amor de madre, el más puro de todos los amores, te ha salvado -dijo. Tocó la mano de Drea, la mano que todavía estaba agarrada a la de Alban-. Te has ganado una segunda oportunidad -dijo-. Ahora, vuelve y no la desaproveches.


El médico estaba guardando las cosas en su bolsa porque no había nada que pudiera hacer, no había nada que pudiera haber hecho incluso aunque hubiera estado allí en el momento del accidente. Las luces azules, rojas y amarillas parpadeaban arriba en la autovía, y habían puesto las cegadoramente brillantes luces de emergencia para iluminar el coche. La gente hablaba, las radios chisporroteaban y el ruido sordo del motor de la grúa de rescate aportaba un grave ruido de fondo a todos los otros sonidos. Aun así oyó algo extraño, algo que le hizo detenerse y elevar la cabeza, escuchando.

– ¿Qué? -preguntó su compañero, mientras se detenía también y miraba alrededor.

– Creo que he oído algo.

– ¿Cómo qué?

– No lo sé. Como… algo así como esto -imitó el sonido, inspirando de manera brusca y superficial por la boca.

– ¿Con todo este ruido, has oído algo así?

– Sí. Espera, ahí está otra vez. ¿No lo has oído?

– No, nada de nada.

Frustrado, el médico miró a su alrededor. Él sabía que había oído algo, dos veces, pero no sabía qué. Venía de su izquierda, de la dirección del coche siniestrado. Tal vez una rama había acabado de romperse por culpa de la presión, o algo así.

Habían cubierto el cuerpo de la mujer con una manta, poniéndosela por encima lo mejor que pudieron, teniendo en cuenta que estaba clavada al asiento con una jodida rama a través del pecho. Dios, era horrible. Trató de que no le afectara, pero sabía que era algo que nunca olvidaría. No quería ver de nuevo el penoso panorama pero, demonios, escuchó por tercera vez ese sonido y estaba seguro de que venía de esa dirección.

Se quedó de pie, acercándose más a los restos, esforzándose por escuchar. Sí, ahí estaba. Lo oyó, y vio moverse la manta, como si hubieran agarrado ligeramente el tejido y luego lo hubieran soltado.

Se quedó helado, tan sorprendido que literalmente no fue capaz de moverse durante unos largos, muy largos, segundos.

– ¡Mierda! -dijo de repente, cuando fue capaz de moverse de nuevo, cuando pudo articular palabra, y separó la manta de su cara.

– ¿Qué? -preguntó de nuevo su compañero, dando un brinco alarmado.

Era imposible. Era absolutamente imposible. Aun así, presionó con los dedos el lateral de su cuello, buscando su pulso. Y ahí estaba, aunque habría apostado la cabeza a que hacía unos minutos no lo tenía, ahora podía sentir el latido de la vida bajo sus dedos, débil y acelerado, pero presente.

– ¡Está viva! -gritó-. ¡Dios mío! ¡Traed una sierra! ¡Tenemos una superviviente!

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