Capítulo 27

En otro momento se habría quedado de piedra ante aquella admisión a regañadientes sobre algún tipo de sentimiento hacia ella, pero lo único que podía pensar era: ¿Por qué ahora? ¿Por qué había aparecido ahora, cuando ya había tomado sus decisiones y había establecido sus objetivos? Ni sus decisiones ni sus objetivos incluían a un hombre en su vida, sobre todo a este hombre, y de hecho no sabía si le estaba ofreciendo algo así. Simplemente había hecho una declaración, en más de un sentido. En su vida no había sitio para una mujer, al menos no de manera permanente, y si ella volvía a encontrar algún día tiempo y espacio para una relación, no se conformaría con algo que no fuese permanente.

Llevaba meses sin estar con un hombre y le gustaba la soledad, el sentimiento de independencia que iba recuperando poco a poco. No era la novia, la chica florero ni la compañera de nadie. Ella sólo era de ella misma. La época en la que se hubiera ido sin dudarlo con Simon -tenía que acostumbrarse a ese nombre- ya era agua pasada. Entre entonces y ahora había una muerte y una resurrección de por medio, y saber que mientras ella seguía siendo la misma persona sencilla que era antes, su actitud había cambiado. La felicidad y la seguridad que ansiaba estaban en sí misma, no era algo que él ni nadie más le pudiese dar.

De repente supo que él había estado allí cuando se había muerto, y al darse cuenta levantó bruscamente la cabeza para mirarlo. Recordaba haberlo visto, él, que normalmente tenía una expresión pasiva, por una vez parecía desamparado y desolado por… ¿qué? Algo que ella no llegaba a comprender. Había dicho algo, pero el recuerdo de lo que había dicho se perdió en el recuerdo mayor de aquella luz pura y blanca y después ya no era importante. Lo que era importante era que él sabía lo que le había ocurrido. Sabía que había muerto. Se había llevado sus cosas y la había dejado allí… Entonces, ¿por qué había vuelto? Después de lo que había visto, ¿por qué había considerado siquiera la posibilidad de que pudiese haber sobrevivido?

– Me morí -dijo rotundamente.

Él levantó las cejas un poquito, como si estuviese medianamente sorprendido por el repentino cambio de tema.

– Lo sé.

– Entonces, ¿qué te hizo comprobarlo? A la mayoría de la gente que se muere, la entierran y ya está. Nunca deberías haber sabido que sobreviví.

– Tenía mis razones.

Razones que no le iba a decir, eso quedaba suficientemente claro. Agitada, se echó el pelo hacia atrás con las manos y tiró de él, como si la presión sobre su cuero cabelludo fuese a ordenarle las ideas. Él tenía los ojos ligeramente entrecerrados, lo cual le indicaba que quería que dejase el tema, que lo olvidase sin más, pero ella no podía.

– Sabías que estaba muerta. No te equivocaste. Tú no cometes ese tipo de errores. ¿Y no sientes ni un poco de curiosidad por saber cómo es que estoy aquí sentada ahora mismo? Sé que yo sí tengo mucha curiosidad por saber por qué estás aquí si no es para matarme, porque no me trago que de repente sea importante para ti. Una vez es suficiente, ¿recuerdas?

– Yo no tengo relaciones -respondió él con voz completamente serena-. En ese contexto, una vez fue suficiente. Eso no significa que no me sintiese atraído. Estuve empalmado cuatro horas, ¿lo recuerdas?

Claro que lo recordaba, todos y cada uno de los detalles, cada sensación, tan intensa y detalladamente que era como volver a aquel momento. Empezó a sentir calor en la cara.

– Fue sólo sexo. No tiene nada que ver con esto de lo que estoy hablando,

– Normalmente no -asintió él mientras le ofrecía una de aquellas casi sonrisitas que, en cualquier otra persona, habría sido una enorme carcajada.

Su rostro se calentó aún más. Exasperada porque intentaba averiguar algo y él la estaba distrayendo con el sexo, golpeó la mesa con la palma de la mano, lo cual produjo un ruido similar a un pequeño tiro.

– No te vayas por las ramas. ¿Por qué volviste a buscarme? ¿Qué te hizo hacerlo?

– Busqué en los periódicos por Internet para ver si te habían identificado. En lugar de eso, averigüé que habías sobrevivido.

– ¿Qué cambiaría si me hubiesen identificado o no?

– Lo hice por curiosidad.

Decididamente, era una respuesta poco satisfactoria si hubiese esperado oír algo enternecedor. Debería recordar que nunca, nunca actuaba al mismo nivel que la mayoría de los humanos.

– Pero no se lo dijiste a Rafael.

– ¿Por qué iba a hacerlo? Tú sobreviviste y él no sabía nada, así que lo dejé tal y como estaba.

– ¿Por qué te molestaste en seguirme? Pagaste las facturas del hospital, eso ya fue bastante para ti. ¿Por qué no seguiste alegremente tu camino y me dejaste a mí seguir con mi vida?

Le lanzó la pregunta, decidida a obtener una respuesta aunque tuviese que sacársela a golpes, aunque apostaba que eso sería algo digno de ver si lo intentaba.

– Hice una comprobación casual para asegurarme de que estabas bien. Si no me hubieses visto esta noche ahora no estaría aquí sentado, pero me viste y tenía que decirte que no tienes ninguna razón para escapar.

– ¿Y qué te importaba si estaba bien o no? Estoy bien, tengo… tenía un trabajo y tengo dinero. Podrías haberlo comprobado una vez y olvidarte del tema.

Ella era la que tenía que olvidarse del tema en lugar de seguir atormentándose con él, pero no podía. En la superficie sus respuestas eran satisfactorias, pero ella tenía la incómoda sensación de que había muchas cosas más detrás de lo que había estado haciendo. No era una persona cualquiera; era un hombre que sólo respondía ante sí mismo, que vivía fuera de la ley y que no estaba sujeto a los sentimientos humanos habituales. Quizá la razón de que la estuviese vigilando fuese exactamente la razón que le había dado, pero quizá había otra razón, una que ella temería.

No respondió de inmediato. En lugar de eso la observó en medio de un desconcertante silencio, con los ojos entrecerrados. Luego la miró a los ojos y ella casi dio un salto por lo nerviosa que le puso la intensidad de su mirada.

– Te vi morir -le dijo suavemente-. No podía hacer nada para salvarte, no podía ayudarte. Estabas tan lejos que ni siquiera te pude decir que lo sentía, que no pretendía que aquello ocurriese. Pero vi tu cara, tu expresión cuando miraste más allá de mí y viste… algo más, algo que tenía que ser lo más hermoso que había visto jamás. Al morir susurraste la palabra «ángel».

– Recuerdo tu cara -murmuró-, y la luz que había detrás de ti.

– Permanecí sentado junto a ti durante un rato. Te toqué la mejilla. No tenías pulso, no respirabas y la piel ya se te había enfriado. Llamé a urgencias y esperé a oír las sirenas antes de irme. No estamos hablando de unos pocos minutos, Drea…

– Andie -murmuró ella-. Ya no soy ella.

– Estuviste muerta durante al menos media hora y no estabas sumergida en un lago congelado para ralentizar todos tus sistemas y suministrar oxígeno a tu cerebro. No había manera de que los médicos te reanimasen y, de hecho, no lo hicieron. Empezaste a respirar por ti misma, casi una puñetera hora después de morir -le dijo con tono malhumorado-. No tienes daños cerebrales porque eres un milagro que vive, respira y camina, y eso significa que existe algo más después de todo esto, ¿no es así?

Una enorme sonrisa le iluminó la cara.

– Sí -le dijo sin más.

– Entonces acostúmbrate, cielo, porque el milagro tiene un guardaespaldas permanente.


Ella permaneció sentada a la mesa de la cocina después de que él se hubo ido. Habían hablado un poco más y, cuando pensó que la había convencido de que nunca más tendría que tenerle miedo, se había marchado. En realidad, ella llegó a esa conclusión mucho antes pero, naturalmente, sentía recelo y desconfianza.

Le pasaban tantas cosas por la cabeza que apenas podía ponerlas en orden. Lo primero que sintió fue alivio: Rafael pensaba que estaba muerta. No tenía que preocuparse por él en absoluto, nunca más. No había enviado a Simon a por ella, no seguían intentando matarla. Era libre.

¡Libre! Por primera vez en su vida de adulta, quizá en toda su vida, era totalmente libre. Cuando dejó a Rafael pensaba que era libre, pero ahora veía la diferencia. Ser libre consistía en algo más que comer lo que quería o no tener que hacerse la tonta nunca más.

Era libre para ser feliz.

No creía que jamás hubiese sido feliz, ni siquiera siendo niña. Nunca había estado libre de preocupaciones. Cuando era pequeña tenía comida de sobra en el estómago y ropa suficiente para no tener frío, normalmente, pero siempre salía del autobús del colegio y recorría pesadamente el camino hacia la casa en la que su familia vivía en ese momento, porque nunca sabía lo que la esperaba allí. ¿Estarían sus padres peleándose, demasiado borrachos como para preocuparse de si sus hijos los oían llamarse puta y cabrón? ¿Habría de cena algo aparte de lo que pudiese gorronear? ¿Tropezaría su padre con ella de camino al baño y la tiraría al suelo por estar en el medio?

Más tarde vendrían otras preocupaciones. ¿Intentaría el novio de turno de su madre meterle la mano entre las piernas cuando su madre se daba la vuelta? Había intentado decírselo a su madre, sólo una vez, para escuchar que era como su puto padre y que dejase de mentir. Después de eso se había convertido en una experta en evitar su propia casa cuando cualquiera de esos novios estaba allí, y de salir por la ventana de su habitación como un rayo si alguno de ellos se presentaba en casa cuando ella ya estaba dentro. Por aquel entonces tenía doce años y era una especialista en evadirse, esconderse y escaparse.

Se había escapado, de acuerdo, pero nunca había sido libre… hasta ahora.

El futuro se desplegaba ante ella, pero no era un futuro sin preocupaciones ni problemas, sino un futuro sin Rafael persiguiéndola y sin miedo a que la encontrase. Al principio, lo único en lo que podía centrarse era en el sentido de la libertad, el profundo alivio de que no tendría que pasarse el resto de su vida mirando por encima del hombro ni ofreciéndose como cebo para tenderle una trampa a Rafael.

Cuando se hubo duchado y hubo llevado su cansado cuerpo hasta la cama eran más de las tres, pero no podía desconectar y dormir. Habían ocurrido demasiadas cosas en tan poco tiempo; había pasado del terror más profundo y del cansancio de su pelea con Simon al desconcierto, la lujuria, el alivio y la alegría, saltando de un punto a otro sin el tiempo suficiente para empezar a asimilar lo que cada uno de ellos significaban en su vida a partir de ahora.

Permaneció despierta en la oscuridad mirando al techo y repasando todo lo que había ocurrido desde el momento en que Simon la agarró por primera vez. Aparte del consuelo de ser libre de Rafael, Simon era lo primero que tenía en mente.

La puso en un aprieto, ya que representaba la tentación más fuerte a la que podría enfrentarse. Nunca le sería indiferente. Si le hacía un gesto con el dedo señalándola «Vente conmigo», no confiaba en que no haría exactamente eso… Tendría que encontrar como fuese la fuerza para resistirse a él. Era un asesino a sueldo; enrollarse con él en ningún caso la llevaría por el buen camino. El hecho de que se enrollaran no era el problema, aunque ahora mismo sólo podía pensar en sexo con precaución, porque ya la había cagado en eso antes. Él era el problema. Quién era y lo que era. Todo él era el problema.

De repente se le ocurrió entregarlo a la poli, y un temor repentino le hizo un nudo en el estómago. No sabía si podría hacerle eso, aunque fuese lo correcto. Luego se dio cuenta de que, no sólo no tenía datos concretos y por lo tanto no le podía decir nada a la poli que fuese de utilidad, lo poco que sabía había ocurrido fuera del país. Ni siquiera sabía el país o los países en los que había estado, aunque suponía que las autoridades podrían averiguarlo mirando su pasaporte, suponiendo que no tuviese más de uno, de lo que estaba bastante segura. Después de todo, vivía entrando y saliendo a hurtadillas de los países.

Se dio cuenta de que se había blindado a sí mismo, al menos en cuanto a la aplicación de la ley en este país. Estaba a salvo del arresto porque no se le podía acusar de ningún crimen conocido. Aunque les diese detalles concretos, la poli probablemente no encontrase pruebas de que hubiese salido del país en ese momento en particular.

No conseguiría nada entregándolo. Cuando se dio cuenta de ello, lágrimas de consuelo invadieron sus ojos. No quería entregarlo; no quería que pasase el resto de su vida en la cárcel. Quizá debiese hacerlo, pero ella tampoco era una santa y tendría que serlo para ignorar tanto su propio corazón.

Para complicarle más las cosas estaba el hecho de que, aunque se suponía que el asesinato era lo más inadmisible, parecía ser un ser humano mucho más decente que toda la escoria con la que había salido su madre. En la escala de la maldad, ¿qué era peor, el asesinato o el abuso?

La ley decía que el asesinato. Pero, maldita sea, había gente que no merecía vivir y era razonable que si un capo de la droga contrataba a Simon para matar a alguien, ese objetivo probablemente fuese otro capo de la droga. ¿Cómo iba a ser eso algo malo? Cualquier cosa que redujese drásticamente su número tenía que ser bueno para la humanidad. ¿Era malo porque Simon mataba por dinero más que por mejorar el mundo reduciendo el nivel de escoria? La motivación no podía serlo todo, porque había mucha gente que, con la mejor de las intenciones, hacía muchísimo daño.

Esto no era algo que fuese a resolver en una hora y estaba demasiado cansada como para seguir preocupándose de los detalles. Lo bueno era que no tenía que hacer nada ahora mismo. No tenía que decidir nada sobre Simon y no tenía que hacer nada con Rafael. Era libre para…

Sus pensamientos se detuvieron en seco. Rafael.

Entonces, ¿sólo porque estaba a salvo estaba bien dejarle continuar como siempre, importando drogas que destrozaban la vida de la gente, las drogas que los hacían volverse adictos y los mataba, y hacerse monstruosamente rico en ese proceso? ¿Sólo porque estuviese a salvo no tenía obligación de hacer lo que pudiese para acabar con la operación de Rafael?

No. La respuesta en su interior fue inmediata y categórica. Tenía más obligación que nadie en el mundo, porque ella había vivido de ese dinero, se había beneficiado de él, y porque estaba en la privilegiada posición, no sólo de conocer a Rafael tan bien como lo conocía, sino también de ser la única persona en la tierra cuya presencia lo incitaría a hacer una estupidez, algo que pudiese darle a la poli algo por lo que pillarlo.

Tenía que hacerlo. Fuese cual fuese el riesgo, era algo que tenía que hacer.

Sus pensamientos volvieron a Simon. Ahora se sentía obligado a protegerla, lo cual podía causar estragos en los planes que hiciese para clavarle un palo en el ojo a Rafael, metafóricamente hablando. No quería que Simon se metiese en esto; era su deuda, su obligación. Sin embargo, cómo viese él la situación era una cosa totalmente diferente.

¿Intentaría detenerla? Sin duda alguna. Aún peor, sospechaba que normalmente conseguía todo aquello en lo que se empeñaba. No tenía que utilizar demasiado la imaginación para verlo reteniéndola, cautiva en alguna parte, o sacándola a escondidas del país para que no pudiese llegar hasta Rafael.

Era la historia de siempre, pero con letra diferente: tenía que huir de él. Seguro de que no escaparía, bajaría la guardia, pensó ella. Quizá no justo ahora; era astuto y desconfiado, y era probable que la observase a distancia durante un par de días. Así que andaría por ahí, haría algún preparativo y calmaría sus sospechas hasta que se sintiese lo suficientemente tranquilo para marcharse. No podía saber cuándo sería, pero era humano; podía ser que fuese más duro y más inteligente que la mayoría, pero seguía siendo humano y aún tenía que comer, dormir y mear como todo el mundo. De vez en cuando tendría que bajar la guardia. Con suerte, aunque anduviese por allí, podría subirse a un avión y marcharse mucho antes de que él se diera cuenta de que se había ido.

Podría seguirla; hasta ahora había visto cualquier movimiento que había hecho, cada paso que había dado para cambiar su aspecto y su identidad. No tenía la esperanza de que de repente él se volviera estúpido y ella una experta escapista, pero lo único que necesitaba eran un par de días de ventaja, quizá ni siquiera tanto, y estaría en Nueva York.

Se pondría en contacto con el FBI. Rafael tenía que estar bajo vigilancia constante y probablemente los federales estaban frustrados por no tener una acusación sólida contra él.

Seguramente el agente a cargo aprovecharía la oportunidad de utilizarla de alguna forma.

Una vez en manos del FBI, estaría fuera del alcance de Simon.

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