¡Los duques de Hastings han tenido un niño!
Después de tres niñas, a la pareja más enamorada de Londres por fin le ha llegado un heredero. Esta autora puede imaginarse el descanso que habrán sentido en Hastings House; después de todo, es una verdad universal que un hombre casado y con una gran fortuna lo que quiere es un heredero.
Todavía no se conoce el nombre del pequeño, pero esta autora se siente cualificada para especular. Después de todo, con hermanas llamadas Amelia, Belinda y Carolina, ¿podría el nuevo conde de Clyvedon recibir otro nombre que no fuera David?
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
15 de diciembre de 1817
Simon levantó los brazos sorprendido, mientras la hoja de papel caía al suelo.
– ¿Cómo lo sabe? -preguntó-. No le hemos dicho a nadie nuestra decisión de llamarlo David.
Daphne intentó no reírse mientras observaba a su marido ir y venir por la habitación.
– Estoy segura de que ha sido un golpe de suerte -dijo, mirando con cariño al recién nacido que tenía entre los brazos.
Era demasiado temprano para saber si mantendría los ojos azules o se le volverían marrones, como a sus hermanas, pero ya era igualito que su padre; Daphne no podía imaginarse que se oscurecieran y rompieran el encanto.
– Debe tener un espía en esta casa -dijo Simon, con las manos en las caderas-. Debe ser eso.
– Estoy convencida de que no tiene ningún espía aquí -dijo Daphne, sin mirarlo; estaba demasiado ocupada mirando cómo el pequeño David le había cogido el dedo.
– Pero…
Al final, Daphne levantó la cabeza.
– Simon, es ridículo. Sólo es una columna de cotilleas.
– Whistledown… ¡ja! -exclamó-. Nunca he oído ese nombre. Me gustaría saber quién es ésta maldita mujer.
– Tú y el resto de Londres -dijo Daphne, en voz baja. -Alguien debería descubrirla y dejarla sin trabajo.
– Si es eso lo que quieres -dijo Daphne, sin poder resistirse-, no deberías apoyarla comprando su revista.
– Yo…
– Y no te atrevas a decir que la compras para mí.
– La lees -dijo Simon.
– Y tú también. -Daphne le dio un beso a David en la cabeza-. Normalmente, antes de que caiga en mis manos. Además, estos días estoy bastante orgullosa de lady Whistledown.
Simon la miró con el ceño fruncido.
– ¿Por qué?
– ¿Has leído lo que ha escrito de nosotros? Nos ha llamado la pareja más enamorada de Londres. -Daphne sonrió-. Me gusta.
Simon hizo una mueca.
– Eso es porque Philipa Featherington…
– Ahora es Philipa Berbrooke -le recordó Daphne.
– Bueno, como se llame, tiene la boca más grande de Londres y, desde que me oyó llamarte «cariño mío» en el teatro, no he podido aparecer más por los clubes.
– ¿Tan poco corriente es estar enamorado de tu mujer? -se burló Daphne.
Simon hizo cara de niño contrariado.
– Es igual -dijo-. No quiero oír tu respuesta. La sonrisa de Simon era entre avergonzada y traviesa.
– Toma-dijo Daphne, ofreciéndole el niño-. ¿Quieres cogerlo?
– Claro. -Simon cruzó la habitación y tomó al pequeño en brazos. Lo abrazó un instante y luego miró a Daphne-. Creo que se parece a mí.
– Lo sé.
Simon le dio un beso en la nariz a su hijo y le susurró:
– No te preocupes, mi hombrecito. Siempre te querré. Te enseñaré a leer y a contar y a montar a caballo. Y te protegeré de las personas más horribles de este mundo, sobre todo de esa tal Whistledown…
Y en una pequeña y elegante habitación, no muy lejos de Hastings House, una joven estaba sentada en su escritorio con una pluma y un tintero y cogió una hoja de papel.
Con una sonrisa en la cara, mojó la pluma y escribió:
19 de diciembre de 1817
¡Ah!, Amable lector, esta autora está encantada de comunicarle que…