CAPÍTULO 5

¿Fueron al baile de Lady Danbury anoche? Si no es así, es una lástima. Porque se perdieron el acontecimiento de la temporada. A todos los asistentes les quedó claro, y sobre todo a esta autora, que la señorita Daphne Bridgerton ha llamado la atención del recién llegado de Europa duque de Hastings.

Suponemos el alivio de Lady Bridgerton. ¡Sería horroroso si Daphne se quedara soltera una temporada más! Además, Lady B aún tiene que casar a tres hijas más. ¡Qué horror!


REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,

30 de abril de 1813


Daphne no tuvo otra opción.

En primer lugar, su madre la miraba como diciendo “Si dices que no, te arrepentirás”.

En segundo lugar, estaba claro que el duque no le había explicado toda la verdad sobre su encuentro a Anthony, así que negarse a bailar con él levantaría muchas suspicacias.

Eso sin mencionar la poca gracia que le hacía verse inmersa en una conversación con las Featherington, algo que irremediablemente iba a suceder si no salía de allí de inmediato.

Y, por último, la idea de bailar con el duque le resultaba un poco atractiva.

Además, el muy arrogante no le dio ni tiempo para responder. Antes de que pudiera decir “Encantada” o un simple “Si”, el duque ya se le había llevado al centro de la pista.

La orquesta todavía estaba con esos horribles ruidos que hacen los músicos mientras preparan los instrumentos para tocar, así que tuvieron que esperarse un momento antes del baile.

– Gracias a Dios que no dijo que no -dijo el duque, agradecido.

– ¿Y cuándo me ha dado la oportunidad?

Él le sonrió.

Daphne le respondió con una mueca.

– Si lo recuerda, no me ha dado opción a aceptar o a negarme.

Simon levantó una ceja.

– ¿Quiere decir que tengo que volver a pedírselo?

– No, claro oque no -respondió Daphne, con los ojos en blanco-. Sería una tontería. Además, organizaríamos una escena sin precedentes, y no creo que ninguno de los dos queramos eso.

Simon ladeó la cabeza y la miró con aceptación, como si hubiera analizado su personalidad en un instante y le estuviera dando su aprobación. A Daphne le pareció de lo más desconcertantes.

Y entonces la orquesta empezó a tocar las primeras notas de un vals.

Simon hizo una mueca.

– ¿Las chicas jóvenes todavía necesitan permiso para bailar un vals?

Para más incomodidad de Simon, Daphne lo miró sonriendo.

– ¿Cuánto tiempo ha estado fuera?

– Cinco años. ¿Lo necesitan?

– Sí.

– ¿Y usted lo tiene?

La miró horrorizado ante la perspectiva de ver su plan arruinado.

– Por supuesto.

La tomó en sus brazos y empezó a girar junto con las demás parejas.

– Bien.

Cuando habían dado la vuelta entera al salón, Daphne preguntó:

– ¿Qué les ha explicado a mis hermanos de nuestro encuentro? Le he visto hablando con ellos, ¿sabe?

Simon sonrió.

– ¿De qué se ríe? -preguntó ella.

– Me estaba maravillando de su guante.

– ¿Disculpe?

Simon se encogió de hombros y ladeó la cabeza.

– No creí que fuera tan paciente-dijo-, y ha tardado casi cuatro minutos en preguntarme sobre la conversación que he mantenido con sus hermanos.

Daphne se sonrojó. La verdad era que el duque era tan buen bailarín que ella apenas había pensado en la conversación.

– Pero, ya que lo pregunta-dijo, evitándole cualquier comentario-, les he dicho que nos hemos encontrado en la entrada y que, debido a su fisonomía, la he reconocido como una Bridgerton y me he presentado.

– ¿Y le han creído?

– Si-dijo Simon, pausadamente-. Eso creo.

– No es que tengamos que escondernos de nada -se apresuró a añadir Daphne.

– Claro que no.

– El único villano de esta historia es Nigel, si duda.

– Por supuesto.

Daphne se mordió el labio inferior.

– ¿Cree que todavía estará en el pasillo?

– Le aseguro que no tengo ninguna intención de ir a verificarlo.

Se produjo un extraño silencio, y entonces Daphne dijo:

– Hacía mucho que no asistía a un baile en Londres, ¿verdad? Nigel y yo hemos debido ser un recibimiento lastimoso.

– Usted ha sido el mejor recibimiento. Él no.

Daphne sonrió por el cumplido.

– Dejando aparte nuestra pequeña aventura, ¿ha disfrutado de la velada?

La respuesta negativa de Simon fue tan obvia que incluso, antes de responder, soltó una risa.

– ¿De verdad? -dijo Daphne, arqueando las cejas con curiosidad-. Eso sí que es interesante.

– ¿Mi agonía le resulta interesante? Recuérdeme que, en caso de enfermedad, nunca recurra a usted.

– Oh, por favor -dijo Daphne, burlándose-. No ha podido estar tan mal.

– Sí que ha podido.

– Seguro que no ha sido peor que la mía.

– Debo admitir que parecía bastante aburrida cuando estaba con Macclesfield -admitió él

– Es usted muy amable por decir eso -dijo ella.

– Pero sigo creyendo que mi velada ha sido peor.

Daphne se rió, un precioso sonido que llenó de calidez el cuerpo de Simon.

– Menuda pareja -dijo-. Estoy segura de que podemos encontrar otros temas de conversación más amenos que lo mal que nos lo hemos pasado.

Simon no dijo nada.

Daphne no dijo nada.

– No se me ocurre nada -dijo él.

Daphne volvió a reír, esta vez con más entusiasmo, y Simon volvió a maravillarse por aquella preciosa sonrisa.

– Me rindo -dijo ella- ¿Qué ha hecho que su velada sea tan desastrosa?

– ¿Qué o quién?

– ¿Quién? -repitió ella, ladeando la cabeza-. Esto se pone cada vez más interesante.

– Se me ocurren muchos adjetivos para describir a todos los “quienes” que he conocido esta noche, peor le aseguro que interesante no es uno de ellos.

– Bueno -dijo ella-, no sea maleducado. También le he visto hablando con mis hermanos.

Él asintió galantemente, acercándola más a él por la cintura mientras giraban por el salón.

– Le pido disculpas. Los Bridgerton, por supuesto, quedan excluidos de mis insultos.

– Eso nos tranquiliza a todos, se lo aseguro.

Simon sonrió ante la absoluta inexpresividad de Daphne.

– Vivo para hacer feliz a la familia Bridgerton.

– Ésa es una afirmación que algún día puede volverse en su contra -respondió ella-. Pero, hablando en serio, ¿qué es lo que le molesta tanto? Si su noche ha ido tan a mal desde nuestro encuentro con Nigel, debe estar en una situación realmente desesperada.

– ¿Cómo podría decirlo sin ofenderla? -preguntó.

– Ah, no se preocupe por mí -dijo Daphne, quitándole importancia-. Prometo no sentirme ofendida.

Simon le lanzó una sonrisa maliciosa.

– Una afirmación que algún día puede volverse en su contra.

Daphne se sonrojó. La rojez apenas era perceptible a la luz de las velas, pero Simon la había observado muy de cerca. Ella no dijo nada, así que Simon añadió:

– De acuerdo, si insiste le diré que me han presentado a todas las jóvenes casaderas de la fiesta.

Daphne soltó una risita. Simon tenía la leve sospecha de que se reía de él.

Y también me han presentado a sus madres-continuó.

En ese momento, Daphne soltó una carcajada.

– ¡Qué apropiado! -dijo él-. Riéndose de su pareja de baile.

– Lo siento -dijo ella, con los labios apretados para evitar más risas.

– No es verdad.

– Está bien -admitió-. No lo siento. Pero únicamente porque yo llevo dos años soportando la misma tortura. Es difícil pretender dar lástima habiéndolo soportado una sola noche.

– ¿Por qué no se casa y se evita todo esto?

Daphne lo miró fijamente.

– ¿Es una proposición?

Simon sintió que la sangre no le llegaba a la cabeza.

– Ya lo sabía. -Lo miró y soltó un suspiro de impaciencia-. Por el amor de Dios. Ya puede respirar, Hastings. Sólo bromeaba.

Simon quería hacer un comentario irónico y sarcástico pero lo cierto es que la pregunta de Daphne lo había dejado helado.

– Respondiendo a su pregunta -continuó ella, con una voz más apagada de lo que le había oído hasta ahora-. Una chica debe considerar todas las opciones. Tenemos a Nigel, obviamente, pero creo que estará de acuerdo conmigo en que no es el mejor candidato.

Simon agitó la cabeza.

– A principios de año, estuvo lord Chalmers.

– ¿Chalmers? -preguntó Simon, frunciendo el ceño-. ¿No está…?

– ¿Cerca de la setentona? Sí. Y, como algún día me gustaría tener hijos, me pareció que…

– Un hombre de esa edad todavía puede engendrar hijos -le dijo Simon.

– Era un riesgo que no estaba dispuesto a correr. Además -dijo, estremeciéndose, con una expresión de revulsión-, la idea de engendrarlos con él no me atraía demasiado.

Simon se imaginó a Daphne en la cama con el viejo Chalmers y, muy a su pesar, sintió una punzada en el corazón. Era una imagen bastante desagradable que lo enfureció un poco, no sabía muy bien con quién; a lo mejor consigo mismo por atreverse a imaginarse tal cosa, pero…

– Y antes de lord Chalmers -continuó Daphne y, afortunadamente, interrumpió los pensamientos de Simon-, hubo dos más, aunque igual de repulsivos.

Simon la miró, pensativo.

– ¿Quiere casarse?

– Sí, claro. -La sorpresa por esa pregunta se reflejaba en su cara-. ¿No es eso lo que todos queremos?

– Yo no.

Daphne se rió con condescendencia.

– Sólo cree que no quiere. Todos los hombres lo hacen. Pero algún día se casará.

– No- dijo Simon, muy seco-. Nunca me casaré.

Daphne lo miró boquiabierta. Había algo en el tono del duque que decía que hablaba en serio.

– ¿Y qué pasará con el título?

Simon se encogió de hombros.

– ¿Qué le pasa al título?

– Si no se casa y engendra un heredero, desaparecerá. O irá a parar a cualquier primo despiadado.

Ante eso, Simon levantó una ceja.

– ¿Y cómo sabe que mis primos son despiadados?

– Todos los primos que siguen en la línea de sucesión de un título nobiliario lo son. -Ladeó la cabeza-. O, al menos, lo son para con el poseedor de dicho título.

– ¿Y eso lo ha aprendido de su profundo conocimiento de los hombres? -bromeó él.

Daphne lo miró con una superioridad aplastante.

– Por supuesto.

Simon se quedó callado unos momentos y, al rato, dijo:

– ¿Vale la pena?

Daphne lo miró desconcertada por el repentino cambio de tema.

– ¿El qué?

Le soltó la mano lo justo para agitar la suya en el aire.

– Esto. Este interminable desfile de fiestas. Con su madre pisándole los talones siempre.

Daphne abrió la boca, sorprendida.

– Dudo que ella lo viera igual-dijo y luego, con la mirada perdida en algún asunto del salón, añadió-: Pero sí, supongo que vale la pena. Tiene que valerla.

Volvió a la realidad y lo miró a la cara, con una honestidad aplastante en los ojos.

– Quiero un marido. Quiero una familia. Si lo piensa, no es tan descabellado. Soy la cuarta de ocho hermanos. Sólo conozco el concepto de familia numerosa. No sé si sabría vivir de otra forma.

Simon la miró a los ojos, fija e intensamente. Escuchó una voz de alarma en su cabeza. Deseaba a esa chica. La deseaba tan desesperadamente que estaba empezando a excitarse, pero sabía que nunca, nunca podría ni siquiera tocarla. Porque hacerlo significaría destrozar todos sus sueños y, a pesar de su reputación, no estaba seguro de poder vivir con ese peso sobre sus espaladas.

Nunca se casaría, nunca tendría hijos y eso era precisamente lo que Daphne esperaba de la vida.

Simon disfrutaría de su compañía porque sabía que no sería capaz de negarse eso. Pero debería dejarla intacta para otro hombre.

– ¿Duque? -preguntó Daphne, y cuando Simon la miró, añadió-: ¿Dónde estaba?

Simon inclinó la cabeza.

– Pensaba en lo que ha dicho.

– ¿Y le parece bien?

– En realidad, no recuerdo la última vez que hablé con alguien que tuviera tanto sentido común -dijo, lentamente-. Está muy bien saber qué se quiere en la vida.

– ¿Y usted lo sabe?

¿Cómo responder a esa pregunta? Simon sabía que había ciertas cosas que no podía decir. Pero es que era tan fácil hablar con esta chica. Estaba cómodo con ella, aunque algo en su interior ardiera de deseo por ella. Habitualmente, no era normal mantener ese tipo de conversaciones cuando se acababa de conocer a alguien pero, de algún modo, entre ellos surgió de manera natural.

Al final, Simon dijo:

– Cuando era más joven, hice una serie de promesas. Y ahora intento vivir mi vida acorde a esas promesas.

Ella lo miró con curiosidad, pero la buena educación le prohibió hacer más preguntas.

– Dios mío -dijo ella, con una sonrisa un tanto forzada-, nos hemos puesto muy serios. Y yo que creía que estábamos hablando de quién lo había pasado peor esta noche.

En ese momento, Simon se dio cuenta de que los dos estaban atrapados. Atrapados por las convenciones y las expectativas sociales.

Y fue entonces cuando se le ocurrió algo. Una idea extraña, loca y terriblemente brillante. También era bastante peligrosa, ya que implicaba compartir muchos momentos con Daphne, algo que seguro lo llenaría de deseo insatisfecho, pero Simon se enorgullecía de tener mucho control sobre sí mismo y estaba seguro de que no sucumbiría a sus instintos más básicos.

– ¿No le gustaría tomarse un respiro? -preguntó, inesperadamente.

– ¿Un respiro? -repitió Daphne, sorprendida. Mientras bailaban, miró a su alrededor-. ¿De las fiestas?

– No exactamente. Creo que tendrá que seguir acudiendo a las fiestas y a los bailes. Lo que tengo en mente implicaría más tomarse un respiro de la persecución de su madre.

Daphne estuvo a punto de atragantarse por la sorpresa que le produjo el comentario.

– ¿Vas a eliminar a mi madre de la vida social? ¿No le parece una decisión un poco extrema?

– No estoy hablando de eliminar a su madre de la vida social, sino a usted.

Daphne se tropezó con su propio pie y, cuando recuperó el equilibrio, tropezó con los de Simon.

– ¿Cómo dice?

– Cuando volví, mi intención era evitar todo este circo -le explicó-. Pero estoy descubriendo que me va a resultar totalmente imposible.

– ¿Por qué de repente no puede pasar sin ratafía y limonada aguada? -se burló ella.

– No -dijo Simon, ignorando todo el sarcasmo de Daphne-.Mas bien porque me he encontrado con que la mitad de mis amigos de la universidad se han casado y, ahora, sus esposas parecen obsesionadas con ofrecer una gran fiesta…

– Y le han invitado.

Simon asintió, sonriente.

Daphne se le acercó, como si le fuera a confesar un secreto.

– Es un duque -dijo-. Puede decir que no.

Observó con fascinación cómo se le tensaba la mandíbula.

– Esos hombres -dijo-, sus maridos…son mis amigos.

Daphne notó que se estaba riendo, aunque estuviera mal.

– Y usted no quiere herir los sentimientos de sus esposas.

Simon hizo una mueca, incómodo por el cumplido.

– Vaya, vaya -dijo Daphne, con picardía-. Si al final resultará que es un buen hombre.

– No soy bueno -dijo él, muy seco.

– Puede, pero tampoco es cruel.

Los músicos dejaron de tocar y Simon le ofreció el brazo para guiarla hasta el perímetro del baile. Estaban en el lado opuesto a los Bridgerton, así que tenían tiempo para continuar su conversación mientras caminaban lentamente.

– Lo que intentaba decirle -continuó Simon -, antes que me interrumpiera, es que, al parecer, tendré que asistir a muchas fiestas.

– Un destino casi peor que la muerte.

Simon ignoró el comentario.

– Y supongo que usted también deberá acudir a todas.

Daphne asintió.

– A lo mejor hay una manera de que me pueda librar de las hermanas Featherington y sus semejantes y, al mismo tiempo, usted pueda ahorrarse los intentos de emparejarla de su madre.

Daphne le miró a los ojos.

– Continúe.

Simon la miró con intensidad.

– Nos comprometeremos.

Daphne se quedó callada. Sencillamente, lo miraba intentando decidir si era el hombre más maleducado que había conocido o si estaba loco.

– No será un compromiso de verdad -añadió Simon, impaciente-. Dios mío, ¿qué clase de hombre cree que soy?

– Bueno, ya me habían advertido sobre su reputación -dijo Daphne-. Y esta misma noche trató de intimidarme con sus encantos, en el pasillo.

– No es verdad.

– Claro que lo es -dijo ella, dándole un golpe en el brazo-. Pero le perdono. Estoy segura de que no pudo evitarlo.

Simon parecía sorprendido.

– Ninguna mujer me había tratado nunca con tal condescendencia.

Ella levantó los hombros.

– Seguro que sí, pero hace mucho tiempo y no lo recuerda.

– ¿Sabe una cosa? Al principio, creí que seguía soltera porque sus hermanos habían ahuyentado a todos sus pretendientes, pero ahora empiezo a preguntarme si no lo habrá hecho usted solita.

Para su sorpresa, Daphne sólo rió.

– No -dijo-. No me he casado porque todos los hombres me ven como a una amiga. Ninguno me ve como a una mujer de la que podrían enamorarse -sonrió-. Excepto Nigel, claro.

Simon reflexionó sobre sus palabras un instante y se dio cuenta de que Daphne podía sacar mucho más de aquella situación de la que había creído en un principio.

– Escuche-dijo Simon-, y escuche con atención, porque ya casi hemos llegado donde está su familia y Anthony nos está mirando como si fuera a asaltarnos en cualquier momento.

Los dos miraron a la derecha. Anthony seguía atrapado por las hermanas Featherington. No parecía muy contento.

– Mi plan es el siguiente -continuó Simon, hablando en voz baja y serena-. Tendremos que hacer ver que entre nosotros ha saltado la chispa. Y me libraré de las debutantes porque ya no seré un hombre disponible.

– Eso no es así -le rectificó Daphne-. No lo verán como tal hasta que esté delante del obispo pronunciando sus votos.

Sólo la idea hizo que se le revolviera el estómago.

– Tonterías -dijo-. A lo mejor tardan un poco de tiempo, pero estoy seguro de que, al final, podré convencer a toda la sociedad de que no estoy disponible para el matrimonio.

– Excepto conmigo -añadió Daphne.

– Excepto con usted -dijo-, pero nosotros sabremos que no es verdad.

– Por supuesto -dijo Daphne-. Honestamente, no creo que funcione, pero si está tan convencido…

Lo estoy.

– ¿Y yo qué consigo?

– En primer lugar, si su madre cree que estoy interesada en usted, dejará de pasearla de hombre en hombre.

– Algo engreído de su parte -dijo ella sonriendo-, pero cierto.

Simon ignoró, una vez más, el comentario.

– Y en segundo lugar -continuó-, los hombres están más interesados en una mujer cuando otro hombre se interesa por ella.

– ¿Y eso qué quiere decir?

– Quiere decir, sencillamente, y perdone el engreimiento -dijo, lanzándole una sardónica mirada para demostrar que había escuchado su sarcástico comentario anterior-, que si todos creen que voy a convertirla en mi duquesa, todos esos hombre que sólo la consideran una buena amiga, empezarán a mirarla con otros ojos.

Daphne apretó los labios.

– ¿Y eso quiere decir que, cuando suspenda el compromiso y me abandone tendré una legión de pretendientes a mis pies?

– Oh, por favor, le concederé el placer de decir que ha sido usted la que se ha echado atrás.

Simon vio que Daphne ni se molestó en darle las gracias.

– Sigo pensando que yo gano mucha más que usted en todo esto -dijo ella.

Simon le apretó suavemente el brazo.

– Entonces, ¿lo hará?

Daphne miró a la señora Featherington, que parecía una ave de presa, y a su hermano, que parecía que se había tragado un hueso de pollo. Había visto esas mismas caras decenas de veces, aunque en las facciones de su madre y de algún posible pretendiente.

– Si -dijo, con firmeza-. Lo haré.


– ¿Por qué crees que tardan tanto?

Violet Bridgerton tiró de la manga de la chaqueta de su hijo, incapaz de apartar la mirada de su hija que, al parecer, había llamado la atención del duque de Hastings. Sólo llevaban una semana en Londres y ya se habían convertido en la bomba de la temporada.

– No lo sé -respondió Anthony, mirando aliviado las espaladas de las mujeres Featherington, que se alejaban hacia su próxima víctima-. Pero parece que lleven horas caminando.

– ¿Crees que al duque le gusta Daphne? -preguntó Violet, emocionada-. ¿Crees que nuestra Daphne realmente tiene alguna posibilidad de convertirse en duquesa?

A Anthony se le llenaron los ojos de impaciencia e incredulidad.

– Madre, tú misma le dijiste a Daphne que ni siquiera debían verla en público con el duque y ahora piensas en casarlos. Increíble.

– Mis palabras fueron prematuras-dijo, agitando la mano en el aire-. Está claro que es un hombre muy refinado y con buen gusto. Y, si puedo preguntarlo, ¿cómo sabes tú lo que le dije a Daphne?

– Me lo dijo ella, claro -mintió Anthony.

– Hmmmmph. Está bien. Además, estoy convencida que Portia Featherington no olvidará esta noche mientras viva.

Anthony abrió los ojos como platos.

– ¿Intentas encontrarle un marido a Daphne para que sea feliz como esposa y como madre o sólo quieres ganar a la señora Featherington en la carrera hasta el altar?

– Lo primero, por supuesto -respondió Violet, enfadada-. Y me ofende que pienses que me muevo por otro motivo. -Apartó la mirada de Daphne y el duque lo justo para dirigirla hacia la señora Featherington y sus hijas-. Aunque no me importará ver su cara cuando descubra que ha sido Daphne la que se ha llevado el gato al agua.

– Madre, no tienes remedio.

– No. A lo mejor no tengo vergüenza, pero sí tengo remedio.

Anthony agitó la cabeza y dijo algo incomprensible entre dientes.

– Hablar entre dientes es de mala educación -dijo Violet, sólo para molestarlo. Luego vio que Daphne y el duque se acercaban-. ¡Ya están aquí! Anthony, compórtate. ¡Daphne! ¡Duque!-Hizo una pausa hasta que la pareja se detuvo frente a ella-. Por lo que veo, habéis disfrutado del baile.

– Mucho -dijo Simon-. Su hija es grácil y encantadora en partes iguales.

Anthony dio un resoplido de incredulidad.

Simon lo ignoró.

– Espero que tengamos el placer de volver a bailar juntos muy pronto.

A Violet se le iluminó la mirada.

– Estoy convencida que a Daphne le encantaría. -Y como Daphne no dijo nada, Violet añadió-. ¿No es verdad, Daphne?

– Por supuesto -respondió ella, con recato.

– Seguro que su madre no sería tan permisiva de dejar que me concediera otro baile -dijo Simon, con ese aire de cortés duque-, pero espero que nos dé su permiso para dar un paseo por el salón de baile.

– Acabáis de dar un paseo por el salón -dijo Anthony.

Simon volvió a ignorarlo.

– Nos mantendremos siempre donde usted pueda vernos, por supuesto -le dijo a Violet.

El abanico de seda que Violet tenía en la mano empezó a agitarse a toda velocidad.

– Sería un honor. Bueno, para Daphne sería un honor. ¿No es así, querida?

Daphne era la viva imagen de la inocencia.

– Por supuesto.

Entonces, bastante malhumorado, Anthony dijo:

– Y yo iré a tomarme un vaso de coñac porque creo que me estoy poniendo enfermo. ¿Qué diablos está pasando aquí?

– ¡Anthony! -exclamó Violet. Se giró hacia Simon-. No se lo tenga en cuenta.

– Nunca lo hago -dijo Simon afablemente.

– Daphne -dijo Anthony-. Sería un placer ser tu acompañante.

– Anthony -dijo Violet-. Si no van a salir del salón, no creo que tu hermana necesite ningún acompañante.

– No, insisto.

– Podéis marcharos -les dijo Violet a Daphne y a Simon, mientras agitaba una mano-. Anthony irá dentro de un momento.

Anthony hizo ademán de irse detrás de ellos, pero Violet lo sujetó por la muñeca.

– ¿Qué diablos crees que estás haciendo? -le dijo, en voz baja.

– ¡Proteger a mi hermana!

– ¿Del duque? No puede ser malo. En realidad, me recuerda a ti.

Anthony hizo una mueca.

– Entonces, puedes estar convencida de que necesita mi protección.

Violet le dio un golpe en el brazo.

– No sea tan sobreprotector con ella. Si Hastings hace el más mínimo intento de sacarla al balcón, te prometo que te dejaré ir a rescatarla. Sin embargo, hasta que eso, que es tan improbable, suceda, te pido por favor que dejes que tu hermana disfrute de su momento de gloria.

Anthony miró a Simon.

– Mañana mismo lo mataré.

– Dios mío -dijo Violet, agitando la cabeza-. No sabía que fueras tan obsesivo. Se supone que, como madre tuya que soy, debería saberlo, sobre todo porque eres el mayor y, por lo tanto, eres al que más conozco pero…

– ¿Ése no es Colin? -la interrumpió Anthony.

Violet parpadeó y luego entrecerró los ojos.

– Si, sí que lo es. ¿No es magnífico que haya regresado antes de tiempo? Cuando lo vi, hace una hora, casi no me lo podía creer. De hecho, pensaba…

– Será mejor que vaya con él -dijo Anthony-. Parece aburrido. Adiós, madre.

Violet observó como Anthony se alejaba, posiblemente huyendo de su charla aleccionadora.

– Tonto -dijo, en voz baja.

Sus hijos seguían cayendo en sus trampas. Cuando empezaba a hablar de nada en particular, desparecían en un santiamén.

Suspiró, satisfecha, y volvió a mirar a su hija, que estaba al otro lado del salón, con la mano apoyada cómodamente en el antebrazo del duque. Hacían muy buena pareja.

Sí, pensó Violet, con los ojos algo llorosos, su hija sería una magnífica duquesa.

Entonces buscó a Anthony, que estaba donde ella quería que estuviera: lejos. Podía sentir una sonrisa interna del corazón. Los hijos eran tan fáciles de manejar.

Entonces, la sonrisa se convirtió en una mueca cuando vio que Daphne volvía del brazo de otro hombre. Los ojos de Violet escrutaron el salón hasta que encontró al duque.

Maldición, ¿qué diablos hacía Hastings bailando con Penélope Featherington?

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