Dallie y Skeet viajaban por la autopista 49 de Estados Unidos hacia Hattiesburg, Misisipí. Dallie había podido agarrar un par de horas de sueño en el asiento de atrás mientras Skeet conducía, pero ahora estaba detrás del volante otra vez, contento por que no tenía que estar en el club de golf hasta las 8:48 de la mañana, así que tendría tiempo de practicar unas cuantas bolas primero.
Odiaba conducir toda la noche después de un torneo para llegar al siguiente más que cualquier otra cosa. Si los peces gordos de la PGA tuvieran que hacer unos pocos hoyos despues de haberse pasado toda la noche conduciendo por tres estados, se imaginaba que cambiarían las reglas y las fechas bien pronto.
En el campo de golf, Dallie no era demasiado cuidadoso vistiendo… un largo normal de camisas, nada de animales pintados y nada rosa… pero era bastante particular acerca de sus ropas fuera del campo. Prefería llevar Levi's ceñidos y desteñidos, botas de cuero tejanas hechas a mano y camisetas lo suficientemente viejas para tirarlas lejos si estaba de mal humor o utilizarlas para abrillantar el capó de su Buick Riviera sin preocuparse por destrozarlas.
Algunas de sus seguidoras le enviaban sombreros de cowboy, pero nunca se los ponía, favoreciendo el uso de las gorras, como la que llevaba ahora. Siempre decía que al Stetson lo habían arruinado los agentes de seguros gordinflones que los llevaban de poliester. No es que Dallie tuviera nada contra el poliéster… al fin y al cabo era invento americano.
– Aquí hay una historia para tí -dijo Skeet.
Dallie bostezó y se preguntó si sería capaz de hacer bien un golpe con el maldito hierro-dos. Había fallado ese golpe el dia anterior, y no comprendía por qué. Después del desastre del Orange Blossom, había mejorado su juego, pero todavía no había podido terminar arriba ningún torneo grande esta temporada.
Skeet puso el tabloide más cerca a la luz de la guantera.
– ¿Recuerdas que te enseñé una foto de esa pequeña chica inglesa, la que estaba en la fiesta con ese príncipe y las estrellas de cine?
Quizá cambiaba su peso demasiado rápido, pensó Dallie. Por eso tenía el problema con su hierro-dos. O podía ser su backswing.
Skeet siguió.
– Recuerdo que dijiste de ella que parecía una de esas mujeres que no sacudirían la mano a menos que le llevaras un anillo de diamantes. ¿Recuerdas ahora?
Dallie gruñó.
– De todos modos, parece que su madre murió atropeyada por un taxi la semana pasada. Ponen una foto de ella aquí, saliendo del funeral y lo que sigue es terrible. "La inconsolable Francesca Day de la alta sociedad llora a su madre", eso dicen. ¿Como crees que alguien puede escribir algo como eso?
– ¿Como qué?
– Inconsolable. Escribir eso.
Dallie cambió su peso en una cadera y buscó en el bolsillo trasero de su vaqueros.
– Ella es rica. Si fuera pobre dirían solo que está "triste". ¿Tienes algún chicle más?
– Un paquete de Juicy Fruit.
Dallie negó con la cabeza.
– Hay una parada para camioneros a unos pocos kilómetros. Estiraremos las piernas.
Pararon y tomaron café, antes de volver de nuevo al coche. Llegaron a Hattiesburg con el tiempo de sobra para que Dallie fuera al tee descansado, y se calificó fácilmente para el torneo.
Antes de llegar al motel esa tarde, pararon en la oficina de correos de la ciudad para verificar su apartado de correos. Encontraron un montón de facturas esperándolos, junto con unas pocas cartas… una de ellas comenzó una discursión que los siguió al motel.
– Yo no me vendo, y no quiero oír más acerca de ello.
Dallie chasqueó la lengua cuando tiró su gorra lejos y se sentó de golpe en la cama del motel, quitándose la camiseta por encima de la cabeza.
Skeet ya llegaba tarde a una cita que se había conseguido con una camarera de pelo rizado, pero miró por encima de la carta que él tenía en la mano y estudió el pecho de Dallie con sus hombros anchos y músculos bien definidos.
– Eres la persona más terca que he conocido a lo largo de mi vida. Esa cara bonita tuya junto con esos músculos desarrollados en exceso en el pecho nos podría hacer con más dinero en este momento que el que tú y tu oxidado hierro-cinco podaís ganar en toda la temporada.
– No poso para ningún calendario de pacotilla.
– O. J. Simpson ha aceptado hacerlo, junto con Joe Namath y un esquiador francés. Diablos, Dallie, tú eres el único golfista que puede aparecer.
– ¡No pienso hacerlo! -gritó Dallie-. No me vendo.
– Hiciste esos anuncios para Foot-Joy.
– Eso es diferente y lo sabes.
Dallie entró como un relámpago al cuarto de baño y cerró la puerta, gritando desde dentro.
– ¡Foot-Joy hace unos malditos y elegantes zapatos de golf!
El chaparrón pasó y Skeet sacudió la cabeza. Murmurando entre sí, cruzó el pasillo hasta su propia habitación. Durante mucho tiempo había sido obvio para todos que la belleza de Dallie atraería a Hollywood, pero el muy tonto no tomaría ventaja de ello. Los buscadores de talentos le habían estado llamando de forma regular con llamadas de larga distancia desde el primer año de profesionales, pero lo único que Dallie pensaba de ellos era que eran sanguijuelas y terminaba haciendo comentarios despectivos referentes a sus madres, que hubiera sido más terrible si lo hubiera dicho en la cara.
¿Qué era tan terrible, se preguntaba Skeet, acerca de ganar algún dinero abundante a bajo tipo de interés un tiempo? Hasta que Dallie empezara a ganar algún grande, no verían contratos comerciales de seis cifras, algo que Trevino ya lograba, por no hablar de los increibles contratos de Nickaus y Palmer.
Skeet se peinó y cambió una camisa de franela por otra. No comprendía dónde estaba el condenado problema de posar para un calendario, a pesar de tener que compartir espacio con niños bonitos como J. W. Namath. Dallie tenía lo que los buscadores de talento llamaban magnetismo sexual.
Demonios, aún estando medio ciego podías ver eso. Por muy mala racha que tuviera en su juego, siempre tenía las gradas repletas, y el ochenta por ciento de ese público usaba lápiz de labios. Un minuto después de haber finalizado su partido, esas mujeres le rodeaban como las moscas a la miel.
Holly Grace dijo que a las mujeres les gustaba Dallie porque sabían que él no llevaba ninguna ropa interior de colores coordinados o boxers como Wayne Newton. Lo que tenemos con Dallas Beaudine, Holly Grace había insistido más de una vez, es el Último Macho Americano 100% Genuino de el Estado de la Estrella Solitaria.
Skeet cogió la llave del cuarto y rió entre dientes para si mismo. La última vez que habló con Holly Grace por teléfono, dijo que si Dallie no ganaba un gran torneo pronto, le agarrara de las orejas y lo llevara al lugar dónde le sacarían de esa miseria.
La fiesta anual de Miranda Gwynwyck, se celebraba la última semana de septiembre y estaba en plena actividad, la anfitriona inspeccionaba las fuentes de langostinos, de corazones de alcachofas, y de langostas rojas del Mediterráneo con gran satisfacción. Miranda, autora del exitoso libro feminista "La Mujer es Guerrera", adoraba hacer de anfitriona, para demostrar al mundo que ser feminista y vivir bien no estaba peleado.
Su política personal no le permitía llevar vestidos ni faldas, pero ser anfitriona le daba derecho a ejercer lo que llamaba en su libro la faceta "doméstica"… la más civilizada forma de la naturaleza humana, sin masculino o femenino.
Sus ojos barrieron sobre el grupo selecto de huéspedes que había reunido entre las paredes punteadas de su sala de recibir, decorado de nuevo en agosto como un regalo de cumpleaños del hermano de Miranda.
Los músicos y los intelectuales, varios miembros de la nobleza, un racimo de escritores y actores muy conocidos, unos pocos charlatanes para poner picante… exactamente la clase de personas estimulantes que ella adoraba tener juntos.
Y entonces frunció el ceño cuando su mirada cayó en el inconveniente proverbial de su satisfacción… la diminuta Francesca Serritella Day, espectacularmente vestida como siempre y, como siempre, el centro de la atención masculina.
Ella miró el revoloteo de Francesca de una conversación a otra, viéndose increiblemente hermosa en un mono turquesa de seda. Ella movió su nube de brillante pelo castaño como si el mundo fuera su ostra de perla personal cuando todos en Londres sabían que estaba realmente sin blanca. Que sorpresa se debió llevar al comprobar las numerosas deudas de Chloe.
Sobre el ruido cortés de la fiesta, Miranda oyó la risa generosa de Francesca y escuchó como ella saludaba a varios hombres de forma seductora, la voz de espera-que-te-cuente-esto, acentuando descuidadamente las palabras menos importantes de una manera que a Miranda la ponía furiosa. Pero, ¿que provocaba que los estúpidos bastardos la rodearan en pequeños charcos fundidos a sus pies?. Desgraciadamente, uno de esos bastardos estúpidos era su amado propio hermano Nicky.
Miranda frunció el entrecejo y recogió una nuez de macadamia de un tazón opalescente de Lalique impreso con libélulas. Nicholas era la persona más importante en el mundo para ella, un hombre maravillosamente sensible con un alma culta. Nicky la había alentado a escribir La Mujer es Guerrera. Él la había ayudado a refinar sus pensamientos, le traía su café de noche, y lo más importante, la había protegido de la crítica de su madre sobre por qué su hija, con unos ingresos anuales de cientos de miles de libras, tenía que meterse con tales tonterías.
Miranda no podía soportar la idea de estarse quieta mientras Francesca Day le rompía el corazón. Durante meses había visto revolotear a Francesca de un hombre a otro, dando la espalda a Nicky siempre que ella se encontraba entre admiradores. Cada vez él esperaba su regreso, un poco más harto, quizás, con menos entusiasmo… pero volvía a ella de cualquier forma.
– Cuando estamos juntos -él había explicado a Miranda-. Me hace sentirme como si fuera el más ingenioso, el más brillante, que la mayoría de los hombres en el mundo.
Y entonces agregó secamente:
– A menos que esté de mal humor, por supuesto, si eso ocurre me hace sentir como si fuera una absoluta mierda.
¿Cómo lo hacía ella?Se preguntaba Miranda. ¿Cómo podía alguien tan intelectual y espiritualmente inferior tener tanto poder? En su mayor parte, Miranda no lo podía negar, era por su belleza extraordinaria. Pero además desprendía vitalidad, el ambiente se volvía etéreo a su alrededor.
Una artimaña barata de salón, Miranda pensó con repugnancia, estaba claro que Francesca Day no tenía nada en la cabeza. ¡Mírala apenas! Estaba practicamente sin un penique, y actuaba como si no tuviera problemas en el mundo. Quizás ella no se preocupaba, pensó Miranda inquietamente… porque confiaba que Nicky Gwynwyck y todos sus millónes la esperaban pacientemente con los brazos abiertos.
Aunque Miranda no lo sabía, ella no era la única persona que estaba preocupada en su fiesta esa noche. A pesar de su exposición exterior de alegría, Francesca se sentía miserable. Apenas el día anterior, había ido a ver a Steward Bessett, el prestigioso dueño de una agencia de modelos para pedirle trabajo.
Aunque no quería hacer carrera, ser modelo era una manera aceptable de ganar dinero en su círculo social, y había decidido que algo debería hacer para solventar sus problemas financieros.
Pero para su consternación, Steward le había dicho que ella era demasiado bajita.
– Por muy bella que sea la modelo, al menos debe medir 1,65 cms. si quiere dedicarse a la moda -le había dicho-. Tú apenas mides 1,55. Por supuesto, quizás sea capaz de obtenerle algunas poses… centrándose en tu rostro, ya sabes, pero necesitarás hacer unas pruebas primero.
Ahí fue cuando perdió la paciencia, gritándole que había sido fotografiada para algunas de las revistas más importantes del mundo y que ella jamás se prestaría a hacer antes unas pruebas, como una fétida aficionada. Ahora se daba cuenta que había sido insensato haber perdido así los estribos, pero no había podido controlarse.
Aunque hacía ya un año desde la muerte de Chloe, Francesca todavía encontraba dificil de aceptar la pérdida de su madre. A veces su pena parecía estar viva, un objeto palpable que crecía alrededor de ella.
Al principio sus amigos habían sido simpáticos, pero después de unos pocos meses, parecieron creer que ella debía poner su tristeza aparte, como lo que duraba la longitud del dobladillo ese año. Tenía miedo que dejaran de invitarla si dejaba de ser esa compañera alegre, y odiaba estar sola, así que finalmente había aprendido a guardarse su pena. Cuándo estaba en público, se reía y coqueteaba como si nada la preocupara.
Sorprendentemente, la risa había comenzado a ayudar, y en los últimos meses poco a poco sentía que finalmente se curaba.
A veces experimentaba aún los indicios vagos de cólera contra Chloe. ¿Cómo la pudo haber dejado su madre así, con un ejército de acreedores en la puerta como una peste de cigarras para arrebatarles todo lo que poseían? Pero la cólera nunca duraba mucho. Ahora que era demasiado tarde, Francesca entendía por qué Chloe había parecido tan cansada y distraída en esos meses antes de ser atropellada por el taxi.
Después de unas semanas tras la muerte de Chloe, los hombres en trajes con chaleco habían comenzado a aparecer en la puerta con documentos legales y ojos glotones. Primero las joyas de Chloe habían desaparecido, después el Aston Martin y las pinturas. Finalmente la casa que ella misma había vendido.
Eso había pagado lo último de sus deudas, pero la había dejado con unas míseras cientos de libras, de las cuales había gastado ya gran parte, y se alojaba en el hogar de Cissy Kavendish, una de las antiguas amigas de Chloe.
Desgraciadamente, Francesca y Cissy nunca se habían llevado del todo bien, y desde primeros de septiembre, Cissy había insinuado varias veces que quería que Francesca se mudara. Francesca no estaba segura cuanto tiempo más podía estar haciéndole vagas promesas.
Se forzó a reírse del chiste de Talmedge Butler y trató de encontrar consuelo en la idea de que estar sin dinero era un aburrimiento, una situación meramente temporal. Siguió con la vista a Nicholas a través de la habitación con su camisa Gieves y chaqueta Hawk de sport, junto con pantalones de pinzas grises.
Si se casaba con él, tendría seguramente todo el dinero que necesitara, pero sólo había considerado la opción seriamente una tarde tras recibir una odiosa llamada de un hombre que le dijo las cosas más desagradables si no pagada pronto el dinero de las tarjetas de crédito.
No, Nicholas Gwynwyck no era una solución a sus problemas. Ella despreciaba a las mujeres que estaban tan desesperadas, e inseguras de si mismas, que se casaban por dinero. Tan sólo tenía veintiún años. Su futuro era demasiado especial, prometía demasiado brillante, para arruinarlo a causa de un contratiempo temporal. Algo sucedería pronto. Todo lo que debía hacer era esperar.
– … Es un pedazo de basura que yo transformaré en arte -cogió al vuelo un trozo de conversación de un hombre elegante vestido de Noel Cowardish con su cigarrillo en la mano, cuya manicura llamó a Francesca la atención.
El se separó de Miranda Gwynwyck para ponerse a su lado.
– Hola, querída mia. Eres increíblemente encantadora, y he estado esperando toda la tarde para presentarme. Miranda dijo que yo te gustaría.
Ella sonrió y puso la mano en la que él la extendía.
– Francesca Day. Espero que valga la pena la espera.
– Lloyd Byron, y lo vales, definitivamente. Nos conocimos hace tiempo, aunque seguramente no me recuerdes.
– Al contrario, te recuerdo muy bien. Eres un amigo de Miranda, un famoso director cinematográfico.
– Es cierto, lo lamento, otro que se ha vendido a los dólares yanquis.
Él inclinó su cabeza atrás dramáticamente y habló al techo, liberando un anillo de humo perfecto.
– Cosa miserable, el dinero. Hace que la gente más extraordinaria haga todo tipo de cosas depravadas.
Los ojos de Francesca se abrieron traviesamente.
– ¿Que cosas depravadas hace esa gente, si te lo puedo preguntar?
– Muchas cosas, demasiadas.
Tomó un sorbo de un vaso generosamente lleno de algo que parecia whisky escocés.
– Todo conectado con Hollywood es depravado. Yo, sin embargo, estoy determinado a poner mi propio sello a pesar que la mayoría de películas son estúpidamente comerciales.
– Que tremendamente valiente eres.
Ella sonrió con lo que esperaba que pasara por admiración, pero era realmente de diversión ante su parodia casi perfecta del director hastiado forzado a vender su arte.
Los ojos de Lloyd Byron le trazaron los pómulos y se demoraron en la boca, su inspección admirativa era lo suficientemente desapasionada para decirla que él prefería la compañía masculina a las mujeres. El embolsó los labios y se inclinó hacía delante como si estuviera confiándole un gran secreto.
– En dos días, querida Francesca, parto para Misisipí un lugar dejado de la mano de Dios para empezar a filmar algo llamado Delta Blood, una guión que he transformado de un trozo de basura en un fuerte reclamo espiritual.
– Me encantan las películas con transfondo espiritual -ronroneó, levantando una copa de champán frío de una bandeja que pasaba mientras cotilleaba secretamente a Sarah Fargate-Smyth tratando de decidir si su vestido de tafetán era de Adolfo o de Valentino.
– Pienso hacer de Delta Blood una alegoría, una declaración de la reverencia tanto para la vida como para la muerte -él hizo un gesto dramático con su vaso sin tirar una gota-. El ciclo duradero del orden natural. ¿Entiendes?
– Los ciclos duraderos son mi particular especialidad.
Por un momento él pareció traspasar su piel con la mirada, y entonces apretó sus ojos cerrándolos dramáticamente.
– Puedo sentir tu fuerza de la vida golpeando tan intensamente el aire que me roba el aliento. Arrojas vibraciones invisibles con apenas el movimiento más pequeño de la cabeza -él apretó la mano en su mejilla-. Estoy absolutamente seguro que nunca me equivoco con las personas. Tócame la piel. Estoy sudando.
Ella sonrió.
– Quizás los langostinos estaban poco frescos.
El asió la mano y besó sus puntas de los dedos.
– Es amor. Me he enamorado. Yo absolutamente te tengo que tener en mi película. En el momento en que te vi, supe que eras perfecta para hacer mi Lucinda.
Francesca levantó una ceja.
– Yo no soy una actriz. ¿Quién te dió esa idea?
El frunció el entrecejo.
– Nunca pongo etiquetas a las personas. Tú eres lo que yo percibo que seas. Le diré a mi productor que simplemente me niego a hacer la película sin tí.
– ¿No piensas que eso sería algo muy extraño? -dijo con una sonrisa-. Practicamente lo has decidido en menos de cinco minutos.
– Lo he sabido toda mi vida, y siempre confío en mis instintos; eso es lo que me diferencia de los otros -los labios formaron un óvalo perfecto y emitieron un segundo anillo del humo-. El papel es pequeño pero memorable. Experimento con el concepto del viaje físico así como espiritual en el tiempo… una plantación meridional en la cima de su prosperidad en el siglo XIX y luego la misma plantación hoy, abandonada y decadente. Quiero utilizarte al principio en varias escenas cortas pero infinitamente memorables, mostrándote como una joven virgen inglesa que viene a la plantación. No tiene guión, pero su presencia consume absolutamente la pantalla. Esto podría ser un gran escaparate si estás interesada en hacer una carrera.
Por una fracción de segundo, Francesca sintió realmente una tierra virgen, teniendo una loca e irracional tentación. Una carrera cinematográfica sería la respuesta perfecta a todas sus dificultades financieras, y la actuación y el drama siempre han sido parte de ella.
Pensó en su amiga Marisa Berenson, que le iba fenomenalmente bien en su carrera cinematográfica, y entonces casi se rió en voz alta ante su propia candidez. Los verdaderos directores no abordaban a mujeres extrañas en cócteles y les ofrecían papeles cinematográficos.
Byron había sacado un pequeño cuaderno con pastas de cuero del bolsillo del pecho y garabateaba algo adentro con una pluma de oro.
– Tengo que salir de Londres mañana para los Estados Unidos, así que me llamas a mi hotel antes del mediodía. Aquí podrás localizarme. No me desilusiones, Francesca. Mi futuro entero depende de tu decisión. No puedes rechazar esta oportunidad de aparecer en una pelicula americana de alto nivel.
Cuando tomó el papel y lo deslizó en su bolsillo, ella se refrenó de comentarle que esa Delta Blood no sonaba precisamente como una pelicula americana de alto nivel.
– He estado encantada de hablar contigo, Lloyd, pero comprende que no soy una actriz.
El presionó ambas manos, una conteniendo su bebida y la otra su boquilla, sobre sus orejas de modo que parecía una criatura espacial echando humo.
– ¡Nada de pensamientos negativos! Tú eres lo que te propongas ser. Una mente creadora rechaza absolutamente los pensamientos negativos. Llámame antes de mediodía, querida. ¡Simplemente te tengo que tener!
Con eso, él se dirigió hacia Miranda. Mientras lo miraba, Francesca sintió una mano pasarle por los hombros, y una voz cuchicheando en su oído:
– Él no es el único que te tiene que tener.
– Nicky Gwynwyck, eres un horrible maníaco sexual -dijo Francesca, girando para plantar un beso fugaz en la mandíbula lisamente afeitada-. Acabo de encontrar al hombrecito más divertido. ¿Lo conoces?
Nicholas sacudió la cabeza.
– Es uno de los amigos de Miranda. Ven conmigo al comedor, querida. Quiero mostrarle lo nuevo de Kooning.
Francesca inspeccionó obedientemente la pintura, y siguió charlado con varios amigos de Nicky. Se olvidó por completo de Lloyd Byron hasta que Miranda Gwynwyck la abordó cuando ella y Nicholas se preparaban para salir.
– Felicidades, Francesca -dijo Miranda-. He oído la maravillosa noticia. Pareces tener un talento especial para aterrizar de pie. Igual que un gato…
Francesca sentía una seria aversión por hermana de Nicholas. Encontraba a Miranda seca y estirada como la ramita marrón flaca a la que se parecía, así como ridículo su afán sobreprotector hacía un hermano suficientemente mayor para cuidar de si mismo. Las dos mujeres habían renunciado hacía bastante tiempo a mantener algo más que una superficial cortesía.
– Hablando de gatos -dijo agradablemente-. Estás verdaderamente divina, Miranda. Cómo sabes combinar y jugar con las rayas. ¿Pero acerca de qué noticias maravillosas hablas?
– ¿De qué?, de la película de Lloyd, por supuesto. Antes de irse, me dijo que te reservaba un papel importante. Todos en la sala se mueren de envidia.
– ¿Y realmente lo creiste? -Francesca subió una ceja.
– ¿No es cierto?
– Por supuesto que no. No creo que me convenga aparecer en películas de cuarta categoria.
La hermana de Nicholas echó la cabeza atrás y rió, sus ojos brillando con un brillo inusitado.
– Pobre Francesca. De cuarta categoría, verdaderamente. Pensaba que sabías más. Obviamente no estas tan al corriente como quieres hacer creer.
Francesca, que consideraba estar al corriente de todo de las personas a las que conocía, apenas podía ocultar su molestia.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Lo lamento, querida, no lo dije para insultarte. Acabo de comprender que no has oído nada de Lloyd. El ganó la Palma de Oro en Cannes hace cuatro años, ¿no lo recuerdas? Los críticos simplemente le adoran,todas sus películas son unas alegorías maravillosas,y ciertamente su nueva producción será un éxito inmenso. El trabaja sólo con los mejores.
Francesca sintió una emoción diminuta de entusiasmo cuando Miranda pasó a enumerar todos los famosos actores con quién Byron había trabajado. A pesar de su política, Miranda Gwynwyck era un tremenda esnob, y si ella consideraba a Lloyd Byron un director respetable, Francesca decidió que necesitaba dar a su oferta un poco más de consideración.
Desgraciadamente, tan pronto como dejaron el hogar de su hermana, Nicky la llevó a un club privado que acaban de abrir en Chelsea.
Permanecieron hasta casi la una, y entonces él intentó propasarse de nuevo y tuvieron otra discursión terrible, absolutamente la última, en cuanto a ella, por tanto no se fue a dormir hasta muy tarde. Como resultado, era mediodía bien pasada cuando se despertó al día siguiente, e incluso se levanto entonces porque Miranda la llamó para preguntarle algo absurdo acerca de una modista.
Saltando fuera de cama, maldijo a la criada de Cissy que no la despertó más temprano y voló a través del alfombrado suelo del dormitorio de huéspedes, dejando abierta la cinta en la parte delantera de su camisón de salmón Natori cuando se movía. Se bañó rápidamente, se puso unos pantalones negros de lana sobrepasados con un suéter carmesí y amarillo de Sonia Rykiel. Después que aplicar lo indispensable de colorete, de sombra de ojo, y de brillo labial, poniéndose un par de botas hasta la rodilla de tacón alto, y llegó extenuada al hotel de Byron donde el empleado la informó que el director ya había salido.
– ¿Dejó algún recado? -preguntó, golpeando con las uñas impacientemente en el mostrador.
– Lo miraré.
El empleado volvió poco después con un sobre. Francesca lo abrió y escudriñó rápidamente el mensaje.
¡ Hosanna, querida Francesca!
Si lees esto, has recuperado el sentido común, aunque resulta verdaderamente inhumano que no me hayas llamado antes de irme. Me encontraré contigo en Louisiana este viernes como muy tarde. Vuela hasta Gulfport, Misisipí, y alquila un conductor que te lleve a la plantación de Wentworth según las direcciones que te incluyo. Mi ayudante preparará el permiso de trabajo, el contrato, etc., cuando llegues, y te reembolsará los gastos del viaje también. Manda tu aceptación inmediatamente con cuidado de no perder las direcciones, para que pueda ver de nuevo tu maravillosa sonrisa.
¡Ciao, mi nueva y hermosa estrella!
Francesca metió las direcciones en su bolso junto con la nota de Byron. Recordó a Marisa Berenson lo exquisitamente perfecta que había estado en Cabaret y en Barry Lyndon y lo celosa que había estado ella cuando la veía en esas películas. Qué manera perfectamente maravillosa de hacer dinero.
Y entonces frunció el entrecejo cuando recordó el comentario de Byron acerca de reembolsarle los gastos del viaje. Si hubiera llegado antes él podría haberle pagado el billete. Ahora tendría que pagárselo ella misma, y estaba casi segura que no había suficiente dinero en su cuenta para pagar el billete de avión.
Esas tonterías ridículas acerca de sus tarjetas de crédito habían cerrado temporalmente ese grifo, y después de lo de anoche se negaba absolutamente a hablar con Nicky. ¿Así que dónde podía conseguir el dinero para un billete de avión? Miró en el reloj detrás del escritorio y vio que era tarde para su cita con su peluquero. Con un suspiro, se puso el bolso bajo el brazo. Tendría que llegar apenas sin ayuda.
– Perdone, Sr. Beaudine -la auxiliar de vuelo entrada en carnes de Delta se paró junto al asiento del Dallie-. ¿Le importaría firmarme un autógrafo para mi sobrino? El juega en su equipo del golf del colegio. Su nombre es Matthew, y es un gran aficionado suyo.
Dallie miró el escote con una sonrisa apreciativa y levantó la mirada a su cara, que no era exactamente tan buena como el resto de ella, pero aún tenía cierto encanto.
– Estaré encantado -dijo, tomando el bloc y el boli que ella le ofrecía-. Espero que él juegue mejor de lo que lo he estado haciendo yo últimamente.
– El copiloto me ha comentado que tuviste ciertos problemas en Firestone hace unas semanas.
– Cielo, yo inventé los problema en Firestone.
Ella se rió apreciativamente y luego bajó la voz de modo que sólo él pudiera oírla.
– Apuesto que has inventado problemas en muchos sitios además de los campos de golf.
– Hago todo lo posible -le dedicó una sonrisa lenta…
– Podías llamarme y vernos la próxima vez que estés en Los Angeles, ¿de acuerdo? -ella garabateó algo en el bloc que él le había devuelto, arrancó la hoja, y se la dió con otra sonrisa.
Cuando se marchó, él metió el papel en el bolsillo de sus vaqueros donde lo empujó contra otra notita que la chica del mostrador de Avis había metido ella misma cuando dejaba el coche de alquiler en L.A.
Skeet gruñó en él asiento junto a la ventana.
– Te apuesto lo que quieras que ni siquiera tiene un sobrino, y si lo tiene, seguro que no sabe ni quién eres.
Dallie abrió el libro Breakfast in Champions de Vonnegut y comenzó a leer. Odiaba hablar con Skeet en los aviones casi más que cualquier cosa. A Skeet no le gustaba viajar a menos que lo hiciera en coche, a ser posible con ruedas Goodyear y por carreteras interestatales.
Pocas veces tenían que dejar su nuevo Riviera para volar por el pais para jugar un torneo, como este viaje de Atlanta a L.A. y vuelta. La disposición normalmente espinosa de Skeet, en este momento estaba completamente amargada.
De nuevo miró ceñudo a Dallie.
– ¿Cuánto tardaremos en llegar a Mobile? Odio estos condenados aviones, y espero que no me sueltes otra vez el rollo de las leyes de la física. Sabes que no hay nada más que aire entre nosotros y el suelo, y el aire no creo que pueda sostener un aparato tan grande aquí arriba.
Dallie cerró ojos y dijo ligeramente:
– Cállate, Skeet.
– Espero que no te duermas. ¡Maldita sea, Dallie, te lo advierto! Sabes cuánto odio volar. Lo menos que podías hacer es mantenerte despierto y hacerme compañía.
– Estoy cansado. No dormí suficiente anoche.
– No es de extrañar. Andas de parranda hasta las dos de la mañana y llegas cargando a ese saco de huesos sarnoso de perro contigo.
Dallie abrió los ojos y miró a Skeet.
– No creo que Astrid merezca que la llames perro sarnoso.
– ¡Ella no! ¡El perro, no trates de engañarme! Maldita sea, Dallie, podía oír ese perro callejero gimoteando a través de la pared del motel.
– ¿Qué querías que hiciera? -contestó Dallie, girando para mirar a un ceñudo Skeet-. ¿ Dejarle muriéndose de hambre en la autopista?
– ¿Cuánto dinero has pagado esta mañana en el mostrador de recepción cuando dejábamos el motel?
Dallie murmuró algo que Skeet no pudo oír exactamente.
– ¿Que carajo has dicho? -dijo Skeet agresivamente.
– ¡He dicho cien! Cien hoy y otros cien el próximo año cuando vuelva y encuentro el perro en buen estado.
– Maldito tonto -murmuró Skeet-. Tú y tus buenas obras. Has dejado perros callejeros a cargo de directores de moteles en más de treinta estados. No entiendo ni como pagas la mitad de las manutenciones. Perros callejeros. Y niños abandonados…
– Niño. Sólo fue uno, y lo monté en un autobús en Trailways el mismo día.
– Tú y tus malditas buenas obras.
La mirada de Dallie barrió lentamente a Skeet de los pies a la cabeza.
– Sí -dijo-. Yo y mis malditas buenas obras.
Eso cerró la boca de Skeet un rato, que era exactamente lo qué Dallie había pensado. Abrió el libro por segunda vez, y tres hojas azules dobladas por la mitad cayeron en su regazo. Los desplegó mirando los dibujos de Snoopy al principio y la fila de X al final, y empezó a leer.
Estimado Dallie,
Me encuentro al lado de la piscina de Rocky Halley con un diminuto bikini púrpura que deja poco a la imaginación. ¿Recuerdas a Sue Louise Jefferson, la chica que trabajaba en la Dairy Queen (Reina Lechera, N.deT)y traicionó a sus padres para ir al norte a la Universidad de Purdue en lugar de a la Baptista East Texas porque quería ser Animadora de los Boilermakers, pero entonces se arrepintió tras el partido del Estado de Ohio y se marchó con un linebacker de Buckeye en su lugar? (Purdue perdió 21-13.).
Te lo cuento porque he estado pensando en un día hace años cuando Sue Louise estaba todavía en Wynette y estaba en lo más alto y su novio tenía que correr los cien metros para ponerse a su altura. Sue Louise me miró (yo había pedido una taza de chocolate espolvoreado con vainilla) y me dijo "Estoy pensando en mi vida trabajando en Dairy Queen, Holly Grace. Está todo tan delicioso. El helado sabe tan bueno que te da escalofrios y acaba escurriéndose por todas partes en tu mano".
Mi vida se me escurre así, Dallie.
Después de conseguir el cincuenta por ciento sobre la cuota para las sanguijuelas del Equipo Deportivo Internacional, me echaron de la oficina la semana pasada por el nuevo V.P.y me dijo que necesitan otra persona como director regional de ventas del sudoeste. Después de eso me dijo el nombre del nuevo director, un hombre por supuesto, y puse el grito en el cielo y le dije que iba derecha a poner una demanda por trato discriminatorio. Él me dijo, "Un momento, un momento, cariño. Vosotras las mujeres sois demasiado sensibles sobre este tipo de cosas. Quiero que confies en mi".Le contesté que no confiaba en él porque el me daría una jubilación anticipada para ser ama de casa. Siguieron palabras más fuertes, y por eso me encuentro en este momento tumbada al lado de la piscina del número 22, en lugar de estar de aeropuerto en aeropuerto.
Viéndolo por el lado bueno… mi corte de pelo a lo Farrah Fawcett está resultando un éxito espectacular y el Firebird corre fenomenal. (Era el carburador, como me habías dicho).
No pases por ningún puente (fallar un golpe) y sigue haciendo birdies.
Te quiero.
Holly Grace
Pd: Te he contado esto de Sue Louise Jefferson por si la ves cuando pases por Wynette, pero no le digas nada del linebaker de Buckeye.
Sonrió para si mismo, dobló la carta en cuartos, y se la guardó en el bolsillo de la camisa, el lugar más cercano que podía encontrar de su corazón.