Capítulo 25

Teddy miraba fijamente a la espalda de Dallie cuando los dos estaban ante el mostrador de un McDonald en la 1-81. Le gustaría tener una camisa roja y negra de franela así, con un amplio cinturón de cuero y vaqueros con un bolsillo roto.

Su mamá tiraba sus vaqueros en cuanto tenían el más pequeño agujero en la rodilla, justo cuando comenzaba a sentirlos suaves y cómodos. Teddy miró hacía abajo a sus zapatillas de lona y luego a las botas camperas marrones de Dallie. Decidió que pondría unas botas camperas en su carta de Navidad.

Cuando Dallie recogió la bandeja y anduvo hacia una mesa, Teddy trotó detrás de él, sus pequeñas piernas dando saltitos, intentando seguirlo. Al principio cuando habían estado dirigiéndose de Manhattan a Nueva Jersey, Teddy había intentado preguntarle a Dallie si tenía un sombrero de vaquero o montaba a caballo, pero Dallie no había dicho mucho.

Teddy finalmente se había callado, aun cuando tenía un millón de cosas que quería preguntarle.

Tanto como Teddy podía recordar, Holly Grace le había contado historias sobre Dallie Beaudine y Skeet Cooper… como se habían conocido en una carretera cuando Dallie sólo tenía quince años y se escapaba de los malos tratos de Jaycee Beaudine, y como habían viajado intentando desplumar a los muchachos ricos en los clubs de campo.

Le había contado sobre peleas de bar y como ganó un torneo con un gran golpe en el hoyo 18 y otras milagrosas victorias arrebatadas de las mandíbulas de la derrota. En su mente, las historias de Holly Grace se mezclaban con las historias de sus comics de Spiderman y sus libros de La Guerra de las Galaxias y también con las historias que leía en el colegio sobre el Salvaje Oeste.

Después de que se habían ido a vivir a Nueva York, Teddy había pedido a su mamá que le llevara a conocerlo cuando él fuera a visitar a Holly Grace, pero ella siempre tenía una excusa u otra. Y ahora que esto finalmente había pasado, Teddy sabía que este debía ser más o menos el día más apasionante de su vida.

Pero quería irse a casa ahora porque esto no resultaba para nada como se había imaginado.

Teddy desempaquetó la hamburguesa y levantó la tapa del pan. Tenía ketchup por todas partes. La volvió a empaquetar. De repente Dallie se giró en su asiento y miró directamente a través de la mesa a la cara de Teddy.

Se miraron fijamente, sin decir una palabra.

Teddy comenzó a sentirse nervioso, como si hubiera hecho algo malo. En su imaginación, Dallie habría hecho cosas como bromear y chocar esos cinco, del modo que Gerry Jaffe hacía. Dallie diría, "¡Eh!, compañero, eres la clase de chico que necesito y a Skeet y a mí podría gustarnos tenerte con nosotros cuando las cosas estén complicadas." En su imaginación, Dallie le querría muchísimo más.

Teddy cogió su Coca Cola y fingió estudiar unos posters que había a un lado de la sala cerca del mostrador del McDonald.

Le parecía gracioso que se encontrara con Dallie ahora que su madre estaba tan lejos… hasta no sabía si Dallie y su mamá se conocían. Pero si Holly Grace había dicho que Dallie era bueno, él suponía que lo era. De todos modos él deseaba que su mamá estuviera con ellos en este momento.

Dallie habló tan bruscamente que Teddy brincó.

– ¿Siempre llevas esas gafas?

– No siempre -Teddy se las quitó, doblando con cuidado las patillas, las puso sobre la mesa. Tapando con ellas el signo de McDonalds-. Mi mamá dice que lo que importa de una persona es lo que hay en su interior, no si es guapo o si lleva gafas o no.

Dallie hizo una especie de ruido que no pareció muy agradable, y luego señaló la hamburguesa con la cabeza.

– ¿Por qué no comes?

Teddy empujó el paquete con la punta del dedo.

– Dije que quería una hamburguesa sóla -murmuró-. Esta tiene ketchup.

La cara de Dallie hizo una mueca graciosa.

– ¿Y qué? Un poquito de ketchup no hace daño a nadie.

– Soy alérgico.

Dallie resopló, y Teddy comprendió que no le gustaba la gente que no tomaba ketchup o la gente que tenía alergias. Pensó comerse la hamburguesa de todos modos, solamente para mostrarle que podía hacerlo, pero ya sentía el estómago revuelto, y el ketchup le hacía pensar en sangre, tripas y comer globos oculares.

Además, terminaría con una erupción por todas las partes de su cuerpo.

Teddy intentó pensar en algo que decir para ganar la atención de Dallie. No estaba acostumbrado a tener que impresionar a un adulto. Los niños de su propia edad, a veces pensaban que él era un idiota o él pensaba que ellos eran idiotas, pero no con adultos. Se mordió el labio inferior durante un minuto, y luego dijo:

– Tengo un I.Q. de ciento sesenta y ocho. Voy a una clase especial.

Dallie resopló otra vez, y Teddy supo que había cometido otro error. Había sonado jactancioso, pero pensaba que Dallie podría estar interesado.

– ¿Quién te puso este nombre…Teddy? -preguntó Dallie. Dijo el nombre en tono jocoso, como no gustándole mucho.

– Cuando nací, mi mamá leía una historia sobre un niño llamado Teddy, escrito por un escritor famoso…J. R. Salinger. Es el diminutivo de Theodore.

La expresión de Dallie se puso aún más ácida.

– J. D. Salinger. ¿Alguien te llama Ted?

– Oh, sí -mintió-. Casi todos. Todos los niños y creo que todos, más o menos excepto Holly Grace y mamá. Tú puedes llamarme Ted si quieres.

Dallie metió la mano en su bolsillo y sacó la cartera. Teddy vió algo duro y frío en su cara.

– Toma y pídete otra hamburguesa de la manera como te gustan.

Teddy miró el billete de un dólar que Dallie le ofrecía y agarró su hamburguesa.

– Creo que esta estará bien -despacio empezó a desenvolverla de nuevo.

La mano de Dallie se cerró de golpe sobre la hamburguesa.

– Dije que vayas a comprarte otra, ¡maldita sea!

Teddy se sintió enfermo. A veces su mamá le gritaba si él hacía una observación impertinente o no hacía sus tareas, pero nunca hacía que se sintiera como ahora con su estómago moviéndose, porque él sabía que su mamá le amaba y no quería que creciera siendo un tonto. Pero podía jurar que a Dallie no le gustaba. Y a él tampoco le gustaba Dallie. La boca de Teddy era una línea pequeña, rebelde.

– No tengo hambre, y quiero ir a mi casa.

– Bien, pues eso me parece condenadamente mal. Estaremos viajando un rato, como ya te dije.

Teddy lo miró airadamente.

– Quiero ir a mi casa. Tengo que ir al colegio el lunes.

Dallie se levantó de la mesa y señaló con la cabeza hacia la puerta.

– Vamos. Si vas a actuar como un mocoso consentido, puedes hacerlo mientras estamos en la carretera.

Teddy se quedó detrás de él mientras andaban hacía la puerta. Ya no se preocupaba por las viejas historias de Holly Grace. Por lo que estaba preocupado, era que Dallie era una vieja y gran comadreja babosa. Poniéndose de nuevo las gafas, Teddy se metió la mano en el bolsillo.

Sentía el interruptor tibio y tranquilizador cuando lo colocó contra su palma. Deseó que fuera un arma de verdad. Si Lasher el Grande estuviera aquí, podría cuidarse de Dallie "comadreja babosa" Beaudine.

En cuanto el coche entró en la interestatal, Dallie apretó el acelerador y se movió al carril izquierdo. Sabía que actuaba como un verdadero hijo de puta. Lo sabía, pero no podía detenerse. La rabia no lo abandonaba, y quería golpear algo y destrozarlo como no había querido hacer nada en su vida. Su cólera seguía devorándole, haciéndose más grande y más fuerte hasta que apenas podía contenerla. Sentía como si un poco de su virilidad hubiera sido cortada.

Tenía treinta y siete años y no tenía una maldita cosa que mostrarle a nadie. Era un golfista profesional de segunda fila. Había sido un fracaso como marido, un maldito criminal como padre. Y ahora esto.

Esa ramera. Esa pequeña ramera, egoísta y maldita niña rica. Dio a luz a su hijo y nunca dijo una palabra. Todas esas historias que le contó a Holly Grace… todas mentira.

Se las habían creido. Cristo, se había vengado pero bien, como dijo que haría aquella noche en la pelea del aparcamiento. Con un chasquido de sus dedos, había dado el más despectivo "que te jodan" que una mujer podía dar a un hombre. Le había privado del derecho de conocer a su propio hijo.

Dallie echó un vistazo al niño sentado en el asiento del pasajero a su lado, el hijo que era la carne de su carne tan seguramente como Danny había sido. Francesca debía haber descubierto ya que él había desaparecido. Pensarlo le dio una satisfacción amarga en ese momento.

Esperaba que ella sufriera de verdad.


* * *

Wynette estaba igual como Francesca lo recordaba, aunque algunas tiendas habían cambiado. Cuando observaba el pueblo por el parabrisas de su coche alquilado, comprendió que la vida la había llevado en un círculo enorme hacía el punto donde todo había comenzado realmente para ella.

Encorvó sus hombros en una tentativa vana de aliviar un poco de la tensión en su cuello. Todavía no sabía si había hecho lo correcto abandonando Manhattan para volar a Texas, pero después de tres insoportables días de espera que sonara el teléfono y de esquivar a los reporteros que querían entrevistarla sobre su relación con Stefan, había llegado el momento de ponerse a hacer algo.

Holly Grace había sugerido que volara a Wynette.

– Ahí es donde Dallie siempre se dirige cuando está dolido -había dicho -y adivino que él está bastante dolido ahora mismo.

Francesca había intentado no hacer caso a la acusación de la voz de Holly Grace, pero eso era difícil. Después de diez años de amistad, su relación estaba seriamente en peligro. El día que Francesca había vuelto de Londres, Holly Grace había anunciado:

– No te voy a dar la espalda, Francesca, aunque esa es la manera que lo siento, pero va a pasar mucho tiempo antes de que vuelva a confiar en tí.

Francesca había intentado hacerla entender.

– Yo no podía decirte la verdad. No sabiendo lo cercana que estás de Dallie.

– ¿Entonces me mentiste? Me contaste ese estúpido cuento sobre el padre de Teddy en Inglaterra, y yo lo creí todos estos años -la cara de Holly Grace se había oscurecido con la cólera-. ¿No entiendes que la familia significa todo para Dallie? Con otros hombres esto no podría importar, pero Dallie no se parece a otros hombres. Él ha pasado toda su vida intentando crear una familia alrededor de él… Skeet, la Señorita Sybil, yo, todos aquellos a los que ha ido recogiendo en estos años. Esto va más o menos a matarlo. Su primer hijo murió, y tú le robaste el segundo.

Una ola de cólera se había disparado por Francesca, más grande porque había sentido un pinchazo de culpa.

– ¡No te atrevas a juzgarme, Holly Grace Beaudine! Tú y Dallie teneís unas ideas terriblemente irresponsables de moralidad, y no tendré a ninguno de vosotros sacudiendo su dedo ante mí. No sabes lo que es odiar lo que eres… tener que rehacerte. Hice lo que tenía que hacer entonces y si atravesara ahora por la misma situación, haría exactamente lo mismo.

Holly Grace había sido impasible.

– ¿Entonces serías una ramera dos veces, verdad?

Francesca parpadeó contra las lágrimas cuando giró en la calle dónde estaba la casa de huevos de Pascua de Dallie. Estaba desanimada ante la incapacidad de Holly Grace para entender que para Dallie el asunto con ella no había sido nada más que una pequeña diversión sexual en su vida… seguramente nada para justificar el secuestro de un niño de nueve años.

¿Por qué Holly Grace tomaba partido contra ella? Francesca se preguntaba si hacía lo correcto por no implicar a la policía, pero no podía soportar la idea de ver el nombre de Teddy por todas partes en los tabloides.

"El Querido Hijo de la Famosa Presentadora de Televisión secuestrado por su Padre Golfista Profesional."

Podía verlo… las fotografías de todos ellos. Su relación con Stefan se haría más pública, y desenterrarían todas las viejas historias sobre Dallie y Holly Grace.

Francesca recordaba demasiado bien que había pasado después de que " China Colt" hubiera hecho famosa a Holly Grace. Cada detalle de su insólito matrimonio con uno de los jugadores más atractivos del golf profesional de repente se había sido carnaza para los medios de comunicación, y una historia seguía a otra, ningúno de ellos podía ir a ningún sitio sin ser perseguidos por paparazzis.

Holly Grace lo manejaba mejor que Dallie, quien estaba acostumbrado a reporteros deportivos, pero no a la prensa sensacionalista. No le había llevado mucho tiempo comenzar a lanzar sus puños, que eventualmente habían atraído la atención del comisionado de la PGA.

Después de un altercado especialmente repugnante en Albuquerque, Dallie había sido suspendido para jugar torneos durante varios meses. Holly Grace se había divorciado de él poco después para intentar hacer sus vidas más pacíficas.

La casa todavía era color lavanda y tenía la cadena de liebres saltando, aunque la pintura de mandarina había sido retocada por una mano menos experta que la de la Señorita Sybil.

La vieja maestra encontró a Francesca en la puerta. Habían pasado diez años desde que se habían visto por última vez. La Señorita Sybil se había encogido en el tamaño y sus hombros estaban más inclinados, pero su voz no había perdido su autoridad.

– Entra, querida, entra y quítate el frío. Yo, yo, pensaría que esto es Boston en vez de Texas, por la manera que han bajado las temperaturas. Querida, me has tenido en ascuas desde que me llamaste.

Francesca le dio un abrazo apacible.

– Gracias por permitirme venir. Después que todo lo que dije por teléfono, no estaba segura que quisieras verme.

– ¿No querer verte? Mi cielo, he estado contando las horas -la Señorita Sybil abrió el camino hacia la cocina y mientras le preguntaba si le apetecía un café-. No me gusta quejarme, pero la vida no ha sido muy interesante últimamente. No puedo moverme alrededor del modo que lo hacía, y Dallas andaba en compañía de una jóven tan terrible. No pude interesarla ni en Danielle Steel, sin hablar de los clásicos.

Hizo gestos a Francesca para que se sentara en una silla enfrente de ella en la mesa de la cocina.

– Yo, yo, no puedo decirte lo orgullosa que estoy de tí. Cuando pienso lo lejos que has llegado… -de pronto taladró a Francesca con su intimidante mirada de maestra-. Ahora cuéntame todo sobre esta terrible situación.

Francesca se lo contó, con todos los detalles. Para su alivio, la Señorita Sybil no fue casi tan condenatoria como Holly Grace había sido. Ella parecía entender la necesidad de Francesca de establecer su independencia; sin embargo, estaba claramente preocupada por la reacción de Dallie al descubrir que tenía un hijo.

– Creo que Holly Grace tiene razón -dijo finalmente-. Dallas debe estar en camino hacía Wynette, y podemos estar completamente seguras que no se ha tomado esto bien. Te quedarás en el cuarto de huéspedes, Francesca, hasta que él venga.

Francesca había planeado quedarse en el hotel, pero aceptó la invitación con gratitud. Mientras permaneciera en la casa, sentiría que de algún modo estaba más cerca de Teddy.

Media hora más tarde, Francesca se encontró acostada bajo un viejo edredón remendado mientras la luz del sol de invierno goteaba por las cortinas caladas y el radiador viejo silbaba con un flujo consolador de calor. Se durmió casi al instante.

A mediodía del día siguiente, Dallie todavía no había aparecido y ella estaba casi frenética con la ansiedad.

¿Tal vez debería haberse quedado en Nueva York? ¿Y si él no venía a Wynette?

Más tarde llamó Holly Grace y le dijo que Skeet había desaparecido.

– ¿Qué significa, desaparecido? Dijo que se pondría en contacto contigo si oía algo.

– Dallie probablemente lo ha llamado y le ha dicho que tenga la boca cerrada. Supongo que Skeet ha ido a encontrarse con él.

Francesca se sintió enfadada e impotente. Si Dallie le pidiera a Skeet que se pusiera una pistola en la cabeza, él probablemente lo haría, también. Al mediodía, cuando la Señorita Sybil se marchó para ir a su clase de cerámica, Francesca estaba al borde de un ataque de nervios.

¿Qué hacía que Dallie tardaba tanto tiempo? Con miedo de irse de la casa por si Dallie aparecía, intentó estudiar la materia de Historia Americana para su examen de ciudadanía, pero no podía concentrarse. Comenzó a pasearse impaciente por la casa y terminó en el dormitorio de Dallie, donde una colección de sus trofeos de golf colocados en la ventana delantera recibía la fina luz invernal.

Recogió un ejemplar de una revista de golf con su imagen en la portada. "Dallas Beaudine, siempre una Dama de Nonor…Nunca una Novia" Ella notó que las líneas de risa en las esquinas de sus ojos eran más profundas y sus rasgos tenían un molde más agudo, pero la madurez no le había privado ni un ápice de su belleza. Era aún más magnífico de lo que recordaba.

Buscó en su cara algún pequeño parecido con Teddy, pero no vio nada. Otra vez, se preguntó como había sabido que Teddy era su hijo.

Dejando la revista, observó la cama y una lluvía de recuerdos cayó sobre ella. ¿Aquí es dónde Teddy había sido concebido, o había pasado antes, en un pantano de Louisiana cuando Dallie la había tumbado sobre el capó de un Buick Riviera?

El teléfono al lado de la cama sonó. Se golpeó el pie sobre el marco de la cama cuando corrió y agarró rápidamente el receptor.

– ¡Hola!! ¿¡Hola!?

El silencio la saludó.

– ¿Dallie? -el nombre salió como un sollozo-. ¿Dallie, eres tú?

No hubo ninguna respuesta. Ella sintió un hormigueo detrás de su cuello, y el corazón comenzó a acelerarse. Estaba segura de quién estaba allí; su oído se esforzó por coger un sonido.

– ¿Teddy? -susurró-. Teddy…soy mamá.

– Soy yo, señorita Pantalones de Lujo -la voz de Dallie era baja y amarga, diciendo su mote en un tono que parecía una obscenidad-. Tenemos una conversación pendiente. Encuéntrate conmigo en la cantera al norte del pueblo en media hora.

Oyó el carácter definitivo de su voz y gimió,

– ¡Espera! ¿Está Teddy contigo? ¡Quiero hablar con él!

Pero la línea se cortó.

Corrió hacía abajo, precipitándose hacía el armarío del pasillo, cogió la chaqueta de ante y se la puso sobre el suéter y los vaqueros. Aquella mañana, había atado su pelo en la nuca con una bufanda, y ahora, con su prisa, consiguió que la fina seda se enredada en el cuello de la chaqueta.

Sus manos temblaban cuando tiró de la bufanda. ¿Por qué le hacía esto? ¿Por qué no había llevado a Teddy a la casa? ¿Y si Teddy estaba enfermo? ¿Y si le había pasado algo?

Su respiración era rápida y superficial cuando entró en el coche y lo sacó a la carretera. No haciendo caso al límite de velocidad, condujo hasta la primera estación de servicio que pudo encontrar y preguntó.

Las instrucciones eran complejas, y omitió un indicador de ruta al norte de la ciudad, pasándose varias veces antes de que encontrara el camino de tierra que conducía a la cantera. Le dolían las manos de lo fuerte que apretaba el volante. Había pasado más de una hora desde su llamada.

¿Él la esperaría? Se dijo que Teddy estaba a salvo…Dallie podría hacerla daño, pero nunca lastimaría a un niño. El pensamiento le trajo un pequeño consuelo.

La cantera estaba al final del camino como una herida gigantesca, triste y desolada en la luz gris de invierno, agobiante por su tamaño. El último turno de trabajadores al parecer había terminado ya, pues todo se veía desierto. Camiones vacios estaban al lado de las pirámides rojizas.

Los kilómetros de correas transportadoras silenciosas pintadas de verde parecían tentáculos gigantes canalizados encima de la tierra. Francesca se dirigió a través del patio hacia un edificio de metal acanalado, pero no vio ningún signo de vida, ningún vehículo más que los camiones de cantera parados.

Llegaba muy tarde, pensó. Dallie ya se había marchado. Con la boca seca por la ansiedad, condujo fuera del patio y a lo largo del camino al centro de la cantera.

Francesca lo contempló, en su estado de ánimo inquieto, como si un cuchillo gigantesco hubiera abierto la tierra, haciendo un camino directamente hacía el infierno. Solitario, misterioso, crudo, el cañón de la cantera achicaba todo sobre el horizonte.

Unos árboles dispersos con sus ramas desnudas encima del borde sobre el lado de enfrente se parecían a palillos, las colinas en la distancia como el bebés de montaña. Incluso el cielo que se oscurecía parecía enorme; parecía más bien una tapa que había sido dejada caer abajo sobre una enorme caldera vacía.

Se estremeció cuando se obligó a dirigirse al borde, donde doscientos pies de granito rojo habían sido cortados capa por la capa, el proceso de profanación revelando paradójicamente los secretos de su creación.

Con lo último de la luz, débilmente pudo distinguir uno de los coches de juguete de Teddy en el interior.

Por una fracción de segundo se sintió desorientada, y luego comprendió que el coche era de verdad, no un juguete en absoluto. Era tan verdadero como el hombre Lilliputiense que se apoyaba contra el capó.

Cerró los ojos un momento, y su barbilla tembló. Él había escogido este lugar horrible deliberadamente porque quería que ella se sintiera pequeña e impotente. Luchando para recuperar el control, condujo a través del borde, casi omitiendo un escarpado camino de grava que conducía a las profundidades de la cantera. Despacio, comenzó su pendiente.

Como las paredes oscuras de la cantera se elevaban encima de ella, mentalmente se estabilizó. Durante años, había estado luchando con barreras aparentemente impenetrables, aporreándose contra ellas hasta que cedieron. Dallie era simplemente otra barrera que tenía que mover.

Y además tenía una ventaja que él no podía preveer. A pesar de lo que había oído de ella, él esperaba encontrarse a la muchacha que recordaba, sus Pantalones de Lujo de veintiun años.

Cuando había mirado fijamente hacía abajo dónde estaba en la cantera, había presentido que estaba él solo. Según se iba acercando, no vio nada que la hiciera pensar de manera diferente.

Teddy no estaba allí.

Dallie quería extraer su libra de carne antes de que le entregara a su niño. Aparcó su coche en un ángulo frente a él, pero casi a veinte metros de distancia. Si esto era un enfrentamiento, jugaría su propia guerra de nervios. La luz casi se había ido y dejó los faros encendidos.

Abriendo la puerta, salió despacio… sin ninguna prisa, ningún movimiento malgastado, ningún vistazo de más hacía las enormes paredes de granito. Fue hacia él despacio, andando por el camino que abrían las luces de los faros con los brazos a los lados y la espalda recta.

Una ráfaga de viento helado levantó su bufanda y la azotó contra su mejilla. Cerró los ojos un instante.

Él estaba esperándola apoyado en el coche, las caderas inclinadas en un ángulo contra el frente del capó, los tobillos cruzados, los brazos cruzados… todo en él parecía duro y remoto.

Llevaba la cabeza descubierta, y una camiseta sin mangas debajo de la camisa de franela. Sus botas polvorientas con la arena roja de la cantera, como si hubiera estado allí durante algún tiempo.

Ella se acercó él, con la barbilla alta, y la mirada fija. Sólo cuando estuvo bastante cerca pudo ver su mal aspecto, nada que ver con la fotografía de la portada de la revista. Con la luz del coche, notó sus ojeras y su palided, y su mandíbula con barba de varios dias. Sólo aquellos ojos Newman-azules le eran familiares, pero se habían vuelto tan fríos y difíciles como la roca bajo sus pies. Se paró delante de él.

– ¿Dónde está Teddy?

Una ráfaga de viento barrió la cantera, levantando el pelo de su frente. Se retiró del coche y se incorporó en toda su altura. De momento él no dijo nada.

Solamente se quedó allí mirándola como si ella fuera un pedazo particularmente asqueroso de desecho humano.

– Sólo he golpeado a dos mujeres en mi vida -finalmente dijo él-.Y a tí no te cuento porque eso fue más una acción refleja ya que tú me golpeaste primero. Pero tengo que decirte que después de averiguar lo que me has hecho, he estado pensando en buscarte y darte una buena zurra.

Ella necesitó toda su fuerza de voluntad para hablar con calma.

– Vamos a ir a algún lugar donde podamos sentarnos y tomar una taza del café mientras hablamos de todo esto.

Su boca se torció en una fea mueca.

– ¿No pensaste en sentarnos y tomar un café hace diez años, después de que supiste que ibas a tener a mi hijo?

– Dallie…

Él levantó la voz.

– ¿No crees que podías haberme llamado por teléfono y haberme dicho, "¡Eh!, Dallie, tenemos un pequeño problema aquí y creo que tal vez deberíamos sentarnos y conversar sobre ello"

Ella enterró sus puños en los bolsillos de su chaqueta y encorvó sus hombros contra la frialdad, intentando no dejarle ver cuanto la asustaba. ¿Dónde estaba el hombre que una vez había sido su amante… con la risa fácil, un hombre divertido por las debilidades humanas, su hablar tibio y suave como miel caliente?

– Quiero ver a Teddy, Dallie. ¿Qué has hecho con él?

– Tiene la misma cara que mi viejo -declaró Dallie con ira-. Una réplica casi exacta de aquel viejo bastardo de Jaycee Beaudine. Jaycee maltrataba mujeres, también. Él era verdaderamente bueno en ello.

Entonces así es como él lo había sabido. Ella gesticuló hacia su coche, decidida a no seguir más en esa oscura cantera y no escuchar nada sobre palizas a mujeres.

– Dallie, vamos a ir…

– ¿No te imaginaste que Teddy pudiera parecerse a Jaycee, verdad? Nunca pensaste que lo reconocería cuando planeaste esta pequeña guerra sucia privada.

– No planeé nada. Y esto no es una guerra. Hice lo que tenía que hacer. Recuerda lo que yo era entonces. No podía volver a tí corriendo y alguna vez tenía que crecer.

– No era solamente tu decisión -dijo él, sus ojos chispeando de cólera-. Y no quiero oír ninguna gilipollez feminista sobre que no tengo ningún derecho porque soy un hombre y tú eres una mujer, y era tu cuerpo. Era de mi cuerpo, también. También me hubiera gustado ver nacer a mi hijo.

Ella continuó al ataque.

– ¿Qué habrías hecho si hubiera ido hace diez años a decirte que estaba embarazada? ¿Estabas casado entonces, recuerdas?

– Casado o no, hubiera visto la manera de cuidar de tí, eso es malditamente seguro.

– ¡Justamente! No quería que cuidaras de mí. Yo no tenía nada, Dallie. Era una pequeña muchacha tonta que pensaba que el mundo había sido inventado para ser su juguete personal. Tuve que aprender como trabajar. Fregué retretes y comía lo que podía encontrar, perdí todo mi orgullo y no podía marcharme antes de poder ganar algo de amor propio. No podía abandonar e ir corriendo a verte. Tener aquel bebé yo sola era algo que tenía que hacer. Era la única manera que podía redimirme.

La expresión de su cara seguía dura, cerrada, y ella estaba enfadada por intentar hacerlo entender.

– Quiero a Teddy conmigo esta noche, Dallie, o voy a la policía.

– Si quisieras ir a la policía, habrías ido ya.

– La única razón por la que he esperado es porque no quiero publicidad para él. Créeme, no lo aplazaré más -ella dio un paso más cerca, determinada a que viera que ella no era impotente-. No me subestimes, Dallie. No creas que soy la misma muchacha tonta que conociste hace diez años.

Dallie no dijo nada en un momento. Él giró su cabeza y miró fijamente a la noche.

– Otra mujer a la que golpeé fue Holly Grace.

– Dallie, no quiero saber…

Movió la mano con rapidez y cogió su brazo.

– Vas a escucharme, porque quiero que entiendas exactamente con que clase de hijo de puta estás tratando. Pegué con mi mano de mierda a Holly Grace después de morir Danny… esa es el tipo de hombre que soy. ¿Y sabes por qué?

– No lo hagas…-ella intentó soltarse, pero sólo consiguió que la agarrara más fuerte.

– ¡Cuando lloraba! Es por eso que la pegué una bofetada. Pegué a aquella mujer porque lloraba después de que su bebé murió.

Sombras ásperas proyectadas por las luces redujeron su cara. Él dejó caer su brazo, pero su expresión permaneció feroz.

– ¿Eso te da una mínima idea de lo qué podría hacerte?

El la engañaba. Ella lo sabía. Lo sentía. De alguna manera, él se había abierto para que ella pudiera mirar dentro de él.

Le había herido y había decidido castigarla. Probablemente querría golpearla… sólo que no tenía corazón para hacerlo. Podía ver eso, también.

Con más claridad de lo que hubiera deseado, finalmente entendió la profundidad de su dolor. Ella lo sintió en cada uno de sus sentidos porque reflejaba el suyo propio. Todo dentro de ella rechazaba la idea de hacer daño a cualquier ser vivo.

Dallie tenía a su hijo, pero él sabía que no sería capaz de mantenerlo por mucho tiempo. Quería golpearla, pero eso iba contra su naturaleza, así pues él buscaba otro modo de castigarla, otro modo de hacerla sufrir.

Ella sintió una frialdad arrastrándose hacía ella. Dallie era listo, y si le daba tiempo para pensar podría encontrar su venganza. Antes de que esto pasara, ella tenía que pararlo. Tanto por su bien, como por el bien de Teddy, no podía dejar que esto fuera más lejos.

– Aprendí hace mucho que la gente que tiene muchos bienes materiales gasta tanta energia en tratar de protegerlos que pierden de vista lo que realmente importa en la vida.

Ella dio un paso adelante, sin tocarlo, lo justo para poder mirarlo a los ojos.

– Tengo una carrera exitosa, Dallie… una cuenta bancaria con siete cifras, una cartera de inversión asegurada. Tengo una casa y ropa hermosa. Llevo pendientes de diamantes en mis orejas. Pero nunca olvido lo que es importante.

Sus manos fueron a sus orejas. Se desabrochó los pendientes y se quitó los diamantes de los lóbulos de las orejas. Los puso en la palma de la mano, frios como cubitos de hielo. Se los enseñó.

Por primera vez él pareció desconcertado.

– ¿Qué haces? No los quiero. ¡No pensarás que los quiero de rescate!

– Lo sé.

Ella hizo rodar los diamantes en su palma. Dejando que la debil luz se reflejara en ellos.

– No soy tus Pantalones de Lujo más, Dallie. Solamente quiero que comprendas cuales son ahora mis prioridades… lo lejos que iría a recuperarlo. Quiero que conozcas contra lo que te enfrentas -su mano se cerró alrededor de los diamantes-. La cosa más importante de mi vida es mi hijo. Por lo que estoy preocupada; todo lo demás es solamente saliva.

Y luego mientras Dallie miraba, la hija de Jack Day "Negro" lo hizo otra vez. Con un movimiento fuerte de su brazo, lanzó sus impecables pendientes de diamantes lejos al lugar más oscuro de la cantera.

Dallie no dijo nada un momento.

Él levantó su pie y descansó su bota sobre el parachoques del coche, mirando fijamente en la dirección que ella había lanzado las piedras y finalmente mirando hacia atrás, a ella.

– Has cambiado, Francie. ¿Sabes eso?

Asintió con la cabeza.

– Teddy no es un muchacho común.

Por la manera en que lo dijo, ella sabía que él no regalaba elogios.

– Teddy es el mejor niño del mundo -contestó ella bruscamente.

– Necesita un padre. La influencia de un hombre para conseguir endurecerlo. Es un muchacho demasiado suave. Lo primero que tienes que hacer es hablarle de mí.

Quiso gritarle, decirle que nunca haría tal cosa, pero vio con una claridad dolorosa que demasiadas personas sabían la verdad como para seguir manteniendo el secreto de su hijo ya. Asintió de mala gana.

– Tienes demasiados años perdidos que compensarme.

– No tengo que compensar nada.

– No voy a desaparecer de su vida -otra vez su gesto se puso duro-. Podemos arreglar esto nosotros, o puedo contratar a uno de esos abogados chupasangres para ponértelo dificil.

– No quiero que hagas daño a Teddy.

– Entonces más vale que lo arreglemos nosotros -él quitó el pie del parachoques, se encaminó hacía la puerta del conductor, la abrió y se montó-. Márchate a la casa. Te lo traeré mañana.

– ¿Mañana? ¡Lo quiero ahora! ¡Esta noche!

– ¿Bien, me temo que eso no es posible, verdad? -dijo mofándose. Y luego cerró de golpe la puerta del coche.

– ¡Dallie!

Corrió hacia él, pero él ya se dirigía fuera de la cantera, sus neumáticos escupiendo grava. Gritó hasta que comprendió lo inutil que era, y corrió a su propio coche.

El motor no le arrancó al principio, y tuvo miedo que hubiera gastado la batería por dejar las luces encendidas.

Cuando finalmente arrancó, Dallie ya había desaparecido. Salió hacía el escarpado camino, ignorando cómo la parte de atrás coleaba. En lo alto, vió los dos débiles puntos rojos en la distancia.

Sus neumáticos chirriaron cuando aceleró. ¡Si no estuviera tan oscuro! Él entró en la carretera y ella corrió después de él.

Durante varios kilómetros, siguió tras él, sin hacer caso al chillido de sus neumáticos cuando aceleraba al salir de las curvas, llevando el coche a velocidades imprudentes cuando la carretera era recta.

Él conocía perfectamente la carretera y ella no, pero rechazó perder terreno.

¡Él no iba a hacerle esto! Ella sabía que le había hecho daño, pero esto no le daba derecho a aterrorizarla. Puso el velocímetro a sesenta y cinco y luego a setenta…

Si él finalmente no hubiera apagado las luces, podría haberlo cogido.

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