Dallie tenía una vista excelente de Central Park desde su habitación de hotel, pero con impaciencia se alejó de la ventana y comenzó pasearse de un lado para otro. Había intentado leer en el avión de camino al JFK, pero había encontrado que nada mantenía su atención, y ahora que había llegado a su hotel sentía claustrofobía.
Otra vez había tirado por la borda una posible victoria. Pensar en Francesca y Teddy mirándolo fallar por televisión era algo que no podía soportar.
Pero la pérdida del torneo no era todo lo que le molestaba. No importaba con la fuerza que intentaba distraerse, no podía dejar de pensar en Holly Grace. Habían vuelto a hablarse desde la pelea en Wynnette y ella no había vuelto a mencionar nada sobre utilizarlo como semental otra vez, pero aparte del valor que había mostrado, no le gustaba nada ese asunto. Cuanto más pensaba en lo que le había sucedido, más ganas tenía de aplastarle la cara a Gerry Jaffe.
Intentó olvidarse de los problemas de Holly Grace, pero una idea había estado fraguándose en su mente desde que había subido al avión, y ahora se encontró recogiendo la hoja de papel que tenía la dirección de Jaffe.
Se la había dado Naomi Perlman hacía menos de una hora, y desde entonces había estado intentando decidir si lo usaba o no. Echando un vistazo a su reloj, vio que eran ya las siete y media. Había quedado en recoger a Francie a las nueve para ir a cenar. Estaba cansado y dolorido, con un humor irrazonable, y seguramente en malas condiciones para intentar arreglar los problemas de Holly Grace.
De todos modos se encontró metiendo la dirección de Jaffe en el bolsillo de su abrigo azul marino y dirigiéndose abajo al vestíbulo para pedir un taxi.
Jaffe vivía en un edificio de apartamentos no lejos de las Naciones Unidas. Dallie pagó al conductor y comenzó a andar hacia la entrada, sólo para ver a Gerry salir por la puerta de la calle.
Gerry lo descubrió inmediatamente, y Dallie podía asegurar por la expresión de su cara que él había recibido mejores sorpresas en su vida. De todos modos él le saludó con cortesía.
– ¡Hola! Beaudine.
– Bien, si es el mejor amigo de Rusia -contestó Dallie.
Gerry bajó la mano que había extendido para saludarle.
– Eso está empezando a cansarme.
– Eres un auténtico bastardo, ¿lo sabes, no? -dijo Dallie lentamente, no viendo ninguna necesidad de sutilezas.
Gerry tenía un carácter caliente como el suyo, pero logró dar la espalda a Dallie y comenzó a alejarse hacía abajo por la calle.
Dallie, sin embargo, no tenía ninguna intención de dejar que se escapara tan fácilmente, no cuando la felicidad de Holly Grace estaba en juego. Por alguna e inexplicable razón ella quería a este tipo, y él justamente haría lo posible para que lo tuviera.
Él comenzó a avanzar y pronto se puso al lado de Gerry. Estaba oscureciendo y había pocas personas por la calle. Los cubos de basura se apilaban en los bordes. Pasaron por ventanas cubiertas de rejas de una panadería y una joyería.
Gerry ralentizó el paso.
– ¿Por qué no te vas a jugar con tus pelotas de golf?
– En realidad, solamente quería tener una pequeña charla contigo antes de ir a ver a Holly Grace -era mentira. Dallie no tenía ninguna intención de ver a Holly Grace aquella noche-. ¿Quieres que la salude de tu parte?
Gerry dejó de andar. La luz de una farola caía sobre su cara.
– Quiero que te alejes de Holly Grace.
Dallie todavía tenía la derrota de ayer en su mente, y no estaba de humor para cortesias, y se lanzó directo a matar, sin misericordía.
– Eso será verdaderamente dificil de hacer. Es completamente imposible dejar a una mujer embarazada si no estás con ella para realizar el trabajo.
Los ojos de Gerry se volvieron más negros. Su mano salió disparada y le agarró la pechera de su abrigo.
– Dime ahora mismo de qué estás hablando.
– Ella está determinada a tener un bebé, es todo -dijo Dallie, no haciendo ninguna tentativa de soltarse-. Y sólo uno de nosotros parece ser suficientemente hombre para lograrlo.
La piel olivácea de Gerry palideció cuando liberó la chaqueta de Dallie.
– Tú, maldito hijo de puta.
La voz cansina de Dallie era suave y amenazadora.
– Joder es algo que se me da realmente bien, Jaffe.
Gerry terminó con dos décadas dedicadas a la no violencia retrocediendo su puño y cerrándolo de golpe en el pecho de Dallie.
Gerry no era un verdadero luchador y Dallie vio venir el golpe, pero decidió dejar a Jaffe tener su momento porque conocía malditamente bien que no iba a darle otro. Pensándolo mejor, Dallie cargó contra Gerry.
Holly Grace podría tener a este hijo de puta si lo quería, pero primero él iba a reorganizar su cara.
Gerry estaba de pie con sus brazos a los lados, erguido, y miró a Dallie venir hacía él. Cuando el puño de Dallie lo cogió en la mandíbula, voló a través de la acera y tropezó con los cubos de basura, provocando un estruendo en la calle.
Un hombre y una mujer que bajaban por la acera vieron la pelea y rápidamente se volvieron. Gerry se levantó despacio, levantando su mano para limpiar la sangre que fluía de su labio.
Entonces giró y comenzó a alejarse.
– Pelea conmigo, hijo de puta -le llamó Dallie lléndo detrás de él.
– No lucharé -dijo Gerry.
– Bien, francamente no eres un ejemplo de virilidad americana. Vamos, pelea. Te daré otro puñetazo gratis.
Gerry siguió andando.
– Yo no debería haberte golpeado primero, y no lo haré otra vez.
Dallie acortó rápidamente la distancia entre ellos, tocando a Gerry en su hombro.
– ¡Por el amor de Dios, acababa de decirte que me preparaba para acostarme con Holly Grace!
Los puños de Gerry seguían fuertemente apretados, pero no se movió.
Dallie agarró a Gerry por las solapas de su cazadora de aviador y lo empujó contra un poste de la luz.
– ¿Qué demonios pasa contigo? Yo habría luchado contra un ejército por esa mujer. ¿Ni siquiera puedes luchar con una persona?
Gerry lo miró con desprecio.
– ¿Esta es la única manera que sabes para solucionar un problema? ¿A puñetazos?
– Al menos intento solucionar mis problemas. Todo lo que tú haces es sentirte miserable.
– Tú no sabes nada, Beaudine. He estado tratando de hablar con ella durante semanas, pero se niega a verme. La última vez que logré colarme en el estudio, llamó a la policia.
– ¿Eso hizo? -Dallie rió de manera desagradable y despacio soltó la cazadora de Gerry-. ¿Sabes algo? No me gustas, Jaffe. No me gusta la gente que actúa como si tuviera todas las respuestas. Sobre todo, no me gustan los hacedores de buenas obras pagados de si mismos que hacen toda clase de escándalos para salvar el mundo, pero maltratan a las personas que se preocupan de ellos.
Gerry respiraba con más difícultad que Dallie, y tenía problemas para hablar.- Esto no tiene nada que ver contigo.
– Alguien que se enreda en la vida de Holly Grace tarde o temprano tiene que enfrentarse conmigo. Ella quiere un bebé, y por una razón que maldita sea si puedo comprender, te quiere a tí.
Gerry se recostó contra el poste de la luz. Por un momento bajó la cabeza, y luego la levantó otra vez, sus ojos oscuros atormentados.
– Díme por qué es un maldito crimen no querer traer un niño a este mundo. ¿Por qué tiene que ser tan obstinada? ¿Por qué no podemos ser sólamente los dos?
El dolor obvio de Gerry llegó a Dallie, pero hizo todo lo posible para no hacer caso.
– Ella quiere un bebé, es todo.
– Yo sería el peor padre del mundo. No sé nada sobre ser padre.
La risa de Dallie era suave y amarga.
– ¿Crees que todos sabemos serlo?
– Escucha, Beaudine. Ya he tenido bastante gente fastidiándome sobre esto. Primero Holly Grace, luego mi hermana, y por último Francesca. Ahora también tú. Bien, pues no es tu maldito problema, ¿me entiendes? Esto es entre Holly Grace y yo.
– Contéstame una pregunta, Jaffe -dijo Dallie despacio-.¿Cómo vas a pasar el resto de tu vida sabiendo que dejaste escapar lo mejor que alguna vez te pasó?
– ¿No crees que he intentado arreglarlo? -gritó Jaffe-. Se niega a dirigirse a mí, ¡Maldito hijo de puta! Hasta no puedo estar en la misma habitación que ella.
– Tal vez no lo intentas con bastante fuerza.
Los ojos de Gerry se estrecharon y apretó la mandíbula.
– Es un infierno estar sin ella. Y estar cerca de ella también. Lo vuestro es ya agua pasada, y si se te ocurre ponerle una mano encima, te la tendrás que ver conmigo, ¿entiendes?
– Mira como tiemblo -contestó Dallie con deliberada insolencia.
Gerry lo miró directamente a los ojos y había tal amenaza en la cara del hombre que Dallie en realidad experimentó un momento de respeto de mala gana.
– No me subestímes, Beaudine -dijo Gerry, su tono duro. Sostuvo la mirada fija de Dallie durante unos segundos sin estremecerse, y se marchó.
Dallie se quedó mirándolo un rato; entonces se dirigió calle arriba por la acera.
Mientras silbaba para llamar a un taxi, una sonrisa debil y satisfecha aparecía en las esquinas de su boca.
Francesca había acordado encontrarse con Dallie a las nueve en un restaurante cercano que les gustaba a ambos porque servían comida del sudoeste. Se puso una blusa negra de cachemir y unos pantalones decorados de cebra.
Impulsivamente, colocó un par de pendientes de plata desordenadamente asimétricos en los lóbulos de sus orejas, llevada por el placer diabólico de llevar algo estrafalario para molestarlo. Hacía una semana que no lo veía, y estaba de humor para divertirse.
Su agente había concluido casi tres meses de negociaciones difíciles y Network finalmente se había rendido. Para primeros de junio, "Francesca Today" sería un programa especial mensual, en vez de uno más corto semanal.
Cuando llegó al restaurante, vio Dallie sentado en un mesa algo alejada de la gente. Al descubrirla, se puso de pie rápidamente, con una sonrisa de cachorrito en la cara, una expresión más apropiado de un muchacho adolescente que de un hombre crecido. Su corazón dio un extraño vuelco en respuesta.
– ¡Eh! cariño.
– ¡Eh! Dallie.
Ella había atraído mucha atención cuando caminaba por el restaurante, así que él le dio sólo un ligero beso cuando llegó a él. En cuanto ella se sentó, sin embargo, él se inclinó a través de la mesa y terminó el trabajo.
– Maldición, Francie, es maravilloso volver a verte.
– Para mí, también.
Ella lo besó otra vez, cerrando los ojos y disfrutando de la sensación embriagadora de estar cerca de él.
– ¿Dónde diablos consigues esos pendientes? ¿En una ferretería?
– No son pendientes -replicó ella con altivez, recostándose en la silla-. Según el artista que los hizo, son abstracciones de estilo libre de la angustia conceptuada.
– No fastidies. Bien, espero que los exorcizaras antes de ponértelos.
Ella rió, y sus ojos parecieron beber en su cara, su pelo, la forma de sus pechos debajo de su blusa de cachemir. Comenzó a sentir su piel caliente. Avergonzada, se separó el pelo de la cara.
Sus pendientes tintinearon.
Él le dio una sonrisa burlona torcida, como si él pudiera ver cada una de las imágenes eróticas que destellaron por su cabeza. Entonces él se recostó en su silla, su chaqueta azul marino abierta sobre su camisa.
A pesar de su sonrisa, ella pensó que parecía cansado y le preocupó. Decidió posponer decirle las buenas noticias sobre su contrato hasta que averiguara que le molestaba.
– ¿Teddy vio el torneo ayer? -preguntó él.
– Sí.
– ¿Y que dijo?
– No demasiado. Se puso las botas camperas que le regalaste, y también una sudadera increíblemente horrorosa que no puedo creer que le compraras.
Dallie sonrió.
– Apuesto que adora esa sudadera.
– Cuando se fue a la cama por la noche, la llevaba por debajo del pijama.
Él sonrió otra vez. El camarero se acercó, y prestaron atención a la pizarra que traía con una lista de las especialidades del día. Dallie optó por el pollo condimentado con chile y frijoles.
Francesca no tenía mucha hambre cuando llegó, pero los olores deliciosos del restaurante habían abierto su apetito y pidió marisco a la plancha y una ensalada.
El jugueteó con el salero, pareciendo menos relajado.
– Me pusieron un micrófono sujeto en la camisa ayer. Eso me desconcentró. Además la muchedumbre hacía un tremendo ruido. Un cabrón pulsó el flash de la cámara justo cuando iba a dárle a la bola. Maldita sea, odio todo esto.
Ella estaba sorprendida de que sintiera la necesidad de explicárse, pero ahora sabía demasiado bien las pautas de su carrera profesional como para crérse sus excusas. Charlaron un ratito sobre Teddy, y luego él la pidió pasar algún tiempo con él esa semana.
– Voy a estar en la ciudad unos dias. Quieren darme algunas lecciones de como hablar delante de una cámara.
Ella le miró bruscamente, evaporándose su buen humor.
– ¿Vas a aceptar el trabajo de comentarista que te ofrecen?
Él no la miró.
– Mañana mi sanguijuela me trae los contratos para firmarlos.
Su comida llegó, pero Francesca había perdido el apetito. Lo que estaba a punto de hacer era un error y él parecía no comprenderlo. Había un aire de derrota sobre él, y odiaba la manera que le rehuía la mirada. Jugueteo con un camarón con su tenedor y luego, incapaz de contenerse, lo enfrentó.
– Dallie, por lo menos deberías terminar la temporada. No me gusta la idea de que te retires a sólo una semana del Clásico.
Ella podía ver su tensión en el juego de la mandíbula y él miró fijamente a un punto justo encima de su cabeza.
– Tengo que colgar mis palos tarde o temprano. Ahora es un momento tan bueno como cualquier otro.
– Ser comentarista de televisión será una carrera maravillosa para tí algún dia, pero ahora sólo tienes treinta y siete años. Muchos golfistas ganan los grandes torneos a tu edad o incluso más viejos. Mira a Jack Nicklaus que ganó el Masters el año pasado.
Sus ojos se estrecharon y él finalmente la miró.
– Sabes algo, Francie. Me gustas muchísimo. Pero me gustabas más antes de convertirte en una maldita experta en golf. Alguna vez se te ha ocurrido pensar que ya tengo bastantes personas que me dicen como jugar, y maldita sea que no necesito otra.
La precaución le decía que era el momento de echarse atrás, pero no podía hacerlo, no cuando sentía que tenía algo importante en juego. Jugó con el tallo de su copa de vino y levantó la mirada a sus ojos hostiles.
– Si yo me encontrara en tu situación, ganaría el Clásico antes de retirarme.
– Ah, tú harías eso, verdad? -un pequeño músculo hizo un tic en su mandíbula.
Ella dejó caer su voz hasta que fue un susurro apenas audible y lo miró directamente a los ojos.
– Yo ganaría ese torneo solamente por el placer de saber que puedo hacerlo.
Las ventanas de su nariz llamearon.
– Ya que apenas conoces la diferencia entre un hierro y una madera, estaría tremendamente interesado en ver cómo lo intentas.
– No hablamos de mí. Hablamos de tí.
– A veces, Francesca, eres la mujer más ignorante que he conocido en toda mi vida.
Dejando el tenedor sobre la mesa, él la miró y unas líneas finas y duras se formaron alrededor de su boca.
– Para tu información, el Clásico es uno de los torneos más resistentes del año. El recorrido es asesino. Si no golpeas a los greens justamente en el punto adecuado, puedes pasar de un birdie a un bogey sin darte cuenta. ¿Tienes idea de quien juega el Clásico este año? Los mejores golfistas del mundo. Greg Norman estará allí. Lo llaman el Gran Tiburón Blanco, y no sólo debido a su pelo blanco… es porque le gusta el sabor de la sangre. También Ben Crenshaw… que patea al hoyo mejor que cualquier otro. Fuzzy Zoeller. El viejo Fuzzy gasta bromas y actúa como si estuviera paseando un domingo por los bosques, pero en todo momento está calculando cuando te va a mandar a la tumba. Y aparecerá su compañero Seve Ballesteros, refunfuñando en español entre dientes y machacando a los que juegan con él. Y que decirte de Jack Nicklaus. Incluso aunque tenga cuarenta y siete años, es capaz de pegarle más fuerte a la pelota que cualquiera de nosotros dentro del circuito. Nicklaus no es humano, Francie.
– Y luego está Dallas Beaudine -dijo ella en un susurro-. Dallas Beaudine que ha jugado algunas de las mejores rondas de apertura de muchos torneos de golf, pero siempre lo estropea al final. ¿Por qué, Dallie? ¿Acaso no quieres ganar?
Algo pareció romperse dentro de él. Cogió la servilleta de su regazo y la apretó sobre la mesa.
– Vámonos de aquí. No tengo más hambre.
Ella no se movió. En cambio, cruzó los brazos sobre su pecho, levantando su barbilla, y silenciosamente desafiándolo que intentara moverla. Iba a terminar con ésto, incluso si significaba perderlo para siempre.
– No voy a ninguna parte.
En aquel momento exacto Dallie Beaudine finalmente pareció comprender lo que sólo había percibido débilmente cuando la vio tirar unos pendientes incomparables de diamantes a las profundidades de una cantera de grava.
Finalmente entendió la fuerza que poseía. Durante meses, había decidido no hacer caso a la profunda inteligencia detrás de esos ojos verdes de gata, la determinación acerada oculta bajo esa sonrisa encantadora, la fuerza indomable en el corazón de la mujer que se sentaba enfrente vestida de forma absurda y frívola.
Había olvidado que había venido a este pais sin nada, salvo su fuerte caracter, y que había sido capaz de mirar a cada una de sus debilidades directamente a los ojos y vencerlas.
Había olvidado que ella se había convertido en una campeona, mientras él era todavía sólo un contendiente.
Y vio que no tenía ninguna intención de abandonar el restaurante, y su enorme fuerza de voluntad lo asombró. Él sintió un momento de pánico, como si fuera un niño otra vez y el puño de Jaycee hubiera ido directamente a su cara.
Sintió al Oso respirar junto a su cuello. Mírala, Beaudine. Aprende de ella.
Así que hizo la única cosa que podía hacer… la única cosa que creía que podía distraer a esta pequeña mujer, mandona y terca antes que ella le hiciera cachitos.
– Te juro, Francie, que me has puesto de tan mal humor, que pienso cambiar mis proyectos para esta noche.
A escondidas, él deslizó su servilleta atrás en su regazo.
– ¿Ah? ¿Qué proyectos eran esos?
– Bien, todas estas críticas que he recibido casi me ha hecho cambiar de idea, pero, que demonios, creo que te pediré que te cases conmigo de todas formas.
– ¿Casarme contigo? -los labios de Francesca se separaron asombrados.
– No veo por qué no. Al menos eso pensaba hasta hace unos minutos cuando te convertiste en una maldita gruñona.
Francesca se recostó en la silla, poseída por un sentimiento horrible, que algo dentro de ella se rompía.
– Unicamente tú serías capaz de proponer matrimonio así -dijo ella inestablemente-. Y a excepción de un niño de nueve años, no tenemos una sola cosa en común.
– Sí, bien, no estoy tan seguro acerca de eso -metiendo la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacó una pequeña caja de una joyería. Extendiendolo hacía ella, lo abrió con el pulgar, revelando un exquisito anillo con un diamante-. Se lo compré a un tipo que fue conmigo al instituto, aunque tengo que decirte que pasó una temporadita como un huesped no dispuesto del estado de Texas después de un altercado en el Piggly Wiggly un sábado por la noche. De todos modos me contó que encontró a Jesús en la prisión, así que creo que el anillo está bendecido. Aunque supongo que no puedes estar seguro de este tipo de cosas.
Francesca, que ya había tomado nota del huevo rojo, distintivo de Tiffany's sobre la caja azul, tenía sólo una vaga idea de lo que decía.
¿Por qué no había mencionado él nada acerca de amor? ¿Por qué lo hacía así?
– Dallie, no puedo coger este anillo. Yo… yo no puedo creer incluso que lo sugieras -como no sabía como expresar lo que tenía exactamente en su mente, enumeró todos los impedimentos lógicos entre ellos-. ¿Dónde viviríamos? Mi trabajo está en Nueva York; el tuyo por todas partes. ¿Y de qué hablaríamos cuando salíeramos del dormitorio? Simplemente porque hay esto… esta nube de lujuría que parece envolvernos no significa que estemos preparados para llevar una casa juntos.
– Santo Dios, Francie, lo haces todo tan complicado… Holly Grace y yo estuvimos casados durante quince años, y sólo vivimos juntos en la misma casa al principio.
La cólera comenzó a formar una neblina dentro de su cabeza.
– ¿Es eso lo qué quieres? ¿Otro matrimonio como el que tenías con Holly Grace? Tú vas por tu lado, y yo por el mío, pero cada pocos meses nos reunimos para ver unos partidos de béisbol y participar en un concurso de escupitajos. Yo no seré tu colega, Dallas Beaudine.
– Francie, Holly Grace y yo nunca nos apuntamos a un concurso de escupitajos en nuestra vida, y me parece que no te has dado cuenta que tecnicamente nuestro hijo es un bastardo.
– Como su padre -siseó ella.
Sin perder el aplomo, él cerró la caja de Tiffany's y la volvió a guardar en el bolsillo.
– Bien. No tenemos que casarnos. Simplemente era una sugerencía.
Ella le miró fijamente. Los segundos hacían tictac. Él cogió el tenedor, pinchó un trozo de pollo, se lo llevó a la boca y despacio comenzó a masticar.
– ¿Eso es todo? -preguntó ella.
– No puedo obligarte.
La cólera y el agravío subieron por su cuerpo y pensó que la ahogarían.
– ¿Así que eso es todo, no? Quiero decir, ¿recoges tus juguetes y te vas a casa?
Él tomó un sorbo de su soda, sus ojos mirando fijamente los pendientes de plata en sus lóbulos.
– ¿Qué quieres que haga? Los camareros me echarían si me pongo de rodillas.
Su sarcasmo ante algo tan importante para ella pasó como un cuchillo por sus costillas. -¿No sabes cómo luchar por algo que quieres? -susurró ella con ferocidad.
El silencio que cayó sobre él fue tan completo que ella supo que le había tocado una fibra sensible.
De repente sintió como si un velo invisible cayera ante sus ojos. Eso era. Eso era lo que Skeet había querido decir.
– ¿Quien ha dicho que te quiero? Te tomas las cosas demasiado en serio, Francie.
La estaba mintiendo, y se mentía así mismo. Sentía su necesidad tanto como si fuera propia. Él la quería, pero no sabía como conseguirla y, lo que es más importante, no lo iba a intentar.
¿Que esperaba, se preguntó amargamente, de un hombre que había jugado las mejores rondas de apertura en el golf, pero que siempre lo tiraba al final?
– ¿Vas a tener sitio para el postre, Francie? Tienen una increible tarta de chocolate. Aunque si me preguntas, te diría que podía estar mejor si pusieran un poco de crema por encima, pero de todos modos está bastante buena.
Ella sintió un desprecio por él que lindaba con verdadera aversión. Su amor ahora parecía ser opresivamente pesado, demasiado para llevarlo encima. Alcanzando sobre la mesa, ella agarró su muñeca y lo apretó hasta que sus uñas se clavaron en su piel, y estuvo segura que él comprendería cada una de las palabras que iba a decir.
Su tono bajo y condenatorio, de una luchadora.
– Tienes tanto miedo de fallar que no puedes perseguir una sola cosa que quieres? ¿Un torneo? ¿Tu hijo? ¿Yo? ¿Eso es lo que te ha pasado todo este tiempo? ¿Tienes pánico a no poder ganar y ni tan siquiera lo intentas?
– No sé de que estás hablando -Él intentó retirar la mano, pero lo agarraba tan fuerte que no podía hacerlo sin llamar la atención.
– ¿No tienes el menor interés de llegar a lo más alto, no es verdad Dallie? Simplemente te quedarás al margen. Estás dispuesto a jugar el partido mientras no tengas que sudar la camisa demasiado y tanto tiempo mientras puedas hacer chistes para que todos entiendan que no te preocupa lo más mínimo.
– Eso es lo más estúpido…
– ¿Pero te preocupa, verdad? Quieres ganar con todas tus fuerzas para demostrarles a todos que lo puedes hacer. También quieres a tu hijo, pero te contienes por si Teddy no se queda en tu vida… mi maravilloso hijo que tiene el corazón en la mano y daría todo en el mundo por tener un padre que lo respete.
La cara de Dallie había palidecido, y su piel bajo sus dedos estaba húmeda.
– Lo respeto -dijo él bruscamente-. Mientras viva, nunca olvidaré el día que se enfrentó conmigo porque pensaba que te estaba haciendo daño…
– Eres un llorón, Dallie… pero lo haces con tanto estilo que nadie se da cuenta.
Dejó de apretarle, pero aún le sujetó la mano.
– Bien, la cosa es, que te estás haciendo mayor para seguir viviendo gracias a tu belleza y tu encanto.
– ¿Qué demonios sabes de eso? -su voz era tranquila, ligeramente ronca.
– Sé todo sobre ello porque me he enfrentado en la vida con las mismas deficiencias. Pero he crecído, y tuve que luchar mucho para conseguir derrotarlo.
– Tal vez fue más fácil para tí -replicó él-. Seguramente tuviste una buena niñez. Tuve que irme de casa cuando sólo tenía quince años. Mientras tú paseabas por Hyde Park con tu niñera, yo esquivaba los puños de mi padre. Cuando era muy pequeño, ¿sabes que me hacía cuando se emborrachaba? Solía agarrarme por los pies y me sostenía en vilo con la cabeza sobre el water.
Su cara no se ablandó ni en un instante de compasión.
– Mierda resistente.
Ella vio que su frialdad lo había enfurecido, pero no se amilanó. Su compasión no iba a ayudarlo. A algunas personas era necesario hurgarle en las heridas de la niñez para evitar que pasaran por una vida incompleta.
– Si quieres seguir jugando contigo mismo, es tu elección, pero no jugarás conmigo porque no lo voy a tolerar.
Se levantó de la silla y le miró fijamente a los ojos, su voz muy fría por el desprecio
– He decidido casarme contigo.
– Olvídalo -le dijo con furia-. No te quiero. No te querría ni aunque vinieras envuelta en papel de regalo.
– Ah, claro que me quieres. Y no sólo por Teddy. Me quieres tanto que te asusta. Pero tienes que luchar. Deberás intentarlo sin miedo a que te pongan boca abajo la cabeza en el water.
Ella se inclinó ligeramente, descansando una mano sobre la mesa.
– He decidido casarme contigo, Dallie -le dedicó una larga mirada de apreciación-. Me casaré contigo el día que ganes el Clásico de los Estados Unidos.
– Eso es lo más estúpido…
– Pero tienes que ganarlo, estúpido alcornoque -silbó ella-. No el tercer lugar, ni el segundo. Tienes que quedar el primero.
Él lanzó una risa desdeñosa, inestable.
– Estás loca.
– Quiero saber de que pasta estás hecho -dijo con desprecio-. Quiero saber si eres lo bastante bueno para mí… y lo bastante bueno para Teddy. No me he conformado nunca con la segunda tarifa, y no voy a comenzar ahora.
– Tienes una opinión muy alta de lo que te mereces.
Ella lanzó su servilleta directamente a su pecho.
– Puedes apostar que sí. Si me quieres, tendrás que ganarme. Y, señor mío, no soy barata.
– Francie…
– ¡O pones el trofeo de campeón del Clásico a mis pies, hijo de mala madre, o no te molestes en volver a buscarme nunca más!
Agarrando su bolso, pasó rápidamente junto a los comensales asustados de las mesas delanteras y se dirigió a la puerta.
La noche se había puesto fría, pero su cólera estaba tan caliente que no lo sentía. Caminaba por la acera, propulsada por la furia, por el dolor, y por el miedo. Sus ojos le picaban y no podía parpadear rápidamente para contener las lágrimas.
Dos gotas brillaban sobre el rímel impermeable de sus pestañas inferiores. ¿Cómo podía haberse enamorado de él? ¿Cómo había permitido que algo tan absurdo pasara? Sus dientes comenzaron a castañear. Durante casi once años, no había sentido nada más que fuerte afecto por un puñado de hombres, sombras de amor que se difuminaban casi tan rápidamente como aparecían.
Pero ahora, apenas cuando la vida los reunía de nuevo, otra vez había dejado que un golfista de segunda categoría pudiera romperle el corazón.
Francesca pasó la semana siguiente con el sentimiento que algo brillante y maravilloso había abandonado su vida para siempre.
¿Qué había hecho? ¿Por qué lo había desafiado tan cruelmente? ¿No era media tarta mejor que nada? Pero sabía que no podría vivir con la mitad de nada, y no quería que Teddy viviera así tampoco.
Dallie tenía que comenzar a asumir riesgos, o sería imposible pensar en una vida juntos. Cada vez que respiraba, sentía la pérdida de su amante, la pérdida del verdadero amor.
El lunes siguiente estaba echándole a Teddy su zumo de naranja antes de que se fuera a la escuela, mientras intentaba consolarse pensando que Dallie sería tan desgraciado como ella. Pero era dificil de creer que alguien que guardaba tan profundamente sus sentimientos tuviera precisamente sentimientos que guardar.
Teddy se bebió el zumo y metió su libro de ortografía en la mochila.
– Se me olvidaba decírtelo. Holly Grace llamó anoche y me dijo que te dijera que Dallie va a jugar el Clásico mañana.
Francesca subió rápidamente la cabeza del vaso de zumo que había comenzado a echarse para ella.
– ¿Estás seguro?
– Eso es lo que dijo. Yo no veo que importancía puede tener, fallará al final como siempre. Y mamá… si recibes una carta de la señorita Pearson, no le prestes atención.
La jarra del zumo de naranja permaneció suspendida en el aire sobre el vaso de Francesca. Cerró los ojos durante un momento, obligando a su mente a olvidarse de Dallie Beaudine para poder concentrarse en lo que Teddy intentaba decirle.
– ¿Qué tipo de carta?
Teddy cerró la cremallera de su mochila, lo hacía con verdadera concentración para no tener que alzar la vista hacía su madre.
– Tal vez te escriba una carta diciéndote que no trabajo todo lo que podría…
– ¡Teddy!
– … pero no te preocupes por ello. El trabajo de ciencias sociales no tengo que presentarlo hasta la semana que viene, y tengo un proyecto tan importante que la señorita Pearson va de darme aproximadamente un millón de positivos y me suplicará que me quede en su clase. Gerry dijo…
– Ah, Teddy. Tenemos que hablar sobre esto.
Él agarró su mochila.
– Me tengo que ir o llegaré tarde.
Antes de que pudiera pararlo, ya había salido de la cocina y oyó el golpe de la puerta de la calle.
Quiso subir a la cama y esconder la cabeza debajo de la almohada, para poder pensar, pero tenía una reunión prevista dentro de una hora. No podía hacer nada sobre lo que Teddy le acababa de decir, pero si se apresuraba tendría tiempo para una parada rápida en el estudio donde se grababa "China Colt" para asegurarse que Teddy había entendido el mensaje de Holly Grace correctamente.
¿Dallie realmente jugaba en el Clásico? ¿Finalmente sus palabras le habían conmovido?
Holly Grace ya había filmado la primera escena del día cuando Francesca llegó. Además de un rasguño colocado en la pechera de su vestido que revelaba la cima de su pecho izquierdo, tenía una contusión falsa sobre su frente.
– ¿Un día dificil? -Francesca se acercó a ella.
Holly Grace alzó la vista del guión que estaba estudiando.
– Fuí atacada por una puta demente que al final resultó ser un psicópata travestido. Hemos hecho una escena tipo Bonnie & Clyde, a camara lenta en el momento que le meto dos tiros en sus implantes de silicona.
Francesca apenas la oía.
– ¿Holly Grace, es verdad que juega Dallie en el Clásico?
– Me ha dicho que sí, y no estoy muy contenta contigo en este momento – sacudió la hoja sobre el silla-. Dallie no me dio ningún detalle, pero pude deducir por sus palabras que le has mandado a paseo.
– Podrías decirlo así -contestó Francesca cautelosamente.
Una mirada de desaprobación apareció en la cara de Holly Grace.
– Tus maneras apestan, ¿lo sabes, no? ¿Habría sido demasiado para tí haber esperado al final del Clásico antes de abandonarlo? Si lo hubieras pensado bien, dudo que le hubieras hecho más daño.
Francesca comenzó a explicarse, pero entonces, de golpe, comprendió que ella entendía mejor a Dallie que Holly Grace. La idea era tan alarmante, tan nueva para ella, que apenas podía contenerse.
Hizo unos comentarios evasivos, sabiendo que si intentaba explicarse, Holly Grace nunca la entendería. Entonces miró aparatosamente el reloj y salió corriendo.
Mientras abandonaba el estudio, sus pensamientos volaban confusos. Holly Grace era la mejor amiga de Dallie, su primer amor, su compañera del alma, pero los dos eran tan iguales que se habían vuelto ciegos a los defectos del otro.
Siempre que Dallie perdía un torneo, Holly Grace ponía excusas por él, se compadecía de él, y en general lo trataba como a un niño. Tanto como Holly Grace lo conocía, y no entendía como su miedo al fracaso sepultaba sus posibilidades en el golf.
Y tampoco entendía, ni entendería nunca que ese miedo podía arruinar su vida.