Capitulo 14

Naomi Jaffe Tanaka tuvo que refrenarse de saltar de su escritorio y bailar una giga cuando colgó el teléfono.

¡La había encontrado!

¡Después de una cantidad de trabajo increíble, finalmente había encontrado a su Muchacha Descarada! Rápidamente llamó a su secretaria y le dictó una lista de instrucciones.

– No intentes ponerte en contacto con ella; quiero acercarme en persona. Solamente verifica dos veces mi información para cerciorarnos que es correcta.

Su secretaria levantó la vista de su libreta.

– No piensa que ella la rechazará, verdad?

– Pienso que no. No por la cantidad de dinero que le ofreceremos -pero pese a toda su confianza, Naomi no queria confiarse, y sabía que no se relajaría hasta que tuviera una firma sobre la línea de puntos de un contrato acorazado-. Quiero volar tan rápidamente como sea posible. Avísame en cuanto todo esté preparado.

Después de que su secretaria abandonó su oficina, Naomi vaciló un momento y luego marcó el número de su apartamento. El teléfono sonó una y otra vez, pero rechazó colgar. Él estaba allí; su suerte no era bastante buena para hacerlo mágicamente desaparecer. Nunca debería haber acordado dejarlo quedarse en su apartamento. Si alguien en en BS &R lo averiguaba…

– Responde, ¡joder!

– Crematorio Saul Whorehouse. Al habla Lionel.

– ¿Es que no puedes decir solamente ¡hola! como una persona normal?

¿Por qué se metía en esto? La policía quería a Gerry para un interrogatorio, pero él había recibido un chivatazo de que ellos planeaban empapelarlo por unos gastos inventados de narcotráfico, y rechazó dirigirse a ellos. Gerry hasta no fumaba hierba ya, sin hablar del trapicheo en drogas, y ella no había tenido el corazón para echarlo a la calle.

También conservaba bastante de su vieja desconfianza hacia la policía para estar dispuesta a entregarlo a la imprevisibilidad del sistema legal.

– Diríjete a mí de forma agradable o colgaré -dijo él.

– Fabuloso -replicó-. ¿Si te hablo de forma repugnante, crees que te marcharás?

– Has recibido una carta de Save the Children en la que te agradecen tu contribución. Cincuenta piojosos dólares.

– ¡Joder!, no tienes ningún derecho a leer mi correo.

– ¿Intentando comprar tu camino en el cielo, hermana?

Naomi rechazó picar en su cebo. Hubo un momento de silencio, y luego él hizo una apología de mala voluntad.

– Lamentable. Soy tan aburrido que no puedo soportarme.

– ¿Revisaste aquella información sobre el colegio de abogados que dejé fuera para tí? -preguntó ella como por accidente.

– ¡Ah!, mierda, no comiences con eso otra vez.

– Gerry…

– ¡No me vendo!

– Solamente piensa en ello, Gerry. Trabajar para las escuelas que recurren a la justicia no es venderse. Podrías hacer algo bueno trabajando dentro del sistema…

– ¿Déjalo, vale, Naomi? Tenemos un mundo ahí que está listo para explotar. La suma de otro abogado al sistema no va a cambiar gran cosa.

A pesar de sus vehementes protestas, ella sintió que la idea de recurrir a la justicia de las escuelas no era tan desagradable para él como quería hacerla creer. Pero también sabía que él necesitaba tiempo para meditarlo, así que no le presionó.

– Mira, Gerry, tengo que salir de la ciudad durante unos días. Házme el favor e intenta haberte ido para cuando regrese.

– ¿Dónde vas?

Ella miró al bloc de notas sobre su escritorio y sonrió. En veinticuatro horas, la Chica Descarada estaría firmada, sellada, y entregada.

– Voy a un lugar llamado Wynette, Texas.


* * *

Vestida con vaqueros, sandalias, y una de las blusas intensamente coloreadas de algodón de la Señorita Sybil, Francesca se sentó al lado de Dallie en un honky-tonk llamaron Roustabout. Después de casi tres semanas en Wynette, había perdido la cuenta del número de tardes que habían pasado en el lugar favorito de la noche en la ciudad.

A pesar de la estentórea bandera del pais, la nube de humo, y la cinta de crepé negro y naranja de Halloween que colgaba de la barra, había descubierto en realidad que le gustaba el lugar.

Todos en Wynette conocían al golfista más famoso de la ciudad, y cuando siempre entraban en el honky-tonk había un coro de ¡Eh, Dallie! al sentárse sobre los taburetes Naugahyde y sobre el sonido vibrante de las guitarras eléctricas. Pero esta noche, por primera vez, hubo unos cuantos ¡Eh, Francie!, complaciéndola excesivamente.

Una de las habituales del Roustabout entrada en años, empujó su máscara de bruja a la cima de su cabeza y plantó un beso bullicioso sobre la mejilla de Skeet.

– Skeet, viejo oso, todavía voy a llevarte al altar.

Él sonrió.

– Eres demasiado jóven para mí, Eunice. Yo no podría seguirte de marcha.

– Luego dejo que me muerdas, cariño.

Eunice soltó un gritito de risa y se marchó con un amigo quién imprudentemente estaba vestido con un traje de harén que dejaba su rechoncho diafragma desnudo.

Francesca rió. Aunque Dallie estaba de un humor hosco toda la tarde, ella se divertía. La mayor parte de los presentes en el Roustabout llevaban sus equipos estándar de vaqueros y Stetsons, pero unos cuantos llevaban trajes de Halloween y todos los camareros tenían gafas sin cristales con narices de goma.

– ¡Aquí, Dallie! -llamó una de las mujeres-. Vamos a cortar manzanas en formas originales.

Dallie bajó de golpe las patas delanteras de su silla al suelo, agarró el brazo de Francesca, y refunfuñó.

– Cristo, esto es todo que necesito. Conversación tonta, ¡joder!. Quiero bailar.

Ella no había estado hablando, pero su expresión era tan severa que no se molestó en indicárselo. Se levantó y lo siguió. Cuando la arrastró a través del suelo hacia la máquina de discos, se encontró recordando la primera noche que él la había traído al Roustabout.

¿Sólo había sido hacía tres semanas?

Sus recuerdos del Blue Choctaw todavía estaban frescos aquella noche, y estaba nerviosa. Dallie la había arrastrado a la pista de baile y, sobre sus protestas, habían insistido en enseñarla a bailar al estilo tejano el Dos Pasos y el Cotton Eyed Joe. Después de veinte minutos, su cara estaba roja y su piel húmeda. No había querido nada más que escaparse al lavabo y reparar el daño.

– He bailado bastante, Dallie, le había dicho.

Él la había dirigido hacia el centro de la pista de baile de madera. -Sólo estamos calentando.

– Estoy bastante caliente, gracias.

– ¿Sí? Bien, yo no.

El ritmo de la música había subido y Dallie la había agarrado por la cintura moviéndose. Ella había comenzado a oír la voz de Chloe burlándose de la música country, diciéndole que no gustaría a nadie si no estaba hermosa, y había sentido las primeras agitaciones de inquietud extenderse dentro de ella.

– No quiero bailar más -había insistido, intentando soltarse.

– Bien, eso es francamente malo, porque yo sí.

Dallie había agarrado rápidamente su botella de Perl cuando pasaron por su mesa. Sin perder el ritmo, había tomado un trago, luego habían presionado la botella a sus labios y la había inclinado.

– No quiero… -ella había tragado y se había ahogado cuanda la cerveza salpicaba en su boca.

Él había levantado la botella a su propia boca otra vez y la había vaciado. Sudorosos rizos se habían adherido a sus mejillas y la cerveza había rebosado por su barbilla.

– Voy a dejarte -había amenazado ella, con voz rebelde-. Voy a irme de este local y de tu vida si no me dejas ir ahora mismo.

Él no había prestado atención. Había conservado sus manos húmedas y había presionado su cuerpo contra el suyo.

– ¡Quiero sentarme!

– Realmente no me preocupa lo que quieras -él había puesto sus manos por debajo de sus brazos, justo donde el sudor había empapado su blusa.

– Por favor, Dallie -había gritado, mortificada.

– Cierra la boca y mueve los pies.

Ella había seguido suplicándole, pero no le hizo caso. Su lápiz de labios había desaparecido, estaba hecha un auténtico adefesio, y había sentido que se iba a poner a gritar en cualquier momento.

En ese mismo instante, exactamente en medio de la pista de baile, Dallie había dejado de moverse. La había mirado, había bajado la cabeza, y la había besado de lleno en la boca.

– Maldita sea, si que eres preciosa -había susurrado.

Ella recordaba aquellas palabras apacibles ahora cuando él la llevaba sin demasiado cuidado por las flámulas naranja y negras de papel hacia la máquina de discos.

Después de tres semanas intentando hacer milagros con los cosméticos baratos del almacen, sólo una vez Dallie la había piropeado… y había sido cuando estaba más desastrosa.

Él se chocó con dos hombres en su camino hacía la máquina de discos y no se molestó en pedir perdón. ¿Que era lo que le pasaba esta noche? Se preguntó Francesca. ¿Por qué actuaba tan hosco? La canción de la máquina se había acabado, y buscó en el bolsillo de sus vaqueros para coger un cuarto de dólar. Un coro de gemidos sonó junto con unos silbidos.

– No le dejes, Francie -dijo Curtis Molloy.

Ella le dirigió una risa resignada sobre su hombro.

– Lo siento, pero él es más grande que yo. Además, se pone terriblemente insoportable si discuto con él -la combinación de su acento británico con su lenguaje los hizo reírse, como ella ya sabía.

Dallie accionó los dos mismos botones que siempre apretaba cuando la máquina dejaba de sonar, y puso la botella de cerveza sobre la cima de la máquina de discos.

– No he oído tanto al chismoso de Curtis en años -le dijo a Francesca-. Realmente lo estás consiguiendo. Incluso las mujeres comienzan a querer parecerse a tí.

Su tono no parecía muy contento.

Ella no hizo caso a su mal humor cuando la melodía de rock comenzó a sonar.

– ¿Y a tí? -preguntó descaradamente-. ¿Te gusto a tí, también?

Él movió su cuerpo de atleta con los primeros acordes de Born to Run de Bruce Springsteen con tanta gracia como bailaba el Texas Dos Pasos.

– Desde luego me gustas -dijo frunciendo el ceño-. No soy un gato callejero y no me acostaría contigo si no me gustarás al menos un poco. Maldita sea, me gusta esta canción.

Ella había esperado una declaración algo más romántica, pero con Dallie había aprendido a conformarse con lo que pudiera conseguir. No compartía su entusiamo por la canción que él seguía tarareando y bailando. Aunque no pudiera comprender toda la letra, entendió algo acerca de vagabundos como nosotros que hemos nacido para correr, pudiera ser por eso por lo que a Dallie le gustaba tanto la canción.

El sentimiento no concordaba con su visión de la dicha doméstica, asi qué se olvidó de la letra y se concentró en la música, complementando sus movimientos con los de Dallie como había aprendido a hacer tan bien en sus bailes de dormitorio por las noches. Él la miró a los ojos y ella le miró a él, y la música flotaba alrededor de ellos.

Ella sintió como si una especie de lazo fuerte los uniera, pero la sensación se rompió cuando su estómago produjo una sensación extraña.

No estaba embarazada, se dijo. No podía ser. Su doctor le había dicho muy claramente que no podía quedarse embarazada hasta que comenzara a tener sus períodos menstruales otra vez.

Pero sus recientes náuseas la habían preocupado tanto que el día anterior en la biblioteca había mirado un folleto de Planificación Familiar sobre el embarazo cuando la señorita Sybil no miraba. Para su consternación, había leído la antítesis y se encontró desesperadamente contando hacía atrás, a aquella primera noche que Dallie y ella habían hecho el amor. Eso había sido hacía un mes exactamente.

Bailaron otra vez y se marcharon a su mesa, la palma de su mano ahuecada sobre su pequeño trasero. Le gustaba que la tocara, era la sensación de una mujer siendo protegida por el hombre que se preocupaba por ella. Tal vez no sería tan malo si en realidad estaba embarazada, pensó cuando se sentó a la mesa. Dallie no era la clase de hombre que le daría unos cientos de dólares y la conduciría al abortista local.

No, no deseaba tene un bebé, pero comenzaba a aprender que todo tenía un precio. Tal vez el embarazo lo haría amarla, y una vez que él asumiera ese compromiso todo sería maravilloso. Ella lo animaría a dejar de beber tanto y se aplicaría más. Él comenzaría a ganar torneos y haría bastante dinero para que pudieran comprar una casa en una ciudad en algún sitio.

No sería el tipo de vida de moda internacional que había previsto para ella, pero no necesitaba esos lujos más, y sabía que sería feliz mientras Dallie la amara. Viajarían juntos, él cuidaría de ella, y todo sería perfecto.

Pero la imagen seguía sin cristalizar en su mente, entonces tomó un sorbo de su botella de Lone Star.

La voz de una mujer, una voz cansina tan perezosa como un verano deTexas Indian interrumpió sus pensamientos.

– ¿¡Eh!, Dallie -dijo suavemente la voz-. Haces unos birdies para mí?

Francesca sintió el cambio en él, una vigilancia que no había estado allí un momento antes, y ella levantó la cabeza.

Practicamente al lado de su mesa y mirando fijamente hacía abajo a Dallie estaba de pie la mujer más hermosa que Francesca había visto nunca. Dallie se levantó de un salto con una exclamación suave y la envolvió en sus brazos.

Francesca tenía la sensación que el tiempo se había congelado en el lugar cuando las dos criaturas deslumbrantemente rubias juntaron sus cabezas, dos especímenes de americanos hermosos de cosecha propia y llevando botas camperas, unas superpersonas que de repente la hicieron sentirse increíblemente pequeña y ordinaria. La mujer llevaba un Stetson hacía atrás sobre una nube de pelo rubio que caía desordenadamente atractivo hasta sus hombros, y había dejado tres botones abiertos sobre su camisa para revelar más que un poco la elevación impresionante de sus pechos.

Un amplio cinturón de cuero rodeaba su pequeña cintura, y los vaqueros apretados encajaban en sus caderas tan estrechamente que hacían una V en su entrepierna antes de convertirse en una extensión casi infinita de pierna larga.

La mujer miró a los ojos de Dallie y susurró algo que Francesca oyó por casualidad.

– ¿Pensaste que te dejaría pasar sólo Halloween, eh, nene?

El miedo que se parecía a un frio puño agarrando el corazón de Francesca bruscamente se alivió cuando comprobó como se parecían los dos.

Desde luego… no debería haber estado tan asustada. Por supuesto que se parecían mucho. Esta mujer sólo podía ser la hermana de Dallie, la evasiva Holly Grace.

Poco después, él confirmó su identidad. Liberando a la alta diosa rubia, él giró hacía Francesca.

– Holly Grace, esta es Francesca Day. Francie, me gustaría presentarte a Holly Grace Beaudine.

– ¿Cómo estás? -Francesca estiró su mano y rió calurosamente-. Te habría reconocido como la hermana de Dallie en cualquier parte; os pareceis muchísimo.

Holly Grace se quitó su Stetson y se acercó un poco a Francesca estudiándola con sus ojos azul claro.

– Lamento mucho decepcionarte, dulzura, pero no soy la hermana de Dallie.

Miró a Francesca socarronamente.

– Soy la esposa de Dallie.

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