El Clásico de los Estados Unidos había crecido en prestigio desde que se jugó el primer torneo en 1935, y ahora era considerado el Quinto del mundo en importancia, tras el Masters, el British Open, el PGA y el US Open. El recorrido dónde se desarrollaba se había hecho legendario, un lugar para el peregrinaje de los aficionados al golf como Augusta, Cypress Point, y Merion.
Los golfistas le llamaban el Antiguo Testamento y por una buena razón. El campo era uno de los más hermosos del Sur, con exuberantes pinos y magnolias antiguas. Las barbas de musgo español y los robles que servían como un telón al perfectamente cuidado tapete verde y la arena blanca, suave como el polvo, que llenaban los bunkers. Durante el dia, cuando el sol calentaba, las calles brillaban con una luz tan pura que parecía divina.
Pero la belleza natural del campo era verdaderamente traicionera. Mientras esto calentaba el corazón, también podía calmar los sentidos, para que el jugador deslumbrado no se diera cuenta hasta el último momento que el Antiguo Testamento no perdonaba pecados.
Los golfistas gruñían en sus calles y lo maldecían y juraban que nunca jugarían en el otra vez, pero con suerte siempre volvían, porque aquellos dieciocho heroicos hoyos te proporcionaban algo que la vida por sí misma nunca podría entregar. Proporcionaban la justicia perfecta.
El tiro bueno siempre era recompensado, el malo encontraba un castigo rápido, terrible. Aquellos dieciocho hoyos no te concedían una segunda oportunidad, nada de alegatos, nada de súplicas. El Antiguo Testamento vencía al débil, mientras siempre concedía gloria y honor al fuerte. O al menos hasta el día siguiente.
Dallie odiaba el Clásico. Antes de que dejara de beber y su juego hubiera mejorado, no siempre se había clasificado para jugarlo. En los últimos años sin embargo, había jugado bastante bien para colocarse bien en la lista. La mayor parte de las veces hubiera deseado haberse quedado en casa.
El Antiguo Testamento era un campo de golf que exigía la perfección, y Dallie sabía malditamente bien que él era demasiado imperfecto para cumplir con aquella clase de expectativas. Se dijo que el Clásico era un torneo como cualquier otro, pero cuando pensaba en el, parecía encoger su alma.
Cada parte de él deseaba que Francesca hubiera escogido otro torneo cuando había proclamado su desafío. No es que él lo hubiera tomado en serio. De ninguna manera. Por lo que estaba preocupado, era no haberla dicho ¡adiós! cuando había lanzado aquella pequeña rabieta.
De todos modos, otra persona estaba en la cabina de retrasmisiones cuando Dallie caminaba hacía el tee de salida, tomándose unos segundos para dedicarle una sonrisa burlona a una bonita rubia que le sonreía desde la primera fila de aficionados. Le había dicho a los de Network que iba a pensarlo un poco más y había devuelto los contratos sin firmar.
Simplemente era incapaz de hacerlo. No este año. No después de lo que Francesca le había dicho.
Sintió bien el drive en su mano y cogió la pelota, sólida y consoladora. Se sentía fino. Se sentía perfecto. Estaba decidido a demostrarle a Francesca que se equivocaba acerca de él. Hizo un golpeo seco y la bola voló por el cielo, como un cohete teledirigido. La grada aplaudió.
La pelota se apresuró por el espacio en un vuelo interminable. Y entonces, en el último instante descendió, dió un par de botes por el dorde de la calle y aterrizó en un grupo de magnolias.
Francesca despidió a su secretaria y llamó directamente a su contacto en el departamento de deportes, por cuarta vez aquella tarde. -¿Cómo va ahora? -preguntó cuando contestó la voz masculina.
– Fatal, Francesca, ha fallado otro golpe en el hoyo 17, lo que lo deja en 3 sobre el par. Sólo es la primera ronda, entonces… suponiendo que pase el corte, tiene otras tres rondas para mejorar, pero esta no es la mejor manera de comenzar un torneo.
Ella presionó sus ojos cerrados mientras él continuaba.
– De cualquier forma, este no es su torneo favorito, ya sabes eso. El Clásico es de alta presión, de alto voltaje. Recuerdo un año que Jack Nicklaus lo ganó -ella apenas escuchaba lo que seguía diciendo, rememorando su partido favorito-. Nicklaus es el único golfista en la historia quien con regularidad podía traer el Antiguo Testamento a sus rodillas. Año tras año, hasta finales de los setenta y principios de los ochenta, jugaba el Clásico y se lo llevaba, andando por esas calles como si fuera el pasillo de su casa, haciendo a los pequeños agujeros pedir clemencia con esos puts sobrehumanos…
Al final del día, Dallie estaba 4 sobre el par. Francesca se sentía desanimada. ¿Por qué tenía que haberle dicho eso? ¿Por qué le había hecho un desafío tan ridículo? Esa noche, intentó leer, pero nada mantenía su atención.
Comenzó a limpiar a fondo el armario del pasillo, pero no podía concentrarse. A las diez de la noche, telefoneó a las líneas aéreas para intentar conseguir plazas en un último vuelo. Entonces con cuidado despertó a Teddy y le dijo que salían de viaje.
Holly Grace llamó a la puerta de la habitación del hotel de Francesca a la mañana siguiente temprano. Teddy acababa de levantarse, pero desde el alba Francesca había estado recorriendo los perímetros del pequeño y lamentable cuarto que era el mejor alojamiento que había podido encontrar en una ciudad reventada por las costuras con golfistas y aficionados.
Casi se lanzó a los brazos de Holly Grace.
– ¡Gracias a Dios que estás aquí! Temía que algo te hubiera impedido venir.
Holly Grace depositó su maleta dentro y se sentó fatigosamente en la silla cercana.
– No sé como me he podido involucrar en esto.Terminamos de filmar casi a medianoche, y he tenído que tomar a las seis el vuelo. Apenas he podido dormir unas pocas horas.
– Lo siento, Holly Grace. Sé que estoy abusando de tu amistad. Si no pensara que es importante, no te lo hubiera pedido.
Levantó la maleta de Holly Grace hasta la cama y abrió los pestillos.
– Mientras tomas una ducha, te sacaré alguna ropa limpia y Teddy puede tomar algo de desayuno contigo en la cafetería. Lamento mucho que tengais que apresuraros, pero Dallie empieza su recorrido dentro de una hora. Tengo los pases listos. Asegúrate que os ve enseguida.
– No entiendo por qué no puedes llevar a Teddy a mirar el partido -se quejó Holly Grace-. Es ridículo arrastrarme hasta aquí solamente para escoltar a tu hijo a un torneo de golf.
Francesca puso a Holly Grace de pie y luego la empujó hacia el cuarto de baño.
– Necesito que tengas una fe ciega en mí en estos momentos. ¡Por favor!
Cuarenta y cinco minutos más tarde, Francesca apoyó la espalda en la puerta cuando volvió de dejar a Holly Grace y Teddy en el coche, teniendo cuidado de que nadie pudiera verla y reconocerla.
Sabía lo rápido que viajaban los chismes, y a no ser que fuera absolutamente necesario, no tenía ninguna intención de dejar que Dallie supiera que ella estaba cerca. En cuanto se quedó sóla, puso rápidamente la televisión para empaparse con la retrasmisión de la jornada.
Seve Ballesteros lideraba el torneo después de la primera ronda, así que Dallie no estaba de muy buen humor cuando llegó al campo. A Dallie no le desagradaba Seve, hasta que Francesca le contó embobada lo guapo que era y como le gustaba.
Ahora simplemente ver al jugador español de cabellos morenos le sacaba de sus casillas. Miró hacía el tablón que anunciaba los resultados y confirmó lo que ya sabía, que Jack Nicklaus había terminado con cinco golpes sobre el par el día antes, haciendo un recorrido aún peor que él.
Dallie sentía una satisfacción cobarde. Nicklaus envejecía; los años finalmente hacían que los seres humanos sucumbieran… acabando con el incomparable reinado del Oso Dorado de Columbus, Ohio.
Skeet caminaba delante de Dallie hacia el tee de salida.
– Tienes una pequeña sorpresa allí -le dijo, haciendo gestos hacía la izquierda.
Dallie siguió la dirección de su mirada y sonrió abiertamente cuando descubrió a Holly Grace justo detrás de las cuerdas, en primera linea de aficionados. Comenzó a acercarse, sólo para pararse de golpe al reconocer a Teddy a su lado.
Una cólera ciega le inundó. ¿Cómo esa mujercita podía ser tan vengativa? Sabía que Francesca había enviado a Teddy y sabía por qué. Había enviado al muchacho para burlárse de él, recordándole cada repugnante palabra que había lanzado sobre él. Normalmente le habría gustado tener a Teddy siguiendo su partido, pero no en el Clásico… No en un torneo donde nunca había tenido éxito.
Sucedía que Francesca quería que Teddy le viera derrotado, y sólo de pensarlo se ponía tan furioso que no podía contenerse. Sus sentimientos debieron ser trasparentes, porque Teddy bajó la mirada a sus pies, para luego levantarla otra vez con aquella expresión tercamente obstinada que Dallie había crecido conociéndola demasiado bien.
Dallie recordó que Teddy no tenía culpa de nada, pero le llevó todo su autocontrol seguir acercándose para saludarlos. Sus admiradores en la grada inmediatamente comenzaron a hacerle preguntas y a animarle.
Bromeó con ellos un poco, alegrándose de la distracción porque no sabía que decirle a Teddy. "Siento que nuestra relación haya empezado tan mal, siento no haber hablado más contigo, no haberte dicho lo que significas para mí, lo orgulloso que me sentí cuando defendiste a tu madre aquel día en Wynette".
Skeet estaba esperándolo cuando Dallie giró alejándose de la grada.
– ¿Es la primera vez que Teddy va a verte jugar, verdad? -dijo Skeet, dándole el palo-. Sería una verguenza que no viera tu mejor juego.
Dallie le miró tormentosamente y comenzó a andar hacía el tee. Sentía los músculos de sus hombros y espalda tan tensos como bandas de acero. Normalmente bromeaba con la muchedumbre antes de golpear, pero hoy no podía hacerlo.
Sentía el palo extraño en su mano. Miró a Teddy y vio el pequeño ceño fruncido en su frente, con total concentración. Dallie se obligó a concentrarse en lo que tenía que hacer… en lo que podía hacer.
Respiró hondo, miró la pelota, inclinó ligeramente las rodillas, balanceó hacía atrás el palo y la golpeó, usando toda su fuerza.
Aerotransportándola.
La multitud aplaudió. La pelota salió despedida hacía la exuberante calle verde, un punto blanco apresurándose contra un cielo despejado. Comenzó a descender, dirigiéndose directamente hacia el grupo de magnolias dónde la había mandado Dallie el día anterior. Pero entonces, finalmente, la pelota se desvió a la derecha para que aterrizar en la calle en una posición perfecta.
Dallie oyó unas palmas típicas de Texas por detrás él y se giró para sonreír a Holly Grace. Skeet le puso los pulgares hacía arriba, e incluso Teddy tenía una media sonrisa en su cara.
Esa noche, Dallie se acostó pensando que finalmente tenía el Antiguo Testamento sobre sus rodillas. Mientras los líderes del torneo habían caído víctima de un fuerte viento, Dallie había firmado una tarjeta de 3 bajo par, para arreglar algo el desastre del primer día y ascendió vertiginosamente en la tabla de posiciones, demostrándole a su hijo un poco del mejor golf que se podía jugar.
Seve estaba todavía allí, junto con Fuzzy Zoeller y Greg Norman. Watson y Crenshaw estaban fuera. Nicklaus había jugado una ronda mediocre, pero el Oso Dorado no renunciaba fácilmente, y había hecho los golpes justos para pasar el corte.
Mientras intentaba dormirse, se dijo que tenía que concentrarse en Seve y los demás, y no en Nicklaus. Jack estaba 8 sobre el par, demasiado alejado de los líderes y demasiado mayor para intentar algún recorrido milagroso de última hora.
Pero cuando Dallie dio un puñetazo en la almohada para hacerle forma, oyó la voz del Oso susurrándole como si estuviera a su lado en la habitación.
No me dejes fuera, Beaudine. No me parezco a tí. Nunca abandono.
Dallie no pudo mantener la concentración el tercer día. A pesar de la presencia de Holly Grace y Teddy, su juego fue mediocre y terminó con 3 sobre la par. Había fallado varios golpes sencillos, pero de todas formas estaba empatado en el segundo lugar a dos golpes del lider.
Hacia el final de los partidos del tercer día, a Francesca le dolía la cabeza de mirar tanto tiempo la pequeña pantalla de televisión del hotel. En la CBS, Pat Summerall comenzó a resumir los partidos del día.
– Dallie Beaudine nunca ha jugado bien bajo presión, y me pareció que hoy jugaba bastante tenso.
– El ruido del público obviamente le molestó -observó Ken Venturi-. Tienes que pensar que Jack Nicklaus jugaba en el partido directamente detrás de Dallie, y cuando Jack está inspirado, como fue el caso hoy, la gente se vuelve loca. Según van subiendo los aplausos, sabes que los otros jugadores los pueden oír y saber que el Oso ha hecho otro golpe espectacular. Esto provoca poner nerviosos a los líderes del torneo.
– Será interesante ver si Dallie puede cambiar su pauta de derrotas en el último día y hacerlo bien mañana -dijo Summerall-. Es un excelente golpeador, tiene uno de los mejores swings del circuito, y siempre ha sido muy querido por los aficionados. Sabes de sobra que estarían encantados de verlo por fin ganar.
– Pero la verdadera noticia aquí hoy es Jack Nicklaus -concluyó Ken Venturi-. Con 47 años, el Oso Dorado de Columbus, Ohio, ha conseguido un increíble 67… 5 golpes bajo el par, empatando en la segunda posición, junto con Seve Ballesteros y Dallas Beaudine…
Francesca apagó el televisor. Debería estar contenta de que Dallie fuera uno de los líderes del torneo, pero el último dia era siempre su punto débil. Por lo que había ocurrido hoy, tenía que reconocer que la presencia de Teddy no había sido suficiente estímulo para él.
Sabía que tenía que tomar medidas más fuertes, y se mordió el labio inferior, negándose a considerar la única medida que tenía en mente, pero que no tenía más remedio que realizar.
– Simplemente ponte lejos de mí -dijo Holly Grace a la mañana siguiente cuando Francesca caminaba detrás de Teddy y de ella a través del césped del club de golf hacia la muchedumbre que rodeaba el tee del hoyo 1.
– Sé lo que hago -dijo Francesca-. Al menos eso creo.
Holly Grace se volvió hacía ella cuando Francesca la alcanzó.
– Cuando Dallie te vea, va a perder su concentración para siempre. No podías haber elegido una mejor manera de arruinar este final de torneo para él.
– Él lo arruinará solo si yo no estoy aquí -insistió Francesca-. Mira, tú lo has mimado durante años y ya ves lo que ha conseguido. Hagámoslo a mi manera, para variar.
Holly Grace se puso sus gafas de sol y miró airadamente a Francesca.
– ¡Mimarlo, yo! Nunca lo he mimado en mi vida.
– Sí, lo has hecho. Lo mimas todo el tiempo -Francesca agarró el brazo de Holly Grace y comenzó a empujarla hacia el tee de salida-. Simplemente haz lo que te he pedido. He aprendido mucho de golf ultimamente, pero todavía no entiendo las sutilezas. Tienes que estar a mi lado y traducirme cada tiro que haga.
– Estás loca, ¿lo sabes no?
Teddy movió la cabeza a un lado mientras observaba la discursión entre su madre y Holly Grace. Él no veía nunca a los adultos discutir, y era interesante mirar. Teddy tenía la nariz pelada por el sol y sus piernas estaban cansadas de haber andado tanto los dos días pasados.
Pero tenía ganas de ver la jornada final, aun cuando consideraba un aburrimiento esperar mientras los jugadores golpeaban la pelota. De todos modos valía la pena esperar porque a veces Dallie se acercaba a las cuerdas y le decía como iba el juego, y después toda la gente alrededor le sonreía, reconociéndolo como alguien muy especial para conseguir tanta atención de Dallie.
Incluso después de que Dallie hubiera hecho unos malos golpes el dia anterior, se había acercado a él de todas formas, explicándole que había pasado.
El día era templado y soleado, la temperatura demasiado caliente para su sudadera "Nacido para sobrepasar el Infierno", pero Teddy había decidido llevarla de todos modos.
– Vas a pagar esto con el infierno -dijo Holly Grace, sacudiendo la cabeza-. ¿Y no podías haberte puesto pantalones o pantalones cortos como una persona normal que va a un torneo de golf? Estás llamando todo tipo de atención.
Francesca no se molestó en decirle a Holly Grace que eso era exactamente lo que quería cuando se puso ese ajustado vestido rojo.
Era un tubo sencillo de ganchillo que se ajustaba a sus pechos y sus caderas, y terminaba bastante por encima de las rodillas. Si había calculado bien, el vestido, junto con los pendientes "de angustia" enormes de plata, más o menos deberían volver loco a Dallas Beaudine.
En todos sus años de jugador de golf, Dallie raras veces había jugado en el mismo grupo que Jack Nicklaus en un torneo. Las pocas veces que habían coincidido, su última ronda había sido un desastre.
Había jugado delante de él y detrás de él; había cenado con él, habían compartido un podio con él, había cambiado unas historias de golf con él. Pero raras veces había jugado con él, y ahora las manos de Dallie temblaban.
Se dijo que no debía cometer el error de confundir al Jack Nicklaus verdadero con el Oso en su cabeza. Se recordó que el verdadero Nicklaus era un ser humano de carne y hueso, vulnerable como todos, pero aún así no suponía mucha diferencia. Sus caras eran la misma y eso era todo lo que contaba.
– ¿Cómo estás, Dallie? -Jack Nicklaus le sonrió de forma agradable mientras caminaba a su lado de camino al tee, su hijo Steve detrás de él haciendo de caddie. Voy a comerte vivo, le dijo el Oso en su cabeza.
Él tiene cuarenta y siete años, se recordó Dallie cuando estrechó la mano de Jack. Un hombre de cuarenta y siete no puede competir con uno de treinta y siete en plena forma.
Hasta no me molestaré de escupir tus huesos, le contestó el Oso.
Seve Ballesteros estaba cerca de las cuerdas hablando con alguien del público, su piel oscura y pómulos cincelados llamaban la atención de muchas de las mujeres que estaban allí apoyando a Dallie. Dallie sabía que debería estar más preocupado por Seve que por Jack.
Seve era un campeón internacional, considerado por muchos como el mejor golfista del mundo en la actualidad. Su golpeo era el más poderoso del circuito, y tenía un toque casi sobrehumano alrededor del green. Dallie se olvidó de Nicklaus y caminó para estrechar la mano a Seve… sólo para quedarse helado cuando vio con quién hablaba.
Al principio no podía creerlo.
Incluso ella no podía hacer eso. De pie con un vestido rojo que parecía ropa interior, y mirando a Seve como si fuera algún tipo de dios español, estaba la mismísima señorita Pantalones de Lujo.
Holly Grace estaba a un lado suyo con cara seria, y Teddy al otro lado. Francesca finalmente apartó su atención de Seve y miró a Dallie.
Ella le dirigió una sonrisa tan refrescante como la escarcha que cubría una jarra de cerveza helada, una sonrisa tan prepotente y superior que Dallie quiso cogerla y sacudirla.
Ella ladeó su cabeza ligeramente, y sus pendientes de plata brillaron al sol. Levantando la mano, apartó los zarcillos castaños de sus orejas, inclinando su cabeza para que su cuello formara una curva perfecta. ¡Estaba coqueteando con él… coqueteando, por Dios! No podía creerlo.
Dallie comenzó a caminar hacia ella para estrangularla hasta la muerte, pero tuvo que detenerse porque Seve venía hacia él, con la mano extendida, los ojos entrecerrados y su encanto latino.
Dallie se ocultó detrás de una artificial sonrisa burlona de Texas y dio la mano a Seve.
Jack salió primero. Dallie estaba tan cabreado que apenas fue consciente que Nicklaus había golpeado hasta que oyó a la muchedumbre aplaudir. Fue un buen golpe… no tan largo cómo los tiros de su juventud, pero había dejado la pelota en una posición perfecta.
Dallie pensó que vio a Seve dirigir una miradita a Francesca antes de colocarse en posición para empezar. Su pelo brilló negro azulado al sol de la mañana, un pirata español que atracaba en las costas americanas, y tal vez pensara llevarse algunas de sus mujeres mientras estaba en ello.
El cuerpo delgado y fuerte de Seve se estiró cuando hizo el swing y disparó la pelota hacía el centro de la calle, donde continuó botando hasta sobrepasar la bola de Nicklaus en varios metros antes de pararse.
Dallie echó un vistazo al público, sólo para haber deseado no hacerlo. Francesca aplaudía el golpe de Seve con entusiasmo, saltando de puntillas sobre unas diminutas sandalias rojas que no parecía que fueran a aguantar un recorrido de tres hoyos, mucho menos dieciocho.
Arrebató su palo de las manos de Skeet, su cara oscura como un nubarrón, sus emociones aún más negras. Cogiendo la postura, apenas pensaba lo que hacía. Su cuerpo puso el piloto automático cuando apartó la vista de la pelota y visualizó la pequeña cara hermosa de Francesca tatuada directamente sobre la marca Titleist de la pelota. Y luego se balanceó.
Incluso no supo lo que había hecho hasta que oyó a Holly Grace aclamarle y su visión se despejó bastante para ver la pelota volar más de doscientos metros y pararse más allá de la pelota de Seve.
Era un gran tiro, y Skeet le dio solemnemente un golpe con la mano en la espalda. Seve y Jack cabecearon con reconocimiento cortés. Dallie se dio la vuelta hacia el público y casi se ahogó con lo que vio.
Francesca tenía su pequeña nariz presumida levantada hacía arriba, como si estuviera a punto de morir de aburrimiento, como diciendo de ese modo exagerado que era parte de ella, "¿Eso es lo mejor que puedes hacer?"
– Haz que se vaya -gruñó Dallie entre dientes a Skeet.
Skeet limpiaba el palo con una toalla y no pareció enterarse. Dallie caminó hacía las cuerdas, su voz llena de veneno, pero bastante bajito para que nadie pudiera oírlo excepto Holly Grace.
– Quiero que te vayas del campo ahora mismo -le dijo a Francesca-. ¿Qué diablos piensas que haces aquí?
Otra vez ella le dirigió esa sonrisa prepotente, superior.
– Simplemente te recuerdo cuales son tus intereses, querido.
– ¡Estás loca! -explotó él-. En caso de que seas demasiado ignorante para haberlo entendido, estoy a pocos golpes de los líderes de uno de los torneos más grandes del año, y no necesito esta clase de distracción.
Francesca se enderezó, se inclinó hacía delante, y susurró en su oído.
– El segundo puesto no es suficientemente bueno.
Después Dallie calculó que ningún jurado en el mundo lo habría condenado si hubiera estrangulado a esa pequeña mujer allí mismo, sobre el campo, pero sus compañeros de partido se marchaban del tee, tenía que estudiar su siguiente tiro, y no podía perder tiempo.
En los siguientes nueve hoyos golpeó tan fuerte la pelota que parecía pedir piedad, la ordenó que siguiera sus deseos, la castigó con cada gramo de su fuerza y cada bocado de su determinación.
Él mandaba sus tiros a la bandera de un solo golpe. ¡Un golpe… no dos, ni tres!
Cada tiro era más imponente que el anterior, y siempre que se giraba hacía el público, veía a Holly Grace hablando freneticamente a Francesca, traduciéndole la magia que él hacía, diciendole a la señorita Pantalones de Lujo, que estaba siendo testigo de la historia del golf.
Pero hiciera él lo que hiciese, sin importar cuan impresionante fuera su tiro, lo certero que embocaba en el hoyo, lo heroicamente que jugaba… cada maldita vez que la miraba, Francesca parecía decir: "¿Es lo mejor que puedes hacer?"
Estaba tan encolerizado, tan sumergido en su desprecio, que no fue consciente que la tabla de líderes cambiaba rápidamente. Ah, pero pronto lo entendió, bien. Vio los números.
Sabía que los líderes que venían jugando detrás de él habían perdido terreno; sabía que Seve se había quedado dormido.
Podía leer los números, bien, pero no fue hasta que embocó un birdie en el hoyo 14 que en realidad comprendió el hecho que había tirado hacía adelante, que su ataque enfadado sobre el campo lo había puesto 2 bajo el par en el torneo.
Con cuatro hoyos por jugar, ocupaba el primer lugar en el Clásico de los Estados Unidos.
Empatado con Jack Nicklaus.
Dallie sacudió la cabeza, intentando despejarse mientras se encaminaba hacía la salida del hoyo 15. ¿Cómo podía haberle ocurrido? ¿Que había sucedido para que él, Dallas Beaudine de Wynette, Texas, fuera a estas alturas empatado con Jack Nicklaus? No podía pensarlo. Si pensaba en ello, el Oso comenzaría a hablarle en su cabeza.
Vas a fallar, Beaudine. Vas a demostrar todo lo que Jaycee solía decir sobre tí. Todo lo que yo he estado diciendo durante años. No eres lo bastante hombre para llevar esto a cabo. No contra mí.
Él miró hacia el público y vio que ella lo miraba. Cuando él la miró airadamente, ella colocó una sandalia delante de la otra y dobló su rodilla ligeramente hacíendo un pequeño gesto exagerado y ridículo pero que hizo subir su falda por sus muslos.
Echó los hombros hacia atrás, haciendo que el suave corpiño se adhiriera a sus pechos, perfilándolos en un memorable detalle. "Aquí está tu trofeo", dijo con el cuerpo bastante claramente. "No olvides lo que te estás jugando".
Él golpeó la pelota colocándola en la calle del hoyo 15, prometiéndose que nunca jamás en los años que le quedaban de vida se acercaría a una mujer con corazón de ramera. En cuanto terminara el torneo, le iba a enseñar a Francesca Day la lección de su vida casándose con la primera muchacha dulce americana que se cruzara en su camino.
Hizo el par en los hoyos 15 y 16. Lo mismo que hizo Nicklaus. El hijo de Jack estaba con él recorriendo el campo, dándolo los palos, ayudándole a leer los greens.
El hijo de Dallie estaba en las cuerdas con una sudadera que decía "Nacido para sobrepasar el Infierno" y una mirada de furiosa determinación en la cara. El corazón de Dallie se hinchaba cada vez que lo miraba.
Maldita sea, era un pequeño niño batallador.
El hoyo 17 era corto y desagradable. Jack habló un poco con el público mientras caminaba hacía el green. Había realizado sus golpes para presionarle, no había nada que le gustara más que un final igualado.
Dallie tenía la camisa y los guantes pegados por el sudor. Era famoso por bromear continuamente con el público, pero ahora mantenía un siniestro silencio. Nicklaus jugaba sin duda el mejor golf de su vida, arrasando las calles y quemando los greens.
Cuarenta y siete años eran demasiados para jugar así, pero alguien había olvidado decírselo a Jack. Y ahora sólo Dallie Beaudine se interponía entre el mejor jugador de la historia del golf y un título más.
De algún modo Dallie consiguió hacer otro par, pero Jack lo hizo, también. Seguían empatados cuando caminaban al tee del último hoyo.
Los camaras que cargaban unidades portátiles de vídeo sobre sus hombros seguían cada movimiento de los dos jugadores mientras se dirigían al tee del 18.
Los locutores de radio y televisión no escatimaban adjetivos a sus espectadores y oyentes, contándoles todo tipo de leyendas acaecidas en el último hoyo del Antiguo Testamento, elevando a la estratosfera estadísticas y golpes memorables un domingo por la tarde.
La muchedumbre que seguía el partido decisivo había crecido por miles,(el público se reparte por todo el campo, pero en el último portido, se reune en el último hoyo, NdT), con un entusiasmo febril porque sabían que pasara lo que pasara, ellos nunca podrían perder.
Toda esa gente había estado enamorada de Dallie desde que era un novato, y habían estado esperando durante años que él pudiera ganar un torneo de los Grandes. Pero también pensaban que sería irresistible que Jack volviera a ganar.
Era parecido al Masters de 1986, con Jack cargando como un toro hacia el final, tan imparable como una fuerza de la naturaleza.
Dallie y Jack hicieron dos buenos golpes de inicio en el hoyo 18. Era un largo par-5, con un lago colocado diabólicamente delante de todos los lados menos una esquina en la izquierda del green.
Le llamaban el "Lago de Hogan", porque le había costado al gran Ben Hogan el Clásico de 1951, cuando había intentado sobrepasarlo de un golpe, en lugar de buscar la bandera bordeándolo. También podrían haberlo llamado el "Lago de Arnie" o el "Lago de Watson" o el "Lago de Snead" porque en algún momento uno u otro habían caído víctimas de su traición.
Jack no tenía incoveniente en arriesgar, pero no había ganado innumerables torneos actuando de manera temeraría, y no tenía la menor intención de ir directamente a la bandera con un tiro suicida sobre el lago.
Hizo el segundo golpe a la izquierda del Lago de Hogan, mandándola hacía la parte izquierda del green. La multitud soltó un rugido y luego contuvo el aliento cuando la pelota dio varios botes y terminó posándose a escasos centímetros del borde del green, a pocos metros de la bandera.
El ruido era ensordecedor.
Nicklaus había hecho un tiro espectacular, un tiro de magia, quedándose en una situación magnífica para conseguir un birdie, quizás hasta un eagle.
Dallie sintió pánico, tan insidioso como el veneno, arrastrándose por sus venas. Para mantenerse igualado con Nicklaus tenía que hacer el mismo tipo de golpe a la izquierda del lago y luego mandar la pelota sobre el green.
Era un tiro difícil en la mejor de las circunstancias, pero con miles de ojos de la gente de las gradas, millones más mirándolo desde sus televisiones, con un título en juego y las manos que no le dejaban de temblar, y sabía que no podía llevarlo a cabo.
Seve golpeó a la izquierda del lago en su segundo tiro, y la pelota cayó en el centro del green. La ansiedad subió por su cuerpo hasta la garganta de Dallie amenazando con ahogarlo.
¡Él no podía hacer esto… simplemente no podría!
Giró alrededor, instintivamente, buscando a Francesca. Completamente seguro de encontrarla con su barbilla levantadan y su pequeña nariz presumida desafiándolo…
Y entonces, cuando él la miró, Francesca quedó desarmada.
Ella no podía seguir con este juego. Dejó caer el mentón, su expresión se ablandó, y lo miró a los ojos directamente queriendo ver su alma, ojos que entendieron su pánico y le suplicaron que lo venciera.
Por ella. Por Teddy. Por todos.
Vas a decepcionarla, Beaudine, se burló el Oso. Has decepcionado a todas las personas que te han querido en tu vida, y estás preparado para hacerlo otra vez.
Los labios de Francesca se movieron, formando dos palabras. "Por favor".
Dallie miró hacía abajo, a la hierba, pensando en todo lo que Francie le había dicho, y luego se dirigió a Skeet.
– Voy directamente a la bandera -dijo-. Voy a golpear a través del lago.
Él esperó a que Skeet le gritara, para decirle que era un idiota de la peor clase. Pero Skeet simplemente le miró pensativo.
– Vas a tener que llevar esa pelota más de doscientos metros y dejarla completamente muerta.
– Lo sé.
– Si haces un golpe alrededor del lago… tienes posibilidades de seguir empatado con Nicklaus.
– Estoy harto de tiros sensatos -dijo Dallie-. Voy a por la bandera.
Jaycee llevaba muchos años muerto, Dallie no tenía una maldita cosa que demostrar a aquel bastardo. Francie tenía razón. No intentarlo era un pecado más grande que fallar. Dirigió de nuevo su mirada hacía Francesca, queriendo su respeto más que cualquier otra cosa en el mundo.
Ella y Holly Grace se agarraban las manos la una a la otra como si estuvieran preparándose para la llegada del fin del mundo.
Las piernas de Teddy estaban cansadas y se había sentado sobre la hierba, pero la mirada de determinación no había abandonado su cara.
Dallie concentró toda su atención en lo que tenía que hacer, intentando controlar la subida de adrenalina que lo dañaría más que ayudarle.
Hogan no pudo pasar el lago, le susurró el Oso. ¿Qué te hace pensar que tú si puedes?
Porque quiero conseguirlo más fuerte que lo que Hogan alguna vez lo hizo, replicó Dallie. Simplemente mucho más.
Cuando se puso en posición para golpear la pelota y los espectadores comprendieron lo que iba a hacer, emitieron un murmullo de incredulidad.
La cara de Nicklaus estaba tan inexpresiva como siempre. Si pensaba que Dallie estaba cometiendo un error, lo guardó para él.
Nunca lo lograrás, le susurró el Oso.
Simplemente, observa, contestó Dallie.
Su palo azotó la pelota. Salió disparada por el cielo cogiendo una trayectoria alta y se desvió a la derecha para sobrepasar el agua… por el centro del lago que había engullido las pelotas de Ben Hogan, Arnold Palmer y tantas otras leyendas.
Estuvo volando por el cielo una eternidad,pero todavía no había sobrepasado el lago cuando comenzó a descender. Los espectadores contuvieron la respiración, sus cuerpos congelados pareciendo extras de una vieja película de ciencia ficción. Dallie se quedó quieto como una estatua mirando la caida lenta, siniestra.
Al fondo, la bandera con el número 18 cogió un soplo de brisa y se levantó ligeramente, haciendo que en todo el universo sólo la bandera y la pelota se movíeran.
Los gritos subieron por la multitud y luego un estruendo impresionante golpeó a Dallie cuando su pelota golpeó el borde del lago y entró en el green, saltando ligeramente antes de pararse a dos metros de la bandera.
Seve puso su pelota en el green con dos golpes… y tiró hacía el hoyo, sacudiendo luego su cabeza con desaliento cuando se le marchó por poco. El heroico put de seis metros de Jack tocó el borde del hoyo, pero no entró.
Dallie se quedó de pie solo.
Únicamente le quedaba un tiro al agujero de dos metros, pero estaba mental y fisicamente agotado. Sabía que si embocaba la pelota ganaría el torneo, pero si no, seguiría empatado con Jack.
Buscó con la mirada de nuevo a Francesca, y otra vez sus bonitos labios formaron las dos palabra: por favor.
Tan cansado como estaba, Dallie no tuvo fuerzas para decepcionarla.