Cuándo colocaron a Francesca recién nacida en los brazos de Chloe Serritella Day ésta se echó a llorar e insistió que las hermanas en el hospital privado de Londres dónde había dado a luz habían perdido su bebé. Cualquier imbécil podía ver que esta criatura pequeña, fea, con su cabeza aplastada y párpados hinchados no podía haber salido de su cuerpo exquisito.
Como ningún marido estaba presente para aliviar a una Chloe histérica, fueron las hermanas quién la aseguraron que el bebé cambiaría en pocos dias. Chloe ordenó que se llevaran al pequeño impostor feo y no regresaran hasta que hubieran encontrado a su estimado bebé.
Ella entonces arregló su aspecto y saludó a sus visitantes-entre ellos una estrella cinematográfica francesa, el secretario de la oficina matriz inglesa, y de Salvador Dalí-contándoles la terrible tragedia que se había perpetrado contra ella. Los visitantes, muy acostumbrados a la hermosa y dramática Chloe, la tomaban de la mano y prometían investigar el asunto.
Dalí, en una muestra de su magnanimidad, anunció que pintaría una versión surrealista del bebé en cuestión, como un obsequio de bautizo, pero perdió el interés misteriosamente en el proyecto y terminó mandando un conjunto de copas de vermeil en su lugar.
Pasó una semana. El día que debía salir del hospital, las hermanas ayudaron a vestirse a Chloe con un vestido negro suelto de Balmain con puños y un cuello ancho de organdí.
Después, la pusieron en un silla de ruedas y depositaron al bebé rechazado en sus brazos. El tiempo que había pasado había hecho poco para mejorar la apariencia del bebé, pero en el momento que ella miró hacia abajo al bulto entre sus brazos, Chloe experimentó uno de sus cambios relámpago de humor.
Mirando a la cara moteada, anunció a todos que la tercera generación de la belleza de Serritella estaba asegurada. Nadie fue capaz de contradecirla, porque, como unos meses más tarde se demostró, Chloe había estado en lo cierto.
La sensibilidad de Chloe en la importancia de la belleza femenina tuvo sus raíces en su propia niñez. De niña había sido rellenita, con una doblez extra de grasa en la cintura y pequeñas almohadillas carnosas que oscurecían los huesos delicados de su cara.
No estaba suficientemente gorda para ser considerada obesa a los ojos del mundo, pero era suficientemente rellenita para sentirse fea, especialmente con respecto a su madre suave y elegante, la gran couturiere italiana, Nita Serritella. No fue hasta 1947, ese verano cuando Chloe tenía doce años, cuando le dijeron por primera vez que era hermosa.
Fue en casa en unas vacaciones breves de uno de los internados suizos donde pasaba demasiado tiempo en su niñez. Estaba sentada tan discretamente como era posible con sus caderas anchas encaramadas en una silla dorada en el rincón del elegante salón de su madre en la calle de la Paix.
Miraba con tanto resentimiento como envidia como Nita, delgada con un severo traje corto negro con grandes solapas de raso color frambuesa, hablaba con una cliente elegantemente vestida.
Su madre llevaba el pelo negro azulado en un corte recto, que le caía hacia adelante sobre la piel pálida de la mejilla izquierda en un gran rizo, y el llevaba en el cuello de Modigliani unos collares de perlas negras perfectamente emparejadas. Las perlas, junto con el contenido de una caja fuerte pequeña de su dormitorio, eran obsequios de admiradores de Nita, hombres internacionalmente prósperos que eran felices en comprar joyas para una mujer suficientemente exitosa para comprárselas ella misma.
Uno de esos hombres había sido el padre de Chloe, aunque Nita no recordaba cuál, y con el que ciertamente nunca consideró casarse.
La atractiva rubia que recibía la atención de Nita en el salón de esa tarde hablaba español, su acento sorprendentemente común en 1947. Chloe siguió la conversación con la mitad de su atención y dedicó la otra mitad a estudiar las modelos de talle fino que desfilaban por el centro del salón enseñando los últimos diseños de Nita.
¿Por qué no podría ser ella delgada y alta como esas modelos? Se preguntaba Chloe. ¿Por qué no podía ser ella exactamente como su madre, especialmente ya que tenían el mismo pelo negro, los mismos ojos verdes? Si solamente ella fuera hermosa, pensaba Chloe, quizá su madre dejaría de mirarla con tanta repugnancia.
Por centésima vez se prometió renunciar a los pasteles para poder ganar la aprobación de su madre… y por centésima vez, sentía ese hundimiento incómodo, esa sensación en el estómago que le decía que no tenía suficiente fuerza de voluntad. Al lado de la fuerza absorbente de Nita, Chloe se sentía como un soplo de polvo.
La rubia de repente dejó de mirar el dibujo que estaba estudiando, sus ojos castaños líquidos observaron a Chloe. En su acento español curiosamente duro, comentó
– Dentro de poco tiempo será una gran belleza. Se parece a usted.
Nita echó un vistazo a Chloe ocultando ese desdén enfermizo.
– No veo ningúna semejanza, señora. Y ella nunca será una belleza hasta que aprenda a empujar bien lejos su tenedor.
La clienta de Nita levantó una mano compensada hacia abajo con varios anillos chillones e hizo gestos hacia Chloe.
– Ven aquí, querida. Ven y da un beso a Evita.
Por un momento Chloe no se movió mientras trataba de absorber lo que la mujer había dicho. Entonces se levantó con indecisión de su silla y cruzó el salón, de manera vergonzosa enseñando las pantorrillas gorditas que mostraba bajo el dobladillo de su falda del verano de algodón. Cuándo alcanzó a la mujer, se inclinó y depositó un beso de compromiso pero sin embargo agradecido en la mejilla suavemente fragante de Eva Perón.
– ¡Ramera fascista! -Nita Serritella silbó más tarde, cuando la Primera Dama de Argentina salió por las puertas principales del salón. Se colocó una boquilla de ébano entre los labios para retirarlo bruscamente, dejando una mancha escarlata en el borde.
– ¡Se me revuelven las entrañas al tocarla! Todos saben que no hay un nazi en Europa que no pueda encontrar refugio con Perón y sus compinches en Argentina.
Los recuerdos de la ocupación alemana de París estaban todavía frescos en la mente de Nita, y no sentía nada más que desprecio por los partidarios nazis. Aunque, era una mujer práctica, y Chloe sabía que su madre no veía sentido en despreciar el dinero de Eva Perón, por ensangrentado que estuviera, de la calle de la Paix a la avenida Montaigne, dónde reinaba la casa Dior.
Tras aquello, Chloe guardó fotografías de Eva Perón de los periódicos y las pegaba en un álbum de recortes de pastas rojas. Siempre que las críticas de Nita llegaban a hacerla realmente daño, Chloe miraba las fotos, con alguna mancha ocasional de chocolate en las páginas cuando recordaba cómo Eva Perón le había dicho que sería una gran belleza algún día.
El invierno de sus catorce años, su grasa milagrosamente desapareció junto con los dientes de leche, y los huesos legendarios de Serritella finalmente se definieron. Se pasaba horas mirándose en el espejo, embelesada por la imagen alta y delgada delante de ella.
Ahora, se decía, todo será diferente. Desde que ella podía recordar,siempre se había sentido como una paria en la escuela, pero de repente se encontró en el interior del círculo. No entendía por que las otras chicas ahora se sentían atraídas por su nuevo aire de confianza en sí misma, además de su estrecha cintura. Para Chloe Serritella, la belleza significó la aceptación.
Nita pareció complacida con su pérdida de peso, así que cuándo Chloe fue a casa a París para sus vacaciones de verano, encontró el valor para mostrar sus dibujos a su madre, de algunos vestidos que había diseñado con la esperanza de algún día llegar a ser una couturiere ella misma.
Nita ordenó los dibujos en su mesa de trabajo, cogió un cigarrillo, y diseccionó cada uno con el ojo crítico que la había hecho un gran diseñadora.
– Esta línea es ridícula. Y la proporción es desastrosa. ¿Ves cómo has arruinado éste con demasiados detalles? ¿Dónde está tu ojo, Chloe? ¿Dónde está tu ojo?
Chloe arrebató los dibujos de la mesa y nunca trató de dibujar otra vez.
Cuándo volvió a la escuela, Chloe se dedicó a llegar a ser más bonita, más ingeniosa, y más popular que cualquiera de sus compañeras de clase, determinó que nadie sospecharía jamás que una chica gorda difícil vivía todavía dentro de ella.
Aprendió a dramatizar los acontecimientos más triviales del día a día con gestos grandes y suspiros pródigos hasta que todo lo que hacía parecía más importante que algo que los demás pudieran hacer. Gradualmente aún la ocurrencia más mundana en la vida de Chloe Serritella llegó a estar cargada de gran drama.
Con dieciséis años, ofreció su virginidad al hermano de un amigo en un belvedere frente al Lago Lucerna. La experiencía fue difícil e incómoda, pero el sexo hizo a Chloe sentirse delgada. Conjuró rápidamente a su mente para probar el sexo otra vez, pero con alguien con más experiencia.
En la primavera de 1953, cuándo Chloe tenía dieciocho años, Nita murió inesperadamente de un reventón de apéndice. Chloe se sintió aturdida y silenciosa en el funeral de su madre, entumecida también al entender que la intensidad de su pena no era tanto por la muerte de su madre como del sentimiento que nunca tuvo a una madre del todo.
Atemorizada de estar sola, tropezó en la cama de un aristócrata rico más de cuarenta años mayor que ella. Él la proporcionó un refugio temporal y seis meses después la ayudó a vender el salón de su madre por una cifra astronómica de dinero.
El conde volvió finalmente con su esposa y Chloe se dispuso a vivir de su herencia. Era joven, rica, y sin familia, y atrajo rápidamente a los jovenes indolentes que tejieron los hilos dorados para atraerla a la tela de la sociedad internacional.
Llegó a sentirse como un recaudador, acostándose con unos y otros cuando buscaba el hombre que la daría el amor incondicional que nunca había recibido de su madre, el hombre que la haría terminar con su sentimiento de una chica gorda infeliz.
Jonathan Day "Jack el Negro" entró en su vida sentado enfrente en una mesa de la ruleta en un club de apuestas de Berkeley. Jack Day,"Negro" recibía su apodo además de por su belleza morena, por su inclinación a los juegos de riesgo. Con veinticinco años, ya había destruido tres coches deportivos de gran cilindrada y un número apreciablemente más grande de mujeres.
Un playboy americano malvadamente guapo, de Chicago, con pelo castaño que caía en un lio revoltoso sobre la frente, un bigote picaresco, y un handicap de siete en el polo. En muchos sentidos él no era diferente de los otros jovenes hedonistas que habían llegado a ser tantos en una parte de la vida de Chloe; él bebía ginebra, llevaba trajes exquisitos hechos a medida, y cambiaba de juego todas las temporadas.
Pero los otros hombres carecían de lo que a Jack Day tenía en exceso, su habilidad de arriesgarlo todo, como la fortuna que había heredado en Ferrocarriles Americanos, en una sola vuelta de la rueda.
Completamente consciente de sus ojos sobre ella y sobre la rueda de la ruleta que giraba, Chloe miró la bola pequeña del marfil como daba vueltas del rojo al negro y al rojo otra vez antes de pararse finalmente en el 17 negro. Se permitió levantar la mirada y se encontró a Jack Day que la miraba por encima de la mesa. El sonrió, arrugando el bigote.
Ella sonrió también, segura de su apariencia inmejorable con el vestido de color gris plata de Jacques Fath de raso y tul que acentuaban los puntos culminantes de su pelo oscuro, la palidez de su piel, y de las profundidades verdes de sus ojos.
– Esta noche pareces ganar siempre -dijo ella-. Siempre eres así de afortunado?
– No siempre -contestó él -¿Y tú?
– ¿Yo? -Ella emitió uno de sus muchos suspiros dramáticos-. He perdido todo esta noche. Je suis miserable. Nunca soy afortunada.
El retiró un cigarrillo de un cenicero de plata mientras sus ojos arrastraban un sendero descuidado sobre su cuerpo.
– Por supuesto que tienes suerte. ¿Acabas de encontrarme, no es verdad? Y te llevaré a tu casa esta noche.
Chloe estaba intrigada y sorprendida por su audacia, y la mano se cerró instintivamente alrededor del borde de la mesa como apoyo. Sentía como si sus ojos deslustrados de plata se fundieran por su vestido y quemaran recreándose en las curvas de su cuerpo. Sin ser capaz de definir exactamente quién era Jack "Negro", presintió que sólo la mujer más excepcional podría ganar el corazón de este hombre supremamente confiado, y si ella era esa mujer, podría dejar de preocuparse por la chica gorda en su interior.
Pero a pesar de todo, Chloe se contuvo. En el año que hacía desde la muerte de su madre, se había vuelto tremendamente suspicaz sobre los hombres que se acercaban a ella. Había observado el brillo imprudente en sus ojos cuando la bola de marfil sonaba al girar por las casillas de la ruleta, y sospechó que él no valoraría en su medida lo que obtuviera fácilmente.
– Perdón -contestó con serenidad-.Tengo otros planes. Antes de que él pudiera responder, ella recogió su bolso y abandonó la sala.
Él telefoneó al día siguiente, pero ella dio órdenes a su criada de decir que estaba fuera. Lo volvió a ver jugando la siguiente semana, pero tras estar segura que él la había visto, se marchó antes que pudiera acercársele.
Los días pasaron, y ella se sorprendió al no dejar de pensar en el joven y guapo playboy de Chicago. Una vez más él telefoneó; una vez más ella se negó a contestar. Posteriormente esa misma noche lo vió en el teatro y le saludó con la cabeza de forma casual, una insinuación de una sonrisa, antes de que se marchara a su palco.
La siguiente vez que él telefoneó, cogió la llamada pero fingió que no recordaba quién era. El rió entre dientes secamente y le dijo:
– Voy a recogerte en media hora, Chloe Serritella. Si no estás lista, no te volveré a llamar nunca más.
– ¿Media hora? No creo que sea posible -pero él ya había colgado.
La mano comenzó a temblarle cuando colgó el receptor. En su mente vió una ruleta girando, la bola de marfil saltando del rojo al negro, del negro al rojo, en este juego que ellos jugaban. Con manos temblorosas, se vistió con un vestido blanco de lana con puños de ocelote, completando el atuendo un sombrero pequeño sobrepasado por un velo de la ilusión.
Abrió la puerta exactamente media hora más tarde.
Él la condujo a través del patio a un deportivo Isotta-Fraschini rojo, que condujo por las calles de Knightsbridge a una velocidad endiablada utilizando sólo los dedos de su mano derecha en el volante. Ella lo miró con el rabillo del ojo, adorando el espeso pelo castaño que le caía tan descuidadamente sobre la frente tanto como el hecho que él era un americano ardiente en vez de algún aburrido europeo.
Finalmente se detuvo en un restaurante apartado donde le acariciaba la mano con la suya siempre que ella cogía su copa. Ella sentía dolor por la manera que le deseaba. Bajo la intensidad de esos ojos inquietos de plata, ella se sentía desenfrenadamente hermosa y esbelta tanto por dentro como por fuera.
Todo acerca de él la fascinaba…la manera de andar, el sonido de su voz, el olor de tabaco en su aliento. Jack Day era el último trofeo, la afirmación final de su propia belleza.
Cuando dejaron el restaurante, él la apretó contra el tronco de un árbol de sicomoro y le dio en la oscuridad un beso seductor. La abrazó y pasando sus brazos por su espalda, le agarró las nalgas.
– Te deseo -murmuró él en su boca abierta.
Su cuerpo estaba tan lleno de deseo que le causó un verdadero dolor negarse.
– Vas demasiado rápido, Jack. Necesito tiempo.
El sonrió y le pellizcó el mentón, como si estuviera complacido especialmente con lo bien que ella jugaba su juego; entonces le apretó los senos, soltándola en el momento que una pareja de edad avanzada salía del restaurante y miraba la escena. La llevó a casa, y la mantuvo entretenida con divertidas anécdotas y no dijo nada acerca de verla otra vez.
Dos días después cuando su criada anunció que él estaba al teléfono, Chloe sacudió la cabeza, negándose a tomar la llamada. Corrió a su cuarto y se lanzó llorando sobre la cama, temiendo que tal vez lo estaba presionando demasiado y él perdería su interés en ella.
La siguiente vez que lo vió en una apertura de galería, iba acompañado por una bella corista cogidos del brazo. Chloe fingió no verlos.
El apareció en su umbral la tarde siguiente y la invitó a una vuelta en coche por el campo. Ella dijo que tenía un compromiso y no podía cenar con él esa noche.
El juego continuaba, y Chloe no podía pensar en nada más. Cuándo Jack no estaba con ella, lo conjuraba en su imaginación… sus movimientos inquietos, la forma descuidada de llevar el pelo, el bigote picaresco.
La tensión que le provocaba, se difundia como fuego por su cuerpo, pero todavía se negaba a sus propuestas sexuales.
En cierta ocasión él le dijo cruelmente, mientras trazaba la forma de la oreja con los labios.
– No creo que seas suficiente mujer para mí.
Ella puso la mano sobre su nuca.
– Y yo no creo que seas lo suficientemente rico para mí.
La bolita del marfil sonó con estrépito alrededor de los contornos de la ruleta, del rojo al negro, del negro al rojo. Chloe sabía que tendría que tomar una decisión pronto.
– Esta noche -dijo Jack cuando ella contestó el teléfono-. Estáte lista para mí a medianoche.
– ¿A medianoche? No seas ridículo, querido. Eso es imposible.
– A medianoche o nunca, Chloe. El juego se acabó.
Esa noche ella se puso un traje de terciopelo negro con botones de estrás sobre una blusa de seda color champán. Sus ojos brillaban salvajemente en el espejo mientras se cepillaba su pelo oscuro con ademanes suaves.
Jack Day "Negro", vestido con un esmoquin apareció en su puerta exactamente a medianoche. Al mirarle, sintió como su cuerpo se volvía tan líquido como el perfume con el que había acariciado su piel tras el baño. En lugar del Isotta-Fraschini, él la condujo a un Mercedes y anunció que la llevaba a Harrods.
Ella se rió.
– ¿No es la medianoche un poco tarde para ir de compras?
El no dijo nada, solamente sonrió cuando se recostó en los asientos suaves de cuero y empezó a hablarle sobre un caballo de polo que pensaba comprarle al Aga Khan. Un momento después, el Mercedes se detuvo a las puertas de Harrods con sus toldos verde y oro. Chloe miró la iluminación débil que resplandecía por las puertas del almacén desierto.
– Harrods no parece que esté abierto, Jack, ni siquiera para tí.
– ¿Eso lo veremos, de acuerdo, cariño?
El chofer abrió la puerta trasera para ellos, y Jack la ayudó a salir.
Para su asombro, un portero con librea apareció por detrás de la puerta de cristal de Harrods y tras una mirada subrepticia para ver si alguien en la calle estaba observando, abrió la puerta y la mantuvo abierta para ellos.
– Bienvenido a Harrods, Sr. Day.
Ella miró la puerta abierta asombrada. Jack Day "Negro" seguramente no podía andar libremente por los almacenes más famosos del mundo completamente cerrados y sin vendedores presentes.
Como no hizo ningún intento de seguir andando, Jack la instó a entrar con un pequeño empujoncito en el centro de su espalda. Tan pronto como entraron dentro del almacén, el portero hizo la cosa más asombrosa… inclinó su sombrero, salió a la calle, y cerró la puerta detrás de él. Ella no podía creer lo que estaba ocurriendo, y miró a Jack en busca de una explicación.
– Mi suerte en la ruleta ha sido especialmente buena desde que te conocí, cariño. Y pensé que te gustaría una juerga privada de compras.
– Pero está cerrado. No veo a ningún empleado.
– Tanto mejor.
Ella lo presionó para una explicación, pero él le dijo poco más allá del hecho que había hecho un arreglo privado,y ciertamente bastante ilegal, con varios empleados nuevos y poco escrupulosos de Harrods.
– ¿Pero no hay personas que trabajan aquí de noche? ¿El personal de limpieza? ¿La seguridad nocturna?
– Haces demasiadas preguntas, cariño. ¿Para que sirve el dinero si no puede comprar placer? Veamos como funciona tu imaginación esta noche. Eligió una bufanda color oro y plata de un estante y se la colocó sobre el cuello de terciopelo de la chaqueta.
– ¡Jack, yo no puedo coger esto así como así!
– Relájate, cariño. La tienda no perderá demasiado. ¿Ahora, me aburrirás con tus preocupaciones o podemos disfrutar?
Chloe apenas podía creer lo que sucedía. No había vendedores a la vista, ni personal ni guardias. ¿Era este gran almacén realmente suyo? Ella echó un vistazo a la bufanda drapeada del cuello y pronunció una exclamación jadeante. Él le hizo un gesto hacia la zona de productos elegantes.
– Sigue adelante. Escoge algo.
Con una risilla temeraria fue hacía allí, cogió un bolso bordado con lentejuelas de un estante, y se lo colgó en el hombro.
– Muy bonito -dijo él.
Ella lanzó sus brazos alrededor de su cuello.
– ¡Eres absolutamente el hombre más emocionante del mundo, Jack Day! ¡Te adoro!
Las manos de él se deslizaron abajo de su cintura para curvarse alrededor de sus nalgas y juntar sus caderas apretándola contra su erección.
– Y tú eres la mujer más encantadora. No podía permitir que nuestra aventura amorosa se consumara en cualquier sitio ordinario, ¿no crees?
Negro a rojo… Rojo a negro… La dureza que notaba apretarse contra su vientre no dejaba lugar a dudas, y sus sentidos empezaban a ponerse calientes y frios al mismo tiempo. El juego se acabaría aquí… en Harrods. Solamente Jack Day podía hacer algo tan increible.
El pensamiento de eso hizo que su cabeza empezara a girar como la pelotita en la ruleta. Él le retiró el bolso del hombro, le quitó la chaqueta de terciopelo y los dejó sobre un mostrador de paraguas de seda con mangos de palo de rosa.
Entonces se quitó su chaqueta de esmoquín y la dejó con la de ella de manera que se quedó de pie delante de ella con una camisa blanca con el frente plisado, y una faja oscura envuelta alrededor de su estrecha cintura.
– Seguiremos con esto más tarde -le dijo mientras le ponía de nuevo la bufanda sobre los hombros-. Exploremos.
La llevó por el famoso vestíbulo de comida-gourmet de Harrods, con sus grandes mostradores de marmol y frescos en el techo.
– ¿Tienes hambre? -le preguntó mientras tomaba una caja de bombones plateada de un estante.
– De tí -contestó ella.
La boca se curvó bajo el bigote. Quitando la tapa de la caja, sacó un bombón de chocolate amargo y lo abrió por la mitad, derramando una llovizna de cremoso licor de cereza. Rápidamente se lo llevó a los labios, deslizando la parte del bombón con el licor. Con el chocolate en la boca bajó la cabeza para besarla. Cuando los labios se abrieron, él empujó los trozos dulces y pegajosos del bombón con la lengua. Chloe recibió los dulces con un gemido, y su cuerpo se volvió tan líquido e informe como el licor del bombón.
Cuándo él finalmente se apartó, escogió una botella de champán, la descorchó, y la llevó primero a los labios de Chloe y después bebió él.
– Por la mujer más increible de Londres -dijo, inclinándose hacia adelante y lamiendo una última mota de chocolate adherida al rincón de la boca.
Vagaron por la primera planta, cogieron un par de guantes, un ramillete de violetas de seda, un joyero pintado a mano, y los colocando en un montón para recuperarlos más tarde. Finalmente, llegaron al vestíbulo de perfumes, y la envolvió una mezcla vertiginosa entre los olores más finos del mundo, unas fragancias que se mezclaban con los olores de los cientos de personas que habían atestado los alfombrados pasillos durante el dia.
Cuándo llegaron al centro, él dejó caer el brazo y la giró cara a cara. Empezó a desabrochar su blusa, y ella sentía una mezcla extraña de entusiasmo y desconcierto. A pesar del hecho que la tienda estaba vacia, estaban en el centro de Harrods.
– Jack, yo…
– No eres una niña, Chloe. Sígueme en esto.
Una emoción se disparó a través de ella, cuando le abrió la blusa de seda para revelar las copas de encaje de su sostén. El cogió de una vitrina abierta una caja de Joy, le quitó el celofán y lo desenvolvió.
– Apóyate contra el mostrador -le dijo, su voz tan sedosa como el tacto de su blusa-. Pon los brazos a lo largo del borde.
Ella hizo lo que le pedía, débil ante la intensidad de sus ojos plateados. Extrayendo el tapón de vidrio del cuello de la botella, lo metió dentro de la orilla de encaje de su sostén. Ella contuvo el aliento cuando él frotó la punta fría contra su pezón.
– ¿Te gusta la sensación, no es verdad? -murmuró, su voz baja y fuerte.
Ella asintió con la cabeza, incapaz de hablar. Metió de nuevo el tapón dentro de la botella, recogió otra gota del perfume, y lo deslizó bajo el otro lado de su sostén para tocar el pezón opuesto.
Ella podía sentir como sus pezones se endurecían al tacto del cristal, y cuando el calor empezó a fluir por su interior, la cara hermosa y temeraria de Jack pareció nadar ante ella.
El bajó el tapón y ella sintió su mano moverse desde el dobladillo de su falda lentamente hacia arriba por sus medias.
– Abre las piernas -susurró.
Agarrada fuertemente al borde del mostrador, hizo le que le pidió. El deslizó el tapón hacia arriba por dentro de un muslo, sobre la cima de su media y en la piel descubierta, moviéndolo en círculos lentos hasta el borde de sus medias. Ella gimió y abrió un poco más las piernas.
El se rió malvadamente y retiró la mano de debajo de su falda.
– Todavía no, cariño. Todavía no.
Se movieron por la tienda silenciosa, yendo de un departamento a otro, hablando muy poco. El le acarició los senos cuando le puso un antiguo broche georgiano en el cuello de su blusa, le sobó el trasero mientras le ponía un pasador de filigrana por detrás en el cabello.
Ella se probó un cinturón del cocodrilo y un par de bailarinas bordadas. En el departamento de joyería, él le quitó sus pendientes de perlas y los reemplazó por unos de oro rodeados con docenas de diamantes diminutos. Cuándo ella protestó el gasto, él rió.
– Una vuelta de la ruleta, cariño. Sólo una vuelta.
Él cogió una boa de maribou blanca, empujó a Chloe contra una columna de mármol, y le deslizó la blusa por sus hombros.
– Tienes una mirada muy inocente -le dijo, girándola un poco para quitarle el sostén. La tela sedosa cayó al alfombrado suelo, y se encontró ante él desnuda de cintura para arriba.
Ella tenía los senos grandes y repletos con pezones planos del tamaño de medio dólar, ahora duros y fruncidos por su entusiasmo. El levantó cada seno en sus manos. Ella se deleitaba con mostrarle su cuerpo, y estaba tremendamente tranquila, incluso el frio de la columna era bienvenido en su acalorada espalda. El pellizcó sus pezónes, y ella jadeó.
Riéndo, él recogió la boa blanca suave y la acomodó sobre sus hombros desnudos de modo que la cubrieran. Entonces él movió despacio los bordes con plumas atrás y adelante, y así sucesivamente.
– Jack… -ella quería que la tomara allí mismo. Quería deslizarse hacía abajo por la longitud de la columna, abrir las piernas, y tenerlo dentro de ella.
– He desarrollado un gusto repentino para el sabor de Joy -murmuró. Empujando la boa a un lado, él tomó un pezón erguido con la boca y empezó a chupar insistentemente.
Ella se estremeció cuando el calor viajó por cada parte de su cuerpo, quemando sus órganos internos, quemando su piel.
– Por favor… -murmuró-. Ah, por favor… No me atormentes más.
El se retiró un poco de ella, sus inquietos ojos molestos.
– Un poquito más, cariño. Yo no he terminadon de jugar todavía. Vamos a mirar pieles.
Y entonces, con una medio sonrisa que le decía que él sabía hasta que punto la había llevado, le volvió a arreglar la boa entre sus senos, raspando levemente un pezón con la uña cuando le colocó los bordes en su lugar.
– Yo no quiero mirar pieles. Quiero…
Pero él la llevó al ascensor donde manejó las palancas como si lo hiciera todos los dias. Mientras subía con él hacía arriba, sólo la boa de plumas blancas le cubría los senos desnudos.
Cuándo alcanzaron el salón de pieles, Jack pareció olvidarse de ella. Caminó por los anaqueles, inspeccionando todos los abrigos y estolas en exhibición antes de escoger un abrigo largo de lince ruso. Las pieles eran largas y gruesas, de color blanco plateado. El estudió el abrigo por un momento y entonces se volvió hacia ella.
– Quítate la falda.
Sus dedos manosearon la cremallera del lado y por un momento pensó que tendría que pedir su ayuda.
Pero entonces la cremallera cedió y deslizó la falda, tropezando un poco, hacía abajo de las caderas y dio un paso fuera de ella. Los bordes de la boa rozaban su liguero de encaje blanco.
– Las medias. Quítate las medias para mí.
El aliento entraba en boqueadas cortas y suaves cuando hizo lo que el quería, quitándose las medias y dejando el liguero en su lugar. Sin esperar que se lo pidiera, ella tiró la boa lejos de sus senos y la dejó caer al suelo moviendo los hombros un poco de modo que el pudiera mirar sus senos opulentos y observarla en su esplendor con su mata sedosa de pelo oscuro encuadrado por las tiras blancas de encaje de su liguero.
El anduvo hacia ella, con el magnífico abrigo extendido para ella, con sus ojos brillantes como un botón de oro en un paisaje nevado.
– Para elegir el abrigo adecuado, debes sentir el tacto contra tu piel…contra tus senos…
Su voz era tan suave como el acercamiento de un lince, cuando le deslizó el abrigo por su cuerpo, utilizando su textura para emocionarla.
– Tus senos… Tu estómago y tus nalgas… En el interior de los muslos…
Ella se quitó el abrigo y lo apretó fuerte contra su cuerpo.
– Por favor… Tú me atormentas. Para por favor…
Una vez más él se apartó, pero esta vez para poco a poco desabrocharse los botones de la camisa. Chloe lo miró como se desnudaba, el corazón golpeándole en el pecho y la garganta cerrada por el deseo.
Cuándo se paró desnudo ante ella, cogió el abrigo de sus brazos y lo colocó con la piel vuelta hacia arriba en una plataforma baja de desfiles en el centro de la estancia. Él se subió y le tendió la mano para ir con él.
La sensación de la carne desnuda contra la suya, fue tan impactante que apenas si recordó respirar. El pasó las manos por sus brazos y la giró un poco de forma que mirara de frente a la sala.
Moviéndose levemente detrás de ella, empezó a acariciarle los senos como si de una exhibición se tratara para una audiencia invisible que mirara silenciosamente en el salón oscuro.
La mano se deslizó hacia abajo por su estómago, por sus muslos. Ella sentía el abultado pene duro presionarle la cadera. La mano se movió entre sus piernas, y el calor fluyó con su toque, una liberación tanto tiempo añorada empezó a fraguarse dentro de ella.
El la empujó hacia abajo en la piel suave y gruesa. Acarició la parte de atrás de sus muslos mientras los abría y se colocaba entre sus piernas extendidas. Al apoyar la mejilla en la suave piel, ella levanto las caderas, ofreciéndose a él en el centro de la sección de Pieles, en una plataforma diseñada para mostrar lo mejor que Harrods tenía para ofrecer.
El miró su reloj.
– Los guardias deben estar regresando de su turno en este momento. Me pregunto cuánto les llevara seguir nuestro rastro hasta aquí.
Entonces entró bruscamente en ella.
Le llevó un momento comprenderlo todo. Dejó salir una exclamación ronca cuando se dió cuenta lo que había hecho.
– ¡Dios mio! ¿Lo has planeado así, no es cierto?
El apretó los senos con las manos y le dijo duramente.
– Por supuesto.
El fuego dentro de su cuerpo y el terror del descubrimiento unidos, hicieron que sintiera una explosión de sentimientos. Cuando le sobrevino el orgasmo, le mordió en el hombro, mientras le susurraba:
– Bastardo…
El se rió y entonces encontró su propia liberación con un ruidoso gemido.
Escaparon por los pelos de los guardias. Cogiendo lo mínimo de su propia ropa, Jack deslizó el abrigo por los hombros de Chloe y la arrastró a la escalera. Cuando los pies desnudos volaban escaleras abajo, su risa descuidada sonaba en sus oídos. Antes de abandonar la tienda, tiró sus medias encima de una vitrina alta de cristal junto con una tarjeta suya de visita.
Al día siguiente recibió una nota diciendo que tenía que volver a Chicago, pues su madre se había puesto enferma.
Mientras lo esperaba, Chloe vivió en una angustia de emociones mezcladas… la cólera por el riesgo al que él la había expuesto, el entusiasmo con la emoción que la había provocado, y un enorme temor de que no regresara.
Pasaron cuatro semanas, y después cinco. Ella trató de llamarlo, pero la conexión era tan mala que apenas podía entender nada.
Pasaron dos meses.
Estaba convencida que él no la quería. Era un aventurero, un buscador de emociones. El había vislumbrado a la chica gorda dentro y no quería saber nada más de ella.
Diez semanas después de la noche en Harrods, él reapareció tan bruscamente como la dejó.
– Hola, cariño -dijo, parándose en la puerta de su casa con su abrigo de cachemir descuidadamente enganchado sobre el hombro-. Te he echado de menos.
Ella se lanzó a sus brazos, sollozando de alivio por verlo otra vez.
– Jack… Jack, querido…
El pasó el pulgar a través de su labio inferior, y la besó. Ella retrocedió la mano y le dió una fuerte bofetada.
– ¡Estoy encinta, tú, bastardo!
Para su sorpresa, él le propuso inmediatamente que se casaran, y lo hicieron tres dias después en casa de un amigo de su pais. Cuando se encontró de pie junto a su guapo novio en el altar improvisado en el jardín, Chloe supo que era la mujer más feliz del mundo.
Jack Day "Negro" podía haber elegido a quién hubiera querido, pero la había querido a ella.
Cuando las semanas pasaron, ella ignoró resueltamente un rumor que decía que su familia lo había desheredado cuando estaba en Chicago. En vez de eso, soñaba despierta acerca de su bebé.
Que maravilloso sería tener el amor incondicional de dos personas, el marido y el niño.
Un mes más tarde, Jack desapareció, junto con diez mil libras que estaban depositadas en una de las cuentas bancarias de Chloe. Cuándo volvió seis semanas más tarde, Chloe le disparó en el hombro con una Luger alemana.
Siguió una breve reconciliación, hasta que Jack tuvo de nuevo una racha de buena suerte en los clubes de apuestas y se marchó de nuevo.
En el Día de San Valentín de 1955, La Dama de la Suerte abandonó definitivamente a Jack Day "Negro" en una carretera mojada y resbaladiza entre Niza y Montecarlo.
La bola de marfil de Jack cayó una última vez en su casilla y la rueda de la ruleta se detuvo para siempre.