Dallas Fremont Beaudine dijo una vez a un periodista de Sports Illustrated que la diferencia entre los golfistas profesionales y otros deportistas de élite era principalmente que los golfistas no escupían. No a menos que fueran de Texas, de todos modos, cualquier cosa idiota que decía los complacía.
El Estilo del Golf de Texas era uno de los temas favoritos de Dallie Beaudine. Siempre que el periodista preguntaba, se pasaba una mano por su pelo rubio, se metía un chicle de Doble Burbuja en la boca, y decía:
– Hablamos del verdadero golf deTexas, usted entiende… no esta mierda extravagante de la PGA(Asociación Americana de Golf, N.deT). Jugar de verdad, dar un golpe a la pelota contra un viento huracanado, y dejarla a seis centímetros del hoyo, en un campo público construido directamente sobre la linea interestatal. Y no se cuenta a menos que lo hagas con un hierro-cinco (uno de los palos que un jugador de golf lleva en la bolsa,)) que encontraste en un montón de chatarra que guardas desde que eras un niño y lo mantienes lo justo para que no se desintegre.
A finales de 1974, Dallie Beaudine era conocido por los cronistas deportivos como el deportista que introducía un bienvenido soplo de aire fresco en el congestionado mundo del golf profesional. Sus citas eran señaladas, y su aspecto de extraordinaría belleza texana le llevaba a las portadas de las revistas.
Desgraciadamente, Dallie tenía una costumbre que le hacía coleccionar suspensiones, bien por despotricar contra funcionarios o colocar apuestas al lado de indeseables, así que él no estaba nunca disponible para crearse buena prensa. Alguna vez, un periodista tuvo que preguntar cúal era el bar más sórdido del condado, y fue allí pues sabía que Dallie iba a menudo junto con su caddy (quien lleva la bolsa de palos, y la cuenta de los golpes del jugador,), Clarence "Skeet" Cooper, y tres o cuatro antiguas reinas del baile del instituto que habían logrado escabullirse de sus maridos esa tarde.
– El matrimonio de Sonny y Cher está acabado, seguramente -dijo Skeet Cooper, mirando una revista People con la poca luz de la guantera abierta.
Miró a Dallie, que conducía con una mano en el volante de su Buick Riviera y el otro sosteniendo una taza de café de espuma de poliestileno.
– Siseñó -Skeet siguió ojeando-. Y si me preguntas, te digo que la pequeña Chastity Bono tendrá un hijo pronto.
– ¿Cómo crees eso?
Dallie no estaba realmente interesado, pero había tenido que parpadear repetidamente ante los faros que se acercaban y el ritmo hipnótico de la linea blanca discontinua de la autopista I-95 le ponía somnoliento, y todavía no habían llegado a la frontera del estado de Florida.
Miró en la esfera iluminada del reloj en el salpicadero del Buick, y vió que eran casi las cuatro y media. Tenía tres horas antes de presentarse en el campo para empezar la ronda de clasificación del Open Orange Bloosom. Eso apenas le daría tiempo de tomar una ducha y tomarse un par de píldoras para despejarse. Pensó en el Oso (apodo de Jack Nicklaus, el mejor jugador de golf de todos los tiempos), que estaría probablemente ya en Jacksonville, descansando en la mejor habitación que el St. Marriott tenía para ofrecer.
Skeet tiró el People en el asiento de atrás y cogió una copia del National Inquirer.
– Cher dice cuanto ha respetado a Sonny en todas las entrevistas… por eso te digo que estos se separan pronto. Lo sabes tan bien como yo, siempre que una mujer empieza a hablar acerca del 'respeto,' un hombre puede ir buscándose un buen abogado.
Dallie se rió y bostezó.
– Te relevo, Dallie -protestó Skeet, cuando miró el velocímetro que oscilaba entre setenta y cinco y ochenta-. ¿Por qué no te echas ahí atrás y duermes un poco? Déjame conducir un rato.
– Si me duermo ahora, no me despertaré hasta el próximo domingo, y me tengo que calificar para este torneo, especialmente después de lo de hoy.
Venían del Open Meridional, donde Dallie había tenido un desastroso 79 (golpes totales en 18 hoyos) que eran siete golpes más de su promedio y un número que no tenía intención de duplicar.
– Supongo que no tendrás un ejemplar del Golf Digest mezclado con toda esa mierda.
– Sabes que nunca leo ese tipo de revistas.
Skeet siguió ojeando las páginas del Enquirer.
– ¿Quieres oír algo de Jackie Kennedy o de Burt Reynolds?
Dallie gimió, y empezó a manipular el dial de la radio. No era un hombre de piedra, y por el bien de Skeet, trató de sintonizar una emisora de la zona oeste del pais ahora que todavía podía. Con seguridad lo mejor que saldría sería Kris Kristofferson, que también se había vendido a Hollywood, así que mejor ponía las noticias.
"… El lider radical de los sesenta, Gerry Jaffe, ha sido absuelto hoy de todos los cargos tras ser implicado en los sucesos acaecidos en la Base de las Fuerzas Aéreas de Nevada Nellis. Según las autoridades federales, Jaffe, que ganó notoriedad durante los disturbios en la Convención Demócrata de 1968 en Chicago, ha girado recientemente su atención a las actividades anti-nucleares. Un integrante de este reducido grupo de radicales de los sesenta está todavía implicado…".
Dallie no tenía interés en hyppis carrozas, y apagó la radio con repugnancia. De nuevo bostezó otra vez.
– ¿Crees que podrías, si no te molesta, leerme un poco de ese libro que he dejado bajo el asiento?
Skeet alcanzó la bolsa, y sacó un libro en rústica de Catch-22 de Joseph Heller, y lo dejó a un lado.
– Leí un par de páginas mientras tú estabas con esa preciosa morena, la que te llamaba Mister Beaudine. El maldito libro es un sinsentido.
Skeet cerró el Enquirer y lo echó hacía atrás.
– Sólo por curiosidad. ¿Te seguía llamando Mister Beaudine cuando llegasteís al motel?
Dallie hizo un globo con el chicle y lo explotó.
– Tan pronto como le quité su vestido, se calló en su mayor parte.
Skeet rió entre dientes, pero el cambio en su expresión no hizo mucho en mejorar su apariencia. Dependiendo de su punto de vista, Clarence "Skeet" Cooper había sido bendecido o maldecido con una cara que lo hacía perfecto para ser doble de Jack Palance.
El mismo rictus amenazante, las características feo-guapas, la misma nariz pequeña, chata y los ojos entrecerrados. El pelo oscuro, prematuramente enhebrado con gris, lo llevaba tan largo que lo tenía que sujetar en una cola de caballo cuando hacia de caddie para Dallie. Otras veces dejaba que le colgara hasta los hombros, manteniéndolo lejos de la cara con una cinta de pañuelo roja como su verdadero ídolo, que no era Palance, sino Willie Agarre, el proscrito más grande de Austin,Texas.
Con treinta y cinco años, Skeet era diez años más viejo que Dallie. Era un ex-convicto que cumplió condena por robo a mano armada, y salió de la experiencia determinado a no repetirla. Tranquilo alrededor de la gente que conocía, cauteloso con los que vestían trajes de negocios, era inmensamente leal a las personas que quería, y la persona a quién más quería era a Dallas Beaudine.
Skeet conoció a Dallie cuando estaba tirado en el suelo de los urinarios de una gasolinera de Texaco, en Caddo, Texas. Dallie tenía quince años entonces, un muchacho desgarbado de 1,80, vestido con una camiseta rota y unos vaqueros sucios que mostraban demasiado los tobillos.
Tenía también un ojo morado, los nudillos pelados, y una mandíbula aumentada dos veces su tamaño normal, producto de un altercado brutal que sería el final de la relación con su padre, Jaycee Beaudine.
Skeet todavía recordaba como se quedó mirando detenidamente a Dallie sentado en el sucio suelo y trató con fuerza de concentrarse. A pesar de su cara magullada, el muchacho que había entrado por la puerta del cuarto de baño era sin duda el muchacho más guapo que había visto en su vida. Tenía el cabello rubio claro, como desteñido, los ojos de un azul brillante rodeados de espesas pestañas, y una boca que podría haber pertenecido a una prostituta de 200 dólares.
Cuando la cabeza de Skeet se despejó, también notó los surcos de las lágrimas grabadas en la suciedad de sus jovenes mejillas de adolescente, así como su expresión hosca, beligerante que le desafiaba si intentaba pegarle.
Levantándose a duras penas, Skeet se echó agua en su propia cara.
– Este baño ya está ocupado, Hijito.
El chaval metió un pulgar en el bolsillo harapiento de sus vaqueros y echó hacía fuera la mandíbula hinchada.
– Sí, veo que está ocupado. Por un tio que huele a mierda de perro.
Skeet, con los ojos y la cara con el rictus de Jack Palance, no quería tener ningún problema, y mucho menos con un muchacho que aún no había empezado a afeitarse.
– ¿Buscas problemas, eh chico?
– Ya tengo problemas, así que unos pocos más no son demasiado para mi.
Skeet se aclaró la boca y escupió en la palangana.
– Eres el chaval más estúpido que he conocido en mi vida.
– Sí, en cualquier forma no pareces ser demasiado listo, Mierda de Perro.
Skeet no perdía la paciencia fácilmente, pero había estado en una juerga que había durado casi dos semanas, y no estaban con el mejor humor. Enderezándose, echó para atrás el puño y dió dos pasos inestables hacia adelante, dispuesto a añadir unos golpes a los propinados por Jaycee Beaudine.
El niño se cuadró, pero antes de que Skeet pudiera golpearle, el whisky de rotgut que había estado bebiendo sin descanso le venció y vió como el suelo se hundía bajo sus tambaleantes piernas.
Cuándo se despertó, se encontraba en el asiento de atrás de un Studebaker del 56 con un ruidoso tubo de escape. El chico estaba al volante, dirígiendose al oeste de EE.UU. A 100 km. por hora, conduciendo con una mano en el volante y la otra por fuera de la ventana, golpeando al ritmo de "Surf City" en el lado del coche con la palma.
– ¿Me has secuestrado, chico? -gruñó, apoyándose hacía atrás en el asiento.
– El tipo que echa gasolina en la Texaco estaba por llamar a la policia para que fuera a por tí. Ya que no parecía que pudieras tener medio de transporte, no podía hacer otra cosa más que traerte conmigo.
Skeet pensó acerca de eso durante unos pocos minutos y dijo:
– Mi nombre es Cooper, Skeet Cooper.
– Dallas Beaudine. La gente me llaman Dallie.
– ¿Eres suficientemente mayor para conducir este coche de forma legal?
Dallie se encogió de hombros.
– Le robé el coche a mi viejo y tengo quince. ¿Quieres que te deje bajar?
Skeet pensó en su oficial de la libertad condicional, que desaprobaba exactamente ese tipo de cosas, y entonces miró al animado chico que conducía bajo el horrendo sol de Texas como si fuera el dueño de todo lo que había alrededor.
Decidiendo, Skeet se recostó de nuevo contra el asiento y cerró los ojos.
– Dejaré de estar a tu alrededor dentro de unos pocos kilómetros.
Diez años más tarde, seguía estando a su alrededor.
Skeet miró a Dallie detrás del volante del Buick del 73 viendo como conducía y se preguntó como demonios habían pasado esos diez años tan deprisa.
Habían jugado juntos muchos partidos de golf desde aquel dia que se encontraron en la gasolinera de Texaco. Rió entre dientes suavemente para sí mismo cuando recordó el primer campo de golf.
No llevaban viajando más que unas horas el primer dia, cuando llegó la evidencia que no tenían nada más que el depósito lleno de gasolina. Sin embargo, huir de la ira de Jaycee Beaudine no había hecho olvidar a Dallie mirar mapas antes de dejar Houston, así que siguió buscando alrededor para ver alguna señal que indicara el club de campo.
Cuando vió como conducía por zonas residenciales, Skeet le echó otro vistazo.
– ¿No crees que no tienes la pinta apropiada para aparecer en un club de campo, con este Studebaker robado y tu cara magullada?
Dallie le lanzó una mueca engreída, torciendo la boca.
– Esa clase de porquería no sirve de nada, si puedes golpear la bola con un hierro-cinco y un viento de doscientas kilómetros por hora y dejar la bola en el hoyo.
Hizo que Skeet vacíara sus bolsillos, y contó doce dólares y sesenta y cuatro centavos, se dirigió a tres socios fundadores, y sugirió que jugaran un pequeño partido, a diez dólares el hoyo.
Dallie les dijo a los socios que ellos podían utilizar sus carritos eléctricos y su material, compuesto por unas bolsas enormes de cuero repletas de hierros Wilson y maderas McGregor. Él sólo utilizaría su hierro-cinco y su segunda mejor bola, una Titleist.
Los socios miraron al guapo y desaliñado chico y a sus raídos y pesqueros pantalones vaqueros junto a sus zapatillas mugrientas de lona, y negaron con la cabeza.
Dallie sonrió abiertamente, y les provocó diciendo que no eran rivales para él y que tenían miedo que él les ganara, ellos entonces aceptaron y subieron la apuesta a veinte dólares el hoyo, exactamente siete dólares y treinta y seis centavos más de lo que él llevaba en el bolsillo trasero.
Los socios lo llevaron hacía el tee, (tee es la zona dónde se pone la bola para el primer golpe, y también al objeto de madera que se pincha en el cesped para colocar la pelota encima) y le dijeron que le patearían el culo y lo mandarían hacía la frontera con Oklahoma.
Dallie y Skeet cenaron chuletas esa noche y durmieron en el Holiday Inn.
Llegaron a Jacksonville con treinta minutos de adelanto antes que Dallie tuviera que presentarse para la calificación del Open Orange Bloosom de 1974. Esa misma tarde, un cronista deportivo de Jacksonville con ganas de notoriedad, desenterró el hecho asombroso de que Dallas Beaudine, con su gramática pueblerina y su política de campesino, tenía una licenciatura en literatura inglesa.
Dos tardes después el cronista deportivo finalmente logró rastrear a Dallie en el Luella, una estructura sucia y con las paredes rosas desconchadas y flaméncos de plástico, situada no lejos del Gator Bowl, y le abordó para confrontar la información como si acabara de descubrir una gran trama politica.
Dallie levantó sus ojos del vaso de Stroh, se encogió de hombros y dijo que ya que el título lo había conseguido en la Tejas A &M (Universidad pública), seguramente no servía de mucho.
Era exactamente esta clase de irreverencia lo que había mantenido a los periodistas deportivos detrás de Dallie desde que había empezado años antes en profesionales. Dallie los podía mantener entretenidos por horas hablando desde el estado de la Unión, los deportistas que se vendían a Hollywood, y el estúpido asunto de la liberación de la mujer. Él era una generación nueva de chico bueno, con aspecto de estrella de cine, guapo, humilde y más simpático de lo que dejaba ver. Dallie Beaudine era exactamente como aparecía en las páginas de la revista, excepto en una cosa.
Fallaba siempre en los grandes.
Había sido declarado niño prodigio y chico de oro de los profesionales, pero seguía cometiendo el mismo pecado, no ganaba ningún torneo grande. Podía jugar un torneo de segunda clase en Apopka, Florida, o en Irving, Texas, y ganarlo con un 18 bajo par, pero en un Bob Hope o en Open Kemper, no pasaba ni el corte (número de golpes máximo para seguir jugando). Los cronistas deportivos hacían a los lectores siempre la misma pregunta: ¿Cuándo explotaría el potencial de Dallas Beaudine como golfista profesional?
Dallie había decidido ganar el Open Orange este año y terminar su racha de mala suerte. Además había una cosa, le gustaba Jacksonville, era la ciudad de Florida que en su opinión no se había vendido a un parque temático, y también le encantaba el campo dónde se disputaba. A pesar de su falta de sueño, hizo una actuación sólida el lunes con una buena calificación y luego, completamente descansado, jugó brillante el Pro-Am del miércoles. El éxito aumentaba su confianza… eso y el hecho de que el Oso Dorado, de Columbus, Ohio, se había retirado al contraer una inoportuna gripe.
Charlie Conner, el cronista deportivo de Jacksonville, bebió un sorbo de su vaso de Stroh y trató de acomodarse en su silla con la misma gracia fácil que observó en Dallie Beaudine.
– Piensa usted que la retirada de Jack Nicklaus afectará al Orange Blossom esta semana?
En la mente de Dallie esa era una de las preguntas más estúpidas del mundo, y pensó en decirle "Eres suficientemente bueno para entrevistarme?" pero fingió pensarlo de todos modos.
– Bien, ahora, Charlie, si tienes en cuenta el hecho de que Jack Nicklaus es el jugador más grande y está en camino de convertirse en la más grande leyenda de la historia del golf, yo diría que sin duda, se notará su ausencia.
El cronista deportivo miró Dallie escépticamente.
– ¿El jugador más grande? ¿No te olvidas de otros jugadores como Ben Hogan o Arnold Palmer?
Se detuvo reverencialmente antes de pronunciar el próximo nombre, el nombre más santo en el golf.
– ¿No estás olvidándote de Bobby Jones?
– Nadie ha jugado nunca como Jack Nicklaus -dijo Dallie firmemente-. Ni Bobby Jones.
Skeet había estado hablando con Luella, la dueña del bar, pero cuando oyó que el nombre de Nicklaus se mencionaba frunció el entrecejo y preguntó al cronista deportivo acerca de las oportunidades de los Cowboys para ganar la Super Bowl. Skeet no queria oír hablar a Dallie de Nicklaus, así que había adquirido el hábito de interrumpir cualquier conversación que girara en esa dirección.
Skeet pensaba que hablar acerca de Nicklaus hacía que el juego de Dallie se fuera directamente al infierno. Dallie no lo admitiría, pero Skeet tenía bastante razón.
Cuando Skeet y el cronista deportivo se pusieron a hablar acerca de los Cowboys, Dallie trató de sacudirse la depresión que volvía sobre él cada otoño, intentando buscar algún pensamiento positivo. La temporada del 74 estaba acabando y no había sido demasiado mala para el.
Había conseguido unos miles de dólares de premios en metálico y más del doble apostando en algunos aspectos de los partidos… quién daba el mejor golpe con la izquierda, quién ponía mejor la pelota en determinada zona, quién sacaba mejor la pelota del bunker (trampas de tierra cerca de la bandera), o darle directamente a una alcantarilla.
Había intentado el truco de Trevino de jugar unos hoyos tirando la pelota en el aire y golpeándola con una botella de Dr.Pepper, pero el cristal de la botella no era lo suficientemente grueso como lo era cuando Super Mex había inventado aquel golpe en el saco sin fondo de las apuestas del golf y Dallie lo había dejado de intentar cuando tuvieron que darle cinco puntos en su mano derecha.
A pesar de su herida, había ganado suficientemente dinero para pagarse la gasolina, y mantenerse Skeet y él sin problemas. No era una fortuna, pero era un paraiso en comparación con la vida que llevaba con Jaycee Beaudine, su viejo, trabajando en los muelles del Buffalo Bayou en Houston.
Jaycee había muerto hacía un año, una vida marcada por el alcohol y el mal genio. Dallie no se había enterado de la muerte de su padre hasta hacía unos pocos meses cuando encontró por casualidad a uno de los viejos compañeros de copas de Jaycee en una cantina de Nacogdoches. Dallie hubiera deseado saberlo a tiempo y haber podido ir a su funeral, y escupirle en la tumba. Unas gotas de saliva por todas las palizas que le había propinado, todos los abusos que había cometido con él, todas las veces que oía sus insultos, inútil…niño guapo…basura…hasta que con quince años no pudo soportarlo más, y se había marchado.
Por lo poco que había visto de las viejas fotos, su aspecto debería agradecérselo a su madre. Ella, también se había marchado. Había abandonado a Jaycee al poco de nacer Dallie, y no se había molestado en llevarlo con ella. Jaycee dijo una vez que había oído que se había marchado a Alaska, pero nunca trató de encontrarla.
– Demasiados problemas -le dijo Jaycee a Dallie-. No merece la pena hacer el esfuerzo por una mujer, especialmente cuando hay tantas otras alrededor.
Con sus ojos castaños y su espeso pelo, Jaycee había atraído a más mujeres de las que podía merecer. Con el paso de los años más de una docena de ellas habían vivido con ellos, trayendo un par de niños.
Algunas de esas mujeres habían tratado bien a Dallie, otras lo habían maltratado. Cuando fue haciéndose mayor, advirtió que las que le trataban mal parecían durar con su padre más tiempo que las otras, probablemente porque era necesaria esa cantidad de mal genio para sobrevivir durante unos pocos meses con Jaycee.
– Él nació tacaño -una de las mujeres más agradables le había dicho a Dallie mientras hacia su maleta-. Algunas personas son exactamente así. No te das cuenta como es Jaycee al principio, porque es listo, tiene tan buenas palabras que hace que te sientas la mujer más hermosa del mundo. Pero hay algo retorcido dentro de él, algo que corre por su sangre. No hagas caso de lo que te dice. Tú eres un buen muchacho. Creo que está aterrorizado de que crezcas y seas alguien en la vida, que es más de lo que el nunca conseguirá.
Dallie había intentado escapar de los puños de Jaycee tanto como le fue posible. El aula llegó a ser su refugio más seguro, y a diferencia de sus amigos él nunca odió la escuela… a menos que tuviera un conjunto especialmente feo de magulladuras en su cara, entonces se marchaba a observar a los caddies que trabajaban en el cercano club de golf. Ellos le enseñaron a jugar al golf, y cuando cumplió los doce, había encontrado allí un refugio más seguro y constante que la escuela.
Dallie se sacudió sus viejos pensamientos y le dijo a Skeet que era hora de marcharse. Volvieron al motel, pero aunque estaba cansado, Dallie había estado pensando acerca del pasado y eso presagiaba que no iba a poder dormir mucho esa noche.
Con la ronda de calificación completada y el pro-am finalizado, el verdadero torneo empezaba al dia siguiente. Como todos los grandes torneos de golf profesionales, el Orange Blossom, tenía dos jornadas completas, jueves y viernes. Los jugadores que sobrevivían al corte después del viernes pasaban a los dos dias finales.
– Ahora, tienes que tratar de estar tranquilo hoy, Dallie -le dijo Skeet.
Se echó la bolsa de golf de Daillie al hombro y miró nerviosamente al tablón de los líderes, que tenía el nombre de Dallie con un papel prominente puesto por encima.
– Recuerda que juegas tu propio partido hoy, nadie más. Deja esas camaras de televisión fuera de tu mente y concéntrate en dar un golpe cada vez.
Dallie no dió ni una cabezada de reconocimiento a las palabras de Skeet. En lugar de eso, sonrió a una espectacular morena que estaba cerca de las cuerdas que delimitaba el espacio para los aficionados. Ella sonrió y él marchó a echar unas pocas risas con ella, actuando de la manera más despreocupada posible, como si no fuera de vital importancia ganar este torneo, como si este año no hubiera Halloween.
Dallie quedó para jugar la final de foursome (modalidad de competición) con Johnny Miller, lider en ganancias, y ganador del año anterior. Cuando Dallie se encaminaba al tee, Skeet le entregó una madera-tres y le dio sus últimos consejos.
– Recuerda que eres el mejor golfista joven en el campo hoy, Dallie. Tú lo sabes y yo lo sé. ¿Que te parece si le permitimos al resto de esta gente que lo sepa también?
Dallie asintió, se puso en postura, y empezó a practicar el golpe que haría historia.
Al final de los catorce hoyos, Dallie era todavía lider con dieciseís golpes bajo el par. Con sólo cuatro hoyos por jugar, Johnny Miller le pisaba los talones, pero todavía llevaba cuatro golpes más. Dallie se sacó a Miller del pensamiento y se concentró en su propio juego. Cuando metió un putt (golpe que se da cerca de la bandera, para finalizar los hoyos) de cuatro metros, se dijo que había nacido para jugar al golf.
Algunos defienden que los jugadores se hacen, pero otros creen que nacen. Finalmente viviría de acuerdo con la reputación que las revistas habían creado de él. Viendo su nombre en la cima del tablón de líderes del Orange Blossom, Dallie se sintió como si hubiera salido de la matriz con una pelota de Titleist apretada en la mano
Sus zancadas eran más largas cuando iba andando por la calle (calle es el recorrido desde el tee de salida hasta el green) del hoyo 15. Las cámaras de televisión le seguían a todas partes, y enturbiaban su concentración. Las derrotas en las rondas de los dos últimos años, estaban muy lejos ahora. Fueron casualidades, nada más que casualidades. Este chico de Texas estaba a punto de incendiar el mundo del golf.
El sol caía de lleno sobre su pelo rubio y calentaba su camisa. En la grada, una aficionada le lanzó soplando un beso. Él se rió e hizo como si agarraba el beso y se lo guardaba en el bolsillo.
Skeet sacó un hierro-ocho para un golpe fácil de enfocar al green del hoyo 15. Dallie miró la tarjeta del club, evaluó las notas, y tomó su decisión. Se sentía fuerte y con el control. Su liderato era sólido, su juego también, nada podría arrebatarle esta victoria.
Nadie salvo el Oso.
¿No crees de verdad que puedes ganar este torneo, no es cierto Beaudine?
La voz del Oso empezó a sonar en la cabeza de Dallie tan clara como si Jack Nicklaus estuviera parado a su lado.
Los campeones como yo ganamos torneos de golf, no fracasados como tú.
Vete de mi cerebro, chilló Dallie. ¡No aparezcas ahora! El sudor comenzó a estallar en su frente. El apretó el puño, trató de concentrarse otra vez, trató de no escuchar esa voz.
¿Qué has conseguido demostrar hasta ahora? ¿Que has hecho en la vida salvo joder siempre las cosas?
¡Sál de mi cabeza! Dallie dio un paso lejos de la pelota, reexaminó la línea, y se posicionó otra vez. El retrocedió el palo y golpeó.
La multitud dejó salir un gemido colectivo cuando la pelota fue a la izquierda y calló en una zona de maleza. En la mente de Dallie, el Oso sacudió la gran cabeza rubia.
Eso es exactamente de lo que hablo, Beaudine. No tienes madera para ser un campeón.
Skeet tenía una expresión claramente preocupada, y se acercó a Dallie.
– ¿De donde diablos has sacado ese tiro? Ahora lo vas a pasar muy mal para hacer el par (par es realizar el recorrido del hoyo en el nº de golpes estipulados)
– Acabo de perder el equilibrio -chasqueó Dallie, mirando lejos hacia el green.
Acabas de perder tus agallas, cuchicheó el Oso a su espalda.
El Oso había comenzado a aparecer en la cabeza de Dallie poco tiempo después de entrar en profesionales. Antes, sólo estaba la voz de Jaycee en su cabeza.
Lógicamente, Dallie entendía que él mismo había creado a su propio Oso, y él sabía que había una gran diferencia entre el Jack Nicklaus de hablar suave y correcto de la vida diaria y esta criatura del infierno que hablaba como Nicklaus, y se parecía a Nicklaus, y sabía todos los más profundos secretos de Dallie.
Pero la lógica no tenía mucho que hacer con sus diablos privados, y no era accidental que ese diablo privado de Dallie hubiera tomado la forma de Jack Nicklaus, un hombre que él admiraba más que a nadie… un hombre con una hermosa familia, respetado por sus compañeros, y el jugador más grande de golf que el mundo había visto jamás. El Oso le susurró en el momento de lanzar el put en el hoyo 17. La pelota bordeó el agujero y se alejó varios metros.
Johnny Miller lanzó a Dallie una mirada simpática, entonces preparó su propio put para hacer su golpe. Dos hoyos después cuándo Dallie golpeó su driver (golpe largo) en el dieciocho, su cuarto golpe fue parecido al de Miller.
Tu viejo te dijo que nunca llegarías a nada, dijo el Oso cuando Dallie dejó el golpe muy corto a la derecha. ¿Estás escuchando?
Cuando Dallie peor jugaba, más bromeaba con el público.
– Ahora, ¿de dónde he sacado esa porquería de golpe? -les dijo, moviendo la cabeza con perplejidad simulada.
Y entonces señaló con un ademán exagerado a una señora cincuentona cerca de la cuerda.
– Señora, quizás usted pondría dejar en el suelo el bolso y venir aquí a dar este golpe por mí?
Hizo un bogey (1 golpe más del par) en el hoyo final y Johnny Miller un birdie (1 golpe menos). Después de firmar los dos jugadores sus tarjetas, el presidente del torneo dio a Miller el trofeo de campeón y un cheque por treinta mil dólares.
Dallie le estrechó la mano, le dio a Miller unas cuantas palmaditas de felicitación en el hombro, y continuó bromeando con el publico.
– Esto es lo que obtengo por permitir que Skeet me mantenga toda la noche de juerga en juerga bebiéndome toda la cerveza del Condado. Mi abuela podría haber jugado mejor que yo aquí hoy con un rastrillo del jardín y patines de ruedas.
Dallie Beaudine había pasado su niñez esquivando los puños de su padre, y nunca consintió que permitiera ver cuanto le dolía.