Capítulo 20

Francesca descubrió algo bastante maravilloso sobre ella en los siguientes meses. Con la espalda apretada contra la pared, un fusil señalando a su frente, una bomba haciendo tictac en su matriz, comprobó que era bastante inteligente.

Aprendía las nuevas ideas fácilmente, retenía lo que aprendía, y sus maestros habían impuesto tan pocos prejuicios a su educación que no permitía que nociones preconcebidas limitaran sus pensamientos.

Con sus primeros meses de embarazo detrás de ella, también descubrió una capacidad aparentemente infinita para trabajar, que comenzó a aprovechar trabajando hasta altas horas de la noche, leyendo periódicos y difundiendo revistas, escuchando cintas, y preparándose para dar un pequeño paso en el mundo.

– ¿Tienes un minuto, Clara? -preguntó, asomando su cabeza en la discoteca, una pequeña cinta de cassette presionado en la húmeda palma de su mano. Clara hojeaba uno de los libros de consulta de Cartelera y no se molestó en alzar la vista.

La discoteca era en realidad nada más que un armario grande con álbumes apilados, diferenciados por cintas de colores colocadas en los bordes para indicar si pertenecían a la categoría de cantantes masculinos, cantantes femeninos, o grupos.

Francesca intencionadamente lo había escogido porque este era territorio neutral, y no quería dar a Clara la ventaja adicional de la capacidad de sentarse como Dios detrás de su escritorio mientras decidía el destino del suplicante en el asiento de presupuesto frente a ella.

– Tengo todo el día -contestó Clara sarcásticamente, mientras seguía hojeando el libro-. En realidad, he estado sentándome aquí durante horas solamente para mover mis pulgares y esperar que alguien me interrumpiera.

Este no era el principio más propicio, pero Francesca no hizo caso al sarcasmo de Clara y se colocó en el centro de la entrada.

Llevaba la prenda más nueva de su guardarropa: una sudadera gris de hombre que colgaba en pliegues holgados por delante de sus caderas. Debajo y fuera de la vista, sus vaqueros estaban desabrochados, mantenidos unidos con un pedazo de cuerda vasta colocada a través de las presillas. Francesca miró a Clara directamente a los ojos.

– Me gustaría que me dieras el trabajo de Tony cuando él se marche.

Las cejas de Clara se elevaron a mitad de camino encima de su frente.

– Estás de broma.

– En realidad, no -Francesca levantó su barbilla y continuó como si tuviera toda la confianza del mundo-. He pasado mucho tiempo aprendiendo, y Jerry me ayudó a hacer una cinta de audición.

Le ofreció la cinta.

– Creo que puedo hacer el trabajo.

Una sonrisa cruel, divertida apareció en las esquinas de la boca de Clara.

– Una ambición interesante, considerando el hecho que tienes un sensible acento británico y no has estado delante de un micrófono en tu vida. Desde luego, la pequeña animadora que me sustituyó en Chicago no había estado en el aire tampoco, y sonaba como Betty Boop, así que quizá debo tener cuidado.

Francesca intentó controlar su genio.

– Me gustaría una posibilidad de todos modos. Mi acento británico me dará un sonido diferente de todos los demás.

– Tú limpias retretes -se mofó Clara, encendiendo un cigarrillo-. Ese es el trabajo para el que fuiste contratada.

Francesca rechazó estremecerse.

– ¿Y lo hago bien, verdad? Limpiando retretes y haciendo otros trabajos sangrientos que me ordenas. Ahora dáme una oportunidad con éste.

– Olvídalo.

Francesca no podía ya echarse atrás. Tenía su bebé en quien pensar, su futuro.

– Sabes, en realidad empiezo a compadecerme de tí, Clara.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– ¿Alguna vez has oído ese viejo proverbio que dice que no entenderás a otra persona si no andas una milla con sus zapatos? Te entiendo, Clara. Sé exactamente lo que es que te rechacen por ser quien eres, sin importar con la fuerza que trabajes. Conozco lo que es trabajar para un tirano… que tengas capacidad, pero no te dejen exponerla, por prejuicios del jefe.

– ¡Prejuicios! -una nube del humo surgió como el fuego de un dragón de la boca de Clare-. Nunca he perjudicado a nadie en mi vida. He sido una víctima de esos prejuicios.

No era momento de dar marcha atrás, y Francesca insistió un poco más.

– No te llevaría más de quince minutos escuchar una cinta de audición. Yo llamaría a eso prejuicios, ¿verdad?

La mandíbula de Clara se convirtió en una línea rígida.

– Bien, Francesca, te daré tus quince minutos -le arrebató el cassette de la mano-. Pero no contengas la respiración.

Durante el resto del dia, el interior de Francesca parecía un tembloroso flan.Tenía que conseguir ese trabajo. No sólo porque necesitaba desesperadamente el dinero sino porque necesitaba tener éxito en algo.

La radio era un medio que funcionaba sin imagenes, un medio en el cual sus bonitos ojos verdes y su perfil perfecto no tenían ninguna importancia. La radio era su campo de pruebas, su posibilidad para demostrarse a si misma que nunca tendría que depender de su belleza para vivir.

A la una y media, Clara asomó la cabeza por la puerta de su oficina y llamó a Francesca, que estaba ordenando un poco la oficina apilando cajas contra la pared para poder andar con seguridad. Aunque no podía andar mucho.

– La cinta no es mala -dijo Clara, sentándose-. Pero tampoco es demasiado buena.

Empujó la cinta sobre el escritorio.

Francesca apartó la vista, intentando ocultar la aplastante decepción que sentía.

– Tu voz es demasiado entrecortada también -continuó Clara, con tono enérgico e impersonal-. Hablas demasiado rápido y acentúas las palabras de forma muy extraña. Tu acento británico es lo único que tienes. Si no, sonarías como una mala imitación de cualquier pinchadiscos mediocre que hemos tenido en esta emisora.

Francesca se esforzó por oír algún rastro de animosidad personal en su voz, algún indicio que Clara era vengativa. Pero todo el que oía era la evaluación desapasionada de una experta profesional.

– Déjame grabar otra cinta -suplicó-. Déjame intentarlo otra vez.

La silla chirrió cuando Clara se recostó.

– No quiero escuchar otra cinta; no habrá diferencia. La radio AM está cerca de las personas. Si los oyentes quieren escuchar sólo música, buscan una emisora de FM. La AM tiene que ser la radio de la personalidad, aún en una emisora rata de mierda como esta. Si trabajas en AM, tienes que recordar que le hablas a personas, no a un micrófono. De otra manera serás otra vulgar Twinkie.

Francesca cogió rápidamente la cinta y se volvió hacia la puerta, con su autocontrol a punto de desbordarse. ¿Cómo se pudo imaginar alguna vez que podría empezar en la radio sin alguna instrucción?

Otra ilusión más.

Otro castillo de arena que había construido demasiado cerca del agua.

– Lo mejor que puedo darte es el puesto de locutora suplente los fines de semana si alguien no puede hacerlo.

Francesca se dió la vuelta.

– ¡Locutora suplente! ¿Me utilizarás como una locutora suplente?

– Cristo, Francesca. No actúes como si te hiciera un gran favor. Todo lo que significa es que terminarás trabajando la tarde del domingo de resurección para una audiencía nula.

Pero Francesca rechazó que la irritable Clara desinflara su alegría, y soltó un grito de felicidad.

Esa noche sacó un bote de alimento para gatos de la única alacena de la cocina y empezo a conversar con Bestia.

– Voy a hacer algo por mí misma -le dijo-. No me importa trabajar duro o lo que tenga que hacer. Voy a ser la mejor locutora que la KDSC haya tenido jamás.

Bestia levantó su pierna trasera y comenzó a rascarse. Francesca le frunció el ceño.

– Ese es el hábito más absolutamente asqueroso que tienes, y si crees que lo vas a hacer alrededor de mi hija, puedes ir pensando en buscarte otra cosa.

Bestia no le hizo caso. Cogió un abrelatas oxidado y lo colocó sobre la tapa del bote, pero no comenzó a girarlo inmediatamente. En cambio, miró distraídamente hacía delante. Sabía por intuición que iba a tener una hija… una pequeña nenita adornada con lentejuelas de estrella americana a la que enseñaría desde el principio a confiar en algo más que en la belleza física que ella estaba predestinada a heredar de sus padres.

Su hija sería la cuarta generación de mujeres Serritella… y la mejor.

Francesca juró que enseñaría a su niña todas las cosas que se había visto obligada a aprender sola, todas las cosas que una pequeña tenía que conocer para que nunca terminara en medio de una sucia carretera preguntándose que demonios hacía allí.

Bestia interrumpió su sueño despierto golpeándola en su zapatilla de lona con la pata, recordándole su cena. Comenzó a abrir el bote.

– He decidido llamarla Natalie. Es un nombre bastante femenino, pero también fuerte. ¿Qué crees tú?

Bestia miraba fijamente al tazón de comida que estaba bajando lentamente, toda su atención enfocada en su cena. Un pequeño nudo se formó en la garganta de Francesca cuando lo puso en el suelo.

Las mujeres no deberían tener bebés cuando sólo tenían un gato con quien compartir sus sueños para el futuro. Pero rechazó autocompadecerse. Nadie la había obligado a tener a este bebé. Había tomado la decisión ella misma, y no iba a comenzar a lloriquear sobre ello ahora. Bajándose al viejo suelo de linóleo, se sentó con las piernas cruzadas al lado del tazón del gato y tendió la mano acariciándolo.

– ¿Te imaginas lo qué pasó hoy, Bestia? Fue la cosa más maravillosa -sus dedos resbalaban por la piel suave del animal-. Sentí un movimiento del bebé…

Despues de tres semanas de su entrevista con Clara, una epidemia de gripe golpeó a tres locutores de la KDSC y Clara se vio forzada a dejar a Francesca hacer un programa el miércoles por la mañana.

– Tienes que recordar que hablas para la gente -gritó cuando Francesca se dirigía al estudio con el corazón golpeándole freneticamente, como si las áspas de un helicóptero despegaran de su pecho.

El estudio era pequeño y recalentado. Una tabla de control forraba la pared perpendicular a la ventana del estudio, mientras el lado opuesto tenía unos compartimentos pequeños llenos de registros que debían salir al aire aquella semana.

El cuarto tenía también un anaquel giratorio de madera para cartuchos de cinta, un archivador gris para copias comerciales actuales, y, grabado en cada superficie plana, un surtido de anuncios y advertencias.

Francesca se sentó delante de la tabla de control y torpemente se colocó los auriculares sobre las orejas. Sus manos no dejaban de temblar. En pequeñas emisoras como la KDSC, no había ningún ingeniero de sonido para manejar la tabla de control; los locutores tenían que hacerlo ellos sólos.

Francesca había pasado horas aprendiendo las indicaciones de los registros, cómo manejar los interruptores del micrófono, como poner niveles de voz, y usar los tres cartuchos de cintas… o el carrito…, a sólo dos podía llegar una vez sentada en el taburete delante del micrófono.

Cuando las noticias AP (Asociación de Prensa,) se acabaron, miró la fila de relojes en su mesa de control. En su nerviosismo, parecieron cambiar de forma delante de ella, derritiéndose como relojes de Dali hasta que no pudo recordar para que era ninguno de ellos.

Se obligó a concentrarse. Su mano encendió el interruptor de selector AP. Empujó la palanca que abrió su micrófono y conservando encima del sonido sobre el disco a bajo volumen. Un chorrito de sudor se deslizaba entre sus pechos. Tenía que hacerlo bien. Si lo estropeaba, Clara nunca le daría una segunda oportunidad.

Cuando abrió la boca para hablar, su lengua pareció pegarse a la azotea de su boca.

– ¡Hola! -croó -soy Francesca Day hablándoles desde la KDSC con música durante un miércoles por la mañana.

Hablaba demasiado rápido, controlando todas sus palabras juntas, y no podía pensar en nada que decir aun cuando hubiera ensayado este momento en su mente cien veces. En un ataque de pánico, liberó el registro que sujetaba el primer tocadiscos y subiendo el sonido, pero puso la aguja demasiado cerca del borde del disco y se deslizó hacía afuera.

Ella gimió de forma audible, y luego comprendió que no había apagado el interruptor de su micrófono para que su gemido no hubiese salido al aire. Manoseó en los mandos.

En el área de recepción, Clara la miró por la ventana del estudio y sacudió su cabeza con repugnancia. Francesca se imaginó que podía oír la palabra "Twinkie " atravesando las paredes insonorizadas.

Sus nervios afortunadamente se estabilizaron y lo hizo mejor, pero había escuchado suficientes cintas de buenos locutores durante los últimos meses para saber lo mediocre que ella era. Comenzó a dolerle la espalda por la tensión.

Cuando finalmente su espacio terminó y ella salió cojeando del estudio por el agotamiento, Katie le dedicó una sonrisa comprensiva y murmuró algo sobre los nervios de los principiantes. Clara salió de golpe de la oficina y anunció que la epidemia de gripe se había extendido a Paul Maynard, y tendría que poner a Francesca en el aire otra vez la tarde siguiente.

Habló tan mordazmente que Francesca no tuvo ninguna duda acerca de cómo se sentía con respecto a la situación.

Esa noche, cuando utilizaba uno de sus cuatro tenedores doblados en la cocina para empujar unos huevos revueltos recalentados alrededor de su plato, trataba de entender por milésima vez que hacía mal. ¿Por qué no podía hablar ante un micrófono de la manera que hablaba a las personas?

Personas. Dejó al lado del plato el tenedor cuando le sobrevino un pensamiento repentino. ¿Clara seguía hablando de la gente, pero dónde estaban? Impulsivamente, se levantó de un salto de la mesa y comenzó a hojear las revistas que había traído de la emisora.

Finalmente, recortó cuatro fotografías de personas que seguramente se parecerían al tipo de gente que la escucharía al dia siguiente… una madre jóven, una vieja señora de pelo blanco, una esteticista, y un camionero demasiado gordo como esos que viajaban a través del condado por la carretera estatal y cogían la señal de la KDSC durante aproximadamente cuarenta kilómetros.

Los miró fijamente durante el resto de la tarde, inventando historias imaginarias y debilidades personales. Ellos serían su audiencia para su programa de mañana. Sólo estos cuatro.

La tarde siguiente colocó las fotografias al lado de la mesa de control, dejando caer a la señora vieja dos veces porque sus dedos estaban torpes. El pinchadiscos de mañana encendió las noticias AP, y ella se sentó para ajustarse los auriculares. No más imitaciones de pinchadiscos.

Iba a hacerlo a su manera. Miró las fotografías delante de ella… la madre jóven, la anciana, la esteticista, y el camionero. Habla con ellos, ¡maldita sea!. Sé tú misma, y olvídate de todo lo demás.

Las noticias AP se terminaron. Miró fijamente a los amistosos ojos negros de la madre jóven, encendiendo el interruptor de su micrófono, y respiró hondo.

– ¡Hola a todos!, soy Francesca y estoy aquí para traeros música y palique durante un jueves por la tarde. ¿Estaís pasando un dia absolutamente maravilloso? Espero que sí. Si no, tal vez podemos hacer algo para remediarlo.

Dios, sonaba como Mary Poppins.

– Estaré con vosotros toda la tarde, afortunada o desgraciadamente, dependiendo si puedo encontrar el interruptor correcto de mi micrófono.

Esto estaba mejor. Podía sentirse un poco más relajada.

– Vamos a comenzar nuestra tarde juntos con música -miró a su camionero. Parecía un tipo que a Dallie le gustaría, un bebedor de cerveza que adoraba el fútbol y los chistes sucios. Le dedicó una sonrisa privada-. Os voy a poner una canción absolutamente insulsa de Debby Boone. Prometo que las melodías mejorarán según avancemos.

Puso en movimiento el primer plato giratorio, bajó su micrófono, y cuando la voz dulce de Debby Boone vino sobre el monitor, echó un vistazo hacia la ventana del estudio. Tres caras asustadas habían aparecido como un grupo de gatos en una caja… Katie, Clara, y el director de noticias.

Francesca se mordió el labio, empezó a preparar la cinta con la publicidad grabada y mientras contaba. No había llegado a diez cuando Clara cerró de golpe la puerta del estudio.

– ¿Se te ha ido la cabeza? ¿Cómo puedes decir, una canción insulsa?

– Radio con Personalidad -dijo Francesca, lanzando a Clara una mirada inocente y un movimiento despreocupado con su mano, como si todo eso no fuera nada más que una alondra.

Katie asomó la cabeza por la puerta.

– Las líneas telefónicas comienzan a encenderse, Clara. ¿Que quieres que haga?

Clara pensó por un momento y luego miró Francesca.

– Bien, Señorita Personalidad. Coje las llamadas en el aire. Y manten el dedo al lado del botón de pausa, porque los oyentes no siempre se muerden la lengua.

– ¿En el aire? ¡No puedes hablar en serio!

– Has sido tú quién ha decidido hacerse la graciosa. No te acuestes con marineros si no quieres tener enfermedades venéreas -Clara salió del estudio y se quedó mirando por la ventana fumando y escuchando.

Debby Boone cantó los acordes finales "You Light Up My Life," y Francesca puso una cuña publicitaria de treinta segundos de un almacén de madera local. Después, abrió su micrófono. Personas, se dijo. Sólo vas a hablar con personas.

– Las líneas telefónicas están abiertas. Francesca al habla. ¿Qué tienes en mente?

– Pienso que eres una adoradora del diablo -dijo la voz de una mujer malhumorada al otro lado de la línea-. ¿No sabes que Debby Boone escribió esa canción dedicada al Señor?

Francesca miró fijamente a la imagen de la señora de pelo blanco cogiéndola de la mesa de control. ¿Cómo aquella vieja y dulce señora podía haberle dicho algo como eso? Se encrespó.

– ¿Debby le dijo eso personalmente?

– No seas impertinente -replicó la voz-. Tenemos que escuchar a todas horas esas canciones sobre sexo, sexo, y sexo. Entonces oímos algo agradable y tú te ríes de ello. Alguien a quien no le gusta esa canción no ama al Señor.

Francesca miró airadamente a su señora vieja.

– ¿Esta es una actitud terriblemente intolerante, no lo cree así?

La mujer colgó sin más, el golpe del receptor pareció como una bala pasando por sus auriculares. Con retraso, Francesca recordó que estos eran sus oyentes y ella, como se suponía, tendría que ser agradable con ellos. Hizo una mueca a la fotografía de la madre jóven.

– Lo siento. Quizá no debería haber dicho eso, pero ella sonaba como una persona perfectamente espantosa, ¿verdad?

Con el rabillo del ojo, pudo ver a Clara bajar la cabeza y poner la mano en su frente. Hizo una enmienda precipitada.

– Desde luego, he sido terriblemente intolerante, yo misma en el pasado. Por ello, no debería lanzar piedras -golpeó el interruptor telefónico-. Francesca, al habla. ¿Qué tienes en mente?

– Sí… uh. Soy Sam. Te llamo desde la parada para camioneros Diamond en la noventa de E.E.U.U. Escucha… uh… Me ha encantado lo que has dicho sobre esa canción.

– ¿No te gusta a tí tampoco, Sam?

– Nada. Para mí, es una canción para que la escuchen los caballos…Por lo que a mí respecta, es el pedazo más grande de mierda en la historia de la m…

Francesca golpeó el interruptor de pausa justo a tiempo. Habló jadeando.

– Tienes una boca grosera, Sam, y te corto.

El incidente la desconcertó, y golpeó el montón de anuncios de servicio público cuidadosamente ordenados al suelo en el momento que se identificaba su siguiente oyente como Sylvia.

– ¿Si piensas que 'Light Up My Life' es tan mala, por qué la has puesto? -preguntó Sylvia.

Francesca decidió que el único modo en el que ella podría tener éxito en esto era ser ella misma… para mejor o para peor. Ella miró a su esteticista.

– En realidad, Sylvia, me gustó la canción al principio, pero estoy algo cansada de ella de escucharla todos los dias. Esto es parte de nuestra política de programas. Si no la pongo una vez durante mi espectáculo, podría perder mi trabajo, y para ser perfectamente honesta, a mi jefa tampoco le gusta mucho que digamos…

La boca de Clara se abrió en un grito silencioso al otro lado de la ventana.

– Sé exactamente lo que piensas -contestó la oyente. Y luego para sorpresa de Francesca, Sylvia le confesó que su jefe último le había hecho la vida miserable, también. Francesca hizo unas preguntas comprensivas, y Sylvia, quien era obviamente de la clase habladora, contestaba sinceramente.

Una idea comenzó a formarse en su cabeza. Francesca comprendió que sin ser consciente había golpeado un nervio común, y rápidamente pidió a otros oyentes telefonear para hablar sobre sus experiencias con sus jefes.

Las líneas permanecieron encendidas en buena parte de las siguientes dos horas.

Cuando el programa terminó, Francesca salió del estudio con la camisa pegada al cuerpo por el sudor y la adrenalina todavía bombeándo por sus venas. Katie, con una expresión ligeramente perpleja, inclinó la cabeza hacia la oficina del gerente de emisora.

Francesca con resolución cuadró sus hombros y se dirigió al encuentro de Clara que hablaba por teléfono.

– Desde luego, entiendo su posición. Absolutamente. Y gracias por llamar… Ah, sí, seguramente voy a decírselo.

Colocó el aparato en su sitio y miró airadamente a Francesca, cuyo sentimiento de alegría había comenzado a disolverse.

– Este era el último caballero con el que hablaste en antena -dijo Clara-. Del que dijiste a los oyentes que era del tipo despreciable que grita y golpea a su esposa y luego la envía a comprar cerveza.

Clara se inclinó atrás en su silla, cruzando sus brazos sobre su pecho plano.

– Este "tipo despreciable" es uno de nuestros más importantes patrocinadores. Al menos solía ser uno de nuestros patrocinadores más importantes.

Francesca se sintió enferma. Había ido demasiado lejos. Estaba tan estusiasmada con ser ella misma y de hablarles a sus fotografias que se había olvidado de controlar su lengua.

¿No había aprendido nada estos últimos meses? ¿ Estaba predestinada a continuar igual que siempre, imprudente e irresponsablemente, yendo hacía adelante sin considerar las consecuencias? Ella pensó en el pequeño pedazo de vida que anidaba dentro de ella. Posó una de sus manos instintivamente sobre su cintura.

– Lo siento, Clara. No quería llegar tan lejos. Lamento mucho todo lo que he provocado.

Giró hacía la puerta, intentando salir de allí y buscar un sitio dónde lamer sus heridas, pero no se movió bastante rápido.

– ¿Dónde crees que vas?

– Al… al cuarto de baño.

– ¡Mírala!. La Twinkie se desinfla ante el primer signo de problemas.

Francesca giró alrededor.

– ¡Joder!, Clara!

– ¡Jódete!, tú misma! Te dije tras escuchar tu cinta que hablabas demasiado rápido. Ahora, maldita sea quiero que reduzcas la velocidad para mañana.

– ¿Hablo demasiado rápido? -Francesca no podía creerlo. ¿Ella acababa de perder para la KDSC un patrocinador y Clara la gritaba que hablaba ante el micrófono demasiado rápido? Y luego el resto de lo que Clara había dicho-. ¿Mañana?

– Apuesta tu dulce culo.

Francesca la miró fijamente.

– ¿Pero y en cuanto al patrocinador, al hombre con el que hablé?

– Olvídalo. Siéntate, chicky. Vamos a hablar de shows en la radio.


* * *

Después de dos meses, las charlas de noventa minutos de Francesca y su programa de entrevistas se había establecido firmemente como lo más cercano que la KDSC alguna vez había tenido de un éxito, y la hostilidad de Clara hacia Francesca gradualmente se había adaptado al cinismo ocasional que ella adoptaba con el resto de los locutores. Siguió reprendiendo a Francesca por prácticamente todo… hablar demasiado rápido, la mala pronunciación de las palabras, olvidar los anuncios de servicio público hasta el final… pero por terribles que fueran los comentarios de Francesca en el aire, Clara nunca la censuraba.

Incluso aunque la espontaneidad de Francesca a veces los metiera en problemas, Clara conocía la radio de calidad cuando la oía, y no tenía ninguna intención de matar la gallina que de improviso ponía un pequeño huevo de oro para su emisora de radio de remanso. Los patrocinadores comenzaron a exigir mayor tiempo en antena en su programa, y el sueldo de Francesca subió rápidamente a ciento treinta y cinco dólares semanales.

Por primera vez en su vida, Francesca descubrió la satisfacción que se sentía al hacer un buen trabajo, y recibió con enorme placer saber que a sus compañeros les gustaba. Las Girl Scout le pidieron que diera un discurso en la comida anual, y ella habló de la importancia de trabajar duro.

Adoptó otro gato vagabundo y pasó la mayor parte de un fin de semana escribiendo una serie de anuncios de servicio público para el Refugio de Animales de Sulphur City. Cuanto más se abría a otras personas, mejor se sentía con ella misma.

La única nube sobre su horizonte era su preocupación por que Dallie oyera su radioshow mientras viajaba por la 90 de EE UU y decidiera pasar a verla. Solo de pensar lo idiota que se había comportado con él le ponía la piel de gallina.

Él se había reído de ella, la habían tratado con condescendencia, como a un adulto algo retrasado, y ella había respondido saltando en la cama con él y convenciéndose que estaba enamorada.

¡Qué pequeña y débil idiota había sido!

Pero se prometió que no volvería a ser esa niña tonta y débil, y si Dallie Beaudine tenía el morro de volver a meterse en su vida, él lo lamentaría. Esta era su vida, su bebé, y ante cualquiera que se cruzara en su camino lucharía con uñas y dientes.

Actuando sobre una corazonada, Clara comenzó a establecer trasmisiones en directo del programa de Francesca en lugares tan diversos como la ferretería local y la comisaría. En la ferretería, Francesca aprendió el uso correcto de una taladradora eléctrica. En la comisaría, retrasmitió un simulacro de encarcelamiento. Ambas difusiones fueron éxitos asombrosos, principalmente porque Francesca no hizo secreto de cuanto odiaba cada experiencia.

Estaba aterrorizada por que la taladradora eléctrica le resbalara y le cortara la mano. Y el oscuro calabozo al que la invitaron estaba lleno de los bichos más horribles que alguna vez hubiera visto.

– ¡Ah, Dios, que uno tiene tenazas! -gimió a sus oyentes cuando levantó sus pies del suelo de linóleo rajado-. Odio este lugar… realmente es espantoso. No es de extrañar que los criminales sean tan bárbaros.

El sheriff local, que se sentaba del otro lado del micrófono y la miraba como un cordero enfermo de amor, aplastó el ofensor con su bota.

– Tranquila, señorita Francesca, estos bichos apenas cuentan. Es de los ciempiés de los que tienes que tener cuidado.

Los oyentes KDSC oyeron algo parecido entre la mezcla de un gemido y un chillido, y rieron para sí mismos. Francesca tenía un modo simpático de reflejar sus propias debilidades humanas. Decía lo que estaba en su mente y, con sorprente frecuencia, lo que estaba en las suyas, también, aunque la mayor parte de ellos no tuvieran la valentía suficiente de reconocer sus defectos en público del modo que ella lo hacía. No había más remedio que admirar a alguien así.

Las audiencias continuaron subiendo, y Clara Padgett mentalmente se frotaba las manos con regocijo.

Usando una parte del aumento de su sueldo, Francesca compró un ventilador eléctrico para intentar disipar el sofocante calor de por la tarde en su apartamento del garaje, compró un poster de un cuadro de Cezanne para sustituir la cuerda de guitarra, y se compró al contado un Ford Halcón de seis años con partes del chasis oxidado. El resto lo metió en su primera cuenta bancaria.

Aunque sabía que su belleza se habían mejorado ahora que comía mejor y se preocupaba menos, prestó poca atención a arreglarse, un color sano había vuelto a su piel y el brillo a su pelo.

No tenía, ni tiempo, ni interés para pasarse tiempo delante de un espejo, un pasatiempo que había demostrado ser completamente inútil para su supervivencia.

El aeropuerto de Sulphur City anunció un club de paracaidismo, y el carácter normalmente irritable de Clara dió un giro para peor. Ella reconocía una buena idea para el programa cuando la veía, pero incluso ella no podía pedir a una mujer embarazada de ocho meses que saltara de una avioneta.

El embarazo de Francesca incomodaba profundamente a Clara, y por consiguiente le hacía sólo las mínimas concesiones.

– Programaremos el salto dos meses después de que tu niño nazca. Eso te dará mucho tiempo para recuperarte. Usaremos un micrófono inalámbrico para que los oyentes pueden oírte gritar mientras bajas.

– ¡No saltaré de un avión!

Clara señaló el montón de formularios sobre su escritorio, los papeles para arreglar los asuntos de Francesca con la Oficina Estadounidense de Naturalización e Inmigración.

– Si quieres completos y firmados estos formularios, lo harás.

– Esto es un chantaje.

Clara se encogió de hombros.

– Soy realista. No estarás por aquí probablemente mucho tiempo, chicky, pero mientras estés, voy a chuparte hasta la última gota de sangre.

Esta no era la primera vez que Clara había aludido a su futuro, y cada vez que lo hacía, Francesca sentía una oleada de anticipación dentro de ella. Conocía muy bien esta regla: la gente que era buena no se quedaba en la KDSC mucho tiempo; se marchaban hacía mercados más grandes.

Se marchó como un pato de la oficina de Clara aquel día sintiendose contenta con si misma. Su programa había ido bien, tenía casi quinientos dólares metidos en el banco, y un futuro brillante parecía esperarla sobre un horizonte no tan lejano.

Sonrió.

Todo lo que se necesita para llegar lejos en la vida era una pizca de talento y mucho trabajo duro. Y entonces vio que una figura familiar andaba hacia ella entrando por la puerta de la calle, y la luz se apagó de su día.

– ¡Ah!, Infierno -Holly Grace Beaudine hablaba arrastrando las palabras cuando se paró en el centro del área de recepción.


– Aquel estúpido hijo de puta te preñó.

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