Capítulo 33

Los brazos de Dallie se alzaron hacía el cielo, sosteniéndo el putter con el puño como un estándarte medieval de victoria. Skeet lloraba como un bebé, tan lleno de alegría que no podía moverse.

Por consiguiente, la primera persona que felicitó a Dallie fue Jack Nicklaus.

– Un gran juego, Dallie -dijo Nicklaus, poniendo su brazo sobre los hombros de Dallie-. Eres un auténtico campeón.

Entonces Skeet lo abrazó aporreándole la espalda, y Dallie mientras se dejaba abrazar movía la cabeza, buscando entre la muchedumbre hasta que al fin encontró lo que buscaba.

Holly Grace se abrió camino primero; después Francesca, agarrando a Teddy de la mano. Holly Grace se precipitó hacia Dallie con sus largas piernas, unas piernas que eran famosas desde el instituto de Wynette, las piernas de diseño americano veloces y bellas.

Holly Grace corrió hacia el hombre al que había querido más o menos toda su vida, pero se paró en seco cuando vio esos ojos azules pasar sobre ella y detenerse en Francesca. Un espasmo de dolor subió por su pecho, un sentimiento de angustia, y luego el dolor se alivió cuando sintió como por fín le dejaba ir.

Teddy le dio un codazo, no exactamente feliz de participar en tal extravagante escena. Holly Grace pasó el brazo alrededor de sus hombros, y ambos miraron como Dallie levantaba a Francesca del suelo, cogiéndola por la cintura para que su cabeza estuviera más alta que la suya.

Por una fracción de segundo, ella se quedó así, inclinando su cara al sol y riéndose al cielo. Y luego ella lo besó, acariciando la cara con su pelo, golpeando sus mejillas con el bamboleo alegre de sus tontos pendientes de plata. Sus pequeñas sandalias rojas se deslizaron de los dedos del pie, equilibrándo una de ellas en su zapato de golf.

Francesca fue la primera en girarse, buscando a Holly Grace entre la muchedumbre, ofreciéndole el brazo. Dallie dejó a Francesca en el suelo sin soltarla y le ofreció su brazo, también, para que Holly Grace se pudiera unir.

Él las abrazó a ambas… estas dos mujeres que significaban todo para él, una el amor de su niñez, la otra el amor de su madurez; una, alta y fuerte, la otra pequeña y frívola, con un corazón de malvavisco y una espina dorsal de acero templado.

Los ojos de Dallie buscaron a Teddy, pero hasta en su momento de victoria, vio que el muchacho no estaba listo y no lo presionó. Por ahora era suficiente con intercambiar sonrisas.

Un fotógrafo de la agencia de información UPI captó la imagen que sería portada de las primeras páginas de la sección de deportes de todos los periódicos nacionales al dia siguiente…un jubiloso Dallie Beaudine levantando del suelo a Francesca Day mientras Holly Grace Beaudine estaba de pie a un lado.

Francesca tenía que estar en Nueva York a la mañana siguiente, y Dallie tenía que realizar todos los deberes que recaían en el ganador inmediatamente después de un gran campeonato.

Por consiguiente, su tiempo juntos después del torneo era demasiado corto y sobre todo público.

– Te llamaré -le dijo él mientras se lo llevaban en volandas.

Ella sonrió en respuesta, y luego la prensa lo engulló.


* * *

Francesca y Holly Grace viajaron juntas a Nueva York, pero su vuelo iba con retraso y no llegaron a la ciudad hasta tarde. Era medianoche pasada cuando Francesca metió a Teddy en la cama, muy tarde para esperar una llamada de Dallie.

El día siguiente, asistió a una reunión informativa sobre la próxima ceremonia de entrega de ciudadanía en la Estatua de la Libertad, un almuerzo para periodistas, y dos reuniones más. Dejó varios números de teléfono a su secretaria, para que pudiera localizarla en cualquier parte, pero Dallie no llamó.

Mientras abandonaba el estudio, se iba cociendo en una salsa de profunda indignación. De acuerdo, él había estado ocupado, pero seguramente podría haber robado unos minutos para llamarla.

A no ser que hubiera cambiado de idea, le susurró una voz interior.

A no ser que él no hubiera hablado en serio.

A no ser que ella hubiera interpretado mal sus sentimientos.

Consuelo y Teddy no estaban cuando llegó a casa. Dejó el bolso y el maletín, se quitó fatigosamente la chaqueta y caminó por el pasillo hacía su dormitorio, sólo para pararse en la puerta. Un trofeo de plata y cristal de casi un metro de alto estaba colocado en el centro de su cama.

– ¡Dallie!

Él salió del cuarto de baño, el pelo todavía mojado de la ducha, una de sus mullidas toallas rosas alrededor de sus caderas. Sonriéndole abiertamente, levantó el trofeo de la cama, caminó hacía ella, y lo depositó a sus pies.

– ¿Era esto lo que tenías en mente?

– ¡Eres un desgraciado! -Ella se lanzó a sus brazos, casi golpeando el trofeo en el proceso. -¡Te quiero, maravilloso e imposible desgraciado!

Y luego él la besó, y ella lo besó, y estaban abrazados tan fuerte el uno al otro que parecía como si la fuerza vital de un cuerpo pasara al otro.

– Maldición, te amo -murmuró Dallie-. Mi pequeña y dulce Pantalones De Lujo, conduciéndome casi hasta la locura, fastidiándome a muerte.

Él la besó otra vez, un beso largo y lento.

– Seguramente seas casi la mejor cosa que alguna vez me pasó.

– ¿Casi? -murmuró ella contra sus labios-. ¿Cuál es la mejor?

– Nacer tan guapo.

Y la besó otra vez.

Hicieron el amor con risas y ternura, con nada prohibido, nada que esconder. Después, se pusieron cara a cara, sus cuerpos desnudos pegados, para susurrarse secretos el uno al otro.

– Pensé que iba a morir -le dijo él-. Cuando digiste que no te casarias conmigo.

– Y yo pensé que iba a morir, cuando digiste que no me querías.

– He tenido siempre tanto miedo. Tenías toda la razón en eso.

– Tenía que tener lo mejor de tí. Soy una persona miserable, egoísta.

– Eres la mejor mujer del mundo.

Él comenzó a hablarle de Danny y Jaycee Beaudine y el sentimiento de que no iba a llegar a nada.

Era más fácil no intentarlo siquiera, había descubierto, que dejar en evidencia todos sus defectos.

Francesca dijo que Jaycee Beaudine parecía una persona completamente odiosa y Dallie debería haber tenido suficiente sentido común para darse cuenta que todas sus opiniones no podían ser demasiado fiables.

Dallie se rió y la besó otra vez antes de preguntarla cuando se casaban.

– He ganado en buena lid. Ahora te toca pagar.


* * *

Estaban ya vestidos y sentados en la sala de estar cuando Consuelo y Teddy volvieron varias horas más tarde. Venían de pasar una maravillosa tarde en el Madison Square Garden, donde Dallie les había enviado antes con un par de entradas de primera fila para ver el Mayor Espectáculo del Mundo.

Consuelo observó las caras ruborizadas de Francesca y Dallie y no la engañaron ni por un minuto sobre lo que habían estado haciendo mientras Teddy y ella estaban viendo los tigres domesticados de Gunther Gebel-Williams. Teddy y Dallie se miraron el uno al otro cortesmente, pero con cautela.

Teddy estaba todavía bastante seguro que Dallie sólo fingía quererlo para estar con su mamá, mientras Dallie intentaba calcular como deshacer todo el daño que había cometido.

– Teddy, ¿te gustaría acompañarme a la cima del Empire State Building mañana después de la escuela? Podrías enseñármelo.

Por un momento Dallie pensó que Teddy iba a rechazarle. Teddy recogió su programa de circo, lo enrolló en un tubo, y sopló por el con una elaborada sencillez.

– Supongo que está bien -se puso el tubo como un telescopio y miró por el-. Pero después de ver el capítulo de los Goonies en la televisión por cable.


* * *

Al día siguiente los dos estaban en la plataforma de observación. Teddy parado mucho más atrás del metal protector colocado en el borde porque las alturas le hacían marearse. Dallie directamente a su lado porque a él no le atraían las alturas tampoco.

– El dia no es bastante claro hoy para ver la Estatua de la Libertad -dijo Teddy, señalando hacia el puerto-. A veces puedes verla desde aquí.

– ¿Quieres que te compre uno de esos King Kong de goma que venden allí? -le preguntó Dallie.

A Teddy le gustaba mucho King Kong, pero negó con la cabeza. Un tipo que llevaba una gorra con el nombre de Iowa reconoció a Dallie y le pidió un autógrafo.

Teddy estaba muy acostumbrado a esperar pacientemente mientras los adultos pedían autógrafos, pero la interrupción irritó a Dallie. Cuando el admirador finalmente se alejó, Teddy miró a Dallie y dijo sabiamente:

– Esto va con el contrato.

– ¿Qué quieres decir?

– Cuando eres una persona famosa, la gente parece que te conoce, aunque no sea así. Tienes una cierta obligación.

– Eso suena como dicho por tu mamá.

– Nos interrumpen mucho.

Dallie lo miró un momento.

– Sabes que estas interrupciones sólo van a empeorar, ¿no es verdad, Teddy? Tu mamá me pedirá que gane más torneos para ella, y siempre que los tres salgamos juntos, habrá mucha más gente mirándonos.

– ¿Mi mamá y tú os casais?

Dallie asintió con la cabeza.

– Quiero mucho a tu mamá. Es la mejor mujer del mundo -respiró hondo-.Te quiero a tí también, Teddy. Sé que podría ser difícil para tí creerlo después del modo en que te he tratado, pero es la verdad.

Teddy se quitó las gafas y sometió los cristales a una limpieza complicada con el dobladillo de su camiseta.

– ¿Y que pasa con Holly Grace? -dijo, mirando los cristales a la luz-. ¿Significa esto que nosotros no veremos a Holly Grace más, debido a que antes estábais casados?

Dallie sonrió. Teddy no podría querer reconocer lo que acababa de oír, pero al menos no se había alejado.

– Nosotros no podríamos deshacernos de Holly Grace aunque lo intentaramos. Tu madre y yo la queremos; ella siempre formará parte de nuestra familia. Skeet, también, y la Señorita Sybil. Y todos los vagabundos que tu madre logre recoger.

– ¿Gerry, también? -preguntó Teddy.

Dallie vaciló.

– Supongo que incluso Gerry.

Teddy no tenía tanto vértigo ahora, y se acercó un poco más a la rejilla protectora. Dallie no es que estuviera impaciente por avanzar, pero lo hizo, también.

– Tú y yo todavía tenemos algunas cosas que hablar, ya sabes de qué -dijo Dallie.

– Quiero que me compres un King Kong -dijoTeddy bruscamente.

Dallie vio que Teddy todavía no estaba preparado para ninguna conversación de padre a hijo, y se tragó su decepción.

– Tengo algo que preguntarte.

– No quiero hablar sobre ello -Teddy pasó los dedos por la rejilla metálica.

Dallie puso sus dedos ahí, también, esperando poder acertar en la próxima parte.

– ¿Te ha pasado alguna vez que has tenido un amigo con el que jugabas siempre, y después averiguas que él ha construido algo especial cuando no estaba contigo? ¿Una fortaleza, tal vez, o un castillo?

Teddy negó con cautela.

– ¿Tal vez hizo un columpio cuándo no estabas con él, o construyó un circuito para sus coches?

– O tal vez construyó un planetario con bolsas de basura nuevas y una linterna.

– O un planetario de bolsas de basura -Dallie rápidamente se enmendó-. De cualquier manera, tal vez cuando miraste ese planetario, pensaste que era tan fabuloso que te sentías un poco celoso de no haberlo hecho tú mismo-.

Dallie soltó la protección, manteniendo sus ojos sobre los de Teddy para asegurarse que el muchacho le seguía.

– Por eso, porque estabas celoso, en lugar de decir a tu amigo que había hecho un gran planetario, levantaste la nariz y le digiste que no era nada del otro mundo, aun cuando fuera el mejor planetario que alguna vez hubieras visto.

Teddy asintió despacio, interesado en que un adulto conociera algo así. Dallie descansó su brazo sobre la cima de un telescopio que señalaba hacia Nueva Jersey.

– Eso es justamente lo que me pasó cuando te conocí.

– ¿Si? -declaró Teddy con asombro.

– Aquí está este niño, y es un gran muchacho, listo y valiente, pero yo no lo ví así, porque estaba celoso. En lugar de decirle a tu mamá, "¡Oye!, has criado a un chico realmente estupendo", actué como si pensara que este niño no fuera tal, y que sería mucho mejor si yo hubiera estado con él para ayudar a criarlo.

Buscó la cara de Teddy, tratando de leer en su expresión si le comprendía, pero el muchacho no regalaba nada.

– ¿Podrías entender algo así? -le preguntó finalmente.

Otro niño podría haber negado, pero un niño con un coeficiente intelectual de ciento sesenta y ocho necesitaba algún tiempo para clasificar las cosas.

– ¿Me podrías comprar el King Kong ahora? – preguntó correctamente.


* * *

La ceremonia en la Estatua de la Libertad llegó un poético dia de mayo, con una brisa suave, balsámica, un cielo azul lavanda, y el descenso en picado perezoso de las gaviotas.

Tres lanchas decoradas con banderitas rojas, blancas, y azules habían cruzado el Puerto de Nueva York hacia la Isla de Libertad aquella mañana y se habían colocado en el muelle donde la Línea círcular transportaba normalmente a los turistas. Pero durante las siguientes horas, no habría turistas, y sólo unas cien personas poblaban la isla.

La Estatua de la Libertad dominaba sobre una plataforma que se había construido especialmente con césped en el lado sur de la isla al lado de la base de la estatua. Normalmente, las ceremonias públicas se realizaban en un área cercada por detrás de la estatua, pero el equipo de la Casa Blanca pensó en esta otra posición, de cara a la estatua y con una vista desatascada del puerto, era más fotogénico para la prensa.

Francesca, con un vestido de seda color pistacho claro y una chaqueta color marfil, estaba sentada en una fila con otros miembros honorarios, varios miembros del gobierno, y una Juez del Tribunal Supremo.

En el atril, el Presidente de los Estados Unidos hablaba de la promesa de América, sus palabras resonando por los altavoces instalados en los árboles.

– Celebramos aquí hoy… jóvenes y viejos, blancos y negros, unos de raíces humildes, otros nacidos en la prosperidad. Tenemos religiones diferentes y tendencias políticas diferentes. Pero cuando descansamos a la sombra de la gran Señora de la Libertad, todos somos iguales, todos herederos de la llama…

El corazón de Francesca estaba tan lleno de alegría que pensó que reventaría. Habían permitido a cada participante invitar a veinte invitados, y cuando miró fijamente a su grupo tan diverso, comprendió que estas personas a las que tanto quería representaban un microcosmos del país por sí mismas.

Dallie, llevando una banderita americana fija sobre la solapa de su chaqueta de traje azul marino, sentado con la Señorita Sybil a un lado, y Teddy y Holly Grace al otro. Detrás de ellos, Naomi se inclinaba a un lado para susurrar algo en el oído de su marido. Estaba estupenda después de haber dado a luz, pero parecía nerviosa, indudablemente preocupada por dejar a su niñita de cuatro semanas de edad medio dia.

Tanto Naomi como su marido llevaban brazaletes negros para protestar contra el apartheid. Nathan Hurd se sentaba junto con Skeet Cooper, una combinación interesante de personalidades en opinión de Francesca.

De Skeet al final de la fila había un grupo de mujeres jóvenes con rostros blancos y negros, algunas con demasiado maquillaje, pero todas ellas poseyendo una chispa de esperanza en su propio futuro.

Todas ellas eran las fugitivas de Francesca, y le había encantado saber que todas estaban felices de acompañarla hoy. Incluso Stefan la había llamado desde Europa esa misma mañana para felicitarla, y ella había curioseado con las noticias bienvenidas que él actualmente disfrutaba del afecto de una joven y hermosa viuda de un industrial italiano.

Sólo Gerry no había aceptado su invitación, y Francesca lo echaba de menos. Se preguntaba si acaso todavía estaba enfadado con ella porque había vuelto a rechazar su última demanda para aparecer en su programa.

Dallie la pilló mirándolo y le dirigió una sonrisa privada que le decía tan claramente como si se lo dijera con palabras cuanto la amaba. A pesar de sus diferencias superficiales, habían descubierto que sus almas eran practicamente gemelas.

Teddy se había acurrucado cerca de Holly Grace en vez de con su padre, pero Francesca pensó que la situación pronto se resolvería y no permitió que ello molestara el placer del día.

Dentro de una semana ella y Dallie estarían casados, y era más feliz que nunca en su vida.

El Presidente se giraba hacía arriba con gran elociencia. -Y por eso América es todavía la tierra de las oportunidades, el hogar de la iniciativa individual, como atestigua el éxito de estas personas que honramos este día. Somos el pais más grande del mundo…

Francesca había hecho programas sobre los sin hogar en América, sobre la pobreza y la injusticia, el racismo y el sexismo. Conocía todos los defectos del país, pero ahora ella sólo podía estar de acuerdo con el Presidente.

América no era un país perfecto; a menudo era demasiado egoísta, violento, y avaro. Pero era un país que tenía con frecuencia el corazón en el lugar correcto, aunque no siempre podía resolver todos los detalles justamente.

El Presidente terminó con una estimulante ovación, capturada por las cámaras de televisión para sacarlo en las noticias de la noche.

Entonces la Juez del Tribunal Supremo dio un paso adelante. Aunque no pudiera ver la Isla de Ellis detrás de ella, Francesca sintió su presencia como una bendición, y pensó en toda aquella multitud de inmigrantes que habían venido a esta tierra con sólo la ropa sobre sus espaldas y la determinación de labrarse una nueva vida.

De todos los millones que habían pasado por estas puertas de oro, seguramente ella había sido la más inútil.

Francesca se puso de pie con los demás, una sonrisa fija en sus labios cuando recordó a una muchacha de veintiun años con un vestido rosado de antes de la guerra, caminando trabajosamente por una sucia carretera de Louisiana llevando una maleta de Louis Vuitton.

Levantó su mano y comenzó a repetir las palabras que estaba diciendo la Juez del Tribunal Supremo.

– Por la presente declaro, sobre juramento, que renuncio completamente a guardar lealtad y fidelidad a cualquier príncipe extranjero, potentado, estado o soberanía…

¡Adiós!, Inglaterra, pensó.

No fue culpa tuya que yo fuera un auténtico desastre. Eres un buen país, antiguo… pero necesitaba un caracter más áspero, algo joven que me enseñara como mantenerme de pie yo sola.

– … que apoyaré y defenderé la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América contra todos los enemigos, extranjeros y nacionales…

Lo intentaría por lo menos, aun cuando las responsabilidades de la ciudadanía la intimidaran. Para lograr que una sociedad permaneciera libre, ¿cómo se podían tomar esos deberes a la ligera?

– … que portaré armas a favor de los Estados Unidos.

¡Por Dios, ciertamente esperaba que no!

– … que realizaré trabajos de importancia nacional bajo dirección civil cuando sea requerido por la ley…

El mes que viene, debía declarar ante un comité del Congreso del problema de las fugitivas, y ya había comenzado a formar una organización para recaudar fondos para construir refugios. Realizando "Francesca Today" sólo una vez al mes, finalmente tendría la posibilidad de devolver algo al país que le había dado tanto.

– … que tomo esta obligación libremente sin ninguna reserva mental o propósito de evasión; y con la ayuda de Dios.

Cuando la ceremonia se terminó, una serie de aplausos al estilo de Texas surgió de la audiencia. Con lágrimas en los ojos, Francesca miró a sus invitados. Entonces el Presidente saludó a los nuevos ciudadanos, seguidos de la Juez del Tribunal Supremo y los otros miembros del gobierno.

Una banda comenzó a tocar "Barras y Estrellas Para Siempre", y el empleado de la Casa Blanca responsable de la ceremonia comenzó a mover a los participantes hacia unas mesas con banderitas colocadas bajo los árboles, dónde habían puesto sandwiches y jarras de té, como en una merienda campestre del Cuatro de Julio.

Dallie salió de la multitud el primero, con una sonrisa burlona del tamaño de Texas por toda su cara.

– La última cosa que necesita este pais es otra votante demócrata, pero estoy verdaderamente orgulloso de tí de todos modos, cariño.

Francesca se rió y lo abrazó. En la zona este de la isla hubo un rugido ruidoso cuando el helicóptero presidencial salió, llevandose al Presidente y los otros miembros del gobierno presentes en la ceremonia.

Como el Presidente ya no estaba, el ambiente se relajó. Cuando el helicóptero desapareció, se anunció que la estatua se abría de nuevo en una hora para todo el que quisiera visitarla.

– Estoy orgulloso de tí, mamá -dijo Teddy. Ella le dio un abrazo.

– Estabas casi tan elegante como ese diseñador coreano -le dijo Holly Grace-. ¿Sabías que llevaba calcetines rosas con mariposas de pedrería?

Francesca apreció la tentativa de Holly Grace de buen humor, sobre todo porque sabía que estaba fingiendo.

El brillo de Holly Grace se había desteñido en los últimos meses.

– Aquí, señorita Day -la llamó uno de los fotógrafos.

Ella sonrió a la cámara y habló con todos los que fueron a saludarla. Sus antiguas fugitivas hacían cola para conocer a Dallie. Ellas coquetearon con él de forma extravagante, y él coqueteó con ellas hasta que a los pocos minutos reían tontamente. Los fotógrafos querían instantáneas de Holly Grace, y las camaras de televisión le pidieron una pequeña entrevista a Francesca. Después de terminar la última, Dallie puso una vaso de té en sus manos.

– ¿Has visto a Teddy?

Francesca echó un vistazo alrededor.

– No desde hace un rato -se dio la vuelta hacía Holly Grace que acababa de pasar a su lado-. ¿Has visto a Teddy?

Holly Grace negó con la cabeza. Dallie parecía preocupado y Francesca se rió de él.

– Estamos en una isla, no puede encontrarse con demasiados problemas.

Dallie no pareció convencido.

– Francie, es tu hijo. Con semejantes genes, me parece que podría meterse en problemas en cualquier parte.

– Vamos a buscarlo -ofreció la sugerencia más como un deseo de estar sola con Dallie que de buscar en realidad a Teddy. La isla estaba cerrada a turistas durante otra hora. ¿Qué podía ocurrirle?

Cuando dejaba el vaso sobre la mesa, vio que Naomi agarraba la mano de Ben Perlman y le instaba a mira al cielo.

Protegiéndose los ojos, Francesca alzó la vista, también, pero todo lo que vio fue un pequeño avión volando muy alto. Y entonces vio como algo caía de la avioneta, y un paracaidas empezaba a abrirse. Uno a uno, las personas alrededor empezaron a mirar fijamente al cielo y se quedaron observando como bajaba el paracaidista hacia la Isla de Libertad.

Mientras caía, iba desplegando una larga pancarta blanca detrás de él. Tenía unas grandes letras impresas en negro, pero eran imposibles de desfrifar porque el viento azotaba la pancarta hacía un lado y hacía el otro, amenazando con enredar al propio paracaidista. De repente, la pancarta dejó ver nítidamente el mensaje.

Francesca sintió unas uñas afiladas clavándose en la manga de su chaqueta.

– Ah, Dios mio -susurró Holly Grace.

Los ojos de cada espectador… así como todas las cámaras de televisión enfocaron un primer plano de la pancarta, y ésto es lo que decía:


CÁSATE CONMIGO, HOLLY GRACE


Aunque le ocultaba un casco y un mono blanco, el paracaidista sólo podía ser Gerry Jaffe.

– Voy a matarlo -dijo Holly Grace, goteando veneno en cada sílaba-. Esta vez ha ido demasiado lejos. Y luego el viento cambió y fue visible el otro lado de la pancarta.

Tenía un dibujo de unas pesas.

Naomi pasó al lado de Holly Grace.

– Lo siento -dijo-. Intenté hacerlo recapacitar, pero te ama tanto… y se niega a tomar el camino fácil.

Holly Grace no contestó. Mantuvo los ojos fijos en la bajada. El paracaidista caía cerca de la isla, pero comenzó a ir a la deriva. Naomi soltó un pequeño grito de alarma, y los dedos de la Holly Grace se clavaron más profundo en el brazo de Francesca.

– Va a caer al agua -gritó Holly Grace-. Ah, Dios, se ahogará. Se enredará en el paracaídas o en la estúpida pancarta…

Se separó de Francesca y comenzó a correr hacia el muro de protección, chillando como una condenada.

– ¡Tú, rojo estúpido! ¡Estúpido tonto!…

Dallie puso su brazo sobre el hombro de Francesca.

– ¿Tienes idea de lo que significa el dibujo que hay en esa pancarta?

– Parecen unas pesas -contestó, conteniendo el aliento cuando Gerry saltó el muro y aterrizó sobre el césped aproximadamente a cincuenta metros de distancia.

– Holly Grace realmente se va a cabrear por esto -comentó él, disfrutando por anticipado-. Maldita sea, está loca.

"Loca" no era la palabra apropiada. Holly Grace estaba furiosa. Estaba tan enfurecida que apenas podía contenerse.

Mientras Gerry luchaba para recoger el paracaídas, ella le gritaba todo el rosario de epítetos asquerosos que pudo recopilar en su mente.

Él enrolló el paracaídas y la pancarta juntos y los dejó sobre la hierba para tener las dos manos libres para tratar con ella. Cuando él vio su cara roja y sintió el calor de su furia, comprendió que iba a necesitarlas.

– Nunca te perdonaré por esto -gritó ella, dándole un puñetazo en el brazo, para placer de los camaras de televisión-. No tienes suficiente experiencia para hacer un salto así. Podrías haberte matado. ¡Y no hubiera sentido que lo hubieras hecho!

Él se quitó el casco, y su pelo rizado estaba tan revuelto como el de un ángel oscuro.

– He estado intentando hablar contigo durante semanas, pero no quieres verme. Además, pensé que te gustaría esto.

– ¡Que me gustaría! -casi le escupió-. ¡No me he sentido tan humillada en toda mi vida! Has hecho de mí un espectáculo. No tienes un gramo de sentido común. Ni un sólo gramo.

– ¡Gerry! -escuchó la advertencía de Naomi y por el rabillo del ojo, vio acercarse corriendo a varios agentes de seguridad de la Estatua.

Sabía que no tenía mucho tiempo. Lo que había hecho era definitivamente ilegal, y no dudaba ni un momento que iban a detenerle.

– Ya me he comprometido publicamente contigo, Holly Grace. ¿Qué más quieres de mí?

– Tú te has puesto publicamente en ridículo. Saltando de un aeroplano y casi ahogándote con esa estúpida pancarta. ¿Y por qué has dibujado por el otro lado un hueso de perro? ¿Podrías decirme que quieres decirme con eso?

– ¿Hueso de perro? -Gerry levantó sus brazos por la frustración. Hiciese lo que hiciese, nunca estaba contenta esta mujer, y si la perdía esta vez, nunca la recuperaría. Solamente pensar en perderla le producía escalofríos.

Holly Grace Beaudine era una mujer que él nunca había sido capaz de controlar, una mujer que le hacía sentir como si pudiera conquistar el mundo, y la necesitaba del mismo modo que necesitaba respirar.

Los guardias de seguridad casi lo habían alcanzado.

– ¿Estás ciega, Holly Grace? Eso no era un hueso de perro. Jesús, he hecho el compromiso más espantoso de toda mi vida, y te has perdido el mejor punto.

– ¿De qué hablas?

– ¡Eso era un sonajero de bebé!

Los dos primeros guardias de seguridad lo agarraron.

– ¿Un sonajero de bebé? -su expresión feroz quedó derretida por la sorpresa y su voz se ablandó-. ¿Eso era un sonajero?

Un tercer oficial de seguridad apartó a Holly Grace. Gerry estaba decidido a llegar hasta el final, y puso las manos delante de su cuerpo.

– Cásate conmigo, Holly Grace -dijo Gerry, no haciendo caso al hecho que le estaban leyendo sus derechos-. ¡Cásate conmigo y tengamos un bebé… una docena de ellos! Pero no me abandones.

– Ah, Gerry… -ella estaba de pie mirándolo con el corazón en sus ojos, y el amor que sentía por ella se expandió hasta casi dolerle el pecho. Los guardias de seguridad no querían aparecer como tipos malos delante de la prensa, así que permitieron que levantara las muñecas y las metiera por encima de su cabeza. La besó tan atentamente que olvidó asegurarse que estaban bien colocados para una buena toma de las cámaras de televisión.

Afortunadamente, Gerry tenía un socio que no se distraía fácilmente con las mujeres.

En todo lo alto, de una pequeña ventana en la corona de la Estatua de la Libertad, otra pancarta comenzó a desplegarse, ésta de un amarillo brillante. Estaba hecha de un material sintético que había sido desarrollado por el programa de investigaciones espaciales… un material tan ligero que podía doblarse y trasportarse casi dentro de la cartera, y luego se ampliaba de forma increible una vez extendida.

La pancarta amarilla caía hacía abajo sobre la frente de la Estatua de la Libertad, desenrollada a lo largo de la longitud de su nariz, y gradualmente se abrió hasta que acabó a la altura de la barbilla.

Su mensaje era claramente legible desde el suelo, simplemente cuatro palabras en trazos negros y muy gruesos.


NO MÁS BOMBAS NUCLEARES


Francesca lo vio primero. Y luego Dallie. Gerry, quien de mala gana había finalizado su abrazo con Holly Grace, había reído cuando lo descubrió y le dio un beso rápido en la nariz.

Entonces levantó sus muñecas esposadas al cielo, inclinó hacía atrás su cabeza, y levantó sus manos en puños.

– ¡Es hora de marcharte, Teddy! -gritó.

¡Teddy!

Francesca y Dallie se miraron el uno al otro alarmados y luego comenzaron a correr por el césped hacia la entrada a la estatua.

Holly Grace apoyó la cabeza en Gerry, no segura de si debería reírse o llorar, sabiendo sólo que le esperaba una vida nada aburrida en el futuro.

– Era una oportunidad demasiado buena de desperdiciar -comenzó a explicarle-. Todas estas cámaras…

– Calla, Gerry, y dime como hago para sacarte de la carcel -era una costumbre que Holly Grace sospechaba que tendría que hacer bastante en su vida futura

– Te amo, nena.

– Yo también te amo.

Las acciones de reivindicación política no eran inusuales en la Estatua de la Libertad. En los años sesenta, exiliados cubanos se encadenaron a los pies de la estatua; en los años setenta, pacifistas veteranos colgaron al revés la bandera americana; y en los años ochenta, dos escaladores de montaña subieron hasta la cima de la estatua para protestar contra el encarcelamiento continuado de uno de los Panteras Negras.

Las acciones políticas no eran desconocidas, pero en ninguna de ellas había habído implicado un niño.

Teddy estaba sentado solo en el pasillo fuera de la oficina de seguridad de la estatua. Por la puerta cerrada, podía oír la voz de su mamá y de vez en cuando a Dallie. Uno de los guardias de seguridad le había traído un 7up, pero no podía beberlo.

La semana anterior, cuando Gerry había llevado a Teddy a conocer al bebé de Naomi, Teddy oyó por casualida cómo Gerry discutía con Naomi, y así se enteró del plan de Gerry de lanzarse en paracaídas sobre la isla.

Cuando Gerry lo había llevado a casa, Teddy le preguntó. Se sintió como un personaje cuando Gerry finalmente confió en él, aunque pensara que simplemente era porque se sentía triste ante la posibilidad de perder a Holly Grace.

Habían hablado acerca de una pancarta en contra de las bombas nucleares, y Teddy le pidió a Gerry que lo dejara ayudarle, pero Gerry dijo que era aún demasiado jóven. Pero Teddy no se había rendido.

Durante dos meses había estado tratando de pensar en realizar un trabajo de ciencias sociales tan espectacular que impresionara a la señorita Pearson, y pensó que podría ser este. Cuando intentó explicarse, Gerry le había dado una larga conferencia sobre como no se podía llegar a un desacuerdo político por motivos egoístas.

Teddy había escuchado atentamente y había fingido estar de acuerdo, pero él realmente quería un sobresaliente en su trabajo de sociales. Milton Grossman sólo había visitado la oficina del alcalde Koch, y la señorita Pearson le habían dado un notable.

¡Desafíaba la imaginación de Teddy pensar la nota que le daría a un niño que había ayudado a desarmar el mundo!

Ahora tenía que afrontar las consecuencias, sin embargo.

Teddy sabía que había sido una estupidez romper el cristal de la ventana. ¿Pero qué otra cosa podía haber hecho?

Gerry le había explicado que las ventanas de la corona se abrían con una llave especial que sólo llevaba el personal de mantenimiento. Uno de ellos era amigo de Gerry, y este tipo había prometido subir a la corona en cuanto la gente de seguridad del Presidente abandonara la zona y abrir la ventana del medio.

Pero cuando Teddy llegó a la corona, todo sudoroso y sin aliento de haber subido la escalera tan rápido como pudo para llegar allí antes que nadie, algo iba mal porque la ventana todavía estaba cerrada.

Gerry le había dicho a Teddy que si tenía algún problema con la ventana, se olvidara de todo el plan y bajara de nuevo, pero Teddy tenía demasiado en juego.

Rápidamente, antes de que tuviera tiempo de pensar en lo que hacía, había agarrado la tapa metálica de un cubo de la basura y la había golpeado contra la pequeña ventana del centro unas cuantas veces.

Después de cuatro intentos, finalmente rompió el cristal. Seguramente sólo fue el eco, pero cuando el cristal se rompió, pensó que podía escuchar el grito de la estatua.

La puerta de la oficina se abrió y el hombre que era responsable de seguridad salió. No miró a Teddy; simplemente caminó por el pasillo sin decir nada.

Entonces su mamá apareció por la entrada, y Teddy pudo ver que estaba realmente enfadada. Su mamá no se ponía furiosa demasiado a menudo, a no ser que realmente la asustaran sobre algo, y cuando esto pasaba, él tenía un sentimiento enfermo en el estómago.

Tragó con fuerza y bajó los ojos, porque le asustaba mirarla a la cara.

– Entra aquí, jóven -dijo ella, sonando como si acababa de comer carámbanos-. ¡Ahora!

Su estómago hizo un salto mortal. Estaba realmente en problemas. Había esperado unos pocos problemas, pero no tantos.

Nunca había oído a su mamá tan enfadada. Su estómago pareció ponerse boca abajo, y pensó que se debería levantar. Él intentó tardar todo el tiempo posible arrastrando sus zapatos caros cuando él anduvo hacia la puerta, pero su mamá le cogió del brazo y lo metió en la oficina. Y cerró con fuerza detrás de él.

Ningún personal de la estatua estaba allí. Solamente Teddy, su mamá, y Dallie.

Dallie estaba de pie junto a la ventana con los brazos cruzados sobre su pecho. Por la luz del sol, Teddy no podía ver su cara demasiado bien y estaba contento de eso.

Sobre la cima del Empire State Building, Dallie había dicho que lo quería y Teddy había querido creerlo, excepto que tenía miedo que Dallie lo hubiera dicho solamente por su mamá.

– Teddy, me avergüenzo tanto de tí -comenzó su madre-. ¿Qué te hizo implicarte en algo como esto? Has roto la estatua. ¿Cómo has podido hacer esto?

La voz de su mamá temblaba un poquito, como si estuviera realmente alterada, y su acento era más fuerte de lo normal.

Deseaba no ser tan mayor para darle unos azotes, porque sabía que una azotaína no le dolería tanto como esas palabras.

– Es un milagro que no vayan a demandarte. Siempre he confiado en tí, Teddy, pero pasará mucho tiempo antes de que vuelva a fiarme de tí otra vez. Lo que has hecho es ilegal.

A cada palabra que decía, la cabeza de Teddy bajaba cada vez más. Él no sabía que era peor… romper la estatua o trastornar tanto a su mamá. Podía sentir como su garganta comenzaba a cerrarse y comprendió que iba a llorar.

Justo delante de Dallie Beaudine, iba a llorar como un idiota.

Mantuvo los ojos fijos en el suelo y se sentía como si alguien le tirara piedras en el pecho. Hizo una respiración profunda, inestable. No podía llorar delante de Dallie. Se apuñalaría en los ojos antes de hacer eso.

Una lágrima cayó e hizo un gran "splat" sobre la cima de uno de sus zapatos caros. Se lo tapó con el otro zapato para que Dallie no lo viera.

Su mamá siguió hablando sobre como ella no podía confiar más en él, cuanto la había decepcionado, y otra lágrima cayó sobre su otro zapato. El estómago le dolía, la garganta se le cerraba, y solamente quería sentarse en el suelo y abrazar uno de sus viejos ositos de peluche y llorar con verdadera fuerza.

– Ya es suficiente, Francie -la voz de Dallie no era muy alta, pero era seria, y su mamá dejó de hablar. Teddy se limpió la nariz con su manga-. Déjanos un minuto, cariño.

– No, Dallie, yo…

– Déjanos un momento, cariño. Saldremos en un minuto.

¡No te vayas! Quiso gritar Teddy. No me dejes solo con él.

Pero era demasiado tarde. Después de unos segundos, los pies de su madre comenzaron a moverse y luego oyó la puerta cerrarse. Otra lágrima se quedó dormida en su barbilla, haciendo un pequeño hipo suave cuando intentó respirar.

Dallie se puso a su lado. Por entre las lágrimas, Teddy pudo ver los pantalones de Dallie. Y luego Teddy sintió un brazo alrededor de los hombros y que lo abrazaba.

– No te contengas y llora todo lo que quieras, hijo -dijo Dallie suavemente-. A veces los hombres también necesitamos llorar, y tú hoy has tenído un día horrible.

Algo fuerte y doloroso que Teddy había estado guardando rígidamente dentro de él demasiado tiempo pareció romperse.

Dallie se arrodilló y estrechó a Teddy contra él. Teddy colocó los brazos alrededor del cuello de Dallie y lo mantuvo tan apretado como podía y lloró tan fuerte que casi no podía coger aliento. Dallie frotó la espalda de Teddy debajo de su camisa y lo llamó hijo y le dijo que tarde o temprano todo estaría bien.

– No pensé hacer daño a la estatua -sollozó Teddy en el cuello de Dallie-. Me gusta la estatua. Mi mamá dijo que no confiará en mí otra vez.

– Las mujeres no son siempre razonables cuando están tan alteradas como tu mamá lo estaba ahora.

– Amo a mi mamá -Teddy hipó otra vez-. No pensé que se enfadaría tanto.

– Lo sé, hijo.

– Me siento muy asustado cuando se enfada tanto conmigo.

– Estoy seguro que ella está asustada por dentro, también.

Teddy finalmente consiguió la valentía para alzar la vista. La cara de Dallie parecía todo borrosa por sus lágrimas.

– No va a olvidar esto durante un millón de años.

Dallie asintió.

– Probablemente tienes razón en eso.

Y luego Dallie cogió la cabeza de Teddy, lo estrechó contra su pecho, y le besó directamente al lado de su oreja.

Teddy se quedó quieto, sin decir nada durante unos segundos, simplemente acostumbrándose a la sensación de una mejilla rasposa contra la suya en lugar de una lisa.

– ¿Dallie?

– ¿Uh-huh?

Teddy enterró la boca en el cuello de la camisa de Dallie y las palabras salieron amortiguadas.

– Creo…yo creo que tú eres mi verdadero papá, ¿verdad?

Dallie se quedó callado un momento, y cuando finalmente habló sonó como si su garganta se cerrara, también.

– Puedes apostar que lo soy, hijo. Puedes apostarlo.

Más tarde, Dallie y Teddy salieron al pasillo para afrontar a su mamá juntos.

Excepto que esta vez, cuando ella vio como Teddy abrazaba a Dallie, fue ella quién comenzó a llorar, y antes de darse cuenta, su mamá lo abrazaba y Dallie la abrazaba, y los tres estaban abrazados allí, en medio del pasillo de la oficina de seguridad de la Estatua de la Libertad, llorando como un puñado de bebés.


Epílogo


Dallie estaba sentado en el asiento de pasajeros de su Chrysler New Yorker, con la visera de su gorra inclinado sobre sus ojos para bloquear el sol de la mañana, mientras la señorita Pantalones de Lujo adelantaba dos coches y un autobús Galgo en menos tiempo que tardaban la mayoría de la gente en decir amén. Maldita sea, le gustaba como conducía un coche.

Un hombre podía relajarse con una mujer como ella detrás del volante porque sabía que tenía media posibilidad de llegar a su destino antes de que sus arterias endurecieran de vejez.

– ¿Vas a decirme dónde me llevas? -preguntó él.

Cuando ella le había sacado de la casa antes de tomarse un café, no había protestado demasiado porque tres meses de vida de casados le habían enseñado que era más conveniente acompañar a su pequeña y bella esposa que pasar la mitad el tiempo discutiendo con ella.

– Te llevo al viejo vertedero. Si puedo encontrar el camino.

– ¿El vertedero? Ese lugar ha estado cerrado durante los últimos tres años. No hay nada allí.

Francesca giró a la derecha en un camino de asfalto viejo.

– Eso es lo que la Señorita Sybil dijo.

– ¿La Señorita Sybil? ¿Qué tiene ella que ver con todo esto?

– Ella es una mujer -contestó Francesca misteriosamente-. Y entiende las necesidades de una mujer.

Dallie decidió que el mejor curso de acción en una situación como esta era no hacerle más preguntas, solamente dejar a los acontecimientos tomar su curso natural.

Él sonrió abiertamente y se inclinó la visera de su gorra un poco más abajo. ¿Quien hubiera pensado alguna vez que estar casado con la señorita Pantalones de Lujo sería tan divertido? Su vida marchaba aún mejor de lo que había esperado.

Francie lo había arrastrado a la Costa Azul para una luna de miel que había sido más o menos los mejores momentos de su vida, y luego habían venido a Wynette a pasar el verano.

Durante el año escolar, habían decidido hacer su base de operaciones en Nueva York porque era el mejor lugar para Teddy y Francie. Cuando Dallie jugara en los torneos más grandes este otoño, podría colgar su ropa más o menos en cualquier parte. Y siempre que estuvieran aburridos, podrían pasar una temporada en una de las casas que tenía dispersadas por todo el país.

– Tenemos que estar en Wynette en exactamente cuarenta y cinco minutos -dijo ella-. Tienes una entrevista con ese reportero de Sports Illustrated, y yo tengo una teleconferencia prevista con Nathan y mi gente de producción.

Ella no parecía lo bastante mayor para saber algo sobre teleconferencias, y personal de producción. Su pelo estaba tirante en una cola de caballo que la hacía parecer como si fuera una quinceañera, y llevaba puesto un top elástico blanco con una pequeña falda vaquera que él había comprado para ella porque sabía que no la cubriría mucho de su bonito trasero.

– Pensé que íbamos al campo de prácticas -dijo él-. No te ofendas, Francie, pero tienes que seguir mejorando tu swing.

Que era un modo cortés de decirlo. Ella tenía el peor swing que hubiera visto jamás en una persona, hombre o mujer, pero disfrutaba tanto teniéndola agarrada por detrás para mostrarle los movimientos que actuaba como si mejorara.

– No veo como mi swing va a mejorar alguna vez si me dices tantas cosas diferentes -se quejó ella-. Levanta la cabeza, Francie. Muévete hacía el lado izquierdo, Francie. Flexiona las rodillas, Francie. Francamente, nadie en su cabeza podría recordar todo eso. No me extraña nada que no puedas enseñar a Teddy a manejar un bate de béisbol. Lo haces todo muy complicado.

– Ahora, no me digas que te preocupa que nuestro hijo juegue al béisbol. Deberías saber que los deportes no lo son todo, especialmente cuando mi hijo tiene más cerebro en su cabeza que todos los muchachos de la liga de Wynette juntos.

Por lo que a Dallie concernía, Teddy era el mejor niño del mundo, y no lo cambiaría por todos los niños deportistas de América.

– Hablando de practicar el swing -comenzó ella-. Con el Campeonato del PGA en la vuelta por la esquina…

– Uh-oh.

– Mi amor, no digo que tuvieras problemas con tus hierros largos la semana pasada. Afortunadamente, ganaste el torneo, así que no podía haber sido un verdadero problema. De todos modos pensé que tal vez querrías pasar unas horas practicando después de la entrevista para ver si seguimos mejorando un rato.

Le echó un vistazo, dirigiéndole una de aquellas miradas suaves, inocentes que no le engañaron ni un poquito.

– Yo ciertamente no espero que ganes el PGA -continuó ella-. Ya has ganado dos títulos este verano, y no tienes que ganar cada torneo, pero…

Su voz se apagó, como si pensara que ya había dicho bastante. Más que bastante. Una cosa que había descubierto sobre Francie era que ella era más o menos insaciable cuando de ganar titulos de golf se trataba.

Ella balanceó el New Yorker por el estrecho camino de asfalto y en una senda de tierra que probablemente no había sido usado por nadie desde los apaches. El viejo vertedero de Wynette estaba a más o menos medio kilómetro en sentido contrario. La mitad de la diversión de estar con Francie era verla improvisar.

Ella cogió el labio inferior entre los dientes y frunció el ceño. -El vertedero debería estar por aquí en alguna parte, aunque creo que en realidad no importa.

Él cruzó los brazos sobre el pecho y fingió que dormía.

Ella sonrió tontamente.

– No podía creer que Holly Grace se presentara en el Roustabout anoche con un vestido de premamá… apenas está de tres meses. Y Gerry no tiene absolutamente ninguna idea de como comportarse en un honky-tonk. Se pasó la tarde entera bebiendo vino blanco y hablándole a Skeet sobre las maravillas del parto natural.

Francesca volvió a girar en el camino.

– No creo que Holly Grace hiciera bien trayendo a Gerry a Wynette. Ella quería que llegara a conocer mejor a sus padres, pero la pobre Winona estaba absolutamente aterrorizada de él.

Francesca volvió a mirar a Dallie y vio que fingía dormir.

Sonrió.

Era seguramente lo mejor. Dallie todavía no era absolutamente racional sobre la persona de Gerry Jaffe. Desde luego, ella no había sido tampoco racional durante un tiempo. Gerry nunca debería haber implicado a Teddy en sus reivindicaciones, no importa cuanto le hubiera pedido su hijo participar.

Desde el incidente en la Estatua de la Libertad, Dallie, Holly Grace y ella, habían decidido no dejar a Gerry y Teddy solos durante más de cinco minutos.

Con cuidado presionó el freno y dirigió el New Yorker por un camino surcado que se terminaba en un grupo desordenado de cedros.

Satisfecha de que el área estuviera completamente desierta, empujó los botones para bajar las ventanas delanteras y apagó la ignición. El aire de la mañana que soplaba era tibio y agradablemente polvoriento.

Dallie todavía fingía estar dormido, los brazos doblados sobre su camiseta gris descolorida y una gorra deportiva con una bandera americana caída sobre sus ojos.

Ella pospuso el momento de tocarlo, disfrutando de la anticipación. A pesar de las bromas y las risas que había entre ellos, Dallie y ella habían encontrado una serenidad juntos, la sensación de llegar al hogar perfecto que sólo podría pasar después de haber conocido el lado más oscuro de la otra persona y luego andando juntos a buscar el sol.

Inclinándose, le quitó la gorra y la dejó en el asiento trasero. Entonces besó sus párpados cerrados, pasando los dedos por su pelo.

– Despiértate, mi amor, tienes un trabajito que hacer.

Él mordisqueó su labio inferior.

– ¿Tienes algo específico en mente?

– Uh-huh.

Él metió la mano bajo su top elástico blanco y pasó la yema de los dedos por los pequeños huesos de su espina dorsal.

– Francie, tenemos una cama perfectamente buena en Wynette y otra a veinte kilómetros al oeste de aquí.

– La segunda está demasiado lejos y la primera está atestada.

Él rió entre dientes. Teddy había llamado a la puerta del dormitorio temprano aquella mañana y luego se había subido a la cama con ellos para preguntarles su opinión sobre si debería ser un detective o un científico cuando creciera.

– Las personas casadas, se supone, no hacen el amor en un coche -dijo él, cerrando los ojos otra vez cuando ella se adaptó a su regazo y comenzó a besar su oreja.

– La mayoría de las personas casadas no tienen una reunión con los Amigos de la Biblioteca Pública de Wynette en una habitación y un ejército de muchachas adolescentes acampadas en la otra -contestó ella.

– En eso tienes razón -le levantó la falda un poco para que pudiera sentarse a horcajadas sobre sus piernas. Entonces comenzó a acariciarle uno de sus muslos, gradualmente subiéndolas hacia arriba. Sus ojos se abrieron con sorpresa.

– Francie Day Beaudine, no llevas nada debajo.

– ¿No? -murmuró con voz aburrida de muchacha rica-. Que traviesa soy.

Ella frotaba sus pechos contra él, besando su oreja, deliberadamente volviéndolo loco. Él decidió que ya era hora de demostrarle a la señorita Pantalones de Lujo quien era el jefe de la familia. Abriendo la puerta del coche, salió, llevándola con él.

– Dallie…

Él la agarró por la cintura y la levantó del suelo. Mientras la llevaba hacía el capó del New Yorker, ella hizo un intento de empezar a luchar, aunque él realmente pensaba que podía poner un poco más de esfuerzo en ello si se concentraba más.

– No soy la clase de mujer que hace el amor en el capó de un coche -dijo con una voz tan arrogante que sonaba como la reina de Inglaterra.

Excepto que Dallie no se imaginaba a la reina de Inglaterra moviendo su mano arriba y abajo por la bragueta de sus vaqueros de ese modo.

– No puedes engañarme con ese acento, madam -él habló arrastrando las palabras-. Sé exactamente que te gusta hacer el amor como una vigorosa muchacha americana.

Cuando ella abrió la boca para contestar, él aprovechó sus labios separados para darle la clase de beso que le garantizaba unos minutos de silencio. Eventualmente ella comenzó a trabajar en la cremallera de sus vaqueros, que no la llevaron mucho tiempo…Francie era mágica en lo que tenía que ver con la ropa.

Su manera de hacer el amor comenzaba lascivo, con un poquito de conversación sucia y mucho cambio de posiciones, pero entonces todo se volvía tierno y dulce, exactamente como sus sentimientos el uno por el otro.

Poco después, estaban tumbados a lo largo del capó del New Yorker, encima de una sábana de satén rosa Porthault que Francesca guardaba en el coche para justo estas emergencias.

Después, se miraron a los ojos, sin decirse una palabra, sólo mirándose, y luego intercambiaron un beso tan lleno de amor,que era difícil de recordar que alguna vez habían existido barreras entre ellos.

Dallie se puso detrás del volante para volver a Wynette. Cuando entró en la carretera principal, Francesca se acurrucó contra él y él se sintió perezoso y contento por él, por haber tenido la sensatez de casarse con la señorita Pantalones de Lujo.

En ese mismo momento el Oso hizo una de sus apariciones cada vez más raras.

Me parece que estás en verdadero peligro de convertirte en un calzonazos por esta mujer.

Tienes toda la razón, le contestó Dallie, acariciando la cima de su cabeza con un beso.

Y luego el Oso rió entre dientes. Buen trabajo, Beaudine.


* * *

En el lado opuesto de Wynette, Teddy y Skeet estaban sentados el uno al lado del otro sobre un banco de madera, los árboles de moras protegiéndolos del sol del verano.

Estaban callados, tampoco tenían ninguna necesidad de hablar.

Skeet miraba fijamente la pendiente suave de césped, y Teddy bebía a sorbos su Coca-cola. Llevaba su par favorito de pantalones de camuflaje de cintura baja, con una gorra de béisbol con una bandera americana.

Una chapa de "Nucleares, No, Gracias" ocupaba un lugar de honor en el centro exacto de su camiseta Aggies.

Teddy pensaba que este verano en Wynette había sido seguramente el mejor de su vida. Tenía una bici aquí, que no podía tener en Nueva York, y su papá y él habían construido un colector solar en el patio trasero.

De todos modos echaba de menos a algunos de sus amigos y absolutamente no odiaba la idea de regresar a Nueva York dentro de unas semanas. La Señorita Pearson le había dado un Sobresaliente en su trabajo de ciencias sociales sobre la inmigración. Ella dijo que la historia que había escrito sobre como su mamá había venido a este país y todo lo que le había pasado una vez que ella había decidido quedarse aquí era el trabajo de estudiante más interesante que ella alguna vez había leído.

Y su profesor del curso de dotados del año próximo era el más agradable de la escuela entera. También, había muchos museos y cosas en Nueva York que él quería mostrar a su papá.

– ¿Estás listo? -le dijo Skeet, levantándose del banco donde habían estado sentados.

– Por supuesto -Teddy agotó ruidosamente su Coca-cola y luego llevó la lata vacía a una papelera-. Yo no veo por qué tenemos que hacer un secreto de esto. Si no fuera un secreto tan grande, podríamos venir aquí más a menudo.

– No importa -contestó Skeet, protegiendo sus ojos para mirar abajo la cuesta herbosa hacia el primer green-. Le hablaremos a tu papá de esto cuando llegue el momento, no antes.

A Teddy le gustaba salir al campo de golf con Skeet, así que no discutió. Él tomó su madera-3 de una bolsa de viejos palos que Skeet había acortado para él.

Después de secarse las palmas de sus manos en sus pantalones, colocó la pelota, disfrutando de su equilibrio perfecto sobre el tee rojo de madera. Cuando tomó la postura, miró fijamente abajo la cuesta herbosa hacia el distante green.

Era un paisaje realmente maravilloso, todo bañado por el sol.

Tal vez era porque él era un niño de ciudad, pero le encantaban los campos de golf. Tomó una pequeña aspiración de aire limpio, se equilibró, y se balanceó.

La cabeza del palo golpeó la pelota con un golpe agradable.

– ¿Que tal va? -preguntó Teddy, mirando detenidamente abajo a la calle.

– Aproximadamente ciento sesenta metros -dijo Skeet, riendo entre dientes-. Nunca he visto a un niño golpear así una pelota hasta ahora.

Teddy se molestó.

– Esto no es una gran cosa, Skeet. No sé por qué siempre le das tanta importancía. Golpear una pelota de golf es fácil. Esto no se parece a tratar de coger un balón de fútbol o golpear una pelota con un bate de béisbol o algo realmente con fuerza. Cualquiera puede golpear una pelota de golf.

Skeet no dijo nada. Llevaba la bolsa de palos de Teddy hacía la calle, mientras se reía con fuerza.

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