Francesca separó a Teddy de Holly Grace. Con su hijo abrazado al lado, pasó por el pasillo hacia el frente de la casa, con intención de subir arriba, embalar sus cosas, y salir de Wynette para siempre. Pero cuando pasaba por la puerta de la sala de estar, no tuvo más remedio que pararse.
El mundo entero parecía haberse juntado allí para mirar su vida deshacerse. Skeet Cooper se apoyaba en la ventana comiendo un trozo de tarta de chocolate. La Señorita Sybil estaba sentada al lado de Doralee en el canapé.
La señora de la limpieza contratada para ayudar a la Señorita Sybil acababa de entrar por la puerta de la calle. Y Gerry Jaffe andaba hacia adelante y hacia atrás a través de la alfombra.
Francesca se dio la vuelta para preguntar a Holly Grace por la presencia de Gerry sólo para ver que su mejor amiga estaba ocupada poniendo su brazo alrededor de la cintura de Dallie. Si alguna vez se hubiera preguntado de parte de cual de los dos estaría, su actitud protectora hacia Dallie contestaba la pregunta.
– ¿Has tenido que traer al mundo entero contigo?
Holly Grace miró a Francesca y, y descubrió a Gerry por primera vez, pronunciando un juramento que Francesca deseó que Teddy no hubiera oído por casualidad.
Gerry tenía el aspecto de llevar tiempo sin dormir, y él inmediatamente caminó hacia Holly Grace.
– ¿No podías haberme llamado y decirme qué pasaba?
– ¿Llamarte? -gritó Holly Grace-. ¿Por qué debería haberte llamado, y qué demonios estás haciendo aquí?
La señora de la limpieza se tomó su tiempo colgando el abrigo mientras los miraba con curiosidad mal disimulada. Dallie estudiaba a Gerry con una combinación de hostilidad e interés.
Era la única persona además de él que había sido capaz de meter a la bella Holly Grace Beaudine en barrena.
Francesca sintió crecer un dolor fastidioso en sus sienes.
– ¿Qué crees tú que hago aquí? -dijo Gerry-. Llamé a Naomi desde Washington y me contó que Teddy había sido secuestrado y que estabas completamente alterada. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Que me quedara en Washington y fingiera que nada pasaba?
La discursión entre Holly Grace y Gerry continuó y luego el teléfono empezó a sonar. Todos, incluyendo a la señora de la limpieza, lo ignoró. Francesca sentía como si se asfixiara. Todo en lo que podía pensar era que tenía que sacar a Teddy de allí.
El teléfono siguió sonando y la señora de la limpieza finalmente comenzó a moverse hacia la cocina para contestar. Holly Grace y Gerry bruscamente callaron en un silencio enfadado.
En aquel momento, Dallie se fijó en Doralee.
– ¿Quien es esta? -preguntó, su tono mostraba poco más que una suave curiosidad.
Skeet sacudió su cabeza y se encogió de hombros.
La Señorita Sybil revolvió en su bolso de lona buscando su labor de punto de cruz.
Holly Grace miró a Francesca con ira indisimulada.
Siguiendo la dirección de la mirada fija de su ex esposa, Dallie giró la cabeza hacia Francesca pidiendo una explicación.
– Su nombre es Doralee -le informó Francesca rígidamente-. Ella necesita un lugar para quedarse temporalmente.
Dallie pensó un momento, y luego asintió en tono agradable.
– Hola, Doralee.
Chispas destellaron en los ojos de Holly Grace y sus labios sonrieron siniestramente.
– ¡No me lo puedo creer! ¿No tienes ya suficientes problemas para buscarte más?
La señora de la limpieza asomó la cabeza por la puerta de la sala de estar.
– Hay una llamada telefónica para la Señorita Day.
Francesca no hizo caso. Aunque su cabeza hubiera comenzado a palpitar en serio, decidió que realmente estaba enfadada con Holly Grace.
– Puedes estar tranquila, Holly Grace Beaudine. Quiero saber que haces tú aquí. Todo esto es bastante horrible como para tenerte también a tí tratando de proteger con tus alas a Dallie como algún tipo de ridícula madre gallina. ¡Él es un hombre ya crecidito! No te necesita para luchar sus batallas. Y seguramente no te necesita para protegerse de mí.
– ¿Tal vez no he venido sólo por él, has pensado en eso? -replicó Holly Grace-. Tal vez no confiaba en que alguno de vosotros tuviera bastante sentido común para manejar esta situación.
– Me he enterado bastante de su sentido común -contestó Francesca con ira-. Estoy harta del oír sobre…
– ¿Qué debo hacer con la llamada telefónica? -preguntó la señora de la limpieza-. El hombre dice que es un príncipe.
– ¡Mamá! -lloró Teddy, rascándose el sarpullido sobre su estómago y fulminando con la mirada a Dallie.
Holly Grace señaló con su dedo puntiagudo hacia Doralee.
– ¡Hay un ejemplo perfecto de lo que hablo! Nunca piensas. Tú solamente…
Doralee se levantó de un salto.
– ¡No tengo que escuchar esta mierda!
– Esto no es realmente tu asunto, Holly Grace -interrumpió Gerry.
– ¡Mamá! -Teddy lloró otra vez-. ¡Mamá, mi sarpullido me pica! ¡Quiero ir a casa!
– ¿Vas a contestar a este muchacho principe o no? -exigió la señora de la limpieza.
Un martillo neumático se encendió dentro del cráneo de Francesca. Quería gritarles a todos que la dejaran sóla.
Su amistad con Holly Grace se derrumbaba ante sus ojos; Doralee parecía lista para atacar; Teddy estaba a punto de llorar.
– Por favor… -dijo. Pero nadie la oyó.
Nadie excepto Dallie.
Él se inclinó hacia Skeet y dijo silenciosamente:
– ¿Puedes sujetar a Teddy? -Skeet asintió y se acercó al muchacho. Las voces enfadadas crecieron más fuerte. Dallie dio un paso adelante y, antes de que nadie pudiera detenerle, levantó a Francesca sobre su hombro. Ella jadeó cuando se encontró boca abajo.
– Lo siento, gente -dijo Dallie-. Pero vais a tener que esperar su vuelta-
Y luego, antes de que nadie reaccionara, la llevó a la puerta.
– ¡Mamá! -chilló Teddy.
Skeet agarró a Teddy antes que pudiera correr detrás de Francesca.
– Ahora no, chico. Esta es la manera que tu mamá y Dallie actúan siempre que estan juntos. Ya puedes ir acostumbrándote.
Francesca cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la ventana del coche de Dallie. Sentía el cristal frio contra su sien. Sabía que debería sentirse honradamente ultrajada, castigar a Dallie por su teatral y arbitraría escena de machito, pero estaba demasiado contenta por alejarse de las exigencias y las voces severas.
Abandonar a Teddy la trastornaba, pero sabía que Holly Grace lo calmaría.
Una melodía de Barry Manilow comenzaba a sonar suavemente en la radio. Dallie se inclinó para cambiar el dial, y luego, mirándola, la apagó. Pasaron varios kilómetros, y ella comenzó a sentirse más tranquila.
Dallie no dijo nada, considerando sus últimas conversaciones, el silencio era relativamente tranquilo. Había olvidado lo tranquilo que podía ser Dallie cuando no hablaba.
Cerró los ojos y se permitió descansar hasta que el coche entró en una senda estrecha que terminaba delante de una casa de piedra de dos pisos. La pequeña casa rústica estaba entre una arboleda de árboles chinaberry con una línea de cedros viejos formando un cortavientos por un lado y una fila de bajas colinas azules a lo lejos. Miró a Dallie cuando aparcó en el patio delantero.
– ¿Dónde estamos?
Él apagó el motor y salió sin contestarla. Ella miró con cautela cuando dió la vuelta al coche y abrió su puerta. Descansando una mano en el techo del coche y la otra en la cima del marco de la puerta, él se inclinó hacia ella.
Cuando miró fijamente a esos refrescantes ojos azules, algo extraño sucedió dentro de ella. Se sentía de repente como una mujer hambrienta que acababa de ver un postre tentador.
Su momento de debilidad sensorial la avergonzó, y frunció el ceño.
– Maldita sea, eres hermosa -dijo Dallie suavemente.
– Ni la mitad de guapa que tú -dijo brusca, determinada a aplastar cualquier tipo de química que pudiera haber entre ellos. -¿Dónde estámos? ¿De quién es esta casa?
– Es mía.
– ¿Tuya? No podemos estar a más de veinte millas de Wynette. ¿Por qué tienes dos casas tan cerca?
– Después de lo que acaba de pasar, estoy sorprendido que puedas hacerme esa pregunta -se echó a un lado para dejarla salir.
Ella salió del coche y miró pensativamente hacía la puerta delantera.
– ¿Esto es un escondrijo, verdad?
– Supongo que podrías llamarlo así. Y apreciaría si no le dices a nadie que te he traído aquí. Todos conocen este lugar, pero hasta ahora han mantenido la distancia. Si averiguan que has estado aquí, aunque esto no sea un destino turístico, se alinearán con sacos de dormir, agujas de hacer punto y neveras llenas de Dr.Pepper.
Ella caminó hacia la puerta, curiosa por ver el interior, pero antes de que pudiera entrar él tocó su brazo.
– ¿Francie? Lo cierto es que, esta es mi casa, y no podemos pelearnos en ella.
Su expresión era tan seria como nunca antes la había visto.
– ¿Qué te hace pensar que quiero pelear?
– Adivino que está en tu naturaleza.
– ¡Mi naturaleza! ¡Primero secuestras a mi hijo, y ahora me secuestras a mí, y encima tienes la cara de decir que yo quiero pelear!
– Llámame pesimista -y se sentó en el escalón superior.
Francesca se abrazó, incómodamente consciente que él lo decía absolutamente en serio. Y luego tembló. Él la había sacado de la casa sin su chaqueta, y no podían estar a más de diez grados.
– ¿Qué haces? ¿Por qué te sientas?
– Si vamos a discutir, vamos a hacerlo directamente aquí, porque una vez que entremos dentro de esta casa, vamos a comportarnos de forma cortés el uno con el otro. Piensa esto, Francie, esta casa es mi retirada, y no voy a estropearla con gritos de uno contra el otro.
– Eso es ridículo -sus dientes comenzaron a chocar-. Tenemos cosas importantes de que hablar, y no vamos a ser capaces de hacerlo sin pelear.
Él acarició el escalón a su lado.
– Me congelo -dijo ella, tiritando a su lado, pero a pesar de su queja, se encontró secretamente contenta por la idea de una casa donde no se permitian disputas. ¿Que pasaría en las relaciones humanas si hubiera más casas como ésta? Sólo Dallie podría haber pensado algo tan interesante. A escondidas, se acercó a su calor. Había olvidado que bien olía siempre… a jabón y ropa limpia. -¿Por qué no nos sentamos en el coche? – sugirió-. Sólo llevas una camisa de franela.Tienes que sentir frio.
– Si nos quedamos aquí, hablaremos antes -se aclaró la garganta. -Ante todo, pido perdón por hacer aquella observación zalamera sobre que tu carrera es más importante para tí que Teddy. Nunca dije que yo fuera perfecto, pero de todos modos, fue un golpe bajo y me avergüenzo de ello.
Ella puso sus rodillas más cerca a su pecho y se inclinó hacia adelante.
– Tú tienes acaso idea de lo que supone para una madre trabajadora oír algo así
– Yo no pensaba -masculló. Entonces dijo defensivamente-. Pero maldita sea, Francie, desearía que no hicieras una montaña de un grano de arena. Eres demasiado emocional.
Ella clavó sus dedos en sus brazos con frustración. ¿Por qué los hombres siempre hacían esto? ¿Qué los hacía pensar que podrían decir cualquier cosa dolorosa a una mujer, y luego esperar que ella mantuviese la calma? Pensó en un buen número de comentarios punzantes, pero se mordió la lengua por entrar en la casa.
– Teddy es el mismo en la vida -dijo firmemente. -No se parece a mí y tampoco a tí. Es simplemente él.
– Puedo ver eso -separó las rodillas. Apoyó los antebrazos sobre ellas y apartó la vista del escalón durante unos momentos-. Es solamente que no se parece a un niño normal.
Todas sus inseguridades maternales tintinearon como música mala. PorqueTeddy no era atlético, Dallie no lo aprobaba.
– ¿Cómo quieres que se comporte? -contestó con ira-.¿Que vaya por ahí golperando mujeres?
Él se puso rígido a su lado, y ella se maldijo por no haber sabido tener la boca cerrada.
– ¿Cómo vamos a resolver esto? -preguntó en un susurro-. Luchamos como gatos y no pasa ni un minuto sin que queramos despedazarnos el uno al otro.Tal vez sería mejor si dejamos esto a las sanguijuelas.
– ¿Es eso realmente lo qué quieres hacer?
– Todo lo que sé es que estoy cansado de pelear contigo, y eso que no hemos estado juntos ni un dia entero.
Sus dientes habían comenzado a castañear en serio.
– A Teddy no le gustas, Dallie. No voy a obligarle a pasar tiempo contigo.
– Teddy y yo solamente hemos empezado con mal pie, eso es todo. Tendremos que resolverlo.
– No será fácil.
– Muchas cosas no son fáciles.
Ella miró con esperanza hacia la puerta de calle.
– Vamos a dejar de hablar de Teddy e ir dentro durante unos minutos. Después de que nos calentemos un poco, salimos y terminamos la conversación.
Dallie asintió con la cabeza, se levantó y ofreció su mano. Ella la aceptó, pero la sensación era tan buena, así que la soltó tan rápidamebte como pudo, determinada a mantener el contacto físico entre ellos al mínimo. Él la miró un instante como si le hubiera leído el pensamiento, y se dio la vuelta para abrir la puerta.
– Has contraído un auténtico desafío con Doralle -comentó él. Se apartó, invitándola con un gesto a entrar al vestíbulo de terracota por una puerta arqueada-. ¿Cuántos calculas que has recogido en estos diez años?
– ¿Animal o humano?
Él rió entre dientes, y cuando entró a la sala de estar, recordó el maravilloso sentido del humor que tenía Dallie. La sala de estar tenía una alfombra oriental descolorida, una colección de lámparas de cobre, y algunas sillas sobrerellenas. Todo era cómodo e indescriptible… todo excepto las maravillosas pinturas sobre las paredes.
– ¿Dallie, dónde las conseguiste? -le preguntó, admirando un óleo original que representaba montañas duras y valles suaves.
– Aquí y allí -dijo, como si no estuviera demasiado seguro.
– ¡Son maravillosos! -siguió adelante estudiando una tela grande salpicada de flores exóticas abstractas-. No sabía que coleccionabas arte.
– Simplemente los compro para llenar las paredes.
Ella levantó una ceja para que él supiera que no la engañaba en lo más mínimo. Los palurdos no compraban pinturas como esas.
– Dallas, ¿sería posible que mantuvieramos una conversación sin que trataras de burlarte?
– Probablemente no -sonrió abiertamente y luego gesticuló hacia el comedor-. Hay un acrílico allí que tal vez te guste. Lo compré en una pequeña galería en Carmel después de hacer un doble bogey en el hoyo 17 en Pebble Beach dos dias seguidos. Estaba tan deprimido que o me emborrachaba o me compraba una pintura. Compré otro cuadro del mismo artista, lo tengo en mi casa de Carolina del Norte.
– No sabía que tenías una casa en Carolina del Norte.
– Es una de esas contemporáneas del tipo de las que se parecen a una bóveda bancaria. En realidad, no me entusiasma demasiado, pero tiene bonitas vistas. La mayor parte de las casas que he comprado son algo más tradicionales.
– ¿Tienes más?
Él se encogió de hombros.
– Ya no podía soportar más moteles, y ya que empecé a ganar algún dinero en algunos torneos, necesitaba hacer algo con mi dinero efectivo. Así que compré un par de casas en diferentes partes del país. ¿Quieres beber algo?
De repente se dio cuenta que no había comido nada desde la noche antes.
– Lo que realmente me gustaría es comer algo. Y luego pienso que más vale que vuelva con Teddy.
Y llamar a Stefan, pensó ella. Y verse con el trabajador social para hablar de Doralee. Y hablar con Holly Grace, quien solía ser su mejor amiga.
– Mimas a Teddy demasiado -comentó Dallie, conduciéndola hacia la cocina.
Ella se paró de golpe. La tregua frágil entre ellos se rompió. A él le llevó un instante darse cuenta que no lo seguía, y se dió la vuelta para ver que la detenía.
Cuando vio la expresión de su cara, suspiró y la agarró del brazo para conducirla al pórtico delantero. Ella trató de desasirse, pero él se mostraba inflexible.
Una ráfaga fría la golpeó cuando la empujó al exterior. Ella hizo girar alrededor para enfrentarlo.
– No se te ocurra hacer juicios sobre mí como madre, Dallie. Tú has pasado sólo menos de una semana con Teddy, así que no comiences a imaginarte que eres una autoridad en la materia. ¡Ni siquiera lo conoces!
– Sé lo que veo. Maldita sea, Francie, no intento herir tus sentimientos, pero él es una decepción para mí, eso es todo.
Ella sintió una puñalada aguda de dolor. Teddy, su orgullo y alegría, la sangre de su sangre, corazón de su corazón, ¿cómo podía ser una decepción para alguien?
– Eso realmente no me preocupa -dijo ella con frialdad-. Lo único que me molesta es que tú pareces ser una total decepción para él.
Dallie se metió una de sus manos en el bolsillo de sus vaqueros y miró hacia los árboles, sin decir nada. El viento le revolvió el flequillo, haciéndolo volar atrás de su frente. Finalmente él habló bajito.
– Tal vez será mejor que regresemos a Wynette. Creo que esto no es una buena idea.
Ella miró a los cedros durante unos momentos antes de asentir con la cabeza, y comenzó a andar hacía el coche.
No había nadie en la casa, excepto Teddy y Skeet. Dallie se marchó sin decir donde iba, y Francesca cogió a Teddy para dar un paseo.
Dos veces intentó introducir el nombre de Dallie en la conversación, pero él se resistía a sus esfuerzos y no lo presionó. Sin embargo, el pequeño no paraba de contar las virtudes de su amigo Skeet Cooper.
Cuando volvieron a la casa, Teddy se escabulló para conseguir un bocadillo y ella bajó al sótano donde encontró a Skeet dándole una mano de barniz a la cabeza del palo que había estado arreglando. No alzó la vista cuando ella entró en el taller, y ella lo miró durante unos minutos antes de hablar.
– Skeet, quiero agradecerte el ser tan agradable con Teddy. Él necesita un amigo en este momento.
– No tienes que agradecerme nada -contestó Skeet bruscamente-. Es un buen muchacho.
Ella apoyó su codo sobre la cima de un armario, gozando de mirar a Skeet trabajar. Los movimientos lentos, cuidadosos la calmaban de modo que podía pensar más claramente.
Veinticuatro horas antes, todo lo que había querido hacer era conseguir que Teddy y Dallie estuvieran lo más alejados posible, pero ahora le tentaba la idea de reconciliarlos. Tarde o temprano, Teddy iba a tener que reconocer su relación con Dallie. Ella no podía soportar la idea de que su hijo creciera con cicatrices emocionales porque odiaba a su padre, y si pasar unos cuantos dias en Wynette significaba ahorrarle esas cicatrices lo haría con los ojos cerrados.
Más tranquila, se dirigió a Skeet.
– ¿Quieres realmente a Teddy, verdad?
– Claro que lo quiero. Es la clase de niño con el que no tengo inconveniente en pasar el tiempo.
– Me da mucha pena que todos no piensen igual -dijo ella amargamente.
Skeet se aclaró la garganta.
– Dále tiempo a Dallie, Francie. Sé que eres de naturaleza impaciente, siempre queriendo precipitar las cosas, pero algunas cosas simplemente no pueden ser precipitadas.
– Se odian el uno al otro, Skeet.
Él giró la cabeza del palo para inspeccionarla y luego bajó la brocha del barniz.
– Cuando dos personas son tan semejantes, chocan de vez en cuando.
– ¿Semejantes? -le miró fijamente-. Dallie y Teddy no son para nada semejantes.
Él la miró como si ella fuera la persona más estúpida que alguna vez se hubiera encontrado, y luego sacudió la cabeza mientras seguía barnizando la cabeza del palo.
– Dallie es elegante -discutió ella-. Él es atlético, magnífico…
Skeet rió entre dientes.
– Teddy, seguro, es un pequeño bichillo feucho. Es un misterio dificil de comprender que dos personas tan agraciadas como Dallie y tú pudiérais fabricarlo.
– Tal vez no es guapo en el exterior -contestó ella defensivamente-. Pero es maravilloso por dentro.
Skeet rió entre dientes otra vez, siguió barnizando, y luego la miró.
– No me gusta dar consejos, Francie, pero si yo estuviera en tu situación, me concentraría más en críticar a Dallie sobre su golf que en fastidiarlo por su comportamiento con Teddy.
Ella lo miró con asombro.
– ¿Por qué debería criticarlo sobre su golf?
– No vas a deshacerte de él. ¿Comprendes eso, verdad? Ahora que él conoce a Teddy, va a seguir apareciendo en su vida, si te gusta como si no.
Ella ya había llegado a la misma conclusión, y asintió de mala gana.
Él pasó la brocha a lo largo de la curva lisa de la madera.
– Mi mejor consejo, Francie, es que tienes que usar tu inteligencia para conseguir que Dallie consiga sacar su mejor golf.
Ella estaba completamente desconcertada.
– ¿Qué intentas decirme?
– Exactamente lo que he dicho, eso es todo.
– Pero no sé nada acerca del golf, y además no veo qué tiene que ver el juego de Dallie con Teddy.
– Los consejos es lo que tiene… puedes tomarlos o dejarlos.
Ella le lanzó una mirada penetrante.
– ¿Sabes por qué él es tan crítico con Teddy, verdad?
– Tengo alguna idea.
– ¿Es porque Teddy se parece a Jaycee? ¿No es eso?
Él resopló.
– Dále algo de crédito a Dallie, tiene más sentido común que eso.
– ¿Entonces por qué?
Él apoyó la cabeza del palo sobre una barra para secarlo y puso la brocha en un tarro de aguarrás.
– Tú solamente concentrate en su golf eso es todo. Tal vez tengas mejor suerte que la que yo he tenido.
Y no dijo nada más.
Cuando Francesca subió del sótano, descubrió a Teddy jugando con uno de los perros de Dallie en el patio. Había un sobre encima de la mesa de la cocina con su nombre garrapateado con la letra de Gerry. Lo abrió y leyó el mensaje.
Nena, Cariño, Cordera Mía, Amor de Mi Vida,
¿Que te parecería pasar esta noche conmigo? Te recogeré para cenar y lo que siga a las 7:00. Tu mejor amiga es la reina de los idiotas, y yo soy el zoquete más grande del mundo. Prometo no llorar sobre tu hombro nada más que una pequeña parte de la tarde. ¿Cuándo vas a dejar de ser tan cabezota e invitarme a tu programa de televisión?
Sinceramente, Zorro el Grande
PD. Trae un dispositivo para el control de la natalidad.
Francesca se rió. A pesar de su mal principio en aquella carretera de Texas hacía diez años, Gerry y ella, habían formado una cómoda amistad en los dos años que llevaba viviendo en Manhattan. Él había pasado los primeros meses tras conocerse pidiéndole perdón por haberla abandonado, aun cuando Francesca insistía que la había hecho un favor aquel día.
Para su asombro, él todavía conservaba un sobre amarillento con su pasaporte y cuatrocientos dólares que estaban en su neceser.
Hacía mucho que le había dado a Holly Grace el dinero para reembolsar a Dallie lo que le debía, que le había dado una noche que coincidieron en la ciudad.
Cuando Gerry llegó para escogerla por la tarde, él llevaba su cazadora bomber de cuero con un pantalón marrón oscuro y un suéter color crudo. Abrazándola con fuerza, le dió un amistoso beso en los labios, sus ojos oscuros brillando con maldad.
– ¡Eh!, hermosa. Por qué no podía yo haberme enamorado de tí en lugar de Holly Grace?
– Porque eres demasiado listo para cargar conmigo -dijo ella, riendo.
– ¿Dónde está Teddy?
– Ha engañado a Doralee y a la Señorita Sybil para que lo acompañen a ver una horripilante película sobre saltamontes asesinos.
Gerry sonrió y luego la miró con interés.
– ¿Cómo lo llevas? ¿Esto está resultando dificil para tí, verdad?
– He tenido mejores semanas -concedió ella. Hasta ahora, sólo su problema con Doralee estaba cerca de una solución. Esa tarde la Señorita Sybil había insistido en llevar a la adolescente a las oficinas del condado ella misma, diciéndole a Francesca que bajo ningún concepto dejaría sóla a Doralee hasta que encontraran una buena familia adoptiva.
– He pasado un rato con Dallie esta tarde -dijo Gerry.
– ¿En serio? -Francesca estaba sorprendida. Era difícil imaginarse a los dos juntos.
Gerry sostuvo la puerta de la calle abierta para ella.
– Le dí una pequeña y nada amistosa charla legal y le dije que si alguna otra vez intenta algo como esto con Teddy, yo personalmente mandaré el sistema americano entero sobre él.
– Me imagino como reaccionó él a eso -contestó ella secamente.
– Te haré un favor y te ahorraré los detalles -caminaron hacía el Toyota alquilado de Gerry-. Fue algo de lo más extraño. Una vez que dejamos de decirnos insultos, casi me encontré a gusto con el hijo de puta. Odio la idea de pensar que él y Holly Grace estuvieron casados, y sobre todo odio el hecho de que todavía se preocupen tanto el uno por el otro, pero una vez que comenzamos a hablar, yo tenía un sentimiento raro, como si Dallie y yo nos conocíeramos desde hace mucho. Es algo de locos.
– No es tan extraño -dijo Francesca, cuando él abrió la puerta del coche para ella-. La única razón por la que sentiste eso es porque Dallie y Holly Grace se parecen mucho. Si te gusta uno de ellos, al estar con el otro tienes esa sensación.
Comieron en un restaurante acogedor que servía una maravillosa ternera.
Antes de que hubieran terminado el plato principal, otra vez se enredaron en su vieja discursión de por qué Francesca no invitaba a Gerry a su programa de televisión.
– Solamente llévame una vez, cariño, eso es todo lo que te pido.
– Olvídalo. Te conozco. Te presentarías con quemaduras falsas de radiación por todas partes del cuerpo o anunciarías que en ese momento unos misiles rusos estaban apuntando a Nebraska.
– ¿Y qué? Tienes millones de androides satisfechos mirando tu espectáculo quienes no entienden que vivimos en vísperas de la destrucción. Es mi trabajo concienciar de eso a la gente.
– No en mi programa -dijo ella firmemente-. No manipulo a mis espectadores.
– Francesca, en estos días no hablamos de un pequeño petardo de trece kilotones como el que nosotros tiramos sobre Nagasaki. Hablamos de megatones. Si veinte mil megatones caen en Nueva York, eso va a hacer algo más que arruinar una fiesta en casa de Donald Trump. Tendrá consecuencias en más de mil kilómetros cuadrados, y ocho millones de cuerpos fritos serán abandonados pudriéndose en los canales.
– Intento comer, Gerry -protestó, dejando su tenedor.
Gerry había estado hablando de los horrores de una guerra nuclear durante tanto tiempo que podía demoler una comida de cinco platos mientras él describía un caso terminal de envenenamiento por radiación, pinchó la patata al horno.
– ¿Sabes la única cosa que tiene alguna posibilidad de supervivencia? Las cucarachas. Estarán ciegas, pero todavía serán capaces de reproducirse.
– Gerry, te quiero como a un hermano, pero no dejaré que conviertas mi programa en un circo -antes de que él pudiera lanzar su siguiente ronda de argumentos, ella cambió de tema-. ¿Has hablado con Holly Grace esta tarde?
Él dejó su tenedor y negó con la cabeza.
– Me acerqué a la casa de su madre, pero salió por la puerta de atrás cuando me vio llegar -apartó su plato, y tomó un sorbo del agua.
Parecía estar tan triste que Francesca estaba dividida entre el deseo de consolarle y el impulso de darle un buen coscorrón. Gerry y Holly Grace obviamente se amaban, y ella deseaba que dejaran de camuflar sus problemas.
Aunque Holly Grace casi nunca hablara de ello, Francesca sabía las ganas que tenía de ser madre, pero Gerry nunca hablaría del asunto con ella.
– ¿Por qué no intentáis llegar a algún tipo de compromiso? -ofreció provisionalmente.
– Ella no entiende esa palabra -contestó Gerry-. Está empecinada con la idea de que trato de utilizarla por su fama, y…
Francesca gimió.
– No esta vez. Holly Grace quiere un bebé, Gerry. ¿Por qué no admites de una vez que ahí radica el problema? Sé que no es de mi incunvencía, pero creo que serías un padre maravilloso, y…
– ¿Cristo, Naomi y tú os habéis puesto de acuerdo, o qué? -bruscamente empujó su plato-. ¿Vamos al Roustabout, bien?
El Roustabout era el último lugar al que querría ir.
– No me apetece mucho…
– Seguramente los viejos novios estarán allí. Entramos, fingimos que no los vemos, y luego hacemos el amor encima de la barra. ¿Qué dices?
– Digo no.
– Venga, cariño. Los dos han estado echando una tonelada de mierda en nuestro camino. Permítenos sacudírnosla un poco.
Totalmente decidido, Gerry no hizo caso a ninguna de sus protestas y la empujó fuera del restaurante. Quince minutos más tarde, entraban por la puerta del honky-tonk.
El lugar estaba igual como Francesca lo recordada, aunque la mayor parte de los anuncios de cerveza Lone Star de neón habían sido substituidos por otros de Miller Lite, y máquinas de vídeojuegos ocupaban ahora una esquina.
La gente era la misma, pese a todo.
– Bien, mira lo que acaba de entrar por la puerta -dijo una voz gutural femenina hablando arrastrando las palabras desde unos metros a su derecha-. Si es la reina de Inglaterra con el rey de los Bolcheviques andando a su lado.
Holly Grace estaba sentada con una botella de cerveza delante de ella, mientras a su lado Dallie bebía a sorbos de un vaso de soda.
Francesca sintió de nuevo esos pequeños saltos extraños en su estómago al ver aquellos hermosos ojos azules estudiándola sobre el borde del vaso.
– No, me equivoco -continuó Holly Grace mientras miraba el vestido negro con adornos marfil de Galanos junto a una chaqueta roja larga-. No es la reina de Inglaterra. Es aquella luchadora de barro que vimos en Medina County.
Francesca agarró el brazo de Gerry. -Vámonos.
Los labios llenos de Gerry se ponían más finos cada segundo, pero rechazó moverse. Holly Grace se inclinó hacía atrás el Stetson, mientras seguía escudriñando la ropa de Francesca.
– Un Galanos en el Roustabout. Mierda. Estás decidida a que nos echen de aquí. ¿No estás cansada de ser siempre el centro de atención?
Francesca se olvidó de Gerry y Dallie y miró a Holly Grace con genuina preocupación. Se portaba como una auténtica arpía. Separándose de Gerry, le echó a un lado y se sentó en la silla a su lado.
– ¿Estás bien? -preguntó.
Holly Grace frunció el ceño a su vaso de cerveza, pero permaneció en silencio.
– Vamos a ir al cuarto de baño para poder hablar -susurró Francesca, y como Holly Grace no respondió, dijo más convincentemente-. Ahora mismo.
Holly Grace le lanzó una mirada rebelde que se pareció a las peores de Teddy.
– No voy a ninguna parte contigo. Estoy todavía enfadada por no decirme la verdad sobre Teddy -se giró hacia Dallie-. Baila conmigo, cariño.
Dallie había estado mirándolas con interés. Se levantó de la silla y puso el brazo sobre los hombros de Holly Grace cuando ella se levantó.
– Naturalmente encanto.
Los dos comenzaron a alejarse, pero Gerry dio un paso adelante, bloqueando su camino. -¿No es interesante la manera en que se agarran el uno al otro? -le dijo a Francesca-. Este es el caso más fascinante de desarrollo detenido que alguna vez he visto.
– Vete a bailar, Holly Grace -dijo Francesca-. Pero mientras lo haces, piensa que en este momento tal vez yo te necesite tanto o más que Dallie.
Holly Grace vaciló un momento, pero entonces envolvió con sus brazos a Dallie y juntos se trasladaron a la pista de baile.
En aquel momento, uno de los asiduos del Roustabout pasó para pedir un autógrafo a Francesca, y poco después fue rodeada por admiradores. Charló con ellos mientras por dentro estaba llena de frustración.
Por el rabillo del ojo, vio a Gerry hablar con una joven de grandes pechos en la barra. Holly Grace bailó por delante con Dallie, los dos moviendose juntos como un sólo cuerpo, llenos de gracia, su intimidad ocasional tan absoluta que parecieron aislarse del resto del mundo.
Sus mejillas comenzaron a dolerle por la sonrisa. Firmó más autógrafos y recogió más elogios, los asistentes del Roustabout estaban acostumbrados a ver a la estrella de "China Colt " en su bar, pero ver a la encantadora Francesca Day era algo nuevo completamente. Por fin se fijó que Holly Grace se dirigía a la puerta de atrás sola. Una mano tocó su hombro.
– Lo siento, gente, pero Francie me prometió este baile. ¿Todavía recuerdas el Dos Pasos, cariño?
Francesca dio vuelta hacia Dallie y, después de vacilar un momento, entró en sus brazos.
Él la estrechó contra su cuerpo, y ella tuvo la sensación inquietante que había sido lanzada diez años atrás en el tiempo cuando este hombre formaba el centro de su mundo.
– Maldita sea, se siente bien con una mujer con vestido -dijo-. ¿Llevas hombreras en esa chaqueta?
Su tono era suave, apacible. Se sentía tan bien estando cerca de él. Demasiado bien.
– No dejes que Holly Grace dañe tus sentimientos -dijo en un susurro-. Ella solamente necesita algo de tiempo.
La compasión de Dallie, dadas las circunstancias, la sorprendió. Ella logró contestar.
– Su amistad significa mucho para mí.
– Si me preguntas, lo que realmente la tiene cabreada es que el viejo rojo se haya aprovechado de ella.
Francesca comprendió que Dallie no entendía la verdadera naturaleza del problema entre Holly Grace y Gerry, y decidió que éste no era el mejor lugar para ilustrarlo.
– Tarde o temprano, vendrá -continuó él-. Y sé que ella apreciaría si la esperaras. ¿Ahora, puedes dejar de preocuparte de Holly Grace y tratar de concentrarte en la música para poder bailar en serio?
Francesca intentó obligarse, pero era tan consciente de él que el baile serio estaba fuera de lugar.
La música era una balada country romántica. Su mandíbula acarició la cima de su cabeza.
– Estás tremendamente hermosa esta noche, Francie.
Su voz tenía un rastro de ronquera que la acobardó. Él la acercó infinitesimalmente más cerca.
– Eres realmente pequeña. Olvidé como me sentía al abrazarte.
No utilices tu encanto conmigo, quiso suplicarle cuando sintió que el calor de su cuerpo penetraba en el suyo propio. No seas dulce y atento y me hagas recordar todo lo que hubo entre nosotros.
Ella tenía el sentido de desconcierto, que los sonidos alrededor de ellos se desvanecían, la música sonando todavía, las voces difuminadas como si pareciera que los dos estaban sólos en la pista de baile.
Él la acercó aún más y cambió el ritmo sútilmente, más parecido a un baile de verdad, pero algo más cerca a un abrazo. Sentía su cuerpo sólido contra el suyo, y ella intentó convocar energía para luchar contra su atracción.
– Vamos a… vamos a sentarnos ahora.
– Bien.
Pero en vez de dejarla ir, él metió su mano entre sus cuerpos. Resbaló bajo su chaqueta para que sólo la seda de su vestido separara su piel de su toque. De algún modo su mejilla pareció encontrar su hombro.
Ella se reclinó contra él como si hubiera llegado a casa. Suspiró, cerró los ojos y fue a la deriva con él.
– Francie -susurró en su pelo -vamos a tener que hacer algo sobre esto.
Ella pensó fingir que no entendía que quería decir, pero coquetear en ese momento estaría fuera de lugar.
– Es…Esto es solamente una simple atracción química. Si no hacemos caso, se marchará.
Él la acercó aún más.
– ¿Estás segura de eso?
– Absolutamente -esperaba que él no hubiera notado el leve temblor de su voz. De repente se encontró tan asustada, que se defendió diciendo-. Francamente, Dallie, esto me ha pasado cientos de veces antes. Miles. Estoy segura que a tí te ha pasado también.
– Sí -dijo él rotundamente-. Miles de veces-.
Bruscamente dejó de moverse y dejó caer sus brazos.
– Escucha, Francie, si esto va a seguir por este camino, será mejor que dejemos de bailar.
– Fantástico -le dedicó su mejor sonrisa y se arregló las solapas de su chaqueta-. Me parece estupendo.
– Hasta luego -él dio la vuelta para alejarse.
– Sí, hasta luego -le dijo a su espalda.
Su partida fue cordial. Ninguna palabra enfadada había sido dicha. Ninguna advertencia había sido emitida.
Pero mientras lo veía desaparecer entre la gente, tenía la vaga sensación que un conjunto nuevo de lineas de batalla se había dibujado entre ellos.