Holly Grace se sentó sobre el banco verde de madera en el campo de prácticas y miró como Dallie golpeaba pelotas con dos de sus hierros. Esta era su cuarta cesta de pelotas, y él todavía mandaba todos sus tiros a la derecha… golpes realmente malos, sin ninguna concentración. Skeet estaba sentado con los hombros caídos al otro lado del banco, su viejo Stetson caído sobre los ojos para no tener que mirar.
– ¿Qué pasa con él? -preguntó Holly Grace, haciendo subir sus gafas de sol sobre la cima de su cabeza-. Lo he visto jugar con resaca muchas veces, pero no tan mal. Ni siquiera intenta corregirse; simplemente golpea de forma mecánica el mismo tiro una y otra vez.
– Tu eres la que sabe leer su mente -gruñó Skeet-. Dímelo tú.
– ¡Eh!, Dallie -gritó Holly Grace-. Esos son los peores golpes con un hierro-dos de la historia del golf. ¿Por qué no te olvidas de esa pequeña muchacha británica y te concentras en mejorar tu forma de ganarte la vida?
Dallie puso otra pelota con la cabeza de su hierro.
– ¿Porque no te preocupas de tus cosas y dejas de meterte en lo que no te importa!?
Ella se levantó y se remetió su camisola blanca de algodón en la cinturilla de sus vaqueros antes de empezar a andar. La cinta rosada del borde de encaje de la camisola se levantaba con la brisa y entraba en el hueco entre sus pechos.
Cuando pasaba cerca del tee, un hombre estaba practicando, preparado para darle a la pelota, levantó la cabeza para mirarla y golpeó al aire, dejando la pelota en el mismo sitio. Ella le dedicó una sonrisa descarada y le dijo que haría mejor golpe si contuviera su cabeza.
El pelo de Dallie parecía de oro a la temprana luz de la tarde. Entrecerró los ojos cuando le miró.
– Esos granjeros de algodón van a pasar por encima de tí este fin de semana, nene. Voy a darle a Skeet un billete de cincuenta dólares para que apueste contra tí.
Dallie se inclinó y cogió la botella de cerveza que estaba en el centro de un montón de pelotas.
– Lo que realmente me gusta de tí, Holly Grace, es la manera en que siempre me animas.
Ella dio un paso y le dio un abrazo amistoso, disfrutando de su olor particular masculino, una combinación de camisa de golf sudorosa y el olor húmedo del cuero del mango de los palos.
– Te lo digo como lo siento, nene, y ahora mismo estás golpeando la pelota de forma horrible.
Se separó un poco y le miró directamente a los ojos.
– ¿Estás preocupado por ella, verdad?
Dallie miró fijamente a la señal de 250 metros y luego a Holly Grace.
– Me siento responsable de ella; no lo puedo remediar. Skeet no debería haberla dejado que se fuera así. Él sabe como es. Ella se deja enredar en películas de vampiros, pelea en bares, vende su ropa para volar en aviones. ¿Cristo, ella me quería por eso se comportó así en el aparcamiento anoche, verdad?
Holly Grace se estudió las finas correas blancas de cuero que entrecruzaban los dedos del pie de sus sandalias y luego lo miró pensativamente.
– Uno de estos días, tenemos que ponernos a pensar seriamente en divorciarnos.
– No veo por qué. No piensas casarte otra vez, ¿verdad?
– Desde luego que no. Es solamente que tal vez esto no es bueno para ninguno de los dos, continuando así, usando nuestro matrimonio para mantenernos alejados de cualquier otra implicación emocional.
Él la miró con desconfianza.
– ¿Has estado leyendo el Cosmopolitan otra vez?
– ¡Eres imposible! -se puso de golpe las gafas de sol sobre sus ojos fue hasta el banco y cogió su bolso-. No es posible hablar contigo. Eres un intolerante.
– Te recogeré en casa de tu madre a las seis -le dijo Dallie cuando ella ya se dirigía hacia el aparcamiento-. Puedes sacarme para la barbacoa.
Cuando el Firebird de Holly Grace se marchó del aparcamiento, Dallie dio Skeet su hierro-dos.
– Vamos a continuar y jugar unos hoyos. Y si sigo jugando así de mal, tú sólo saca un arma y me pegas un tiro.
Pero con cualquier otro palo, Dallie jugó mal. Él sabía cual era el problema, y no tenía nada que ver con su backswing o con su continuación. Tenía demasiadas mujeres en su mente, eso era. Se sintía mal por Francie. Había intentado pensar, y en realidad no podía recordar haberla dicho que estaba casado.
De todos modos esto no era ninguna excusa para el modo en que ese había comportado la noche anterior en el aparcamiento, interpretándolo como si ya se hubieran hecho los análisis de sangre y hubieran comprado al contado los anillos de boda. ¡Joder!, él le había dicho que no le tomara en serio.
¿Qué estaba equivocado con las mujeres las que les decía directamente en sus caras que nunca se casaría con ellas, y ellas asentían tan dulces como una tarta y decían que lo entendían que ellas pensaban exactamente lo mismo, pero sin embargo todo el tiempo estaban eligiendo vajillas de porcelana en sus cabezas?
Este era uno de los motivos por los que él no quería divorciarse. Esto y el hecho de que él y Holly Grace eran una familia.
Después de dos dobles bogeys seguidos, Dallie decidió dar por finalizado el dia. Se deshizo de Skeet y vagó alrededor del campo un ratito, golpeando en la maleza con un hierro-ocho y buscando pelotas perdidas, como hacía cuando era un niño. Mientras sacaba una Cima-Flite de debajo de unas hojas, recordó que debían ser casi las seis, y todavía tenía que ducharse y cambiarse antes de recoger a Holly Grace. Llegaría tarde, y ella estaría histérica.
Él había llegado tarde tantas veces que Holly Grace finalmente había dejado de luchar con él sobre ello. Hacía seis años también había llegado tarde. Se suponía que ellos debían estar a las diez en la Funeraria para elegir un ataud de tamaño infantil, pero él no se había presentado hasta mediodía.
Parpadeó con fuerza. A veces el dolor todavía le cortaba tan agudo y rápido como un cuchillo. A veces su mente se imponía sobre él y veía la cara de Danny tan claramente como la suya propia. Y luego veía la horrible mueca en la boca de Holly Grace cuando le dijo que su bebé estaba muerto, que él había dejado a su pequeño y dulce bebé rubio morir.
Él retrocedió su brazo y arrancó gran cantidad de hierbajos con un golpe seco de su hierro-ocho. No pensaría en Danny. Pensaría en Holly Grace en cambio.
Pensaría en un lejano otoño cuando tenían los dos diecisiete años, el otoño que aprendieron a prenderse fuego el uno al otro…
– ¡Aquí viene! ¡Mierda, Dallie, mira que tetas!
Hank Simborski se apoyó contra la pared de ladrillo de detrás de la tienda metálica donde los alborotadores de Wynette High se juntaban cada día a la hora de comer para fumar. Hank se puso una mano en el corazón y dió un codazo a Ritchie Reilly.
– ¡Muero, Señor! ¡Estoy enamorado! ¡Sólo déjame que toque esas tetas y seré un hombre feliz!
Dallie encendió su segundo Marlboro con la colilla del primero y miró entre el humo a Holly Grace Cohagan que andaba hacia ellos con su cabeza alta y su libro de química apretado contra su blusa barata de algodón.
Tenía el pelo retirado de la cara con una ancha diadema amarilla. Llevaba una falda azul marino y leotardos blancos decorados como unos que había visto estirado sobre un juego de piernas de plástico en el escaparate de Woolworth. No le gustaba Holly Grace Cohagan, aunque fuera la muchacha más guapa de Wynette High. Actuaba como si se creyese superior al resto del mundo, algo gracioso para todos que sabían que ella y su madre vivían de la caridad de su tío Billy T Denton, farmacéutico.
Dallie y Holly Grace eran el únicos niños realmente miserables en el colegio mayor preparatorio, pero ella actuaba como si fuera mejor que los demás, mientras él andaba con tipos como Hank Simborski y Ritchie Reilly.
Ritchie dio un paso de distancia de la pared y avanzó para llamar su atención, hinchándo su pecho para compensar el hecho que ella era una cabeza más alta que él.
– ¡Eh!, Holly Grace, ¿quieres un cigarrillo?
Hank se paseó adelante, también, intentando parecer chulo, pero no exactamente haciéndolo porque su cara había comenzado a ponerse roja.
– Coge uno de los mios -él ofreció, sacando un paquete de Winston. Dallie miró al flaco Hank avanzado sobre las puntas de sus pies, intentando ganar otra pulgada de altura, que todavía no era bastante para ponerse a la altura de una Amazona como Holly Grace Cohagan.
Ella los miró a ambos como si fueran un montón de mierda de perro y siguió andando. Su actitud enfadó a Dallie. Solo porque Ritchie y Hank fueran algo problemáticos de vez en cuando y no estaban en el colegio preparatorio no significaba que ella les tratara como si fueran gusanos o algo peor, sobre todo porque ella llevaba leotardos de una tienda de todo a cien y una falda azul raída que se la había visto llevar al menos cien veces antes.
Con el Marlboro colgando de la esquina de su boca, Dallie se contoneó adelante, los hombros encorvados en el cuello de su cazadora vaquera, los ojos bizquearon contra el humo, una mirada tacaña, persistente sobre su cara. Incluso sin los tacones de dos pulgadas de sus botas camperas viejas, era el muchacho de la clase mas alto para sostener la mirada de Holly Grace Cohagan.
Él dio un paso directamente en su camino y rizó su labio superior en un gesto de mofa para que ella supiera exactamente con que cabrón ella trataba.
– Mis compinches te han ofrecido un cigarro -dijo, suave y bajito.
Ella movió los labios imitándole a él.
– Lo rechacé.
Él bizqueó un poco más contra el humo y la miró aún más duro. Esta era la primera vez que se encontraba en la parte trasera de la escuela con un verdadero hombre, y no aquellos muchachos chillones limpios preparatorios de colegio que siempre babeaban sobre ella y estaban a su alrededor para venir a su rescate.
– No te he oído decir "no, gracias" -dijo él arrastrando las palabras.
Ella levantó la barbilla y lo miró directamente a los ojos.
– Oí que eras raro, Dallie. ¿Eso es verdad? Alguien dijo que eres tan guapo que te van a presentar al concurso de reina de belleza del curso.
Hank y Ritchie se rieron disimuladamente. Ningúno de ellos tenía el nervio para bromear con Dallie sobre su guapura desde que él los había golpeado cuando lo intentaron, pero esto no significaba que no pudieran disfrutar mirando a alguien que se lo decía. Dallie apretó los dientes.
Odiaba su cara, y hacía todo lo posible para arruinarla poniendo una expresión malhumorada. Hasta ahora, sólo la señorita Sybil Chandler lo sabía. Él tenía intención de mantenerlo así.
– No deberías oír esos chismes -se mofó-. Oí que te lo has estado haciendo con todos los chicos ricos de la clase mayor.
Eso no era verdad. Lo más que cualquiera de los chicos había logrado conseguir eran unos cuantos toqueteos y algunos besos con lengua.
Sus nudillos gradualmente se pusieron blancos cuando ella agarró su libro de química, pero un parpadeo de emoción traicionaba lo que decía.
– Pues me parece que tú nunca estarás entre ellos -se burló ella.
Su actitud lo enfureció. Le hizo sentir pequeño y sin importancía, menos que un hombre. Ninguna mujer jamás habría hablado así a su viejo, Jaycee Beaudine, y ninguna mujer iba a hablarle así a él. Acercó su cuerpo de manera que pudiera cernerse sobre ella y sintiera la amenaza de su metro ochenta de acero sólido masculino que la miraba desde arriba.
Ella dio un paso rápido a un lado, pero él era demasiado rápido. Lanzando su cigarrillo abajo sobre el blacktop, él la esquivó y se acercó, para que ella tuviera que retirarse o chocar contra él. Gradualmente, él la apretó contra la pared de ladrillo.
Detrás de él, Hank y Ritchie hicieron ruidos de azotaina con sus bocas y soltaron silbidos, pero Dallie no prestaba ninguna atención. Holly Grace todavía sostenía su libro de química agarrado en sus manos para que en vez de sentir sus pechos contra su pecho, él sintiera sólo las esquinas duras del libro y los contornos de sus nudillos.
Él apoyó sus manos contra la pared a los lados de su cabeza y se inclinó hacia ella, fijando sus caderas a la pared contra las suyas e intentando no prestar atención al olor dulce de su largo pelo rubio, que le recordó las flores y el aire fresco de la primavera.
– Tú no sabrías que hacer con un hombre de verdad -se mofó, moviendo sus caderas contra ella-. Y estás demasiado ocupada intentando mirar dentro de los pantalones de esos chicos ricos para averiguarlo.
Él la esperó para echarse atrás, para bajar aquellos limpios ojos azules y le mirara con miedo para que la dejara ir.
– ¡Eres un cerdo! -le escupió ella, mirándole airadamente, insolentemente.
– Y tú eres demasiado ignorante para saber lo realmente patética que eres.
Ritchie y Hank comenzaron a ulular. Bruscamente, deslizó su mano por el dobladillo de su falda azul, manteniendo su cuerpo apretado contra la pared para que ella no pudiera escaparse. Ella parpadeó. Sus párpados se abrieron y cerraron una vez, dos veces. No dijo nada, no luchó.
Él hizo subir su mano bajo su vestido y tocó su pierna por los leotardos blancos decorados con dibujos de diamantes, no permitiéndose pensar cuanto había deseado tocar esas piernas, cuanto tiempo había pasado soñando con aquellas piernas.
Ella levantó la mandíbula, apretó los dientes y no dijo una palabra. Ella era tan dura como el acero, preparada para aplastar a cualquier hombre que la tocara. Dallie pensaba que probablemente él podría intentarlo, directamente contra la pared. Ella incluso no luchaba. Ella probablemente quería.
Eso era lo que Jaycee le había dicho… que a las mujeres les gustaba un hombre que tomaba lo que quería. Skeet decía que eso no era verdad, que las mujeres querían a un hombre que las respetara, pero tal vez Skeet era demasiado suave.
Holly Grace lo miró airadamente con el corazón martilleándole con fuerza en el pecho. Él puso su mano más cerca del interior de su muslo. Ella no se movió. Su cara era una imagen de desafío. Su mirada de resistencía en sus ojos, las ventanas de la nariz ampliadas, la tensión de su mandíbula.
Todo excepto el pequeño temblor, desvalido que había comenzado en la esquina de su boca.
Él se separó bruscamente, metiendo sus manos en los bolsillos de sus vaqueros y hundiendo los hombros. Ritchie y Hank se rieron disimuladamente. Muy tarde, él comprendió que debería haberse movido más despacio.
Ahora parecía como si fuera un pelele, como si hubiera sido vencido. Ella lo miró airadamente como si él fuera un bicho que acababa de aplastar bajo su pie, y se alejó.
Hank y Ritchie comenzaron a gastarle bromas, y él se jactó sobre como ella prácticamente lo había pedido y como de afortunada sería si él alguna vez decidía dárselo.
Pero mientras hablaba, su estómago seguía molestrándole como si hubiera comido algo que le hubiera sentado mal, y no podía olvidar ese temblor desvalido que estropeaba la esquina de su suave boca rosada.
Aquella tarde se encontró perdiendo el tiempo en el callejón detrás de la farmacia donde ella trabajaba para su tío después de la escuela. Apoyó sus hombros contra la pared de la tienda y clavó el talón de su bota en la tierra pensando que en realidad él debería estar buscando a Skeet para que le acompañara a practicar unos tiros con su madera-tres.
Pero en ese momento no le importaba el golf, ni ganar a los muchachos del club de campo. Lo único que le importaba era conseguir redimirse a los ojos de Holly Grace Cohagan.
Había una rejilla de ventilación puesta en la pared exterior de la tienda unos pies encima de su cabeza. De vez en cuando oía un sonido que venía de la trastienda, Billy T dándo una orden y el timbre distante del teléfono. Gradualmente los sonidos se fueron extinguiendo cuando la hora del cierre se acercaba, en ese momento podía oír la voz de Holly Grace claramente y supo que ella debía estar de pie directamente bajo la rejilla.
– Puedes marcharte, Billy T. Yo cerraré.
– No tengo ninguna prisa, Pastelito.
En su imaginación, Dallie podría ver a BillyT con su bata de farmacéutico blanca y su cara rubicunda con su nariz de masilla grande mirando a los muchachos del instituto cuando entraban para comprar condones. BillyT cogería un paquete de Trojans del anaquel detrás de él, los pondría sobre el mostrador, y luego, como un gato que juega con un ratón, los cubrirá con su mano y diría:
– Si compras estos, no se lo diré a tu madre.
Billy T había intentado esa mierda con Dallie la primera vez que él entró en la tienda. Dallie lo había mirado directamente a los ojos y le había dicho que él compraba los otros porque eran los que más le gustaban para joder a su madre. Eso había cerrado la boca al viejo Billy T.
La voz de Holly Grace llegó por la rejilla de ventilación.
– Me voy a casa entonces, Billy T. Tengo mucho que estudiar para mañana -su voz pareció extraña, apretada y demasiado cortés.
– Todavía no, dulzura -contestó su tío, su voz densa como el aceite-. Has estado escapándote de mí temprano toda la semana. Ahora está todo cerrado. Ven aquí, ahora.
– No, BillyT, no voy… -ella dejó de hablar bruscamente, como si hubieran puesto algo sobre su boca.
Dallie se enderezó contra la pared, su corazón aporreándole el pecho. Oyó un sonido inequívoco. Un gemido y cerró los ojos con fuerza. Crist… es por eso que ella se resistía a todos los muchachos mayores.
Ella lo hacía con su tío. Su propio tío.
Le sobrevino una rabia candente. Sin cualquier idea que ninguna idea de lo que iba a a hacer una vez dentro, abrió la puerta de atrás y entró. Cajas vacías, los paquetes de toallas de papel y el papel higiénico cubrían las paredes del pasillo trasero. Parpadeó, ajustándo los ojos a la débil luz. El cuarto que servía de almacen estaba a su izquierda, la puerta en parte entornada, y podía oír la voz de BillyT.
– Eres tan hermosa, Holly Grace. Sí… Ah, sí…
Las manos de Dallie se cerrara en puños a sus lados. Anduvo hacia la entrada y entró. Se sintió enfermo.
Holly Grace estaba tumbada sobre un viejo canapé rasgado, los leotardos de Woolworth blanco alrededor de sus tobillos, una de las manos de BillyT estaban debajo de su falda.
BillyT se arrodilló delante del canapé, resoplando y resoplando como un motor de vapor mientras intentaba tirar de sus leotardos hasta el final y sentirla encima al mismo tiempo. Estaban de espaldas a la entrada asi que no podían ver a Dallie mirarlos.
Holly Grace estaba con la cabeza vuelta hacia la puerta, con los ojos cerrados, pareciendo que no quería perder ni un minuto de lo que el viejo BillyT le hacía.
Dallie no podía dejar de mirarla y según la miraba, se desvanecía cualquier interés romántico que pudiera haber tenido sobre ella. BillyT consiguió bajarle los leotardos y comenzó a hurgar en los botones de su blusa.
Finalmente la abrió e hizo subir su sostén. Dallie vio el destello de uno de los pechos de Holly Grace. La forma estaba deformada por la presión de la goma del sostén, pero podía ver que era lleno, justo como se había imaginado, con un pezón oscuro fruncido.
– Ah, Holly Grace -gimió BillyT, todavía arrodillando en el suelo delante de ella. Empujó su falda hasta la cintura y hurgó en el frente de su pantalón-. Díme cuanto lo quieres. Díme lo bueno que soy.
Dallie pensó que iba a enfermar. Pero no se movió. No podía retirar la vista de aquellas piernas largas llenas de gracia extendidas tan torpemente sobre el canapé.
– Dímelo -decía BillyT-. Díme cuanto me necesitas, pastelito.
Holly Grace no abrió los ojos, no dijo una palabra. Ella solamente enterraba su cara en la almohada de manta de viaje vieja que había sobre el canapé.
Dallie sintió un gusanillo subiendo por su espina dorsal, algo que le ponía la carne de gallina, como si alguien acabara de atropellar su tumba.
– ¡Dímelo! -dijo Billy T, demasiado fuerte esta vez. Y luego, bruscamente, levantó el puño y la golpeó en el estómago.
Ella dio un grito estrangulado, horrible y su cuerpo se convulsionó. Dallie sintió como si el puño de Jaycee acabara de aterrizar en su propio estómago, y una bomba explotó en su cabeza.
Saltó hacía adelante, cada nervio en su cuerpo listo para pelear. BillyT oyó un sonido y se dio la vuelta, pero antes de que pudiera moverse, Dallie lo había lanzado al macizo suelo. BillyT alzó la vista hacía él, su cara gorda fruncida por la incredulidad como algún villano de cómic. Dallie echó hacía atrás el pie y le dio patadas con fuerza en el estómago.
– Tú, gamberro -jadeó Billy T, agarrando su estómago e intentando hablar al mismo tiempo-. Asqueroso gamberro…
– ¡No! -gritó Holly Grace, cuando Dallie comenzó a patearlo otra vez. Ella saltó del canapé y corrió hacía Dallie, agarrando su brazo cuando llegó junto a él-. ¡No, no sigas!
Su cara estaba retorcida por el miedo cuando intentó llevarlo hacia la puerta.
– No lo entiendes -gritó ella-. ¡Ahora va a ser peor!
Dallie le habló en un tono bajo.
– Recoge tu ropa y sal un momento al pasillo, Holly Grace. BillyT y yo, tenemos algo de que hablar.
– No… por favor…
– Déjanos solos, ahora.
Ella no se movió. Incluso aunque Dallie no pudiera pensar en nada que quisiera hacer mejor que mirar su hermoso rostro, retiró la cara, y se obligó a mirar a BillyT en cambio. Aunque Billy T pesaba más de cien kilos, el farmacéutico era todo grasa y Dallie no pensaba que tuviera mucho problema en convertirlo en una pulpa sangrienta.
BillyT pareció saberlo, también, porque sus pequeños ojos de cerdo estaban deformados por el miedo cuando se tocó la cremallera de sus pantalones e intentó ponerse en pie.
– Sácalo de aquí, Holly Grace -jadeó-. Sácalo de aquí, o te haré pagar por esto.
Holly Grace agarró el brazo de Dallie, tirando con tanta fuerza hacia la puerta que él tuvo problemas para mantener su equilibrio.
– Márchate, Dallie -suplicó ella, su voz saliendo en jadeos asustados-. Por favor,… por favor márchate…
Ella estaba descalza, su blusa desabotonada. Cuando se desenredó de su asimiento, vio una contusión amarilla sobre la curva interior de su pecho, y su boca se secó con el viejo miedo de su niñez.
Él extendió la mano y apartó la blusa de su pecho, respirando una maldición suave cuando vio la red de contusiones que estropeaban su piel, algunos cardenales viejos ya descoloridos, otros recientes.
Sus ojos eran enormes y torturados, pidiéndole no decir nada. Pero cuando los miró fijamente, la súplica desapareció y fue substituida por el desafío. Ella dio un tirón el frente de su vestido cerrado y lo miró airadamente como si él acababa de echar una ojeada en su diario.
La voz de Dallie no era más que un susurro.
– ¿Él te hizo eso?
Sus ventanas de la nariz llamearon.
– Me caí -lamió sus labios y un poco de su desafío se desinfló un poco cuando sus ojos se dirigieron hacía su tio-. Es… Esto me gusta, Dallie. BillyT y yo… Esto… me gusta así.
De repente su cara pareció arrugarse y él pudo sentir el peso de su miseria como si fuera suyo propio. Se separó un paso de ella y fue hacía BillyT, quien se había levantado, aunque todavía estaba doblado y resollaba ligeramente, sosteniéndose su tripa de cerdo.
– ¿Qué le dijiste que le harías si hablaba? -preguntó Dallie-. ¿Con que la has amenazado?
– Nada que sea de tu maldita incumbencia -se mofó BillyT, mirando de reojo a la puerta.
Dallie le bloqueó el camino.
– ¿Que dijo que te haría, Holly Grace?
– Nada -su voz pareció muerta y plana-. No me dijo nada.
– Como digas una sóla palabra de esto, mandaré al sheriff sobre tí -chilló BillyT a Dallie-. Diré que destrozaste mi tienda. Todos en esta ciudad saben que eres un gamberro, y será tu palabra contra la mía.
– ¿Estás seguro? -sin advertencia previa, Dallie cogió una caja marcada como frágil y la lanzó con todas sus fuerzas contra la pared detrás de la cabeza de BillyT. El sonido al romperse el cristal reverberó en la trastienda. Holly Grace contuvo el aliento y BillyT comenzó a maldecir.
– ¿Qué te dijo que te haría, Holly Grace?
– Yo no se… Nada.
Él arrojó de golpe otra caja contra la pared. BillyT soltó un grito de furia, pero era demasiado cobarde para medir su fuerza con el jóven Dallie.
– ¡Ya basta! -chilló-. ¡Para esto ahora mismo!
El sudor se había extendido por todas partes en su cara, y su voz se había vuelto aguda por la rabia impotente.
– ¡Para esto, ¿me oyes?
Dallie quería hundir sus puños en aquella grasa suave, machacar a BillyT hasta que no quedara nada, pero algo dentro de él se contuvo. Algo dentro de él sabía que el mejor modo de ayudar a Holly Grace era romper el chantaje de silencio que BillyT hacía a su presa.
Cogió otra caja y la equilibró ligeramente en sus manos.
– Tengo el resto de la noche, BillyT, y tú tienes una tienda entera ahí para poder destrozar.
Lanzó la caja contra la pared. Esta se abrió y aparecieron una docena de botellas rotas, llenando el aire con el olor acre del alcohol de quemar.
Holly Grace había estado conteniéndose demasiado tiempo y fué la que aguantó menos. -¡Para, Dallie! ¡No más! Te lo diré, pero antes tienes que prometerme que te marcharás. ¡Prométemelo!
– Te lo prometo -mintió.
– Es… es mi madre -la expresión de su cara le dijo todo lo que quería saber-. Amenaza con envíar a mi madre lejos si yo digo algo. Y lo hará. Tú no lo conoces.
Dallie había visto a Winona Cohagan en la ciudad algunas veces, y ella le había recordado a Blanche DuBois, un personaje de una de las obras que la señorita Chandler le había dado para leer rápidamente en el verano. Vaga y bonita de un modo descolorido, Winona revoloteaba cuando hablaba, se le caían los paquetes, olvidaba los nombres de la gente, y en general se comportaba como una idiota incompetente. Él sabía que era la hermana de la esposa inválida de BillyT, y había oído que cuidaba de la Sra. Denton mientras BillyT trabajaba.
Holly Grace continuó, soltando una inundación de palabras. Como el agua de una presa que finalmente se hubiera roto, no podía contenerse:
– BillyT dice que mi madre no está bien de la cabeza, pero eso es mentira. Ella es solamente un poco frívola. Pero él dice que si no hago lo que él quiere, la encerrará, la pondrá en un hospital psiquiátrico estatal. Una vez que la gente llega a esos sitios, ya no salen. ¿Lo entiendes? No puedo dejarlo hacer eso a mi madre. Ella me necesita.
Dallie odiaba ver esa mirada desvalida en sus ojos, y estrelló de golpe otra caja contra la pared, porque sólo tenía diecisiete años y no estaba exactamente seguro que hacer para hacer desaparecer esa mirada. Pero encontró que la destrucción no ayudaba, entonces se encaró con ella.
– No quiero que vuelvas a permitirle hacer esto otra vez, ¿me oyes, Holly Grace? Él no va a encerrar a tu madre. Él no va a hacer esa maldita cosa, porque si lo hace, voy a matarlo con mis propias manos.
Ella dejó de parecer un cachorro apaleado, pero él podía ver que BillyT la había intimidado demasiado tiempo y que ella todavía no lo creía. Empezó a caminar entre el estropicio y agarró los hombros de la bata de farmacéutico blanca de BillyT. BillyT gimoteó y levantó sus manos para proteger la cabeza. Dallie lo sacudió.
– ¿No se te ocurra volver a tocarla, entiendes, Billy T?
– ¡No! -balbuceaba-. ¡No, no la tocaré! Déjame ir. ¡Házle que me deje ir, Holly Grace!
– Sabes que si alguna vez la vuelves a tocar, vendré y te perseguiré, ¿verdad?
– Sí… Yo…
– ¿Sabes que te mataré si la tocas otra vez?
– ¡De acuerdo! Por favor…
Dallie hizo lo que había estado queriendo hacer desde que entró en ese cuarto de la trastienda. Levantó el puño y lo estampó de golpe en la gorda cara de cerdo de BillyT. Le golpeó más de media docena de veces hasta que vio bastante sangre y se empezó a sentir mejor. Cogió a BillyT de las solapas, y lo puso verdaderamente cerca de su cara.
– Ahora sigue adelante y llama a la policía a por mí, BillyT. Sigue adelante y que me detengan, porque mientras esté en aquella célula de cárcel en la oficina del sheriff, voy a decir todo lo que conozco sobre los pequeños juegos sucios en los que has estado jugando aquí. Voy a contarlo todo, como si fuera el mejor abogado. Se lo voy a decir a la gente que barre la carcel y al oficial de menores que investigue mi caso. No llevará mucho tiempo antes que las habladurías se extiendan. La gente fingirá no creerlo, pero pensarán en ello siempre que te vean y se preguntarán si eso es verdad.
BillyT no dijo nada. Él solamente se puso a gimotear e intentar esconder su cara sangrante en las palmas de sus manos rechonchas.
– Vámonos, Holly Grace. Ya es hora de salir de aquí.
Dallie le pasó los zapatos y los leotardos y, tomándola con cuidado del brazo, la sacó de la trastienda.
Si estaba esperado la gratitud de ella, rápidamente se llevó una desilusión. Cuando ella oyó lo que él tenía intención de hacer, comenzó a gritarle.
– ¡Me lo prometiste, eres un mentiroso! ¡Me prometiste que no se lo dirías a nadie!
Él no dijo nada, no intentó explicarse, porque podía ver el miedo en sus ojos y se imaginó que si él estuviera en su lugar, también estaría asustado.
Winona Cohagan retorcía las manos en su delantal rizado rosa cuando se sentó en la sala de estar de la casa de BillyT a conversar con Dallie. Holly Grace estaba apoyada en la escalera, los labios apretados como si se fuera a morir de vergüenza. Por primera vez Dallie comprendió que ella no había llorado ni una vez. Desde el momento que él había irrumpido en el cuarto de la trastienda, ella había permanecido con los ojos secos.
Winona no pasó ningún tiempo interrogandolos, y a Dallie le llegó la idea que quizá ya sospechaba que BillyT era un pervertido. Pero la tranquila miseria en sus ojos le dijo que ella no tenía ninguna idea de lo que su hija había sido víctima.
También vio enseguida que Winona amaba a Holly Grace y que no iba a dejar a alguien que hiciera daño a su hija, costara lo que costara. Cuando finalmente salió por la puerta de la calle para dejar la casa, esperó que Winona, pese a toda su ligereza, haría lo justo.
Holly Grace no lo miró cuanda se marchó, y no dijo gracias.
Durante los siguientes días ella estuvo ausente de la escuela. Skeet, la señorita Sybil y él hicieron una visita a la farmacia. Dejaron que la señorita Sybil llevara la mayor parte de la conversación, y cuando terminó, BillyT tenía asumida la idea que no podía seguir en Wynette más.
Cuando Holly Grace finalmente volvió a la escuela, se comportaba con él como si no existiera. Él no quería que ella supiera cuanto daño le hacía con su actitud, y entonces empezó a coquetear con su mejor amiga asegurándose que hubiera siempre bastantes chicas a su alrededor para que no pensara que se moría por ella.
Aunque tampoco salía como él quería, pues ella siempre tenía algún chico rico de cursos superiores a su lado. De todos modos a veces pensaba que veía un parpadeo de algo triste y viejo en sus ojos, entonces finalmente se tragó su orgullo, fue hasta ella y le preguntó si quería ir al baile con él.
Se lo preguntó como si no le importara mucho si iba con él o no, como si le hiciera un gran favor haber pensado en llevarla. Él quería asegurarse que cuando ella lo rechazara, daría la impresión de que no le importaba gran cosa y que sólo se lo preguntaba porque no tenía nada mejor para hacer.
Ella dijo que iría.