Capítulo 15

Francesca oyó a Dallie llamarla. Ella comenzó a correr más rápido, sus ojos casi cegados por las lágrimas. Las suelas de sus sandalias resbalaban sobre la grava cuando cruzó el aparcamiento hacia la carretera.

Pero sus piernas cortas no eran ningún rival para las suyas más largas, y la alcanzó antes de que pudiera llegar a la carretera.

– ¿Puedes decirme que es lo que te pasa? -gritó, agarrándola del hombro y haciéndola girar alrededor-. ¿Por qué demonios sales corriendo así y te pones en ridículo delante de toda esa gente que empezaba a considerarte un auténtico ser humano?

Él la gritaba como si fuera ella quién hubiera hecho algo malo, como si ella fuera la mentirosa, la embustera, la serpiente traidora que había convertido el amor en traición. Se soltó de su brazo, y le dió una bofetada con la palma con tanta fuerza como pudo.

Y él se la devolvió con el dorso de la mano.

Aunque fuera lo bastante loco para golpearla, no era lo bastante loco para hacerla daño, por eso la golpeó con sólo una pequeña parte de su fuerza.

De todos modos era tan pequeña que perdió el equilibrio y se dio con el lado de un coche. Ella agarró el espejo retrovisor con una mano y se presionó con la otra su mejilla.

– Jesús, Francie, apenas te rocé -él se precipitó y extendió la mano para abrazarla.

– ¡Tú, bastardo! -se volvió hacía él, y le pegó con la mano otra vez, ésta vez dándole en la mandíbula.

Él agarró sus brazos y la sacudió.

– ¿Quiero que te tranquilices ahora, me oyes? Te tranquilizas antes de que te hagas daño.

Le dio patadas con fuerza en la espinilla, y el cuero de su par más viejo de botas camperas no lo protegió del agudo filo de su sandalia.

– ¡Hostias! -gruñó.

Ella retrocedió su pie para darle patadas otra vez. Pero él la agarró de su pierna de apoyo y tiró de ella, enviándola derecha a la grava.

– ¡Bastardo sangriento! -gritó, lágrimas y suciedad mezclándose en sus mejillas-. ¡Bastardo sangriento engaña esposas! ¡Pagarás por esto!

No hizo caso del dolor en sus talones ni de los sucios rasguños de sus brazos y comenzó a levantarse preparándose para ir a por él otra vez. No le preocupaba que él la hiciera daño, ni que la matara.

Volvió hacía él. Quería que la matara. Iba a morir de todos modos del dolor horrible que se extendía dentro de ella como un veneno mortal. Si él la mataba, al menos el dolor terminaría rápidamente.

– ¡Para ya, Francie! -gritó él, cuando ella se tambaleó a sus pies-. No vuelvas a acercarte o te voy a hacer realmente daño.

– Eres un bastardo sangriento -sollozó, limpiándose la nariz con su muñeca-. ¡Tú bastardo sangriento casado! ¡Voy a hacértelo pagar!

Entonces se abalanzó de nuevo contra él, pareciendo un pequeño gato de pelea inglés enfréntandose a un león de montaña americano.

Holly Grace estaba de pie en medio de la muchedumbre que se había juntado fuera de la puerta de salida del Roustabout para mirar.

– No puedo que creer Dallie no le hablara de mí -le dijo a Skeet-. Por lo general no le lleva más de treinta segundos decir mi nombre en cualquier conversación que tiene con una mujer de la que se siente atraído.

– Esto es ridículo -gruñó Skeet-. Ella sabía de tí. Hablamos de tí delante de ella cien veces… esto es que la hace tan tonta. Todo el mundo sabe que vosotros estaís casados desde que eraís adolescentes. Esto es solamente un ejemplo más de lo idiota que esa mujer es.

Con la preocupación grabada al agua fuerte en el ceño entre sus cejas peludas observó como Francesca pegaba otro golpe.

– Sé que él intenta contenerse bastante, pero si una de esas patadas aterriza muy cerca de su zona de peligro, ella va a encontrarse en una cama de hospital y él va a terminar en la cárcel por agresión con lesiones. ¿Ves lo que te comenté sobre ella, Holly Grace? Yo nunca conocí una mujer tan problemática como esta.

Holly Grace tomó un trago de la botella de Dallie de Perl, que había recogido de la mesa, y dijo a Skeet:

– Si llega a los oídos de Deane Beman una sóla palabra de este altercado, Dallie va a ver su culo fuera de los profesionales. Al público no le gustan los jugadores de fútbol que golpean mujeres, por no hablar de golfistas.

Holly Grace miró como las luces hacían brillar las lágrimas sobre las mejillas de Francesca. A pesar de la determinación de Dallie de resistir a aquella pequeña muchacha, ella seguía yendo derecha a él.

Esto demostraba a Holly Grace que podía haber más de la señorita Pantalones de Lujo de lo que Skeet le había dicho por teléfono. De todos modos la mujer no podía tener mucho seso. Sólo una idiota iría detrás de Dallas Beaudine sin llevar un arma cargada en una mano y una fusta de blacksnake en la otra.

Se extremeció cuando una de las patadas de Francesca logró cogerlo detrás de la rodilla. Él rápidamente tomó represalias y logró inmovilizarla parcialmente poniéndole los codos detrás de ella como sujetándola con abrazaderas a su pecho.

Holly Grace susurró a Skeet.

– Ella se prepara para darle patadas otra vez. Más vale que intervengamos antes de que esto vaya a mayores -dejó la botella de cerveza al hombre que estába de pie al su lado-. Tú cógela a ella, Skeet. Yo manejaré a Dallie.

Skeet no discutió la distribución de deberes. Aunque no le agradara la idea de calmar a la señorita Fran-chess-ka, él sabía que Holly Grace era la única persona que podía manejar a Dallie cuando él se descontrolaba.

Cruzaron rápidamente el aparcamiento, y cuando llegaron a la pareja, Skeet dijo:

– Dámela, Dallie.

Francesca soltó un sollozo estrangulado de dolor. Su cara estaba apretada contra la camiseta de Dallie. Sus brazos, torcidos detrás de su espalda, sintiéndose como si estubieran listos a salir de cuajo. No la había matado. A pesar del dolor, él no la había matado después de todo.

– ¡Déjame sola! -gritó en el pecho de Dallie. Nadie sospechó que ella gritaba en Skeet.

Dallie no se movió. Lanzó a Skeet una fria mirada por encima de la cabeza de Francesca.

– Preocúpate de tus malditos asuntos.

Holly Grace dio un paso adelante.

– Vamos ya, nene -dijo ligeramente-. He conseguido ahorrar más de cien cosas para contarte.

Comenzó a acariciar el brazo con familiaridad, como una mujer que sabe que tiene el derecho de tocar a un hombre particular de cualquier manera que quiera.

– Te vi por televisión en Kaiser.Tus hierros largos jugaron realmente bien para variar. Si alguna vez aprendes como meterla al hoyo, hasta podrías ser capaz de jugar un golf medio decente algún día.

Gradualmente, el apretón de Dallie sobre Francesca se aflojó, y Skeet cautelosamente tendió la mano hacia ella.

Pero en el instante que Skeet la tocó, Francesca hundió sus dientes en la carne del pecho de Dallie, restringiendo sus músculos pectorales.

Dallie gritó un momentó y empujó a Francesca hacía Skeet que la sacudió con sus propios brazos.

– ¡Hembra loca! -gritó Dallie, retrocediendo un paso y decididó a darle un escarmiento. Holly Grace saltó delante de él, usando su propio cuerpo como un escudo, porque no podía soportar que Dallie cometiera un grave error.

Él se paró, puso una mano sobre su hombro, y se frotó el pecho con un puño. Una vena palpitaba en su sien.

– ¡Llevatela fuera de mi vista! ¡Hazlo, Skeet! ¡Cómprale un billete de avión que la lleve a su casa, y no permitas que vuelva a encontrármela en mi camino otra vez!

Justo antes de que Skeet la arrastrara lejos, Francesca oyó el eco de la voz de Dallie, mucho más suave ahora, y más apacible.

– Lo siento -dijo.

Lo siento…

La palabra se repetía en su cabeza como un estribillo amargo. Sólo aquellas dos pequeñas palabras para compensar la destrucción de su vida. Pero luego se enteró del resto de lo que decía.

– Lo siento, Holly Grace.

Francesca dejó a Skeet ponerla en el asiento delantero de su Ford y se sentó sin moverse cuando se pusieron en camino.

Viajaron en silencio durante varios minutos antes de que él finalmente dijera:

– Mira, Francie, vamos a la gasolinera de más abajo y llamo a una de mis amigas que tiene una casa de huéspedes respetable. Para que puedas pasar la noche. Es una señora verdaderamente agradable. Mañana por la mañana vendré con tus cosas y te llevaré al aeropuerto de San Antonio. Estarás en Londres antes de que te des cuenta.

Ella no le dió ninguna respuesta y la miró inquietamente. Por primera vez desde que la conocía, le daba pena. Ella era una cosita bonita cuando no hablaba, y podía ver que estaba completamente destrozada.

– Escucha, Francie, no había ninguna razón para ponerte así por Holly Grace. Dallie y Holly Grace son una de esas verdades de la vida, como la cerveza y el fútbol. Pero ellos dejaron de acostarse juntos hace mucho tiempo, y si no hubieras montado toda esta locura, seguramente Dallie te hubiera mantenido alrededor algo más de tiempo.

Francesca se estremeció. Dallie la habría mantenido alrededor… como a uno de sus perros. Ella se tragó las lágrimas y la bilis cuando pensó cuanto se había rebajado.

Skeet siguió conduciendo y unos minutos más tarde llegaron a la gasolinera.

– Quédate aquí un momento que vuelvo enseguida.

Francesca esperó hasta que Skeet hubiera desaparecido dentro para salir del coche y comenzar a correr. Cruzó la carretera, esquivando las luces de los coches, atravesando corriendo la noche como si pudiera huir de sí misma.

Un pinchazo insistente en un costado la hizo finalmente reducir el paso, pero seguía andando.

Vagó durante horas por las calles desiertas de Wynette, sin saber donde iba, y sin preocuparla. Cuando pasaba por las tiendas cerradas y las silenciosas casas en la quietud de la noche, sintió como si una gran parte de si misma estuviera muriéndose… la mejor parte, la luz eterna de su propio optimismo.

No importaba cuantas cosas tristes le habían sucedido desde la muerte de Chloe, ella siempre sentía que sus dificultades eran sólo temporales. Ahora finalmente entendía que estas no serían temporales en absoluto.

Su sandalia pisó la pulpa sucia de una naranja o de una calabaza que estaba tirada en la calle, y se cayó, golpeándose la cadera sobre el pavimento. Se quedó así un momento, su pierna torcida torpemente debajo de ella, el lodo de calabaza mezclándose con la sangre seca de los rasguños sobre su antebrazo. Se sentía completamente desamparada. Lágrimas frescas comenzaron a caerle.

¿Qué había hecho ella para merecer esto?

¿Ella era así de terrible?

¿Había hecho tanto daño a la gente que este debía ser su castigo?

Un perro ladró en la distancia, y un poco más lejos una luz se encendió en una ventana.

No podía pensar que hacer, entonces se quitó la pulpa de calabaza y lloró. Todos sus sueños, todos sus proyectos, todo… se habían ido. Dallie no la amaba. Él no iba a casarse con ella. Ellos no iban a vivir juntos ni serían felices para siempre.

No recordaba haber tomado la decisión de comenzar a andar otra vez, pero al cabo de un rato comprendió que sus pies se movían y ella caminaba por una calle nueva. Y luego en la oscuridad paró de golpe al comprender que estaba de pie delante de la casa de huevos de Pascua de Dallie.

Holly Grace metió el Riviera en el camino de entrada de la casa y apagó el motor. Eran casi las tres de la mañana. Dallie estaba tumbado en el asiento del pasajero, pero aunque sus ojos estuvieran cerrados, no creía que estuviera dormido. Ella salió del coche y anduvo alrededor hacía la puerta de pasajeros.

Con miedo que él cayerá al suelo, sujetó la puerta con su cadera cuando tiró con suavidad. Él no se movió.

– Venga vamos, nene -dijo ella, alcanzando abajo y tirando de su brazo-. Vamos a conseguirte algo de comer.

Dallie murmuró algo indescifrable y sacó una pierna del coche.

– Muy bien -lo animó-. Venga vamos, ahora.

Él puso el brazo alrededor de sus hombros como había hecho tantas veces antes. Una parte de Holly Grace quería dejarlo y esperar que se doblara como un viejo acordeón, pero otra parte de ella no le dejaría ir por nada del mundo… ni por conseguir el puesto que soñaba, ni por la posibilidad de sustituir su Firebird por un Porsche, ni hasta por un encuentro de dormitorio con los cuatro Hermanos Statler al mismo tiempo… porque Dallie Beaudine casi era la persona que ella más amaba en el mundo.

Casi, pero no exactamente, porque la persona a quién más amaba era a ella misma. Dallie le había enseñado esto hacía mucho tiempo. Dallie le había enseñado muchas buenas lecciones, las que él nunca había sido capaz de aprenderse.

Él de repente se soltó de ella y comenzó a andar alrededor hacia el frente de la casa. Sus pasos eran ligeramente inestables, pero teniendo en cuenta todo lo que había bebido, lo hacía bastante bien. Holly Grace lo miró un momento. Habían pasado ya seis años, pero él no dejaba ir a Danny.

Ella dio la vuelta sobre el frente de la casa a tiempo para verlo en la depresión al lado de la puerta del pórtico superior.

– Márchate a casa de tu madre -dijo en un susurro.

– Me quedo, Dallie.

Subió unos pasos, se quitó el sombrero y lo sacudió en la oscilación del pórtico.

– Márchate, ahora. Nos veremos mañana.

Él hablaba más claramente que lo hacía normalmente, algo que indicaba lo tremendamente bebido que estaba. Ella se sentó a su lado y miró fijamente en la oscuridad, eligiendo las palabras.

– ¿Sabes lo que he estado recordando hoy? -preguntó-. Recordaba como solías andar alrededor con Danny encima de tus hombros, y él se agarraba a tu pelo gritando. Y siempre que lo bajabas, tenías un rodalito mojado en el dorso de la camiseta. Solía pensar que era tan gracioso… mi marido el niño guapo con pis en la camiseta.

Dallie no respondió. Ella esperó un momento y luego lo intentó otra vez.

– ¿Recuerdas la terrible pelea que tuvimos cuando lo llevaste a la peluquería y le cortaron todos sus rizos de bebé? Te tiré tu libro Western Civ, y después hicimos el amor en el suelo de la cocina… sólo que como no habíamos barrido por lo menos en una semana todos los Cheerio que Danny tiraba se me clavaron en el trasero, y no digamos en otros sitios.

Él extendió sus piernas y puso los codos sobre sus rodillas, doblando la cabeza. Ella tocó su brazo, su voz suave.

– Piensa en los buenos momentos, Dallie. Hace ya seis años. Tenemos que olvidar lo malo y pensar en lo bueno.

– Eramos unos padres horribles, Holly Grace.

Ella apretó su brazo.

– No, no lo éramos. Amábamos a Danny. Nunca ha habido un niño que fuera tan amado como él. ¿Recuerdas cómo solíamos llevarlo a la cama con nosotros de noche, aun cuándo sabíamos que lo estábamos malcriando?

Dallie levantó su cabeza y su voz era amarga

– Lo que recuerdo es como salíamos de noche y lo dejábamos solo con todas aquellas niñeras de doce años. O como nos lo llevábamos cuando no podíamos encontrar a nadie para quedarse con él… poniéndolo en su sillita encima de la esquina de alguna barra y dándole patatas fritas y 7Up…dentro del biberón si comenzaba a llorar. Dios…

Holly Grace se encogió y dejó caer su brazo.

– No teníamos ni diecinueve cuando Danny nació. No éramos más que unos niños nosotros mismos. Hicimos todo lo posible que sabíamos.

– ¿Sí? ¡Claro, pues follar sabíamos bastante bién!

Ella no hizo caso de su arrebato. Había aceptado mejor la muerte de Danny que Dallie, aunque todavía le dolía cuando veía en algún sitio a una madre con un niño rubio en brazos. Halloween era lo más difícil para Dallie porque era el día que Danny había muerto, pero el cumpleaños de Danny era lo más difícil para ella. Miró fijamente a las formas oscuras, frondosas de los árboles y recordó como había sido aquel día.

Aunque era semana de exámenes en A &M y Dallie tenía un trabajo que escribir, él estaba con algunos granjeros del algodón inténtandoles ganar en el campo de golf para poder comprar una cuna.

Cuando rompió aguas, había tenido miedo de ir al hospital sola por eso había conducido un viejo Ford Fairlane que había tomado prestado del estudiante de ingeniería que vivía al lado de ellos. Aunque había doblado una toalla de baño para sentarse sobre ella, estaba empapando el asiento.

El encargado había ido a buscar a Dallie y había vuelto con él en menos de diez minutos. Cuando Dallie la había visto apoyándose contra el lado del Fairlane, con la toalla mojada de viejo dril, había saltado del carro eléctrico y casi la había atropellado.

– Bueno, Holly Grace -había dicho-. Estoy en el green del ocho a menos de tres centímetros del hoyo. ¿No podías haber esperado un poco más?

Entonces se había reído y la había cogido, con toalla mojada y todo, y la había sostenido contra su pecho hasta que una contracción los había separado.

Pensando en ello ahora, sentía un nudo creciendo en su garganta.

– Danny era un bebé tan hermoso -susurró a Dallie-. ¿Recuerdas lo asustados que estábamos cuando le trajimos a casa del hospital?

Su respuesta era baja y dura.

– La gente necesita una licencia para tener un perro, pero te dejan llevarte a un bebé del hospital sin hacerte una sóla pregunta.

Ella se levantó de un salto.

– ¡Joder, Dallie! Quiero afligirme por nuestro bebé. Quiero afligírme contigo esta noche, no escuchar toda tu amargura.

Él se inclinó hacía adelante un momento.

– No deberías haber venido. Ya sabes como me pongo este dia.

Ella dejó que la palma de su mano descansara sobre la coronilla de su cabeza como una especie de bautismo.

– Deja ir a Danny este año.

– ¿Tú podrías dejarle ir si fueras quién le hubiera matado?

– Yo también conocía lo de la tapa del pozo.

– Y me dijiste que la arreglara -él se levantó despacio-. Me dijiste dos veces que el gozne estaba roto y que los muchachos de la vecindad lo levantaban para lanzar piedras dentro. No fuiste tú quién se quedo cuidándolo esa tarde. No eras tú quién se suponía no debía perderlo de vista.

– Dallie, estabas estudiando. No es decir que estabas tirado en el suelo con una borrachera cuando se cayó dentro.

Ella cerró los ojos. No quería pensar en esta parte… en su pequeño bebé de dos años andando a través del patio hacía aquel pozo, mirando abajo con su curiosidad ilimitada. Perdiendo el equilibrio. Cayendo dentro. No quería imaginarse su pequeño cuerpo luchando en aquel pozo húmedo, llorando.

¿En qué había pensado su bebé al final, cuando todo lo que podía ver era un lejano círculo de luz encima de él? ¿Había pensado en ella, su madre, a quién encantaba abrazar, o había pensado en su papá, quien le besaba y reía con él y lo sostenía tan apretado que él chillaba y chillaba?

¿En qué había pensado en aquel momento cuando sus pequeños pulmones se habían llenado de agua?

Parpadeando contra la picadura de las lágrimas, ella se acercó a Dallie y rodeó sobre su cintura con su brazo y descansó la frente contra su hombro.

– Dios nos da la vida como un regalo -dijo-. No es posible que podamos agregar nuestras propias condiciones.

Él comenzó a estremecerse, y ella lo consoló como mejor pudo.


* * *

Francesca los miraba en la oscuridad bajo el árbol al lado del pórtico. La noche era tranquila, y había oído cada palabra. Se sintió enferma… aún peor que cuando había salido corriendo del Roustabout. Su propio dolor ahora parecía frívolo comparado con el suyo.

No conocía a Dallie en absoluto.

Ella nunca había visto nada más que las risas, el texano quien rechazaba tomar la vida en serio. Le había ocultado una esposa… y la muerte de su hijo. Cuando miraba las dos figuras llenas de pena que estaban de pie en el pórtico, la intimidad entre ellos parecía tan sólida como la vieja casa… una intimidad causada por la convivencia, por compartir la felicidad y la tragedia.

Comprendió entonces que ella y Dallie no habían compartido nada excepto sus cuerpos, y que el amor tenía unas profundidades que nunca se habría imaginado.

Francesca miró como Dallie y Holly Grace desaparecían dentro de la casa. Por una fracción de segundo, lo mejor que había en ella esperó que encontaran consuelo el uno con el otro.


* * *

Naomi nunca había ido a Texas antes, y si tenía algo para decir en el asunto, nunca volvería otra vez. Cuando una furgoneta la adelantó por el carril derecho a más de ochenta, decidió que prefería los fiables atascos de tráfico de la ciudad y el olor consolador de los gases en combustión que echaban los taxis amarillos. Ella era una muchacha de ciudad; el campo abierto la ponía nerviosa.

O tal vez esto no era por la carretera en absoluto. Tal vez era por Gerry que viajaba a su lado en el asiento de pasajeros de su Cadillac alquilado, frunciendo el ceño por el parabrisas como un niño malhumorado.

Cuando había vuelto a su apartamento la noche anterior para hacer la maleta, Gerry había anunciado que iba a Texas con ella.

– Tengo que salir de este lugar antes de que me vuelva chiflado -había exclamado, pasándose una mano por el pelo-. Voy a México por un tiempo… a los barrios bajos. Volaré a Texas contigo esta noche, en el aeropuerto no buscarán a una pareja que viaja juntos, y luego haré los preparativos para cruzar la frontera. Tengo algunos amigos en Del Río. Ellos me ayudarán. Estaré bien en México. Conseguiremos reorganizar nuestro movimiento.

Ella le había dicho que no podía ir con ella, pero rechazó escuchar. Como fisicamente no podía refrenarlo, se había encontrado sentada en el vuelo de Delta a San Antonio con Gerry a su lado, sujetando su brazo.

Ella se estiró en el asiento del conductor, haciendo presión sobre el acelerador para que el coche acelerara ligeramente.

Al lado de ella, Gerry metía las manos profundamente en los bolsillos de unos pantalones grises de franela que había conseguido en algún lugar. La ropa, como se suponía, lo hacía parecerse a un hombre de negocios respetable, que había estado a punto de desmoronarse cuando se negó a cortarse el pelo.

– Relájate -dijo-. Nadie te ha prestado atención alguna desde que nos pusimos de camino hacía aquí.

– Los polis nunca me dejan escaparme así de fácil -dijo él, echando un vistazo nerviosamente sobre su hombro por centésima vez desde que habían salido del garaje del hotel en San Antonio-. Ellos juegan conmigo. Dejarán que me acerque.Tan cerca de la frontera mexicana que puedo olerla, y luego se echarán sobre mí. Putos cerdos.

La paranoía de los años sesenta. Casi se había olvidado de ella. Cuando Gerry había sabído sobre el F.B.I., había empezado a ver sombras ocultas por todas partes, que cada recluta nuevo era un informador, que le controlaban desde el mighty J(Acorazado de la armada). El propio Edgar Hoover (Jefe del F.B.I. instigador de la caza de brujas contra los izquierdistas) personalmente buscaba evidencias de actividad subersiva de las mujeres del movimiento feminista sacando Kotex en la basura. Aunque con el tiempo hubiera razón para la precaución, al final el miedo no había estado demasiado justificado.

– ¿Estás seguro que la policía te está buscando? -dijo Naomi-. Nadie te ha mirado dos veces cuando has subido al avión.

Él la miró airadamente y sabía que lo había insultado por despreciar su importancia como Gerry el macho fugitivo, el John Wayne de los radicales.

– Si hubiera venido solo -dijo -ellos lo habrían notado rápidamente.

Naomi lo dudaba. Pese a la insistencia de Gerry de que la policía estaba buscándolo, seguramente no fuera tan evidente. Tuvo un sentimiento extrañamente triste. Recordaba cuando la policía se había preocupado de verdad por las actividades de su hermano.

El Cadillac seguía avanzando, y ella vio una señal anunciando los límites de la ciudad de Wynette. Sintió una ráfaga de entusiasmo. A pesar de todo, finalmente vería a su Chica Descarada.

Esperaba no haber cometido un error por no llamarla antes, pero sentía instintivamente que esta primera conexión necesitaba hacerla en persona. Además, las fotografías a veces mentían. Ella tenía que ver a esta muchacha cara a cara.

Gerry miró el reloj digital sobre el salpicadero.

– Todavía no son ni las nueve. Probablemente todavía esté en la cama. No veo por qué hemos tenido que marcharnos tan temprano.

Ella no se molestó en contestar. Nada tenía la mayor importancia para Gerry excepto su propia misión de salvar el mundo sin ayuda de nadie. Paró en una estación de servicio y preguntó la dirección. Gerry se encorvó abajo en el asiento, ocultándose detrás de un mapa de carretera abierto como si el muchacho que ponía el combustible fuera realmente un agente del gobierno para capturar al Enemigo Público Número Uno.

Cuando paró el coche atrás en la calle, ella dijo:

– Gerry, tienes treinta y dos años. ¿No estás cansado de vivir así?

– No voy por el éxito en taquilla, Naomi.

– Si me preguntas, escapar a México está más cerca de venderte que quedarte e intentar trabajar dentro del sistema.

– Ya hemos hablado sobre ello, ¿verdad?

¿Era sólo su imaginación o Gerry parecía menos seguro de si mismo?

– Serías un maravilloso abogado -siguió-. Valiente e incorruptible. Como un caballero medieval que lucha por la justicia.

– Pensaré en ello, ¿vale? -dijo-. Pensaré en ello después de salir de México. Recuerda que prometiste dejarme cerca de Del Río antes del anochecer.

– ¿Dios, Gerry, no puedes pensar en nada más que en tí mismo?

Él la miró con la repugnancia.

– Se están preparando para explotar el mundo, y todo por lo que tú te preocupas es en vender perfumes.

Ella rechazó entrar en otra discursión a gritos con él, y siguieron en silencio el resto del camino a la casa. Cuando Naomi paró el Cadillac en frente de la casa, Gerry echó un vistazo nerviosamente sobre su hombro hacia la calle. Cuando no vio nada sospechoso, se relajó bastante para apoyar adelante y estudiar la casa.

– ¡Eh!, me gusta este lugar -señaló las liebres pintadas-. Por aquí si saben vivir.

Naomi recogió su bolso y el maletín. Cuando se preparaba para abrir la puerta del coche, Gerry la cogió del brazo.

– ¿Esto es importante para tí, no es cierto, hermana?

– Sé que no lo entiendes, Gerry, pero me gusta lo que hago.

Asintió despacio con la cabeza y se rió de ella.

– Buena suerte, nena.


* * *

El sonido de una puerta de coche cerrándose despertó a Francesca. Al principio no podía recordar donde estaba, y luego comprendió que, como un animal que entra en una cueva para morir solo, se había metido en el asiento trasero del Riviera y se había dormido.

Los recuerdos de la noche anterior volvieron sobre ella, trayendo una ola fresca de dolor. Se enderezó y gimió suavemente cuando los músculos en varias partes de su cuerpo protestaron su cambio de posición. El gato, quien se había enroscado en el suelo bajo ella, levantó su cabeza deforme y maulló.

Entonces vio el Cadillac.

Ella contuvo el aliento. Tanto como podía recordar, los coches grandes y caros siempre traían maravillosas cosas de los hombres en su vida, sitios de moda, brillantes fiestas. Se sumergió en una ola ilógica de esperanza. Tal vez uno de sus amigos la había encontrado y venía para llevarla a su antigua vida.

Se retiró el sucio pelo de la cara, sacudiendo la mano, se bajó del coche, y anduvo cautelosamente alrededor del frente de la casa. No podía afrontar a Dallie esta mañana, y sobre todo no podía afrontar a Holly Grace. Cuando se acercó a la puerta delantera, se dijo no despertar sus esperanzas, que el coche podría haber traído a un periodista para entrevistar a Dallie, o hasta un vendedor de seguros… pero cada partícula de su cuerpo se sentía tensa por la expectativa.

Oyó la voz de una mujer desconocida por la puerta abierta y dio un paso a un lado para escuchar sin ser observada.

– … hemos estado buscándola por todas partes -decía la mujer-. Y por fin he conseguido encontrarla. Me dijeron que preguntara por el Sr. Beaudine.

– Imagínese todo esto por un anuncio de revista -contestó la Señorita Sybil.

– Ah, no -protestó la voz-. Esto es mucho más importante. Blakemore, Stern & Rodenbaugh es una de las agencias publicitarias más importantes de Manhattan. Planeamos una campaña principal para lanzar un perfume nuevo, y necesitamos a una mujer extraordinariamente hermosa como nuestra Chica Descarada. Saldrá en televisión, carteleras. Hará apariciones públicas por todo el país. Planeamos hacerla una de las caras más familiares de América. Todo el mundo conocerá a la Chica Descarada.

Francesca sintió como si hubiera sido devuelta a la vida. ¡La Chica Descarada! ¡La estaban buscando! Una oleada de alegría corrió por sus venas como adrenalina cuando absorbió la asombrosa realidad que sería capaz de alejarse de Dallie con la cabeza bien alta.

Esta Hada Madrina de Manhattan estaba a punto de devolverle su amor propio.

– Lo siento pero no tenga ninguna idea donde está ella -dijo la señorita Sybil-. Siento tener que decepcionarte después de que has conducido hasta aquí, pero si me das tu tarjeta de visita, se la pasaré a Dallas. Él verá que hace con ella.

– ¡No! -Francesca agarró el pomo y abrió, con un miedo ilógico de que la mujer desapareciera antes de que pudiera verla. Cuando se precipitó dentro, vio a una mujer delgada, de cabellos morenos con un traje azul de negocios que estaba de pie al lado de la señorita Sybil.

¡No! -exclamó Francesca-. ¡Estoy aquí! Estoy bien…

– ¿Qué pasa? -una voz gutural habló arrastrando las palabras-. ¡Eh!, cómo estás, Señorita Sybil? No tuve la posibilidad de decirte hola anoche. ¿Puedes conseguirme un poco de café?

Francesca se congeló en la entrada cuando Holly Grace Beaudine bajó la escalera, las interminables piernas desnudas que se veían debajo de una de las camisas azul pálido de etiqueta de Dallie.

Ella bostezó, y los sentimientos altruistas de Francesca hacia ella la noche anterior desaparecieron. Incluso sin maquillaje y con el pelo revuelto por el sueño, estaba extraordinaria.

Francesca se aclaró la garganta y dio un paso en la sala de estar, haciendo a todos consciente de su presencia.

La mujer del traje gris de forma audible jadeó.

– ¡Dios mio! Aquellas fotografías no te hacían justicia.

Dio un paso adelante, riendo ampliamente.

– Déjame ser la primera en ofrecer mis felicidades a nuestra hermosa nueva Chica Descarada.

Y luego ofreció la mano a Holly Grace Beaudine.

Загрузка...