Skeet alcanzó a Dallie, y los dos hombres se pararon al borde de la piscina mirándola. Finalmente Skeet hizo una observación.
– Ella no sube verdaderamente rápido.
Dallie se metió un pulgar en el bolsillo de su vaqueros.
– No parece que sepa nadar. Debí figurarlo.
Skeet se giró hacia él.
– ¿Oiste la manera rara que tiene de decir bastardo? Como 'bah-tardd.' Yo no lo puedo decir de la manera como ella lo dice. Verdaderamete raro.
– Sí. Ese acento extravagante suyo seguro que logra enroscar a algún americano incauto.
El chapoteo en la piscina comenzó gradualmente a ir más despacio.
– ¿Vas a tirarte y salvarla antes de que acabe el siglo? -preguntó Skeet.
– Supongo que será lo mejor. A menos que quieras hacerlo tú.
– Demonios no, yo voy a acostarme.
Skeet se volvió para irse a su puerta, y Dallie se sentó al borde de una tumbona para quitarse las botas. Miró un momento a ver si ella seguía luchando, y cuando juzgó el tiempo suficiente, andó sobre la orilla y se zambulló.
Francesca se había dado cuenta de las pocas ganas que tenía de morir. A pesar del fiasco de la película, de su pobreza, de la pérdida de todas sus posesiones, era aún demasiado joven para morir.
Su vida entera desfiló ante ella. Pero cuando el peso atroz del agua presionó sobre ella, entendió lo que sucedía. Sus pulmones y sus extremidades no respondian ya a sus órdenes. Se moriría, cuando apenas había empezado a vivir.
¡De repente algo la agarró alrededor del pecho y empezó arrastrarla hacia arriba, acabando con su sufrimiento, no permitiéndola que se ahogara, llevándola a la superficie, salvándola!
Al emerger su cabeza, los pulmones cogieron aire. Inspiró, tosiendo y agarrándose al cuello de Dallie con los brazos temiendo que la soltara de nuevo, sollozando y llorando con la pura alegría de estár todavía viva.
Sin darse cuenta de como había sucedido, se encontró tumbada en la plataforma, sin los últimos trozos de su blusa que permanecía en el agua. Pero aún cuando ella sentía la superficie concreta sólida bajo ella, no permitía que Dallie se fuera.
Cuándo finalmente pudo hablar, su discurso salió en boqueadas estranguladas pequeñas.
– Yo nunca te perdonaré… Te odio…
Ella se adhirió a su cuerpo, se pegó a su pecho desnudo y puso sus brazos alrededor de los hombros, estaba tan apretada a él como no había estado a nadie en su vida.
– Yo te odio -se estranguló de nuevo-. No has dejado que me ahogara.
– ¿Pensaste que no salías de ésta, eh, Francie?
Pero ella estaba contestando más allá. Todo lo que ella podía hacer era agarrarse de nuevo a la vida. Lo siguió cuando volvieron a la habitación del motel, lo siguió mientras él hablaba con el director que los esperaba, lo siguió mientras buscaba su neceser entre los destrozos, sin soltarlo, y la llevó a otra habitación.
El se inclinó para echarla en la cama.
– Puedes dormir aquí…
– ¡No! -la sensación de pánico volvía.
El trató de abrir con una mano sus brazos del cuello.
– Aw, anda, Francie, son casi las dos de la mañana. Quiero dormir un poco antes que tenga que levantarme.
– ¡No, Dallie!
Ella lloraba ahora, mirando directamente con llanto esos ojos azules como los de Paul Newman.
– No te vayas. Sé que me dejarás si te permito ir. Me despertaré mañana y ya no estarás y yo no sabré que hacer.
– No me marcharé sin antes hablar contigo -dijo él finalmente, liberando sus brazos de su cuello.
– ¿Me lo prometes?
El le quitó las sandalias empapadas de Bottega Veneta, que habían permanecido milagrosamente en pie, y las echó al suelo, junto con la camiseta seca que había traído con él.
– Sí, te lo prometo.
Aunque él le había dado su palabra, sonó reacio, y ella hizo un sonido inarticulado pequeño de la protesta cuando él salió por la puerta.
¿No prometía ella todo tipo de cosas y luego se olvidaba inmediatamente de cumplirlas? ¿Cómo sabía ella que él no haría lo mismo?
– ¿Dallie?
Pero él ya se había ido.
En algún lugar ella encontró la energía suficiente para quitarse los vaqueros y la ropa interior mojada, dejándolos caer en un montón al lado de la cama antes de deslizarse bajo las sábanas.
Puso la cabeza mojada en la almohada, cerró los ojos, y un instante antes de dormirse pensó si no hubiera sido mejor que Dallie la hubiera dejado en el fondo de la piscina.
Su sueño era profundo y duro, pero se despertó apenas cuatro horas después cuando las primeras luces del alba entraban tras las pesadas cortinas.
Tirando de las sábanas, saltó inestablemente de la cama y fue desnuda hacia la ventana, cada músculo de su cuerpo le dolía. Sólo después de correr las cortinas y mirar fuera al dia que se avecinaba triste y lluvioso su estómago se estabilizó.
El Riviera estaba todavía allí.
El corazón empezó a latirle a un ritmo normal, y avanzó lentamente hacia el espejo, haciendo instintivamente lo que ella había hecho cada mañana de su vida que pudiera recordar, saludando su imagen para asegurarse de que el mundo no había cambiado durante la noche, que daba vueltas todavía en una pauta predestinada alrededor del sol y de su propia belleza.
Y dejó salir un grito estrangulado de desesperación.
Si hubiera dormido algo más, podría haber manejado el golpe mejor, pero en ese momento, apenas pudo comprender lo que vió.
Su hermoso pelo colgaba en esteras enredadas alrededor de su cara, un rasguño largo estropeaba la curva elegante del cuello, las magulladuras eran visibles en su carne, y su labio inferior… su labio inferior perfecto… estaba feamente hacía arriba.
Asustada y dolida, se apresuró a su neceser e hizo inventarío de sus posesiones restantes: una botella tamaño viaje de gel de baño de Rene Garraud, la pasta dentífrica (sin cepillo de dientes), tres lápices de labios, su sombra de ojos melocotón, y la inútil caja de píldoras anticonceptivas que la criada de Cissy se había empeñado en echar.
También había dos sombras más, una cartera de piel de lagarto y un atomizador de Femme. Esos, junto con la camiseta desteñida azul que Dallie habían tirado en el suelo la noche antes y el pequeño montón de ropas empapadas tiradas, eran sus posesiones… todo lo que le quedaba en el mundo.
La enormidad de sus pérdidas era demasiado devastadora para comprenderlo, así que se apresuró a la ducha donde hizo todo lo que pudo con una botella marrón del champú del motel. Entonces utilizó los pocos cosméticos que le quedaban para tratar de reconstruir a la persona que una vez fue. Después de ponerse sus incómodos vaqueros empapados y sus sandalias mojadas, se puso Femme bajo sus brazos y se puso la camiseta de Dallie.
Miró hacia abajo en la palabra escrita en blanco en el seno izquierdo y se preguntó que sería AGGIES. Otro misterio, otro nombre desconocido para hacerla sentirse como una intrusa en una tierra extraña. ¿Por qué nuncá se sintió así en Nueva York? Sin cerrar sus ojos, podría verse apresurándose por la Quinta Avenida, cenando en La Caravelle, andando por el vestíbulo del Pierre, y cuanto más pensaba en el mundo que había dejado atrás, más desconcertada se sentía con el mundo en el que había entrado.
Un golpe sonó, y se peinó rápidamente con los dedos, no atreviéndose a lanzarse otra mirada en el espejo.
Dallie se apoyó contra el marco de puerta, llevando una cazadora azul celeste bordada, y unos vaqueros gastados con un agujero deshilachado en una rodilla. Tenía el pelo húmedo y rizado arriba en las puntas. Era un color desteñido, pensó de forma despreciativa, no verdaderamente rubio. Y necesitaba un corte realmente bueno. Necesitaba también un guardarropa nuevo.
Los hombros le tiraban en las costuras de la cazadora; y sus vaqueros habrían deshonrado a un mendigo de Calcuta.
Era inútil. Por mucho que claramente ella viera sus desperfectos, por más que necesitara reducirlo a lo ordinario ante sus propios ojos, era todavía el hombre más imposiblemente magnífico que había visto jamás.
El puso una mano contra el marco de puerta y miró hacia abajo, a ella.
– Francie, desde ayer, he estado tratando de hacerte ver de muchas maneras que no estoy interesado en escuchar tu historia, y como no quiero seguir con este infierno de problema que tengo de no poder deshacerme de tí, cuentámela ahora -tras decir eso, entró en el cuarto, se sentó en una silla y puso las botas al borde de la mesa-. Me debes por los desperfectos doscientos machos cabríos.
– Doscientos…
– Hiciste un buen trabajo en esa habitación anoche, se recostó en la silla hasta que sólo las patas traseras estaban en el suelo-. Una televisión, dos lámparas, unos cuantos cráters en el Pladur, un cristal de un cuadro de cinco por cuatro. La suma total ascendía a quinientos sesenta dólares, y eso era porque prometí al director que jugaría dieciocho hoyos con él la próxima vez que viniera por aquí. Sólo parecía haber trescientos en tu cartera…y puse yo el resto para cubrirlo.
– ¿Mi cartera? -casi rompió las asas del neceser al abrirlo-. ¡Miraste en mi cartera! ¿Cómo pudiste hacer algo así? Esa es mi propiedad. Nunca debiste hacerlo…
Cuando sacó la cartera, las palmas de sus manos estaba tan húmedas como sus vaqueros. La abrió y miró dentro. Cuándo finalmente pudo hablar, su voz era apenas un murmullo.
– Está vacía. Has cogido todo mi dinero.
– Cuentas que hay que pagar demasiado rápido a menos que quieras vértelas en un calabozo de un cuartel local.
Ella se dobló sobre si misma sentada en el borde de la cama, su sentido de la pérdida la agobiaba tanto que su cuerpo parecía entumecerse.
Había tocado fondo. Justo en este instante. Había perdido todo…cosméticos, las ropas, lo último de su dinero. No le quedaba nada. El desastre que había estado fraguándose desde la muerte de Chloe finalmente lo tenía frente a frente.
Dallie cogió un bolígrafo del motel que estaba encima de la mesa.
– Francie, yo no quería fisgar, pero pude advertir que no tenías tarjetas de crédito metidas en esa cartera tuya…ni ningún billete de avión. Ahora, quiero oír que me dices rápidamente que tienes ese billete de vuelta a Londres guardado en algún lugar dentro de Sr.Vee-tawn, y que Sr. Vee-tawn está guardado en una de esas veinte taquillas de cinco centavos en el aeropuerto.
Ella se abrazó el pecho y miró fijamente la pared.
– No se que voy a hacer -dijo con tono desanimado.
– Eres una persona adulta, y más te vale que pienses algo rápido.
– Necesito ayuda -giró hacía él, implorando para hacerle entender-. No puedo manejar esto por mi misma.
Las patas delanteras de su silla golpearon al suelo.
– ¡Ah, no, me parece que no! Este es tu problema, lady, y no trates de convencerme -su voz sonó dura y áspera, no como el Dallie que se reía cuando la recogió a un lado de la carretera, o del caballero de brillante armadura que la rescató de cierta muerte en el Blue Choctaw.
– Si no quieres ayudarme -gritó ella -no deberías haberte ofrecido a llevarme. Me podías haber dejado tirada, como todos los demás.
– Quizá mejor deberias empezar a pensar por que todos te dan de lado.
– ¿La culpa no es mía, no lo ves? Son las circunstancias -comenzó a contarle su vida, empezando con la muerte de Chloe, hablando a borbotones para decirte todo antes que decidiera marcharse.
Le contó cómo había vendido todo para pagar su billete, sólo para darse cuenta que incluso si ella tuviera un billete, no podría volver posiblemente a Londres sin dinero, sin ropas, con las noticias de su humillación en esa terrible película de boca en boca y siendo el hazmerreir de todos.
Le dijo que tenía que permanecer en Estados Unidos, donde nadie la conocía, hasta que Nicky volviera de su sórdida aventura con la matemática rubia y tuviera una oportunidad para hablar con él.
– Y por eso fuí a buscarte al Blue Choctaw. ¿Acaso no lo ves? No puedo volver a Londres hasta que sepa que Nicky estará en el aeropuerto esperándome.
– ¿No me dijiste que era tu novio?
– Y lo es.
– ¿Entonces por qué tiene él una aventura con una matemática rubia?
– Estámos enfadados.
– Jesús, Francie…
Ella se apresuró a arrodillarse al lado de su silla y miró hacia arriba con el corazón en sus ojos.
– La culpa no es mía, Dallie. De verdad. La última vez que lo vi, tuvimos una espantosa riña simplemente porque rechacé su propuesta de matrimonio -una gran alarma vino sobre la cara de Dallie y ella se dio cuenta de que había interpretado mal lo que ella había dicho-. ¡ No, no es lo que piensas! ¡El se casará conmigo! Nosotros nos hemos peleado centenares de veces y siempre me lo propone otra vez. Es apenas un asunto de hablar con él por teléfono y decirle que lo perdono.
Dallie sacudió la cabeza.
– Pobre hijo de puta.
Ella trató de fulminarle con la mirada, pero sus ojos estaban demasiado confusos, así que se puso de pie y le dió la espalda, luchando por controlarse.
– Lo que necesito, Dallie, es alguna forma de aguantar aquí unas pocas semanas hasta que pueda hablar con Nicky. Pensaba que podrías ayudarme, pero anoche no me escuchaste y me hiciste enfadarme, y ahora me has quitado el dinero.
Ella se volvió hacía él, su voz apenas un sollozo.
– ¿No lo ves, Dallie? Si hubieras sido apenas razonable, nada de esto habría sucedido.
– Maldita sea -las botas de Dallie golpearon el suelo-. ¿Estás tratando de decirme que la culpa es mía, no? Jesús, odio a las personas como tú. De cualquier cosa que les sucede, intentan hacer parecer que la culpa es de los demás.
Ella saltó.
– ¡No tengo que escuchar esto! Todo lo que quería era un poco de ayuda.
– Y llevarte un pellizco de dinero en metálico.
– Puedo devolverte cada centavo en unas pocas semanas.
– Si Nicky te acoje de nuevo -él extendió las piernas otra vez, cruzando los tobillos-. Francie, no pareces darte cuenta de que soy un extranjero con ninguna obligación hacía tí. Ya tengo suficiente trabajo cuidando de mi mismo, y estoy seguro que sería un infierno tenerte cerca, aún unas pocas semanas. Para decirte la verdad, ni siquiera me gustas.
Ella lo miró, la perplejidad pintada en su cara.
– ¿No te gusto?
– Realmente no, Francie -su cólera había disminuído, y habló calmamente y con tal obvía convicción que ella supo que decía la verdad-. Eres guapa, cielo, harías un auténtico embotellamiento de tráfico con ese cuerpo tuyo, e incluso aunque ese pequeño cuerpo no fuera tan deseable, besas de primera. No puedo negar que tuve unos cuantos pensamientos rebeldes acerca de lo que tú y yo pudiéramos haber sido capaces de hacer entre las sábanas, y si tuvieras una personalidad diferente puedo verme perdiendo la cabeza por tí en unas pocas semanas. Pero la cosa es, que no tienes una personalidad diferente, y la manera que tienes de ser es un conjunto de todas las cualidades malas en una mujer que jamás me haya encontrado, con ninguna cosa buena que añadirle.
Ella se sentó en el borde de la cama, le dolían sus palabras.
– Ya veo -dijo casi sin voz.
El se paró y sacó su cartera.
– No tengo mucho dinero a mano en este momento. Cubriré el resto de la cuenta del motel con la tarjeta y te dejaré los cincuenta dólares que te quedan para ir tirando unos dias. Si te apetece algún día devolverme lo que te he prestado, me lo envias a un apartado de correos a mi nombre en Wynette, Texas. Si no me lo devuelves, sabré que las cosas no llegaron a nada entre tú y Nicky, y seguro que pronto aparecerán pastos más verdes.
Con ese discurso, dejó la llave del motel en la mesa y salió por la puerta.
Estaba finalmente sola. Ella miró fijamente hacia abajo a una mancha oscura que se parecía a un mapa de Capri en la alfombra del motel.
Ahora. Ahora ella tocaba realmente fondo.
Skeet se inclinó fuera de la ventanilla del pasajero cuando Dallie se acercó al Riviera.
– Me dejas que conduzca? -preguntó-. Puedes tumbarte atrás y probar intentar dormir un poco.
Dallie abrió la puerta de conductor.
– Tú conduces condenadamente lento, y no me apetece dormir.
– Te conviene -Skeet se sentó y le entregó a Dallie una taza de café en un vaso de poliestireno con la tapa encajada a presión todavía. Después le dio un trozo de papel rosa-. El número de teléfono de la cajera.
Dallie arrugó el papel y lo tiró en el cenicero, donde se unió a otros dos.
– ¿Alguna vez has oído hablar de Pygmalion, Skeet?
– ¿Es el tipo que jugó de estremo para Wynette High?
Dallie utilizó los incisivos para quitar la tapa de su taza de café mientras giraba la llave de contacto.
– No, ese era Pygella, Jimmy Pygella. Lo vi hace unos años en Corpus Christi, había abierto una tienda de silenciadores Midas. Pygmalion una obra creada por George Bernard Shaw acerca de una florista cockney (londinense) que se convierte en una gran dama.
– No suena demasiado interesante, Dallie. ¡La obra que me gustó fue Ah! Calcuta! que vimos en S. Louis. Esa si que era verdaderamente buena.
– Sé que te gustó esa obra, Skeet. A mi me gustó, también, pero a diferencia de la otra no es considerada generalmente como gran literatura. No tiene mucho que decir acerca de la condición humana, si me entiendes. Pygmalion, por otro lado, dice que las personas pueden cambiar… Que ellas pueden mejorar con una pequeña dirección -dió marcha atrás y salió del aparcamiento-. Dice también que la persona que dirige ese cambio no obtiene nada, pero lleva una gran carga de la pena.
Francesca, con ojos llorosos y golpeados, se paró en la puerta abierta de la habitación del motel sujetando el neceser contra su pecho como un oso de peluche y miró como se iba el Riviera de su lugar de estacionamiento.
Dallie realmente lo haría. Se marcharía y la dejaría sola, aunque hubiera admitido que pensó en acostarse con ella. Hasta ahora, eso siempre habría sido suficiente para apartarse, pero de repente no lo era. ¿Cómo podía ser posible? ¿Qué le sucedía a su mundo?
La perplejidad subrayó su temor. Se sentía como un niño que hubiera aprendido cuales eran los colores, averiguando que el rojo no era amarillo, y el azul no era realmente verde… sólo que ahora que sabía lo que estaba equivocado, no podía imaginarse lo que hacer acerca de ello.
El Riviera zigzageó alrededor a la salida, esperó una señal de stop, y entonces empezó a salir a la carretera mojada. Las puntas de sus dedos se habían ido entumeciendo, y sentía las piernas débiles, como si todos sus músculos hubieran perdido su fuerza. La llovizna mojó su camiseta, un mechón de pelo cayó hacia adelante sobre su mejilla.
– ¡Dallie! -empezó a correr tan rápidamente como podía.
– Lo que importa es -dijo Dallie, mirando arriba al espejo retrovisor -ella no piensa en nadie, más que en si misma.
– Es la mujer más egocéntrica que encontré jamás en mi vida -concordó Skeet.
– Y no sabe cómo hacer una maldita cosa menos quizá pintarse y arreglarse.
– Incluso no sabe ni nadar.
– No tiene ni un gramo de sentido común.
– Ni un gramo.
Dallie pronunció un juramento especialmente ofensivo y apretó los frenos.
Francesca alcanzó el coche, jadeando, el aliento en pequeños sollozos.
– ¡No te vayas! ¡No me dejes sóla!
La fuerza de la cólera de Dallie la cogió deprevenida. Salió de un salto del coche, le quitó el neceser de las manos, y la apoyó contra el lado del coche de modo que el picaporte se le clavaba en la cadera.
– Ahora me vas a escuchar, y escúchalo de una vez! -gritó-. ¡Te llevaré bajo presión, pero dejas de lloriquear en este preciso momento!
Ella sollozó, parpadeando contra la llovizna.
– Pero estoy…
– ¡Dije que pares! Yo no quiero hacer esto, me produce malas sensaciones, y antes que me arrepienta, harías mejor en hacer lo que digo. Y harás todo lo que diga. No me harás preguntas. No me harás comentarios. Y si me vuelves a demostrar un sólo minuto de esa personalidad extravagante tuya, verás tu flaco culo en la cuneta.
– Vale -gimió, dejando que le pisoteara el orgullo, y con la voz estrangulada por la humillación-. ¡Bien!
El la miró con un desprecio que no hizo esfuerzo de disfrazar, dando un tirón a la puerta trasera. Ella giró para entrar dentro, y agarró la puerta para cerrarla, sin percatarse de la mano de Dallie.
– Ten cuidado -dijo-. Esta mano será quién nos de de comer.
Cada kilómetro del camino a Lake Charles parecían cien. Ella giró su cara a la ventana y trató de fingir que era invisible, pero cuando otros ocupantes de otros coches miraban continuamente a ella dentro del Riviera se apresuró a apartarse, no podía suprimir el ilógico sentimiento que todos sabían lo que le había sucedido, que podrían ver realmente cómo había sido reducida a implorar ayuda, ver que había sido golpeada por primera vez en su vida.
Yo no pensaré acerca de ello, ella se dijo cuando pasaban por campos inundados de arroz y ciénagas cubiertas con algas verdes. Pensaré acerca de ello mañana, o la semana próxima, pero no ahora cuando de nuevo me provocará el llanto y él quizás pare el coche y me ponga en la carretera.
Pero ella no podía obviar el pensamiento acerca de todo lo que había pasado, y se mordió un lugar por dentro de su labio inferior ya dolorido para hacer el sonido más pequeño.
Ella vio una señal que indicaba Lake Charles, y cruzaron un gran puente curvo. En el asiento anterior, Skeet y Dallie hablaban entre ellos y no la estaba prestando la más mínima atención.
– A la derecha esta el motel -Skeet finalmente observó a Dallie-. ¿Recuerdas cuándo Holly Grace apareció aquí el año pasado con ese comerciante de Chevys de Tulsa?
Dallie gruñó algo que Francesca no pudo entender mientras paraba el coche en el parking, que no era muy diferente al que acababan de dejar hacía menos de cuatro horas.
El estómago de Francesca gruñó, y se dio cuenta de que no había tenido nada de comer desde que la tarde anterior cuando se comió una hamburguesa después de empeñar su maleta.
Nada de comer… Y ningún dinero para comprar comida. Y entonces se preguntó quién sería Holly Grace, pero estaba demasiado desmoralizada para sentir más que una curiosidad pasajera.
– Francie, tenía la tarjeta de crédito tiritando antes de encontrarte, y esa pequeña locura tuya anoche ha terminado el trabajo. Tendrás que compartir habitación con Skeet.
– ¡Eh!
– ¡No!
Dallie suspiró apagando el contacto.
– Bueno, Skeet. Tú y yo compartiremos un cuarto hasta que nos deshagamos de Francie.
– De eso nada -Skeet abrió la puerta del Riviera-. Yo no he compartido un cuarto contigo desde que entraste en profesionales, y no tengo ganas de hacerlo ahora. No te acuestas la mitad de la noche y haces suficiente ruido para despertar por la mañana a un muerto. -Salió del coche y se dirigió hacia la oficina, volviendo a decirle sobre el hombro -ya que eres tan entendido y estabas ansioso por traer a la Señorita Fran-chess-ka, puedes maldecir el sueño de ella tú mismo.
Dallie juró el tiempo entero mientras descargaba su maleta y la llevaba adentro. Francesca se sentó al borde de una de las dos camas matrimoniales del cuarto, su espalda recta, las rodillas apretaron juntas, parecía una niña probando su mejor conducta en una fiesta de adultos.
Del compartimento próximo oyó el sonido de un locutor de televisión que informaba de una protesta anti-nuclear de un grupo en una fábrica de misiles; entonces alguien cambió el canal a un partido de béisbol y la música de "La Bandera de Barras y Estrellas" bramaba fuera. Una gran amargura llegó a ella cuando la música le devolvió la imagen del pin redondo que ella había visto en la camisa del conductor del taxi: AMERICA, LA TIERRA DE LA OPORTUNIDAD.
¿Qué clase de oportunidad? ¿La oportunidad de pagar por comida y cama con su cuerpo en algúna habitación sórdida de un motel? ¿Nada era enteramente gratis, no? Y su cuerpo era todo lo que le quedaba. ¿Viniendo a este cuarto con Dallie, no había prometido ella darle implícitamente algo a cambio?
– ¡No pienses ni por un momento en eso! -Dallie tiró su maleta en la cama-. Me crees, Señorita Pantalones de Lujo, no tengo ningún interés en tu cuerpo. Permanece en tu lado del cuarto, tan fuera de mi vista como sea posible, y apenas tendremos problemas. Pero primero quiero que me des los cincuenta machos cabríos.
Ella tuvo que salvar algún bocado de su dignidad cuando le entregó su dinero, así que ella tiró la cabeza, moviendo los hombros y balanceando el pelo como si no un sólo problema en el mundo.
– He entendido que es un tipo de golfista -observó ella, tratando de mostrarle que su malhumor no la afectaba-. ¿Es una vocación o una distracción?
– Más como una vicio, supongo -él asió un par de pantalones sueltos de su maleta y alcanzó la cremallera en su vaqueros.
Ella se movió, dándole rápidamente la espalda.
– Yo… pienso que estiraré las piernas un poco, daré una vuelta alrededor del parking.
– Hazlo.
Ella rodeó el parking dos veces, leyendo abundantes pegatinas, estudiando titulares periodísticos por las puertas vidrieras de los abastecedores, mirando ciegamente la fotografía de primera plana de un hombre de pelo rizado que chilla en algún lugar. Dallie no parecía esperar que se acostarse con él.
Qué alivio. Ella miró fijamente la señal de open del neón, y tras mirarla largamente, se preguntó por qué él no la deseaba. ¿Qué estaba equivocado? Se machacó con la pregunta como una picazón. ¿Podría haber perdido sus vestidos, su dinero, todas sus posesiones, pero ella tenía todavía su belleza, no era verdad? Ella tenía todavía su atracción. ¿O había perdido de algún modo ella eso, también, junto con todo lo demás?
Ridículo. Estaba agotada, eso era todo, y no podía pensar correctamente. Tan pronto como Dallie saliera para el campo de golf, ella se acostaría y dormiría hasta que se sintiera ella misma otra vez.
Unas pocas chispas del resto del optimismo parpadearon dentro de ella. Ella meramente estaba cansada. Un sueño decente y todo sería mejor.