Francesca sonrió directamente a la cámara de "Francesca Today" cuando la música fue apagándose y el programa comenzó.
– ¡Hola a todos! Espero que tengan sus televisiones cerca y que hayan terminado sus asuntos urgentes en el cuarto de baño, porque les garantizo que no van a querer moverse de sus asientos una vez que les presente a nuestros cuatro jóvenes invitados de esta tarde.
Inclinó la cabeza hacia la luz roja que venía sobre al lado de la cámara dos.
– Esta noche completamos con el último capitulo la serie dedicada a la nobleza británica. Como todos saben, hemos tenido nuestros puntos altos y nuestros puntos bajos desde que hemos venido a Gran Bretaña, hasta no intentaré fingir que nuestro último programa fue la bomba, pero vamos a compensarlo con creces esta noche.
De reojo, vio que su productor, Nathan Hurd, se ponía las manos en las caderas, un signo seguro que estaba disgustado.
Él odiaba cuando ella reconocía en directo que uno de sus programas no había salido perfecto, pero su famoso invitado real del último programa había sido tan soso que hasta sus preguntas más impertinentes no habían logrado animarlo.
Lamentablemente, el programa a diferencia del que iban a grabar ahora, se había difundido en directo y no habían podido cortar o volver a grabar.
– Conmigo esta tarde hay cuatro atractivos jóvenes, todos ellos hijos de famosos aristócratas del reino británico. ¿Alguna vez se han preguntado qué se sentiría al crecer sabiendo que su vida ya ha sido planeada de antemano? ¿Los jóvenes ingleses de sangre azul tienen deseos de rebelarse alguna vez? Vamos a preguntarles.
Francesca presentó a sus cuatro invitados, que fueron sentándose comodamente en la elegante sala de estar construida a semejanza de la del estudio de Nueva York donde se realizaba "Francesca Today" normalmente.
Entonces centró su atención hacía la única hija de un renombrado Duque de Gran Bretaña.
– ¿Lady Jane, has pensado alguna vez en mandar al diablo la tradicción familiar y fugarte con el chofer?
Lady Jane se rió, ruborizándose, y Francesca supo que iba a ser un programa divertido.
Dos horas más tarde, con la grabación terminada y las respuestas de sus jóvenes invitados frescas en su mente, Francesca salió de un taxi y entró en el Connaught.
La mayor parte de los americanos consideraban al Claridge como el mejor hotel de Londres, pero Francesca prefería el pequeño Connaught, que sólo tenía noventa habitaciones, el mejor servicio del mundo, y una mínima posibilidad de chocar con una estrella de rock en el pasillo.
Su pequeño cuerpo envuelto desde la barbilla a los tobillos en una elegante marta cibelina negra rusa, que estaba hecha para resaltar sus pendientes de diamantes en forma de pera que brillaban entre sus cabellos castaños.
El vestíbulo, con sus alfombras orientales y paredes oscuras artesonadas, estaba caliente y acogedor después de la humedad y el frio de diciembre en las calles de Mayfair. Una magnífica escalera cubierta por una alfombra con bordes de latón subía seis pisos, sus barandillas de brillante caoba pulida. Aunque estaba agotada por una semana agitada, dedicó una sonrisa al portero.
La cabeza de cada hombre en el vestíbulo se giró a mirarla cuando se dirigía al pequeño ascensor cerca de recepción, pero no lo advirtió.
Bajo la elegancia de la cibelina y los caros y deslumbrantes pendientes, la ropa de Francesca era francamente funky. Se había cambiado su ropa más conservadora para trabajar ante la camara por la que había llevado por la mañana, unos pantalones cortos de cuero negro ajustados y un sueter color frambuesa con un osito de peluche gris en el centro.
Calcetines a juego color frambuesa, muy bien doblados por encima de la rodilla, junto con unos zapatos de Susan Bennis planos. Era un atuendo que gustaba a Teddy especialmente, ya que los osos y las pandillas de moteros estaban entre sus cosas favoritas. Con frecuencía lo llevaba a la famosa juguetería F.A.O. Schwarz para comprar juegos de química, a visitar el Templo de Dendur en el Metropolitan, o a comprar un pretzel en un puesto ambulante de Times Square, que Teddy insistía eran los mejores de Manhattan.
A pesar de su agotamiento, pensar en Teddy hizo a Francesca sonreir. Lo hechaba tanto de menos. Era tan horrible estar tanto tiempo separada de su hijo, que estaba pensando seriamente reducir su programa cuando terminara su contrato y tuviera que renovarlo en primavera.
¿Qué había de bueno en tener un hijo si no podías pasar tiempo con él? El velo de la depresión que había estado colgando sobre ella durante meses, bajaba un poco más. Había estado tan irritable ultimamente, señal que trabajaba demasiado. Pero odiaba ir más despacio cuanto todo marchaba tan bien.
Saliendo del ascensor, echó un vistazo rápido al reloj haciendo un cálculo rápido de la hora. Ayer Holly Grace había llevado a Teddy a casa de Naomi, y hoy ellos, como se suponía, iban al Museo del Mar de South Street. Tal vez podía cogerlo antes de que se marcharan.
Frunció el ceño cuando recordó que Holly Grace le había contado que Dallas Beaudine iría a Nueva York. Después de todos estos años, la idea de Teddy y Dallie en la misma ciudad todavía la ponía nerviosa. No era que temiera que le reconociera como su hijo; Dios sabía que no había nada en Teddy que recordara a Dallie. Era simplemente que tenía aversión en pensar que Dallie tuviera algo que ver con su hijo.
Metió la marta en una percha forrada de raso y la colgó en el armario. Entonces hizo esa llamada a Nueva York. Para su placer, Teddy contestó a la llamada.
– Residencia Day. Theodore al habla.
Sólo el sonido de su voz hicieron nublarse los ojos de Francesca.
– ¡Hola!, mi niño.
– ¡Mamá! ¿Sabes qué, mamá? Fui a casa de Naomi ayer y Gerry se exhaltó, y él y Holly Grace se pelearon. Hoy ella me lleva al Museo del Mar en South Street, y luego vamos a su apartamento y pedimos en el chino. Y sabes que mi amigo Jason…
Francesca rió cuando escuchó al traqueteo de Teddy. Cuando él finalmente hizo una pausa para tomar aliento, ella dijo:
– Te hecho de menos, cariño. Recuerda, estaré en casa en unos días, y luego pasaremos dos semanas enteras de vacaciones juntos en México. Vamos a pasarlo muy bien -debían ser sus primeras verdaderas vacaciones desde que había firmado su contrato con la red, y los dos llevaban deseándolo desde hacía meses.
– ¿Nadarás en el océano esta vez?
– Vadearé.
Él dio un resoplido masculino desdeñoso.
– Al menos métete hasta la cintura.
– Me meteré hasta las rodillas, pero nada más.
– Realmente eres una gallina, mamá -dijo solemnemente-. Mucho más gallina que yo.
– En eso tienes toda la razón.
– ¿Estás estudiando para tu examen de ciudadanía? -dijo él-. La última vez que te hice unas preguntas de prueba, no te sabías casi ningún artículo de las leyes…
– Estudiaré en el avión -prometió ella.
El solicitar la ciudadanía americana era algo que había pospuesto ya demasiado tiempo. Siempre estaba demasiado ocupada, demasiado planificado todo, hasta que un día comprendió que había vivido en el país durante diez años y nunca había podido votar. Se había avergonzado de si misma y, con Teddy ayudándola, había comenzado a estudiar para la nacionalización esa misma semana.
– Te quiero muchísimo, cariño mío.
– Yo, también a tí.
– ¿Serás cariñoso con Holly Grace esta noche? No espero que lo entiendas, pero ver a Gerry la trastorna.
– No sé por qué. Gerry es genial.
Francesca era demasiado sabia para intentar explicar las sutilezas de las relaciones hombre-mujer a un niño de nueve años, sobre todo cuando éste pensaba que todas las niñas eran idiotas.
– Sólo muéstrale más cariño esta noche, mi amor.
Cuando terminó su llamada telefónica, se desnudó y comenzó a prepararse para salir con el Príncipe Stefan Marko Brancuzi. Envuelta en una bata de seda, anduvo en el cuarto de baño embaldosado donde se metió en la amplia bañera cogiendo su jabón y champú americanos favoritos.
El Connaught conocía las preferencias de sus mejores clientes, cómo que periódicos preferían leer, como querían su café por la mañana, y, en el caso de Francesca, guardarle chapas de botellas para Teddy. Montones de chapas de insólitas marcas de cervezas europeas la esperaban en un paquete muy bien atado cuando se marchaba del hotel. Ella no tenía corazón para decirles que la idea de Teddy sobre las chapas se basaba más en la cantidad que en la calidad, en una guerra Pepsi-Coca Cola…que iban ganando las primeras por 394.
Se sentía relajada con el baño caliente y cuando su piel se adaptó a la temperatura, se recostó y cerró los ojos. Dios, estaba cansada. Necesitaba urgentemente unas vacaciones. Una pequeña voz fastidiada en su interior, le preguntaba cuánto tiempo más iba a continuar dejando a su niño para volar por todo el mundo, asistiendo a infinitas reuniones de producción, releyendo montones de notas antes de dormirse.
Últimamente Holly Grace y Naomi habían visto a Teddy mucho más que ella.
El pensar en Holly Grace empujó a su mente en un círculo lento atrás hacía Dallas Beaudine.
Su encuentro con él había ocurrido hacía tanto tiempo que parecía más un accidente de biología que él hubiera engendrado a Teddy. Él no era quién lo había dado a luz, o había ido sin medias en aquellos primeros años para poder pagar los zapatos correctores de bebé, o había perdido el sueño preocupándose por criar a un niño con un I.Q. infantil cuarenta puntos más alto que el suyo propio.
Francesca, no Dallie Beaudine, era responsable de la persona en la que Teddy se estaba convirtiendo. No importa cuanto insitió Holly Grace, Francesca decidió dejarlo atrás en el rincón más pequeño de su vida.
– ¡Ah!, vamos, Francie, han pasado diez años -se había quejado Holly Grace la última vez que habían hablado de ello.
Estaban almorzando en una recién inaugurada Aurora al este de la Cuarenta y Nueve, sentadas sobre un banco de cuero a un lado de la barra de herradura de granito.
– En unas semanas Dallie va a estar en la ciudad para hablar con Network acerca de hacer unos comentarios para sus torneos de golf esta primavera. ¿No puedes relajar las reglas y dejar que coja a Teddy y nos encontremos con él? Teddy ha oído historias sobre Dallie durante años, y Dallie siente curiosidad por Teddy después de oírme hablar de él tanto.
– ¡Absolutamente no! -Francesca tomó un bocado de pato confitado ligeramente cubierto con mantequilla de avellana de su ensalada y dijo la excusa que siempre decía cuando surgía, lo único que Holly Grace parecía aceptar-. Aquel tiempo con Dallie fue el período más humillante de toda mi vida, y me niego a pensar tan siquiera en ello. No tendré ningún contacto con él ninguna otra vez… y esto significa mantener también a Teddy a distancia. Sabes lo que opino de ello, Holly Grace, y me prometiste no volver a presionarme otra vez.
Holly Grace estaba claramente exasperada.
– Francie, ese muchacho va a crecer con carencías si no le permites tener alguna influencía masculina.
– Tú eres todo el padre que mi hijo necesita -contestó Francesca secamente, sintiendo tanta exasperación como profundo afecto por la mujer que la había apoyado tanto.
Holly Grace decidió tomarse la observación de Francesca en serio.
– Seguro, aunque no he sido capaz de hacer un éxito de su carrera deportiva -miró fijamente con tristeza hacia los globos de cristal que colgaban sobre la barra-. Honestamente, Francie, él es más patoso aún que tú.
Francesca sabía que siempre estaba a la defensiva sobre la carencia de un padre para Teddy, pero no podía hacer nada.
– ¿Lo intenté, verdad? Me hiciste lanzarle pelotas cuando él tenía cuatro años.
– Y no fue un gran momento en la historia del béisbol -contestó Holly Grace con sarcasmo-. Lanzamiento de Helena Keller y poca pegada de Stevie Wonder. Ninguno de los dos estába demasiado coordinado…
– Pues tú no lo hiciste mejor. Se cayó de aquel horrible caballo cuando lo llevaste a equitación, y se rompió un dedo la primera vez que le lanzaste un balón de fútbol.
– Ese es uno de los motivos por los que quiero que se encuentre con Dallie. Ahora que Teddy es un poco más mayor, tal vez Dallie pueda tener algunas ideas sobre que hacer con él -Holly Grace extrajo unas hojitas de berro de debajo de un pedazo de pescado ahumado y lo masticó-. Debe ser por la sangre extranjera del padre de Teddy. Maldita sea, si Dallie realmente hubiera sido su padre, no tendríamos este problema. La coordinación atlética está programada en todos los genes Beaudine.
"Si tú supieras", pensó Francesca con una risa sardónica, mientras se enjabonaba sus brazos y luego sobre sus piernas. A veces se preguntaba qué maravilloso y caprichoso cromosoma había producido a su hijo. Ella sabía que Holly Grace estaba decepcionada de que Teddy no fuera más guapo, pero Francesca siempre consideraba la cara dulce, acogedora de Teddy como un regalo.
No pensaría en basarse en su cara para pasar por la vida. Él usaría su cerebro, su coraje, y su corazón dulce, sentimental.
El agua de la bañera se estaba enfriando, y comprendió que tenía apenas veinte minutos antes de que el conductor llegara para llevarla al yate de Stefan para la cena. Aunque estaba cansada, tenía ganas de pasar la noche con Stefan. Después de varios meses de llamadas telefónicas de fondo con sólo unos cuantas y precipitadas citas, sentía que el momento definitivo había llegado para profundizar su relación.
Lamentablemente, trabajando días de catorce horas desde que había llegado a Londres no la había dejado ningún rato libre para el retozo sexual. Pero con la serie de programas ya terminados, todos habían decidido hacer el dia siguiente una ruta turística por varios monumentos londinenses.
Ella se había prometido que antes de volar definitivamente a Nueva York, iba a pasar con Stefan al menos dos noches.
A pesar de la premura de tiempo, recogió el jabón y distraídamente lo frotó sobre sus pechos. Zumbaron, recordándola alegres que debería terminar su año de celibato auto-impuesto. No es que ella hubiera planeado ser célibe tanto tiempo, era sólo que parecía psicológicamente incapaz de acostarse con nadie.
Holly Grace podría disfrutar de las citas de una sóla noche, pero independientemente de cuanto lo necesitara el cuerpo sano de Francesca, encontraba el sexo sin el accesorio emocional un negocio árido, torpe.
Hacía dos años, casi se había casado con un joven y carismático diputado de California. Era guapo, exitoso, y maravilloso en la cama. Pero se volvía loco siempre que ella llevaba a una de sus fugitivas y casi nunca se reía de sus bromas, así que finalmente había dejado de verlo.
El Príncipe Stefan Marko Brancuzi era el primer hombre que había encontrado desde entonces con el que se sentía a gusto, como para pensar en acostarse con él.
Se habían conocido hacía varios meses cuando ella lo había entrevistado para su programa. Había encontrado a Stefan tan encantador como inteligente, y pronto le había demostrado que podía ser un buen amigo. Pero realmente sentía por el cariño, se preguntaba, o sólo intentaba encontrar una salida al descontento que había estado sintiendo en su vida?
Sacudiéndose su melancólico humor, se secó con una toalla y se puso la bata. Anudando el cinturon, se movió al espejo, donde se aplicó maquillaje de manera eficiente, no perdiendo tiempo para el escrutinio o la admiración.
Ella se cuidaba, pues su cuerpo era su negocio, pero cuando la gente deliraba sobre sus hermosos ojos verdes, sus pómulos delicados y el brillo de su pelo castaño, Francesca se alejaba de ellos.
La experiencia dolorosa la había enseñado que haber nacido con una cara como la suya era más una maldición que una bendición. La fuerza de carácter venía del trabajo duro, no de la longitud de las pestañas.
La ropa, sin embargo, era otro asunto.
Inspeccionó el guardarropa que había traído con ella, rechazó un Kamali plateado y un Donna Karan delicioso, decidiéndose por un vestido de seda negra sin tirantes diseñado por Gianni Versace. El vestido dejaba al descubierto los hombros, ceñía la cintura, y caía en niveles suaves y desiguales a medio muslo.
Vistiéndose rápidamente, recogió su bolso y alcanzó su marta. Cuando los dedos acariciaron el cuello suave de piel, vaciló, deseando que Stefan no le hubiera regalado el abrigo. Pero él parecía tan trastornado cuando ella trató de negarse que finalmente se rindió. Todavía, tenía aversión a la idea de todo esos pequeños animales peludos que morían para que ella pudiera vestirse a la moda. También, la fastuosidad del obsequio ofendía sutilmente su sentido de la independencia.
Apretando tercamente la mandíbula, pasó por alto la piel y cogió un llameante chal color fucsia. Entonces, por primera vez esa tarde, realmente se miró en el espejo. El vestido de Versace, pendientes periformes de diamante, medias negras rociadas de una niebla de cuentas diminutas doradas, zapatos italianos de tacón de aguja… todos los lujos que se podía permitir. Con una sonrisa se puso el chal sobre los hombros desnudos y comenzó a andar hacía el ascensor.
Dios bendiga a América.