Capítulo 20

Cate se quedó desconcertada.

– ¿Qu… Qué? -tartamudeó, totalmente desorientada por la rapidez con que se vio tendida de espaldas debajo de una manta y mirando una cortina atrapada entre dos cajas. Experimentó un breve momento de orgullo al comprobar lo cómoda que era la cama y la poca luz que entraba en la tienda improvisada. Incluso el rumor de las conversaciones de las más de veinte personas que estaban en el sótano con ellos parecía muy lejano.

– Duerme conmigo -repitió él, con una voz suave, mientras se estiraba en el limitado espacio que tenían y apoyaba la cabeza en la almohada a su lado. Hablaba muy bajo, con la voz destinada sólo para ella. Sus miradas se cruzaron y, maravillada ante sus cristalinas profundidades, Cate perdió toda capacidad de pensar, y casi de respirar. Le parecía que podía verle el alma y la sensación de conexión era más poderosa que si hubieran estado haciendo el amor. Casi sin darse cuenta, alargó la mano y le acarició los labios y notó la superficie húmeda debajo de las yemas de los dedos. Él le cogió la mano, con los dedos fríos y fuertes aunque infinitamente dulces, y se la giró para acariciarle los nudillos con la boca y darle el beso más dulce y delicado que jamás había recibido.

La intimidad de estar allí tendida con él era sorprendente; lo sentía a lo largo de todo su cuerpo como no había sentido a nadie desde la muerte de Derek. Los largos años de soledad habían borrado el recuerdo de qué era estar tendida tan cerca de un hombre, que sus alientos se mezclaran, que pudiera oler el aroma de su piel, que pudiera sentir el fuerte y sólido latido de su corazón. Iban totalmente vestidos; bueno, ella llevaba el pijama de franela y el jersey grueso que se había puesto antes de marcharse a casa de los Richardson, pero iba vestida. Sin embargo, se sentía tan vulnerable como si estuviera desnuda. Era plenamente consciente de la presencia de sus vecinos en el sótano, que seguro que debían de estar observando y especulando, preguntándose qué habría entre el manitas y la viuda.

Se sonrojó cuando ella misma se hizo esa pregunta. Las cosas habían cambiado tan deprisa que ni siquiera estaba segura de cómo o porqué, ni de qué había cambiado. Lo único que sabía era que el tímido señor Harris parecía haber desaparecido, como si nunca hubiera existido, y en su lugar estaba Cal, un extraño con escopeta, que sabía saturar heridas de bala y que la miraba como si quisiera desnudarla.

«Tonta», le dijo su cerebro. Era un hombre. Todos los hombres querían desnudar a las mujeres; estaba en su naturaleza y es lo que hacían. Tan sencillo como eso.

Pero lo que ella sentía no era tan sencillo. Estaba confundida, alterada, preocupada… todo a la vez. Y Cal tampoco era un hombre sencillo. Mucha gente tenía secretos, pero los de Cal eran comparables a los del lago Ness. Debería salir de allí y dormir sola. Él no la detendría, aceptaría su decisión. Sin embargo, decirse que debería hacerlo y hacerlo eran dos cosas bien distintas y, aunque la primera era factible, la segunda estaba totalmente fuera de su alcance.

– No pienses más -susurró Cal, acariciándole la frente con el dedo-. Deja de pensar durante un rato. Duerme.

Iba en serio. Pretendía que durmiera allí con él mientras todos estaban ahí fuera observándoles los pies, para ver si señalaban los dos la misma dirección. Estaba destrozada, pero no creía que pudiera cerrar los ojos.

– ¡No puedo dormir aquí! -susurró, desesperada, cuando por fin consiguió recuperar la voz-. Todos pensarán…

– Otro día ya te explicaré lo que deben de estar pensando -hablaba con la voz adormecida y parecía que los párpados le pesaban mucho-. Por ahora, vamos a dormir. Todavía tengo frío y mañana será un día muy largo. Por favor. Esta noche te necesito a mi lado.

Tenía frío y estaba cansado. La súplica fue directa al corazón de Cate y lo atravesó.

– Date la vuelta -susurró ella y, con un gruñido de esfuerzo, Cal se giró y le dio la espalda. Cate los tapó a los dos con la segunda manta, sobre todo los pies. Ella también los tenía congelados e, instintivamente, los acercó a los de Cal, cubiertos con los calcetines, mientras se acurrucaba contra su espalda.

Él ya estaba medio dormido, pero emitió un suspiro de satisfacción y se arrimó más a ella. Cate dobló un brazo bajo la cabeza, colocó el otro encima de la cintura de Cal y dobló las piernas contra sus muslos. Recordó que tenía que curarle los cortes de los brazos, pero oyó que la respiración de Cal ya era más pausada y no quería despertarlo.

Empezó a sentir cómo el calor se apoderaba de su cuerpo y, con él, llegó el sueño. Detrás del muro de cajas, las voces de los demás iban silenciándose para dormir un poco. Sherry había dicho que los hombres habían organizado un sistema de guardias; y las balas no podían alcanzarlos en el sótano. Estaban relativamente a salvo hasta la mañana, cuando podrían descubrir exactamente qué estaba pasando. No había ningún motivo por el que no pudiera dormir tranquila.

Se arrimó más a la espalda de Cal y deslizó la mano desde su cintura por el abdomen hasta el pecho. Se durmió notando el latido de su corazón en la mano.


Un buen rato después de que le dispararan, Teague consiguió sentarse. No veía nada; la sangre salía a borbotones de la herida en la frente, se le metía en los ojos y lo cegaba. La agonía le resonaba en la cabeza como el son de los tambores de Satanás. ¿Qué coño había pasado? No sabía dónde estaba; lo que palpaba con las manos no le resultaba familiar, porque sólo había rocas y más rocas. Al menos, sabía que estaba al aire libre. Pero, ¿dónde y por qué?

Esperó, porque la experiencia le decía que, cuando recuperara del todo la conciencia, recuperaría la memoria. Hasta entonces, se apretó la herida con la mano para frenar la hemorragia, ignorando el dolor que eso le provocaba.

Lo primero que recordó fue un brillante destello de luz y una explosión como si un puño gigante le hubiera golpeado en la cabeza.

«Un disparo», se dijo, pero luego descartó la idea. Si le hubieran disparado en la cabeza, no estaría allí sentado preguntándose qué había pasado. Entonces, habían fallado el disparo, pero de muy poco. Tenía la cara ardiendo, como si se la hubieran despellejado. La bala, debía de haber chocado contra la roca que tenía delante, que se había fragmentado y le había destrozado la cara.

En cuanto apareció la palabra «bala», le vino a la mente una escopeta y empezó a recordarlo todo. Eso era la explosión que había oído, que había estallado tan poco tiempo después de su propio disparo que los dos ruidos se habían confundido.

Se preguntó si alguien más habría oído la explosión; ¿por qué nadie lo había llamado por la radio para comprobar si estaba bien? Todo estaba muy borroso y tardó varios segundos en darse cuenta de que había perdido la conciencia y que, aunque lo hubieran llamado, no los habría oído.

Radio. Sí. Alargó la mano y la encontró colgada del cinturón, donde se suponía que tenía que estar; la descolgó, con algo de torpeza porque tenía las manos ensangrentadas, y una idea lo dejó congelado. Tenía que ser cuidadoso porque, si perdía la radio, quizá no pudiera recuperarla. Cuando estuvo seguro de tenerla bien agarrada, apretó el botón para hablar… pero se detuvo.

Podía pedir ayuda. Joder, necesitaba ayuda. Pero… no estaba imposibilitado. Podía hacerlo él solo. Cuando viajas con una manada de lobos, no puedes mostrar debilidad o puede que acabes siendo devorado vivo. Billy no lo atacaría, y Troy tampoco, pero no estaba tan seguro de que Blake no lo hiciera. Y con Toxtel y Goss lo tenía claro… sabía que lo devorarían en un abrir y cerrar de ojos. Si no podía salir de esa montaña él solo, si tenían que sacarlo en lugar de salir por su propio pie, lo verían como a alguien débil y no podía permitírselo.

Vale. Entonces tenía que hacerlo solo. Respiró hondo varias veces y se obligó a concentrarse, a olvidarse de la dolorosa agonía de la cabeza, del mareo y del pánico. Tenía que ser práctico.

Lo primero y más importante era detener la hemorragia. Las heridas de la cabeza siempre sangraban mucho, de modo que podía perder una cantidad considerable de sangre en poco tiempo, cosa que seguro ya había hecho. Tenía que presionar la herida, con fuerza, por mucho que le doliera.

Sabía que tenía una conmoción cerebral, quizá incluso daños cerebrales que con el tiempo empeorarían, pero al explorarse los bordes de la herida con los dedos se dio cuenta de que la frente se le estaba hinchando muy deprisa. Por lo que había oído, eso era bueno. Si la hinchazón se producía en la parte interior del cerebro era mala señal. Pero una conmoción cerebral podía superarla; ya lo había hecho antes.

Teague apoyó la espalda en una roca, clavó los pies en el suelo con todas sus fuerzas, se inclinó hacia delante, apoyó el codo derecho en la rodilla y colocó la palma de la mano encima de la herida. Utilizó todo el cuerpo para aplicar más presión de la que habría conseguido sólo con la mano. Ignoró el dolor que le estalló en la cabeza y apretó con firmeza mientras se concentraba en la respiración y en olvidar la agonía.

Mientras estaba allí sentado, empezó a frotarse la cara con la manga izquierda, intentando limpiarse la sangre de los ojos. Lo malo de la sangre era que se congelaba y se secaba y costaba mucho quitarla. Necesitaba lavarse la cara con agua. Había litros y litros de agua en el río que había al final del precipicio, pero ni siquiera lo intentaría a plena luz del día y sin una conmoción cerebral. No, tenía que volver a la carretera.

Aparte de aplicar presión a la herida, no podía hacer mucho más por sí mismo, así que eso tendría que bastar. Lo bueno era que, cuanto más tiempo estaba allí sentado, más clara tenía la cabeza. Todavía le dolía mucho, pero ya podía pensar mejor.

Lo malo era que, cuanto más tiempo estaba allí sentado, más frío tenía. Si la pérdida de sangre hacía que se desmayara, estaba perdido. Por otra parte, las temperaturas eran bajas, quizá incluso bajo cero. Claro que tenía frío, pero la hipotermia tampoco era buena opción. Tenia que salir de esas rocas cuanto antes. Sabía que la cabeza iba a dolerle cuando intentara moverse pero, ¡qué coño!, el dolor era mejor que la muerte.

Apartó la mano de la herida para ver si todavía sangraba. Notó cómo un hilo de sangre le resbalaba por la frente y lo secó con el reverso de la mano. La hemorragia no se había detenido, pero sangraba mucho menos.

El rifle. ¿Dónde estaba el rifle? No podía dejarlo allí. Primero porque el carísimo visor infrarrojo estaba acoplado al arma. Y segundo, porque sus huellas estaban por toda el arma. Si había caído por el precipicio, no podría bajar a recuperarlo y tendría que ir otra persona, lo que en esos momentos significaba dejar una posición de fuego vacía, y no era su intención.

Había algo acerca de las posiciones de fuego que le preocupaba, pero ahora no recordaba que era. Ya se acordaría más adelante. Ahora tenía que olvidarse de eso y concentrarse en encontrar el rifle.

Movió la mano izquierda a tientas por el suelo, pero no encontró nada. Tendría que utilizar la linterna. No le gustaba tener que hacerlo, no quería delatar su posición al cabrón que le había disparado… vale, el cabrón ese ya sabía dónde estaba por que si no, ¿cómo había podido dispararle? Buena pregunta: ¿Cómo lo había descubierto?

Teague dejó de buscar el rifle para concentrarse en esa pregunta porque parecía de vital importancia darle respuesta. No había encendido la interna para desplazarse de posición. ¿El tirador tenía prismáticos de visión nocturna? No eran difíciles de encontrar pero, ¿qué posibilidades había de que alguien de Trail Stop tuviera un par? Puede que Creed; imaginaba que Creed tendría todo tipo de aparatos de caza. Pero Creed no le había disparado porque estaba ayudando a una mujer a cubrirse…

Mierda. La respuesta le vino de repente a la cabeza. El que salía de casa con esa mujer no era Creed. Él ya había salido y se había puesto en posición para cubrir a los otros dos. Cuando Teague había apretado el gatillo, la explosión de la bala había delatado su posición y Creed había disparado. Tan sencillo como eso. No había necesitado ningún prismático de visión nocturna.

Creed podía seguir ahí fuera, esperando que alguien cometiera otro error.

Pero estaría al otro lado del riachuelo, porque cruzarlo en esta zona era imposible. La pendiente por la que bajaba el agua era muy pronunciada, así que lo hacía con fuerza, la suficiente para arrastrar incluso al hombre más fuerte y lanzarlo contra las piedras del fondo. De hecho, «riachuelo» era un nombre poco apropiado en este caso, porque esa palabra normalmente evocaba un agua tranquila y lenta, algo que aquí brillaba por su ausencia. Esto era como un río de pequeñas dimensiones… pero un río de los malos. Encima, el agua estaba fría porque se alimentaba de las nieves de las montañas.

Teague analizó la situación. Estaba escondido detrás de algo sólido, rodeado de rocas y la cabeza no le sobresalía por ningún sitio. Tenía que arriesgarse a encender la linterna para localizar el rifle. Podía minimizar el riesgo tapando el foco de la linterna con la mano.

Con cuidado, y utilizando la mano izquierda, cogió la linterna que llevaba colgada de una anilla en el cinturón y colocó dos dedos delante del foco. Luego tuvo que quitar la mano derecha de la herida para encender la linterna y, como vio que no salía sangre fresca de la herida, no volvió a aplicar presión.

Había poca luz, apenas la suficiente para quedarse tranquilo y comprobar que veía cosas, que los ojos todavía le funcionaban. Lo primero que vio fue la cantidad de rojo que había a su alrededor: hilos de sangre que resbalaban por la roca que tenía delante, en la roca donde estaba sentado, en el musgo y las hojas del suelo. Tenía la ropa húmeda y empapada en sangre. Aquella zona estaba llena de ADN suyo, pero ahora ya no podía recuperarlo y volverlo a insertar en su cuerpo.

Aquello empeoraba la situación. No podía permitir dejar rastros que lo señalaran como culpable porque, si lo hacía, estaba perdido. Después de esto, tendría que desaparecer un tiempo y eso lo jodía mucho.

Ese cabrón de Creed. Había salido victorioso de su primer encuentro, pero no volvería a hacerlo.

La poca luz de la linterna al final localizó algo metálico y Teague la enfocó unos segundos más, sólo para verificar que había encontrado el rifle; luego apagó la linterna. Cuando le habían dado, el rifle había salido volando hacia atrás y había aterrizado a escasos metros de él. Para cogerlo, tendría que abandonar su posición a cubierto, pero no tenía otra opción. Y tampoco podía moverse demasiado deprisa. Se quedó pensando unos segundos y al final se dijo: «Al diablo», y fue a por el rifle.

Moverse hasta allí era como recibir martillazos en la cabeza. Estaba ardiendo. El dolor le estalló en la cabeza; vomitó justo antes de llegar hasta el arma, pero se obligó a seguir porque esperar unos minutos más no mejoraría nada. En cuanto tuvo el rifle en la mano, se dejó caer contra las rocas, con la respiración entrecortada.

Nadie le había disparado, aunque en esos momentos que alguien lo liberara de aquella agonía no parecía tan mala idea, así que no sabía si estar triste o contento.

Al cabo de unos minutos, se incorporó. Había llegado el momento de dejar esas rocas atrás, costara lo que costara. Se levantó apoyándose en una roca y se tambaleó, inestable; luego, dio un paso adelante. El dolor no era tan intenso como cuando había ido a coger el rifle, pero persistía.

Podía hacerlo. Y antes de que aquello terminara, haría que Creed pagara. Vaya si lo haría.

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