Capítulo 24

Cada vez que la puerta del sótano se abría, a Cate se le encogía el estómago y el corazón le daba un vuelco cuando levantaba la cabeza, con la esperanza de ver a un hombre esbelto y despeinado. Cuando, después de una y otra vez, seguía sin aparecer, notó que los nervios se le empezaban a tensar hasta que se dijo que, si no se distraía, se volvería loca.

Intentó mantenerse ocupada pero, en un sótano lleno de gente hambrienta, con sed y con ganas de ir al baño, tampoco había tantas cosas que hacer. Al menos, Perry y su cubo se encargaban de saciar la sed de los allí congregados. Cate y Maureen hacían lo que podían con la comida, pero Maureen no tenía comida suficiente para tanta gente; ni siquiera tenía un paquete de pan para sándwiches. Calentaron un poco de caldo y sopa en la estufa de keroseno y untaron manteca de cacahuete en galletas saladas para darle proteínas al cuerpo. Aparte de eso, y sin luz, poco más podían hacer.

La situación del baño era más complicada, puesto que implicaba salir del sótano y subir a casa de los Richardson, donde la protección era menos pero, de vez en cuando, la desesperación hacía que uno a uno fueran saliendo. Además, sin luz para tirar de la cadena, cada uno tenía que llevarse un cubo de agua para hacerlo, cosa que obligaba a Perry a trabajar mucho más. Incluso Creed consiguió subir, para mayor preocupación de Neenah, sirviéndose del bastón de Gena.

– Lo de anoche fue suerte -dijo Creed, cuando Neenah le recordó que a Maureen estuvieron a punto de dispararle-. Estaban disparando para impresionarnos e inmovilizarnos. Hoy ya no han disparado tanto, porque tienen que plantearse cuánta munición quieren malgastar. Siempre pueden ir a por más, claro, y nosotros no. Supongo que han disparado cuando han visto a Cal.

Todo el mundo se quedó en silencio y Creed se dio la vuelta. Vio a Cate en los pies de la escalera, pálida y como si le acabaran de dar un puñetazo en el estómago.

Ella sabía que todos los que habían llegado esa mañana habían sido localizados, rescatados, cuidados y enviados por Cal. Se lo imaginaba como una especie de pastor recogiendo el rebaño. Pero no, en lugar de eso estaba ahí fuera con gente disparándole.

Creed hizo una mueca cuando vio la expresión de su cara y, en voz baja, dijo:

– Mierda -y luego añadió-. Cate, estará bien. Hombres mejores que esos dos han intentado matarlo.

Cate alargó una mano para aguantarse en algo, porque empezó a marearse. Creed hizo otra mueca, porque comprendió que aquel último comentario no la había tranquilizado. Intentó rectificar.

– Lo que quiero decir es que… Yo estuve en los Marines con él. Sabe lo que hace.

Cate no se sintió mejor. Se suponía que Creed también sabía lo que hacía, y le habían dado. Puede que, si no se hubiera quedado viuda ya una vez, lo vería de otra forma, pero había perdido a su marido de forma repentina muy joven. Las muertes repentinas existían, y los médicos habían hecho lo posible para salvar a Derek, pero es que ahora había gente disparando voluntariamente a Cal. ¿Cómo iba a tranquilizarse?

Era como si lo acabara de conocer y sabía que había nacido algo entre ellos. Todo era nuevo y emocionante y prometedor. No podía perderlo ahora.

Dejando atrás lo que había dicho hasta entonces, Creed volvió a bajar las escaleras y tomó la fría mano de Cate entre las suyas. Tenía el gesto amable y los ojos de color avellana llenos de comprensión mientras intentaba calentarle las manos.

– Estará bien. No sé quiénes son esos tipos que nos están disparando, pero te prometo que ninguno de ellos es, ni de cerca, tan bueno como él. Cal no era un marine normal, era del Equipo Especial. No sé si sabes lo que significa… -hizo una pausa y ella meneó la cabeza-. Pues significa que es un experto en muchas cosas pero la primera de la lista es evitar que le maten.

La emoción se apoderó de ella: miedo, rabia y hasta vergüenza por derrumbarse de aquella forma, pero no podía evitarlo; se agarró a él en busca de ayuda y lo miró para buscar seguridad.

– Señor Creed, yo…

– Llámame Josh -dijo él-. Creo que la situación obliga a tutearnos, ¿te parece?

– Josh -repitió ella, algo avergonzada porque se dio cuenta de que también lo había mantenido a cierta distancia-. Yo… Tú… -se calló porque estaba empezando a tartamudear y no tenía una idea definida de lo que quería decir. «¿Ve a buscarlo?» «¿Tráelo de vuelta sano y salvo?» Sí, eso es lo que quería. Quería que Cal entrara por esa puerta.

– Mira -él le apretó las manos y le dio unas palmaditas-. Está haciendo lo que mejor se le da, que es averiguar qué está pasando.

– Pero han pasado muchas horas…

– La gente sigue llegando, ¿no? Los envía él, o sea que sabes que está bien. Roy Edward -dijo, en voz alta. El viejo Starkey había sido el último en llegar-. ¿Cuándo viste a Cal por última vez?

Roy Edward apartó la mirada de Milly Earl, que le había estado limpiando la cara. Su mujer Judith y él tenían golpes y arañazos de las caídas. No se mantenían de pie demasiado bien; ambos habían caído pero, milagrosamente, ninguno se había roto ningún hueso.

– Hará menos de una hora -respondió el hombre. Estaba cansado y le costaba hablar-. Dijo que éramos los últimos. Iba a recoger unas cuantas cosas antes de volver.

Los últimos. Atónita más allá de su tristeza, miró a su alrededor y vio a los que estaban allí y los que no. Todos estaban haciendo lo mismo, porque sabían que no llegarían más vecinos a los que recibir entre gritos de alivio y bienvenida. Mario Contreras. Norman Box. Maery Last. Andy Cahpman. Jim Beasley. Lanora Corbett. Ratón Williams. Habían perdido a siete personas. ¡Siete!

En silencio, Creed subió las escaleras. Neenah lo siguió, con lágrimas resbalándole por las mejillas, para evitar que se hiciera más daño.

– No podemos dejarlos ahí fuera -dijo Roy Edward, con una nota de rabia en su vieja voz-. Son nuestra gente. Tenemos que hacer lo correcto por ellos.

Otra vez se hizo el silencio mientras cada uno de ellos se daba cuenta de la gran responsabilidad que tenían. Recuperar los cuerpos sería una tarea complicada y, aunque lo hicieran, sin luz no tenían forma de conservarlos. Pero tenían que hacer algo. Hoy hacía calor, lo que significaba que tenían que decidir algo con cierta urgencia.

– Yo tengo el generador -dijo Walter, al final-. Y todos tenemos congeladores. Ya nos las arreglaremos.

Sin embargo, el generador de Walter estaba en la parte del pueblo más cercana a los tiradores, y mover congeladores por el pueblo implicaba dos personas por máquina y tener que salir al aire libre.

Gena no pudo soportarlo más, ni siquiera por Angelina. Hundió la cara entre las manos y empezó a llorar, sacudiendo el cuerpo. Cate recordó cundo ella también había llorado así y se acercó a ella, se sentó a su lado y la abrazó. No había palabras en el mundo que pudieran curar ese dolor, así que no dijo nada. Angelina arrugó la frente y sus enormes ojos negros empezaron a llenarse de lágrimas.

– ¡Mamá, no llores! -acercó sus manos a las piernas de Gena, dando y buscando apoyo-. ¡Mamá!

Cate también abrazó a Angelina. Sus hijos eran demasiado pequeños cuando Derek murió, demasiado pequeños para echarlo de menos y llorar su ausencia, pero Angelina no. Cuando entendiera que su padre se había marchado para siempre y que no volvería, solamente el tiempo le curaría las heridas.

– ¿Cómo lo haces? -dijo Gena entre sollozos, de forma tan entrecortada que Cate casi no la entendió-. ¿Cómo se sale adelante?

¿Cómo funcionas cuando tu cuerpo está partido por la mitad por un dolor emocional? ¿Cómo te levantas día tras día con un enorme agujero en tu vida? ¿Cómo consigues volver a sonreír, a reír, a volver a sentir alegría?

– Lo haces -respondió Cate muy tranquila-. Porque no tienes otra opción. Yo tenía a mis hijos. Tú tienes a Angelina. Tienes que hacerlo por ella.

La puerta se abrió y apareció Cal.

Se había cambiado de ropa. Llevaba lo que a Cate le pareció ropa de caza: un par de pantalones multibolsillos de camuflaje, una camiseta de color verde aceituna y una camisa desabotonada de la misma tela de camuflaje que los pantalones. Llevaba botas Goretex flexibles, un cuchillo de caza en una funda colgada del cinturón, la escopeta colgada del hombro izquierdo y un rifle con un visor adicional acoplado en la mano derecha. Sin embargo, si fuera de caza, llevaría una gorra o un chaleco de color naranja fosforito.

Cuando lo entendió todo se le hizo un nudo en el estómago. Aquella ropa hablaba por sí misma y decía que tenía la intención de ir a cazar a los hombres que les estaban disparando. Soltó a Gena y se levantó, impulsada por el terror que se había apoderado de ella. Quería gritar; quería enfrentarse a él y atarlo a algún sitio para que no pudiera marcharse. Se negaba a dejar que lo hiciera; no podía ver cómo se iba cuando había muchas posibilidades de que no volviera…

La mirada de Cal la encontró. Ella vio que se fijaba en su expresión pálida y asustada. Con cuidado, Cal dejó las dos armas en un rincón donde nadie pudiera tirarlas al suelo y luego empezó a abrirse camino entre el gentío para llegar a ella. La gente le decía cosas y le daba palmaditas en el hombro, y él asentía y los saludaba, pero no se paró ni un segundo, no se apartó de su camino ni un centímetro.

Cuando llegó hasta ella, le rozó la mano y dijo:

– ¿Estás bien?

Cate tenía la sensación de que, si intentaba decir algo, se echaría a llorar, así que meneó la cabeza de forma breve.

Cal miró a su alrededor y vio que allí no tenían ningún tipo de intimidad.

– Sígueme.

Ella lo hizo, ajena a todo lo que la rodeaba y sin ver nada excepto la espalda de Cal. La acompañó fuera, bajo la intensa luz del sol, pero se detuvo donde el pequeño montículo de tierra todavía los protegía, Se volvió para observarla con su pálida y calmada mirada y dijo:

– ¿Qué pasa?

¿Qué pasaba?

– Tu ropa -soltó ella, incapaz de formular un motivo más coherente.

Extrañado, Cal miró su ropa.

– ¿Mi ropa?

– Vas a ir tras ellos, ¿no?

Entonces lo entendió todo.

– No podemos quedarnos aquí sentados -respondió, calmado-. Alguien tiene que hacer algo.

– ¡Pero no tú! ¿Por qué tienes que hacerlo tú?

– No sé quién más podría hacerlo. Mira a tu alrededor. Mario era el más joven, y está muerto. Josh podría haberlo hecho, pero tiene un hueso de la pierna roto. Los demás son muy mayores y no están en forma. Soy la opción más lógica.

– ¡A la mierda la lógica! -exclamó ella, con fiereza, mientras lo agarraba por la camisa-. Sé que no tengo derecho a decirte nada porque no somos… no hemos… -meneó la cabeza para intentar contener las lágrimas que se le acumulaban en los ojos-. No puedo perder… Otra vez no…

Cal interrumpió su discurso incoherente cuando agachó la cabeza y la besó.

Tenía unos labios muy suaves. El beso fue dulce, explorador. Los labios de Cal se movieron sobre los de Cate, aprendiendo y pidiendo, y ella echó la cabeza atrás a modo de respuesta.

– Sí que tienes derecho -murmuró él mientras le tomaba la cara entre las manos, deslizaba los dedos por su pelo y le empezaba a dar una serie de besos tiernos y hambrientos, como si le estuviera comiendo la boca. Ella se agarró a sus antebrazos, le clavó los dedos en los poderosos músculos y tendones, agarrándose a él como si le fuera la vida en ello.

La lengua de Cal hizo lentas incursiones, entrando y saliendo, provocando como si tuviera todo el tiempo del mundo y esa fuera la mejor manera de pasarlo.

Jamás la habían besado con tanta… satisfacción.

Estaba excitado; Cate notaba la protuberancia de su pene en los pantalones. Esperaba notar cómo movía las caderas, pero lo único que movió fueron la lengua y esos deliciosos labios. En el interior de Cate nació una sensación de calidez que alejaba todo el miedo y la rabia porque Cal estuviera a punto de dar ese paso tan peligroso cuando estaban a las puertas de algo que parecía tan maravilloso que Cate casi no se lo creía.

Cal abandonó la boca y empezó a besarla en las mejillas, en las sienes, en los ojos, hasta que regresó a la boca.

Si hacía el amor tan despacio como besaba… ¡Dios mío!

– Deberíamos volver -le susurró pegado a su boca, y luego apoyó la frente en la de ella-. Tengo muchas cosas que hacer.

Ella se separó y lo miró a los ojos azules. Estaban tan tranquilos como siempre, pero ahora Cate veía en ellos la naturaleza de acero de ese hombre. No era estridente; no le gustaba llamar la atención… porque no lo necesitaba. Estaba increíblemente seguro de él mismo y de sus habilidades. Estaba dispuesto a arriesgar su vida por ellos sin ningún titubeo.

Ella se habría quedado allí y habrían discutido hasta que ambos hubieran extraído los cheques de la seguridad social, pero Cal le dio la vuelta y la hizo bajar al sótano. Vio muchas sonrisas y miradas cómplices, pero no era ninguna sorpresa teniendo en cuenta el comportamiento de Cal de la noche anterior y el hecho de que acababan de besarse en la puerta. Lo que la sorprendió fue que nadie, absolutamente nadie, pareció sorprendido. Por lo visto, ella era la única a quien le costaba hacerse a la idea de estar juntos pero, claro, también era la única que no se había planteado en ningún momento aquella posibilidad.

De la misma irritante forma que demostraban todos los hombres, Cal ya se había concentrado en los negocios y estaba reunido con Creed y los demás hombres. Creed incluso tenía una libreta en la mano y estaba señalando algo con un bolígrafo. Los demás se congregaron a su alrededor para escuchar lo que estaban diciendo.

– El puente está inutilizable -dijo Cal-. De ahí la gran explosión. La luz se fue justo antes, lo que significa que han cortado las líneas. El teléfono tampoco funciona. Por la forma en que se han posicionado, su intención es evitar que alguien vaya a pedir ayuda a través de la grieta en la montaña. Querían aislarnos y retenernos aquí.

– Pero, ¿por qué diablos lo hacen? ¿Y quiénes son? -gruñó Walter mientras la frustración lo hacía pasarse la mano entre el poco pelo que le quedaba.

– No he visto a nadie, pero apostaría que los dos tipos de la semana pasada han vuelto, y con refuerzos. En cuanto a lo que quieren… -Cal se encogió de hombros-. Diría que es a mí.

– ¿Porque te enfrentaste a ellos?

– Y golpeó a uno en la cabeza -añadió Neenah. Estaba sentada en el frío suelo de cemento, al lado de Creed. No se había apartado de su lado desde la noche anterior.

– No he dicho que fuera razonable -dijo Cal-. Algunas personas se dejan llevar por el ego y se convierten en seres despiadados.

– Pero esto… Esto ya pasa de castaño oscuro, es una locura -se quejó Sherry. Habían muerto siete personas. Aquello tenía que ser por algo más que un par de egos heridos-. Si están tan locos, ¿por qué no te han cogido aparte y te han dado una buena paliza?

– No es tan fácil darme una paliza -dijo, muy despacio-. Quizá es la forma que tiene la mafia de decir: «Métete en tus asuntos». No lo sé.

– ¿La mafia? ¿Crees que son de la mafia? -preguntó Milly.

Una pregunta que provocó otro encogimiento de hombros.

– Es una posibilidad.

– La geografía juega en contra nuestro -intervino Creed, para recuperar el hilo inicial. Señaló el mapa que había dibujado-. El río nos impide por completo operar por este lado. La corriente es demasiado fuerte y las rocas romperían en mil pedazos cualquier barca. Por encima del río hay una pared vertical que no se puede rodear, o sea que no es una opción.

– Trail Stop está situado en una meseta con forma de paramecio -continuó Cal-. El puente estaba en un extremo y a este lado del extremo está el río. Aquí no tenemos tierra para poder operar y el río supone una barricada natural. Y aquí-señaló en el mapa de Creed-, tenemos montañas que sólo suben las cabras de monte. Así que eso sólo nos deja este lado del paramecio, hacia la grieta en la montaña, y la han asegurado con los tiradores. Tienen visores infrarrojos, que funcionan mejor durante la noche pero, durante el día, no los necesitan. Tendré que esperar hasta esta noche y meterme en el agua para no desprender calor.

– ¿Cuánto tiempo tardarías en atravesar la grieta? -preguntó Sherry.

– No tengo que atravesarla. Sólo tengo que llegar hasta uno de los tiradores y, después, ya estaré tras ellos y podré seguir la carretera.

Cate contuvo la respiración de forma sonora. No era una estratega, pero sabía el frío que había pasado la noche anterior, lo cerca que había estado de la hipotermia. Y el agua no estaría más caliente hoy. ¿Quién sabe cuánto tiempo tendría que pasarse en el agua mientras esperaba el momento idóneo? Y después tendría que caminar varios kilómetros con esa ropa helada encima, y cada vez se iría enfriando más. Y si alguno de ellos lo veía mientras cruzaba el río, irían en su caza como si fuera un animal y él tendría demasiado frío para esquivarlos. ¿Por qué nadie se oponía? Era demasiado peligroso. ¿Por qué estaban todos dispuestos a dejar que arriesgara su vida?

Porque, como él había dicho, no había nadie más. Creed estaba herido. Mario estaba muerto. Los demás eran de mediana edad y no estaban en forma, e incluso había algunos de la tercera edad que ya ni se acordaban de su forma.

Excepto ella.

– No -dijo, porque vio que nadie lo hacía-. No. Es demasiado peligroso, y no intentes decirme que no lo es -añadió cuando Cal abrió la boca para decirle exactamente eso-. ¿Acaso crees que no estarán esperando que alguien intente salir por allí? Anoche casi no podías andar del frío que tenías después de haberte metido en el agua. Además, ¿qué será de nosotros si te matan?

– Me imagino que, puesto que sólo me quieren a mí, se marcharán.

Su tranquilidad hizo que Cate quisiera gritar, cogerlo y sacudirlo por tomarse su vida tan a la ligera. Se quedó allí de pie con los puños cerrados mientras toda esa banda de hombres la miraban como si no entendiera nada. Pero sí que lo entendía, ¿vale?, y no iba a pasar por lo mismo otra vez.

– No lo sabes. No estamos seguros de quiénes son ni de qué quieren. Y si no tiene nada que ver contigo, ¿qué? Y, aunque así fuera, ¿qué te hace pensar que recogerían sus cosas y se marcharían? Han matado a siete personas y creo que todos estamos de acuerdo en que es una acción bastante drástica sólo porque los echaras de mi casa. Es por otra cosa, tiene que serlo. El problema es que no sabemos qué.

Él la miró pensativo, y luego asintió.

– Tienes razón. Tienes que ser por otra cosa.

– ¿Puedes garantizar que saldrás de la grieta sin que te vean?

– No.

– Entonces, no nos podemos arriesgar a perderte, Cal. No estamos indefensos, pero estamos aislados, y ellos tienen la sartén por el mango -desesperada, buscó alguna inspiración, alguna forma de salir que no implicara que Cal tuviera que arriesgar su vida con pocas opciones de salir airoso. Tenía razón: la forma más directa era yendo hacia los tiradores. Si encontraran la forma de subir y dar la vuelta…

– No podemos quedarnos sentados esperando -dijo Creed-. No estamos preparados para un sitio, y es lo que tenemos delante…

Cate oyó su voz como si viniera de fuera:

– Hay otra forma -se oyó decir. Todos callaron y la miraron y ella se adelantó. En su interior, una alarmada vocecita le decía: «No, no, no» pero, no sabía por qué, no podía impedir que sus pies avanzaran y se abrieran paso entre el gentío hasta que señaló en el mapa las montañas que Cal había calificado sólo aptas para cabras de monte-. Yo puedo subir esas montañas. Las he subido. Soy escaladora, ya lo sabes, viste mi equipo. Cuando te atas es seguro -no era del todo verdad, pero era la versión que pensaba mantener-, y seguro que no esperan que intentemos huir por esa ruta, así que no la estarán vigilando. Nadie disparará ni estirará el cuello como un cordero sacrificado para asomarse.

– Cate -dijo Cal-. Tienes dos hijos.

– Lo sé -respondió ella, con los ojos vidriosos-. Ya lo sé -y quería verlos crecer. Quería cuidarlos y tener entre sus brazos a sus nietos y todas las cosas que quieren los padres. Sin embargo, estaba segura de que Cal no saldría con vida si llevaba a cabo su plan, con lo que todos serían más vulnerables. Todos los que estaban en el sótano podían acabar muertos, o sea que sus hijos igualmente perderían a su madre. Por muy peligroso que fuera, escalar la montaña no lo era tanto como lo que Cal estaba proponiendo.

– Tiene razón -intervino Roy Edward.

Todos se volvieron hacia el anciano. Estaba sentado en una de las sillas del comedor que habían bajado al sótano la noche anterior. Tenía el brazo izquierdo y la mitad izquierda de la cara morados a causa de una caída, pero estaba muy serio.

– Chico, lo que quieres hacer es muy peligroso y no sé por qué crees que todos íbamos a aceptar que te sacrificaras para salvarnos a nosotros.

Se produjo un murmullo de apoyo. Cate estaba tan agradecida con aquel malhumorado anciano que se habría lanzado a sus brazos.

– Pero tardaremos mucho en ir por las montañas en esa dirección -señaló Cal.

– Si siguieseis en aquella dirección, sí, pero estas montañas están llenas de minas abandonadas -Roy Edward se levantó y se acercó a ellos tambaleándose ligeramente-. Lo sé porque mi padre trabajó en varias de ellas y, de pequeño, yo solía jugar por allí dentro. Solía haber caminos desde las minas hasta la grieta, porque todas empezaban allí. Era lógico, para que no tuvieran que subir por el otro lado. Si no recuerdo mal, había una o dos minas que atravesaban la montaña. No sé en qué estado estarán después de tantos años pero, si pudieseis adentraros en una de esas, os ahorraríais mucho tiempo.

Con un dedo tembloroso, dibujó una línea desde las montañas hasta la grieta y miró a Cate:

– Aunque las minas estuvieran cerradas, que supongo que lo estarán, igualmente podríais llegar a la grieta. Saldríais muy por encima de la zona que esos cabrones estarán vigilando, y la vegetación allí es muy densa y os protegerá. Una vez lleguéis a la grieta, estaréis detrás de ellos.

Cate se secó las lágrimas de la cara y se volvió hacia Cal.

– Yo voy -dijo, temblando-. Hagas lo que hagas, yo voy.

Él se quedó en silencio un momento, observando su rostro con sus ojos pálidos y leyendo la desesperación de su expresión. Luego miró a Creed y Cate fue incapaz de leer el mensaje mudo que se transmitieron.

– De acuerdo -dijo, al final, con aquella calma que lo caracterizaba, como si ella hubiera propuesto ir al supermercado-. Pero voy contigo.

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