Robert estaba en la periferia de la sala de música, tratando de no escuchar la forma en que la Señorita Mayford apabullaba en el clavicordio. Pero sus esfuerzos musicales no eran responsables de la sensación de malestar en el estómago. Era curioso cómo la conciencia de uno surge a la superficie en el maldito momento menos indicado.
Había pasado los últimos días soñando con la ruina de Victoria.
No estaba seguro que disfrutaría más, la destrucción misma, que prometía ser un asunto de lo más embriagador, o el hecho de saber que había producido su caída.
Pero que algo había sucedido esa noche en el corazón de Robert. No quería que alguien mirara a Victoria con el tipo de burla lasciva que había visto en los ojos de Eversleigh. Y tampoco le agradaba particularmente el interés amable que había visto en la expresión del buen capitán.
Y él sabía que la quería para él. Si los últimos siete años habían sido una buena indicación, él no la había pasado bien sin ella. Él no podría confiar totalmente, pero aún la quería en su vida.
Pero antes había otros asuntos que atender. Eversleigh. El hecho de que la hubiera buscado en el salón era una mala señal, por cierto. Robert tenía que asegurarse de que Eversleigh comprendiera que él había hablado muy en serio respecto a cualquier rumor vicioso en contra de Victoria.
Los dos hombres se conocían desde hace muchos años, desde que habían asistido juntos a Eton. Eversleigh había sido un matón entonces, y seguía siendo un matón ahora.
Robert miró a su alrededor. El parloteo incesante de lady Hollingwood le había hecho llegar tarde al recital improvisado, y ahora no veía a Eversleigh por ningún lado.
Robert se apartó de la pared y se dirigió al gran salón. Él iba a encontrar al bastardo y asegúrese de que se mantuviera en silencio.
Victoria trataba de trabajar sobre los planes de la lección, pero no podía concentrarse. Maldito fuera. Si bien ella veía ahora claramente que Richard había sido serio respecto a su noviazgo hace siete años, en esos momentos sus acciones no eran otra cosa que deplorables.
Él había tratado de seducirla. Peor aún, lo había hecho en la habitación de un desconocido, consciente de que podían ser descubiertos en cualquier momento. Y entonces él había tenido la audacia tratar de engatusarla delante de su empleadora y sus invitados. Y, finalmente, la había puesto en una posición imposible, obligándola a aceptarlo como compañero en la cena. Lady Hollingwood nunca la perdonaría por ello.
Podía, perfectamente, comenzar a preparar sus maletas esa misma noche.
Pero lo peor de todo fue que él había hecho que lo deseara de nuevo. Con una intensidad que la asustó.
Victoria negó con la cabeza, tratando de cambiar la dirección de sus pensamientos. Volvió a los planes de la lección, decidida a hacer al menos un poco de trabajo. Neville había disfrutado del ejercicio de colores esa tarde. Tal vez continuaría con el azul por la mañana. Podrían tomar el té en el salón azul. Se podrían a discutir sobre el azul y el cobalto, la media noche y el cielo. Tal vez ella llevaría un espejo para poder comparar los colores de sus ojos. Victoria tenía azul oscuro, mientras que Neville eran más claros, como los de Robert.
Suspiró, preguntándose si, alguna vez, podría alejar a ese hombre de sus pensamientos.
Ella levantó su cuaderno de nuevo, resuelta a leer las entradas de los días anteriores. Se pasó diez minutos mirando las palabras sin leer, y luego sonó un golpe en la puerta.
Robert. Tenía que ser.
Tenía casi decidido hacer caso omiso de los golpes, pero sabía que no iba a detenerse. Se levantó para abrir la puerta, diciendo: -Estoy deseando oír que excusas pone para justificar su comportamiento, mi lord.
Pero fue Eversleigh el que apareció en el umbral, con sus ojos burlones. -Veo que estás esperando a otra persona. ¿Macclesfield, tal vez?
Victoria se puso rojo, mortificada. -No, yo no lo estoy esperando. Pero yo…
Se abrió paso junto a ella, dejándola de pie junto a la puerta.
– Cierra la puerta-, le ordenó en voz baja.
– ¿Cómo dice, mi lord?
– La puerta.
Ella no hizo más que parpadear, tomando conciencia de la posición en que se encontraba. Dio un paso tentativo hacia el pasillo, sin saber muy bien a donde correr, pero no estaba dispuesta a darle una oportunidad.
Pero él se movió como un gato, y antes de que ella lo supiera, había cerrado la puerta y se apoyado el ella cortando cualquier salida. -Eres una mujer muy hermosa-, dijo.
– Creo que usted tiene una idea equivocada, mi lord-dijo ella rápidamente.
Él se movió hacia delante, al acecho. -Me enorgullezco de tener siempre la idea correcta.
– No, lo que quiero decir es… Lord Macclesfield… Él y yo… Nosotros…
Le tocó la mejilla. -¿Acaso Lord Macclesfield encuentra atractiva estas fingidas protestas? Le aseguro que no hay necesidad de escenificar tales pantomimas. Estoy muy satisfecho con lo que veo. Algunos productos estropeados suelen ser muy sabroso.
Victoria se estremeció con repugnancia. -Mi lord-dijo ella, tratando de razonar con él. -Yo le ruego…
Él se rió entre dientes. -Me gusta escuchar rogar a una mujer. Creo que voy a disfrutar mucho, Señorita Lyndon -. Alargó la mano, tomó situ muñeca y tiró de ella con dureza haciéndola chocar contra él. -Sólo quiero una muestra de lo que a él le ha dado con tanta libertad. Te prometo que no se arrepentirás. Soy un hombre muy generoso.
– No quiero su dinero-, gruñó, girando la cabeza hacia un lado. -Sólo quiero que se vaya.
– Podemos hacer esto de dos maneras-, dijo, con los ojos cada vez amenazadora oscuridad. – Puedes dejar de fingir y tener un poco de diversión, o me puedes luchar hasta el final. No me importa lo que elijas, de cualquier manera, me aseguraré un buen momento.
Ella le abofeteó la cara.
– Eso-, masculló, -fue un error.- La tiró en la cama y luego la sujetó allí con el peso de su cuerpo.
Victoria comenzó a luchar. Y entonces ella empezó a gritar.
Lo primero que hizo Robert fue buscar a Eversleigh en su cuarto, pero no se sorprendió cuando no lo encontró. Luego lo buscó en el ala de los huéspedes, pensando que podría estar entretenido con alguna invitada femenina. No hubo suerte, aunque lo hizo descubrir que esposa de lord Winwood estaba teniendo una aventura con el marido de la amante de Lord Winwood.
Robert ni siquiera pestañó. Tal comportamiento era bastante común entre sus pares, aunque lo estaba empezando a disgustar.
Trató luego en la sala de juego, sabiendo que Eversleigh tenía afición por los juegos de azar.
– ¿Eversleigh?- Uno de los jugadores, dijo. -Él estuvo aquí antes.
– ¿De verás? – Robert preguntó, tratando de ignorar las miradas especulativas de sus amigos. Era bien sabido que los dos los hombres no eran amigos. -¿Sabe usted dónde se fue?
– Lo vi subir por las escaleras-, dijo alguien.
Robert ahogó un gemido. Tendría que buscar en el ala de invitados nuevamente.
– Lo más extraño-, agregó otro. – es que usó la escalera de servicio.
La sensación de malestar que daba vuentas en estómago de Robert durante toda la noche explotó con cegador terror. Salió corriendo por las escaleras dando pasos de a tres escalones.
Y entonces oyó los gritos.
Victoria.
Si él le fallaba ahora…
Robert ni siquiera pudo completar el pensamiento.
Victoria se negó a resignarse a su suerte. Luchó como una loca, con garras como una tigresa. Ella sabía que sus acciones sólo harían enojar más a Eversleigh, pero ella no podía permitirse que la violara sin defenderse.
Pero él era fuerte. Mucho más fuerte que ella, y no le fue difícil sujetarla mientras desgarraba la ropa.
Levantó la mano de la boca para dar un tirón en el escote de su vestido, y ella aprovechó la oportunidad para gritar alto.
– Cállate, puta-susurró él, girando la cabeza hacia un lado y forzando la mejilla en la almohada. Victoria le mordió la mano.
– ¡Maldita pequeña puta!- Gritó. Cogió otra almohada y la presionó contra su rostro.
De pronto, Victoria no podía respirar. ¿Dios mío, quería matarla?
Su terror aumentó hasta creyó que iba a enloquecer. Ella pateó y arañó, pero no podía ver nada, y estaba cada vez más débil.
Y entonces, justo cuando el mundo comenzó a volverse negro, ella oyó madera romperse, seguido de un grito de rabia más allá de su propia comprensión.
Eversleigh fue sacado abruptamente de encima de ella e inmediatamente después Victoria lanzó al costado la almohada, incorporándose en la revuelta cama. Corrió hacia un rincón, sus pulmones le ardían con cada respiración, tenía que moverse y bajar la cama.
La habitación se llenó con el ruido. Algo se estrelló, alguien gritó. Se oyó un ruido escalofriante que sólo podía ser la carne contra el hueso. Pero Victoria no levantó la vista. Ni siquiera podía abrir los ojos. Todo lo que ella quería hacer era bloquear el terror.
Finalmente, sin embargo, se obligó a enfrentar sus demonios, y cuando lo hizo vio a Robert. Él había tirado a Eversleigh al suelo. Estaba sobre él, descargando sin piedad en la cara de Eversleigh.
– Robert-, dijo ella, su voz apenas un susurro. -Gracias a Dios.- Robert no dio ninguna indicación de que la había oído. Siguió golpeando a Eversleigh.
– Robert-dijo, esta vez más fuerte. Ella todavía estaba mareada, como en las nubes, y no podía dejar de temblar. Ella lo necesitaba.
Pero Robert estaba más allá de cualquier comunicación. No dijo nada, apenas un gruñido y le gritó, y cuando por fin levantó la vista hacia Victoria, había algo salvaje y primitivo en sus ojos. Por último, todavía sobre un Eversleigh inconsciente, se detuvo un instante para recobrar el aliento y dijo: -¿Te lastimó?
Su boca se abrió una fracción de una pulgada, pero no podía decir nada.
– ¿Te lastimó?- Ojos de Robert ardían de furia, y Victoria se dio cuenta en ese instante que si ella dijo que sí, él iba a matar a Eversleigh. Ella negó con la cabeza frenéticamente. No era una mentira. En realidad no. Eversleigh no la había lastimado. No de la manera Robert quería decir.
Robert dejó caer el hombre inconsciente y se precipitó a su lado. Se agachó junto a ella y le tocó la mejilla. Su mano temblaba. -¿Estás bien?
Ella sacudió la cabeza otra vez.
– Victoria, yo…
Fue interrumpido por un gemido proveniente del centro de la habitación. Robert maldijo entre dientes y luego murmuró una rápida -Disculpa-. Él se acercó de nuevo a Eversleigh, lo levantó por el cuello y el cinturón de sus pantalones, y lo arrojó al pasillo, donde aterrizó como un muñeco arrugado. Robert cerró la puerta suavemente y volvió al lado de Victoria.
Ella estaba temblando violentamente, los estremecimientos sacudían todo su cuerpo. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, pero no emitió ningún sonido. Robert sintió pánico erigirse dentro de él de nuevo. ¿Qué le había hecho ese hijo de puta?
– Shhhh-, no tenía idea de lo que iba a decir o hacer para que se sintiera mejor.-Shhhh.
– Robert-, ella jadeó. -Robert.
– Estoy aquí, mi amor.- Él se agachó y la levantó. Ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello con una rapidez sorprendente. Ella lo estaba agarrando desesperadamente, como si dejarlo ir significaría la diferencia misma entre vida y muerte.
Él caminó hasta la cama, con la intención de sentarse y sostenerla hasta que se calmara, pero de repente ella se tensó en sus brazos.
– ¡No en la cama!-, Dijo con desesperación. -No allí.
Robert miró las sábanas revueltas y sintió ascender una ola de nauseas. Cuando él entró en la habitación, Eversleigh tenía una almohada sobre la cara de Victoria. Ella podría haber muerto. La idea fue como un puñetazo en el estómago.
Robert miró a su alrededor. Había pocos muebles, así que se sentó en el suelo, apoyándose contra el lado de la cama.
Sostuvo a Victoria en silencio durante varios minutos.
Finalmente alzó la vista, sus ojos suplicantes. -Traté de luchar contra él-, dijo. -Lo hice.
– Ya lo sé, Torie.
– Era demasiado fuerte.- Parecía como si estuviera tratando de convencerlo de algo que fuera muy importante para ella. -Era más fuerte que yo.
– Actuaste bien-, dijo, tratando de ignorar las lágrimas que pinchaban sus ojos.
– Pero él puso una almohada sobre mí. Y entonces yo no podía respirar. Y no podía pelear. -Ella empezó a temblar de nuevo. -Yo no quería dejar que él… Yo no lo quería. Te juro que no lo quería.
Él la agarró por los hombros y la acercó hasta que estuvieron nariz con nariz. -No fue tu culpa, Torie-, dijo con fiereza. -No culpes a ti misma.
– Si no hubieras venido…
– Pero lo hice.- Robert acomodó la espalda de ella en sus brazos y la abrazó con fuerza. Pasó mucho tiempo antes de que ella dejara de temblar, mucho tiempo hasta que la cara Eversleigh ya no estuviera grabada en su cerebro.
También él necesitaba tiempo, se dio cuenta. Él era consciente que este incidente era, al menos en parte, su propia culpa. Si no hubiera estado tan condenadamente enfadado con ella esa tarde y tan condenadamente ansioso por estar a solas con ella, no la habría arrastrado por el pasillo hasta la habitación más cercana. Un cuarto que pertenecía a Eversleigh. Y en la tarde… alardeó al insistir en que Victoria lo acompañara a la cena. La mayoría de los invitados habían creído su historia de que eran amigos de la infancia, pero Eversleigh sabía que había más.
Por supuesto, el hijo de puta creyó que Victoria era una mujer fácil. Eversleigh siempre había sido el tipo de hombre para el cual, cualquier mujer sin la protección de una poderosa familia, era presa lícita. Robert debía haberse dado cuenta de eso desde el principio, y tomado medidas para protegerla.
No sabía cuánto tiempo se sentó en el suelo, acunando en sus brazos a Victoria. Podría haber sido una hora, que podría haber sido sólo diez minutos. Pero con el tiempo su respiración se niveló, y sabía que ella se había dormido. No quiso especular sobre cuáles podrían ser los sueños que tendría esa noche; oró para que no tuviera ningún sueño en absoluto.
Suavemente le depositó en la cama. Él sabía que ella tenía aversión al lugar después del intento de violación de Eversleigh, pero no sabía dónde ponerla. No podía llevarla a su habitación. Esta acción sólo podía llevarla a su ruina, y Robert se había dado cuenta de que, independientemente de lo que ella hubiera hecho siete años atrás, él no se atrevía a destruir su vida por completo. La ironía de ello casi lo desarma. Todos estos años había soñado con ella, fantaseaba con la venganza que podría llevar a cabo si la volvía a ver.
Pero ahora, con la venganza a su alcance, él simplemente no podía hacerlo. Algo dentro de ella todavía habla a su corazón, y sabía que nunca podría vivir consigo mismo si intencionalmente le causaba dolor.
Robert se inclinó y depositó un beso suave en la frente. -Hasta mañana, Torie-, susurró. -Ya hablaremos mañana. Yo no voy a dejar que me dejes de nuevo.
Cuando salió de la habitación se dio cuenta de que Eversleigh se había ido. Con total determinación, salió a buscarlo. Tenía que asegurarse de que el bastardo entiende un simple hecho: si Eversleigh tan siquiera respiraba una sílaba del nombre de Victoria, la paliza que Robert no se detendría hasta quitarle el último centímetro a su mugrosa vida.
Victoria se despertó a la mañana siguiente y trató de hacer su rutina diaria como si nada hubiera sucedido. Se lavó la cara, se puso su vestido, desayunó con Neville.
Pero de vez en cuando notaba pequeños temblores en las manos. Y se encontró tratando de no parpadear, por que cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Eversleigh mientras él descendía sobre ella.
Llevó a cabo su lección de la mañana con Neville, y luego acompañó al niño hasta los establos para su lección de montar. Normalmente ella disfrutaría de sus breves descansos, pero hoy se resistía a separarse de la compañía del pequeño.
Lo último que quería era estar a solas con sus pensamientos.
Robert la vio del otro lado del césped, y salió corriendo para intersecarla antes de que ella volviera a entrar en la casa. -¡Victoria!- Gritó, su voz con un toque sin aliento por correr.
Ella lo miró con los ojos encendidos de terror, pero inmediatamente se llenaron de alivio.
– Lo siento-, dijo de inmediato. -No fue mi intención asustarte.
– No lo has hecho… Bueno, en realidad si lo hiciste, pero yo me alegro que seas tú.
Robert sintió una nueva ola de furia crecer en su interior. Detestaba verla tan temerosa.-No te preocupes por Eversleigh. Se marchó a Londres temprano en la mañana. Yo me aseguré de ello.
Todo su cuerpo se hundió, como si toda la tensión que llevaba la hubiera drenado.
– Gracias a Dios-suspiró ella-.Gracias.
– Victoria, tenemos que hablar.
Tragó saliva. -Sí, por supuesto. Debo darte las gracias correctamente. Si tu no hubieras…
– ¡Deja de darme las gracias!- Explotó. Ella parpadeó, confusa. -Lo que sucedió anoche fue mi culpa tanto como cualquier otra persona-, dijo con amargura.
– No-exclamó ella-.No, no digas eso. Tú me salvaste.
Parte de Robert quería dejarla pensar que él era un héroe. Ella siempre lo había hecho sentir grande, fuerte y noble. Sentimiento que había perdido después de su separación. Pero su conciencia no le permitía aceptar la gratitud que no debía.
Soltó un suspiro tembloroso. -Vamos a discutir eso más adelante. En este momento hay asuntos más urgentes.
Ella asintió y se dejó llevar de la casa. Ella levantó la vista con ojos inquisitivos cuando se dio cuenta que se dirigían a el laberinto vallado.
– Vamos a tener privacidad-, explicó.
Se permitió una leve sonrisa, la primera que había sentido durante todo el día. -Con tal que pueda hallar el camino de salida.
Él se rió entre dientes y prosiguió a través del laberinto hasta llegar a un banco de piedra. -Dos izquierdas, un derecho, y dos izquierdas más-, susurró.
Ella volvió a sonreír mientras se alisa la falda hacia abajo y se sentó. -Está grabado en mi cerebro.
Robert se sentó junto a ella, su expresión de repente un poco vacilante.
– Victoria…Torie.
El corazón de Victoria revoloteó por la forma en que él utilizó su apodo.
El rostro de Robert se contrajo, como si estuviera buscando las palabras justas. Finalmente dijo: -No puedes quedarte aquí.
Ella parpadeó. -Pero pensé que habías dicho que Eversleigh había ido a Londres.
– Él lo ha hecho. Pero eso no tiene importancia.
– Tiene mucha importancia para mí-, dijo.
– Torie, no puedo dejarte aquí.
– ¿Qué estás diciendo?
Se pasó una mano por el pelo. -No puedo dejarte sabiendo que no estás debidamente protegida. Lo qué pasó anoche fácilmente podría ocurrir de nuevo.
Victoria lo miró fijamente. -Robert, ayer por la noche no fue la primera vez que he sido objeto de atenciones no deseadas por parte de un caballero.
Todo su cuerpo se tensó. -¿Y eso se supone que me tranquiliza?
– Nunca antes había sido atacado de manera tan brutal-, continuó. -Simplemente estoy tratando de decir que he llegado a ser muy hábil para defenderme de los avances no deseados.
Él la agarró por los hombros. -Si yo no hubiera intervenido la noche anterior, él te habría violado. Es posible que incluso te matara.
Ella se estremeció y desvió la mirada. -No puedo imaginarme que algo como… como eso llegará a ocurrir de nuevo. Puedo protegerme contra pellizco mal intencionados y palabras obscenas.
– ¡Eso es inaceptable!- Explotó. -¿Cómo te dejas degradar de esa manera?
– Nadie puede menospreciarme, sino yo misma-, dijo en voz muy baja. -No te olvides de eso.
Él dejó caer las manos de los hombros y se levantó. -Ya lo sé, Torie. Pero tu no deberías tener que permanecer en esta situación intolerable.
– ¿En serio?- Ella soltó una carcajada hueca. -¿Y cómo se supone que debo salir de esta situación, ya que tan delicadamente lo has expuesto? Tengo que comer, mi lord.
– Torie, no seas sarcástica.
– ¡No estoy siendo sarcástica! Nunca he sido más seria en mi vida. Si yo no trabajo como institutriz, voy a morir de hambre. No tengo otra opción.
– Sí, la tienes-, le susurró con urgencia, cayendo de rodillas ante ella. -Podrías venir conmigo.
Ella lo miró fijamente en estado de shock. – ¿Contigo?
Él asintió con la cabeza. -A Londres. Podemos salir hoy mismo.
Victoria tragó nerviosamente, tratando de suprimir el impulso de echarse en sus brazos. Algo estalló en su interior, y de pronto recordé exactamente cómo se había sentido hace muchos años cuando él había dicho que quería casarse con ella. Pero la angustia le había hecho desconfiar, y midió sus palabras cuidadosamente antes de preguntar: -¿Qué es exactamente lo que usted me propone, señor?
– Te voy a comprar una casa. Y contratar a un personal.
Victoria sintió evaporarse la última gota de esperanza en un futuro. Robert no le estaba proponiendo matrimonio. Y él nunca lo haría. No si la hacía su amante primero. Los hombres de su clase no se casaban con sus amantes.
– Tendrás todo lo que quieras-, agregó.
Salvo el amor, pensó Victoria miserablemente. Y la respetabilidad. -¿Qué tengo que hacer yo a cambio?-, Preguntó ella, porque ella no tenía la menor intención de aceptar su oferta insultante. Ella sólo quería oírle decirlo.
Sin embargo, parecía anonadado, sorprendido de que ella había manifestado a la pregunta.
– Bueno tu… Ah…
– ¿Yo qué, Robert?-, Preguntó secamente.
– Sólo quiero estar contigo-, dijo, juntando las manos y evadiendo su mirada, como dándose cuenta de lo lamentables que sonaban sus palabras.
– Pero no te casarás conmigo-, dijo, con voz apagada. ¡Qué tontería de su parte haber pensado, ni por un momento, que podría ser feliz de nuevo.
Él se puso de pie. -Seguramente no pensaste que…
– Obviamente no. ¿Cómo iba a pensar que usted, el conde de Macclesfield, se dignaría a casarse con la hija de un vicario? – Su voz se hizo aguda. -Por Dios, probablemente he estado conspirando por siete años para obtener su fortuna…
Robert hizo una mueca ante su ataque inesperado. Sus palabras hurgaron en algo desagradable dentro de su corazón, algo que se sentía un poco como culpa. La imagen de Victoria como una aventurera codiciosa nunca había sonado del todo cierto, pero ¿qué otra cosa podía pensar por él? Él la había visto por sí mismo, acostada en la cama, durmiendo en la noche se suponía que debían fugarse. Sintió que la armadura protectora alrededor de su corazón se erigía en su lugar y le dijo: -El sarcasmo no te queda bien, Victoria.
– Está bien. -Ella agitó su brazo hacia él. -Entonces, nuestra discusión se llegó a su fin.
Su mano salió disparada como una bala y envuelto alrededor de su muñeca. -No del todo.
– Suéltame-, ella dijo en voz baja.
Robert respiró hondo, tratando de aprovechar el tiempo para superar el fuerte impulso de sacudirla. Él no podía creer que la pequeña imbécil prefiriera quedarse aquí, en un trabajo que detestaba, en vez de irse con él a Londres. -Yo voy a decir esto una vez más-, dijo, su mirada dura. -Yo no me voy a irme de aquí para que cualquier hombre inescrupuloso te moleste
Ella se echó a reír, lo que realmente lo enfurecía. -¿Está usted diciendo,- preguntó, -que el único hombre inescrupuloso con el que debo estar eres tú?
– Sí. ¡No! Por el amor de Dios, mujer, no puedes quedarte aquí.
Ella alzó la barbilla con orgullo. -Yo no veo ninguna otra opción.
Robert apretó los dientes. -Acabo de decirte que…
– Ya lo dije,- declaró enfáticamente, -que yo no veo ninguna otra opción. No voy a ser la amante de nadie.- Ella liberó su brazo y se alejó de él, saliendo del laberinto. Y él de percató que también había salido de su vida.