Capítulo 7

Cuando la noche y la mañana siguiente pasaron sin ningún tipo de contacto con Robert, Victoria comenzó a pensar que quizás él podría haber decidido dejarla en paz.

Estaba equivocada.

Lo encontró unas horas antes de la cena comenzara. Victoria estaba caminando rápidamente por un pasillo cuando Robert, de pronto, se materializó ante ella. Ella saltó sobre un pie, sobresaltada. -Robert-exclamó, una de sus manos presionando contra su esternón hasta calmar su corazón desbocado. Ella respiró hondo y miró a ambos lados del pasillo para asegurarse de que no había nadie más alrededor. -Por favor no te me aparezcas de esa manera otra vez.

Sus labios formaron una sonrisa masculina. -Me gusta sorprenderte.

– Realmente me gustaría que no-murmuró.

– Yo sólo quería saber cómo van los preparativos para tu gran debut.

– No es mi gran debut-, le espetó ella. -Si quieres saberlo, me aterra cada vez que lo pienso. No me agrada la nobleza, y la idea de pasar varias horas en sus filas hace que mi sangre corre fría.

– ¿Y qué han hecho la nobleza para justificar tal disgusto? ¿No se ha podido casar contigo? – Sus ojos se redujo a rendijas. -Es una lástima que tus planes hayan ido tan mal. Has trabajado arduamente para lograr tu objetivo.

– No tengo idea de qué estás hablando-, dijo ella, totalmente desconcertada.

– ¿No?-Se burló él.

– Me tengo que ir.- Ella se movió hacia su izquierda para tratar de pasar alrededor de él, pero él le bloqueó. -¡Robert!

– Me encuentro reacios a desprenderme de tu compañía.

– Oh, por favor-dijo con desdén. Eso era una mentira que ya había oído anteriormente. Sus ojos estaban mostrando claramente su disgusto para ella.

– ¿No me crees?-, Preguntó.

– Tus palabras y tus ojos no están de acuerdo. Además, aprendí hace mucho, a no confiar en las palabras que salgan de tu boca.

Robert desató con furia. -¿Qué diablos significa eso?

– Tu lo sabes muy bien.

Avanzó, obligándola a aplastar la espalda contra la pared. -No fui el que mintió-, dijo en voz baja, apuntando un el dedo índice sobre su hombro.

Victoria lo miró. -¡Fuera de mi camino!

– ¿Y que me pierda esta conversación muy edificante? No lo creo.

– Robert! Si alguien nos ve…

– ¿Por qué diablos estás siempre tan preocupada por las apariencias?

La ira de Victoria creció hasta el punto donde ella estaba temblando. -¿Cómo te atreves a preguntar eso?-Siseó ella.

– Me atrevo a mucho, querida.

Su mano le picaba. Su mejilla estaba muy cerca, y se vería muy bien con una mancha rojiza en ella-Voy a hacerle una última vez.

– ¿Sólo una vez más? Bien. Te estás volviendo más tediosa.

– Voy a gritar.

– ¿Y alerta a las masas la que estás tan asiduamente tratando de evitar? No lo creo.

– Robert…

– ¡Por el amor de Dios-. Él fustigó una puerta abriéndola, le agarró la mano, y tiró de ella hacia una habitación, cerrando la puerta detrás. -No hay problema. Ahora estamos solos.

– ¿Estás loco?- Gritó ella. Miró salvajemente alrededor, tratando de averiguar dónde estaba.

– Intenta calmarte-, dijo él, de pie delante de la puerta, mirando mucho si fuera un dios implacable.-Este es mi cuarto. Nadie nos vera.

Victoria soltó un bufido. -Esta no es el ala de invitados.

– Lady H. salió corriendo de la habitación-, dijo encogiéndose de hombros. -Ella me puso cerca del ala familiar. Porque soy un conde.

– Soy muy consciente de tu rango y todo lo que conlleva-, dijo, su voz de hielo puro.

Robert dejó pasar su aseveración. -Como he dicho, ahora estamos solos, y podemos terminar esta conversación sin tu incesante preocupación que seamos descubiertos.

– ¿Se te ha ocurrido pensar que tal vez simplemente me gustes? ¿Qué sea eso tal vez el motivo por el que no quiere estar a solas contigo?

– No.

– Robert, tengo tareas que debe atender. No puedo estar aquí.

– No veo cómo vas a salir-, dijo él, apoyándose contra la puerta.

– Deja de poner en peligro mi posición. Tú puedes regresar a tu vida privilegiada en Londres sin problemas-, dijo con voz furiosa, baja,- pero yo no tengo esa opción.

Él acarició su mejilla insolentemente. -Podría haber una opción, si tu la eliges…

– ¡No!- Ella se alejó de él, odiándose a sí misma por anhelar su contacto, lo odiaba por tocarla. Ella le dio la espalda. -Tú me insultas.

Las manos masculinas bajaron hasta apoyarse ligeramente en los hombros de ella. -Sencillamente te estaba haciendo un cumplido.

– ¡Un cumplido!- Se echó hacia atrás, alejándose de él una vez más. -Tienes una noción muy torcida de la moral.

– Eso ciertamente es una declaración extraña, viniendo de ti.

– Yo no soy la que pasa todo su tiempo libre, seduciendo a los inocentes.

Él respondió con: -Yo no soy el que trató de vender mi vida y el cuerpo por una fortuna y un título.

– Eres bueno para hablar. Tú, que ya has vendido tu alma.

– Explícate-, dijo al cabo de unos segundos.

Y entonces, sólo porque le molestaba el tono tanto, dijo, -No.

– No me desafíes, Victoria.

– No te desafío-, se burló ella. -Tú no estás en posición de darme órdenes. Hubieras podido… -Su voz se quebró, y la tomó un momento para recuperar la compostura. -Es posible que lo hayas tenido alguna vez, pero renunciaste a ese derecho.

– ¿Es eso un hecho?

– Es inútil hablar contigo. Yo no sé por qué siquiera lo intentó.

– ¿No es cierto?

– No me toques-, Victoria retrocedió un poco más. Ella podía sentirlo cerca. Irradiaba calor y cierta masculinidad… Su piel comenzó a sentir un hormigueo.

– Sigues intentando-, dijo en voz baja, -porque sabes que las cosas entre nosotros nunca han sido resueltos.

Victoria sabía que era verdad. Su relación terminó de manera abrupta. Probablemente tuviera razón y fuera el motivo que después de tantos años le resultara tan difícil estar delante de él. Pero ella no quería enfrentarse a eso ahora. Ella quería esconderse la alfombra y olvidarse de él.

Por encima de todo, ella no quería un corazón roto de nuevo, y estaba bastante segura que eso pasaría si se seguía con él un tiempo más.

– Niégalo-, susurró. -Atrévete a negarlo.

Ella no dijo nada.

– No puedes, ¿verdad?- Cruzó la habitación y puso sus brazos alrededor de ella, apoyando su barbilla en la parte superior de la cabeza. Fue un abrazo que habían compartido un centenar de veces antes, pero nunca lo había sentido tan agridulce. Robert no tenía idea de por qué la abrazaba. Sólo sabía que no podía evitar hacerlo.

– ¿Por qué haces esto? – Ella susurró-.¿Por qué?

– No lo sé. -Y Dios le ayudara, era la verdad. Se había dicho que quería su ruina. Una parte de él todavía quería venganza. Ella había cortado su corazón en trozos. La había odiado durante años por eso.

Pero su explotación estaba tan bien. En realidad no era otra palabra para ello. Ninguna otra mujer había nunca encajan tan perfectamente en sus brazos, y él había pasado los últimos siete años llenándolos con otras mujeres, tratando desesperadamente de borrar ésta de su memoria.

¿Era realmente posible amar y odiar al mismo tiempo? Robert siempre había burlado de la idea, pero ya no estaba tan seguro. Dejó su rastro a lo largo de los labios la piel caliente de su templo. -Se ha formado a otros hombres que poseen esta manera?-, Susurró, temiendo la respuesta. Ella había querido sólo su fortuna, pero su corazón sigue corriendo por los celos ante la idea de ella con otro hombre.

Ella no respondió por un momento, y se puso tenso todo el cuerpo de Robert. Y, meneando la cabeza.

– ¿Por qué?-Preguntó, con sólo un toque de desesperación. -¿Por qué?

– No sé.

– ¿Fue el dinero?

Ella se puso rígida. -¿Qué?

Movió los labios a su cuello y la besó con una gracia salvaje. -Nadie lo suficientemente rico como para mantenerle satisfecha

– ¡No!- Se echó a. -Yo no soy así. Tu sabes que yo no soy así.

Su única respuesta fue una risa, y Victoria sintió que su risa directamente sobre su piel.

– Oh, Dios mío – susurró ella, poniéndose fuera de su alcance. – Pensaste… Pensaste…

Él se cruzó de brazos y la miró, era la imagen de la elegancia urbana. -¿Que es lo que pensé, Victoria?

– Creías que quería tu dinero. Que yo era una aventurera.

No hizo ningún movimiento, salvo el arco que levantó su ceja derecha.

– Tú… Tú… -Siete años de la ira estallaron en Victoria, y ella se lanzó hacia él, golpeando su pecho con los puños. -¿Cómo te atreves a pensar eso? ¡Monstruo! Te odio. Te odio.

Robert alzó los brazos para defenderse de su ataque inesperado, entonces atrapó sus muñecas con una mano. -Es un poco tarde para fingir indignación, ¿no te parece?

– Nunca quise dinero,- dijo ella con vehemencia. -Nunca me importó.

– Oh, vamos, Victoria. ¿Crees que no me acuerdo cómo me rogaste para que resolviera mis diferencias con mi padre? Incluso dijiste que no te casarías conmigo a menos que tratara de reparar la falla.

– Eso fue porque… Oh, ¿por qué pierdo el tiempo en tratar de explicarte?

Él se movió acercando su rostro al de ella. -Estás tratando de explicarme porque quieres atrapar lo que te perdiste hace siete años.

– Estoy empezando a darme cuenta de que nunca fueron tan espectaculares para empezar,- soltó ella exasperada.

Se rió con dureza. -Tal vez no. Eso explicaría tu ausencia la noche de nuestra fuga. Ya no estaban ni mi dinero y ni el título.

Victoria tiró de sus muñecas con fuerza, sorprendida cuando él cedió tan fácilmente. Se sentó en la cama, hundió la cara entre las manos. Los fragmentos de su vida empezaban a caer en su lugar. Cuando ella no había aparecido, el había asumido que era porque su padre lo había desheredado. Oh, Dios, ¿cómo podría haber pensado de ella?

– Nunca me conociste-, susurró, para si apenas dándose cuenta. -Realmente nunca me conociste.

– Yo quería…-, dijo con dureza. -Señor, cómo quería yo. Y Dios me ayude, yo todavía lo hago.

No tenía sentido tratar de explicarle la verdad, ella se dio cuenta. La verdad ya no importaba. No había tenido ninguna fe en ella, y nada podría reparar ese incumplimiento. Se preguntó si había confiado alguna vez en alguna mujer.

– ¿Contemplando tus pecados?- Él arrastrando las palabras a través del cuarto.

Ella levantó la cabeza para mirarlo, sus ojos brillaban de manera extraña. -Eres un hombre frío, Robert. Y solitario, también.

Se puso rígido. Sus palabras lo cortaron en lo más vivo, pues eran demasiado reales. Con una velocidad cegadora llegó hasta ella.-Yo soy lo que soy gracias a ti.

– No-dijo ella, sacudiendo la cabeza con tristeza. -Tu te has hacho esto para ti mismo. Si hubieras confiado en mí…

– Nunca me diste la maldita oportunidad-, explotó.

Ella estaba temblando. -Te di todas las oportunidades-, respondió ella. -Sólo optaste por ignorarlas.

Disgustado, Robert se apartó de ella. Estaba comportándose como una especie de noble víctima, y no tenía paciencia con tal hipocresía. Sobre todo cuando cada fibra de su ser gritaba su deseo por ella.

Eso fue lo que le horroriza más. Él era un hipócrita tan grande como ella. La deseaba tanto… Deseaba a Victoria, de todas las personas, la mujer que él debería haber tenido el suficiente sentido común para evitar como la peste.

Pero estaba aprendiendo que esta necesidad era algo que simplemente no podía controlar. Y el infierno, ¿por qué habría de hacerlo? Ella lo deseaba exactamente igual que como él a ella. Ahí estaba, en sus ojos cada vez que ella lo miraba.

Pronunció su nombre, su voz ronca con la promesa y el deseo.

Victoria se puso de pie y caminó hacia la ventana. Apoyó la cara contra el cristal, no confiaba en ella si lo miraba. De alguna manera, el saber que él nunca había confiado, le dolía más, incluso, que cuando ella creyó que era sólo quería seducirla.

Él pronunció su nombre de nuevo, y esta vez ella percibió que estaba muy cerca. Lo suficientemente cerca como para sentir su aliento en el cuello.

Él la hizo dar vuelta quedando uno frente al otro. En sus ojos brillaba una llama azul que le llegó hasta lo más profundo de su alma. Victoria fue hipnotizada.

– Voy a besarte ahora-, dijo lentamente, sus palabras marcada por la respiración entrecortada.-Voy a besarte, y no voy a parar. ¿Entiendes?

Ella no se movió.

– Una vez que toque tus labios…

Sus palabras sonaban vagamente como una advertencia, pero Victoria no parecía escucharlas. Se sentían tibias, calientes en realidad, y sin embargo ella temblaba. Sus pensamientos estaban corriendo a la velocidad del rayo, pero su mente estaba, de alguna manera, completamente en blanco. Todo en ella era una contradicción, y probablemente esa fuera la razón por la que, de repente, el beso no parecía ser una idea tan terrible.

Un pequeño viaje al ayer, era todo lo que quería. Sólo una pequeña muestra de lo que podría haber sido.

Ella se inclinó hacia adelante, y esa fue toda la invitación lo que él necesitó.

Le aplastó contra él en un abrazo impresionante, devorando los labios de ella. Podía sentir su excitación presionando contra ella, y fue totalmente emocionante. Él podría ser un canalla y un mujeriego, pero ella no podía creer que él siempre hubiera deseado a otra mujer como él la deseaba este ese mismo momento.

Victoria se sentía como la mujer más poderosa de la tierra. Era una sensación embriagadora, y ella se arqueó contra él, temblando con sus pechos aplastados contra el pecho.

– Necesito más-. Gimió, con las manos agarrando frenéticamente en su parte trasera. -Necesito de todo.

Victoria no pudo haber dicho que no, si el mismo Dios hubiera bajado y se lo hubiera dicho. Y ella no tenía ninguna duda que se habría entregado completamente a Robert si una voz no hubiera sonado de repente en la habitación.

– Disculpen.

Ambos volaron apartándose, girando hacia la puerta. Un caballero muy bien vestido, se quedó allí. Victoria nunca lo había visto antes, aunque ella no tenía ninguna duda de que era un miembro de la nobleza. Ella miró hacia otro lado, totalmente mortificada por haber sido atrapada en una posición tan comprometedora.

– Eversleigh-, dijo Robert, su voz fría.

– Le pido perdón, Macclesfield,- dijo el caballero. -Pero pensé que este era mi cuarto.

Los ojos de Victoria volaron a la cara de Robert. ¡Hijo de puta mentiroso! Probablemente ni siquiera tenía ni idea en que habitación se encontraban todo el tiempo. Había querido estar con ella a solas. No había pensado en su reputación. O la amenaza a su puesto como institutriz.

Robert cogió la mano de Victoria y la arrastró hacia la puerta. -Vamos a seguir nuestro camino, Eversleigh.

Victoria sabía que Robert no le gustaba este Señor Eversleigh, pero estaba demasiado furiosa con él en ese momento para reflexionar sobre las ramificaciones.

– La institutriz, ¿eh?- Eversleigh dijo sarcásticamente, evaluando inmediatamente a Victoria. -Sería muy difícil para usted si Hollingwoods se enterara de su pequeña indiscreción.

Robert se detuvo en seco y se volvió hacia Eversleigh con una expresión de trueno. -Si menciona a alguien, siquiera a su maldito perro, le voy a rasgar su garganta de lado a lado.

Eversleigh cacareó. -Lo que debe hacer es resolver sus asuntos en su propia habitación.

Robert tironeó de Victoria de vuelta al pasillo y cerró la puerta. Inmediatamente, ella liberó su brazo y se volvió hacia él. -¿Tu habitación?- prácticamente le gritó. -¿Tu habitación? Eres un miserable mentiroso.

– Eras tú la que no estaba ansiosa de estar en el pasillo. Y harías bien en mantener baja la voz ahora si de verdad no quieres llamar la atención.

– No te atrevas a tratar de darme lecciones.- Victoria respiró hondo, tratando de calmar su cuerpo que temblaba. -Yo ya ni siquiera sé quién eres. Ciertamente no quedó nada del chico que conocí hace siete años. Tu eres implacable, y sin valor, y amoral, y…

– Creo que entiendo la idea general.

La soltura civilizada de Robert sólo sirvió para hacerla enojar más. -No te acerques más a mi-, dijo en un temblor, la voz baja. -Nunca.

Ella se alejó, deseando que hubiera una puerta para cerrársela en la cara.

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