Capítulo 11

Robert pasó sus manos por los brazos, sobre los hombros, por la espalda, todo sólo para asegurarse de que ella estaba realmente allí.

Hizo una pausa por un momento para mirarla a los ojos, y luego tomó su rostro entre las manos y la besó.

La besó con toda la pasión que él había guardado durante siete años.

La besó con toda la angustia que había experimentado en estas últimas semanas, sin saber si estaba viva o muerta.

La besó por todo lo que él era y todo lo que quería ser. Y hubiera seguido besándola si una mano no le hubiera agarrado su oreja izquierda y tironeado fuertemente.

– ¡Robert Kemble!- Gritó su tía. -Deberías avergonzarse de ti mismo.

Robert miró suplicantemente a Victoria, que parecía bastante aturdida y avergonzada.

– Necesito hablar contigo-le dijo con firmeza, señalando con el dedo.

– ¿Qué significa todo esto?-Preguntó Madame Lambert, con ningún un rastro de acento francés.

– Esta mujer-, dijo Robert, -es mi futura esposa.

– ¿Qué?- Gritó Victoria.

– Cielos-. Respiraba Lady Brightbill.

– ¡Oh, Victoria!- Katie dijo con entusiasmo.

– Robert, ¿por qué no nos dijiste?-, Exclamó Harriet.

– ¿Quién diablos es usted? -, Preguntó Madame Lambert, y nadie estaba seguro de si la pregunta iba dirigida a Robert o a Victoria.

Todo comenzaron a hablar más o menos al mismo tiempo, llevando a la confusión de tal manera que finalmente Victoria gritó: -¡Alto! ¡Todos ustedes!

Cada cabeza giró en dirección a Victoria. Ella parpadeó, no muy segura de qué hacer ahora que todos le prestaban atención. Finalmente se aclaró la garganta y le levantó la barbilla. -Si todos ustedes me disculpan-, dijo ella, con lo que sabía que era una muestra patética de orgullo, -No me siento muy bien. Creo que me iré a casa un poco más temprano hoy.

Y en ese momento el infierno se desató de nuevo. Todo el mundo tenía una opinión firme y vocal de la situación poco común. En medio del pandemónium Victoria intentó deslizarse por la puerta trasera, pero Robert fue más rápido. Su mano asió su muñeca, y la empujó de nuevo al centro de la habitación.

– No vas a ninguna parte-, dijo, su voz, de alguna manera, feroz y tierna al mismo tiempo. -No hasta que hable contigo.

Harriet se escabulló de su madre agitando frenéticamente los brazos y se lanzó al lado de Victoria. -¿De verdad te vas a casar con mi primo?- Preguntó ella, su rostro una imagen romántico placer.

– No,- dijo Victoria, moviendo la cabeza débilmente.

– Sí-gritó Robert.

– Pero tú no quieres casarte conmigo.

– Obviamente si, o no lo habría declarado en frente de la más grande chismosa de todo Londres.

– Está hablando de mi madre-acotó Harriet amablemente.

Victoria se sentó en un rollo de raso verde y dejó caer su rostro en sus manos.

Madame Lambert caminó hacia su lado. -No sé quién es usted-, dijo, apuntando con el dedo en el hombro de Robert, -pero no puedo permitir que ataque a mi dependienta.

– Yo soy el conde de Macclesfield.

– El conde de…- Sus ojos se agrandaron. -¿Un conde?

Victoria gemía, queriendo estar en cualquier lugar, menos allí dónde estaba.

La señora se agachó junto a ella. -Realmente, mi niña, es un conde. ¡Y te dijo que quería casarse contigo!

Victoria se limitó a sacudir su cabeza, su rostro aún escondido en las manos.

– ¡Por el amor de Dios!-, Exigió una voz imperiosa. -¿Puede que ninguno de ustedes note que la pobre muchacha está angustiada?

Una señora mayor vestida de púrpura se abrió paso hasta llegar a Victoria y depositó su brazo sobre los hombros en forma maternal.

Victoria levantó la vista y parpadeó. -¿Quién es usted?-, Preguntó ella.

– Yo soy la duquesa viuda de Beechwood.

Victoria miró a Robert. -¿Otro pariente suyo?

La viuda respondió en su lugar. -Puedo asegurarte que ese malvado no es pariente mío. Estaba pensando en mis cosas, en comprar un vestido nuevo para el primer baile de mi nieta, y…

– Oh, Dios-, se quejó Victoria, dejando caer la cabeza nuevamente en sus manos.

Ahora la palabra “mortificación” acababa de tener un nuevo significado cuando gente extraña que no conocía sentía la necesidad de compadecerse de ella…

La viuda frunció el ceño dirigiéndose a Madame Lambert. -¿No ve que la pobre necesita una taza de té?

Madame Lambert vaciló, claramente no queriendo perder ni un minuto de la acción, a continuación, dio un codazo en las costillas Katie. La dependienta corrió a preparar un té.

– Victoria-, dijo Robert, tratando de parecer tranquilo y paciente, una tarea difícil teniendo en cuenta su audiencia. -Necesito hablar contigo.

Ella levantó la cabeza y se secó sus ojos húmedos, sintiendo un poco envalentonada por la simpatía y la indignación femenina que la rodeaban. -No quiero tener nada que ver contigo-, dijo con un ligero resfriado. -Nada.

La tía de Robert se puso del lado de Victoria que no ocupaba la duquesa viuda y también la abrazó.

– Tía Brightbill, -Robert dijo en voz exasperada.

– ¿Qué le hiciste a la pobre muchacha?- Exigió la tía.

La boca de Robert se abrió con incredulidad. Ahora era evidente que todas las mujeres en Gran Bretaña, con la posible excepción de la odiosa Lady Hollingwood, se alineaban contra él. -Estoy tratando de pedirle que se case conmigo-, Él masculló. -Sin duda eso cuenta para algo.

Lady Brightbill se dirigió a Victoria con una expresión que oscilaba entre preocupación y sentido práctico. -Él se te está declarando, mi pobre querida niña.- Su voz se convirtió en una octava. -¿Hay una razón por la cual se imperativo que lo aceptes?

La boca de Harriet se abrió, inclusive ella sabía lo que eso significaba.

– ¡Por supuesto que no!-, Dijo Victoria en voz alta. Y entonces, sólo porque ella sabía que iba a meterlo en un gran problema, con su audiencia femenina convencional, y, por supuesto, porque ella estaba todavía bastante furiosa con él, añadió: -Trató de comprometerme, pero yo no se lo permití.

Lady Brightbill se puso de pie con una velocidad sorprendente teniendo en cuenta su grosor y aplastó a su sobrino con su bolso. -¿Cómo te atreves! -Gritó. -La pobre es claramente una muchacha de buena crianza, aunque las circunstancias le hayan sido adversas.- Hizo una pausa, claramente se había dado cuenta que su sobrino, un conde, ¡por amor de Dios! Se había declarado a una empleadita de una tienda, y se volvió hacia Victoria. -Dije… En verdad eres una chica de buena crianza, ¿no? Quiero decir, hablas como una chica de buena crianza.

– Victoria es toda gentil y amable-, dijo Robert.

La mujer de la que hablaba sólo olfateó e ignoró el cumplido.

– Su padre es el vicario de Bellfield-, añadió, y luego le dio un recuento muy breve de su historia.

– ¡Oh, qué romántico!- Suspiró Harriet.

– No fue romántico en lo más mínimo.- Victoria se quejó. Luego añadió un poco más suavemente, -Para que te quites de la cabeza cualquier tonta idea romántica acerca de la fuga.

La madre de Harriet le dio unas palmaditas de aprobación a Victoria en el hombro. -Robert-, anunció a la sala en general -, serás un caballero con muy buena suerte si puedes convencer a esta hermosa y práctica joven de aceptarte.

Él abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpido por el aullido de la tetera. Después las mujeres rotundamente lo ignoraron mientras llegaba el té. Victoria tomó un sorbo de su taza, mientras recibía más palmadas de aprobación de varios interesados -Pobre querida muchacha.

Robert no estaba seguro de cuando había pasado, pero el equilibrio de poder había cambiado definitivamente en su contra. Sólo era un hombre contra… Sus ojos recorrieron la habitación, ocho mujeres.

¿Ocho? Maldita sea. La sala comenzó a sentirse muy apretada. Él se tiró de la corbata.

Por último, cuando una mujer en un vestido de color rosa, no tenía ni idea de quién era y sólo podía deducir que era otra inocentes transeúnte, se movió para permitirle ver la cara de Victoria, él dijo por lo que parecía ser la centésima vez, -Victoria, necesito hablar contigo.

Ella tomó otro sorbo de su té, recibió otra palmadita materna de la duquesa viuda de Beachwood, y dijo: -No.

Él dio un paso hacia adelante y su tono se hizo vagamente amenazante. -Victoria…

Él hubiera dado otro paso, pero al mismo tiempo ocho mujeres le clavaron sus miradas desdeñosas. Aún no era lo suficientemente hombre como para soportar eso. Él alzó los brazos y murmuró: -Demasiado gallinas cluecas alrededor.

Victoria se quedó allí sentada en medio de su nueva banda de admiradoras, viéndose desagradablemente serena.

Robert respiró hondo y agitando el dedo en el aire aclaró. -Este no es el final, Victoria. Voy a hablar contigo.

Y luego, con otro comentario incomprensible acerca de gallos y gallinas, salió de la Tienda


***

– ¿Está todavía allí?

A petición de Victoria, Katie miró una vez más a través de la vidriera de la tienda. -¿Está en el transporte… y no se mueve.

– ¡Maldición!-, murmuró Victoria.

Y Lady Brightbill la miró diciendo: -Pensé que habías dicho que tu padre era vicario.

Victoria miró el reloj. El carruaje de Robert había estado estacionado frente a la tienda durante dos horas, y él no daba señales de abandonar. Lo mismo que las damas que habían sido testigos de su extraño reencuentro. Madame Lambert ya había hecho hervir cuatro teteras más de té.

– Él no puede permanecer en la calle todo el día-, dijo Harriet. -¿No es cierto?

– Él es un conde,- su madre le respondió con un tono de es-lógico. -Él puede hacer lo que quiera.

– Y ese-, declaró Victoria, -es el problema.- Cómo se atrevía a importunar su vida, suponiendo que se ella caería agradecida a sus pies, sólo porque, de pronto, a él se le había pasado por la cabeza que, otra vez, quería casarse con ella.

¡Quería casarse con ella! Victoria negó con la cabeza, porque no podía creerlo. Una vez había sido su sueño más profundo, y ahora parecía más bien una burla cruel del destino.

¿Él quería casarse con ella? ¡Ja! Era demasiado tarde para eso.

– ¿Acabas de maldecir otra vez?- Harriet susurró, lanzando una mirada furtiva a su madre.

Victoria la miró sorprendida. No se había dado cuenta que había voceado sus pensamientos.-Eso es lo que provoca él en mi-gruñó ella.

– ¿El primo Robert?

Victoria asintió con la cabeza. -Él cree que puede manejar mi vida.

Harriet se encogió de hombros. -Trata de controlar la vida de todos. Por lo general hace un trabajo estupendo, en realidad. Nunca hemos estado tan buen como desde que comenzó a gestionar nuestro dinero.

Victoria la miró de manera extraña. -¿No está mal considerado en la alta sociedad hablar de dinero?

– Sí, pero eres de la familia. -Esto fue dicho con un movimiento exagerado del brazo de Harriet.

– Yo no soy de la familia,- Victoria contradijo.

– Lo serás-respondió Harriet,- si el primo Robert tiene algo que decir de ello. Y por lo general consigue lo que quiere.

Victoria puso las manos en las caderas y miró por la ventana a su carroza. -No esta vez.

– Eh… Victoria-dijo Harriet, con un toque de ansiedad,- No te conozco desde hace mucho tiempo, por lo que está bastante más allá de mí conocer los entresijos de tus expresiones faciales, pero debo decir que no me gusta esa mirada en tus ojos.

Victoria se volvió lentamente desconcertada. -¿De qué demonios estás hablando?

– Sea lo que sea lo que estás pensando de hacer, debo desaconsejarte hacerlo.

– Voy a hablar con él-, dijo Victoria resueltamente y, a continuación, antes de que nadie pudiera detenerla, ella salió de la tienda.

Robert saltó de su coche en un instante. Abrió la boca como para decir algo, pero Victoria lo interrumpió.

– ¿Querías hablar conmigo?- Ella dijo, su voz aguda.

– Sí, yo…

– Bien. Quiero hablar contigo, también.

– Torie, yo…

– No pienses, ni por un segundo, para que puedes manejar mi vida. No sé lo que te ha llevado a ese notable cambio de opinión, pero no soy una marioneta que puedas manejar a tu voluntad.

– Por supuesto que no, pero…

– Tu no me puedes insultarme de la manera que lo hiciste y esperar que me olvide de eso.

– Me doy cuenta de eso, sino que…

– Además, estoy muy contenta sin ti. Tú eres prepotente, arrogante e insufrible.

– Y tú me amas-, Robert la interrumpió, viéndose muy contento de haber llegado, por fin, a decir, al menos, unas palabras.

– ¡Por supuesto que no!

– Victoria-, dijo en un irritante tono pacificador -, siempre me amarás.

Su boca femenina se abrió con espanto. -Estás loco.

Él hizo una reverencia cortés y levantó la mano petrificada hasta sus labios. -Nunca he estado más cuerdo que en este mismo momento.

El aliento de Victoria quedó atrapado momentáneamente en su garganta. Fragmentos de recuerdos pasaron por su cabeza, y ella volvió a tener diecisiete años otra vez.

Diecisiete, totalmente enamorada, y desesperada para que la besara. -No- se dijo, ahogándose en sus palabras. -No. Tú no me vas a hacer esto a mí otra vez.

Sus ojos chispearon. -Victoria, Te quiero.

Ella arrancó su mano. -No puedo escuchar esto.- Y entonces ella entró nuevamente en la tienda.

Robert vio como se retiraba y suspiró, preguntándose por qué estaba tan sorprendido que no hubiera caído en sus brazos y apasionadamente declarado su eterno amor por él. Por supuesto, ella iba a estar enojada con él por mucho tiempo. Furiosa. Había estado tan loco de preocupación y tan atormentado por la culpa de que no se había detenido a pensar cómo podrían reaccionar ante su repentina aparición en la vida de ella.

No tuvo tiempo para reflexionar sobre esto, sin embargo, porque su tía llegó asaltando la tienda de ropa.

– ¿Qué-, gritó la susodicha-, qué le has dicho a esa pobre chica? ¿No te parece que has hecho lo suficiente por un día?

Robert empaló a su tía con la mirada. Realmente, toda esta interferencia se estaba convirtiendo en lo más molesto. -Le dije que la amo.

Eso pareció desinflarla un poco. -¿En serio?

Robert ni siquiera se molestó a cabecear.

– Bueno, lo que hayas dicho, no lo digas de nuevo.

– ¿Quiere que le diga que yo no la quiero?

Su tía se puso las manos en las caderas. -Ella está muy molesta.

Robert había tenido más que suficiente de mujeres entrometidas. -Maldita sea, yo también.

Lady Brightbill retrocedió y se colocó una mano sobre su pecho a modo de afrenta.

– ¿Robert Kemble, acabas de maldecir en mi presencia?

– He pasado los últimos siete años completamente miserable a causa de una estúpida confusión producida por la interferencia de nuestros malditos padres. Francamente, tía Brightbill, tu sensibilidad ofendida no está primera en mi lista de prioridades en este momento.

– ¡Robert Kemble, nunca he sido más insultada…!

– …En toda tu vida.-Suspiró él, moviendo los ojos.

– En toda mi vida. Y no me importa si eres conde, voy a aconsejar que la pobre, pobre, querida niña no se case contigo. -Alzando aún más su chillona voz, Lady Brightbill giró sobre sus talones y pisando fuerte entró nuevamente en la tienda de ropa.

– ¡Gallinas cluecas!- Robert le gritó a la puerta. -¡Todas ustedes no son más que una parva de gallinas cluecas!

– Disculpe, señor,- dijo el cochero apoyado en el lado del vehículo, -pero no creo que sea justo el momento para ser un gallito.

Robert se volvió con una mirada fulminante hacia el hombre. -MacDougal, si no fuera malditamente bueno con los caballos…

– Lo sé, lo sé, me habría echado hace años.

– Siempre hay una oportunidad de ello-, gruñó Robert.

MacDougal sonrió con la confianza de un hombre que se ha hecho más amigo que siervo.

– ¿Te fijaste con qué rapidez ella dijo que no te amaba?

– Me di cuenta,- gruñó Robert.

– Sólo quería hacerlo notar. En caso de que no se diera cuenta.

Robert giró su cabeza mirando alrededor. -¿Te das cuenta de que eres más bien impertinente para ser un sirviente?

– Es por eso que sigo con usted, mi lord.

Robert sabía que era verdad, pero no le hizo sentir mucho mejor admitirlo en ese momento, por lo que dirigió su atención de nuevo a la tienda. -Puede parapetarte todo lo que quieras-, le gritó, agitando el puño en el aire. -¡Yo no me voy!


* * *

– ¿Qué ha dicho?-Preguntó Lady Brightbill, revitalizándose con la séptima taza de té.

– Dijo que no se va-, respondió Harriet.

– Yo podría haber dicho eso-, murmuró Victoria.

– ¡Más té, por favor!- dijo Lady Brightbill, agitando la taza vacía en el aire. Katie se apresuró con más bebida humeante. La señora mayor se bebió la taza y luego se levantó, alisando su falda con las manos. -Si todos ustedes me disculpan-anunció a la sala en general. Luego se dirigió a la sala de retiro.

– Madame va a tener que comprar otro orinal-murmuró Katie.

Victoria le lanzó una mirada de desaprobación. Había estado tratando de enseñarle modales y comportamiento durante semanas. Aún así, fue una señal que tenía sus nervios en punta que ella respondió: -No más de té. Ni una gota más para cualquiera de ustedes.

Harriet miró con una expresión de lechuza y la taza con firmeza hacia abajo.

– ¡Esto es una locura!- Victoria anunció. -Él nos tiene atrapadas.

– En realidad-dijo Harriet, -sólo te ha atrapado a ti. Yo podría salir en cualquier momento, y probablemente ni se daría cuenta.

– Oh, él se daría cuenta-murmuró Victoria. -Se da cuenta de todo. Nunca he conocido a alguien más tenaz y asquerosamente organizado.

– Estoy segura que eso es más que suficiente, querida-lo interrumpió Madame Lambert, consciente de que su empleada podía estar insultando a su clienta. -Después de todo, su señoría es el primo de la señorita de Brightbill.

– Oh, no se preocupe por mí-, dijo Harriet con entusiasmo. -Yo estoy disfrutando inmensamente.

– Harriet- Victoria exclamó de pronto.

– ¿Sí?

– Harriet.

– Creo que ya has dicho eso.

Victoria miró a la muchacha, su cerebro zumbando a triple velocidad. -Harriet, sólo podrías ser la respuesta a mis oraciones.

– Tengo bastantes dudas de que sea la respuesta a las oraciones de nadie-, respondió Harriet.-Estoy para siempre metiendo la pata y hablando sin pensar primero.

Victoria sonrió y le acarició la mano. -Me resulta de lo más entrañable.

– ¿De verdad? Qué encantadora. Me encanta tenerte como mi prima.

Victoria se obligó a no apretar los dientes. -No voy a ser tu prima, Harriet.

– Realmente me gustaría que sepas que mi primo Robert no resulta tan malo una vez que lo conoces.

Victoria se abstuvo de señalar que ella ya conocía bastante bien al hombre en cuestión.

– Harriet, ¿me harías un favor?

– Me encantaría.

– Necesito que seas una distracción.

– Oh, eso será fácil. Mamá siempre me dice que soy una distracción.

– ¿Te importaría mucho salir corriendo por la parte delantera de la tienda y distraer a su señoría? ¿De modo que yo podría escaparme por la puerta trasera?

Harriet frunció el ceño. -Si hago eso, no él tendrá la oportunidad de cortejarte.

Victoria se contuvo para no gritar “¡Exactamente!” En lugar de eso dijo en tono amable, -Harriet, no voy a casarme con tu primo bajo ninguna circunstancia. Pero si yo no escapo de esta tienda en breve, puedes muy bien estar atrapada aquí durante toda la noche. Robert no da señales de irse.

Harriet parecía indecisa.

Victoria decidió jugar su última carta y susurró:-Tu madre podría ponerse irritable.

Harriet se puso verde. -Muy bien.

– Dame un momento para prepararme.- Victoria rápidamente comenzó a recoger sus cosas.

– ¿Qué le digo?

– Lo que quieras.

Harriet frunció los labios. -No estoy segura de que se trata de un plan sensato.

Victoria se detuvo en seco. -Harriet, te lo estoy rogando.

Con un fuerte suspiro y un dramático encogimiento de hombros, la muchacha abrió la puerta de la tienda y salió.

– Brillante, brillante, brillante-, susurró Victoria, corriendo a través de la trastienda. Se puso su capa ajustándola a los hombros y se deslizó por la puerta trasera.

¡Libertad! Victoria se sintió casi mareada.

Era consciente de que ella se estaba divirtiendo quizás demasiado, y había algo increíblemente satisfactorio en burlar a Robert. Eventualmente, ella tendría que enfrentarse a sus emociones y afrontar el hecho de que el hombre, que había roto su corazón dos veces, estaba de vuelta; pero por ahora golpearlo en su propio juego sería suficiente.

– ¡Ah!-, Dijo sonriendo como una idiota parapetada en la pared de ladrillo de un edificio vecino. Todo lo que tenía que hacer era hacer caminar por la callejuela, girar a la izquierda, y ella se libraría de sus garras. Al menos por hoy.

Victoria se escurrió por las escaleras de vuelta a la tienda. Pero cuando su pie tocó el empedrado del callejón, sintió una presencia.

¡Robert! Tenía que ser.

Pero cuando se volvió ella no vio a Robert, sino un hombre enorme de pelo negro con una cicatriz espantosa surcando su mejilla

La detuvo sosteniendo su brazo.

Victoria dejó caer su bolso y comenzó a gritar.

– Cállate, muchacha-, dijo el villano. -No voy a hacerte daño.

Victoria no veía ninguna razón para creerle, y le dio una fuerte patada en la espinilla antes de salir corriendo y tratar de llegar a la final del callejón, donde rezó para desaparecer en la multitud de Londres.

Pero él fue más rápido, o tal vez simplemente no sabía cómo patear bastante fuerte, porque él la cogió por la cintura y la alzó en brazos hasta que sus pies no tocaron el suelo. Ella gritaba, pateaba, gruñía y no estaba dispuesta a permitir que ese matón se la llevara sin infligir un poco de dolor en el proceso.

Se las arregló para conseguir golpearlo en el costado de su cabeza, y él la dejó caer, dejando escapar una exclamación en voz alta en el proceso. Victoria se puso en pie, pero ella sólo había ganado unos metros cuando sintió acercarse a su agresor, la mano asió la punta del abrigo que ella vestía.

Y entonces oyó las palabras que más temía.

– ¡Su señoría!- Gritó el villano.

¿Señoría? el corazón de Victoria se hundió. Ella debería haberlo sabido.

El hombre grande le gritó de nuevo. -Si usted no da la vuelta rápido a la esquina, voy a dejar irme antes de que pueda despedirme otra vez!

Victoria se dejó caer, cerrando los ojos para no ver la sonrisa satisfecha de Robert al dar la vuelta a la esquina.

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