Victoria se despertó a la mañana siguiente con una sola idea en su cabeza: quería permanecer lo más lejos Robert Kemble, Conde de Macclesfield, como fuera posible.
Ella no quería venganza. Ella no quería una disculpa. Ella no quería verlo. Ella no esperaba que Robert sintiera lo mismo. El Señor sabía que le había parecido raro el enfadado con ella la noche anterior. Ella se encogió de hombros, no muy segura de por qué habría estado tan furioso. Supuso que había pinchado a su ego masculino. Ella era probablemente su único fracaso en su continua seducción.
Victoria se vistió rápidamente, preparándose mentalmente para el desayuno con Neville, que siempre era una tarea desagradable. El niño había aprendido a quejarse siguiendo el ejemplo de su madre. Si los huevos no estaban demasiado fríos, el té estaba demasiado caliente, o la…
Un golpe seco sonó en la puerta, y Victoria se dio la vuelta, su corazón golpeando de pronto triple tiempo. Sin duda, Robert no tendría la osadía de acercarse a su habitación. Ella se mordió el labio inferior, recordando su actitud hosca. Probablemente seguiría adelante y haría algo tonto.
Furiosa se levantó en su interior. Este comportamiento podría costarle su trabajo, y a diferencia de Robert no no le sobraba el dinero. Cruzó la habitación con pasos rápidos y abrió la puerta con un enojada: -¿Qué?
– ¿Sucede algo, señorita Lyndon?
– Oh, Lady Hollingwood, lo siento mucho. Pensé que eras… Es decir… -miserablemente, Victoria dejó caer sus palabras.
A este paso no sería necesario que Robert le hiciera perder su puesto. Ella estaba haciendo un buen trabajo por sí misma.
Lady Hollingwood inclinó la cabeza imperiosamente y entró en la habitación sin tener que esperar una invitación. -Estoy aquí para hablar con usted sobre su desaparición desafortunada noche de ayer.
– El joven Neville me metió en el laberinto, mi lady. No pude encontrar mi camino.
– No trate responsabilizar a un niño de sólo cinco años a aceptar la culpa por sus acciones.
Las manos de victoria se transformaron en puños a los costados.
– ¿Se da cuenta-prosiguió Lady Hollingwood,- hasta que punto usted me produce inconvenientes? Yo tenía una casa llena de invitados que atender, y me vi obligada a tomar tiempo lejos de ellos para poner a mi hijo a la cama. Usted debería haber estado allí para hacerlo.
– Hubiera estado, mi lady,- dijo Victoria, tratando de no apretar los dientes. -Pero yo estaba atrapada en el laberinto. Seguramente usted…
– Usted puede considerar esta última advertencia, Señorita Lyndon. Estoy muy descontenta con su rendimiento. Un incidente más y me veré obligada a pedirle que se vaya. -Lady Hollingwood giró sobre sus talones y salió de nuevo al corredor. Entonces ella se volvió para decir: -Sin referencias.
Victoria se quedó mirando la puerta abierta durante varios segundos antes de que finalmente dejó escapar un profundo suspiro. Tendría que encontrar una nueva posición. Esto era inaceptable. Insoportable. Era…
– Victoria.- La silueta de Robert llenó el umbral.
– Como si el día no podría ser peor-, murmuró.
Robert alzó una ceja insolente, mirando el reloj de la mesilla de noche. -Realmente, ¿cómo podría tu día complicarse a esta hora de la mañana?
Ella trató de esquivarlo. -Tengo que ir a trabajar.
– ¿Y alimentar al joven Neville?- Su mano se cerró alrededor de su brazo, y pateó la puerta cerrándola detrás de él. -No es necesario. Neville ha ido a montar con mi buen amigo Ramsay, quien amablemente se ha ofrecido para entretener al mocoso toda la mañana.
Victoria cerró los ojos por un momento y suspiró, un torrente de memoria la abrumó. Él siempre había sido tan organizado, siempre atendiendo a los más pequeños detalles. Ella debería haber sabido que iba a encontrarse una manera de ocupar a Neville si quería verla a solas.
Cuando ella abrió los ojos él estaba ocioso examinando un libro sobre la mesilla de noche. -¿No hay más novelas románticas?-, Preguntó, sosteniendo el libro, un debate más bien seco del estudio de la astronomía.
Su barbilla se levantó una fracción de una pulgada. -Ya no disfruto de las novelas románticas.
Robert siguió hojeando las páginas del libro. -No tenía idea de que tanto te gustara la astronomía.
Victoria tragó, jamás le diría que la luna y las estrellas la hacían sentirse más cerca de él. O, mejor dicho, más cerca de la persona que ella había pensado que él había sido. -Mi lord- ella preguntó con un suspiro. -¿Por qué haces esto?
Se encogió de hombros y se sentó en la cama pequeña. -¿Haciendo qué?
– ¡Esto!- Ella levantó abruptamente sus brazos. -Venir a mi habitación. Sentarse en mi cama. -Ella parpadeó, como si acabara de darse cuenta de lo que estaba haciendo. -Estás en mi cama. Por el amor de Dios, sal de mi cama.
Él sonrió lentamente. -Oblígame.
– Yo no soy tan infantil que me puede sacar de quicio con ese desafío.
– ¿No?- Él se inclinó hacia atrás contra la almohada y cruzó los tobillos. -No te preocupe. Mis botas están limpias.
Los ojos de Victoria se redujeron, y luego cogió el recipiente lleno de agua que utiliza para el lavado y se lo tiró en la cabeza y el pecho. -Me retracto-, dijo con acritud. -Puedo ser bastante infantil, cuando la ocasión lo requiere.
– ¡Dios, mujer!- Robert escupía, saltando de la cama. El agua le corría como riachos por la cara, empapando la corbata y la camisa.
Victoria se apoyó contra la pared y cruzó los brazos, muy satisfecha con su obra.
– Sabes,- dijo con una sonrisa de satisfacción, -pero creo que todo puede estar mejor en el mundo después de todo.
– ¡No te atrevas-, rugió, -a intentar un truco como eso otra vez!
– ¿Y qué? ¿Impugnar su honor? No sabía que tenía alguno.
Avanzó hacia ella con pasos amenazantes. Victoria probablemente se habría acobardado y retirado, pero su espalda ya estaba contra la pared. -Tú-, dijo salvajemente, -vas a arrepentirte terriblemente de haber hecho eso.
Victoria no podía evitarlo, soltó una risita. -Robert-dijo ella, cayendo en lo familiar. -Nada podría hacer que me arrepienta de lo que acabo de hacer. Posiblemente atesore este momento por el resto de mi vida. De hecho, esto puede muy bien ser la única cosa de la que no me arrepentiré jamás.
– Victoria-, dijo, su voz mortal. -Cállate.
Ella lo hizo, pero siguió sonriendo.
Él cerró el espacio entre ellos hasta que fue sólo un latido de distancia. -Si me vas a mojar- dijo, dejando caer su voz en un murmullo ronco, -entonces muy bien podrías secarme.
Victoria se estiró hacia el costado. -Tal vez una toalla… Yo estaría encantada de prestarte la mía.
Él se movió de modo que estuvo justo frente a ella de nuevo, y le tocó la barbilla con los dedos. Su cuerpo estaba caliente, pero sus ojos estaban aún más caliente. -He esperado toda una vida por esto-, le susurró, apretando su cuerpo contra el suyo.
El agua de la ropa empapaba el vestido de Victoria, pero ella no sentía nada, excepto el calor de su cuerpo.
– No, -susurró-. No hagas eso.
Sus ojos tenían una extraña desesperación. -No puedo evitarlo-dijo con voz ronca. -Que Dios me ayude, no puedo evitarlo.
Sus labios bajaron hacia ella con una lentitud agonizante. Ubicándose, por un instante, a sólo un suspiro de distancia, como si estuviera tratando de frenarse al último momento. Luego, con una rapidez impresionante, sus manos abandonaron los brazos moviéndose a la parte posterior de la cabeza de ella, y elevando sus labios a los suyos.
Robert plantó sus manos en su pelo grueso, atento a la forma en que sus horquillas se caían al suelo. Se sentía igual, sedoso y pesado, y el olor de ella era suficiente para que volverlo salvaje. Murmuró su nombre una y otra vez, olvidando por un momento que él la odiaba, que lo había abandonado hace años, que ella era la razón de que su corazón había estado muerto por siete largos años. Él confiaba sólo en su instinto, y su cuerpo no podía hacer nada, excepto reconocer que ella era su Torie, que ella estaba en sus brazos, que ella pertenecía a ellos.
La besó salvajemente, tratando de beber lo suficiente de su esencia para compensar todos sus años perdidos. Sus manos se aferraron a ella, itinerante por todo su cuerpo, tratando de recordar y memorizar cada curva.
– Torie-, murmuró, detrás de los labios por la línea de su cuello. -Nunca he… Ninguna otra mujer…
Victoria dejó colgar la cabeza hacia atrás, cualquier vestigio de razón había huido con el primer toque de sus labios. Ella había pensado que había olvidado cómo se sentía
estar entre sus brazos, sentir el roce de sus labios en su piel. Pero no, cada contacto era dolorosamente familiar y sorprendentemente emocionante. Y cuando él la bajó sobre la cama, ella ni siquiera podía pensar en protestar.
El peso de su cuerpo la apretó contra el colchón, y una de sus manos alrededor de sus pantorrillas, apretando y acariciando su camino hasta el pasado de su rodilla.
– Voy a amarte, Torie-, dijo Robert ferozmente. -Voy a amarte hasta que no te puedas mover. Voy a amarte hasta que no puedas pensar. -Su mano viajó cada vez más alto, llegando a la piel caliente de su muslo superior, donde terminó sus medias. -Voy a amarte como yo debería haber antes.
Victoria gimió con placer. Había pasado siete largos años sin siquiera un abrazo, y ella estaba hambrienta de afecto físico. Ella sabía lo que era ser tocada y besada, y ella no tenía idea de lo mucho que había perdido hasta ese momento. Su mano se movió, y ella apenas se dio cuenta de que estaba buscando a tientas con sus pantalones, a ellas, y…
– ¡Oh, Dios, no!-Gritó ella, empujando sus hombros. En su mente podía verlos desde arriba. Tenía las piernas abiertas, y Robert estaba entre ellas. -No, Robert,-dijo de nuevo, retorciéndose de debajo de él. -No puedo.
– No lo hagas.- Él advirtió, la pasión cristalizándose en sus ojos. -No te burles de mí y…
– Esto es todo lo que quería, ¿no?- Le preguntó, saliendo de la cama. -Todo lo que quería de mí.
– Fue sin duda una cosa-, murmuró, mirando como si sintiera dolor.
– Dios, soy tan estúpida.- Ella cruzó los brazos sobre su pecho en una maniobra defensiva. -Uno pensaría que ya debería haber aprendido la lección.
– Como uno pensaría que yo habría aprendido la mía-dijo con amargura.
– Por favor, vete.
Se detuvo camino a la puerta, sólo para llevar la contraria. -¿Por favor? Estos buenos modales.
– Robert, te estoy pidiendo lo más cortésmente que puedo que te vayas.
– ¿Pero por qué me pides que me vaya?- Dio un paso hacia ella. -¿Por qué luchar contra esto, Torie? Ya sabes que me deseas.
– ¡Ese no es el punto!- Horrorizada, Victoria se dio cuenta de lo que había revelado. Ella no estaba segura de cómo se las arregló para sacar las palabras, pero se obligó a bajar la voz y dijo: -Por el amor de Dios, Robert, ¿entiendes lo que estás haciendo? Estoy en un tris de ser despedida de este puesto. No puedo darme el lujo de perderlo. Si te encuentran en mi habitación, me despedirán.
– ¿En serio?-Miró intrigado por la perspectiva.
Hablaba despacio, midiendo cuidadosamente sus palabras. -Me doy cuenta de que no albergabas gran cantidad de buenos sentimientos hacia mí. Pero por el bien de la decencia, por favor, ¡vete!
Odiaba que sonara como si estuviera pidiendo limosna, pero ella no tenía otra opción. Al final de la fiesta, Robert seguiría con su vida y ella debería enfrentar la suya.
Se inclinó hacia delante, sus ojos azules afilados y la intención. -¿Por qué te importa? No es posible que ames este trabajo.
Victoria se quebró. Ella simplemente se rompió. -Por supuesto yo no quiero este trabajo. ¿Crees que me gusta asistir las necesidades de un monstruoso de cinco años de edad? ¿Crees que me gusta que su madre me hable como si yo fuera un perro? Usa la cabeza, Robert. Lo que quede de ella, por lo menos.
Robert hizo caso omiso de sus insultos. -Entonces, ¿por qué te quedas?
– ¡Porque no tengo otra opción! -ella explotó. -¿Tiene alguna idea de lo que es no tener ninguna opción? No, por supuesto que no. -Ella se volvió de espaldas a él, incapaz de mirarlo a la cara mientras ella temblaba de emoción.
– ¿Por qué no te casas?
– Porque yo…-Ella se tragó las palabras. ¿Cómo podía decirle que ella nunca se había casado porque que ningún podía compararse con él? Aunque su cortejo había sido completamente falso, había sido perfecto, y sabía que nunca encontraría a nadie que pudiera hacerle tan feliz como había sido los dos cortos meses.
– Sólo tienes que irte-, dijo, su voz apenas audible. -Vete.
– Esto no ha terminado, Torie.
Hizo caso omiso de su uso en punta de su apodo. -Tiene que terminar. Nunca debería haber comenzado.
Robert la miró durante un minuto completo. -Eres distinta.-Dijo finalmente.
– Yo no soy la misma chica de la que trataste de aprovecharte, si eso es lo que quieres decir.- Se mantuvo recta y alta. -Han sido siete años, Robert. Soy una persona diferente ahora. Como, al parecer, lo eres tú.
Robert salió de la habitación sin decir una palabra, rápidamente cruzando el ala de la servidumbre hasta el ala de los invitados, donde le habían dado una habitación.
¿Qué demonios había estado pensando?
No había estado pensando Esa tenía que ser la única explicación. ¿Por qué si no había arreglado mantener ocupado a la peste que cuidaba Victoria y luego escabullirse en su habitación?
– Porque ella me hace sentir vivo -, se susurró a sí mismo.
No podía recordar la última vez que sus sentidos habían estado tan bien afinados, la última vez que había sentido como un pico exquisitamente embriagador. No, eso no era del todo cierto. Lo recordaba muy bien. Había sido la última vez que había la sostuvo en sus brazos. Hacía siete años.
Era un consuelo saber que los años no le había traído la felicidad, tampoco. Ella había sido una aventurera intrigante, decidida a casarse y formar una fortuna, pero todo lo que había encontrado era una posición miserable como una institutriz.
Las circunstancias la habían llevado sin duda en baja. Él podría estar muerto en su interior, pero al menos tenía la libertad de hacer lo que quería cuando quería hacerlo. Victoria estaba tratando desesperadamente de aferrarse a un medio de vida que odiaba, siempre temerosa de ser expulsada sin ninguna referencia.
Fue entonces cuando se le ocurrió. Podría tenerla a ella y a su venganza, también.
Su cuerpo cantó ante la idea de celebrar en sus brazos, de besar cada centímetro de ese cuerpo delicioso.
Su mente daba vueltas a la idea de que pudieran ser descubiertos por los patrones de Victoria, que nunca se le permita velar por su precioso Neville.
Victoria vería en la deriva. Dudaba que ella volviera con su padre. Ella tenía demasiado orgullo para eso. No, estaría sola, sin nadie a quien recurrir.
Excepto él.
Él necesitaría un muy buen plan esta vez.
Robert había pasado dos horas inmóvil en su cama, ignorando los golpes en la puerta, ignorando el reloj que le dijo que el desayuno yo no era servido. Había simplemente puesto las manos detrás de la cabeza, mirado al techo, y se había puesto a complotar.
Si él iba a atraer a Victoria a su cama, él tendría que hechizarla allí. Eso no era un problema. Robert había pasado los últimos siete años en Londres, y sin duda sabía como ser encantador.
Había sido, de hecho, ampliamente reconocido como uno de los hombres con mayor encanto de toda Gran Bretaña, y era por eso que nunca le había faltado compañía femenina.
Pero Victoria presentaba un nuevo reto. Ella desconfiaba de él y parecía pensar que lo único que él quería era seducirla. Lo que no estaba lejos de la verdad, por supuesto, pero no ayudaría a su causa que la dejara seguir creyendo que sus motivos eran tan impuros.
Primeramente debería recuperar su amistad. El concepto era extrañamente atractivo, incluso mientras su cuerpo se endurecía ante la sola idea de estar con ella.
Ella trataba de alejarlo. Estaba seguro de ello. Hmm. Tendría que ser encantador y persistente. De hecho, probablemente tendría que ser más persistente que encantador.
Robert saltó de la cama, salpicó su rostro con agua muy fría, y abandonó la habitación con un solo objetivo: encontrar a Victoria.
Ella estaba sentada bajo un árbol con sombra, se la veía desgarradoramente hermosa e inocente, pero Robert trató de ignorar este segundo pensamiento. Neville estaba a unos veinte metros de distancia, gritando sobre Napoleón y esgrimía un sable de juguete violentamente por el aire. Victoria tenía un ojo en el niño y un ojo en una pequeña libreta en la que escribía lentamente.
– No parece ser un trabajo tan horrible-, dijo Robert, sentándose en el suelo junto a ella. -Sentado bajo la sombra de un árbol, disfrutando del sol por la tarde…
Ella suspiró. -Pensé que había que te había dicho que me dejaras en paz.
– No precisamente. Creo que lo que me dijiste fue que dejara la habitación. Y lo hice.
Ella lo miró como si fuera el tonto más grande del mundo. -Robert…-dijo ella, sin necesidad de terminar la frase. Su tono asediado lo decía todo.
Se encogió de hombros. -Te extrañé.
Ante eso, ella abrió su boca sorprendida. -Trata de decir algo que suene al menos creíble.
– ¿Disfrutando del aire del campo?- Él se echó hacia atrás y se apoyó sobre sus codos.
– ¿Cómo se puede venir aquí y entablar una conversación cortes?
– Pensé que éramos amigos.
– No somos amigos.
Sonrió insolente. -Podríamos serlo.
– No-dijo ella con firmeza. -No podemos.
– Ya, ya, Torie, no te pongas irritable.
– No ESTOY…-Se interrumpió, dándose cuenta de que ella se estaba enojando. Se aclaró la garganta y luego se obligó a bajar cuidadosamente su tono de voz. -No me estoy irritando.-Él le sonrió en una manera molestamente condescendiente. -Robert.
– Me gusta el sonido de mi nombre en tus labios.-Suspiró-.Siempre me agradó.
– Mi lord- gruñó.
– Eso es aún mejor. Implica una subordinación de que es aún más atractiva.
Ella renunció a tratar de comunicarse y se giró todo su cuerpo para alejarse de él.
– ¿Qué estás escribiendo?- Le preguntó, mirando por encima del hombro.
Victoria se puso rígida al sentir su aliento en su cuello. -Nada de su interés.
– ¿Es un diario?
– No. Vete.
Él eligió ser persistente que encantador en ese momento y estiró el cuello para ver mejor. -¿Estás escribiendo acerca de mí?
– Te dije que no es un diario.
– Yo no te creo.
Ella se dio la vuelta. -¿Te dejas de molestar?- Sus palabras se detuvieron en seco cuando se encontró cara a cara con él. Ella se apartó.
Él sonrió.
Ella se apartó aún más lejos.
Él sonrió aún más ampliamente.
Ella se apartó aún más lejos y cayó al suelo.
Robert de inmediato se puso en pie y le ofreció su mano. -¿Quieres un poco de ayuda?
– ¡NO!- Victoria se incorporó, recogió su manta, y se marchó a otro árbol. Se acomodó con la esperanza que él entendería la indirecta, pero dudaba que realmente lo hiciera.
No, por supuesto que él no. -Nunca me dijiste lo que estabas escrito.- Pronunció mientras se sentaba a su lado.
– ¡Oh, por el amor de Dios!- Ella empujó el cuaderno en sus manos. -Léelo si es necesario hacerlo.
Echó un vistazo a las directrices y alzó una ceja. -Los planes de lecciones.
– Yo soy una gobernanta.- Fue quizá el tono más sarcástico que había usado nunca.
– Estás muy bien-, reflexionó.
Ella puso los ojos en blanco.
– ¿Cómo sabes cómo ser una institutriz?-, él preguntó. -No es como si uno pudiera asistir a la escuela de institutrices.
Victoria cerró los ojos por un momento, tratando de luchar contra la ola de nostalgia. Ese era exactamente el tipo de pregunta que Robert habría preguntado cuando eran más jóvenes. -No sé cómo otros lo hacen-, respondió finalmente. -Pero trato de emular a mi madre. Ella nos enseñaba a Ellie y a mí antes de morir. Y después me hice cargo de la educación de Ellie hasta que ya no me quedó nada más que enseñar.
– No me puedo imaginar que te hayas quedado sin cosas para enseñar.
Victoria sonrió. -Cuando Ellie cumplió los diez años, ella me estaba enseñando matemáticas. Ella siempre ha sido…-se interrumpió, horrorizada por lo cómoda que se había sentido con él en estos últimos minutos. Ella se puso rígida y dijo: -No tiene importancia.
Una de las esquinas de la boca de Robert se levantó en una sonrisa de complicidad, como si supiera exactamente lo que ella había estado pensando. Él volvió a mirar su cuaderno y volvió una página. -Obviamente, te enorgulleces de lo que haces-, dijo. -Pensé que odiabas esta posición.
– Sí es cierto. Pero eso no significa que voy a hacer menos de lo que puedo. Eso sería injusto para Neville.
– Neville es un malcriado.
– Sí, pero se merece una buena educación.
Él la miró, sorprendido por sus convicciones. Ella era una hermosa intrigante cuyo único criterio para casarse era que el marido tuviera una fortuna. Y, sin embargo ella trabajaba duro para asegurarse de que un niño detestable recibiera una buena educación.
Le entregó el cuaderno de nuevo a ella. -Ojalá hubiera tenido una institutriz como tú.
– Probablemente fuiste peor que Neville-, replicó ella. Pero sonreía mientras lo decía.
Su corazón saltó, y él tuvo que recordarse que no le gustaba, que estaba allí para seducirla y arruinarla. -No me puedo imaginar que haya algo mal en un chico que con un poco de disciplina no se pueda reparar.
– Si sólo fuera tan fácil. Lady Hollingwood me ha prohibido disciplinarlo.
– Lady H es una cabeza hueca, como mi joven prima Harriet suele a decir.
– ¿Por qué has venido a la fiesta de su casa, entonces? Ella quedó anonadada que un conde asistiera.
– No lo sé. -Hizo una pausa y se inclinó hacia delante. -Pero estoy contento de haberlo hecho.
Ella no se movió durante unos segundos, no lo hubiera podido hacer ni siquiera si su vida dependiera de ello. Podía sentir su aliento en la mejilla, que era dolorosamente familiar. -No hagas eso-, susurró.
– ¿Esto? -Él se inclinó hacia adelante, y sus labios rozaron la mejilla como una ligera caricia de una pluma.
– No hagas eso-, dijo ella secamente, recordando la angustia por su abandono tantos años antes. No necesitaba un corazón roto nuevamente. Ni siquiera estaba completamente remendado desde su último encuentro. Ella se apartó y se levantó, diciendo: -Tengo que atender a Neville. No se sabe qué tipo de problemas va a meterse.
– Es propenso-, murmuró.
– ¡Neville! ¡Neville!
El muchacho llegó galopando. -¿Sí, Lyndon? -, Dijo con insolencia.
Victoria apretó los dientes por un momento, tratando de ignorar su grosería. Había renunciado hacía mucho a que la llamara señorita Lyndon. -Neville, que…
Pero ella no llegó a terminar su frase, porque en el espacio de un segundo, Robert se puso de pie y se ciernió sobre el muchacho. -¿Qué has dicho? -, exigió. -¿Cómo has llamado a tu institutriz?
Neville abrió la boca sorprendido. -La llamé… Yo la llamaba…
– Usted acaba de llamarla Lyndon, ¿no es cierto?
– Sí, señor, lo hice.
– ¿Se da cuenta jovencito que es una falta de respeto?
Esta vez fue la boca de Victoria la que se abrió.
– No, señor, no lo hice.
– La Señorita Lyndon trabaja muy duro para cuidar de usted y darle una educación, ¿no es así?
Neville trató de hablar, pero no salió nada.
– A partir de ahora se dirigirá a ella como Señorita Lyndon. ¿Entendido?
En este punto Neville estaba mirando a Robert con una expresión que oscilaba entre el asombro y el terror. Él asintió con la cabeza vigorosamente.
– Bien-dijo Robert con firmeza. -Ahora estrechemos la mano.
– ¿Es-estrechar su mano, señor?
– Sí. Al darme la mano, oficialmente prometes responder a la señorita Lyndon correctamente, y un caballero nunca reniega de sus promesas, ¿verdad?
Neville metió la manita hacia adelante. -No, señor.
Los dos hombres se estrecharon la mano y, a continuación, Robert le dio al muchacho una palmadita en la espalda. -Anda de nuevo a la guardería, Neville. La señorita Lyndon te seguirá en un momento.
Neville casi salió corriendo a la casa, dejando a Victoria con la boca abierta por completo. Se volvió hacia Robert, casi estupefacta. -Lo que hizo… ¿Cómo lo hiciste…?
Robert sonrió. -Sólo te ofrecí un poco de ayuda. Espero que no te importe.
– ¡No!-, Dijo Victoria con gran emoción. -No, no me importa. Gracias. Gracias.
– Ha sido un placer, te lo aseguro.
– Será mejor que vaya a ver a Neville.- Victoria dio varios pasos hacia la casa, se dio la vuelta, su expresión todavía aturdida. -¡Gracias!
Robert se apoyó contra el tronco del árbol, totalmente satisfecho con su progreso. Victoria no podía dejar de darle las gracias. Fue una situación completamente satisfactoria.
Tendría que haber disciplinado hace siglos al muchacho.