Robert estaba esperando en la puerta cuando ella salía a trabajar a la mañana siguiente.
Victoria no se sorprendió; él no era nada más que un terco. Probablemente había planificado su regreso durante toda la noche.
Ella dejó escapar un profundo suspiro. -Buenos días, Robert. -Parecía infantil pretender ignorarlo.
– He venido para acompañarte a lo de Madame Lambert,- dijo.
– Es muy amable de tu parte, pero por completo innecesario.
Él se paró directamente en su camino, obligándola a mirarlo. -No estoy de acuerdo contigo. Nunca es seguro para una mujer joven caminar sin escolta por Londres, pero es especialmente peligroso en este área.
– He conseguido llegar sin problemas a la tienda todos los días durante el mes pasado-,ella le aseguró.
En la boca masculina se instaló en una línea sombría. -Puedo asegurarte que eso no tranquiliza a mi mente.
– Tranquilizar a tu mente nunca ha estado en mi lista de prioridades.
Él hizo ruidos desaprobatorios. -Mmm, mmm, parece que nosotros tenemos la lengua afilada esta mañana…
Su tono condescendiente la carcomió. -¿Alguna vez te he dicho lo mucho que detesto el uso del "nosotros"? Me recuerda a todos los empleadores odiosos que tuve todos estos años. No hay nada como un buen "nosotros" para poner a la institutriz en su lugar.
– Victoria, no estamos discutiendo acerca de institutrices, ni estamos hablando de pronombres, ya sea singular o plural
Ella trató de forzar el paso, pero él se mantuvo firme en su camino.
– Yo sólo voy a repetirte esto una vez más-, dijo. -No permitiré que permanezcas en este lugar infernal otro día más.
Ella respiró hondo y contó hasta tres antes de contestar: -Robert, no eres responsable por mi bienestar.
– Alguien tiene que hacerlo. Obviamente, no sabes cómo cuidar adecuadamente de ti misma.
Ella volvió a contar hasta cinco y dijo: -Voy a pasar por alto ese comentario.
– No puedo creer que te alojes aquí. ¡Aquí! -Robert movió su cabeza con disgusto.
Esta vez ella contó hasta diez antes de decir: -Esto es todo lo que puedo pagar, Robert, y estoy muy contenta con él.
Él se inclinó hacia delante en forma intimidatoria. -Bueno, yo no lo estoy. Déjame decirte como pasé ayer la noche, Victoria.
– Por favor-, murmuró. -Como si yo pudiera detenerte.
– Me pasé la noche pensando en cuantos hombres han tratado de atacarte este último mes.
– Ninguno desde Eversleigh.
O bien no la oyó o no quiso escucharla. -Entonces me pregunté cuántas veces tuviste que cruzar la calle para evitar a las prostitutas en las esquinas.
Ella sonrió con malicia. -La mayoría de las prostitutas son muy agradables. Tomé el té con una de ellas el otro día. -Eso era una mentira, pero ella sabía que eso lo pincharía.
Él se estremeció. -Entonces me pregunté cuántas ratas comparten ese maldito cuarto contigo.
Victoria intentó forzarse a sí misma a contar hasta veinte antes de responder, pero su temperamento no se lo permitió. Podía soportar sus insultos y su actitud arrogante, pero un ataque contra su pulcritud, bueno, eso era realmente demasiado.
– Se puede comer en el suelo de mi habitación.- Siseó.
– Estoy seguro de que las ratas lo hacen-, respondió con un toque mordaz de sus labios.-Realmente, Victoria, no puedes permanecer en este área infestada de sabandijas. No es seguro, ni saludable.
Ella se puso tiesa como un palo, sujetó sus manos rígidamente en su costado conteniéndose para no pegarle. -Robert, ¿has notado que estoy empezando a irritarme un poco contigo?
Hizo caso omiso de ella. -Yo te di una noche, Victoria. Eso es todo. Vuelves a casa conmigo esta noche.
– No lo creo.
– Entonces, vas a vivir con mi tía.
– Valoro mi independencia por encima de todas las cosas-, dijo.
– Bueno, yo valoro tu vida y tu virtud -, explotó-, y perderás ambas cosas si insistes en vivir aquí.
– Robert, estoy perfectamente segura. No hago nada para llamar la atención, y la gente me deja en paz.
– Victoria, tú eres una mujer hermosa y respetable, obviamente. No puedes dejar de llamar la atención cada vez que pones un pie fuera de la casa.
Ella soltó un bufido. -Eres muy bueno hablando. ¡Mírate!
Él se cruzó de brazos y esperó una explicación.
– Yo estaba haciendo un buen trabajo manteniéndome a mi misma mucho antes que te dignaras a aparecer.- Ella agitó la mano señalando su carruaje. -Este barrio nunca se ha visto un vehículo tan grande. Y estoy segura de que al menos una docena de personas ya están planeando la forma de hacerse con tu cartera.
– ¿Así que admites que esta es una zona de mal gusto?
– Por supuesto que sí. ¿Crees que soy ciega? Si más, esto debería demostrarte lo mucho que no quiero tu compañía.
– ¿Qué demonios quieres decir con eso?
– Por el amor de Dios, Robert, yo prefiero quedarme aquí en este barrio que estar contigo. ¡Aquí! Eso debería decirte algo.
Él dio un respingo, y ella supo que lo había herido. Lo que ella no esperaba era lo mucho que la lastimaba ver como sus ojos se llenaban de dolor. Contra su mejor juicio, ella puso su mano sobre el brazo de él. -Robert-dijo en voz baja-, déjame explicarte algo. Estoy contenta ahora. Puede que me falten cosas materiales, pero por primera vez en años tengo mi independencia. Y tengo mi orgullo.
– ¿Qué estás diciendo?
– Tú sabes que a mí nunca me gustó ser una institutriz. Me sentí insultada constantemente por mis empleadores, tanto hombres como mujeres.
La boca de Robert se tensó.
– Los clientes en la tienda no siempre son amables, pero Madame Lambert me trata con respeto. Y cuando hago un buen trabajo no trata de robarse el crédito. ¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que alguien me ha ofrecido una alabanza?
– Oh, Victoria.- Había un mundo de angustia en esas dos palabras.
– He hecho buenos amigos, también. Realmente disfruto el tiempo que paso en la tienda. Y nadie toma las decisiones por mí. – Ella se encogió de hombros con impotencia. -Son placeres simples, pero los atesoro, y no quiero romper ese equilibrio.
– No tenía idea-, susurró. -ni idea.
– ¿Cómo hubieras podido?- Sus palabras no eran una réplica, sino una cuestión real y honesta.-Siempre has tenido el control completo sobre tu vida. Siempre has sido capaz de hacer lo que querías. -Sus labios se curvaron en una sonrisa nostálgica. -Tu y tus planes. Siempre he amado esa cualidad en ti.
Los ojos de él volaron al rostro de ella. Dudaba que ella se diera cuenta que había usado la palabra "amor".
– La forma en que enfrentas un problema-, continuó, sus ojos cada vez más nostálgicos. -Siempre es muy divertido de ver. Tú estudias la situación de los cuatro costados, desde arriba, abajo, al derecho y al revés. Siempre encuentras la ruta más corta a una solución, y luego vas y lo haces. Siempre imaginé que conseguirías todo lo que quieres.
– Excepto tú.
Sus palabras quedaron flotando en el aire durante un largo minuto. Victoria miró hacia otro lado y, finalmente, ella dijo: -Debo ir a trabajar.
– Deja que te lleve.
– No-su voz sonaba extraña, como si fuera a llorar. -No creo que sea una buena idea.
– Victoria, por favor no hagas que me preocupe por ti. Nunca me he sentido tan impotente en toda mi vida.
Ella se volvió hacia él con los ojos sabios. -Me sentí impotente durante siete años. Ahora estoy en control. Por favor, no me quites eso. -Enderezó los hombros y empezó a caminar hacia la tienda de ropa.
Robert esperó hasta que estuvo cerca de diez pies de distancia y luego comenzó a seguirla. MacDougal esperó hasta que Robert estuviera a unos veinte metros de distancia y luego comenzó a seguirlo en el transporte.
En definitiva, se trataba de una extraña y solemne procesión a hacia lo de Madame Lambert.
Victoria estaba de rodillas ante un maniquí con tres agujas entre los dientes cuando la campana sobre la puerta sonó al mediodía.
Ella levantó la vista.
Robert.
Ella se preguntó por qué se sorprendía. Él llevaba una caja en sus manos y una mirada familiar en su rostro.
Victoria conocía esa mirada. Él estaba tramando algo. Él había pasado maquinando probablemente toda la mañana.
Cruzó la habitación hasta encontrarse parado delante de ella. -Buenos días, Victoria -, dijo con una sonrisa cordial. -Debo decir que estás bastante aterradora con esos alfileres colgando de tu boca a modo de colmillos.
Victoria sintió el deseo de quitarse de esos "colmillos" y clavárselos a él. -No es suficiente el miedo. -, murmuró.
– ¿Cómo dices?
– Robert, ¿por qué estás aquí? Pensé que habíamos llegado a un acuerdo esta mañana.
– Lo hicimos.
– ¿Entonces por qué estás aquí? -masculló.
Él se agachó junto a ella. -Creo que llegaron a acuerdos diferentes.
¿De qué demonios estaba hablando? -Robert, estoy muy ocupada-, dijo.
– Te he traído un regalo -, dijo, tendiéndole la caja.
– No puedo aceptar un regalo de ti.
Él sonrió. -Es comestible.
El estómago traidor de Victoria comenzó a gruñir. Con una maldición entre dientes se volvió dándole la espalda y comenzó a atacar el dobladillo del vestido en el que había estado trabajando.
– Mmmmm,- dijo Robert tentadoramente. Abrió la caja y agitó el contenido antes de ella.-Pasteles.
Se le hizo agua la boca. Pasteles. Su mayor debilidad. Supuso que habría sido demasiado esperar que él lo hubiera olvidado.
– Me aseguré de conseguir el que no tiene nueces-, agregó.
¿Sin nueces? El hombre nunca olvidaba un detalle, maldito sea. Victoria levantó la vista para observar a Katie estirando el cuello, examinando los pasteles por sobre el hombro de Robert. Katie estaba mirando a los dulces con una expresión que sólo podía denominarse gran anhelo. Victoria se imaginaba que para Katie no era usual probar las delicias de confitería más exclusiva de Londres.
Victoria sonrió a Robert y aceptó la caja. -Gracias-dijo con cortesía. -¿Katie? ¿Te gustaría una?
Katie estuvo a su lado en menos de un segundo. Victoria le entregó toda la caja y volvió a trabajar en la línea del dobladillo, tratando de ignorar el olor del chocolate que ahora invadía la habitación.
Robert acercó una silla y se sentó a su lado. -Ese vestido se vería preciosa en ti.-, comentó.
– ¡Ay de mí!- Victoria respondió, clavando brutalmente el alfiler en el material -, pero está reservado para una condesa.
– Me gustaría decir que te compraría uno igual, pero no creo que me gane ningún punto a favor.
– Cuan astuto es usted, mi lord.
– Estás enojada conmigo-, declaró.
La cabeza de Victoria giró lentamente hasta que ella lo enfrentó. -Te has dado cuenta.
– ¿Es porque creñiste librarte de mí esta mañana?
– Era una esperanza.
– Estás ansiosa para que tu vida vuelva a un curso normal.
Victoria dejó escapar un sonido divertido parte risa, parte suspiro, y parte rezongo.-Tú pareces ser muy diestro en afirmar lo obvio.
– Hmmm.- Robert se rascó la cabeza, pareciendo un hombre sumido en sus pensamientos. -Tu lógica es errónea.
Victoria no se molestó en contestar.
– Mira, tú piensas que esto es lo normal.
Victoria clavó alfileres un poco más en el ruedo, se dio cuenta de que su irritación estaba haciéndola descuidada, y tuvo que sacarlas y volver a colocarlas en distinta posición.
– Pero esto no es una vida normal. ¿Cómo podría serlo? Sólo has vivido aquí durante un mes.
– Yo fui cortejada por ti durante dos meses-, se vio obligada a señalar.
– Sí, pero pasaste los siguientes siete años pensando en mí.
Victoria no vio ningún sentido negarlo, pero dijo, -¿no que estabas escuchando todo lo que he dicho esta mañana?
Él se inclinó hacia delante, con sus ojos azul claro sorprendentemente intensos. -He escuchado todo lo que dijiste. Y luego pasé toda la mañana pensando en ello. Creo que entiendo tus sentimientos.
– ¿Entonces por qué estás aquí? -gruñó.
– Porque creo que estás equivocada.
Victoria dejó caer los alfileres.
– La vida no se trata de arrastrarse por debajo de una roca y mirando el mundo pasar, desesperadamente esperando a que nos toque.- Él se arrodilló y empezó a recoger los alfileres. -La vida es acerca de tomar riesgos, tratar de llegar a la luna.
– Tuve esa posibilidad-, ella afirmó rotundamente. -y perdí.
– ¿Y vas a dejar que gobiernen tu vida para siempre? Victoria, solo tienes veinticuatro años. Tienes muchos años por delante. ¿Me estás diciendo que vas a tomar el camino seguro para el resto de tu vida?
– Con respecto a ti, sí.
Se puso de pie. -Puedo ver que tendré que darte un tiempo para reflexionar sobre esto.
Ella lo miró fijamente, esperando que no se diera cuenta cómo le temblaban las manos.
– Volveré al final del día que te acompañarte a casa-, dijo, y ella se preguntó si se refería a la casa de ella o la de él.
– No voy a estar aquí-, dijo.
Él sólo se encogió de hombros. -Te voy a encontrar. Siempre voy a encontrarte.
Victoria fue salvada de tener que ponderar esa declaración ominosa por la campana en la puerta. -Tengo que trabajar-, murmuró.
Robert ejecutó una reverencia elegante y agitó la mano hacia la puerta. Su gesto cortés vaciló, sin embargo, cuando vio quienes eran los clientes.
Lady Brightbill entró tirando de Harriet quien la seguía detrás. -Ah, ahí estás, señorita Lyndon -, trinó. -Y Robert, también.
– Tuve la sensación de que podría encontrar aquí, primo-dijo Harriet.
Victoria hizo una reverencia. -Lady Brightbill. Señorita Brightbill.
Harriet hizo un gesto con la mano. -Por favor llámame Harriet. Vamos a ser parientes, después de todo.
Robert sonrió a su prima.
Victoria frunció el ceño mirando el suelo. Por mucho que le hubiera gustado regañar a Harriet, la política de la tienda no le permitía hacer caras a ningún cliente. ¿Acaso no había ella pasado toda la mañana tratando de convencer a Robert que ella quería mantener su posición en la tienda?
– Hemos venido a invitarte a tomar el té-, anunció Harriet.
– Me temo que debo rechazar vuestra atenta invitación -, dijo Victoria recatadamente. -No sería apropiado.
– Tonterías-declaró Lady Brightbill.
– Mi madre es considerada una autoridad en lo que es correcto o no-dijo Harriet.-Así que si ella dice que es correcto, puedes estar segura de que lo es.
Victoria parpadeó, necesitó un segundo extra para recorrer el intrincado laberinto de las palabras de Harriet.
– Me temo que debo estar de acuerdo con Harriet, por mucho que me duela hacerlo -, dijo Robert. -Yo mismo he sido, con frecuencia, objeto de largas conferencias, por parte de tía Brightbill, respecto al decoro.
– No encuentro particularmente difícil de creer-, dijo Victoria.
– Oh, Robert puede ser un canalla,- dijo Harriet. Esto le valió una mirada de desaprobación de su primo.
Victoria se volvió hacia la muchacha más joven con interés. -¿Es así?
– Oh, sí. Me temo que era su corazón roto le obligó a recurrir a otras mujeres.
Una sensación desagradable empezó a desarrollarse en el estómago de Victoria.
– ¿Exactamente de cuantas otras mujeres estamos hablando?
– Muchas-, dijo Harriet seriedad. -Legiones.
Robert comenzó a reírse.
– No te rías,- siseó Harriet. -Estoy tratando de ponerla celosa en tu nombre.
Victoria tosió, ocultando una sonrisa detrás de su mano. En realidad, Harriet era muy dulce.
Lady Brightbill, que había estado conversando con Madame Lambert, se reincorporó a la conversación. -¿Está usted lista, Señorita Lyndon? -Su tono implicaba claramente que ella no esperaba otra negativa.
– Es muy amable de su parte, Lady Brightbill, pero yo estoy terriblemente ocupada aquí en la tienda, y…
– Acabo de hablar con Madame Lambert, y ella me aseguró podrías tomarte un receso de una hora.
– Podrías ya rendirte con gracia-, dijo Robert con una sonrisa. -Mi tía siempre se sale con la suya.
– Evidentemente es cosa de familia-, murmuró Victoria.
– Ciertamente espero que sí- él contestó.
– Muy bien-, dijo Victoria. -Una taza de té suena bastante agradable, en realidad.
– Excelente-dijo Lady Brightbill, frotándose las manos. -Tenemos mucho que discutir.
Victoria parpadeó un par de veces y adoptó una expresión inocente. -Su señoría no se unirá a nosotros, ¿verdad?
– No, si usted no lo desea, querida.
Victoria se volvió hacia el hombre en cuestión y le ofreció una sonrisa ácida. -Buenas tardes, entonces, Robert.
Robert sólo se apoyó contra la pared y sonrió mientras ella se marchaba. Estaba dispuesto a dejarla creer que ella le había engañado.
¿Acaso Victoria no había dicho que anhelaba la normalidad? Él se rió entre dientes. No existía persona más aterradoramente normal que la tía Brightbill.
El té resultó ser, finalmente, una experiencia bastante agradable. Lady Brightbill y Harriet le obsequiaron a Victoria una cantidad abundante de historias sobre Robert, de los cuales a unas pocas Victoria se inclinaba a creer. La forma en que ensalzaba su honor, valentía y bondad, se podría pensar que era un candidato a la santidad.
Victoria no estaba del todo segura de por qué estaban tan decididas a darle la bienvenida a su familia, el padre de Robert ciertamente no se había entusiasmado con que su hijo se casase con la hija de un vicario. ¡Y ahora era una empleadita de tienda común! Era inaudito que un conde se casara con alguien como ella. Sin embargo, Victoria sólo podía deducir que las frecuentes declaraciones de Lady Brightbill, diciendo-¡Caramba, casi nos habíamos desistido de ver casado a nuestro querido Robert,- y constantemente agregaba -Tú eres la primera dama respetable que ha mostrado interés en años-, evidencia de lo ansiosa que estaba por emparejarlos.
Victoria no dijo mucho. Ella no sentía que había mucho que añadir a la conversación, e incluso si lo hubiera intentado, Lady Brightbill y Harriet no le hubieran dado muchas oportunidades para hacerlo.
Después de una hora, la madre y la hija depositaron a Victoria de nuevo en la tienda. Victoria asomó la cabeza por la puerta con desconfianza, convencida de que Robert iba a saltar, en cualquier momento, desde atrás de un maniquí.
Pero él no estaba allí. Madame Lambert dijo que él había tenido negocios que atender en otra parte de la ciudad.
Victoria se horrorizó al darse cuenta de que ella estaba sintiendo algo que se parecía vagamente a una punzada de decepción. No porque lo echara de menos, racionalizó con presteza, sino porque se perdía de una buena batalla de ingenios.
– Pero, sin embargo, te dejó esto-dijo Madame, sosteniendo una caja de pasteles recién hechos. -Dijo que esperaba que te dignaras a comerlos.
Ante la mirada aguda de Victoria, Madame agregó: -Sus palabras no las mías.
Victoria se volvió para ocultar la sonrisa que tiraba de sus labios. Luego se obligó fruncir el ceño. Él no iba a ganarle. Ella le había dicho que valoraba mucho su independencia, y lo había dicho de verdad. Él no iba a ganar su corazón con gestos románticos.
Aunque, pensó de manera pragmática, un pastel en realidad no hacía daño a nadie.
La sonrisa de Robert creció mientras miraba como Victoria comía el tercer pastel. Ella, obviamente, no sabía que él la observaba por la ventana, sino ni siquiera hubiera olfateado los pequeños pasteles.
A continuación ella recogió el pañuelo que él había dejado en la caja y examinó el monograma. Entonces, después de una exploración rápida ojeada alrededor para asegurarse que nadie la veía, levantó el trozo de tela y aspiró su aroma.
Robert sintió que las lágrimas invadían sus ojos. Ella se estaba suavizando hacia él. Ella moriría antes de admitirlo, pero era evidente que se estaba suavizando.
Vio cómo ella guardaba el pañuelo en el corpiño. El simple gesto le dio esperanza. Él iba a conseguirla de nuevo; estaba seguro de ello.
Sonrió por el resto del día. No pudo evitarlo.
Cuatro días más tarde, Victoria estaba lista para partirle la cabeza de un golpe. Y a ella no gustaba la idea de hacerlo con una caja de bombones caros. Cualquiera de las otras cuarenta que le había enviado podría servir sin problemas.
Él también le había regalado tres novelas románticas, un telescopio en miniatura y un pequeño ramo de madreselvas, con una nota que decía, “Espero que te recuerde a tu hogar”. Victoria estuvo a punto de gritar allí mismo en la tienda cuando leyó esas palabras. El desgraciado recordaba todo lo que le gustaba y lo que no le gustaba, y lo estaba usando para tratar de doblegarla a su voluntad.
Se había convertido en su sombra. Él le daba tiempo suficiente para terminar el trabajo encargado por Madame Lambert, pero siempre parecía materializarse a su lado cada vez que ponía su pie fuera del negocio. No le gustaba que ella caminara sola, le había dicho, especialmente en ese barrio.
Victoria había señalado que él la seguía a todas partes, no sólo a su vecindario. La boca de Robert se había apretado en una línea sombría y murmuró algo sobre su seguridad personal y los peligros de Londres. Victoria estaba bastante segura de que había oído las palabras “maldita” y “tonta” en la oración también.
Ella le decía una y otra vez que valora su independencia, que quería estar sola, pero él no le hacía caso. Pero al finalizar la semana el tampoco hablaba. Todo lo que hacía era mirarla frunciendo el ceño.
Los regalos Robert siguieron llegando a la tienda de ropa con una regularidad alarmante, pero ya no desperdicia palabras tratando de convencerla de casarse con él. Victoria le preguntó por su silencio, y lo único que dijo fue: -Estoy tan furioso contigo que trato de no decir nada para temor de arrancarte la cabeza de un mordisco.
Victoria consideró el tono de su voz, notó que estaban caminando por un área particularmente desagradable de la ciudad en ese momento, y decidió no decir nada más. Cuando llegaron a la casa de huéspedes, se deslizó en el interior sin una palabra de despedida. Hasta que llegó a su habitación y se asomó por la ventana. Él la miró tras las cortinas durante más de una hora. Fue muy desconcertante.
Robert estaba delante del edificio de Victoria y evaluando con el ojo de un hombre que no deja nada al azar. Había llegado a su punto límite. No, él ya lo había sobrepasado por mucho, mucho más allá. Había intentado ser paciente, había cortejado a Victoria no con regalos caros, sino con significado. Había tratado de hacerla entrar en razón hasta que se quedó sin palabras.
Pero esa noche había sido la gota que había colmado el proverbial vaso. Victoria no se daba cuenta, pero cada vez que Robert la acompañaba hasta su casa, MacDougal los seguía a los dos, diez pasos atrás. Por lo general, MacDougal esperaba para ir a buscarlo, pero esa noche se había acercado a su patrón en el momento que Victoria se metió en su casa de huéspedes.
– Un hombre ha sido apuñalado, -MacDougal dijo. Había ocurrido la noche anterior, justo en frente de la pensión de Victoria.
Robert sabía que su edificio tenía una cerradura resistente, pero hizo poco por calmar su mente cuando él consideraba las manchas de sangre en los adoquines. Victoria tenía que ir y venir a trabajar todos los días; tarde o temprano alguien iba a tratar de aprovecharse de ella.
A Victoria ni siquiera le gustaba pisar hormigas. ¿Cómo diablos se suponía que tenía que defenderse de un ataque?
Robert levantó la mano a la cara, los dedos presionando contra el músculo temblaba espasmódicamente en sus sienes. Respirar profundamente hizo poco por calmar la furia y la sensación de impotencia que crecía dentro de él. Se hacía obvio que no iba a ser capaz de proteger adecuadamente a Torie, siempre y cuando ella insistiera en permanecer en ese lugar infernal.
Era evidente que él no podía permitir que continúen las cosas como estaban hasta ese momento.
A la mañana siguiente Victoria notó que Robert actuaba de forma muy extraña. Estaba más silencioso y melancólico que de costumbre, pero parecía tener un montón de cosas que discutir con MacDougal.
Victoria comenzó a sospechar.
Él la estaba esperando, como siempre, al finalizar el día. Victoria hacía tiempo que había renunciado a discutir con él cuando él la obligó a aceptar su escolta. Se requería demasiada energía, y esperaba que con el tiempo se diera por vencido y la dejara en paz.
Sin embargo, cada vez que ella meditaba esa posibilidad sentía una extraña punzada de soledad en su corazón. Le gustara o no, se había acostumbrado a tener tras ella a Robert. Sería bastante extraño una vez que él se hubiera ido.
Victoria apretada chal sobre los hombros preparándose para la caminata de veinte minutos que tenía por delante. Era finales de verano, pero el tiempo estaba fresco. Cuando ella salió por la puerta vio el transporte de Robert estacionado afuera.
– Pensé que podría conducir a casa-, explicó Robert.
Victoria levantó una ceja interrogativamente.
Él se encogió de hombros. -Parece como si fuera a llover.
Ella levantó la vista. El cielo no estaba muy nublado, pero tampoco particularmente despejado. Así que decidió no discutir con él. Se sentía un poco cansada, había pasado toda la tarde atendiendo a una muy exigente condesa.
Le permitió a Robert que la ayudara a subir al coche, y se recostó contra los respaldos de felpa. Dejó escapar un suspiro audible cuando sus músculos cansados se relajaron.
– ¿Un día ocupado en la tienda?-Preguntó Robert.
– Mmmm, sí. La condesa de Wolcott vino hoy. Ella era bastante exigente.
Robert alzó las cejas. -¿Sarah Jane? ¡Buen Dios mío, te mereces una medalla si te contuviste de abofetearla en la cabeza.
– ¿Sabes creo que me la hubiera ganado-, dijo Victoria, sonriéndose un poco.-Es la mujer más vana que nunca he conocido. Y tan grosera. Me llamó un cabeza hueca.
– ¿Y qué le dijiste?
– Yo no podía decir nada, por supuesto.- La sonrisa de Victoria se volvió sarcástica. -En voz alta.
Robert se echó a reír. -Entonces, ¿qué le has dicho en tu mente?
– Oh, un número bastante grande de cosas. Comparé la longitud de la nariz y el tamaño de su intelecto.
– ¿Pequeño?
– Diminuto-, agregó Victoria sonriendo socarronamente. -Su intelecto, no es su nariz.
– ¿Larga?
– Muy larga.- Ella se rió. -Incluso estuve tentada a reducir la longitud de semejante protuberancia.
– Me hubiera gustado haber visto eso.
– Me hubiera gustado haberlo hecho-, replicó Victoria. Entonces ella se echó a reír, sintiéndose más despreocupada de lo que había estado en mucho tiempo.
– Bueno-, dijo Robert con ironía. -Uno podría pensar que te estabas divirtiendo. Aquí conmigo. Imagínate…
Victoria cerró su boca.
– Yo estoy disfrutando-, dijo. -Es bueno escucharte reír. Ha pasado tanto tiempo.
Victoria se quedó en silencio, sin saber cómo responder. Negar que se había estado divirtiendo sin duda, habría sido una mentira. Y sin embargo era tan difícil de admitir, incluso a ella misma, que su compañía le trajo alegría. Así que hizo lo único que podía pensar que hacer, bostezó.
– ¿Te importa si me duermo durante uno o dos minuto?, – Preguntó ella, pensando que el sueño era una buena manera de ignorar la situación.
– En absoluto-respondió-.Voy a cerrar las cortinas para que no te moleste.
Victoria dejó escapar un suspiro y se quedó dormida, sin darse cuenta de la amplia sonrisa que había estallado en la cara de Robert.
Fue el silencio lo que la despertó. Victoria siempre había estado convencida de que Londres era el lugar más ruidoso en la tierra, pero no oyó ningún un ruido, salvo para el trap-trap de los cascos de los caballos.
Se obligó a abrir los párpados.
– Buenos días, Victoria.
Ella parpadeó. -¿Buenos días?
Robert sonrió. -Sólo es una expresión. Caíste dormida.
– ¿Por cuánto tiempo?
– Oh, una media hora más o menos. Debes haber estado muy cansada.
– Sí-dijo ella distraídamente. -bastante…- Entonces ella parpadeó de nuevo. -¿Dijiste media hora? ¿No deberíamos estar en mi casa ahora?
Él no dijo nada.
Con una sensación muy inquietante en su corazón, Victoria se trasladó a la ventana y tiró de la cortina. La penumbra colgaba del aire, pero podía ver los árboles y los arbustos con claridad, y hasta una vaca…
¿Una vaca?
Se volvió de nuevo hacia Robert, entrecerrando los ojos. -¿Dónde estamos?
Él fingió que sacaba una pelusa de la manga. -Pues en nuestro camino hacia la costa, me imagino.
– ¿La costa?- Su voz se elevó en casi como un chillido.
– Sí.
– ¿Es eso todo lo que vas a decir al respecto? -Gruñó ella.
Él solo sonrió. -Supongo que podría señalar que te he secuestrado, pero me imagino que ya te has dado cuenta.
Victoria saltó a su garganta.